
¿Qué sería de la Tierra sí de pronto le faltara el Sol, fuente de luz y de calor? Los cambios serían tremendos, pero por algo el hombre es el más adaptable de los seres vivientes.
UN BALDE DE AIRE
por FRITZ LEIBER | Ilustrado por PEDRO RAMOS |
PAPÁ me había enviado a buscar otro balde de aire. Ya estaba casi lleno cuando vi la cosa.
Al principio me pareció la cara de una mujer. Sí, una hermosa cara, brillando en la obscuridad y mirándome desde el quinto piso del edificio de enfrente, que ahora queda justo encima de la capa de aire congelado Nunca vi una mujer tan joven viva, salvo en las viejas revistas. Nita es sólo una chiquilina y mamá está tan enferma y decaída… Fue una sorpresa tal que se me cayó el balde. ¿A quién no se le caería, sabiendo que en la Tierra no queda nadie vivo, salvo papá, mamá, Nita y uno?
Sin embargo, creo que no debiera haberme sorprendido. Todos vemos cosas de vez en cuando. A mamá le pasa muy a menudo, y se pone a gritar y gritar y se agarra de las mantas que cuelgan alrededor del Nido.
Cuando recobré el balde y miré de vuelta al departamento de Enfrente, la cara no estaba más y en su lugar sólo se veía una luz que se movía cautelosamente, pasando de una ventana a otra. Entonces sí que me aterroricé. Ni siquiera atiné a moverme y me quedé allí temblando, tanto que casi me congelo los pies. No sé de dónde saqué el coraje para entrar de vuelta a casa.
Pronto me encontré caminando entre las mantas y alfombras que papá colgó para disminuir el escape de aire del Nido, y el susto se me fue pasando. Casi en seguida comencé a oír el tictac de los relojes del Nido, y me di cuenta de que estaba regresando al aire. Por supuesto que afuera, en el vacío, no se oye nada. Pero al empujar la última cortina todavía me sentía nervioso e incómodo.
DÉJENME que les hable del Nido. Es bajo y abrigado, y hay lugar escaso para nosotros cuatro y nuestras cosas. El piso está cubierto con espesas alfombras de lana. Tres de los costados son mantas, y las mantas del techo tocan la cabeza de papá. El dice que está dentro de otra habitación mayor, pero yo nunca he visto las verdaderas paredes.
Contra una de las paredes de mantas hay una estantería, donde ponemos herramientas, libros y algunas otras cosas. Sobre la estantería hay toda una hilera de relojes. Papá se preocupa mucho de que siempre tengan cuerda. Dice que no tenemos que olvidarnos nunca del tiempo. Ahora que no tenemos ni Sol ni Luna sería lo más fácil.
La cuarta pared tiene mantas en todos lados, salvo alrededor del hogar, donde arde un fuego que jamás debe apagarse. El fuego nos salva de morir congelados y de varias otras cosas más. Siempre tiene que haber alguien que lo cuide. Antes eran papá y mamá los que se encargaban de eso, pero ahora estoy yo para ayudar, y también Nita.
Sin embargo, el guardián principal del fuego es papá. Siempre me lo imagino así: un hombre alto sentado con las piernas cruzadas, frunciendo ansiosamente el ceño ante el fuego, con la cara delgada iluminada por su luz, echando pedazos de carbón que saca de la pila que hay al costado.
Cuando yo llegué estaba justamente en esa pose, pero se levantó en seguida para sacarme el balde y retarme a gritos por haberme quedado holgazaneando. Mamá también se puso a gritarme. Papá me explica siempre que lo hace para sentirse más aliviada. Nita aprovechó también para decirme un par de idioteces.
Ahora que estaba dentro del nido se podía sentir el frío del aire congelado. Parecía chuparse el calor de todo lo que había alrededor. Hasta las llamas se retiraron cuando papá se acercó al fuego.
Y sin embargo es él quien nos mantiene vivos. Se va derritiendo lentamente, refrescando el Nido y alimentando el fuego. Las mantas no dejan que escape demasiado rápido. A papá le hubiera gustado aislar herméticamente el Nido, pero no puede porque el edificio está demasiado destrozado por los terremotos. Dice que el aire está formado por pequeñas moléculas que se escapan como el rayo si no hay nada que las detenga. Tenemos que vigilar constantemente para que el aire no se enrarezca. Papá siempre mantiene una gran reserva en cubos detrás de las primeras mantas, junto con carbón, latas de comida y nieve para el agua. Todo eso lo conseguimos en la planta baja.
USTEDES saben que cuando la tierra se enfrió, primero se congeló toda el agua de la atmósfera en una capa de unos tres o cuatro metros de espesor, y luego encima cayeron los cristales de aire congelados, formando otra alfombra de unos veinte metros de altura.
Por supuesto, todas las partes de aire no se congelaron al mismo tiempo.
Primero fue el anhídrido carbónico. Cuando uno baja a buscar agua tiene que tener cuidado que no se mezcle demasiado porque para lo único que sirve es para hacerlo dormir a uno, quizá para siempre, y apagar el fuego. Después está el nitrógeno, que no es ni bueno ni malo, aunque ocupa la capa de mayor espesor. Encima está el oxígeno, lo cual es una suerte porque es el más fácil de ir a buscar. Finalmente, arriba de todo hay una capa muy delgada de helio. Resulta cómico ver esos gases tan nítidamente separados.
En cuanto me saqué la escafandra me puse a contar todo lo que había visto. Mamá se puso nerviosa en seguida, y papá se enojó por ello. Sin embargo, se dio cuenta de que lo que yo decía no eran inventos.
—¿Observaste la luz durante mucho tiempo? —me preguntó cuando yo terminé de hablar. Yo no había dicho nada de que al principio vi aparecer la cara de una mujer. Me daba vergüenza.
—Lo suficiente como para verla atravesar cinco ventanas y pasar al otro piso.
—¿Y no parecía electricidad inducida, o luz estelar reflejada por cristales o algo parecido?
No crean que papá estaba inventando. Las cosas más desagradables suceden en un mundo que ya casi no puede enfriarse más. Y cuando uno se imagina que la materia está muerta para siempre, revive de una manera muy extraña. Algo tenue se arrastra hacia el Nido, como un animal que busca el calor; es el helio líquido. Y una vez, cuando era chiquito, una bola relampagueante golpeó en la cúpula que se ve desde aquí, y estuvo allí semanas y semanas subiendo y bajando, hasta que desapareció. Ni papá supo lo que era.
—No se parecía a nada de lo que vi hasta ahora —le contesté.
Frunció el ceño. Luego dijo:
—Vamos juntos afuera para que me lo muestres.
Nos pusimos los trajes para salir. Son trajes que hizo papá con el material plástico de envases transparentes. Mantienen el calor y hasta se puede reemplazar el aire durante algún tiempo.
Papá se había puesto todo menos la escafandra. Se inclinó junto al fuego y, agitando la larga varilla de hierro que sube hasta la parte más alta de la chimenea, rompió los pedazos de hielo que constantemente la tapan. Una vez por semana subimos al techo para ver si marcha bien. Es el peor de todos los viajes, y papá no me deja hacerlo solo.
—Nita —dijo papá—, encárgate del fuego. Y también de la provisión de aire. Si te parece que no hierve bien toma otro cubo de atrás de las mantas. ¡Pero mucho cuidado con las manos!
Papá se puso la escafandra, tomó un balde y me hizo señas de que lo siguiera.
PAPÁ iba adelante y yo me agarré de su cinturón. Es raro. Cuando salgo solo no tengo miedo, pero cuando voy con papá siempre necesito tomarme de él. Hábito, supongo. Aunque, para qué negar que esta vez estaba un poco asustado.
Es que sucede lo siguiente. Sabemos que afuera está todo muerto. Las últimas voces por radio papá las oyó hace muchos años y vio morir a los últimos hombres que no tuvieron tanta suerte o no estaban tan bien preparados como nosotros. Así que cuando había algo hurgando alrededor, no podía ser ni humano ni amigo.
Además, uno siente algo raro por el hecho de que sea siempre de noche, y bien fría. Papá dice que había algo de eso en los viejos tiempos, pero luego cuando salía el Sol uno se olvidaba. Yo no puedo decir nada personalmente, porque sólo recuerdo al Sol como una estrella algo más grande que las demás. Cuando la estrella apagada nos arrancó del lado del Sol, yo todavía no había nacido, y según dice papá cada vez estamos más lejos de él.
No sé cómo sería la ciudad de los viejos tiempos, pero ahora tiene un aspecto magnífico. La luz de las estrellas la ilumina muy bien. Estamos en una loma, y es un lindo espectáculo verla bajo el tenue resplandor, cortada regularmente por los surcos negros de lo que antes fueron calles.
Algunos edificios más altos se destacan con mucha claridad sobre la planicie helada. En realidad, casi todos están inclinados a causa de los terremotos que se produjeron cuando la estrella obscura nos capturó.
Aquí y allá cuelgan algunas agujas desagua congelada o de aire congelado. A veces alguna de ellas recibe directamente la luz de una estrella que cayó en la ciudad. Por eso papá me hizo esas preguntas cuando le conté que había visto una luz.
Papá acercó su escafandra a la mía y me pidió que le señalara la ventana donde la había visto. Pero ahora no había luz por ningún lado. Contra lo que suponía, no me acusó de estar inventando tonterías. Después de llenar el balde, miró cuidadosamente a su alrededor y me hizo señas de que entrase.
Yo podía sentir que la paz se había ido. Había algo acechando ahí fuera, esperando, preparándose.
Adentro me dijo:
—Si ves algo como eso otra vez, no se lo digas a mamá ni a Nita. Se ponen muy nerviosas. Cuando nació tu hermana, yo estaba ya dispuesto a abandonar todo y dejarnos morir, pero tu madre me dio coraje. Otra vez, cuando yo estuve enfermo, ella cuidó del fuego y de todas las demás cosas. Ella tuvo coraje cuando yo no lo tenía, y ahora soy yo el que debe tenerlo hasta que no pueda más… Y entonces estarás tú.
Su manera de hablar me hizo sentir más grande y me tranquilicé. Pero no del todo. La cosa seguía dando vueltas dentro de mi cabeza.
Es difícil ocultar los sentimientos cuando uno tiene ese estado de ánimo. Una vez en el Nido, papá hizo como que se reía de mi imaginación, pero sus palabras sonaban a falso. No sé por qué a mí se me ocurrió pedirle que nos hablara de los viejos tiempos, y cómo sucedió todo. Fue una buena idea. Nos sentamos todos alrededor del fuego y papá empezó.
LA historia era la misma de siempre, creo que podría recitar el argumento dormido, pero papá siempre le agrega algunos detalles y mejora algunos puntos.
Nos contó cómo la Tierra daba vueltas alrededor del sol, siempre tan calentita, y cómo la gente se preocupaba de ganar plata y hacer guerras, cuando de pronto apareció esa estrella muerta y cambió todo.
Me resulta difícil darme cuenta de lo que sintió esa gente en esos momentos, y debo esforzarme para creer que hubiera tantos hombres. Imagínenselos preparándose para esa guerra que estaban fabricando. Como si no fuera cierto que toda la gente debe estar junta para tener más calor.
A veces creo que papá exagera. De vez en cuando se enoja con nosotros y a lo mejor estaba enojado con toda esa gente. Sin embargo, algunas de las cosas que leí en las revistas viejas son verdaderamente salvajes. Quizá tenga razón.
La estrella oscura llegó muy rápidamente y no hubo tiempo para prepararse. Al principio se trató de mantenerlo en secreto, pero la verdad se abrió paso con los terremotos y maremotos. Primero creyeron que iba al chocar con el Sol y luego con la Tierra. Después resultó que ni con el Sol ni con la Tierra, pero iba a pasar muy cerca de nosotros.
La mayoría de los otros planetas estaban del otro lado del Sol y no les pasó nada. El Sol y la recién llegada lucharon un poco por la Tierra, como dos perros por un hueso, dijo papá, y al final ganó la estrella obscura. El Sol obtuvo un premio de consuelo. Se quedó con la Luna.
Después vino la época del Gran Sacudón, como dice papá. La estrella obscura iba más rápido que el Sol y en dirección opuesta, así que imagínense el tirón que le habrá dado a la Tierra para arrancarla de la órbita solar.
El Gran Sacudón no duró mucho. Todo se aplacó en cuanto la Tierral empezó a girar en su nueva órbita alrededor de la estrella muerta. Claro que mientras duró fue terrible. Las montañas desaparecían y en su lugar emergían otras, los océanos lo inundaban todo.
Papá y algunos cientistas amigos de él se habían imaginado todo lo que iba a suceder, por ejemplo, que el aire se iba a congelar. Yo le pregunto muchas veces a papá cómo se portó el resto de la gente, si era valiente, si estaba asustada, pero él siempre soslaya el tema. La cuestión es que estos cientistas, junto con papá, se pusieron a trabajar como locos para hacer un lugar hermético y aislado contra el frío, y además acondicionaron grandes cantidades de alimentos. Pero en los últimos terremotos el lugar fue destruido y todos los amigos de papá murieron. Y así tuvo que empezar de vuelta y hacer, lo mejor y más rápidamente que pudo, lo que ahora es el Nido.
Yo me puedo dar una idea de cómo pasaron las cosas a través de la gente congelada que hay en nuestro edificio. En una de las habitaciones hay un anciano sentado muy tieso en una silla. En otra, una hermosa mujer mira ansiosamente hacia la puerta, como si esperase a alguien que nunca volvió. Están quietos como estatuas, pero parece que estuvieran vivos. Papá me lo mostró una vez con su linterna cuando todavía tenía muchas baterías y podía darse el lujo de gastar luz. Yo quedé bastante asustado cuando los vi y sentí un dolor en el pecho. La mujer fue la que más me impresionó.
AHORA que papá estaba contando la historia se me ocurrió una idea horrible. Me acordé de la cara que había visto por la ventana. ¿No será, me pregunté, que la gente congelada está volviendo a la vida? ¿Por qué no les podría pasar algo parecido al helio líquido, que cuando uno creía que debía congelarse para siempre, comenzaba a reptar hacia el calor? ¿O como la electricidad que sigue moviéndose y moviéndose sin acabar nunca de dar vueltas? ¿Por qué no podría suceder que el frío siempre creciente, al llegar unos pocos grados antes del cero absoluto, despertara misteriosamente a la vida a la gente congelada, no a una vida de sangre caliente, sino a algo helado y horrible?
Créanme que esas ideas me dejaron un gusto muy feo en la boca y ardía en deseos de contar mis temores a los demás. Pero recordé la advertencia de papá y no tuve más remedio que aguantarme.
Estábamos todos callados. Sólo se oía la voz de papá y el tictac de los relojes.
Y entonces, desde atrás de las sábanas me pareció escuchar un sonido apagado. Se me puso la piel de gallina.
Papá estaba hablando acerca de los primeros días en el Nido, y había llegado al lugar donde siempre filosofa.
—Entonces me pregunté —dijo—: ¿para qué seguir? ¿Cuál es el objeto de prolongar una existencia de trabajo duro, frío y solitario? La raza humana está terminada. La Tierra está terminada. ¿Por qué no acabar de una vez?… Y repentinamente tuve la respuesta.
Otra vez oí el ruido, más fuerte ahora, algo como pisadas que se acercaban arrastrándose.
—La vida siempre fue cuestión de trabajar fuerte y luchar contra el frío —estaba diciendo papá—. No interesa cuánto tiempo más hubiera durado la humanidad: alguna noche el fin tenía que llegar. Eso no importa. Lo que importa es que la vida es buena. Cualquier cosa que uno haga por conservarla, vale la pena. Y eso vale tanto para el primero como para el último hombre.
LOS pasos se oían cada vez mejor. Me pareció ver que las primeras mantas temblaban ligeramente.
—Y entonces decidí seguir viviendo como si tuviéramos toda la eternidad por delante —siguió papá. Se veía que él también oía los ruidos y para taparlos estaba alzando la voz—. Iba a tener hijos y enseñarles todo lo que pudiera. Jamás me declararía vencido.
La manta se levantó. Una luz brillante apareció detrás de ella. Papá dejó de hablar y sus manos tomaron firmemente el mango del hacha.
Cuando vi lo que entraba les puedo asegurar que mi corazón dejó de latir. ¡Era la hermosa mujer congelada del piso de abajo! En la mano llevaba algo brillante, y detrás de ella aparecieron otras caras.
Por suerte no habré dejado pasar más que cinco o seis latidos antes de advertir que usaban trajes y escafandras como los que usamos nosotros, sólo que estaban mucho mejor hechos. Y la gente congelada no podía usar esas cosas.
Durante unos segundos reinó el silencio. Luego todos se pusieron a gritar.
ERAN gente como nosotros. No habíamos sido los únicos en escapar con vida. Ellos habían sobrevivido junto con otros.
Eran de Los Alamos, y obtenían calor de la energía atómica. Con sólo usar el uranio y plutonio almacenado para fabricar bombas les sobraba para varios miles de años. Tenían una pequeña ciudad herméticamente aislada. Inclusive criaban animales y cultivaban vegetales con gran profusión en su interior.
Pero ellos estaban mucho más pasmados que nosotros.
—Es imposible —decían—. No se puede mantener la cantidad requerida de aire sin aislación hermética. Es imposible.
Habían salido en busca de sobrevivientes, pero jamás esperaban encontrarse con algo así. Tenían aviones a chorro en Los Alamos y mucho combustible. En cuanto consiguieron que las cosas marcharan allí, lo cual les había llevado bastantes años, decidieron hacer viajes a lugares del mismo tipo.
Encontraron otras colonias en Argonne y Brookhaven y luego más lejos en Harwell y Tanna Tuva. Ahora habían decidido darle una ojeada a la ciudad sin esperar en realidad encontrar nada. Tenían un instrumento que delataba las ondas caloríferas más pequeñas, y por eso cayeron en la cuenta de que había algo caliente. Por supuesto, como no hay atmósfera, no los habíamos oído aterrizar.
A esta altura los cinco adultos estaban hablando por sesenta. Papá les estaba mostrando cómo se alimentaba el fuego y hasta oí que mamá le preguntaba a la muchacha acerca de la moda en Los Alamos.
Estábamos tan excitados que papá se olvidó de todas las cosas que hacíamos regularmente, y sólo cuando nos empezamos a adormilar advirtió que el cubo de aire estaba vacío. Rápidamente trajo otro de atrás de las mantas. Todos se reanimaron en seguida.
Cosa rara, yo no hablaba mucho, y Nita se pegó a mamá todo el tiempo, y cuando alguien la miraba escondía la cara. Yo me sentía desconcertado, especialmente con la muchacha. Estaba un poco asustado de ella, aunque ella a mí me trataba como a nadie.
Casi estaba deseando que nos dejaran solos. Y cuando los recién llegados empezaron a hablar de que fuéramos a Los Alamos, me pude percatar de que papá y mamá sentían algo parecido. Papá se quedó silencioso y mamá se puso a decir:
—Pero yo no sabría cómo comportarme allí y además no tengo nada que ponerme.
Al principio, los visitantes se extrañaron. Pero comprendieron un poco lo que pasaba con nosotros cuando papá dijo:
—No me parece correcto dejar que este fuego se apague.
AHORA los extranjeros se han ido, pero volverán. No se decidió todavía qué se hará. Quizás se conserve el Nido como una “escuela de supervivencia”. Quizás nos unamos con los pioneros que van a tratar de establecer otra colonia en las minas de uranio del Congo.
Últimamente he pensado mucho acerca de Los Alamos y las otras colonias. Y me muero de ganas de conocerlas. Se ve que a papá también le sucede lo mismo. Se lo ve pensativo, observando a mamá y Nita.
—Es diferente ahora que sabemos que hay otros hombres vivos —me explica—. Tu mamá no se siente tan sin esperanzas como antes. Ni yo tampoco, pues ya no es sólo mía la responsabilidad de mantener la raza.
—No va a ser fácil dejar el Nido —contesté—. Es tan pequeño. Y no estamos más que nosotros cuatro. Me asusta pensar en lugares amplios y en mucha gente desconocida.
Él asintió y puso otro pedazo de carbón en el fuego. Luego sonrió repentinamente y agregó toda una brazada como cuando alguno de nosotros cumple años, o como en Navidad.
—Pronto dejarás de sentir miedo —dijo—. Lo malo con el mundo es que se fue haciendo más y más pequeño hasta reducirse al Nido. Va a ser bueno tener un mundo grande, como era al principio.
Me parece que papá tiene razón. ¿Ustedes creen que la muchacha me esperará hasta que crezca? Diez años más, y ya tendré veinte años…

Piloto electrónico
LOS aviones cuyos recorridos terminan en grandes aeropuertos deben ajustarse exactamente a su horario para no interferir con la llegada y salida de otros aparatos; ésta es la única solución al apremiante problema del tráfico aéreo. Pero como los pilotos son humanos y pueden equivocarse, se ha construido un piloto-robot electrónico, que controlará la velocidad del avión durante todo el viaje para llegar a destino al segundo. Como ya hay aparatos que se ocupan de la estabilidad del avión durante el vuelo, y otros que le dan el rumbo exacto, la tarea del piloto será entretener a los pasajeros, salvo al aterrizar y despegar.