1968 26ª Convención San Francisco (Oakland)
Anne McCaffrey es una mujer. (Sí, lo es, cosa que uno observa instantáneamente.) Lo que hace que esto sea remarcable es que es una mujer en un mundo de hombres, lo cual no le molesta en absoluto.
La ciencia ficción ya no es tan mundo de hombres como lo era antes, por lo que a los lectores respecta. Si hoy en día acudes a una convención, puedes ver que el número de magníficas jóvenes que revolotean ante ti (si eres Harlan Ellison) o que se apartan cautelosamente (si se trata de mí), es aterrador o fascinante, según el punto de vista. (Yo pertenezco al tipo fascinado.)
No obstante, los escritores todavía son, en su mayoría, del género masculino. Más aún, pertenecen a un tipo de varón particularmente presuntuoso, acostumbrado a trabajar con otros varones, y un poco trastornado al tener que aceptar a una mujer sobre una base de igualdad.
Esto no es sorprendente. La ciencia es una actividad plenamente masculina (al menos, en nuestra sociedad); por lo tanto, también lo es, o debería serio, escribir ciencia ficción. ¿No es así como va la cosa?
Y, de pronto, tenemos a Anne McCaffrey, con su cabello de un blanco níveo y un rostro juvenil (el color del cabello es prematuro), unas medidas junescas y una enorme confianza en sí misma, hablando con los hombres siempre que ello es necesario.
Yo congenio maravillosamente bien con Annie. No sólo soy un «feminista» desde mucho antes de que hubiese tantas, sino que además tengo la manera más desarmante del mundo de mirar unas medidas junescas, lo cual convence a toda mujer que las posee que tengo buen gusto.
En agosto de 1970, Annie y yo fuimos coinvitados de honor en una conferencia sobre ciencia ficción en Toronto. Esto significó una cosa: sostuvimos una de nuestras perennes competiciones de canto. Cantamos en voz muy alta y, finalmente, llegamos a un verdadero clímax, lo que siempre sucede al entonar «Cuando sonríen los ojos irlandeses».
Cada cual tenemos nuestro orgullo, claro, no tanto en la habilidad de cantar, como en cuanto al tono y la resistencia. Y mientras todos los componentes del auditorio procuran ponerse a una distancia conveniente, nosotros cantamos más alto y más fuerte. (Yo poseo una voz resonante de barítono, aunque Annie, perseverante, asegura que soy tenor. «No hay que fiarse de un tenor», suele decir misteriosamente.)
La cosa siempre termina de la misma manera. En la nota final, ella respira hondo y sostiene la nota. Yo hago lo mismo, pero antes de un minuto, me debilito, me ahogo y callo, mientras que la nota final de Annie continúa alta, estridente y penetrante, durante, al menos, más de quince minutos.
Entonces, todo el mundo aplaude y cuando yo objeto: «Esto no es justo. Ella tiene pulmones de recambio», y señalo las mencionadas proporciones junescas, a nadie parece importarle en absoluto mi observación.
Annie está en Irlanda por bastante tiempo, y la echo de menos.
¿Cuándo una leyenda es leyenda? ¿Por qué un mito es un mito? ¿Cuán antiguo y desusado tiene que ser un hecho para ser relegado a la categoría de «Cuento de hadas»? ¿Y por qué determinados hechos permanecen incontrovertibles mientras que otros pierden su validez para asumir un carácter gastado e inestable?
Rukbat, en el sector de Sagitario, era una estrella dorada tipo G. Tenía cinco planetas y uno extraviado que había atraído y retenido en el reciente milenio. Su tercer planeta estaba envuelto por aire que el hombre podía respirar, decantaba agua que el hombre podía beber, y poseía una gravedad que permitía que el hombre andase confiadamente erecto. Los hombres lo descubrieron y no tardaron en colonizarlo. Hacían eso con todos los planetas habitables, y luego -bien por insensibilidad o a través del colapso del Imperio, los colonos nunca lo descubrieron y eventualmente se olvidaron de preguntarlo- dejaban que las colonias se las arreglaran por sí mismas.
Cuando, por primera vez, los hombres se establecieron en el tercer mundo de Rukbat y lo llamaron Pern, apenas se habían fijado en el extraño planeta que giraba alrededor del que ellos habían adoptado en una órbita elíptica descabelladamente errática. Al cabo de unas cuantas generaciones, olvidaron su existencia. La absurda órbita del planeta errante le acercaba a su hermanastro cada doscientos años (terrestres) en el perihelio.
Cuando los aspectos eran armónicos y la conjunción con su planeta hermano lo bastante próxima, como ocurría a menudo, la vida indígena del planeta errante trataba de salvar el abismo espacial hasta el planeta más templado y hospitalario.
Durante la frenética lucha para combatir aquella amenaza que caía a través de los cielos de Pern como hebras plateadas, el tenue contacto de Pern con el planeta madre quedó roto. Con cada nueva generación, los recuerdos de la Tierra se alejaron un poco más de la historia pernesa, hasta que la memoria de sus orígenes degeneró, más allá de leyenda o mito, en olvido.
Para prevenir las incursiones de las temidas Hebras, los perneses, con la inventiva de sus olvidados antecesores terráqueos, desarrollaron una variedad altamente especializada de forma de vida indígena de su planeta adoptado. Los humanos que poseían un elevado nivel de empatía y cierta capacidad telepática congénita fueron adiestrados para utilizar y conservar este singular animal, cuya capacidad de teleportación era de gran valor en la ardua lucha para mantener a Pern libre de Hebras.
Los alados, rabudos y escupefuego dragones (bautizados con ese nombre a causa de los legendarios animales terrestres a los cuales se parecían), sus jinetes, una raza aparte, y la amenaza contra la que combatían, crearon un grupo enteramente nuevo de leyendas y mitos.
Una vez a salvo de todo peligro inminente, Pern estableció un sistema de vida más cómodo. Como las leyendas caen en descrédito, los descendientes de los héroes cayeron en desgracia.
Tambor redobla y flautista sopla,
arpista toca y soldado marcha.
Libera la llama y quema las hierbas
Hasta que haya pasado la Estrella Roja.
Fría, con algo más que la frialdad de las perpetuamente viscosas paredes de piedra, Lessa despertó. Fría, con la presciencia de un peligro más intenso que el que hacía diez Revoluciones enteras la había enviado, gimiendo de terror, a ocultarse en la fragante madriguera del wher guardián.
En la paja de la olorosa quesería que compartía como dormitorio con los otros marmitones, Lessa yacía rígida a causa de la concentración. En el ominoso portento había un apremio distinto a cualquier otra advertencia. Captó la vigilancia del wher guardián, bamboleándose en sus rondas en el patio. Daba vueltas en torno al estrangulante límite de su cadena. Estaba desvelado, pero indiferente a algo anormal que acechaba en la oscuridad que precedía al amanecer.
Lessa se enroscó en un apretado nudo de huesos, abrazándose a sí misma para aliviar la tensión a través de sus tensos hombros. Luego, obligándose a relajarse, músculo por músculo, articulación por articulación, trató de percibir la sutil amenaza que la podía angustiar, sin inquietar al sensible wher guardián.
En concreto, el peligro no se encontraba dentro de las murallas del Fuerte de Ruatha. Ni tan siquiera se acercaba al enlosado perímetro exterior del Fuerte, donde la implacable hierba se había abierto paso a través del antiguo hormigón, verde testigo del deterioro del otrora Fuerte de piedra limpia. El peligro no avanzaba por el ahora poco utilizado estriberón que ascendía del valle, ni acechaba en las viviendas de piedra de los artesanos al pie del acantilado del Fuerte. No perfumaba al viento que soplaba desde las frías playas de Tillek. Pero, sin embargo, los agudos sentidos de Lessa lo sentían haciendo vibrar todos los nervios de su delgada figura. Desvelada por completo, trató de identificarlo antes de que su presciencia se desvaneciera. Se proyectó al exterior, hacia el Paso, más lejos de lo que nunca había llegado. La amenaza no estaba en Ruatha…, todavía. Ni tenía un sabor familiar. Así pues, no era Fax.
A Lessa le había complacido cautelosamente que Fax no se hubiera dejado ver en el Fuerte Ruatha en tres Revoluciones enteras. La apatía de los artesanos, la decadencia de los dominios agrícolas, incluso las piedras atacadas por la hierba del Fuerte enfurecían a Fax, autonombrado Señor de las Altas Extensiones, hasta tal punto que prefería olvidar el motivo por el cual había sometido al, en otro tiempo, orgulloso y rentable Fuerte.
Implacablemente impulsada a identificar aquella opresora amenaza, Lessa buscó a tientas sus sandalias entre la paja. Se levantó, sacudiendo maquinalmente la paja pegada a sus largos cabellos, que rápidamente recogió en una especie de moño sobre su nuca.
Entre los marmitones dormidos, apretujados para calentarse unos a otros, avanzó con cuidado y subió los gastados peldaños que conducían a la cocina. El cocinero y su ayudante yacían sobre la larga mesa delante del gran hogar, recibiendo en sus anchas espaldas el calor del fuego mortecino y roncando de un modo discordante. Lessa se deslizó a través de la cavernosa cocina hasta la puerta del patio-establo. Abrió la puerta sólo lo necesario para que pudiera pasar su delgado cuerpo. A través de las finas suelas de sus sandalias notó los helados guijarros del patio y, cuando el aire de la madrugada cruzó la débil barrera de su vestido remendado, Lessa se estremeció.
El wher guardián avanzó con paso torpe a través del patio para ir a su encuentro, suplicando, como siempre hacía, que lo soltara. Cariñosamente, Lessa acarició los dobleces de las puntiagudas orejas mientras el animal se acomodaba a su paso. Mirando la espantosa cabeza, Lessa le prometió una buena rascada dentro de un rato. El animal se agachó, gruñendo, mientras Lessa subía los acanalados peldaños que conducían al baluarte sobre la maciza poterna del Fuerte. En lo alto de la torre, Lessa miró hacia el este donde los senos de piedra del Paso se erguían en una recortada silueta negra contra las primeras claridades del alba.
Indecisa, giró a su izquierda, ya que la sensación de peligro procedía también de aquella dirección. Miró hacia arriba, sus ojos atraídos por la estrella roja que había empezado a dominar el cielo del amanecer. Mientras miraba, la estrella irradió una última pulsación rúbea antes que su resplandor se perdiera con el brillo del sol naciente de Pern. Incoherentes fragmentos de cuentos y baladas sobre la aparición, al amanecer, de la estrella roja cruzaron por el cerebro de Lessa. Lo cruzaron con demasiada rapidez como para que tuvieran sentido. Además, su instinto le decía que, si bien el peligro podía proceder del nordeste, también existía un peligro mayor con el que enfrentarse procedente del este. Tensando sus ojos como si la visión pudiera salvar el bache entre peligro y persona, miró fijamente hacia el este. La leve y silbada pregunta del wher guardián la alcanzó en el preciso instante en que la presciencia se desvanecía.
Lessa suspiró. No había encontrado ninguna respuesta en el amanecer, sólo portentos discrepantes. Tenía que esperar. La advertencia había llegado, y ella la había recibido. Estaba acostumbrada a esperar. Astucia, resistencia y superchería eran sus otras armas, cargadas con la inagotable paciencia de una dedicación vengativa.
El desordenado paisaje, los campos sin labrar en el valle inferior, se vio iluminado por la luz del alba. Aquella luz cayó sobre raquíticos prados, donde los dispersos rebaños de animales de leche cazaban desperdigadas briznas de hierba primaveral. En Ruatha, murmuró Lessa, la hierba crecía donde no debía, y moría donde debía florecer. Ahora, Lessa apenas podía recordar el aspecto que había tenido el Valle Ruatha en otros tiempos, dulcemente risueño, ampliamente feraz. Antes de que llegara Fax. Una extraña sonrisa distendió unos labios desacostumbrados a semejante ejercicio. Fax no obtuvo ningún provecho de su conquista de Ruatha… No lo obtendría mientras ella, Lessa, viviera. Y Fax no tenía la menor sospecha de la fuente de esta ruina.
O la tenía, se preguntó Lessa, su mente reverberando aún a causa de la salvaje presciencia de peligro. Al oeste se encontraba el ancestral y único Fuerte legítimo de Fax. Al nordeste sólo había desnudas y rocosas montañas y el Weyr que protegía a Pern.
Lessa se desperezó, arqueando su espalda, aspirando el suave y puro viento matinal.
En el patio-establo el gallo cacareó. Temiendo ser observada en una postura inusitada en ella, Lessa se sobresaltó, súbitamente alerta. Soltó sus cabellos, dejando que cayeran alrededor de su rostro, semiocultándolo. Su cuerpo recuperó su fingido desmadejamiento. Bajó rápidamente la escalera, dirigiéndose hacia el wher guardián, que gritó en tono lastimero, con sus grandes ojos parpadeando contra la creciente claridad. Indiferente al hedor de su fétido aliento, Lessa atrajo la escamosa cabeza hacia ella, rascando sus orejas y sus párpados. El wher guardián estaba extasiado de placer, con su largo cuerpo tembloroso y sus cerradas alas vibrando. Era el único ser en todo Pern en quien ella había confiado desde el amanecer en que había buscado ciegamente refugio en su oscura y hedionda madriguera para escapar de las sedientas espadas que habían bebido con tanta avidez sangre de Ruatha.
Lentamente, Lessa se irguió, recordándole al wher guardián que, por si había alguien cerca, debía mostrarse tan arisco con ella como con todos los demás. El animal prometió obedecerla, oscilando hacia atrás y hacia adelante para subrayar su disgusto.
Los primeros rayos del sol resbalaron sobre la muralla exterior del Fuerte y, gruñendo, el wher guardián penetró en su oscuro nido. Lessa regresó rápidamente a la cocina y a la quesería.
Desde el Weyr y desde el Cuenco,
Bronce y pardo y azul y verde,
Se elevan los dragoneros de Pern,
Arriba, en escuadrón, visibles, luego invisibles.
El primero en aparecer en los cielos encima del Fuerte principal de Fax, llamado Señor de las Altas Extensiones, fue F'lar, que apareció sobre el gran cuello de bronce de Mnementh. Tras él, en perfecta formación triangular, se hicieron visibles los hombres voladores. Maquinalmente, F'lar revisó la formación; era tan precisa como en el momento de su entrada al inter.
Mientras Mnementh se curvaba en un arco que les llevaría al perímetro del Fuerte, consecuente con la naturaleza amistosa de esta visita, F'lar observó con creciente disgusto el mal estado de las defensas del espolón. Los pozos de pedernal estaban vacíos, y los canalones cortados en la roca que irradiaban de los pozos aparecían teñidos de verde con una vegetación musgosa.
¿No había un solo Señor en Pern que, en cumplimiento de las antiguas Leyes, mantuviera rocoso su Fuerte? Los labios del F'lar se apretaron hasta formar una línea más estrecha. Cuando esta Búsqueda terminara y se realizara la Impresión, habría que celebrar un Consejo solemne y punitivo en el Weyr. Y por la dorada concha de la reina que él, F'lar, sería su moderador. Cambiaría el letargo por el trabajo. Barrería la verde y peligrosa escoria de las alturas de Pern, las briznas de hierba de sus estructuras de piedra. No habría indulto alguno para ninguna cenefa verde en ningún Fuerte y los diezmos que habían sido pagados con tanta tacañería, tan a regañadientes, afluirían, bajo pena de pedernalia, con honesta generosidad al Weyr de los Dragones.
Mientras se disponía a posarse ligeramente sobre las losas veteadas de hierba del Fuerte de Fax, Mnementh murmuró su aprobación. El broncíneo dragón plegó sus grandes alas, y F'lar oyó el claxon de aviso en la Gran Torre del Fuerte. Cuando F'lar indicó que deseaba desmontar, Mnementh se dejó caer de rodillas. El broncíneo jinete permaneció de pie junto a la enorme cabeza cuneiforme de Mnementh, esperando cortésmente la llegada del Señor del Fuerte. La ociosa mirada de F'lar se posó en el valle, caliginoso bajo la luz del sol de la cálida primavera. Ignoró las furtivas cabezas que, desde las troneras de los parapetos y las ventanas del acantilado, espiaban al dragonero.
Cuando una fuerte corriente de aire le anunció la llegada del resto de los jinetes, F'lar no se volvió. Supo, sin embargo, cuándo F'nor, el jinete pardo que era coincidentalmente su hermanastro, ocupaba la acostumbrada posición a su izquierda, una longitud de dragón detrás de él. Por el rabillo del ojo, F'lar vio a F'nor pisotear furiosamente con el tacón de su bota la hierba que crecía entre las piedras.
Más allá de las poternas abiertas, una orden, embozada en un intenso susurro, surgió del interior del gran Patio. Prácticamente de inmediato, se hizo visible un grupo de hombres al frente de los cuales marchaba un robusto individuo de mediana estatura.
Mnementh arqueó su cuello, doblando su cabeza en ángulo de modo que su barbilla reposara sobre el suelo. Los multifacetados ojos de Mnementh, situados al mismo nivel que la cabeza de F'lar, miraron con desconcertante interés al grupo que se aproximaba. Los dragones nunca podrían comprender por qué inspiraban un miedo tan abyecto a las personas corrientes. Un dragón sólo atacaría a un humano en un momento de su vida, y eso podría ser disculpado atribuyéndolo a simple ignorancia. F'lar no podía explicarle al dragón la política que se ocultaba detrás de la necesidad de inspirar terror a los moradores de un Fuerte, Señor y artesanos incluidos. Sólo podía observar que el miedo y la aprensión que se reflejaban en los rostros de los hombres que avanzaban, y que intrigaban a Mnementh, resultaban extrañamente agradables para él, F'lar.
- Bienvenido, caballero bronce, al Fuerte de Fax, Señor de las Altas Extensiones. Él está a tu servicio -dijo el hombre, al tiempo que hacía un saludo adecuadamente respetuoso.
Alguien meticuloso podría haber sospechado que el uso de la tercera persona del pronombre era un velado insulto. Esto encajaba con los informes que F'lar poseía de Fax, de modo que lo ignoró. Sus informes eran igualmente correctos al describir a Fax como un hombre codicioso. Se reflejaba en los inquietos ojos que parpadeaban al fijarse en cada detalle del ropaje de F'lar, en el leve ceño al observar el intrincadamente grabado puño de la espada.
A su vez, F'lar observó los valiosos anillos que resplandecían en la mano izquierda de Fax. De acuerdo con la costumbre del espadachín profesional, la mano derecha del soberano permanecía ligeramente erguida. Su túnica, de excelente tela, estaba manchada y no era demasiado nueva. Los pies del hombre, calzados con pesadas botas de piel de wher, estaban sólidamente plantados en el suelo, con el peso equilibrado hacia adelante, sobre los dedos. Un hombre con el que había que tratar cautelosamente, decidió F'lar, ya que no podía olvidar que era el conquistador de cinco Fuertes vecinos. Semejante audacia era, en sí misma, una revelación. Fax se había casado en un sexto Fuerte, y había heredado legalmente, a pesar de lo anormal de las circunstancias, el séptimo. Su fama era la de hombre lascivo. F'lar anticipó una provechosa Búsqueda dentro de aquellos siete Fuertes. Dejaría que R'gul marchara hacia el sur para continuar la Búsqueda entre las indolentes, aunque encantadoras, mujeres de allí. En esta ocasión Weyr necesitaba una mujer fuerte; Jora había resultado mucho peor que inútil con Nemorth. Adversidad, incertidumbre: ésas eran las condiciones que engendraban las cualidades que F'lar deseaba en una Dama para el Weyr.
- Estamos realizando un viaje de Búsqueda -le comunicó F'lar, lentamente -y solicitamos la hospitalidad de tu Fuerte, Señor Fax.
A la mención de una Búsqueda, los ojos de Fax se ensancharon imperceptiblemente.
- He oído decir que Jora había muerto -respondió Fax, renunciando bruscamente al uso de la tercera persona, como si F'lar, ignorándolo, hubiese superado alguna clase de prueba-. De modo que Nemorth ha puesto una reina, ¿eh? -añadió, proyectando su mirada a través de las filas de dragoneros, observando el saludable color de los dragones y el disciplinado porte de los jinetes.
F'lar no dignificó lo evidente con una respuesta.
- Y, mi Señor…-Fax vaciló, inclinando expectantemente su cabeza hacia el dragonero.
Por un instante, F'lar se preguntó si el hombre le estaba provocando de un modo deliberado con semejantes insultos sutiles. El nombre de los caballeros bronce tenía que ser tan bien conocido en todo Pern como lo era el nombre de la reina dragón y su Dama del Weyr. El rostro de F'lar se mantuvo impasible, sus ojos clavados en los de Fax.
Lentamente, con el adecuado aire de arrogancia, F'nor se adelantó, deteniéndose ligeramente detrás de la cabeza de Mnementh, con una mano negligentemente apoyada en la articulación de la quijada del enorme animal.
- El caballero bronce de Mnementh, Señor F'lar, pedirá alojamiento para él mismo. Yo, F'nor, caballero pardo, prefiero alojarme con mis compañeros. En total, somos doce.
A F'lar le gustó aquella intervención de F'nor, poniendo de relieve la fuerza del escuadrón, como si Fax no fuera capaz de percibirla. F'nor se había expresado con tanta habilidad que a Fax le resultaría imposible protestar por el insulto que acababan de devolverle.
- Señor F'lar -dijo Fax, a través de sus dientes fijados en una sonrisa-, las Altas Extensiones se sienten honradas con tu Búsqueda.
- La reputación de las Altas Extensiones quedará acrecentada -replicó F'lar, suavemente- si una de ellas suministra al Weyr.
- Nuestra reputación se prolongará -replicó Fax con la misma suavidad -.En los viejos tiempos, muchas notables Damas de Weyr procedían de mis Fuertes.
- ¿De tus Fuertes? -preguntó F'lar, sonriendo, mientras subrayaba el plural-. Ah, sí, ahora eres soberano de Ruatha, ¿no es cierto? De aquel Fuerte ha habido muchas.
Una extraña y tensa expresión cruzó el rostro de Fax, rápidamente reemplazada por una sonrisa decididamente afable. Fax se apartó a un lado, haciendo un gesto a F'lar para que entrara en el Fuerte.
El jefe de los soldados de Fax ladró una apresurada orden y los hombres formaron dos hileras, con sus botas con bordes de metal arrancando chispas de las piedras.
Todos los dragones, obedeciendo una orden no expresada, se irguieron con un gran remolineo de aire y polvo. F'lar avanzó indolentemente a través de las dos hileras formadas en señal de bienvenida. Mientras los animales se deslizaban hacia los patios interiores, los hombres, con evidente alarma, ponían sus ojos en blanco. Alguien en la alta Torre profirió un aullido de terror mientras Mnementh ocupaba su posición en aquel punto privilegiado. Sus grandes alas enviaron aire que olía a fósforo a través del patio interior mientras trataba de acomodar su enorme estructura en el inadecuado espacio de aterrizaje.
Aparentemente indiferente a la consternación, temor y espanto que los dragones inspiraban, F'lar estaba secretamente divertido y más bien complacido por el efecto. Los Señores de los Fuertes necesitaban que se les recordara que debían tratar con dragones, y no sólo con sus jinetes, que eran hombres, mortales, a los que podían asesinar. El antiguo respeto hacia los dragoneros así como hacia la raza de los dragones debía ser de nuevo implantado.
- El Fuerte acaba de levantarse de la mesa, Señor F'lar -dijo Fax -.Si… -No terminó la frase, ante la sonriente negativa de F'lar.
- Presentaré mis respetos a tu dama, Señor Fax -declaró F'lar, observando con profunda satisfacción el endurecimiento de los músculos de la mandíbula de Fax ante la ceremoniosa petición.
F'lar estaba gozando intensamente. Cuando tuvo lugar la última Búsqueda, la que por desgracia proporcionó a la incompetente Jora, él todavía no había nacido. Pero había estudiado los relatos de anteriores Búsquedas de los Antiguos Archivos, y en ellas se incluían sutiles modos de confundir a los Señores que preferían mantener secuestradas a sus damas cuando los dragoneros cabalgaban. Para Fax, negarle a F'lar la oportunidad de presentar personalmente sus respetos, habría representado un grave insulto, una ofensa que sólo podía dirimirse en un combate a muerte.
- ¿No prefieres ver antes tu alojamiento? -inquirió Fax.
F'lar sacudió una mota imaginaria de su suave manga de piel de wher y agitó la cabeza.
- Mis respetos primero -dijo, con firmeza.
- Desde luego -asintió Fax, echando a andar, expresando con sus tacones la rabia que no podía expresar de otra manera.
F'lar y F'nor le siguieron con paso más lento, cruzando la entrada de doble puerta con sus grandes paneles metálicos, hasta el Gran Vestíbulo, labrado en la ladera del acantilado. Unos nerviosos servidores que se sobresaltaron y dejaron caer algunas piezas de vajilla cuando entraron los dos dragoneros, estaban despejando la mesa en forma de U. Fax ya había llegado al otro extremo del Vestíbulo y aguardaba impacientemente junto a la abierta puerta de piedra, único acceso al Fuerte interior que, como todos los Fuertes, penetraba profundamente en la roca y era el refugio de todos en los momentos de peligro.
- No comen mal -observó F'nor casualmente, examinando los restos que quedaban sobre la mesa.
- Al parecer, mejor que en el Weyr -replicó secamente F'lar, disimulando sus palabras con su mano al ver a dos marmitones que se tambaleaban bajo el peso de una bandeja que contenía el esqueleto de un animal medio devorado.
- Joven y tierno -dijo F'nor en voz baja y tono mordaz-, a juzgar por su aspecto. Mientras que los animales que nos envían son viejos y depauperados.
Cuando estuvieron junto a Fax, F'lar dijo amablemente:
- Un Vestíbulo muy bien situado. -Luego, notando la impaciencia de Fax por continuar, F'lar se volvió deliberadamente de espaldas y le señaló a F'nor las ventanas en forma de troneras con las pesadas persianas de bronce abiertas al brillante cielo del mediodía-. y encarado al este también, como es debido. Me han dicho que el nuevo Vestíbulo del Fuerte de Telgar está encarado al sur. Dime, Señor Fax, ¿eres partidario de las antiguas prácticas y montas una guardia del amanecer?
Fax frunció el ceño, tratando de analizar el significado de las palabras de F'lar.
- Siempre hay una guardia en la Torre.
- ¿Una guardia oriental?
Los ojos de Fax se posaron en las ventanas, luego se deslizaron hacia el rostro de F'lar, pasaron al rostro de F'nor, para posarse de nuevo en las ventanas.
- Siempre hay guardias -respondió secamente -en todos los accesos.
- Oh, sólo en los accesos -dijo F'lar, volviéndose hacia F'nor y asintiendo juiciosamente.
- ¿En qué otra parte? -preguntó Fax preocupado, mirando alternativamente a los dos dragoneros.
- Debes preguntárselo a tu arpista. ¿Tienes un arpista adiestrado en tu Fuerte?
- Desde luego. Tengo varios arpistas adiestrados -dijo Fax, tensando sus hombros. F'lar fingió no haber comprendido.
- El Señor Fax es el soberano de otros seis Fuertes -le recordó F'nor a su jefe.
- Desde luego -asintió F'lar, haciendo exactamente la misma inflexión que Fax había utilizado un momento antes.
Fax se dio perfecta cuenta de la imitación, pero dado que no podía considerar como un insulto deliberado una inocente afirmación, echó a andar por los iluminados pasillos. Los dragoneros le siguieron.
- Resulta agradable ver cómo el Señor de un Fuerte conserva tantas costumbres antiguas -le dijo F'lar a F'nor en tono de aprobación, con la intención de que lo oyera Fax, mientras pasaban al Fuerte interior-. Hay muchos que han abandonado la seguridad de la roca sólida y han ampliado sus Fuertes exteriores en peligrosas proporciones. No puedo aprobar semejante riesgo.
- Ese riesgo, Señor F'lar, supone una ganancia para otros -replicó Fax, desdeñosamente, moderando su paso.
- ¿Ganancia? ¿Cómo es eso?
- Cualquier Fuerte exterior puede ser fácilmente invadido, caballero bronce, utilizando fuerzas adiestradas y mando experto, además de una estrategia cuidadosamente elaborada.
Aquel hombre no era un fanfarrón, decidió F'lar. Ni en aquellos días de paz dejaba de montar guardias en la Torre. Sin embargo, se mantenía dentro de su Fuerte, no en obediencia a las antiguas Leyes, sino por prudencia. La ostentación era lo que le hacía mantener arpistas, no porque lo exigiera la tradición. Pero permitía que los pozos quedaran inutilizados; permitía que creciera la hierba. Por una parte, se mostraba cortésmente hospitalario con los dragoneros y, por otra, les insultaba veladamente. Un hombre al que no había que perder de vista.
En el Fuerte de Fax, los alojamientos de la mujeres habían sido trasladados desde los tradicionales pasillos más interiores a los situados en la fachada del acantilado. La luz del sol que penetraba allí lo hacía a través de las tres ventanas provistas de persianas dobles y profundamente encajadas en la muralla exterior. F'lar observó que los goznes de bronce estaban muy bien engrasados. El grosor de las paredes era el requerido: Fax no había incurrido en la reciente práctica de adelgazar la muralla protectora.
La cámara estaba adornada con lujosos tapices que reproducían simpáticas escenas de mujeres ocupadas en toda clase de tareas femeninas. A ambos lados de la cámara principal se abrían varias puertas que comunicaban con unas alcobas más pequeñas. De ellas, a una orden de Fax, aparecieron sus mujeres con paso vacilante. Fax dirigió un severo gesto a una mujer que llevaba una bata azul, con los cabellos veteados de blanco, el rostro arrugado por decepciones y amarguras, y el vientre hinchado por el embarazo. La mujer avanzó torpemente, deteniéndose a varios pasos de distancia de su señor. Por su actitud, F'lar dedujo que no se acercaba a Fax más de lo que era estrictamente necesario.
- La Dama de Crom, madre de mis herederos -dijo Fax, sin orgullo ni cordialidad.
- Mi Dama… -vaciló F'lar, esperando que le informaran de su nombre…
Ella miró tímidamente a su señor.
- Gemma -dijo Fax de mala gana.
F'lar se inclinó profundamente.
- Mi Dama Gemma, el Weyr está en viaje de Búsqueda y solicita la hospitalidad del Fuerte.
- Mi Señor F'lar -replicó la Dama Gemma en voz baja-, aceptad mi mejor bienvenida.
A F'lar no le pasó por alto el hecho de que Gemma, que le había llamado por su nombre, le había dado la bienvenida a título personal. Su sonrisa fue más cálida de lo que exigía la cortesía, llena de gratitud y simpatía. A juzgar por el número de mujeres reunidas allí, Fax tenía una vida sexual intensa. Posiblemente, habría algunas de las que Dama Gemma se despediría sin el menor pesar. Fax empezó con las presentaciones, murmurando indistintamente nombres hasta que se dio cuenta de que aquella estrategia no daría resultado. F'lar le rogaba cortésmente que repitiera el nombre de la dama. F'nor, ensanchando su sonrisa mientras, mentalmente, tomaba nota de las damas que Fax prefería mantener en el anonimato, permanecía en actitud indolente junto al umbral. Más tarde, F'lar comparó sus anotaciones con F'nor, aunque a simple vista no parecía que entre aquellas mujeres hubiese ninguna digna de la Búsqueda. Fax las prefería bajitas y rollizas. En todo el lote no había una sola mujer decidida o al menos dicharachera. Tal vez en otro tiempo lo habían sido, pero ahora habían cambiado. Fax, sin duda, era un semental, no un amante. A juzgar por la cantidad de aceite oloroso que se había enranciado en sus cabellos, algunas de ellas no habían hecho mucho uso del agua en todo el invierno. De todas ellas, si estaban todas allí, la Dama Gemma era la única que valía la pena y, aun así, era demasiado vieja.
Terminadas las presentaciones, Fax empujó casi literalmente a sus mal acogidos huéspedes hacia el exterior. F'lar autorizó a F'nor para que fuera a reunirse con los otros dragoneros. Y Fax acompañó al caballero bronce al alojamiento que le había asignado.
La cámara se encontraba a un nivel más bajo que la suite de las mujeres, y era ciertamente adecuada a la dignidad de su ocupante. Los tapices multicolores de aquí reproducían batallas sangrientas, combates individuales a espada, dragones de tonos brillantes en vuelo, pedernales ardiendo sobre los espolones, y todo lo que la historia teñida de escarlata de Pern ofrecía.
- Un cuarto agradable -reconoció F'lar, despojándose de los guantes y de la túnica de piel de wher y arrojándolos descuidadamente sobre la mesa-. Tengo que ver a mis hombres y a los animales. Todos los dragones han sido alimentados recientemente -comentó, poniendo de relieve con ello la desatención de Fax al no haberlo preguntado-. Solicito libertad de movimientos a través del Fuerte.
De mala gana, Fax concedió lo que era tradicionalmente privilegio de un dragonero.
- No me interferiré más en tus obligaciones, Señor Fax, que, con la supervisión de siete Fuertes, deben de ser muy numerosas.
Como un gesto de despedida, F'lar inclinó ligeramente su cuerpo hacia el soberano. Pudo imaginar la expresión enfurecida del rostro de Fax mientras se alejaba ruidosamente. Esperó un buen rato para asegurarse de que Fax estaba fuera del pasillo, y entonces se dirigió al Gran Vestíbulo.
Las bulliciosas sirvientas interrumpieron su tarea de instalar mesas adicionales de caballete para contemplar de reojo al dragonero. F'lar las saludó amablemente, observando si alguna de aquellas hembras poseía el material del que están hechas las mujeres Weyr. Gastadas por el trabajo, mal alimentadas, marcadas por el látigo y las enfermedades, no eran más que lo que eran: sirvientas, aptas únicamente para rudos trabajos manuales.
F'nor y los hombres se habían instalado en un barracón apresuradamente vaciado. Los dragones estaban cómodamente posados sobre los rocosos espolones encima del Fuerte. Se habían situado de modo que pudieran vigilar el ancho valle en toda su extensión. Todos habían sido alimentados antes de abandonar el Weyr, y cada uno de los jinetes cuidaba debidamente de su dragón: en una Búsqueda no podía haber incidentes.
Cuando F'lar entró en el barracón, los dragoneros, como un solo hombre, se pusieron en pie.
- Mantened los ojos bien abiertos, sin provocar disturbios ni crear problemas -dijo F'lar lacónicamente -.A la puesta del sol, regresad con los nombres de cualquier posible candidata.
Los hombres asintieron expresando en sus ojos la comprensión. Su confianza en el éxito de la Búsqueda era total, a pesar de que, ahora que había visto a todas las mujeres de Fax, las dudas de F'lar eran mayores. Lógicamente, lo más selecto de las Altas Extensiones debería encontrarse en el Fuerte principal de Fax, pero no estaba allí. Sin embargo, el Fuerte era muy extenso, y además les quedaban otros seis por visitar…
De tácito acuerdo, F'lar y F'nor salieron del barracón. Los hombres seguirían, discretamente, solos o en parejas para reconocer la zona de los artesanos y las fincas agrícolas más próximas. Los hombres estaban tan abiertamente deseosos de salir afuera como lo estaba F'lar en su fuero interno. Hubo una época en la que los dragoneros habían sido con cierta frecuencia preciados huéspedes en todos los grandes Fuertes de Pern, desde el Nerat meridional hasta el alto de Tillek. También esta agradable costumbre había muerto siendo sustituida con otros usos, evidenciando la poca consideración que en la actualidad merecía el Weyr. F'lar se había jurado a sí mismo cambiar este estado de cosas.
Se obligó a recordar los insidiosos cambios. Los Archivos, que cada mujer Weyr llevaba, eran una prueba de la gradual pero perceptible decadencia, localizable a través de las últimas doscientas Revoluciones. El conocer los hechos no mejoraba la situación. y F'lar era de los pocos que, en el propio Weyr, daba igual crédito a los Archivos que a las baladas. Y si podía creerse en las antiguas leyendas, la situación se modificaría radicalmente dentro de muy poco tiempo.
F'lar sentía que había un motivo, una explicación y un propósito para cada una de las Leyes del Weyr, desde la Primera Impresión hasta los Pedernales, desde las alturas libres de hierba hasta los canalones a lo largo de los espolones. Incluso para elementos tan nimios como controlar el apetito de un dragón para limitar los habitantes del Weyr. Aunque F'lar ignoraba por qué habían sido abandonados los otros cinco Weyrs. Se preguntó ociosamente si existirían Archivos, polvorientos y destrozándose, en los Weyrs en desuso. La próxima vez que su escuadrón saliera a patrullar, lo comprobaría. Desde luego, en el Weyr de Benden no había ninguna explicación.
- Aunque hay actividad, no hay entusiasmo -estaba diciendo F'nor, dirigiendo de nuevo la atención de F'lar a su recorrido de la zona artesana.
Habían descendido por la acanalada rampa desde el Fuerte hasta la zona artesana, la ancha carretera con casitas a ambos lados subiendo hasta los imponentes talleres de piedra de los artesanos. Silenciosamente, F'lar observó los canalones llenos de musgo en los tejados, las enredaderas trepando por las paredes. Para alguien como él, resultaba doloroso ser testigo de la flagrante omisión de las elementales medidas de seguridad. En las proximidades de las viviendas de los seres humanos la vegetación estaba prohibida.
- Las noticias viajan con rapidez -rió entre dientes F'nor, al tiempo que saludaba con un gesto a un artesano que llevaba una bata de panadero y que había pasado apresuradamente junto a ellos, murmurándoles los buenos días-. Ni una sola hembra a la vista.
Su observación era exacta. A esta hora, las mujeres deberían estar en el exterior, trayendo provisiones de las tiendas, lavando en el río en un día tan caluroso, o dirigiéndose a las casas de labor para ayudar en las faenas agrícolas. Pero no había ni una sola a la vista.
- Nosotros solíamos ser compañeros preferidos por cualquier mujer -observó F'nor cáusticamente.
- En primer lugar visitaremos la Pañería. Si la memoria no me falla…
- Nunca te ha fallado -le interrumpió F'nor alegremente.
No se aprovechaba de su parentesco con F'lar, pero se encontraba más a gusto con el caballero bronce que la mayoría de los dragoneros, incluidos los otros caballeros bronce. En una sociedad estrechamente unida en un plano de igualdad, F'lar era excepcional. Mandaba un escuadrón muy disciplinado, pero los hombres maniobraban para servir a sus órdenes. En los juegos, su escuadrón siempre sobresalía. Ninguno de sus subordinados tropezó nunca en el inter para desaparecer para siempre, y ningún animal de su escuadrón había enfermado, dejando a un hombre en el exilio sin dragón del Weyr, con una parte de sí mismo paralizada para siempre.
- L 'tol siguió este camino y se estableció en una de las Altas Extensiones -continuó F'lar.
- ¿L'tol?
- Sí, un caballero verde del escuadrón de S'lel. Tienes que acordarte.
Un movimiento mal calculado durante los Juegos de Primavera había situado a L 'tol y su animal en el mismo centro de una emisión de fosfina de Tuenth, el bronce de S'lel. Al tratar de eludir la explosión, el dragón había derribado a su jinete, que había sido puesto a salvo por otro compañero de escuadrón; pero el dragón verde, con su ala izquierda quemada y el cuerpo chamuscado, había muerto a causa del choque y por intoxicación de fosfina.
- L 'tol nos ayudaría en nuestra Búsqueda -convino F'nor, mientras los dos dragoneros subían hasta las puertas de bronce de la Pañería.
Una vez allí, se detuvieron en el umbral, adaptando sus ojos a la tamizada luz del interior. Una lámparas puntuaban los nichos de la pared y colgaban racimos encima de los telares en los que eran tejidos los más delicados tapices y telas por maestros artesanos. El ambiente era de silenciosa y deliberada laboriosidad.
Sin embargo, antes de que sus ojos se hubieran adaptado, una figura se deslizó hasta ellos, murmurando una cortés aunque breve invitación para que la siguieran.
Fueron conducidos a la parte derecha de la entrada, a una pequeña oficina que una cortina separaba del vestíbulo principal. Su guía se volvió hacia ellos, con su rostro visible a la luz de una lámpara. Había en él aquel aire que le señalaba de modo indefinible como un dragonero. Pero su rostro estaba profundamente arrugado, y en uno de los lados mostraba las cicatrices de unas antiguas quemaduras. Sus ojos, enfermos de un hambriento anhelo, dominaban su rostro. Parpadeaba continuamente.
- Soy Lytol, ahora -dijo con voz ronca.
F'lar asintió, reconociéndole.
- Tú debes de ser F'lar -dijo Lytol-, y tú F'nor. Los dos tenéis el mismo aire que vuestro padre.
F'lar asintió de nuevo.
Convulsivamente, Lytol tragó saliva, crispando los músculos de su cara a medida que la presencia de los dragoneros reavivaba su conciencia del exilio. Trató de sonreír.
- ¡Dragones en el cielo! La noticia se ha extendido con más rapidez que las Hebras.
- Nemorth ha puesto una hembra.
- ¿Y Jora ha muerto? -preguntó Lytol en tono preocupado, con su rostro libre del nervioso movimiento por un instante-. ¿Fue Hath quien la cubrió?
F'lar asintió.
Lytol sonrió amargamente.
- Así que otra vez R'gul, ¿eh? -Durante unos instantes permaneció silencioso, con aire pensativo, aquietados sus párpados pero con los músculos de su mandíbula en continuo movimiento -. ¿Vais a recorrer las Altas Extensiones? -preguntó finalmente-. ¿Todas ellas? -añadió, poniendo un ligero énfasis en «todas».
- Desde luego -respondió F'lar.
- Habéis visto a las mujeres -dijo Lytol, con visible disgusto. Sus palabras no eran una pregunta, sino una afirmación ya que se apresuró a añadir-: Bueno, no las hay mejores en todas las Altas Extensiones.
Su tono reflejaba un profundo desdén. Se apoyó en la pesada mesa que casi llenaba una esquina de la pequeña habitación. Sus manos agarraban con tanta fuerza el ancho cinturón que sujetaba la túnica suelta a su cuerpo que el recio cuero estaba doblado.
- Uno casi esperaría lo contrario, ¿no es cierto? -continuó Lytol.
Estaba hablando demasiado y con excesiva rapidez. En otro hombre inferior hubiera resultado ofensivamente brusco. Lo que provocaba aquella locuacidad en Lytol era la terrible soledad derivada de su exilio del Weyr. Lytol rozaba las superficies con apresuradas preguntas que él mismo se contestaba, en vez de profundizar en materias demasiado delicadas para ser tocadas, tales como su insaciable necesidad de aquellos de su raza. Pero estaba proporcionando a los dragoneros precisamente la información que necesitaban.
- Pero a Fax le gusta que sus mujeres sean gordas y dóciles -añadió Lytol-. Incluso la Dama Gemma ha claudicado. Sería distinto si Fax no necesitara el apoyo de la familia de ella. Ah, sería muy distinto. De modo que siempre la tiene embarazada, esperan do que cualquier día muera en un parto. Y lo hará. Lo hará.
La risa de Lytol resonó desagradablemente.
- Cuando Fax accedió al poder, todos los hombres inteligentes enviaron a sus hijas lejos de las Altas Extensiones o marcaron sus rostros con un hierro candente. -Hizo una pausa, sumido en amargos recuerdos, con los ojos llenos de odio -.Yo fui un estúpido, creyéndome inmune por mi posición.
Lytol se irguió, cuadrando sus hombros y encarándose con los dos dragoneros. Su expresión era vengativa, baja y tensa su voz.
- Por el bien y la seguridad de Pern, matad a ese tirano, dragoneros. Del Weyr. De la reina. El sólo espera su momento. Propaga el descontento entre los otros Señores. El… -la risa de Lytol se hizo histérica ahora-… se imagina a sí mismo tan bueno como los dragoneros.
- Entonces, ¿no hay candidatas en este Fuerte? -inquirió F'lar con la voz lo suficientemente aguda como para introducirse a través de la preocupación del hombre con su curiosa teoría.
Lytol miró fijamente al caballero bronce.
- ¿Acaso no lo he dicho? Las mejores murieron a manos de Fax o fueron enviadas lejos. Las que quedan no son nada, nada. Mentalmente débiles, ignorantes, estúpidas, sosas. Ya tuvisteis eso con Jora. Ella…
Súbitamente calló, y agitó la cabeza, apretándose las sienes con las manos, incapaz de disimular su angustia y su desesperación. -¿Y en los otros Fuertes?
Lytol movió negativamente la cabeza, frunciendo el ceño. -Igual que aquí. Muertas o fugitivas.
- ¿Qué me dices del Fuerte de Ruatha?
Lytol dejó de agitar la cabeza y miró fijamente a F'lar, con los labios curvados en una astuta sonrisa. Luego, rió sin alegría.
- ¿En estos tiempos piensas encontrar una Torene o una Moreta ocultas en el Fuerte de Ruatha? Bueno, caballero bronce, todos los de sangre Ruatha están muertos. Aquel día, la espada de Fax estaba sedienta. Conocía la verdad de los relatos de los arpistas en los que se hablaba de la hospitalidad que los Señores de Ruatha otorgaban a los dragoneros y se afirmaba que los Ruatha eran una raza aparte. En aquella Línea -la voz de Lytol se convirtió en un susurro confidencial- había hombres de Weyr exiliados, como yo…
Con seriedad, F'lar asintió, no queriendo privar al hombre del ingenuo placer de aquella supervaloración de sí mismo.
- No, en el Valle de Ruatha apenas queda nada -continuó Lytol-. Y Fax no obtiene nada de aquel Fuerte, nada que no sean problemas… -Esta reflexión pareció tranquilizar a Lytol, y el cambio de humor se reflejó en su rostro-. Ahora, los de este Fuerte somos los mejores pañeros de todo Pern, y nuestros herreros fabrican las armas mejor templadas. -En sus ojos chispeó el orgullo por su comunidad de adopción -.Los reclutas de Ruatha tienden a morir de accidentes o extrañas enfermedades. Y las mujeres que Fax solía tomar… -Su risa se hizo desagradable-. Se rumoreó que, durante muchos meses, se quedó impotente.
La activa mente de F'lar saltó a una curiosa conclusión. -¿No queda nadie de la Sangre?
- ¡Nadie!
- ¿Ninguna familia en tierras del Fuerte con sangre Weyr? Lytol frunció el ceño y miró a F'lar con aire de sorpresa. Se frotó pensativamente las cicatrices de su rostro.
- Las había -admitió lentamente-. Las había, pero dudo que hayan sobrevivido. -Meditó unos instantes, y luego sacudió la cabeza enfáticamente -.La resistencia a la invasión fue encarnizada, y no se dio cuartel. En el Fuerte, Fax no respetó ni a las damas ni a los niños. Y encarceló o ejecutó a cualquiera que hubiera empuñado las armas por Ruatha.
F'lar se encogió de hombros. La idea había sido una simple posibilidad. Con unas represalias tan severas, no había duda de que Fax había eliminado la resistencia, así como a los mejores artesanos. Eso no justificaría la mala calidad de los productos de Ruatha y el hecho de que los pañeros de las Altas Extensiones se hubieran convertido en los mejores de su oficio.
- Me gustaría tener mejores noticias para ti, dragonero -murmuró Lytol.
- No importa -le tranquilizó F'lar, extendiendo una mano para apartar la cortina que separaba la pequeña habitación del vestíbulo.
Lytol se acercó a él y habló en tono apremiante.
- No olvides lo que te he dicho acerca de las ambiciones de Fax. Obliga a R'gul, o a quienquiera que sea el próximo caudillo del Weyr, a vigilar sin descanso las Altas Extensiones.
- ¿Está enterado Fax de tus inclinaciones?
En el rostro de Lytol volvió a reflejarse el hambriento anhelo. Tragó saliva nerviosamente y respondió, sin ninguna emoción en su voz:
- Si al Señor de las Altas Extensiones le diera por meterse conmigo, carecería de toda importancia porque mi gremio me protege de la persecución. En el artesanado estoy a salvo. Fax depende demasiado de la buena marcha de nuestra industria. -Se echó a reír, con una risa burlona-. Soy el mejor tejedor de escenas bélicas. Desde luego -añadió, enarcando una ceja jocosamente-, los dragones que se tejen en la tela ya no son los camaradas de los héroes. Supongo que habrás observado el predominio de la vegetación… F'lar hizo una mueca de disgusto.
- Eso no es lo único que hemos observado. Pero Fax conserva las otras tradiciones…
Lytol descartó esta consideración con un gesto de su mano.
- Obra así por pura exigencia militar. Después de que tomara Ruatha, sus vecinos se armaron, ya que lo hizo valiéndose de la traición, permíteme que te lo diga. Y permíteme también que te advierta -Lytol disparó un dedo en dirección al Fuerte- que se mofa abiertamente de las leyendas de las Hebras. Les reprocha a los arpistas las absurdas tonterías de las antiguas baladas, y ha eliminado de su repertorio toda alusión a los dragones. La nueva generación crecerá completamente ignorante del deber, de la tradición y de las precauciones.
Aunque le preocupó mucho más que todo o demás que había oído, a F'lar no le sorprendió oír eso como remate de las revelaciones de Lytol. Otros hombres, también, renegaban de las transmisiones verbales de acontecimientos históricos, calificándolas de simples chismorreos de los arpistas. Pero la Estrella Roja latía en el cielo, y se acercaba el momento en que aquellos hombres volverían histéricamente al redil de los antiguos ritos, temiendo por sus vidas.
- Últimamente, ¿has estado en el exterior a primeras horas de la mañana? -preguntó F'nor, sonriendo maliciosamente.
- He… -empezó a decir Lytol, pero se interrumpió bruscamente, como si se hubiera atragantado. Suspiró audiblemente y se apartó de los dragoneros, con la cabeza inclinada entre sus hundidos hombros-. Marchaos -dijo, rechinando sus dientes. Y, al ver que vacilaban, suplicó-: ¡Marchaos!
Rápidamente, F'lar salió del cuarto, seguido por F'nor. El caballero bronce atravesó el silencioso Vestíbulo a grandes zancadas y emergió a la radiante luz del sol. Un impulso le llevó hasta el centro de la plaza. Una vez allí, se detuvo tan bruscamente que F'nor, pegado a su talones, casi tropezó con él.
- Pasaremos exactamente el mismo tiempo dentro de los otros Vestíbulos -anunció F'lar con voz ronca, hurtando el rostro a la mirada de F'nor. Tenía un nudo en la garganta. Súbitamente, le resultaba difícil hablar. Tragó saliva varias veces.
- Encontrarse sin dragón… -murmuró F'nor en tono compasivo.
La conversación con Lytol le había deprimido, sumiéndole en una especie de melancolía a la que no estaba acostumbrado. El hecho de que F'lar apareciera igualmente impresionado era un rotundo mentís a la opinión particular de F'nor de que su hermanastro era incapaz de emocionarse.
- Una vez realizada la Primera Impresión, no existe otro camino. Lo sabes perfectamente -logró decir F'lar, y echó a andar en dirección al Vestíbulo que ostentaba el emblema de los curtidores.
Honra a los que cuidan de los dragones,
En pensamiento y favor, de palabra y de obra.
Se pierden mundos o se salvan mundos
De los peligros que los dragones arrastran.
Dragonero, evita excesos;
La codicia atraerá desgracia al Weyr;
Respeta las antiguas Leyes,
Para que así prospere el Weyr.
A un mismo tiempo, F'lar estaba divertido y no lo estaba. Este era su cuarto día en compañía de Fax, y sólo el firme control que F'lar ejercía sobre sí mismo y sobre su escuadrón evitaba que la situación desembocara en un estallido de violencia.
Mientras Mnementh se deslizaba plácidamente hacia el Paso de los Senos de Ruatha, F’lar pensaba que había sido una afortunada casualidad que él hubiera escogido las Altas Extensiones. La táctica de Fax habría tenido éxito con R’gul, que era muy consciente de su honor, o con S'lan o D'nol, que eran demasiado jóvenes para haber desarrollado mucha paciencia o discreción. S'lel se hubiera retirado lleno de confusión, un desenlace para el Weyr casi tan desastroso como el combate.
Él tenía que haber correlacionado las indicaciones hacía mucho tiempo. La decadencia del Weyr y de su influencia no procedía únicamente de los Señores de los Fuertes y de sus gentes. Procedía también del interior del Weyr, un resultado de reinas inferiores y de Damas del Weyr incompetentes. Procedía de la inexplicable insistencia de R’gul en no «molestar» a los Señores, en mantener a los dragoneros dentro del Weyr. Y- dentro del mismo Weyr se había puesto demasiado énfasis en los preparativos para los Juegos, hasta el punto que la competición interna entre escuadrones se había convertido en la principal, por no decir la única, de las actividades del Weyr.
Igual que los Señores no se habían despertado un buen día, recientemente, decididos a no seguir pagando el tradicional diezmo al Weyr, el crecimiento de la hierba no se había producido de la noche a la mañana. La cosa había tenido un desarrollo paulatino, abonado por la lenidad del Weyr, hasta desembocar en una situación en la que un advenedizo, heredero colateral de un antiguo Fuerte, podía permitirse el lujo de despreciar a los dragoneros y de omitir las precauciones elementales que mantenían a Pern libre de Hebras.
Si el Weyr hubiese conservado su antigua autoridad, F'lar dudaba de que Fax hubiera desarrollado su programa de agresión contra los Fuertes vecinos. Cada Hold debía tener a su Señor para proteger al valle y a la gente de las Hebras. Un Fuerte, un Señor…, y no un Señor reclamando siete Fuertes. Además de ir contra la antigua tradición, esto último era un craso error ya que, ¿cómo podía un hombre proteger siete valles al mismo tiempo? Un hombre, a excepción de un dragonero, sólo puede estar en un lugar cada vez. Y, a menos de que un hombre montara en un dragón, tardaba horas en trasladarse de un Fuerte a otro. El antiguo Weyr no hubiera permitido esa falta de respeto a los viejos usos.
F'lar vio las llamas a lo largo de las áridas alturas del Paso, y Mnementh modificó obedientemente su deslizamiento para ofrecer una mejor visión. Según órdenes de F'lar, la mitad del escuadrón iba por delante de la cabalgata principal. El vuelo rasante sobre un terreno irregular era un buen entrenamiento para ellos. Les había entregado pequeños trozos de pedernal con instrucciones para agostar cualquier tipo de vegetación como práctica. Esto le recordaría a Fax, y a sus soldados, la terrible capacidad de los dragoneros, un fenómeno que la gente normal de Pern parecía haber olvidado.
A medida que los dragones eructaban gases, las ígneas emanaciones de fosfina eran todo un espectáculo. R'gul podía argüir contra la necesidad de extraer pedernal, podía citar incidentes tales como el que había exiliado a Lytol, pero F'lar conservaba la tradición… Y lo mismo hacía cualquier hombre que volara con él, so pena de tener que abandonar el escuadrón. Ninguno le fallaba.
F'lar sabía que los hombres disfrutaban tanto como él mismo cabalgando sobre un dragón llameante. A su manera, las emanaciones de la fosfina eran exhilarantes, y la sensación de poder que surgía a través del hombre que controlaba la potencia y la majestad de un dragón no tenía parangón en la experiencia humana. Una vez realizada la Primera Impresión, los jinetes de los dragones se convertían en hombres aparte para siempre. Y cabalgar sobre un dragón combativo, azul, verde, pardo o bronce, compensaba los riesgos, el incesante estado de alerta, el aislamiento del resto del género humano.
Para poder deslizarse a través de la angosta hendidura del Paso que conducía de Crom a Ruatha, Mnementh plegó sus alas oblicuamente. Inmediatamente después de haber cruzado la hendidura se hizo patente la diferencia entre los dos Fuertes.
F'lar quedó anonadado. A través de los cuatro últimos Fuertes había estado seguro de que el final de la Búsqueda se encontraba en Ruatha.
Habían encontrado a aquella morenita cuyo padre era pañero en Nabol, pero… y una muchacha alta y cimbreante con unos enormes ojos, la hija de un Guardián de baja categoría de Crom, pero… Eran posibilidades, y si F'lar hubiese sido S'lel o K'net o D'nol podría haberlas tomado a las dos como parejas potenciales, aunque no como posibles Damas del Weyr.
Pero F’Iar se había convencido a sí mismo de que la verdadera elección tendría lugar en el sur. Ahora, contemplando la ruina que era Ruatha, sus esperanzas se desvanecían. Debajo de él vio un estandarte de Fax formando la secuencia que le reclamaba a su lado.
Dominando su sensación de desaliento, ordenó a Mnementh que descendiera. Controlando a duras penas el terror de su montura terrestre, Fax agitó una mano en dirección al valle de aspecto abandonado.
- Contempla la gran Ruatha en la cual tenías tantas esperanzas -comentó con sarcasmo.
F'lar sonrió fríamente, preguntándose cómo había adivinado Fax aquello. ¿Tan transparente había sido F'lar al sugerir la Búsqueda en los otros Fuertes? ¿O se trataba de una sospecha correcta por parte de Fax?
- Con sólo una ojeada se comprende por qué ahora son preferidos los productos de las Altas Extensiones -se oyó replicar F'lar.
Mnementh rezongó, pero F'lar le llamó severamente al orden. El bronce había desarrollado una antipatía lindante con el odio hacia Fax. Semejante antipatía no era normal en un dragón, y constituía un motivo de preocupación para F'lar. No hubiera lamentado lo más mínimo la muerte de Fax, pero no la deseaba bajo el aliento de Mnementh.
- Ruatha no produce nada bueno -dijo Fax en un tono que no disimulaba su cólera.
Tiró bruscamente de las riendas de su montura, y la espuma que cubría el hocico del animal se tiñó de sangre. La bestia echó la cabeza hacia atrás para aflojar la dolorosa tensión, y Fax la golpeó salvajemente entre las orejas. Según observó F'lar, aquel golpe no era tanto consecuencia de la protesta del pobre animal como del espectáculo de la improductiva Ruatha.
- Soy el soberano. Mi proclamación no fue discutida por nadie de la Sangre. Tengo todos los derechos. Ruatha debe pagar su tributo a su legítimo soberano…
- y pasar hambre el resto del año -observó F'lar secamente, tendiendo su mirada sobre el ancho valle.
Había pocos campos que estuvieran arados. Los pastos hacían que los rebaños estuvieran raquíticos. Incluso sus huertos parecían agostados. Los capullos que habían sido tan abundantes en los árboles de Crom, el valle contiguo, escaseaban aquí, como si se negaran a brotar en un lugar tan desalentador. A pesar de que el sol estaba muy alto, no parecía haber ninguna actividad en las casas de labor, o no había nadie lo bastante cerca como para ser observado. La atmósfera era de tétrica desesperación.
- Ha habido resistencia a mi gobierno en Ruatha.
Con curiosidad, F'lar miró a Fax, ya que la voz del hombre estaba cargada de odio, augurando mayores males para los rebeldes de Ruatha. El carácter vengativo de la actitud de Fax hacia Ruatha y sus rebeldes estaba teñido de otra fuerte emoción que F'lar había sido incapaz de identificar, pero que había captado en el mismo instante en que había sugerido esta visita a los Fuertes.
No podía ser miedo, ya que Fax no temía a nada y estaba odiosamente seguro de sí mismo. ¿Repugnancia? ¿Horror? ¿Incertidumbre? F'lar era incapaz de etiquetar la naturaleza de la aversión especial de Fax a visitar Ruatha, pero al hombre no le había gustado la perspectiva, y ahora reaccionaba violentamente al encontrarse dentro de aquellas inquietantes fronteras.
- Una actitud absurda por parte de los de Ruatha -observó F'lar amistosamente.
Fax giró a su alrededor, con una mano en la empuñadura de su espada y los ojos llameantes. F'lar anticipó con una sensación próxima al placer la posibilidad de que el usurpador Fax atacara realmente a un dragonero… Casi quedó decepcionado cuando Fax se dominó, asió con mano firme las riendas de su montura y la espoleó, lanzándola a una frenética carrera.
- Sin embargo, le mataré -se dijo F'lar a sí mismo, y Mnementh manifestó su aprobación agitando las alas.
F'nor se dejó caer al lado de su caudillo bronce.
- Me ha parecido ver que Fax ha estado a punto de atacarte.
Los ojos de F'nor tenían un extraño brillo, su sonrisa era ácida.
- Hasta que recordó que yo estaba montado sobre un dragón. -No le pierdas de vista, caballero bronce. Se propone asesinarte lo antes posible.
- ¡Si puede!
- Está considerado como un luchador sin escrúpulos -advirtió F'nor, desaparecida su sonrisa.
Mnementh agitó de nuevo sus alas, y F'lar acarició con aire ausente el largo cuello de piel suave.
- ¿Estoy en desventaja? -preguntó F'lar, herido en su amor propio por las palabras de F'nor.
- Que yo sepa, no -se apresuró a decir F'nor, sobresaltado-. Aunque no le he visto en acción, no me gusta lo que he oído. Con y sin motivo, mata a menudo.
- Y como los dragoneros no estamos sedientos de sangre, no somos temidos como adversarios, ¿verdad? -dijo F'lar en tono sarcástico -. ¿Te avergüenzas de haber nacido en el seno de nuestra raza?
.-¡No! -exclamó F'nor, dolido por el reproche implícito de las palabras de su jefe-. ¡Ni yo, ni mis compañeros de escuadrón! Pero hay algo en la actitud de los hombres de Fax que me hace desear algún pretexto para luchar.
- Tal como has observado, es muy probable que tengamos lucha.
Hay algo en Ruatha que pone nervioso a nuestro noble soberano. Mnementh y ahora Canth, el pardo de F'nor, extendieron sus alas, agitándolas para llamar la atención de sus jinetes.
F'lar miró fijamente mientras el dragón volvía la cabeza hacia su jinete, con sus grandes ojos brillando como ópalos iluminados por el sol.
- En este valle hay una fuerza sutil -murmuró F'lar, traduciendo el excitado mensaje del dragón.
- Así es, mi pardo también la siente -dijo F'nor.
- Cuidado, caballero pardo -advirtió F'lar-. Cuidado. Envía a todo el escuadrón arriba. Registra este valle. Debí darme cuenta. Debí sospecharlo. Todo estaba ahí para ser valorado. ¡Se diría que los dragoneros se están convirtiendo en unos tontos!
El Fuerte está cautivo
El Vestíbulo está vacío,
y los hombres desaparecen.
El suelo es estéril,
La roca desnuda.
Toda esperanza se desvanece.
Cuando el excitado mensajero entró tambaleándose en el Gran Vestíbulo, Lessa estaba recogiendo cenizas del hogar. Lessa se hizo lo más inconspicua posible para que el Gobernador no la despidiera. Aquella mañana se las había ingeniado para que la enviaran al Gran Vestíbulo, sabiendo que el Gobernador se proponía castigar al pañero principal por la deficiente calidad de los géneros preparados para ser enviados a Fax.
- ¡Fax viene hacia aquí! ¡Con dragoneros! -anunció el hombre, mientras se adentraba en la penumbra del Gran Vestíbulo.
El Gobernador, que estaba a punto de descargar su látigo sobre el pañero principal, se giró, asombrado, de su víctima. El mensajero, un agricultor de las afueras de Ruatha, avanzó tambaleándose hacia el Gobernador, tan excitado con su mensaje que le agarró el brazo.
- ¿Cómo te atreves a abandonar tu Fuerte? -El Gobernador apuntó con su látigo al desconcertado agricultor. La fuerza del primer golpe hizo que el hombre cayera de rodillas. Aullando, se arrastró fuera del alcance de un segundo latigazo-. ¡Dragoneros! ¿Fax? ¡Ja! Fax no viene a Ruatha. ¡Toma! -El Gobernador descargó otro golpe sobre el indefenso agricultor antes de girarse, sin aliento, hacia el pañero y los dos subgobernadores-. ¿Cómo ha podido llegar hasta aquí con semejante mentira?
El Gobernador se dirigió hacia la puerta del Gran Vestíbulo. Cuando alargaba una mano hacia el pomo de hierro, la puerta se abrió de par en par, casi derribándose, empujada por el oficial de guardia, cuyo rostro estaba ceniciento.
- ¡Dragoneros! ¡Dragones! ¡Están por todas partes de Ruatha! -tartamudeó el hombre, agitando los brazos salvajemente.
También él agarró el brazo del Gobernador, arrastrándole hacia el patio exterior para que comprobara que estaba diciendo la verdad.
Lessa metió en su cubo el último montón de cenizas. Recogiendo sus utensilios de limpieza, se deslizó fuera del Gran Vestíbulo. Detrás de la pantalla de sus cabellos sueltos se escondía una complacida sonrisa en su rostro.
¡Un dragonero en Ruatha! Era una gran oportunidad, tenía que ingeniárselas para humillar o enfurecer a Fax hasta el punto de que renunciara a sus pretensiones sobre el Fuerte en presencia de un dragonero. Entonces, Lessa podría hacer valer sus derechos de nacimiento.
Pero tendría que actuar con suma cautela. Los dragoneros eran hombres excepcionales; la rabia no nublaba su inteligencia; la codicia no empañaba sus juicios; el miedo no embotaba sus reacciones. Los ignorantes podían creer en sacrificios humanos, lascivias anormales, orgías insensatas. Ella no era tan crédula. La repugnancia que sentía por aquellas historias se debía a otro motivo: los dragoneros seguían siendo humanos, y en las venas de ella había sangre Weyr. Era sangre del mismo color que la de cualquier otro; se había derramado la suficiente como para demostrarlo.
Lessa se paró un instante para recobrar el aliento. ¿Era éste el peligro que hacía cuatro días había intuido al amanecer? ¿El encuentro final en su lucha por reconquistar el Fuerte? No, se dijo Lessa a sí misma, en aquel portento había algo más que venganza.
Mientras avanzaba por el pasillo de bajo techo que conducía a la puerta del establo, el cubo lleno de ceniza golpeaba su pierna. Dado que Lessa no había encendido otro fuego en el hogar, Fax se encontraría con una fría bienvenida. Su risa resonó desagradablemente, devuelta por las húmedas paredes. Dejó el cubo en el suelo y se descargó también de la escoba y la pala mientras forcejeaba con la pesada puerta de bronce que daba acceso a los establos nuevos.
Aquellos nuevos establos habían sido construidos en el exterior del acantilado de Ruatha por el primer Gobernador de Fax, un hombre más sutil que sus ocho sucesores. Había hecho más cosas que todos los demás, y Lessa había lamentado sinceramente la necesidad de su muerte. Pero él habría hecho imposible su venganza, la hubiera descubierto antes de que ella hubiese aprendido a pasar inadvertida. ¿Cómo se llamaba aquel Gobernador? Lessa no podía recordarlo. Bueno, el caso es que lamentaba su muerte.
El segundo hombre había sido adecuadamente codicioso, y había resultado fácil establecer una pauta de incomprensión entre Gobernador y artesanos. Aquel Gobernador estaba decidido a estrujar sin piedad a Ruatha de manera que sus bolsillos salieran favorecidos sin que Fax sospechara que le estaban robando una parte de su botín. Una vez que los artesanos empezaban a aceptar la hábil diplomacia del primer Gobernador, se sintieron indignados ante los rapaces métodos del segundo. No podían olvidar las heridas infligidas a Ruatha, se sentían humillados por la posición secundaria que ahora ocupaba en las Altas Extensiones, y los habitantes del Fuerte, artesanos y agricultores, no perdonaban las ofensas individuales que sufrían bajo el segundo Gobernador. No hizo falta demasiada manipulación para que las cosas fueran de mal en peor en Ruatha.
Una vez reemplazado el segundo Gobernador, su sucesor no tuvo mejor suerte. Fue sorprendido apartando para él lo mejor de los productos que debían ser entregados a Fax, y éste ordenó su ejecución. Su huesuda cabeza rodaba todavía de un lado a otro en el principal pozo de pedernal encima de la gran Torre.
El actual Gobernador ni siquiera había sido capaz de mantener el Fuerte en la misma lamentable situación en que lo había encontrado. Asuntos que en apariencia eran sencillos, desembocaban rápidamente en desastres. Como la producción de paño. Muy al contrario de lo que el Gobernador le había asegurado a Fax, la calidad no había mejorado y la cantidad había descendido.
Y ahora Fax estaba aquí. jY con dragoneros! ¿Por qué dragoneros? Aquella cuestión tan importante paralizó a Lessa, y la pesada puerta cerrándose tras ella golpeó dolorosamente sus talones. Que ella supiera, o recordara vagamente, los dragoneros solían visitar con frecuencia Ruatha. Aquellos recuerdos eran como el relato de un arpista, algo contado por otros labios y que no pertenecía al caudal de su propia experiencia. Lessa había limitado su atención a Ruatha. Ni siquiera podía recordar el nombre de reina, o de Dama del Weyr, de la instrucción que había recibido en su infancia, ni recordaba haber oído mencionar a ninguna reina ni Dama del Weyr por alguien en el Fuerte durante las últimas diez Revoluciones.
Tal vez los dragoneros iban, por fin, a llamar la atención a los Señores de los Fuertes por el vergonzoso espectáculo de la vegetación creciendo en tomo a sus dominios. Bueno, Lessa tenía mucho que ver con el crecimiento de la vegetación en Ruatha, pero desafiaba incluso a un dragonero a que la enfrentara con su culpabilidad. jAntes que seguir dependiendo de Fax, sería preferible que todo Ruatha sucumbiera a las Hebras! La herejía de aquel pensamiento sobresaltó a Lessa.
Deseando poder descargar con tanta facilidad de su conciencia semejante sacrilegio, vertió las cenizas en el estercolero del establo. En la presión del aire que la rodeaba, se produjo un cambio repentino. Luego, una sombra fugaz la impulsó a alzar la mirada.
Un dragón, con sus enormes alas extendidas al máximo, casi planeando, se deslizaba por detrás de la parte superior del acantilado. Girando sin esfuerzo, descendió. Un segundo, un tercero y luego todo un escuadrón de dragones le siguieron en vuelo silencioso y descenso geométrico, gracioso y terrible. El claxon de la Torre sonó con retraso, y los gritos y alaridos de los aterrados marmitones brotaron desde el interior de la cocina.
Lessa se puso a cubierto. Penetró en la cocina, donde inmediatamente fue agarrada por el ayudante de cocinero y enviada con un bofetón y un puntapié a los fregaderos. Allí la pusieron a fregar con arena las bandejas sucias de grasa.
Los lloriqueantes perros habían sido ya atados a los espetones giratorios, donde se asaba un famélico animal cuya magra carne iba adobando el cocinero con especias. Mientras tanto, el cocinero no dejaba de lamentarse por la pobre comida que podría ofrecer a tantos huéspedes, algunos de ellos de elevado rango. Algunas frutas de la última y escasa cosecha, secadas durante el invierno, habían sido puestas en remojo, y dos de los marmitones más viejos estaban rascando raíces para ser hervidas.
Un pinche estaba amasando pan, mientras que otro preparaba cuidadosamente una salsa. Mirándole fijamente, Lessa desvió su mano de una caja de especias a otra menos apropiada mientras él daba un batido final al guiso. Luego, con la intención de que la cocción de los panes resultara un desastre, añadió inocentemente un exceso de leña al horno. Finalmente, controló los espetones, acelerando uno y retardando otro, de modo que la carne quedara cruda por un lado y quemada por el otro. Su intención era que el festín resultara un completo fracaso.
Arriba, en el Fuerte, Lessa no dudaba de que otras medidas determinadas, previstas para una ocasión como ésta, estarían siendo descubiertas en aquellos momentos.
Con los dedos ensangrentados por los golpes recibidos en ellos, una de las mujeres del Gobernador entró gritando en la cocina, esperando encontrar refugio allí.
- ¡Los insectos se han estado comiendo las mejores mantas, llenándolas de agujeros! y una perra que había dado a luz sobre las mejores sábanas, me mordió mientras daba de mamar a sus cachorros. Las esteras están sucias y las mejores cámaras llenas de basura transportada por el viento del invierno. Alguien dejó las persianas entreabiertas, muy poco, pero lo suficiente -se lamentó la mujer, apretando la mano contra su pecho y balanceándose hacia atrás y hacia adelante.
Lessa se inclinó afanosamente sobre su tarea de sacarle brillo a las bandejas.
Wher guardián, Wher guardián,
en tu madriguera,
¡ Vigila bien, wher guardián!
¿Quién entra ahí?
- El wher guardián está ocultando algo -le dijo F'lar a F'nor mientras hablaban en la gran cámara que apresuradamente habían limpiado.
A pesar de que ahora ardía un generoso fuego en el hogar, la temperatura ambiente de la habitación seguía siendo helada.
- Cuando Canth le habló, no hizo más que farfullar -observó F'nor.
Estaba apoyado contra la repisa de la chimenea, volviéndose ligeramente de un lado a otro para calentarse. Contempló a su jefe de escuadrón, que paseaba impacientemente de un extremo a otro de la cámara.
- Mnementh lo está tranquilizando -replicó F'lar-. Y es muy capaz de conseguirlo. Es posible que el animal sea más senil que cuerdo, pero…
- Lo dudo -completó la frase F'nor.
Miró con aprensión hacia el techo cubierto de telarañas. Estaba seguro de que podría localizar a la mayoría de las tejedoras, pero no deseaba exponerse a sus picaduras, como remate de las incomodidades experimentadas ya en este maldito Fuerte. Si la noche no era demasiado fría, se proponía pasarla con Canth en las alturas.
- Eso sería una sugerencia más razonable que la que han hecho Fax o su Gobernador.
- Hummm -murmuró F'lar, mirando al caballero pardo con el ceño fruncido.
- Bueno, resulta increíble que, en diez bravas Revoluciones, Ruatha haya podido llegar a semejante estado de decadencia. Todos los dragones han captado la sensación de poder, y es evidente que el wher guardián ha sido manipulado. Eso requiere una gran cantidad de control.
- Por parte de alguien de la Sangre -le recordó F'lar.
F'nor dirigió a su jefe de escuadrón una rápida mirada, preguntándose si podía hablar en serio a la luz de todas las informaciones en sentido contrario.
- Estoy de acuerdo en que aquí existe poder, F'lar -admitió F'nor -.Pero muy bien podría tratarse de un oculto varón bastardo de la antigua Sangre. y lo que nosotros necesitamos es una hembra. Con su inimitable estilo, Fax dio a entender claramente que no había dejado a nadie de la antigua Sangre con vida en el Fuerte el día que lo tomó. Damas, niños, todos. No, no…
El caballero pardo agitó la cabeza, como si con ese gesto pudiera disipar su falta de fe en la curiosa insistencia de su jefe de escuadrón en que la Búsqueda terminaría en Ruatha con sangre de Ruatha.
- Ese wher guardián está ocultando algo, y únicamente alguien de la Sangre de su Fuerte puede preparar eso, caballero pardo -dijo F’lar enfáticamente. Hizo un gesto en torno a la cámara y hacia la ventana-. Ruatha ha sido dominada. Pero, sutilmente, sigue resistiendo. Yo digo que eso apunta a la Sangre y al poder antiguo. No sólo al poder.
La obstinada expresión en los ojos de F'lar, la rigidez de su mandíbula, sugerían que F'nor debía buscar otro tema de conversación.
- Voy a ver lo que puede ser visto alrededor de la marchita Ruatha -murmuró, y salió de la cámara.
F'lar estaba realmente aburrido con la dama que, cortésmente, Fax le había asignado. Reía incesantemente y estornudaba sin parar. Y no aplicaba a su nariz el pañuelo que sus mocos estaban pidiendo a gritos. Desprendía un olor agrio, mezcla de sudor y aceite enranciado. También estaba embarazada de Fax. Aunque su estado aún no era visible, así se lo había confiado a F'lar, inconsciente de la ofensa que significaba para el dragonero, u obedeciendo órdenes de su Señor. Deliberadamente, F'lar ignoró el asunto y, salvo cuando su compañía era obligada en este viaje de Búsqueda, la ignoró también a ella.
Con cierto nerviosismo, Dama Tela le estaba hablando del horrible estado en que se encontraban las habitaciones asignadas a Dama Gemma y a las otras damas del cortejo del Señor.
- Todo el invierno los postigos han permanecido entreabiertos, y tendríais que haber visto la cantidad de porquería que había en los suelos. Al fin, conseguimos que dos de las sirvientas lo barrieran todo y echaran la basura al hogar. Y luego, al encender el fuego, todo se llenó de humo y no había quien aguantara allí, hasta que enviaron a un hombre. -Dama Tela dejó oír la inevitable risita -.Descubrió que una piedra de la misma chimenea que había caído de través había atascado la salida. Fue un auténtico milagro que el resto de la chimenea estuviera en buenas condiciones.
Dama Tela agitó su pañuelo. F'lar contuvo la respiración, ya que el gesto envió un desagradable olor en su dirección.
Alzó la mirada hacia la puerta interior del Fuerte y vio a Dama Gemma descendiendo con paso lento y torpe. Alguna sutil diferencia en su modo de andar le llamó la atención, y trató de identificarla, mirando fijamente a la Dama.
- Oh, sí, pobre Dama Gemma -murmuró Dama Tela, suspirando profundamente-. Todos estamos muy preocupados. No sé por qué mi Señor Fax insistió en que ella viniera. No está aún a punto de cumplir, y sin embargo…
La preocupación de Dama Tela parecía sincera.
Bruscamente, el odio incipiente de F'lar hacia Fax y su brutalidad maduró. Dejó a su compañera con la palabra en la boca, y extendió cortésmente su brazo hacia Dama Gemma para ayudarla a bajar los últimos peldaños y acompañarla hasta la mesa. Sólo la breve presión de los dedos de la Dama sobre su antebrazo traicionó su gratitud. El rostro de Dama Gemma era muy pálido, y las arrugas alrededor de su boca y de sus ojos se habían hecho más profundas, revelando el esfuerzo que estaba realizando.
- Por lo que veo, han intentado adecentar el Vestíbulo -observó Dama Gemma por decir algo.
- Eso parece -admitió F'lar secamente, dirigiendo una mirada circular al amplio y proporcionado Vestíbulo, sus vigas adornadas con telarañas de numerosas Revoluciones.
Las inquilinas de aquellos nidos de gasa caían de cuando en cuando al suelo, sobre la mesa y en las bandejas de la comida. Nada reemplazaba a los antiguos estandartes de la Sangre ruathana, eliminados de las oscuras paredes de piedra. Parecía que las mesas montadas sobre caballetes habían sido recientemente lavadas y frotadas con arena y, a la luz de las renovadas lámparas, las bandejas resplandecían con un brillo mate. Desgraciadamente, eso era un error, ya que la claridad no era lo más conveniente para un escenario que hubiera resultado más tranquilizador en una semipenumbra.
- Éste era un Vestíbulo muy agradable -murmuró Dama Gemma, de modo que sólo pudiera oírlo F’lar.
- ¿Erais una amiga? -preguntó cortésmente F’lar.
- En mi juventud sí. -Dama Gemma subrayó significativamente la palabra juventud, evocando para F'lar una doncellez más feliz-. ¡Era una noble línea!
- ¿Creéis que alguien podría haber escapado de la espada?
Dama Gemma le miró desconcertada, y luego compuso rápidamente sus facciones para no llamar la atención. De un modo apenas perceptible, inclinó afirmativamente la cabeza, y pasó a ocupar su lugar en la mesa, saludando a F'lar con un gracioso gesto con el que, al mismo tiempo, le despedía y le daba las gracias.
F'lar fue en busca de su compañera, y la situó a su izquierda en la mesa. Como únicas personas de categoría que cenarían aquella noche en el Fuerte de Ruatha, Dama Gemma estaba sentada a su derecha; Fax se sentaría al otro lado de ella. Las mesas inferiores las ocuparían los dragoneros y los oficiales de la tropa de Fax. No había sido invitado ningún miembro de los gremios.
En aquel mismo instante llegó Fax con su actual dama y dos subjefes. El Gobernador les precedía, haciendo grandes reverencias. F’lar observó que el hombre se mantenía a cierta distancia de su soberano, tal como era de esperar en un Gobernador que atendía de un modo tan lamentable a sus responsabilidades. Encima de la mesa acababa de caer una araña y F'lar la barrió. Por el rabillo del ojo vio que Dama Gemma parpadeaba y se estremecía.
Con el rostro congestionado por la rabia reprimida, Fax se acercó a la mesa. Con brusquedad, echó su silla hacia atrás, golpeando la de Dama Gemma antes de sentarse. Luego, empujó con tanta fuerza la silla hacia la mesa que estuvo a punto de derribarla pues no era demasiado estable con los caballetes. Frunciendo el ceño, examinó su copa y su plato, pasando un dedo por la superficie, dispuesto a tirarlos al suelo si no le complacían.
- Un asado, mi Señor Fax, y pan tierno, y las frutas y raíces que quedaban.
- ¿Quedaban? ¿Quedaban? Dijiste que no se había cosechado nada.
El Gobernador desorbitó los ojos y tragó saliva, tartamudeando:
- No quedaba nada para ser enviado. Nada lo suficientemente bueno como para ser enviado. Nada. Si hubiera sabido que ibais a venir, podría haber pedido a Crom…
- ¿Pedido a Crom? -rugió Fax, golpeando el plato que estaba examinando contra la mesa con tanta fuerza que el borde se dobló bajo sus manos.
El Gobernador parpadeó como si le hubieran golpeado a él.
- Algo decente para comer, mi señor -gimoteó.
- El día en que uno de mis Fuertes no pueda mantenerse a sí mismo ni recibir con dignidad la visita de su legítimo soberano, renunciaré a él.
Dama Gemma ahogó una exclamación de sorpresa. Simultáneamente, los dragones rugieron. F'lar sintió la inconfundible oleada de poder. Instintivamente, sus ojos buscaron a F'nor en la mesa inferior. El caballero pardo y todos los dragoneros habían experimentado la misma inexplicable exultación.
- ¿Qué ocurre, dragonero? -estalló Fax.
Fingiendo preocupación, F'lar extendió sus piernas debajo de la mesa y asumió una postura indolente en la pesada silla.
- ¿A qué te refieres?
- ¡A los dragones!
- Oh, nada. Al ponerse el sol, al ver pasar una bandada de pájaros o a las horas de comer rugen a menudo.
F’lar sonrió afablemente al Señor de las Altas Extensiones. A su lado, su compañera de mesa emitió un leve chillido.
- ¿A las horas de comer? ¿Acaso no han comido?
- Oh, sí. Hace cinco días.
- Oh. ¿Hace… cinco días? Y ahora, ¿tienen hambre?
La voz de Dama Tela estaba alterada por el miedo, y sus ojos se habían desorbitado ligeramente.
- Dentro de unos días -le aseguró F'lar.
Aprovechando el pretexto de aquella conversación, F'lar escrutó el Vestíbulo. Aquella oleada de poder le había llegado desde muy cerca. Muy posiblemente desde el interior del propio Vestíbulo. Ya que se había producido inmediatamente después de la declaración de Fax, era muy probable que sus palabras la hubieran desencadenado. F'lar vio que F'nor y los otros dragoneros estaban investigando, disimuladamente todos los rostros que había en el Vestíbulo. Se podía descartar a los soldados de Fax y a los hombres del Gobernador. El poder tenía un indefinible toque femenino.
¿Una de las mujeres de Fax? A F'lar le pareció increíble. Mnementh había estado cerca de todas ellas y ninguna había mostrado un vestigio de poder, y mucho menos -a excepción de Dama Gemma- de inteligencia.
¿Una de las mujeres del Vestíbulo? Hasta entonces sólo había visto a las deplorables fregonas y a las hembras de edad madura que el Gobernador tenía como sirvientas. ¿La mujer personal del Gobernador? Ni siquiera sabía si aquel hombre tenía una. ¿Una de las mujeres de los guardianes del Fuerte? F'lar reprimió un intenso deseo de levantarse a investigar.
- ¿Has montado una guardia? -le preguntó a Fax de un modo casual.
- ¡Doble en el Fuerte de Ruatha! -fue la dura respuesta, surgida de una parte muy profunda del pecho de Fax.
- ¿Aquí? -inquirió F'lar, estallando en una carcajada y mirando alrededor de la destartalada cámara.
- j Aquí! -Fax cambió de tema con un rugido -.i Comida!
Cinco marmitones, dos de ellos mujeres vestidas con unos harapos tan sucios que F'lar confió en que no hubieran tenido nada que ver con la preparación de la comida, se presentaron tambaleándose bajo el peso del asado. Nadie que poseyera un rastro de poder se degradaría hasta el punto de realizar aquellas tareas, a menos…
Le distrajo el aroma que brotaba de la bandeja que acababa de ser depositada sobre la mesa de trinchar. Olía a hueso quemado y a carne carbonizada. Incluso el cántaro de klah que circulaba por la mesa olía mal. Como si un agudo filo pudiera cortar porciones aceptables de aquel inverosímil asado, el Gobernador afilaba frenéticamente sus herramientas.
Dama Gemma contuvo de nuevo la respiración, y F'lar vio que sus manos se engarfiaban alrededor de los brazos de su silla. Vio el movimiento convulsivo de su garganta al tragar. Tampoco a él le agradaba la perspectiva de aquella comida.
De nuevo volvieron los marmitones, esta vez llevando bandejas llenas de pan. Antes de servirlo, hubo que rascar y cortar, en algunos lugares, las cortezas quemadas. Mientras iban trayendo más bandejas, F'lar trató de examinar los rostros de los sirvientes. Una mata de cabellos ocultaba casi por completo la cara de la criada que ofreció a Dama Gemma un plato de legumbres nadando en un grasiento caldo. Asqueado, F'lar hurgó a través de las legumbres para encontrar porciones adecuadamente cocidas y ofrecérselas a Dama Gemma. Ella las apartó a un lado, tratando de disimular su malestar.
Cuando F'lar estaba a punto de volverse y servir a Dama Tela, vio que la mano de Dama Gemma se aferraba convulsivamente al brazo de su silla. Fue entonces cuando se dio cuenta de que no estaba simplemente asqueada por la poco apetitosa comida; se encontraba bajo los efectos de los dolores del parto.
F'lar miró en dirección a Fax. El soberano contemplaba con el ceño fruncido los esfuerzos del Gobernador por encontrar porciones comestibles de carne.
F'lar tocó ligeramente con sus dedos el brazo de Dama Gemma. Ella volvió el rostro lo suficiente para poder ver a F'lar por el rabillo del ojo. Logró esbozar una socialmente correcta media sonrisa.
- No me atrevo a marcharme precisamente ahora, Señor F'lar. Siempre es peligroso en Ruatha. Y es posible que, a mi edad, sólo sean falsos dolores.
Al ver que Dama Gemma se estremecía de nuevo, F'lar no quedó demasiado convencido. Si hubiera sido más joven, Dama Gemma hubiera sido una excelente Dama del Weyr, pensó melancólicamente.
El Gobernador, con manos temblorosas, presentó a Fax las tajadas de carne, unas porciones casi comestibles, aunque la cantidad era más bien escasa.
El ancho puño de Fax salió disparado, y el Gobernador recibió el plato, la carne y el jugo en el rostro. A pesar de sí mismo, F'lar suspiró, ya que, indudablemente, aquéllas eran las únicas porciones comestibles de todo el animal.
- ¿Llamas comida a esto? ¿Llamas comida a esto? -aulló Fax. Su voz resonó contra la cúpula desnuda del techo, sacudiendo las frágiles telarañas y haciendo caer a muchas de sus inquilinas-. ¡Porquería! ¡Porquería!
Rápidamente, F'lar sacudió las arañas que habían caído encima de Dama Gemma, la cual no podía moverse debido a lo intenso de sus contracciones.
- Es lo único de que disponíamos, con tanta prisa…-gimió el Gobernador, con sus mejillas chorreando jugos sanguinolentos.
Fax le arrojó su copa, y el vino empapó el pecho del hombre. Siguió el humeante plato de raíces, y el hombre aulló al ser alcanzado por el hirviente líquido.
- ¡Mi Señor, mi Señor, si lo hubiera sabido con tiempo!
- Evidentemente, Ruatha no puede recibir con dignidad la visita de su Señor. Debes renunciar a él -se oyó decir a sí mismo F'lar.
Su impresión ante semejantes palabras brotando de sus labios fue tan grande como la de todos los presentes en el vestíbulo. Se hizo un profundo silencio, roto únicamente por el chasquido de las arañas al caer de sus nidos y al goteo del caldo de raíces de los hombros del Gobernador a las esteras. Cuando Fax se volvió lentamente para encararse con el caballero bronce, el crujido de tacón de la bota del soberano fue claramente audible.
Mientras F'lar dominaba su propio asombro y pensaba furiosamente en lo que podría hacer a continuación para enmendar su error, vio que F'nor se ponía lentamente en pie, con la mano sobre la empuñadura de su daga.
- ¿He oído bien lo que acabas de decir? -preguntó Fax, con el rostro desprovisto de toda expresión y los ojos llameantes.
Incapaz de comprender cómo podía haber pronunciado aquellas palabras, F'lar logró asumir una postura lánguida.
- Tú mencionaste, mi Señor -dijo lentamente-, que si alguno de tus Fuertes no podía mantenerse a sí mismo ni recibir con dignidad la visita de su legítimo soberano, renunciarías a él.
Fax miró fijamente a F'lar, con un compendio de emociones rápidamente reprimidas en su rostro, pero con un brillo de triunfo en los ojos. Con su rostro todavía rígido por la forzada expresión de indiferencia, F'lar se estaba haciendo mentalmente reproches a sí mismo. En nombre del Huevo, ¿acaso había perdido todo sentido de la discreción?
Fingiendo una total despreocupación, pinchó unas verduras con su cuchillo y empezó a mordisquearlas. Mientras lo hacía, notó que F'nor giraba lentamente su mirada alrededor del Vestíbulo, escrutando a todo el mundo. De pronto, F'lar comprendió lo que había ocurrido. Al pronunciar aquellas palabras, él, un dragonero, había respondido a un uso encubierto del poder. F'lar, el caballero bronce, estaba siendo empujado a una situación en la que tuviera que luchar con Fax. ¿Por qué? ¿Con qué finalidad? ¿Para conseguir que Fax renunciara al Fuerte? j Increíble! Pero sólo podía existir un motivo posible para semejante giro de los acontecimientos. Una exultación tan aguda como un dolor se hinchó dentro de F'lar. Era preciso que mantuviera su actitud de aburrida indiferencia, no enfrentarse abiertamente con Fax, si no quería verse abocado a un duelo. Un duelo no serviría para nada. Y él, F'lar, no podía perder el tiempo batiéndose inútilmente.
Un gemido que escapó de los labios de Dama Gemma rompió la tensión entre los dos antagonistas. Irritado, Fax se inclinó para mirarla, con el puño cerrado y medio levantado para golpearla por su temeridad al interrumpir a su amo y señor. Tan obvio como el dolor de la mujer, fue la contracción que onduló a través del hinchado vientre. F'lar no se atrevió a mirar hacia ella, pero se preguntó si Dama Gemma había gemido deliberadamente en voz alta para romper la tensión.
Aunque parecía increíble, Fax empezó a reír. Echó la cabeza hacia atrás, mostrando sus grandes y manchados dientes, y rugió:
- ¡Voto a que renunciaré a él, en favor de su descendencia, si es varón y vive!
- ¡Oído y atestiguado! -exclamó F'lar, poniéndose en pie de un salto y señalando a sus jinetes.
Inmediatamente, todos los dragoneros se pusieron en pie.
Oído y atestiguado! -gritaron, al modo tradicional.
Tras aquel gesto, todo el mundo empezó a hablar al mismo tiempo con visible alivio. Las otras mujeres, cada una de ellas reaccionando a su manera ante la inminencia del parto, gritaban órdenes a los sirvientes y se aconsejaban unas a otras. Convergieron hacia Dama Gemma, pero, como gallinas asustadas, se detuvieron fuera del alcance de Fax. Era evidente que en su interior se estaba librando una lucha entre el miedo a su Señor y el deseo de acercarse a la parturienta.
Fax comprendió sus intenciones tanto como su renuencia y, sin dejar de reír estridentemente, echó hacia atrás su silla, se dirigió hacia la mesa de trinchar y empezó a cortar trozos de asado con su cuchillo y a introducírselos en la boca, goteando jugo, sin interrumpir sus risotadas.
Cuando F'lar se inclinó hacia Dama Gemma para ayudarla a levantarse de su silla, ella le agarró del brazo con gesto apremiante. Sus ojos se encontraron, los de ella nublados por el dolor. Dama Gemma le atrajo hacia ella.
- Se propone matarte, caballero bronce. Le gusta matar -susurró.
- Los dragoneros no se dejan matar fácilmente, valiente dama. Os estoy muy agradecido.
- No quiero que te maten -murmuró Dama Gemma, mordiéndose el labio-. Tenemos tan pocos caballeros bronce…
F'lar la miró, desconcertado. ¿Creía ella, la dama de Fax, en las Antiguas Leyes? Hizo una seña a dos de los hombres del Gobernador para que la transportaran al Fuerte interior. Luego, cuando pasaba junto a él, tomó a Dama Tela por el brazo.
- ¿Qué necesitáis?
- Oh, oh -exclamó Dama Tela, con el rostro contraído por el pánico; se estaba retorciendo nerviosamente las manos-. Agua caliente y limpia. Trapos. Y una comadrona. Oh, sí, necesitamos una comadrona.
F'lar miró a su alrededor en busca de una de las mujeres del Fuerte, y sus ojos se deslizaron por encima de una despreciable figura que había empezado a recoger la comida derramada. Sin prestarle más atención, hizo una seña al Gobernador y, en tono perentorio, le ordenó que enviara a buscar a la comadrona. El Gobernador propinó un puntapié a la fregona.
- ¡Tú… tú! Como te llames, ve en busca de la comadrona. Tienes que saber quién es.
Con una agilidad en total disonancia con su aspecto de vejez y decrepitud, la fregona esquivó un segundo puntapié de despedida del Gobernador. Se deslizó rápidamente a través del Vestíbulo y salió por la puerta que daba a la cocina.
Fax seguía troceando y engullendo carne, interrumpiéndose ocasionalmente para estallar en una carcajada ante un pensamiento que le resultaba divertido. F'lar se acercó a la mesa de trinchar y, sin esperar la invitación de su anfitrión, empezó también a cortar carne, haciendo seña a sus hombres para que le imitaran. Los soldados de Fax, en cambio, esperaron hasta que su Señor se dio por harto.
Señor del Fuerte, tu mandato está a salvo
Con espesas murallas, puertas de metal, y ninguna vegetación.
Poseída por un terrible sentimiento de frustración, Lessa salió rápidamente del Vestíbulo para ir a buscar a la comadrona. ¡Tan cerca! ¡Tan cerca! ¿Cómo había podido llegar tan cerca y, sin embargo, fracasar? Fax tenía que haber desafiado al dragonero. y el dragonero era joven y fuerte, y tenía un duro y controlado rostro de luchador. No tenía que haber contemporizado. ¿Acaso había muerto en Pern todo sentido del honor, asfixiado por la verde hierba?
¿Y por qué, oh, por qué Dama Gemma había escogido aquel preciso momento para dar a luz? Si su gemido no hubiera distraído a Fax, la lucha habría empezado, y ni siquiera Fax, con toda su fama de luchador sin escrúpulos, hubiera prevalecido contra un dragonero que tenía el apoyo de Lessa. El Fuerte tenía que ser devuelto a su Sangre legítima. ¡Fax no saldría vivo de Ruatha!
Encima de ella, en la Alta Torre, el gran dragón bronce emitía un extraño canturreo, con sus ojos de múltiples facetas chispeando en la creciente oscuridad.
De un modo inconsciente, Lessa le silenció igual como habría hecho con el wher guardián. Ah, aquel wher guardián. Cuando ella pasó por delante de su cubil no había salido. Lessa sabía que los dragones habían estado con él. Pudo oírle farfullar en su pánico. Los dragones le conducirían a la muerte.
La pendiente del camino prestó alas a sus pies, y tuvo que frenar su carrera mucho antes de llegar al umbral de piedra de la vivienda de la comadrona. Aporreó la puerta cerrada, y oyó la asustada exclamación de sorpresa que provenía del interior.
- ¡Un parto! ¡Un parto en el Fuerte! -gritó Lessa, sin dejar de golpear la puerta.
- ¿Un parto? -preguntó una voz ahogada, mientras alguien manipulaba en los cerrojos-. ¿En el Fuerte?
- La dama de Fax y, si aprecias tu vida, date prisa, ya que si nace varón será el Señor de Ruatha.
Aquello debía convencerla, pensó Lessa, y en aquel momento el hombre de la casa abrió la puerta de par en par. Lessa pudo ver a la comadrona reuniendo apresuradamente sus cosas, amontonándolas en su chal. Lessa empujó literalmente a la mujer por el empinado camino hasta el Fuerte, por debajo de la Torre, agarrándola del brazo cuando trató de huir al ver al dragón que la observaba desde lo alto. La hizo entrar en el Patio y luego, venciendo su resistencia, en el Vestíbulo.
Asustada al ver tanta gente reunida allí, la mujer se aferró a la puerta interior. El Señor Fax, con los pies sobre la mesa, se estaba limpiando las uñas con su cuchillo, no agotada aún su hilaridad. Los dragoneros, con sus túnicas de piel de wher, comían silenciosamente en una mesa, en tanto que los soldados daban cuenta de los restos del asado.
Cuando el caballero bronce vio llegar a las dos mujeres, hizo un gesto apremiante hacia el Fuerte interior. La comadrona no se movió. Inútilmente, Lessa tiró de su brazo, conminándola a atravesar el Vestíbulo. Ante su sorpresa, el caballero bronce avanzó hacia ellas.
- Date prisa, mujer, Dama Gemma va a dar a luz antes de tiempo -dijo con aire preocupado, señalando imperativamente hacia la entrada del Fuerte.
Ante la pasividad de la comadrona, la agarró del hombro y la condujo hacia la escalera, con Lessa tirando del otro brazo de la mujer.
Cuando llegaron a la escalera, F'lar soltó a la comadrona, indicándole con un gesto a Lessa que la escoltara el resto del camino. En el momento en que llegaban a la maciza puerta interior, Lessa observó la fijeza con que las estaba observando el dragonero. Con especial atención miraba la mano con la que Lessa sujetaba el brazo de la comadrona. Lessa contempló su propia mano, y la vio como si perteneciera a una desconocida: los largos dedos, bien formados a pesar de la suciedad y de las uñas rotas, una mano pequeña, delicadamente modelada, cuya belleza no habían podido destruir los trabajos más rudos.
Dama Gemma estaba en pleno parto, que se presentaba difícil. Cuando Lessa trató de retirarse de la habitación, la comadrona le dirigió una mirada tan aterrada que, de mala gana, Lessa se quedó. Resultaba evidente que las otras damas de Fax no servían para nada; estaban agrupadas a un lado del alto lecho, retorciéndose las manos y hablando en tono excitado y estridente. Lessa y la comadrona tuvieron que desvestir a Dama Gemma, tranquilizarla y sujetar sus manos ante las contracciones.
En el rostro de la grávida mujer quedaba muy poca belleza. Sudaba considerablemente, y su piel estaba teñida de gris. Su respiración era ronca y fatigosa, y, para no gritar, se mordía los labios.
- Esto no marcha bien -murmuró la comadrona entre dientes-. Vosotras, basta de parloteo -ordenó, volviéndose hacia las damas. En el ejercicio de su profesión, se afirmaba su carácter y sabía imponer su autoridad -.Traedme agua caliente. Acercadme aquellos trapos. Buscad algo caliente para el bebé. Si nace con vida, debemos protegerle del frío y de las corrientes de aire.
Sugestionadas por el tono imperativo de la comadrona, las mujeres dejaron de gimotear y obedecieron sus instrucciones.
Si sobrevive, las palabras resonaron en la mente de Lessa. Si sobrevive para ser Señor de Ruatha. ¿Alguien engendrado por Fax? Ésa no había sido su intención, aunque…
Dama Gemma agarró ciegamente las manos de Lessa y, a pesar de sí misma, Lessa respondió a la presión que había de resultar consoladora para la mujer.
- Sangra demasiado -murmuró la comadrona -.Más trapos.
Las mujeres volvieron a gimotear, susurrando comentarios de miedo y de protesta.
- No debió hacer un viaje tan largo.
- Morirán las dos.
- Oh, hay demasiada sangre.
Demasiada sangre, pensó Lessa. No tengo ningún agravio contra ella. Y el niño llega demasiado pronto. Morirá. Miró el rostro contraído, el ensangrentado labio inferior. Si no grita ahora, ¿por qué lo hizo entonces? Una oleada de rabia invadió a Lessa. Por algún motivo que ignoraba, esta mujer había distraído a Fax y a F'lar en el momento crucial. Apretó furiosamente las manos de Gemma entre las suyas.
El inesperado dolor arrancó a Gemma de su breve respiro entre las terribles contracciones que se presentaban a intervalos cada vez más cortos. Parpadeando contra el sudor que inundaba sus ojos, miró desesperadamente a Lessa.
- ¿Qué te he hecho yo? -balbuceó.
- ¿Que qué me has hecho? Cuando proferiste tu falso grito, tenía a Ruatha al alcance de mi mano -dijo Lessa, con la cabeza inclinada de modo que ni siquiera la comadrona al pie de la cama pudiera oírlas.
Estaba tan furiosa que había perdido toda discreción, pero eso no importaba porque esa mujer se hallaba a las puertas de la muerte.
- Pero… el dragonero… Fax no puede matar al dragonero. Hay tan pocos caballeros bronce… Todos los que hay son necesarios. Y las antiguas Leyendas… la estrella… estrella…
Estremecida por una nueva contracción, no pudo continuar hablando. Los macizos anillos que llevaba en sus dedos mordieron las manos de Lessa mientras Dama Gemma se aferraba a la muchacha.
- ¿Qué quieres decir? -preguntó Lessa en un ronco suspiro. Pero la agonía de la mujer era tan intensa que apenas podía respirar. Sus ojos parecían querer escapar de su cabeza. A pesar de que Lessa se había endurecido contra toda emoción que no fuera la de la venganza, se dejó dominar por el profundo instinto femenino de aliviar el dolor de una mujer en su fase más extrema. Aun así, las palabras de Dama Gemma resonaban en su mente. Así que la mujer no había protegido a Fax, sino al dragonero. ¿La Estrella? ¿Se refería a la Estrella Roja? ¿A qué antiguas Leyendas aludía?
La comadrona tenía las dos manos sobre el vientre de Gemma, apretando hacia abajo, susurrando consejos a una mujer demasiado agobiada por el dolor como para oírlos. En una de sus convulsiones, el cuerpo de la parturienta perdió contacto con la cama. Mientras Lessa trataba de sujetarla, Dama Gemma abrió los ojos de par en par, con una expresión de incrédulo alivio. Se relajó en brazos de Lessa y permaneció inmóvil.
- ¡Ha muerto! -chilló una de las mujeres.
Huyó, gritando, de la cámara. Su voz reverberó en la roca de los pasillos. «Muerta… erta… erta… aaaaa» repitió una y otra vez el eco.
Lessa soltó el cuerpo de Dama Gemma, dejándolo reposar sobre el lecho, contemplando, asombrada, la extraña sonrisa de triunfo estereotipada en el rostro de la muerta. Mucho más impresionada que el resto de las mujeres, se retiró a las sombras. Estaba temblando de remordimiento, ella, que nunca había vacilado en hacer cualquier cosa que pudiera perjudicar a Fax o empobrecer todavía más a Ruatha. Sumida en su idea fija, había olvidado que podían existir otras personas impulsadas por el odio a Fax. Dama Gemma era una de ellas, y había sufrido brutalidades y humillaciones mucho más increíbles que las de Lessa. Sin embargo, Lessa había odiado a Gemma, había hecho víctima de su odio a una mujer que había merecido su respeto y su apoyo más que su condena.
Un aura de autorrepulsión y tragedia empezaba a abrumarle, sacudió la cabeza para disipar esa sensación. No tenía tiempo para lamentarse o arrepentirse. Ahora no. No cuando, con la muerte de Fax, podría vengar, no sólo sus propios agravios, sino también los de Gemma.
Ése era el objetivo. Y ella tenía la palanca. El niño…, sí, el niño. Diría que estaba vivo. Que era varón. El dragonero tendría que luchar. Había oído y atestiguado el juramento de Fax.
Mientras corría por los pasillos en dirección al Vestíbulo, una sonrisa, parecida a la que exhibía el rostro de la mujer muerta, iluminó el de Lessa.
Estaba a punto de entrar en el propio Vestíbulo cuando se dio cuenta de que su anticipación del triunfo había destruido su autodisciplina. Lessa se detuvo delante del portal y reposó deliberadamente para recobrar el aliento. Luego, dejó caer sus hombros y avanzó arrastrando los pies, convertida una vez más en una insignificante fregona.
El heraldo de muerte estaba sollozando, arrebujada a los pies de Fax.
Notando que su odio hacia el soberano se hacía más intenso, Lessa apretó los dientes. Fax se alegraba de que Dama Gemma hubiera muerto frustrando su semilla. Incluso ahora le estaba ordenando a la histérica mujer que fuera en busca de su última favorita, sin duda para nombrarla primera dama.
- ¡El niño vive! -gritó Lessa, con la voz distorsionada por la rabia y el odio-. ¡Es varón!
De un salto, Fax se puso en pie, apartando de un puntapié a la mujer sollozante y mirando furiosamente a Lessa.
- ¿Qué estás diciendo, mujer?
- El niño vive. Es varón -repitió Lessa, acercándose.
La incredulidad y el furor que se reflejaron en el rostro de Fax eran algo digno de verse. Los hombres del Gobernador sofocaron sus inadvertidos vítores.
- ¡Ruatha tiene un nuevo Señor! -rugieron los dragoneros.
Tan obsesionada estaba Lessa con su objetivo que no observó las reacciones de las personas que se encontraban en el Vestíbulo, ni oyó el rugido de los dragones en el exterior.
Fax entró en acción. Cruzó de un salto el espacio que le separaba de Lessa, aullando la falsedad de la noticia. Antes de que Lessa pudiera esquivarlo, el puño del soberano golpeó su rostro. El impacto la levantó del suelo y la hizo caer pesadamente sobre las piedras, donde permaneció inmóvil, un montón de sucios harapos.
- ¡Quieto Fax! -la voz de F'lar rompió el silencio en el instante en que el Señor de las Altas Extensiones levantaba su pierna para patear el inconsciente cuerpo de la mujer.
Fax giró en redondo, cerrando maquinalmente su mano sobre la empuñadura de su cuchillo.
- Fue oído y atestiguado, Fax -le advirtió F'lar, con una mano agresivamente extendida-. Por dragoneros. ¡Cumple lo que juraste delante de testigos!
- ¿Testigos? ¿Los dragoneros? -inquirió Fax con una risa desdeñosa -.Querrás decir dragoneras -añadió, con los ojos cargados de desprecio.
Momentáneamente, le pilló desprevenido la rapidez con la cual el cuchillo del caballero bronce apareció en su mano.
- ¿Dragoneras? -inquirió F'lar.
Los labios del caballero bronce estaban entreabiertos, mostrando sus dientes, y la voz peligrosamente suave. La luz de las lámparas se reflejó sobre la hoja de su cuchillo mientras avanzaba hacia Fax.
- ¡Mujeres! ¡Parásitos de Pern! ¡El poder del Weyr se ha agotado! Agotado para bien -rugió Fax, saltando hacia adelante al encuentro de su adversario.
Los dos rivales apenas se dieron cuenta de lo que ocurría detrás de ellos, de las mesas que eran apartadas bruscamente para dejarles espacio libre. F'lar no pudo distraer su mirada para fijarla en la caída figura de la fregona, pero estaba seguro, a través y más allá del instinto, que ella era la fuente de poder. Lo había sentido cuando entró en el Vestíbulo, y el rugido de los dragones se lo había confirmado. Si aquella caída la había matado… Avanzó sobre Fax, dando un salto de costado para esquivar la centelleante hoja que Fax había proyectado hacia él con su poderoso brazo.
Con facilidad, F'lar estudió el ataque, dándose cuenta del alcance del brazo de su adversario y decidiendo que en ese aspecto tenía una leve ventaja. Se dijo severamente a sí mismo que la ventaja no era mucha. Fax tenía mucha más experiencia en los combates a muerte cuerpo a cuerpo que él, cuyos duelos siempre habían terminado con la primera sangre en el terreno de prácticas. F'lar tomó nota de que debía evitar todo contacto con el robusto Señor. La fuerza del peso estaba de parte de su rival. El arma que F'lar debía utilizar era la agilidad, no la fuerza bruta.
Tanteando las debilidades o los fallos de F'lar, Fax hizo una finta. Los dos permanecían agachados, moviéndose a través de un espacio de seis pasos, agitando las manos que empuñaban los cuchillos y con las manos libres extendidas y abiertas, al acecho de la ocasión de hacer presa.
De nuevo, Fax se lanzó al ataque. F'lar permitió que se le acercara sólo lo suficiente para lanzarle un golpe de revés y retroceder rápidamente. Notó el desgarro de la tela bajo la punta de su cuchillo y oyó el gruñido de Fax. Con más rapidez de la que permitía sospechar lo macizo de su cuerpo, el soberano volvió a embestirle, y F'lar tuvo que retroceder de nuevo, sintiendo el arañazo del cuchillo de Fax a través de su recio justillo de piel de wher.
Los dos rivales se movieron en círculo, buscando cada uno de ellos una abertura en la defensa del otro. La maniobra de Fax trataba de permitirle arrinconar a su adversario, más ligero y más rápido que él, entre una plataforma y la pared, para aprovechar así la ventaja de su peso y su masa superiores.
Pero, súbitamente, F'lar contraatacó, deslizándose por debajo del brazo extendido de Fax y proyectando oblicuamente su cuchillo a través del costado de su rival. Aullando salvajemente, el soberano se lanzó sobre él, y F'lar quedó atrapado contra el costado del otro hombre, forcejeando desesperadamente con su mano izquierda para mantener en alto el brazo armado con el cuchillo. De pronto, F'lar proyectó su rodilla hacia arriba, golpeando a Fax en la ingle. Gruñendo de dolor, Fax abrió la boca como si le faltara aire para respirar. El caballero bronce aprovechó la ocasión para ponerse en pie. Un súbito fuego en su hombro izquierdo le hizo saber que no había escapado incólume.
El rostro de Fax estaba rojo de furor sanguinario, y jadeaba de cansancio y de dolor. Pero F'lar no tuvo tiempo de aprovechar aquella momentánea ventaja, ya que el enfurecido Señor se repuso rápidamente y volvió a embestir. F'lar se vio obligado a saltar de costado antes de que Fax pudiera establecer contacto directo con él. F'lar situó la mesa de trinchar entre los dos, dando vueltas en tomo a ella, flexionando su hombro para comprobar la extensión de su herida. La cuchillada le dolía como si le hubieran marcado con un hierro candente. Aunque el movimiento le resultaba doloroso, podía utilizar el brazo.
De pronto, Fax cogió un puñado de piltrafas grasientas de la bandeja de la carne y las lanzó contra F'lar. El dragonero se dejó caer al suelo, y Fax, de un salto, salvó la distancia alrededor de la mesa. El instinto impulsó a F'lar a dar varias vueltas sobre sí mismo mientras la centelleante hoja de Fax pasaba a pocos centímetros de su abdomen. Su propio cuchillo se hundió en la parte exterior del brazo de Fax. A un mismo tiempo, los dos hombres se incorporaron para encararse de nuevo el uno con el otro, pero el brazo izquierdo de Fax colgaba inerte de un costado.
F'lar se lanzó hacia adelante, forzando su suerte mientras el Señor de las Altas Extensiones se tambaleaba. Pero F'lar había sido demasiado optimista al juzgar el estado en que se encontraba su rival y, cuando trataba de esquivar el zigzagueante cuchillo, recibió una terrible patada en el costado. Retorciéndose de dolor, F'lar rodó frenéticamente sobre sí mismo, alejándose de su adversario que trataba de caer sobre él para abrumarle con su peso y asestarle el golpe definitivo. Reuniendo todas sus fuerzas, F'lar logró incorporarse, aunque sin llegar a ponerse en pie. Su misma postura le salvó. Fax calculó que su rival se levantaría y falló el golpe, perdiendo así el equilibrio. F'lar sólo tuvo que extender su mano derecha para hundir el cuchillo en la desprotegida espalda de Fax, hasta que notó que la punta se clavaba en el esternón.
El derrotado Señor cayó sobre las losas boca abajo, y la fuerza del golpe desalojó la daga de su esternón, de modo que unos tres centímetros de la hoja ensangrentada volvieron a surgir del orificio de entrada.
Un leve gemir de dolor y alivio taladró la niebla. F'lar alzó la mirada y vio, a través de unos ojos anegados en sudor, a las mujeres agrupadas en el umbral del Fuerte. Una de ellas sostenía en sus brazos un objeto envuelto en fajas. A F'lar le resultó imposible captar de inmediato el significado de aquel cuadro, pero supo que era muy importante para aclarar sus ideas.
Cuando miró al hombre muerto se dio cuenta de que no sentía ningún placer por haberlo matado, sólo alivio por el hecho de que él mismo seguía estando vivo. Se secó la frente con la manga y se obligó a erguirse, con su costado latiendo con el dolor de aquella última patada y su hombro izquierdo ardiendo. Tambaleándose, avanzó hacia la fregona, que continuaba en el mismo lugar en el que había caído.
La giró cuidadosamente boca arriba, observando la terrible magulladura extendiéndose a través de su mejilla debajo de la sucia piel. Oyó a F'nor dando órdenes para dominar el tumulto en el Vestíbulo.
A pesar del esfuerzo por controlarse a sí mismo, el dragonero pasó una mano temblorosa sobre el pecho de la mujer en busca de un latido del corazón… Estaba allí, lento pero fuerte.
F'lar suspiró profundamente, ya que lo mismo el golpe que la caída podían haber resultado fatales. Fatales, quizá, para el propio Pern.
El alivio estaba teñido de disgusto. Bajo aquella capa de suciedad no había manera de saber qué edad podía tener aquella mujer. F'lar la levantó en brazos, sin que el ligero cuerpo representara una carga, ni siquiera después del cansancio del combate que acababa de librar. Sabiendo que F'nor resolvería eficazmente cualquier problema, F'lar transportó a la fregona a su propia cámara.
Tras depositar el cuerpo sobre el alto lecho, atizó el fuego y añadió más teas al candelabro situado junto a la cama. Ante la idea de tocar la sucia mata de pelo, tragó saliva, pero terminó por echarla hacia atrás suavemente girando la cabeza de la fregona a uno y otro lado. Tenía las facciones pequeñas y regulares. Un brazo, libre de harapos, estaba razonablemente limpio por encima del codo, aunque lleno de magulladuras y de antiguas cicatrices. La piel era firme y sin arrugas. Las manos, cuando las tomó entre las suyas, tenían una costra de suciedad, pero debajo de ella se adivinaban delicadas y perfectamente modeladas.
F'lar empezó a sonreír. Sí, ella había hurtado tan hábilmente aquella mano de su vista cuando acompañaba a Dama Gemma, que F'lar había dudado de la primera impresión que le había producido. Y sí, debajo del tizne y de la grasa, aquella mujer era joven. Suficientemente joven para el Weyr. Y sin bastardía. Por suerte, no era lo suficientemente joven como para haber sido engendrada por Fax. ¿Bastarda de alguno de los anteriores Señores? No, en ella no había una sola gota de sangre ordinaria. Fuera cual fuese su Línea, era pura. F'lar se inclinaba a creer que era realmente ruathana, y que por algún medio desconocido había escapado a la matanza ocurrida hacía diez Revoluciones, consagrando desde entonces todo su tiempo a la venganza. ¿Qué otro motivo podía tener para haber obligado a Fax a renunciar al Fuerte?
Deleitado y fascinado por esta inesperada suerte, F'lar extendió la mano para arrancar el vestido del cuerpo inconsciente, y se encontró constreñido a no hacerlo. La muchacha había despertado. Sus grandes y hambrientos ojos se clavaron en los de F'lar, ni temerosos ni expectantes: sagaces.
Se produjo un cambio sutil en su rostro. Con una sonrisa cada vez más pronunciada, F'lar observó cómo la muchacha infundía a sus facciones regulares una ilusión de desagradable fealdad.
- ¿Tratando de confundir a un dragonero, muchacha? -inquirió F'lar, sonriendo.
No hizo ningún otro movimiento para tocarla, sino que se apoyó contra el gran cabezal labrado de la cama, cruzó los brazos sobre su pecho, y luego los elevó súbitamente para aliviar su brazo dolorido.
- Tu nombre y tu rango, muchacha.
Lentamente, se deslizó hacia atrás para apoyarse en el otro cabezal, de modo que se enfrentaron el uno al otro a través de la longitud de la alta cama.
- ¿Fax?
- Muerto. ¡Tu nombre!
Una expresión de exultante triunfo inundó el rostro de Lessa. Se deslizó fuera del lecho, apareciendo inesperadamente alta.
- Entonces, reclamo lo que es mío. Soy de la Sangre ruathana. Reclamo Ruatha -anunció con voz resonante.
Durante unos instantes, F'lar la miró fijamente, deleitado por su orgulloso porte. Luego echó la cabeza hacia atrás y rió.
- ¿Esto? ¿Este montón de harapos? -La disparidad entre la arrogancia de los modales de la muchacha y sus ropas resultaba realmente cómica-. Oh, no. Además, mi estimada dama, los dragoneros oímos y atestiguamos el juramento de Fax renunciando al Fuerte en favor de su heredero. ¿Tengo que desafiar al bebé también por ti? ¿Y estrangularle con sus propias fajas?
Los ojos de Lessa llamearon y sus labios se entreabrieron en una terrible sonrisa.
- No existe ningún heredero. Gemma murió, el niño no llegó a nacer. Mentí.
- ¿Mentiste? -inquirió F'lar, furioso.
- Sí. -Lessa irguió insolentemente su barbilla hacia él-. Mentí. No nació ningún niño. Sólo quería asegurarme de que retarías a Fax.
Rabioso al comprobar que había sido manipulado dos veces por aquella mujer, F'lar la agarró por la muñeca.
- ¿Has provocado a un dragonero para que luchara? ¿A muerte? ¿Cuando estaba de Búsqueda?
- ¿Búsqueda? ¿Qué me importa a mí una Búsqueda? Ruatha vuelve a ser mi Fuerte. Durante diez Revoluciones he trabajado y esperado, planeado y sufrido para eso. ¿Qué significado podía tener para mí tu Búsqueda?
F'lar deseó golpear aquel rostro para borrar de él la insolente mueca de desdén. Salvajemente, retorció el brazo de la muchacha, derribándola a sus pies antes de soltarla. Ella se rió de F'lar, rodó sobre sí misma, se puso en pie y corrió hacia la puerta antes de que el dragonero se diera cuenta de sus intenciones y saliera a perseguirla.
Maldiciendo en voz baja, F'lar recorrió precipitadamente los pasillos de roca, sabiendo que la muchacha tendría que pasar por el Vestíbulo para salir del Fuerte. Sin embargo, cuando llegó al Vestíbulo no vio ni rastro de ella entre las personas que permanecían allí. -¿Ha pasado esa muchacha por aquí? -le gritó a F'nor, que por casualidad estaba de pie junto a la puerta que daba al Patio.
- No. ¿Acaso ella es la fuente del poder?
- Sí, lo es -respondió F'lar, desconcertado por la desaparición de la muchacha. ¿Adónde había ido? -. ¡Y de la Sangre ruathana, además!
- ¡Oh! Entonces, ¿se casará con el niño? -preguntó F'nor, señalando a la comadrona que ocupaba un asiento cerca del ahora llameante hogar.
F'lar se detuvo, a punto de volver a registrar los innumerables pasillos del Fuerte. Momentáneamente confundido, miró a su caballero pardo.
- ¿El niño? ¿Qué niño?
- El varón que llevaba Dama Gemma -respondió F'nor, sorprendido ante la desconcertada expresión de F'lar.
- ¿Vive?
- Sí. Y, según dice la mujer, es un niño muy fuerte a pesar de ser prematuro y de que tuvo que ser extraído del vientre de la muerta.
F'lar echó su cabeza hacia atrás y estalló en una ruidosa carcajada. A pesar de todas sus maniobras, la muchacha había sido derrotada por la Verdad.
En aquel momento, oyó el inconfundible rugido de alegría de Mnementh, seguido del curioso gorjeo inquisitivo de los otros dragones.
- Mnementh la ha atrapado -gritó F'lar, sonriendo jubilosamente.
Echó acorrer, pasando por encima del cadáver del antiguo Señor de las Altas Extensiones, y salió al patio principal.
Vio que el dragón bronce había abandonado su puesto de vigilancia en la Torre, y lo llamó. Una agitación en el aire le impulsó a levantar la mirada. Vio que Mnementh planeaba en espiral encima del Patio, agarrando algo con sus patas delanteras. Mnementh informó a F'lar que había visto a la muchacha saliendo por una de las altas ventanas y, sabiendo que el dragonero la buscaba, se había limitado a cogerla en el repecho. El dragón bronce se posó torpemente sobre sus patas traseras, moviendo sus alas para mantenerse en equilibrio. Entonces, depositó con cuidado a la muchacha en el suelo y formó, también con cuidado, una jaula alrededor de ella con sus enormes garras. Lessa permaneció inmóvil dentro de aquel círculo, con el rostro vuelto hacia la cabeza cuneiforme que oscilaba encima de ella.
Chillando de terror, rabia y odio, el wher guardián tiraba violentamente del extremo de su cadena, tratando de acudir en ayuda de Lessa. Quiso atacar a F'lar mientras el dragonero avanzaba hacia ella.
- Has tenido el valor suficiente para volar con el dragón, muchacha -admitió, apoyando casualmente una mano sobre la garra superior de Mnementh.
El dragón se sintió enormemente satisfecho de sí mismo e inclinó su cabeza para que se la rascaran.
- No mentiste, ¿sabes? -añadió F'lar, incapaz de resistirse a la tentación de humillar a la muchacha.
Lessa se giró lentamente hacia él, con el rostro impasible. No temía a los dragones, pensó F'lar con satisfacción.
- El niño vive. Y es varón.
Lessa no pudo disimular su desaliento, y sus hombros se hundieron momentáneamente, antes de que lograra erguirlos de nuevo.
- Ruatha es mío -insistió con voz tensa y baja.
- Lo habría sido si te hubieras dirigido directamente a mí cuando el escuadrón llegó aquí.
Lessa abrió mucho los ojos.
- ¿Qué quieres decir?
- Un dragonero puede luchar en nombre de cualquiera que haya sido víctima de una injusticia notoria. Cuando llegamos al Fuerte de Ruatha, mi Dama, a pesar de la Búsqueda, yo estaba dispuesto a retar a Fax si se presentaba una causa razonable. -Esto no era en absoluto cierto, pero F'lar tenía que enseñarle a esta muchacha que era una locura tratar de controlar a los dragoneros-. Si hubieras prestado atención a los cantos de vuestro arpista, conocerías tus derechos. Y… -La voz de F'lar adquirió un tono vengativo que le sorprendió a él mismo -.Es posible que Dama Gemma no hubiese muerto. Ella, alma valerosa, sufrió mucho más que tú a manos de aquel tirano.
Algo en la expresión de la muchacha le dijo que ella lamentaba la muerte de Dama Gemma, que le había afectado profundamente.
- ¿Qué valor tiene ahora Ruatha para ti? -preguntó, haciendo un amplio gesto con el brazo, como queriendo abarcar el ruinoso Fuerte y todo el improductivo valle de Ruatha-. Has alcanzado tus objetivos: una conquista infructuosa y la muerte de su conquistador.
F'lar hizo una pausa.
- Con el tiempo, todos esos Fuertes volverán a manos de su legítima Sangre. Un Fuerte y un Señor. Cualquier otra cosa va contra la tradición. Desde luego, es posible que tengas que luchar contra otros que desobedezcan ese precepto: que se hayan contagiado de la codiciosa locura de Fax. ¿Podrían conservar Ruatha contra un ataque…, ahora, en su actual estado?
- ¡Ruatha es mío!
- ¿Ruatha? -inquirió F'lar, con una sonrisa desdeñosa-.
¿Cuando podrías ser Dama del Weyr?
- ¿Dama del Weyr? -repitió Lessa, mirando a F'lar con increíble asombro.
- Sí, criatura. Te dije que mi viaje era de Búsqueda, ya va siendo hora de que pienses en algo más que en Ruatha. Y el objeto de mi Búsqueda eres tú.
Lessa miró fijamente el dedo que apuntaba hacia ella, como si fuera peligroso.
- Por el Primer Huevo, muchacha, hay en ti poder para manejar a un dragonero a tu antojo. Desde luego, ahora no podrías repetirlo porque estoy en guardia contra ti.
Con un suave rumor en su garganta, Mnementh canturreó su aprobación. Arqueó el cuello de modo que uno de sus ojos quedó enfocado directamente hacia la muchacha, brillando en la oscuridad del patio.
Con satisfacción, F'lar observó que la muchacha ni siquiera parpadeó ante la proximidad de un ojo mayor que su propia cabeza.
- Le gusta que le rasquen los párpados -dijo F'lar en tono amistoso, cambiando de táctica.
- Lo sé -dijo Lessa en voz baja, y extendió una mano para prestar aquel servicio.
- Nemorth ha puesto un huevo dorado -continuó F'lar en tono persuasivo-. Está a punto de morir. Esta vez necesitamos una Dama del Weyr fuerte.
- ¿La Estrella Roja? -inquirió la muchacha, volviendo hacia F'lar unos ojos asustados, lo cual sorprendió al dragonero, ya que, hasta entonces, ella no había manifestado ningún temor.
- ¿La has visto? ¿Comprendes lo que significa?
Vio que ella tragaba saliva nerviosamente.
- Hay peligro… -susurró Lessa, mirando aprensivamente hacia el este.
F'lar no preguntó en virtud de qué milagro conocía ella la inminencia del peligro. Su intención era la de llevársela al Weyr, si era necesario utilizando la fuerza. Pero algo en su interior le hacía desear que la muchacha aceptara el reto voluntariamente. Una Dama del Weyr rebelde sería más peligrosa aún que una estúpida. Esta muchacha tenía demasiado poder, y estaba demasiado acostumbrada a la manipulación y a la estrategia. Sería un desastre provocar su antagonismo con un trato poco juicioso.
- Hay peligro para todo Pern. No sólo para Ruatha… -dijo F'lar, dejando que se deslizara en su voz un acento de súplica -.y tú eres necesaria. No en Ruatha. -Un gesto de su mano descartó esta última consideración como algo insignificante comparado con el cuadro entero-. Sin una Dama del Weyr estamos condenados. Sin ti estamos condenados.
- Gemma dijo que todos los caballeros bronce eran necesarios -murmuró Lessa.
¿Qué quería dar a entender con aquella afirmación? F'lar frunció el ceño. ¿Había oído una palabra de lo que él había dicho? Insistió en sus argumentos, únicamente seguro de que había pulsado ya una cuerda sensible.
- Has ganado aquí. Deja que el niño, el hijo de Gemma, se críe en Ruatha. Como Dama del Weyr tendrás autoridad sobre todos los Fuertes, y no únicamente sobre la arruinada Ruatha. Con la muerte de Fax has culminado tu plan. Renuncia a la venganza.
Lessa miró a F'lar con ojos interrogantes, absorbiendo sus palabras.
- Nunca pensé más allá de la muerte de Fax -admitió lentamente-. Nunca pensé en lo que sucedería después.
Su confusión era casi infantil e impresionó profundamente a F'lar. No había tenido tiempo ni deseos de pensar en lo prodigioso de lo que la muchacha había llevado a cabo. Hasta cierto punto, ahora se daba cuenta de lo indomable de su carácter. Ella no podía haber tenido más de diez Revoluciones de edad cuando Fax asesinó a su familia. Pero, aun siendo tan joven, se había fijado un objetivo y había logrado sobrevivir a la brutalidad y a la detección el tiempo suficiente como para asegurar la muerte del usurpador. ¡Sería una espléndida Dama del Weyr! En la tradición de aquellas de Sangre ruathana. A la luz de la pálida luna aparecía joven, vulnerable y casi bonita.
- Puedes ser Dama del Weyr -repitió F'lar, con amable insistencia.
- Dama del Weyr -suspiró Lessa, incrédula y, con la mirada recorrió el patio interior bañado por la suave luz de la luna.
A F'lar le pareció que agitaba negativamente la cabeza.
- ¿Prefieres los harapos? -inquirió, haciendo que su voz sonara ruda y burlona-. ¿Y los cabellos enmarañados, los pies sucios y las manos agrietadas? ¿Dormir en la paja, comer desperdicios? Eres joven, bueno, supongo que lo eres. -Su voz era francamente escéptica. Lessa le miró con frialdad, con los labios fuertemente apretados-. ¿Es eso todo lo que ambicionas? ¿Lo único que deseas es ser dueña de este pequeño rincón del mundo? -F'lar hizo una pausa y luego añadió, con profundo desdén -: Veo que la Sangre de Ruatha se ha aguado. ¡Tienes miedo!
.-Soy Lessa, hija del Señor de Ruatha -contestó ella, herida por el insulto a la Sangre. Se irguió, con los ojos llameantes y la barbilla levantada -.j Yo no le tengo miedo a nada!
F'lar se limitó a esbozar una leve sonrisa.
Mnementh, en cambio, irguió su cabeza y extendió su sinuoso cuello en toda su longitud. Su rugido resonó en todo el valle. El dragón bronce comunicaba a F'lar su certeza de que Lessa había aceptado el reto. Desde diversos puntos y de un modo menos estridente que Mnementh, los otros dragones respondieron. Tendido al extremo de su cadena, el wher guardián alzó su voz en un leve y enervante chillido hasta que el Fuerte se vació de sus desconcertados ocupantes.
- F'nor -llamó el caballero bronce, haciendo señas a su hermanastro para que se acercara -.Deja a la mitad del escuadrón de guardia en el Fuerte. A algún Señor cercano podría ocurrírsele imitar el ejemplo de Fax. Envía un jinete a las Altas Extensiones con la buena noticia. Tú irás directamente a la Pañería y hablarás con L 'tol… Lytol. -F'lar sonrió-. Creo que será un Gobernador y Regente ejemplar para este Fuerte, en nombre del Weyr y del Señor niño.
A medida que comprendía las instrucciones de su jefe, el rostro del caballero pardo expresó entusiasmo por su misión. Con Fax muerto y Ruatha bajo la protección de los dragoneros, particularmente del que había eliminado a Fax, el Fuerte estaría a salvo y prosperaría bajo un gobierno sensato.
- ¿Provocaba ella la ruina de Ruatha? -le preguntó a su jefe. -Y, con sus maquinaciones, casi la nuestra -respondió F'lar; pero, habiendo encontrado el admirable objeto de su Búsqueda, podía ser magnánimo-. Reprime tu exaltación, hermano -aconsejó rápidamente, mientras tomaba nota de la expresión de F'nor-. La nueva reina debe ser también Impresionada.
- Yo arreglaré las cosas aquí. La elección de Lytol es excelente -dijo F'nor, aunque sabía que F'lar no necesitaba la aprobación de nadie.
- ¿Quién es Lytol? -inquirió Lessa bruscamente.
Había apartado de su rostro la masa de pringosos cabellos, echándola hacia atrás. La suciedad resultaba menos perceptible a la luz de la luna. F'lar sorprendió a F'nor mirándola con una expresión que no resultaba difícil leer. Le hizo un gesto perentorio para que, sin demora, cumpliera sus órdenes.
- Lytol es un dragonero sin dragón -le dijo F'lar a la muchacha -, enemigo de Fax. Gobernará bien el Fuerte y lo hará prosperar. -y mirándola con aire sonriente, añadió en tono persuasivo-: ¿Te parece bien?
Lessa le miró con expresión sombría, sin contestar, hasta que F'lar soltó una risita, desconcertándola.
- Regresaremos al Weyr -anunció F'lar, extendiendo una mano para guiar a la muchacha hasta el costado de Mnementh.
El dragón broncíneo había tendido su cabeza hacia el wher guardián, que ahora yacía jadeante sobre el suelo, con su cadena caída en el polvo.
- ¡Oh! -suspiró Lessa, y se dejó caer al lado del grotesco animal, que alzó lentamente la cabeza, gimiendo lastimeramente.
- Mnementh dice que es muy viejo y no tardará en sumirse en el sueño de la muerte.
Lessa acunó la repulsiva cabeza entre sus brazos, acariciando los párpados, rascando detrás de las orejas.
- Vamos, Lessa de Pern -dijo F'lar, impaciente por emprender la marcha.
Lenta, pero obedientemente, Lessa se levantó.
- Me salvó la vida. Me conoce.
- Y él sabe que tú lo sabes -le aseguró F'lar bruscamente.
Se maravilló ante aquella manifestación de sentimiento tan poco característica de la muchacha. Tomando de nuevo su mano, la ayudó a ponerse en pie y la condujo de nuevo hacia Mnementh.
En apenas una fracción de segundo recibió un golpe que le envió rodando a través de las losas del patio, dejándole sin fuerzas para ponerse en pie y encararse con su agresor. Quedó tendido de espaldas, asombrado al ver que el wher guardián proyectaba su escamoso cuerpo hacia adelante con la intención de aterrizar encima de él.
Simultáneamente, oyó la exclamación de sorpresa de Lessa y el rugido de Mnementh. La gran cabeza del dragón bronce estaba oscilando para golpear al wher guardián y apartarlo del dragonero. Pero cuando el cuerpo del wher guardián estaba plenamente extendido en su salto, Lessa gritó:
- ¡No mates! ¡No mates!
El wher guardián, con su rugido convertido en un angustiado grito de alarma, ejecutó una increíble maniobra en pleno aire, desviándose de su trayectoria. F'lar oyó el sordo crujido cuando lo forzado de su aterrizaje rompió el cuello del encadenado animal.
Antes de que F'lar pudiera ponerse en pie, Lessa estaba meciendo la espantosa cabeza entre sus brazos, con el rostro desolado.
Mnementh inclinó su cabeza para rozar suavemente el cuerpo del moribundo wher guardián. Informó a F'lar que el animal había sospechado que Lessa se marchaba de Ruatha, algo que una de su Sangre no debía hacer. En su confusión senil, sólo podía suponer que Lessa estaba en peligro. Cuando oyó la frenética orden de Lessa, había rectificado su error a costa de su vida.
- Lo único que se proponía era defenderme -murmuró Lessa, con voz quebrada. Se aclaró la garganta -.Era el único ser en quien podía confiar. Mi único amigo.
Cariñosamente, F'lar palmeó el hombro de la muchacha, abrumado al pensar que alguien podía verse reducido a tener a un wher guardián como único amigo. Parpadeó de dolor puesto que la caída había vuelto a abrir la herida de su hombro.
- Verdaderamente, un amigo fiel -dijo, esperando pacientemente hasta que la luz en los ojos verde-dorados del wher guardián se apagó.
Todos los dragones emitieron la impresionante nota, apenas audible pero que erizaba los cabellos, que significaba la muerte de uno de los de su especie.
- No era más que un wher guardián -murmuró Lessa, asombrada por aquel tributo, con los ojos muy abiertos.
- Los dragones confieren honores cuando ellos quieren -dijo F'lar secamente, rechazando la responsabilidad.
Durante unos instantes, Lessa permaneció contemplando la repulsiva cabeza. Inclinándose, con hábiles y rápidos dedos deshizo la pesada hebilla que sujetaba el collar de metal alrededor del cuello. Con inusitada violencia, arrojó el collar lejos.
Luego, se incorporó y echó a andar con paso decidido hacia Mnementh, sin mirar ni una sola vez atrás. Tranquilamente, subió a la levantada pata de Mnementh y se sentó, tal como F'lar la había instruido, sobre el gran cuello.
El resto de su escuadrón se había reunido alrededor del Patio. F'lar lo revisó. La gente del Fuerte se había retirado a la seguridad del gran Vestíbulo. Cuando los dragoneros estuvieron a punto, F'lar se encaramó al cuello de Mnementh, delante de la muchacha.
- Agárrate con fuerza a mis brazos -le ordenó, mientras él se aferraba al espolón más pequeño del cuello y daba la voz de mando final.
Cuando al gran dragón bronce despegó, agitando las alas para ganar altura en su vuelo vertical, los dedos de Lessa se cerraron espasmódicamente alrededor del antebrazo de F'lar. Mnementh prefería caer en vuelo desde un acantilado o una torre. Los dragones tendían a la indolencia. F'lar echó una ojeada a sus espaldas y vio a los otros dragoneros en correcta formación, extendida para cubrir los huecos de los que habían quedado de guardia en Ruatha.
Cuando alcanzaron la siguiente altura, F'lar ordenó a Mnementh la transferencia, a través del inter, hasta el Weyr.
Mientras colgaban en el inter, Lessa disimuló perfectamente su asombro. Acostumbrado como estaba a la punzada del intensísimo frío, a la espantosa falta absoluta de luz y sonido, F'lar no encontraba enervantes las sensaciones. Pero la insólita transferencia no requería más tiempo que el que se tarda en toser tres veces.
Mnementh murmuró su aprobación a la tranquila reacción de esta candidata mientras surgían del fantástico Inter. Al contrario que otras mujeres, ella no había tenido miedo ni gritado de pánico. F'lar había notado los latidos del corazón de Lessa en su brazo apretado contra las costillas de la muchacha, pero eso fue todo.
Y, de pronto, se encontraron encima del Weyr, con Mnementh tensando sus alas para deslizarse en la brillante luz del día, a medio mundo de distancia de Ruatha, donde entonces era de noche.
Mientras volaban en círculo por encima del gran pilón del Weyr, las manos de Lessa se aferraban con más fuerza a los brazos de F'lar, esta vez con sorpresa. F'lar observó de reojo el rostro de Lessa, complacido por el deleite que se reflejaba en él; la muchacha no parecía asustada por el hecho de encontrarse a semejante altura sobre la alta cordillera Benden. Luego, mientras los siete dragones rugían su grito de arribada, una sonrisa de incredulidad iluminó su rostro.
En tanto que Mnementh prefería descender en perezosos círculos, los otros dragoneros se dejaron caer en una amplia espiral, hacia abajo, hacia abajo. Y cada uno de ellos se posaba en el lugar que le correspondía en la hilera de cuevas del Weyr. Mnementh completó finalmente su descenso a sus cuarteles silbando estridentemente para sí mismo mientras frenaba su velocidad con una torsión de sus alas, posándose suavemente en el saliente de roca. A continuación, se agachó para que F'lar se apeara y ayudara a descender a la muchacha.
- Este camino conduce únicamente a nuestros alojamientos -le dijo F'lar a la muchacha al penetrar en el abovedado pasillo, lo suficientemente ancho como para permitir el paso a los grandes dragones de bronce.
Cuando llegaron a la enorme cueva natural que había pertenecido a Mnementh desde que alcanzó la madurez, F'lar miró a su alrededor con ojos ávidos después de su primera prolongada ausencia del Weyr. No cabía duda de que aquella inmensa cámara era más amplia que la mayoría de los Vestíbulos que había visitado en compañía de Fax. Aquellos Vestíbulos habían sido pensados y creados como lugares de reunión para hombres, no como moradas de dragones. Pero, súbitamente, se dio cuenta de que sus propios alojamientos se hallaban casi en tan malas condiciones como todo Ruatha. Desde luego, así como Ruatha era uno de los Fuertes más antiguos, Benden era uno de los Weyrs más antiguos, pero eso no disculpaba nada. ¡Cuántos dragones se habrían albergado en aquel hueco hasta hacer que la sólida roca se adaptara a las proporciones de un dragón! ¡Cuántos pies habrían desgastado el sendero que conducía más allá del Weyr del dragón, hasta el dormitorio y hasta el cuarto de baño donde el manantial de agua caliente proporcionaba el líquido elemento perpetuamente renovado! El aspecto de los tapices que colgaban de las paredes era lamentable, y había manchas de grasa en el dintel y en el suelo que podían haber sido limpiadas fácilmente.
Cuando se detuvo en el dormitorio, notó la expresión de alarma en el rostro de Lessa.
- Tengo que dar de comer a Mnementh inmediatamente. Mientras lo hago, puedes bañarte -dijo.
Rebuscó en un baúl y sacó ropas limpias para ella, dejadas allí por anteriores ocupantes, pero mucho más presentables que las que ahora llevaba la muchacha. Volvió a introducir cuidadosamente en el baúl el vestido de lana blanco que era el atuendo tradicional para la Impresión. Más tarde, Lessa lo llevaría. F'lar tiró varias prendas a los pies de la muchacha, así como una bolsa de arena fina, señalando hacia la cortina que oscurecía el camino hacia el baño.
A continuación, y sin que Lessa hubiera hecho el menor esfuerzo por coger ninguna de las prendas amontonadas a sus pies, se marchó.
Mnementh le informó que F'nor estaba alimentando a Canth y que él, Mnementh, también tenía hambre. Ella no confiaba en F'lar, pero no le tenía miedo a él, Mnementh.
- ¿Por qué habría de tenerte miedo? -preguntó F'lar-. Tú eres primo del wher guardián que era su único amigo.
Mnementh informó a F'lar que él, un dragón bronce completamente desarrollado, no tenía ningún parentesco con un canijo y encadenado wher guardián.
- Entonces, ¿por qué le otorgasteis los honores de dragón?
Visiblemente molesto, Mnementh le explicó que se habían limitado a rendir pleitesía a una personalidad leal y capaz del más sublime de los sacrificios: el de la propia vida. Ni siquiera un dragón azul podría negar el hecho de que aquel wher guardián ruathano no había divulgado la información que se había comprometido a no revelar, a pesar de que él mismo, Mnementh, le había presionado rudamente para que lo hiciera. Y con su hazaña física de atacar a F'lar y desviar su trayectoria en el último segundo, se había elevado a sí mismo a la altura de un dragón. Y, desde luego, los dragones le habían rendido tributo.
Complacido al ver que había sido capaz de irritar al dragón bronce, F'lar rió para sus adentros, mientras Mnementh, con gran dignidad, alzaba el vuelo hacia el comedero.
F'lar saltó cuando Mnementh pasó cerca de F'nor. El impacto con el suelo le recordó que se había propuesto pedirle a la muchacha que le vendara el hombro. Contempló cómo el dragón bronce atrapaba al más cercano de los machos del rebaño.
- La Incubación tendrá lugar en cualquier momento -le dijo F'nor a su hermanastro, sonriéndole mientras se sentaba en cuclillas, la excitación brillando en sus ojos.
F'lar asintió pensativamente.
- Los machos tendrán mucho donde escoger -admitió, sabiendo que F'nor se reservaba las mejores noticias con el propósito de fastidiarle.
Ambos contemplaron cómo el Canth de F'nor separaba un antílope hembra. El dragón pardo agarró al forcejeante animal con una de sus garras y remontó el vuelo, instalándose en un desocupado saliente para comer.
Mnementh dio cuenta de su primera presa y se deslizó de nuevo sobre el rebaño hacia los ánades que estaban más allá. Escogió uno de los más robustos y lo levantó entre sus garras. F'lar observó su ascensión, experimentando como siempre una sensación de orgullo ante el poderoso impulso, sin esfuerzo aparente, de las grandes alas, el reflejo del sol sobre la broncínea piel, el destello de las garras plateadas extendidas para tomar tierra. No se cansaba nunca de contemplar a Mnementh en vuelo, ni de admirar su gracia y su fuerza inconscientes.
- El nombramiento dejó abrumado a Lytol -dijo F'nor-, y te envía sus mejores respetos. Actuará bien en Ruatha.
- Precisamente por eso fue elegido -gruñó F'lar, aunque en su fuero interno se sentía halagado por la reacción de Lytol.
Una Regencia no compensaba la pérdida de un dragón, pero era una honrosa responsabilidad.
- Hubo mucho júbilo en las Altas Extensiones -continuó F'nor, con una ancha sonrisa -, y sincero pesar por la muerte de Dama Gemma. Será interesante ver cuál de los contendientes asume el título.
- ¿En Ruatha? -inquirió F'lar, enarcando las cejas.
- No, en las Altas Extensiones y en los otros Fuertes que Fax conquistó. Lytol inducirá a su propio pueblo para que defienda Ruatha y hará que cualquier agresor en potencia se lo piense dos veces antes de atacar aquel Fuerte. Conoce a muchos en las Altas Extensiones que preferirían hacer un cambio de Fuerte, a pesar incluso de que Fax no domine ya las Altas Extensiones. Lytol se propone actuar con rapidez para que así nuestros hombres puedan estar de regreso lo antes posible.
F'lar hizo un gesto de aprobación, volviéndose a saludar a otros dos miembros de su escuadrón, caballeros azules, que habían llegado al comedero con sus animales. Mnementh volvió en busca de otra presa.
- Come muy aprisa -comentó F'nor-. Canth todavía está engullendo.
- Los pardos son lentos en alcanzar su pleno desarrollo -dijo irónicamente F'lar, contemplando con satisfacción cómo los ojos de F'nor llameaban de rabia. Eso le enseñaría a no retener noticias.
- R’gul y S'lel han regresado -anunció finalmente el caballero pardo.
Los dos azules habían alborotado al rebaño, haciendo que corriera de un lado a otro chillando de miedo.
- Los otros han sido llamados -continuó F'nor-. Ya sabes que a Nemorth no le gusta perder el tiempo. -Entonces no pudo seguir conteniéndose-. S'lel ha traído dos. R'gul tiene cinco. Dicen que son muy listas y hermosas.
F'lar no dijo nada, esperaba que aquellos dos trajeran múltiples candidatas. Si les apetecía, podían traer centenares. El, F'lar, el caballero bronce, había elegido a la ganadora.
Exasperado al ver que sus noticias eran acogidas en silencio, F'nor se puso en pie.
- Tendríamos que ir en busca de aquella Crom, y de la hermosa…
- ¿Hermosa? -le interrumpió F'lar, en tono desdeñoso-. ¿Hermosa? Jora era hermosa -escupió cínicamente.
- K'net y T’bor traerán competidoras del oeste -añadió F'nor, preocupado.
El aire se desgarró con el poderoso rugido de los dragones que regresaban. Los dos hombres alzaron sus cabezas hacia el cielo y vieron las dobles espirales de los dos escuadrones de retorno, veinte dragones en total.
Mnementh irguió la cabeza, canturreando. F'lar le llamó, complacido de que el bronce no se mostrara enojado por su llamada, a pesar de que había comido muy poco. Saludando amablemente a su hermanastro, F'lar se encaramó a la pata extendida de Mnementh y fue transportado a su propio saliente.
Mientras su jinete y él recorrían el corto pasillo hasta la abovedada cámara interior, Mnementh hipaba con aire ausente. El dragón se dirigió directamente a su ahuecado lecho y se instaló en la curvada piedra. Cuando Mnementh se hubo desperezado y tendido cómodamente, F'lar se acercó a él. Mnementh miró a su amigo con el ojo más próximo, brillando en sus múltiples facetas y cerrándose gradualmente a medida que F'lar rascaba los párpados.
Para cualquiera que no estuviera familiarizado con aquel espectáculo, lo podría encontrar enervante. Pero desde el momento, veinte Revoluciones antes, en que el gran Mnementh había roto su cascarón y se había tambaleado a través de la Sala de Incubación para detenerse, sobre unas débiles patas, delante del muchacho F'lar, el dragonero había atesorado aquellos instantes de tranquilidad como los más felices de un largo día. Un hombre no podía recibir mayor tributo que la confianza y la compañía de los alados animales de Pern, ya que la lealtad que los dragones entregaban al ser humano de su elección era inquebrantable y absoluta desde el momento de la Impresión.
La satisfacción íntima de Mnementh era tan grande que el gran ojo se cerró rápidamente. El dragón se durmió, con sólo la punta de su cola erguida, una señal segura de que estaría inmediatamente alerta en caso necesario.
Por el Huevo Dorado de Faranth,
Por la Dama del Weyr, discreta y sincera,
Engendrad un escuadrón de alas broncíneas y pardas,
Engendrad un escuadrón verde y azul.
Engendrad jinetes, fuertes y audaces,
Enamorados de los dragones.
Centenares de escuadrones remontándose hacia el cielo,
Hombre y dragón plenamente hermanados.
Lessa esperó hasta que el sonido de los pasos del dragonero se desvaneció por completo. Rápidamente, se precipitó a través de la gran caverna, oyó el restregar de garras y el batir de las poderosas alas. Recorrió el corto pasillo hasta el mismo borde de la bostezante entrada. Allí estaba el dragón bronce volando en círculos hacia el extremo más ancho del óvalo de kilómetro y medio de longitud que era el Weyr de Benden. Como cualquier pernés, Lessa había oído hablar de los Weyrs, pero encontrarse en uno de ellos era algo totalmente distinto.
Miró hacia arriba, en torno a ella, hacia abajo de aquella fachada rocosa. Salvo a lomos de un dragón, no había otra manera de salir de allí. Las bocas de las cuevas más próximas se hallaban a una distancia inalcanzable encima de ella, a un lado, debajo de ella, en el otro. De modo que aquí se encontraba completamente aislada.
Dama del Weyr, le había dicho F'lar. ¿Su Dama? ¿En su weyr? ¿Era eso lo que había querido decir? No, ésa no era la impresión que Lessa había obtenido del dragón. De pronto, se le ocurrió que era muy raro que ella hubiese entendido al dragón. ¿Lo podía hacer la gente vulgar? ¿O se debía a la sangre de dragonero que había en su linaje? En cualquier caso, Mnementh había sugerido algo más importante, algún rango especial. Por lo tanto, debían referirse a ser Dama del Weyr para el dragón reina virgen. Pero ¿cómo lo conseguirían? Vagamente, Lessa recordaba que, cuando los dragones salían de Búsqueda, trataban de localizar unas mujeres determinadas. Ah, mujeres determinadas. Así que ella sólo era una más entre varias competidoras. Sin embargo, el caballero bronce le había ofrecido el puesto como si únicamente ella estuviera calificada para ocuparlo. Aquel dragonero tenía su propia parte generosa de disimulo, decidió Lessa. Aunque era arrogante, no era el fanfarrón que había sido Fax.
Pudo ver al dragón bronce lanzarse en picado sobre el rebaño, agarrar a uno de los animales y remontarse de nuevo hasta un saliente lejano para comérselo. Instintivamente, se apartó de la abertura, retrocediendo a la penumbra ya la relativa seguridad del pasillo.
Viendo al dragón alimentándose, no pudo evitar recordar leyendas. Leyendas que la habían hecho sonreír, aunque ahora… ¿Era cierto, pues, que los dragones comían carne humana? ¿Que…? Lessa descartó aquellos pensamientos. La raza de los dragones no era menos cruel que la raza humana. Y al menos el dragón actuaba por una necesidad bestial y no por una codicia bestial.
Convencida de que el dragonero estaría ocupado en otra parte, Lessa cruzó la gran caverna hasta el dormitorio. Allí recogió las ropas y la bolsa de arena limpiadora y entró en la sala de baño. Aunque era pequeña, era lo suficientemente espaciosa para su cometido. Un ancho anaquel formaba un labio parcial del círculo irregular de la piscina. Había un banco y varios estantes para las ropas secas. Lessa vio que la parte más profunda de la piscina tenía muy poca profundidad, de modo que un bañista podía permanecer allí cómodamente. Luego, iba descendiendo gradualmente hasta alcanzar su mayor profundidad en la pared de roca que era uno de sus límites.
¡Bañarse! Quedar completamente limpia y poder continuar estándolo. Con una sensación de desagrado no menos intensa que la del dragonero al tocarlos, se despojó de los restos de sus harapos, apartándolos a un lado de un puntapié, sin saber dónde tirarlos. Luego, cogió un generoso puñado de arena limpiadora e, inclinándose hacia la piscina, la humedeció.
Tras hacer una pasta con aquella especie de jabón, se frotó las manos y la cara. Humedeciendo más arena, atacó sus brazos y piernas, y luego su cuerpo y sus pies. Frotó con tanta fuerza que hizo brotar sangre de algunos cortes semicicatrizados. Luego, se introdujo, o mejor dicho, saltó a la piscina, mordiéndose los labios para no gritar cuando el agua caliente hacía que la pasta de arena espumeara en sus arañazos. Se sumergió bajo la superficie, sacudiendo la cabeza para asegurarse de que sus cabellos quedaban completamente mojados. Después los frotó con arena, aclarándolos y volviendo a frotarlos hasta que pensó que sus cabellos podían estar limpios. En ellos se había acumulado la suciedad de muchos años. Largas hebras enmarañadas flotaban hacia el extremo más lejano de la piscina, donde desaparecían. Con satisfacción, Lessa notó que el agua circulaba continuamente, de modo que la turbia agua sucia era reemplazada por agua limpia. De nuevo, centró su atención en su cuerpo, frotando la suciedad rebelde hasta que le escoció la piel. Aquello era algo más que un baño rutinario y superficial. El lujo de la limpieza le hizo experimentar un placer muy próximo al éxtasis.
Finalmente, convencida de que había eliminado de su cuerpo toda la suciedad posible en una larga sesión, frotó por tercera vez sus cabellos. Casi a regañadientes, salió de la piscina, retorciendo sus cabellos y enrollándolos sobre su cabeza mientras se secaba. Rebuscó entre las ropas y apoyó una prenda contra su cuerpo para ver cómo le sentaba. La tela, de color verde pálido, tenía un tacto suave bajo sus dedos arrugados por el agua, aunque la pelusilla se enganchaba en sus agrietadas manos. La pasó a través de su cabeza. Le quedaba ancha, pero la sobretúnica de un color verde más oscuro tenía un ceñidor que Lessa apretó fuertemente alrededor de su cintura. La anormal sensación de suavidad contra su desnuda piel hizo que Lessa se estremeciera de voluptuoso placer. La falda, cayendo en airosos pliegues alrededor de sus tobillos, provocó en ella una sonrisa de femenino deleite. Tomó un paño de secar limpio y empezó a trabajar en sus cabellos.
Un sonido apagado llegó a sus oídos y se interrumpió, con las manos suspendidas en el aire y la cabeza inclinada a un lado. Agudizando el oído, escuchó. Sí, había alguien fuera. Seguramente, el dragonero y su animal habían regresado. Ante aquella inoportuna interrupción, Lessa hizo una mueca de fastidio y frotó con más fuerza sus cabellos. Deslizó sus dedos a través de los embrollos semisecos, sin lograr desenredarlos. Exasperada, rebuscó en los estantes hasta que encontró, tal como había esperado, un peine de metal de recias púas. Atacó sus cabellos con él y, tras muchos gruñidos y gemidos, logró desenredar lo que había tardado años en enmarañarse.
Secos ahora, sus cabellos parecían tener de pronto una vida propia, crujiendo en tomo a sus manos y pegándose a la cara, al peine y al vestido. Resultaba difícil controlar la sedosa mata. Y sus cabellos eran más largos de lo que había creído, ya que, limpios y desenredados, caían hasta su cintura, cuando no se pegaban a sus manos.
Hizo una pausa para escuchar, y no oyó ningún sonido. Aprensivamente, apartó la cortina y echó una ojeada al dormitorio. Estaba vacío. Escuchó y captó los pensamientos perceptibles del soñoliento dragón. Bueno, prefería encontrar al hombre en presencia de un dragón soñoliento que en un dormitorio. Echó a andar y, por el rabillo del ojo, vio a una mujer desconocida que pasaba por delante de un trozo de metal bruñido colgado de la pared.
Sorprendida, se paró en seco, mirando con aire de incredulidad el rostro que reflejaba el metal. Sólo cuando se llevó las manos a sus salientes pómulos en un gesto de involuntario asombro, y el reflejo imitó el gesto, se dio cuenta de que se estaba viendo a sí misma.
¡Vaya, la muchacha reflejada allí era más hermosa que Dama Tela, que la hija del pañero! Pero estaba muy delgada. Con un impulso propio, las manos de Lessa rozaron su cuello, las salientes clavículas, los senos, que no reflejaban del todo la delgadez del resto de su cuerpo. Con una inesperada emergencia de vanidad nacida en aquel instante de deleitada valoración, Lessa observó que el vestido era demasiado ancho para su talla. Y sus cabellos rodeaban su cabeza como una aureola. Los alisó con dedos impacientes, llevando automáticamente rizos hacia adelante para que colgaran alrededor de su rostro. Mientras los empujaba nerviosamente hacia atrás, descartada la necesidad de un disfraz, los cabellos volvían a erguirse.
El leve sonido del roce de una bota contra la piedra, la interrumpió en su tarea. Esperó, temiendo ver aparecer de un momento a otro al dragonero. Súbitamente, la había invadido una gran timidez. Con su rostro desnudo para el mundo, sus cabellos detrás de sus orejas, su cuerpo perfilado por una tela que se pegaba a la carne, Lessa había sido despojada de su acostumbrado anonimato y, en consecuencia, resultaba vulnerable, según pensó.
Ante una irracional oleada de temor dominó bruscamente su deseo de huir. Observándose a sí misma en el bruñido metal, echó sus hombros hacia atrás, irguió la cabeza, con la barbilla levantada; el movimiento hizo que sus cabellos volvieran a alzarse alrededor de su cabeza. Era Lessa de Ruatha, de una noble Sangre antigua. Ya no necesitaba recurrir al artificio para protegerse a sí misma, así que debía mostrarse orgullosa con la cara descubierta ante el mundo…, y ante aquel dragonero.
Decididamente, cruzó la estancia, apartando a un lado la cortina del umbral de la gran caverna.
Él estaba allí, al lado de la cabeza del dragón, rascando sus párpados, con una rara expresión de ternura en el rostro. Aquel cuadro no encajaba lo más mínimo con todo lo que ella había oído acerca de los dragoneros.
Desde luego, había oído hablar de la extraña afinidad entre caballero y dragón, pero ésta era la primera vez que comprobaba que el amor formaba parte de aquel lazo. O que este hombre frío y reservado era capaz de una emoción tan profunda. Se había mostrado bastante brusco con ella a propósito del wher guardián, por lo que no le extrañaba que el wher guardián creyera que se proponía causarle algún daño. Los dragones habían sido más tolerantes, recordó Lessa con un involuntario bufido.
Lentamente, F'lar se giró, como si le doliera separarse del broncíneo animal. Al ver a Lessa giró en redondo, con los ojos brillantes mientras tomaba nota del nuevo aspecto de la muchacha. Con pasos rápidos y ligeros cruzó la distancia que los separaba y empujó a Lessa hacia el dormitorio, agarrándola con fuerza del codo con una mano.
- Mnementh ha comido un poco y necesitará silencio para descansar -dijo en voz baja, como si ésta fuera la consideración más importante.
Empujó la pesada cortina a través de la abertura. Luego, sin soltar a Lessa, la apartó ligeramente de él, haciéndola girar a uno y otro lado, observándola con la mayor atención, con una curiosa expresión de sorpresa en el rostro.
- Un buen lavado… Hermosa, sí, casi hermosa -admitió, en un tono tan condescendiente que Lessa se apartó bruscamente de él, indignada. F'lar se echó a reír-. ¿Cómo podía sospechar, después de todo, lo que había debajo de la mugre de diez Revoluciones completas? Sí, no hay duda de que eres lo bastante hermosa como para aplacar a F'nor.
Enfurecida por la actitud del dragonero, Lessa inquirió en tono glacial:
- ¿Y F'nor debe ser aplacado a toda costa?
En silencio, F'lar la miró sonriendo hasta que ella tuvo que apretar sus puños contra sus costados para no dejarse vencer por la tentación de golpear aquel rostro burlón.
Finalmente, F'lar dijo:
- No importa, tenemos que comer, y yo necesitaré tus servicios. -Ante la exclamación de alarma de Lessa, el dragonero se giró, sonriendo maliciosamente, mientras su movimiento revelaba la sangre cuajada en su manga izquierda-. Lo menos que puedes hacer es curar las heridas que honrosamente recibí luchando por ti.
Empujó a un lado una parte de la cortina que cubría la pared interior.
- ¡Comida para dos! -rugió, acercando su boca a un negro agujero abierto en la roca.
Lessa oyó un eco subterráneo mucho más abajo, mientras la voz de F'lar resonaba a lo largo de lo que debía de ser un profundo pozo.
- Nemorth está casi rígida -continuó diciendo el dragonero, mientras sacaba algo de otro estante oculto detrás de una cortina -, y, en cualquier caso, la Eclosión empezará pronto.
Al oír mencionar una Eclosión, algo muy frío se instaló en el estómago de Lessa. Los relatos más moderados que había oído acerca de aquella parte de la dragonería ponían la carne de gallina: los peores eran francamente macabros. Con manos gélidas cogió las cosas que le entregaba F'lar.
- ¿Qué? ¿Asustada? -inquirió irónicamente el dragonero, mientras se despojaba de su desgarrada y ensangrentada camisa.
Sacudiendo negativamente la cabeza, Lessa fijó su atención en la espalda de anchos hombros y poderosa musculatura que F'lar le presentaba, con la piel más pálida de su cuerpo vetada por estrías sanguinolentas. Al quitarle la camisa, las costras de su herida, aún muy tiernas, habían sido arrancadas. Ahora su hombro sangraba.
- Necesitaré agua -dijo Lessa.
Nada más decir esto vio que había una jofaina entre los objetos que F'lar le había entregado. Rápidamente, se dirigió a la piscina en busca de agua, preguntándose cómo había accedido a aventurarse tan lejos de Ruatha. Aun estando arruinado, Ruatha era su Fuerte, con el que estaba familiarizada, desde la Torre hasta el sótano más profundo. En el momento en que la idea le había sido insidiosamente sugerida por el dragonero, Lessa se había sentido capaz de cualquier cosa, habiendo conseguido que por fin Fax muriese. Lo único que ahora podía hacer era evitar que el agua se derramara de la jofaina que, inexplicablemente, temblaba entre sus manos.
Se obligó a sí misma a concentrarse en la herida. Era una fea cuchillada, profunda donde había penetrado la punta para desviarse después hacia arriba en un corte más superficial. Mientras limpiaba la herida, sus dedos tocaron la suave piel de F'lar. A pesar de sí misma, percibió el olor masculino del dragonero, un olor que distaba mucho de resultar desagradable, a sudor, a cuero y a almizcle, esto último debido, probablemente, a su estrecho contacto con los dragones.
Aunque debió dolerle mientras Lessa desprendía los coágulos de sangre, F'lar permaneció completamente impasible, como si la operación no fuera con él. Esto enojó tanto más a Lessa por cuanto se había dejado vencer por la tentación de tratarle bruscamente en pago al menosprecio de los sentimientos de que había hecho gala F'lar.
Mientras untaba generosamente la herida con el ungüento que el dragonero le había proporcionado, Lessa rechinó los dientes, decepcionada. Luego, procedió a vendar el hombro con tiras de tela, retrocediendo un poco al dar por terminada la cura. F'lar flexionó el brazo experimentalmente en el apretado vendaje, y el movimiento hizo ondular los músculos a lo largo de su costado y de su espalda.
Cuando se encaró con ella, sus ojos tenían una expresión pensativa.
- Una cura perfecta, mi dama. Gracias.
Su sonrisa era irónica.
Cuando F'lar se levantó, Lessa retrocedió, pero el dragonero se limitó a acercarse al baúl en busca de una camisa blanca, limpia.
En aquel momento resonó un sordo rumor que rápidamente se intensificó.
¿Dragones rugiendo?, se preguntó Lessa, tratando de dominar el absurdo temor que la estaba invadiendo. ¿Había empezado la Eclosión? Aquí no había ninguna madriguera de wher guardián para ocultarse…
Como comprendiendo su confusión, el dragonero estalló en una alegre carcajada y, sin dejar de mirarla, apartó a un lado la cortina de la pared en el preciso instante en que un ruidoso mecanismo en el interior del pozo hacía visible una bandeja con comida.
Avergonzada por su injustificado temor y furiosa por el hecho de que F'lar se hubiera dado cuenta de que lo sentía, Lessa se sentó rabiosamente en el poyo de piedra forrado de piel que había junto a la pared, deseándole al dragonero una serie de graves y dolorosas heridas que ella pudiera curar con manos desconsideradas. No desaprovecharía ninguna futura oportunidad.
F'lar colocó la bandeja sobre la mesita que había delante de ella, formando su propio asiento con un montón de pieles. Había carne, pan, un cántaro de klah, un tentador queso amarillo e incluso unas cuantas piezas de fruta invernal. Ni F'lar ni Lessa hicieron ningún movimiento que indicara que iban a comer, aunque a ella el hecho de pensar en una pieza de fruta que estaba madura en vez de podrida llenaba su boca de agua. F'lar alzó la mirada hacia la muchacha y frunció el ceño.
- Incluso en el Weyr, la dama parte el pan en primer lugar -dijo, e inclinó cortésmente la cabeza hacia ella.
Lessa enrojeció, desacostumbrada a cualquier cortesía, y más desacostumbrada a ser la primera en comer. Partió un trozo de pan. Era como algo que ella recordaba haber saboreado en tiempos muy remotos. Para empezar, hacía muy poco que había salido del horno. La harina había sido cuidadosamente tamizada, y no había en ella ni rastro de arena ni pellejos de grano. Lessa cogió la loncha de queso que F'lar le ofrecía, y le pareció también delicioso. Estimulada por esta demostración de que su condición social había cambiado, Lessa alargó una mano hacia la pieza de fruta que le pareció más atractiva a sus ojos.
- Atiende -le dijo el dragonero en aquel momento, tocando con su mano la de ella para llamar su atención.
Pensando que había cometido un error, Lessa se apresuró a dejar caer la fruta. Miró fijamente a F'lar, preguntándose en qué había faltado. F'lar recuperó la fruta y volvió a colocarla en la mano de la muchacha mientras seguía hablando. Con los ojos muy abiertos, Lessa mordisqueó la fruta, desarmada, y prestó toda su atención.
- Escúchame. Ocurra lo que ocurra en la Sala de Eclosión, no debes permitir que el miedo se refleje en tus ojos. Y no debes permitirle que coma demasiado. -En su rostro, se dibujó una traviesa expresión -.Evitar que un dragón coma demasiado es una de nuestras principales funciones.
Lessa perdió interés en el sabor de la fruta. Volvió a colocarla cuidadosamente en el cuenco y trató de captar lo que F'lar no había dicho, pero que estaba implícito en el tono de su voz. Miró al dragonero a los ojos, viéndole como una persona, y no como un símbolo, por primera vez.
Su frialdad no era falta de emoción, sino preocupación, pensó. Su severidad tenía que ser asumida para hacer olvidar su juventud, ya que no podía aventajarle a ella en muchas Revoluciones. Tenía los negros cabellos ondulados hacia atrás desde una alta frente hasta rozar el cuello de su camisa. Sus espesas cejas negras se contraían con demasiada frecuencia o se arqueaban altivamente cuando miraba a su víctima; sus ojos (de color ámbar, lo bastante claro para que parecieran dorados) eran demasiado expresivos de emociones cínicas o fría altivez. Sus labios eran delgados pero bien formados y, en reposo, casi amables. ¿Por qué fruncía siempre la boca en señal de desaprobación o en una de aquellas sardónicas sonrisas? Seguramente, se le consideraba un hombre guapo, pensó Lessa ingenuamente, ya que había en él un evidente magnetismo. Y, en aquel momento, se estaba comportando sin la menor afectación.
Sentía lo que estaba diciendo. No quería que ella tuviera miedo. No existía ningún motivo para que ella, Lessa, tuviera miedo.
Deseaba mucho que ella tuviera éxito. ¿Impidiendo a quién que comiera demasiado qué? ¿Animales de rebaño? Desde luego que un dragón recién salido del cascarón no era capaz de comerse un animal entero. Aquella tarea a Lessa le parecía bastante sencilla. En el Fuerte de Ruatha, el wher guardián la había obedecido a ella y a nadie más. Ella había comprendido al gran dragón broncíneo e incluso había logrado silenciarle mientras corría debajo de su puesto de observación en la Torre en busca de la comadrona. ¿Función principal? ¿Nuestra función principal?
El dragonero la estaba mirando con aire expectante.
- ¿Nuestra función principal? -repitió Lessa, en un tono que expresaba sin palabras su deseo de obtener más información.
- Lo primero es lo primero, de eso hablaremos más tarde -dijo F'lar, descartando con un gesto impaciente cualquier otra cuestión.
- Pero ¿qué ocurre? -insistió Lessa.
- Te lo diré tal como me lo dijeron. Ni más ni menos. Debes recordar dos cosas: olvídate del miedo, y no le permitas comerdemasiado.
- Pero…
- Tú, en cambio, necesitas comer. Vamos.
Ensartó un trozo de carne con su cuchillo y se lo ofreció a Lessa, contemplándola con el ceño fruncido hasta que la muchacha lo hubo engullido. Cuando estaba a punto de ofrecerle más, ella se apresuró a coger la fruta que ya había mordisqueado y que prefería a la carne. En este último refrigerio había comido más de lo que estaba acostumbrada a comer durante todo el día en el Fuerte.
- Pronto comeremos mejor en el Weyr -observó F'lar, dirigiendo una mirada de desagrado a la bandeja.
En opinión de Lessa aquello era un festín, así que aquella afirmación le sorprendió.
- ¿Es más de lo que estabas acostumbrada a comer? Claro, olvidaba que saliste de Ruatha en los puros huesos.
Lessa se envaró.
- En Ruatha te portaste bien. No pretendo criticarte -añadió F'lar, sonriendo ante la reacción de Lessa -.Pero, mírate a ti misma -y señaló el cuerpo de la muchacha con aquella curiosa expresión, semidivertida, semicontemplativa, en el rostro-. No, nunca habría sospechado que un solo baño podía transformarte hasta tal punto -observó-. Yesos cabellos…
Ahora su expresión era de sincera admiración.
Involuntariamente, Lessa se llevó una mano a la cabeza, aplastando sus cabellos bajo sus dedos. Pero la réplica indignada que se proponía dar al dragonero murió antes de nacer. Un sonido fantástico llenó la cámara.
El sonido provocó una vibración que descendió por los oídos de Lessa hasta su espina dorsal. Se tapó los oídos con las manos. El ruido, entonces, discurrió a través de su cráneo. De pronto, tan súbitamente como había empezado, se interrumpió.
Antes de que Lessa supiera lo que él se proponía, el dragonero la había agarrado por la muñeca y tiraba de ella hacia el baúl.
- Quítate eso -ordenó, señalando el vestido y la túnica.
Mientras Lessa le miraba con aire atontado, F'lar sacó del baúl un vestido blanco, sin manga y sin cinturón, algo tan simple como dos trozos de tela fina cosidas por los hombros y los costados.
- ¿Te desvistes tú o lo hago yo? -inquirió F'lar, en tono impaciente.
El salvaje sonido se repitió, y su enervante acento prestó alas a los dedos de Lessa. Apenas había soltado las prendas que llevaba, dejando que se deslizaran hasta sus pies, cuando ya el dragonero había pasado la otra a través de su cabeza. Lessa logró introducir los brazos en los lugares adecuados antes de que F'lar volviera a agarrarla por la muñeca y echara a correr, sacándola del dormitorio con sus cabellos ondeando detrás de ella, llenos de electricidad.
Cuando llegaron a la cámara exterior, el dragón bronce estaba erguido en el centro de la caverna, con la cabeza vuelta hacia la puerta del dormitorio. A Lessa le pareció que estaba impaciente: sus grandes ojos, que tanto la fascinaban, chispeaban iridiscentemente. Por su actitud se adivinaba una excitación interior de grandes proporciones, y de su garganta brotaba un agudo canturreo, varias octavas más bajo que el enervante grito que les había conmocionado a todos.
A pesar de su manifiesta impaciencia, el dragón y su jinete hicieron una pausa. De pronto, Lessa se dio cuenta de que estaban hablando sobre ella. Súbitamente, la cabeza del gran dragón se situó directamente en frente de Lessa, borrando todo lo demás. La muchacha notó la cálida exhalación de su aliento, ligeramente cargado de azufre. Le oyó informar al dragonero de que él aprobaba cada vez más a esta mujer de Ruatha.
Con una sacudida que agitó su cabeza encima de su cuello, el dragonero tiró de ella a lo largo del pasillo. El dragón marchaba a su lado con una rapidez que hizo temer a Lessa que los tres saldrían catapultados más allá del saliente. Pero, en el momento crucial, Lessa se encontró encaramada sobre el cuello broncíneo, con el dragonero sujetándola por la cintura con una mano firme. Y antes de que pudiera reaccionar estaban deslizándose a través de la gran concavidad del Weyr en dirección a la alta muralla que había en el lado contrario. El aire estaba lleno de alas y colas de dragón, y de un coro de sonidos que resonaban y volvían a resonar a través del pétreo valle.
Mnementh emprendió lo que Lessa estaba segura de que sería una carrera para colisionar con otros dragones, dirigiéndose en línea recta hacia una enorme negrura redonda en la fachada del acantilado, muy en lo alto. Milagrosamente, los animales desfilaron uno a uno a través de la entrada, cuya anchura era muy superior a la de Mnementh con las alas plenamente extendidas.
El pasillo reverberaba con el estruendo de alas. El aire que rodeaba a Lessa estaba fuertemente comprimido. Luego, penetra ron en una gigantesca caverna.
Incrédula, Lessa pensó que toda la montaña tenía que estar hueca. Alrededor de la enorme caverna había apretadas filas de dragones: azul, verde, pardo y, únicamente dos grandes animales bronce como Mnementh, sobre salientes dispuestos para acomodar a centenares de ellos. Instintivamente consciente de la inminencia de un gran acontecimiento, Lessa se aferró a las escamas del broncíneo cuello.
Sin prestar la menor atención al saliente de los bronce, Mnementh voló en círculo hacia abajo. Lo único que Lessa pudo ver entonces fue lo que yacía sobre el arenoso suelo de la gran caverna: huevos de dragón. Un grupo de diez huevos monstruosos, moteados, con sus cáscaras moviéndose espasmódicamente debido a los esfuerzos por romperlas de las crías que estaban en su interior. A un lado, sobre la parte más elevada del suelo, había un huevo dorado, cuyo tamaño era mucho mayor que el de los moteados. Más allá del huevo dorado yacía la inmóvil armazón ocre de la vieja reina.
En el preciso instante en que se dio cuenta de que Mnementh se posaba en el suelo, muy cerca de aquel huevo, Lessa notó las manos del dragonero sobre las suyas, levantándola del cuello de Mnementh.
Aprensivamente, se agarró a él. Pero las manos de F'lar la izaron inexorablemente y, con la misma inexorabilidad, la depositaron en el suelo. Llameando con fuego ambarino, los ojos del dragonero se clavaron en los suyos.
- ¡Recuerda, Lessa!
Con uno de sus grandes ojos vuelto hacia ella, Mnementh añadió una nota estimulante. Luego, remontó el vuelo. Lessa levantó a medias una suplicante mano, sintiéndose huérfana de todo apoyo, huérfana incluso de aquella firme determinación que la había sostenido en su lucha para vengarse de Fax. Vio que el dragón bronce se instalaba en el primer saliente, a cierta distancia de los otros dos animales broncíneos. El dragonero desmontó, y Mnementh arqueó su sinuoso cuello hasta que su cabeza quedó a la altura de su jinete. El hombre extendió una mano y con aire ausente, le pareció a Lessa, acarició su montura.
Ruidosos gritos y chillidos distrajeron a Lessa, y vio más dragones que descendían para posarse sobre el suelo de la caverna, cada uno de los jinetes soltando a una joven, hasta que se reunieron doce muchachas, incluyendo a Lessa, la cual se mantuvo un poco apartada de las otras, mientras ellas se pegaban la una a la otra. Con curiosidad, Lessa las contempló, despreciándolas por sus lágrimas, aunque probablemente su corazón no latía con menos rapidez que los de ellas. Si no lloraba era porque no creía que las lágrimas representaran ninguna ayuda. Que ella pudiera ver, las muchachas no habían sufrido ningún daño, de modo que sus sollozos estaban fuera de lugar. Su desprecio le hizo adquirir conciencia de su propia temeridad, y respiró a fondo contra la frialdad que había dentro de ella. Deja que ellas tengan miedo, se dijo a sí misma. Ella era Lessa de Ruatha, y no tenía por qué asustarse.
En aquel preciso instante, el huevo dorado se movió convulsivamente. Abriendo la boca al unísono, las muchachas se alejaron de él, apretándose contra la rocosa pared. Una de ellas, una rubia encantadora, con su pesada trenza de cabellos dorados colgando hasta el suelo, inició un movimiento en dirección al huevo, pero se detuvo, gritando, y retrocedió precipitadamente para ir a buscar consuelo entre sus compañeras.
Lessa se giró para mirar qué era lo que podía haber provocado aquella expresión de horror en el rostro de la muchacha. Pero, involuntariamente, también ella retrocedió unos pasos.
En el sector principal del suelo arenoso, varios de los huevos moteados se habían abierto ya. Las crías, croando débilmente, estaban avanzando hacia -y Lessa tragó saliva -los muchachos reunidos estólidamente en un semicírculo. Algunos de ellos no eran mayores de lo que era ella cuando el ejército de Fax había invadido el Fuerte de Ruatha.
Cuando una de las crías extendió garra y pico para agarrar a un muchacho, los chillidos de las mujeres se convirtieron en ahogados sollozos.
Lessa se obligó a sí misma a contemplar cómo el joven dragón aporreaba al muchacho, arrojándolo bruscamente a un lado como si, en algún sentido, estuviera insatisfecho. El muchacho no se movió, y Lessa pudo ver la sangre que brotaba de las heridas que el dragón le había infligido.
Una segunda cría se acercó a otro muchacho, parándose ante él, agitando inútilmente sus alas, irguiendo su pelado cuello y croando una parodia del estimulante canturreo que Mnementh emitía con frecuencia. Con cierta indecisión, el muchacho levantó una mano y empezó a rascar uno de los párpados del animal. Sin dar crédito a sus ojos, Lessa observó cómo la cría, su canturreo cada vez más melodioso, inclinaba la cabeza, empujando al muchacho, en cuyo rostro se reflejó una sonrisa de júbilo ante la realización de lo que le había parecido increíble.
Apartando sus ojos de aquel asombroso espectáculo, Lessa vio que otra cría iniciaba la misma maniobra con otro muchacho. Entretanto, habían surgido dos dragones más. Uno de ellos había derribado a un muchacho y estaba andando encima de él, indiferente al hecho de que sus garras le estaban abriendo grandes heridas. La cría que seguía a su camarada de eclosión, se detuvo junto al muchacho herido, tocando con su cabeza la cara del muchacho, canturreando ansiosamente. Mientras Lessa miraba, el muchacho consiguió ponerse de pie, con lágrimas de dolor ascendiendo por sus mejillas. Lessa pudo oír cómo le decía al dragón que no se preocupara, que sólo había recibido unos cuantos arañazos.
La ceremonia terminó muy pronto. Los jóvenes dragones escogieron su pareja entre los muchachos. Luego, descendieron caballeros verdes para llevarse a los que no habían sido aceptados. Con sus animales, caballeros azules se posaron en el suelo para transportar a las parejas fuera de la caverna, con los jóvenes dragones chillando, canturreando y agitando sus húmedas alas, estimulados por sus camaradas de Weyr recientemente adquiridos.
Con soltura, Lessa se volvió hacia el oscilante huevo dorado, sabiendo lo que debía esperar y tratando de adivinar qué habían hecho o dejado de hacer los muchachos favorecidos por el éxito para que fueran elegidos por los jóvenes dragones.
En el cascarón dorado apareció una grieta y fue acogida por los aterrorizados gritos de las muchachas. Algunas habían caído formando pequeños montones de tela blanca, otras se abrazaban fuertemente en su mutuo terror. La grieta se ensanchó y, a través de ella, surgió la cabeza cuneiforme, seguida rápidamente por el cuello, de un dorado resplandeciente. Con inesperado despego, Lessa se preguntó cuánto tardaría el animal en madurar, teniendo en cuenta su gran tamaño al nacer. Su cabeza era, mayor que la de los dragones machos, que había sido suficientemente grande como para derribar a robustos muchachos que habían cumplido las diez Revoluciones.
Lessa tuvo conciencia de un ruidoso zumbido en el interior del Vestíbulo. Alzó la mirada hacia el auditorio y comprobó que procedía de los dragones bronce, ya que éste era el nacimiento de su pareja, su reina. A medida que el huevo se rompía en fragmentos y emergía el dorado cuerpo de la nueva hembra, el zumbido aumentó de volumen. La nueva hembra en cuestión se tambaleó, hundiendo su agudo pico en la blanda arena, momentáneamente atrapada. Agitando sus húmedas alas se liberó a sí misma, ridícula en su débil torpeza. Con repentina e inesperada rapidez, se precipitó hacia las aterrorizadas muchachas. Antes de que Lessa pudiera parpadear, embistió a la primera muchacha con tanta violencia que su cabeza chasqueó audiblemente y la muchacha se desplomó sobre la arena. Sin prestarle la menor atención, el dragón hembra saltó hacia la segunda muchacha, pero calculó mal la distancia y cayó, extendiendo una garra en busca de apoyo y rastrillando el cuerpo de la muchacha desde el hombro hasta la cadera. Los gritos de la mortalmente herida muchacha distrajeron al dragón hembra y liberaron a sus compañeras de su horrorizado trance. Se dispersaron en trágica confusión, corriendo, saltando, tropezando, cayendo a través de la arena hacia la salida que los muchachos habían utilizado.
Gimiendo de un modo lastimero, el dorado animal contemplaba a las mujeres que huían de él, mientras Lessa avanzó. Aquella estúpida muchacha… ¿Por qué no se había hecho a un lado?, pensó, extendiendo una mano hacia la cabeza cuneiforme, no mucho mayor que su propio torso. El dragón hembra era tan torpe y tan débil que ella misma era su peor enemigo.
Lessa hizo girar la cabeza de modo que los ojos de múltiples facetas se vieran obligados a mirarla, y se encontró a sí misma perdida en aquella mirada de arco iris…
Una sensación de dicha inundó a Lessa; una sensación de calor, ternura, afecto puro e inmediato respeto y admiración, llenó su mente, su corazón y su alma. A Lessa no le faltaría nunca más un abogado, un defensor, un amigo íntimo, que adivinaría instantáneamente su estado de ánimo, sus deseos. ¡Cuán maravillosa era Lessa! El pensamiento se introdujo en las reflexiones de Lessa. Era hermosa, amable, cariñosa, valiente y lista…
Maquinalmente, Lessa extendió una mano para rascar el lugar exacto en el blando párpado.
El dragón hembra parpadeó ansiosamente, sumamente triste por haber sido causa de inquietud para Lessa. Lessa se apresuró a tranquilizarla, palmeando el blando y húmedo cuello que se arqueaba confiadamente hacia ella. El dragón hembra se tambaleó hacia un costado y una de sus alas se enganchó en la garra posterior. Le dolía. Cuidadosamente, Lessa levantó la pata afectada, liberó el ala, plegándola a lo largo del costado del animal.
Siguiendo con los ojos cada uno de los movimientos de Lessa, el dragón hembra empezó a canturrear. Empujó a Lessa con la cabeza, y Lessa rascó obedientemente el otro párpado.
El dragón hembra le hizo saber que estaba hambrienta. -Te traeremos algo que puedas comer directamente -le aseguró Lessa jovialmente, al tiempo que parpadeaba de asombro ante la insensibilidad del dragón hembra.
Era un hecho que aquella pequeña amenaza acababa de herir gravemente, si no las había matado, a dos mujeres.
Lessa no podía dar crédito a que sus simpatías se inclinaran de un modo tan alarmante hacia el animal. Sin embargo, el deseo de proteger a aquella cría era, para ella, la cosa más natural del mundo.
El dragón hembra arqueó su cuello para mirar a Lessa directamente a los ojos. Ansiosamente, Ramoth repitió lo hambrienta que estaba, después de haber permanecido tanto tiempo sin alimento dentro de aquella cáscara.
Lessa se preguntó cómo conocía el nombre del dragón hembra, y Ramoth replicó: ¿Por qué no debería ella conocer su propio nombre, dado que era suya y de nadie más? Y, entonces, Lessa se perdió en la maravilla de aquellos ojos magníficamente expresivos.
Indiferente a los dragones bronce que descendían, indiferente a la presencia de sus jinetes, Lessa acarició la cabeza de la criatura más maravillosa de todo Pern, presciente de disgustos y glorias, pero más inmediatamente consciente de que Lessa de Pero era Dama del Weyr de la Dorada Ramoth desde ahora y para siempre.