–Tenemos que conseguir el transmisor. Se lo prometí a Guerra
-repuso Obi-Wan.
El Caballero Jedi asintió y se dirigió hacia el muelle de
carga de Offworld. Amarraron la hidronave y se dirigieron a la
oficina de seguridad de la Compañía.
–¿Tienes algún plan? – preguntó Obi-Wan.
–No hay tiempo para planes -contestó el Maestro Jedi,
abriendo la puerta de una patada.
Tres guardias imbat alzaron la mirada sorprendidos. El sable
láser silbó en el aire antes de que pudieran coger las pistolas
láser. Las tres pistolas resonaron en el suelo mientras los
guardias se cogían las muñecas y aullaban de
dolor.
–Los transmisores, por favor -pidió amablemente
Qui-Gon.
Cuando titubearon, descargó con gesto casual el sable láser
contra la terminal energética. Esta siseó y se derrumbó en un
montón de metal fundido.
Los tres guardias intercambiaron miradas asustadas. A
continuación arrojaron los transmisores y salieron corriendo por la
puerta.
–Qué agradable es cuando resulta tan fácil -comentó el
Jedi.
Se agachó y recogió los tres transmisores. Volvió al muelle y
arrojó dos al mar. A continuación apretó el botón del
tercero.
–Guerra es libre. Ahora veamos si podemos quitarte ese
collar.
Qui-Gon pasó sus grandes manos por el collar del muchacho,
buscando un cierre o una rendija. No pudo romperlo, ni arrancarlo.
Graduó el sable láser a baja potencia e intentó cortarlo, pero no
le fue posible.
–Necesitaría ponerlo a máxima potencia, pero te heriría de
ese modo.
–O me cortarías la cabeza -comentó alegremente
Obi-Wan.
–Habrá que buscar el modo de quitártelo en Bandor -repuso el
Caballero con una breve sonrisa, antes de lanzarle el transmisor al
muchacho-. Será mejor que guardes esto hasta que te lo
quitemos.
–¿Y ahora qué? – preguntó el joven Kenobi, introduciendo el
aparato en un bolsillo interior de la túnica.
–Xánatos -dijo. El nombre sonaba en sus labios como una
maldición-. Debemos volver a Bandor.
Qui-Gon subió al asiento del conductor de un deslizador de
seguridad de Offworld. Puso en marcha el vehículo, y Obi-Wan subió
a bordo. El vehículo rugió en dirección a la ciudad que se alzaba
en la lejanía.
El cielo gris era oscuro y pesado, y las torres mineras se
recortaban contra él como si fueran telas de araña, creciendo de
tamaño a medida que se acercaban a Bandor. Al llegar a las afueras
de la ciudad, Obi-Wan vio una mota en el
horizonte.
–Alguien viene hacia aquí -dijo.
Qui-Gon asintió. Lo había visto. Obi-Wan sintió algo oscuro
en la Fuerza. Miró a su Maestro.
–Yo también lo siento -murmuró éste.
Una moto se acercó a ellos en pocos minutos. No necesitaron
ver la capa negra para saber quién la conducía.
–Agárrate -dijo el Jedi-. No creo que Xánatos esté de humor
para charlas.
–¡Tiene cañones láser!
Una descarga del cañón les falló por centímetros, haciendo
caer sobre ellos una ducha de tierra y grava.
–Ya lo veo.
Desvió el deslizador, girando a la derecha cuando otra
descarga silbó junto a ellos.
Los sables eran inútiles, y carecían de pistolas láser.
Tenían que confiar en la pericia del Caballero Jedi, que, mientras
conducía, recurría a la Fuerza para anticiparse a los
disparos.
Tierra y polvo salpicaban sus rostros mientras Qui-Gon
derrapaba, aceleraba, retrocedía y frenaba para evitar el mortífero
cañón láser. Xánatos tenía mayor maniobrabilidad por ir en moto, y
la usó para moverse a su alrededor, y disparar bruscamente desde la
izquierda. La descarga casi lanza a Obi-Wan fuera del
deslizador.
–¡Agárrate! – le dijo su Maestro.
Éste aceleró, manteniéndose todo lo pegado al suelo que
podía. De este modo levantaba el polvo que tenían debajo, el cual
formó una nube espesa, cegando a Xánatos.
Eso les hizo ganar segundos preciosos, nada más. El Jedi
reconoció las torres mineras que tenía delante. Era la Mina del
Planeta Natal. Allí encontraría amigos, armas. Clat'Ha era una gran
luchadora; ya le había salvado antes la vida.
Entró en el patio, pero no había nadie a la vista. Todo el
mundo estaba dentro de la mina, trabajando en las reparaciones. No
había tiempo de llamar a VeerTa o a Clat'Ha. Ya oían el rugido de
la moto de Xánatos entrando en el patio.
Qui-Gon saltó del deslizador, pidiendo a Obi-Wan que hiciera
lo mismo.
Xánatos se dirigió a toda velocidad contra ellos. El
Caballero Jedi desenvainó el sable láser y golpeó a su antiguo
discípulo con él cuando éste pasó junto a ellos. Pero el impacto le
lanzó hacia atrás, y sintió cómo su hombro cedía dolorido. No
podría luchar contra su antiguo aprendiz mientras siguiera en ese
vehículo.
Éste dio media vuelta y volvió a lanzarse contra ellos. No
les quedó más remedio que entrar en la mina. Apenas lo hicieron,
Qui-Gon tuvo un pensamiento escalofriante que le llegó en un
fogonazo revelador.
Estaban haciendo exactamente lo que Xánatos había planeado.
Le estaban siguiendo el juego.
El Jedi condujo a Obi-Wan dentro del túnel. Se bifurcaba en
varias direcciones, e intentó recordar por cuál de ellas le guió
VeerTa hasta el ascensor. Dejó que la Fuerza le dirigiera, que se
hiciera cargo de él. Corrió por el túnel de la izquierda, con
Obi-Wan pisándole los talones. El ascensor les esperaba al final
del túnel. Entraron de un salto y él apretó el botón del nivel más
profundo, el Núcleo 6.
Las luces zumbaban cuando salieron al túnel. Qui-Gon se
dirigió a la izquierda.
–¿A dónde vamos? – preguntó Obi-Wan con un
susurro.
–Hay otro ascensor. Xánatos no puede saber que ya debe estar
arreglado. Podremos dar la vuelta y atacarle desde otra dirección,
o incluso salir de la mina. Es preferible eso a combatir
aquí.
Obi-Wan asintió; siempre era mejor luchar en un lugar donde
tu oponente no pudiera acorralarte.
Pero ése no era el único motivo por el que Qui-Gon quería
salir de la mina. Su enemigo los había conducido hasta allí con un
fin. Tenían que frustrar ese plan. Un temor indefinido se apoderó
de él, diciéndole que en ese lugar había algo a lo que no deseaba
enfrentarse.
Se internaron en el túnel. El Jedi frunció el ceño al mirar
hacia delante. VeerTa dijo que la galería estaba completamente
bloqueada. ¿Por qué…?
De pronto, una sombra se separó de la pared del corredor.
Xánatos estaba ante él.
–Cometes demasiados errores, Qui-Gon. Me extraña que aún
sigas con vida. Primero desactivas los transmisores para que yo
sepa exactamente dónde estás. Después entras en la mina, que es
exactamente lo que yo quería que hicieras, y a continuación
presupones que yo no sabía nada del ascensor del
norte.
El Caballero oyó detrás de él el zumbido del sable láser de
Obi-Wan.
–¿A cuál de vosotros debo matar primero? – murmuró Xanatos-.
¿A ti, o al torpe de tu chico?
El joven Kenobi se lanzó hacia delante. Subió a una vagoneta
de la mina que rodó hacia Xanatos. Saltó de ella en el último
momento, en dirección a Xanatos, descargando al mismo tiempo un
golpe con el sable láser.
Qui-Gon oyó cómo se quemaba la carne de la mano de Xanatos.
Este lanzó un aullido de dolor y estuvo a punto de dejar caer el
sable láser, pero lo cogió con la otra mano.
–No me llames torpe -repuso Obi-Wan, aterrizando detrás de
Xanatos.
Este atacó a Obi-Wan, girando con tanta rapidez que Qui-Gon
apenas vio el movimiento. El muchacho retrocedió, al tiempo que
trazaba un arco con el sable láser. El ataque de Xanatos no le
había acertado por un suspiro. Qui-Gon entraba ya en liza y Xanatos
se volvió para bloquear el golpe. Los dos sables láser se
encontraron y entrechocaron, crepitando. El humo se alzó en el
túnel.
Xanatos retrocedió, saltando más allá de Obi-Wan, y los dos
Jedi le persiguieron túnel abajo. El suelo empezó a descender
mientras corrían. El Caballero Jedi se dio cuenta de que bajaban a
otra galería.
Al doblar una esquina, tuvieron el tiempo justo de ver a
Xánatos desaparecer por un pasadizo más pequeño que se desviaba del
principal. Aceleraron el paso. El túnel lateral era oscuro y
estrecho; las luces eran menos luminosas en él. El suelo descendía
bruscamente. Y Xánatos había desaparecido.
–Espera, Qui-Gon -jadeó Obi-Wan-. ¿Seguro que debemos
seguirle?
–¿Por qué no? – preguntó Qui-Gon impaciente. El sable láser
latía caliente en su mano.
–Porque quiere que le sigamos.
–Ya es demasiado tarde. Es cierto, él ha elegido el campo de
batalla. Pero podemos derrotarlo.
Qui-Gon se volvió y corrió por el pasadizo túnel abajo.
Obi-Wan le siguió. Se mantendría a su lado hasta su último
aliento.
Estaban en lo más profundo de la corteza del planeta, cerca
de su núcleo. El calor era intenso. Qui-Gon vio delante de él una
señal que brillaba débilmente. Núcleo 5. O VeerTa le había mentido,
o no conocía la existencia de ese túnel.
El corredor daba paso a otro ligeramente más ancho. Las luces
eran más brillantes en él. Apenas dejaron el pasadizo, un panel
oculto se deslizó para cerrarlo.
Estaban atrapados.
Caminaron en círculo, lentamente, con los sables láser
preparados. No había señales de Xánatos.
Entonces las luces se apagaron.
De la oscuridad surgió una voz burlona.
–Espero que tengáis tiempo para un ejercicio del
Templo.
De pronto, el brillo rojo de un sable láser se alargó en la
oscuridad.
Qui-Gon no esperó el ataque de Xánatos. Se movió en la
negrura en dirección al brillo. No podía ver, dejó que la Fuerza le
guiase. Podía sentir a su contrincante, sentir las oscuras ondas de
su maldad. Atacó.
–Fallaste. Siempre fui el mejor en la lucha con el sable
láser, teniendo los ojos vendados, ¿recuerdas? – dijo
Xánatos.
Obi-Wan se desplazó a la derecha, esperando poder atrapar a
Xánatos en un movimiento de pinza, conjuntamente con su Maestro.
Pero, entonces, el sable láser se desplazó en el aire, cortando en
su dirección. Retrocedió justo a tiempo. Había pasado tan cerca que
notó en el aire el olor a la electricidad de un
relámpago.
La lucha era muy difícil, debían dejarse llevar por el
instinto y con sólo la Fuerza para ayudarlos. Xánatos era un
adversario fuerte y astuto. Atacaba y retrocedía con un ritmo
febril, más deprisa que cualquier otro luchador con el que se
hubiera enfrentado Obi-Wan. La agilidad y fuerza de Qui-Gon
resultaban impresionantes cada vez que su sable láser encontraba el
de Xánatos, protegiéndose a sí mismo y a Obi-Wan de los
golpes.
Éste se lanzó al suelo, esperando cortar las piernas del
enemigo y derribarlo. Pero Xánatos lo esquivó y saltó sobre él.
Notó el agitar del aire a su paso.
Obi-Wan intentó contener su ira y usar el lado luminoso de la
Fuerza. Había tenido la mente demasiado nublada por la ira.
Necesitaba despejarse. Era su única esperanza. Recurrió a la Fuerza
para que le guiara.
De pronto, vio que su Maestro retrocedía. Su sable láser
fluctuó por un instante. ¿Había sentido su cambio? Sintió que la
Fuerza de Qui-Gon fluía hasta la suya, fundiéndose con la de él,
latiendo en un fuego blanco. El sable láser de Qui-Gon volvió a
brillar verde, con tanta fuerza que iluminó el túnel. Los dos,
juntos, cortaron el aire, sin detenerse nunca, moviéndose,
deslizándose, virando. Xánatos fue empujado hacia atrás, más y más,
hasta que lo acorralaron contra la pared de un túnel. Pero, de
pronto, la pared se volvió transparente, y se abrió una puerta.
Xánatos la cruzó de un salto.
–¡Un ascensor! – gritó Qui-Gon, corriendo hacia delante. Pero
la puerta se cerró, y sólo pudo golpearla con el sable,
consiguiendo apenas un zumbido.
La voz de Xánatos retumbó en la caverna gracias a algún
sistema de sonido.
–Ya no importa lo que hagáis. La mina está a punto de
estallar. He creado las mismas condiciones para una explosión que
la última vez; mejores aún. Los gases se mezclarán y entrarán en
combustión. Yo tengo tiempo de sobra para llegar a la superficie.
Vosotros no.
Escucharon cómo el ascensor se elevaba hacia la
superficie.
–Adiós, mi viejo Maestro. Espero que tu muerte sea tan
dolorosa como la de mi padre.