9

Panna cotta

Eran las siete menos cuarto de la mañana y Luca todavía no había abrazado la cama. No quedaba prácticamente nadie en la finca salvo el enólogo y un par de trabajadores que limpiaban los tractores de restos de uva. Graziani finiquitó la documentación pertinente a la vendimia y se despidió del enólogo, que todavía se quedaría un buen rato. Salió de la bodega con una botella de mosto y la chaqueta que Andrea se había dejado la noche anterior, y anduvo la distancia de los viñedos hasta la casona. Al lado de la puerta de entrada estaba Donatello, el gato, bebiendo de un plato de nata.

Cinco libros de cocina abiertos y mostrando la misma receta, tres botellas de litro de nata vacías, un bote casi desértico de gelatina en polvo y más de una docena de panna cotta sobre la mesa de trabajo de la cocina, sin contar las que aguardaban enfriándose en la nevera. «¿Qué es lo que hago mal? ¡¿Dónde está el problema?!». Andrea resopló venciendo la cabeza hacia delante y cerró los ojos cediendo al llanto. Estaba cansada, apenas había dormido dos horas seguidas, y para colmo...

―¿Cuánto lleva aquí?

Su voz quebró la música que sonaba casi imperceptiblemente en la radio. Luca dejó la botella de mosto en la isla de mármol y al lado la chaqueta, y guardó las manos en los bolsillos de su pantalón. Miró el zafarrancho y suspiró deteniéndose al lado de ella. Forzó a su zurda a quedarse dentro del bolsillo, pues esta deseaba salir y acariciar el corto caudal oscuro de la cabellera de Andrea.

Allí estaba, la encarnación personificada de su «problemón». No era la receta, no eran sus manos. ¡Era Luca!... Y Nek susurrando en la radio.

―Es que no podía dormir... ―carraspeó Andrea enderezándose―. Ahora lo recogeré todo, chef ―masculló ella estirando el delantal anudado a sus caderas―. ¿Le molesta la música?

―No. ―Y para más inri subió el volumen de la radio—. Vamos a ver...

De uno de los armarios, Graziani sacó un vaso, destapó la botella de mosto, sirvió zumo y se lo tendió para que lo probara.

―¿Mosto? ―carraspeó Andrea con los ojos escociéndole a causa de las lágrimas y no haberse quitado bien el maquillaje la noche anterior.

Tomó el vaso y olió el contenido, ahora de un tono casi púrpura.

―Sí, señora ―asintió Luca tapando la boca de la botella con el corcho—. Ya no tendrá que avergonzarse de no haberlo probado.

Posiblemente ella solo conocía el Cranberry juice71, zumo de naranja y de pomelo, y, por tanto, hasta ahora no sabía que el zumo de uva, el mosto, también se bebía.

Andrea sonrió por el gesto, detrás de aquella fachada de déspota y frío se encontraba un hombre ciertamente detallista y atento.

―Gracias... ―susurró antes de dar el primer sorbito—. Sabe a zumo ―murmuró con los labios pegados al vidrio del vaso.

―Es que es zumo ―rio él con la voz enronquecida por el cansancio.

Sin embargo, el cansancio no iba a impedirle que, una vez Andrea se marchara, él husmeara en su habitación. Sfacciato72. De acuerdo, estaba mal, pero se moría por meter la nariz en sus cosas.

―Me gusta ―afirmó tras beberse todo el mosto. Movió el vaso vacío con las paredes teñidas del tono púrpura del zumo—. ¿Puedo tomar un poco más? ―pidió Andrea alargando el brazo para que Graziani le sirviera.

―¿Ha desayunado? ―le preguntó Luca a la vez que descorchaba la botella y llenaba su vaso hasta la mitad.

En la inspección ocular de la cocina, él solo había visto ingredientes para las panna cotta y ni rastro de huevos, speck o tan siquiera galletas.

―Algo ―mintió Andrea matando la sed con el nuevo vaso de mosto.

Al acabarlo lo llevó al fregadero, le dio un agua y lo dejó escurriendo.

Graziani detectó la mentira en la agudez de su voz. Ya la tenía calada: cada vez que Andrea mentía se le ponía voz de pito. Taponó la botella y la guardó.

―Voy a ayudarla. ―Cerró los libros y los apiló a un lado de la mesa. Tiró las botellas vacías de nata a la basura, que estaba debajo del mueble, y se lavó las manos—. Le enseñaré cómo se hace la panna cotta. ―Andrea no lo miraba, pero, incluso de perfil, podía ver claramente los caminitos húmedos que habían dejado a su paso las lágrimas—. Y no llore, se pone aún más fea.

Andrea no pudo hacer otra cosa que reír, Luca era ideal para consolar a una pobre damisela como ella. Empujó fuera de su cara la lágrima, que se escurrió de su lacrimal, y de paso borró el rastro de las otras. Lo miró con una medio sonrisa; estaba cansada, y eso que se encontraba a una hora de empezar la intensa jornada laboral.

―Gracias ―susurró antes de ir ella también a lavarse las manos.

―De nada ―respondió en otro susurro siguiéndola con la mirada. Al colocarse a su lado, él levantó el bote de gelatina en polvo―. Esto no. ―Sin quitarle los ojos de encima, lanzó el bote al cubo de basura y encestó—. Necesitamos tres hojas de gelatina neutra, que vamos a hidratar en agua fría. ―Graziani sacó de la nevera el último botellín de nata y, tras verter parte de esta en una pequeña cazuela, le incorporó el azúcar—. Panna, nata, cotta, cocida.

―Nata cocida. ―Al final acabaría aprendiendo italiano; a regañadientes, pero lo aprendería—. Entonces... ―comenzó a decir Andrea recordando la mítica receta de panna cotta al basilico―. En esa nata usted introducía las hojas de albahaca ―afirmó a la vez que Luca abría el paquete de gelatina y hundía tres hojas en el agua para dejarla en ella unos diez minutos.

―Sí, una vez que la nata rompa a hervir las retiro. Pero en el caso de una panna cotta, por ejemplo, de speculoos... ―empezó a decir encendiendo el fuego para colocar sobre el fogón la pequeña cazuela.―Juntaríamos la crema de speculoos con la nata.

—No debemos utilizar las galletas, sino la crema de estas pues brinda mucho más sabor ―interrumpió Andrea usando las mismas palabras que él. Lo miró alargando la sonrisa un tanto más―. Aunque le parezca raro, en sus clases siempre lo escucho. ―Bajo los grisáceos ojos de él pesaban las ojeras, así que ambos iban a conjunto—. Creo que nunca me cansaría de oírlo, aunque a veces se me hace un poco difícil, sobre todo cuando se mete con mis piernas o con mi nariz, o con lo que sea que forme parte de mi anatomía...

―Lo hago por chincharla, no es que piense que usted tiene piernas de gallina clueca... ―soltó Luca sorprendido porque ella le prestara realmente atención. Se maldijo entrecerrando los ojos para pensar antes de hablar. «Cosa poco habitual en ti...»―. Bueno, casi no tiene pantorrillas, pero no me disgusta. De hecho, la hacen especial al igual que...

Andrea parpadeó aplanando una mano en la superficie de trabajo.

―¿Al igual que qué? ―curioseó ella con la hora del desayuno pasando rauda en el reloj colgado de la pared.

―Al igual que... ―Graziani, espoleado por Quando non ci sei73 sonando en la radio, dijo―: Cuando se enfada, señorita Bloom, arruga la nariz. Y si se enfada mucho le da un tic sobre la ceja izquierda, aunque también le sucede si está nerviosa. Cuando miente se le agudiza la voz y en ocasiones se muerde los labios, cosa que sí que no me agrada porque tiene unos labios preciosos. ―Le quitó el paño de cocina que pendía de uno de los femeninos hombros―. Tiende a contonearse al caminar, sobre todo con tacones. ―Frotó las manos contra este y lo dejó en la mesa―. Pero no lo hace de una manera vulgar... Es un movimiento sensual y francamente adictivo para cualquiera que gaste testosterona ―sentenció alzando la afeitada cabeza y mirándola―. Usted es mucho más que un par de tetas y un buen culazo andante.

Los dedos sobre la mesa se retrajeron contra las palmas blanqueando las uñas. «¿Juega conmigo?, ¿va a echarse a reír de un momento a otro?». Andrea lo miraba sin pestañear, pero el tic de la ceja la traicionaba. Se sentía desconcertada y no entendía nada. No entendía el comportamiento, tampoco aquellas palabras. Lo único que veía es que él no tenía pinta de estar riéndose de ella.

―Y tiene talento, tiene mucho talento ―confesó por primera vez ante ella; es más, salvo a Doherty y Marvin, Graziani nunca había admitido que Andrea tuviera talento―. En más de una ocasión desconfía de sí misma y no debería hacerlo, señorita Bloom.

―¿Por qué me está diciendo todo esto? ―bisbiseó Andrea con la misma y extraña sensación que experimentó el día anterior mientras bailaban.

El corazón le latía de forma acelerada como si le hubieran inyectado tiroxina, sus pupilas dilatándose hipnotizadas por el hombre que tenía ante sí.

―Usted me ha preguntado ―respondió Graziani―. Y yo no le he dado una clase sobre como hacer panna cotta, hasta ahora.

Y eso lo sabía muy bien, se acordaría.

―Lo vi en uno de sus programas. ―Meneó la cabeza y apartó la mirada de él, pero su corazón seguía desbocado por el doping―. El que grabó dos semanas después de que acabara Supreme chef. La cadena lo anunció a bombo y platillo, pues el gran chef Luca Graziani iba a enseñar a todo el mundo la facilidad que tenía preparar una panna cotta.

―Usted perdió por eso, Bloom ―determinó él―. De no haber sido por esa sopa mal llamada panna cotta...

―¡Lo sé! ―gritó Andrea interrumpiéndolo. Lo miró de nuevo y se llevó las manos al pecho para detener el frenético bombeo de su corazón―. Pero ¿por qué cebarse conmigo?, ¿por qué torturarme así por mi error?

―Porque fue ridículo y ofensivo. ―Aquellos ojos oscuros desprendían fuego, un fuego que a él le quemaba más allá de la piel. Luca, sin ánimo de discutir, entrecerró los ojos y acompañando sus palabras con el movimiento de sus manos le dijo—: Y no lo digo por la panna cotta en sí.

―¿Y entonces?

El corazón le subía del pecho a la garganta, palpitando contra la campanilla. Un odio, aderezado con el mismo e «innombrable» sentimiento que la martirizaba, incluso antes de la noche anterior, bullía en su interior. Andrea dio la vuelta a la mesa y recogió los libros para llevárselos al dormitorio, y también la chaqueta, se iría allí para disfrutar del inminente infarto.

―Fue ofensivo para su talento ―aseveró Graziani impidiéndole el paso, le quitó los libros y los golpeó en la mesa. La chaqueta cayó al suelo—. ¿Por qué se arriesgó a hacer algo que no sabía hacer, señorita Bloom?

―¡Porque quería darle un golpe en los morros, señor Graziani! ―ladró empujándole―. Quería que dejara de meterse conmigo y decirme que estaba mejor en casa, pintándome las uñas o preparándole la cena a mi novio, el mecánico. ―El sentimiento innombrable era... Andrea apretó sus manos, la una junto a la otra, sintiendo la alianza en su dedo, el recuerdo de Samuel. Ella hincó la vista en sus sandalias―. Pensé que el abatidor enfriaría la panna cotta a tiempo...

Graziani escurrió entre sus dedos las hojas de gelatina, las añadió a la nata hirviendo y revolvió la mezcla con una varilla.

―Deje que la panna cotta se temple. ―Apagó el fuego y metió la varilla en el fregadero para enjuagarla. Caminó de vuelta hacia ella y se secó las manos en el paño—. Luego tiene que repartirla en los moldes y dejarla enfriar por lo menos ocho horas, aunque lo ideal es toda la noche. ―La mano que al principio había querido acariciarle la cabellera se aproximó a su cara, los reversos de sus dedos le rozaron una mejilla―. Y eso es todo ―masculló moviéndose lentamente, la palma de su mano transmitió su calor al reposar sobre la mejilla de Andrea.

Había reaccionado tarde, ya era tan tarde que era inútil resistirse o calificar el sentimiento innombrable para hacerlo menos real. Estaba enamorada, perdida y aterradamente enamorada de él y se odiaba por ello. También lo odiaba a él por lo mismo y tenía que decírselo.

―Te odio ―silbó entre dientes colgando sus manos del cuello de la camisa borgoña de Luca―. Te odio con todas mis fuerzas.

―Lo sé. ―Él descansó su frente sobre la de ella y cerró los ojos disfrutando de la tan ansiada cercanía. Ya no era soñar despierto, fantasear con ella sin que Andrea se diera cuenta. Acarició las bonitas facciones y se emborrachó de su aliento―. Ya lo sé ―susurró con ella alzando la boca y dejándola tan cerca de la suya...

Andrea no olía la panna cotta en el cazo, tampoco oía la radio... Solo olía el after shave de Luca combinado con el aroma propio de hombre y su música era el fuerte retumbar del corazón de este. Sus pechos le dolían por el aplastamiento con el torso de Graziani. Cerró los ojos olvidándose de la alianza en su dedo y gimoteó segundos antes de que el beso tomara su boca.

Él unió sus labios con los de ella probando qué tal se sentía, poco después la besó. Un beso suave y hasta dulce. Luca acarició la mandíbula de Andrea y bajó pasando por la femenina garganta, el pulso latía apresurado en la carótida. El gemido femenino subió la temperatura en sus venas y su lengua hizo contacto con la de Andrea, chispazos de colores crepitaron en su bajo vientre.

En apenas un año cruzaría la barrera de los treinta y hasta ahora mismo no había palpitado tan duramente... ahí abajo. Su sexo dolía, realmente lo hacía, y su cabeza…, «Señor... ». Estaba como ida. Andrea se aferró a los hombros de Luca y pese a no querer dejar de besarlo precisaba aire. Echó la cabeza hacia atrás suspirando con los dedos de Graziani entretejiéndose en su pelo.

Luca no pudo resistirse a besar su cuello descubierto; paseó los labios por la delicada estructura muscular, dibujando un estrecho y húmedo caminito para acabarlo con un leve mordisco antes de apearse en el esternón. Abrió los dos primeros botones de la blusa, los grandes globos oprimidos por el sujetador estaban esperándole agitándose inquietos. Tirones, su erección le daba latigazos dolorosos contra el pantalón como si aporreara la puerta para que la dejaran salir.

Todo el frío del mes de octubre sopló en sus pechos, la blusa le colgaba ahora de las muñecas y ella tiró dejándola caer al suelo. Las estrías blanquecinas eran fieles testigos de la masiva pérdida de peso, las cicatrices marcaban la piel impidiendo que Andrea pudiera ocultar el hecho.

Metió una mano bajo la copa del sujetador y levantó un pecho, descubriéndolo, rodeó el inhiesto pezón con sus labios y lo aspiró hacia el interior de su boca. Luca lo dejó ir rozándolo con los dientes, alzó la cabeza con las manos de ella instándole a que lo hiciera.

Andrea pasó los pulgares por los brillantes labios de él, se tragó el gemido cuando él enganchó los dedos en su falda y tiró de ella hacia arriba, hacia sus caderas.

―Luca... ―gimoteó, nombrándolo por primera vez y con el blanco material de sus bragas calado por el deseo que rezumaba por él.

Graziani farfulló un improperio colando la mano entre los femeninos muslos, dos de sus dedos siguieron la forma de la profunda raja por encima de la ropa interior. Que Dios le perdonara, San Pedro podría negarle la entrada al cielo, pero nadie iba a prohibirle penetrar, y nunca mejor dicho, aquel pedacito de paraíso.

Piccola mia74.

Una mano sujetó la falda arriba y la otra tiró de las bragas desterrándolas a los tobillos.

El deseo le mordía el cérvix y le pellizcaba los pezones. La intensidad de la necesidad que sentía borraba toda la cordura, la tornaba ceniza que el viento levanta y se lleva de un soplo. Andrea acabó apoyada en la esquina de la mesa de trabajo, sus bragas en el suelo junto a su blusa. Un pie descalzo y el otro casi, pues la sandalia pendía de sus deditos con las uñas pintadas de rosa chicle.

―Espera, espera ―exhaló Graziani, cogiendo a Andrea por la nuca. Cerró los ojos para relamerse los labios y mascullar—: Aquí no, así no.

Luca la aupó, solo tenía que dar unos pasos y meterse en el salón para, por lo menos, llegar al sofá.

Dejaron atrás, ahora sí, las dos sandalias y la ropa interior. Entraron en el salón, la luz de la mañana bañaba los muebles de rica madera. Una vez en el sofá, ella se las arregló para quedar sentada encima de Graziani, le desabotonó la camisa, agradeciendo que él no llevara la chaqueta, y abrió las manos en abanico sobre los pectorales. Andrea lo miró mientras él le bajaba los tirantes del sujetador; sus senos temblequeando, pesados e hirvientes, y al borde de desmoronarse llevándose por delante las copas del sujetador.

Luca le acarició los antebrazos y dejó en ellos los tirantes del sujetador, se adelantó en el mueble cuidando de que ella no fuera a caer y soltó el cierre del sujetador, sujetándolo hasta que este abandonó por completo la nívea piel de Andrea. Se echó hacia atrás en el sofá, con el cuero lamiéndole la espalda, y miró la redondez de los desnudos senos de ella, los cuales juntó queriendo apropiárselos.

Andrea venció su cuerpo hacia delante para besarlo mientras él amasaba sus pechos.

―Luca... ―ronroneó contra los masculinos labios viéndose incapaz de enterrar el amor que sentía por él, no había suficiente tierra para apagar el fuego; sin embargo, ella misma era el cadáver, su enamoramiento la había matado y todavía no era consciente. Muerta en vida, zombi dependiente de...

Besos, consumidores de sus antiguas existencias, premonitorios del apocalipsis que su amor compartido traía consigo. Remolcando el cuerpo de ella a lo largo del sofá, Luca se situó encima una vez acomodada. Las delgadas pantorrillas tomando posición a los lados de su cuerpo, las bonitas manos de ella desabrochándole el cierre del pantalón y colándose por debajo del material para cogerle por las nalgas tras bajar la elasticidad de los bóxers.

Ella jadeó con el primer tramo de verga entrando en su sexo y subió los pies un tanto más. Sus manos apretaron las nalgas de este conminándole a entrar más, mucho más. Andrea cerró los ojos. Ladeó un tanto la cabeza, en cuyos lados se apoyaban las grandes manos de Luca.

Su erección ganando terreno, invadiendo las musculosas paredes, obligándolas a adaptarse a su tamaño. El sudor floreció en sus sienes, escurriéndose de su nuca hasta su zona lumbar. Pujó hasta estar tan dentro de ella, tan profundo que le faltaba el aliento. Graziani iba a sufrir una hipoxia: sus células, sus tejidos faltos de oxígeno, su cerebro mandaban un S.O.S a todo su sistema...

Andrea lo apretó dentro de sí, la sensación de plenitud carnal noqueó su conciencia, impidiéndole generar culpabilidad. Entreabrió los ojos, cubiertos por el semitransparente velo de la pasión, y él recogió las manos de su cara y las emplazó en el sofá, por encima de su cabeza.

Estrechó las suyas con las de ella y reculó con las caderas sacando poco a poco su erección del prieto y cremoso canal, pero solo para coger impulso y embestir.

Se miraron gimiendo a la vez, al mismo tiempo. Nudillos crujiendo bajo la fuerza de los apretados dedos entrelazados; el sonido acuoso y carnal de dos cuerpos acoplándose; pieles transpirando, liberando el aroma dulzón del sexo. El tic tac del reloj cronometrando el amor que se materializaba en la unión de los sexos.

El orgasmo viniendo a cuestas en cada una de las arremetidas sin acabar de desplegarse, muestra de que una vez desmontara asolaría cualquier rastro de... recuerdo de otros, pero para Andrea era como si solo existiera Luca. Con los ojos lacrimosos, sollozó un nuevo gemido y estrujó la unión de sus manos.

La comunión de sus cuerpos era tal que, en ese preciso instante, Luca tuvo una revelación. El divorcio con Susana resultó necesario, pues habían pasado de ser un matrimonio a ser amigos, amigos que se llamaban una vez a la vez semana a pesar de la distancia, amigos que se saludaban con un beso en la mejilla aun uniéndoles una alianza; sin embargo, ahora se temía lo peor y no por tener el clímax punzándole en el escroto, sino porque él había creído que ya sabía lo que era amar a alguien y que se podía sobrevivir a ello y... estaba equivocado.

Raudo, furioso e implacable, Andrea descabalgó el orgasmo, que cayó en lo más hondo de su matriz. Los pechos endureciéndose, los pezones agarrotándose, el vientre encogiéndose, hundido en una balsa de sudor. Resolló cerrando los ojos, tembló queriendo controlar la espiral cremosa para que esta no escurriera fuera de la unión de sus sexos.

Luca desunió sus manos y, atrasando su liberación, prendió a Andrea por un lado del semblante y afianzó los piececitos de ella a los lados de su cadera.

Lo sai che ti amo, vero75. ―La voz enronquecida, velada por el esfuerzo. Arremetió dentro de ella, embistió, acometió. Su verga trabajando, provocando un nuevo orgasmo―. Che ti amo forte76.

Andrea boqueó agitándose bajo Graziani, su voz penetrando en sus oídos y alborotándole el cerebro como si una pequeña parte de este sí le entendiera, si entendiera el significado de sus palabras. Lloriqueó mirando esos ojos grises, ahora del tono de la plata vieja... Los suyos debieron darse la vuelta en sus cuencas por los relámpagos orgásmicos centelleantes y ya no hubo manera de detener la crema que salió a presión entre los bordes del acoplamiento de sus muslos.

Su cuerpo se desmoronó encima del de Andrea con el último empuje, que tiroteó abundantes y largos chorros de esperma que remolinearon unificándose con la crema. Graziani resolló, su frente en la cuna huesuda del hombro de ella. Estaba dolorido y vacío, y demasiado enamorado como para curarse.

Entre tanto, las respiraciones se recuperaban, el sudor se enfriaba y la poca ropa que quedaba entre ellos sobraba. Andrea, presa aún del temblor, movió los parpados para levantarlos. Sus manos palparon la empapada complexión de los hombros de él, el aliento de Luca venteándole en el cuello.

Graziani se encaramó un tanto sobre ella aunque sin salir de su interior. Besó los labios inflamados de sus propios besos y movió a Andrea para que ambos quedaran de lado en el amplio sofá, uno frente al otro y aún esposados carnalmente.

―¿Siempre es así? ―suspiró adormilada.

Ella no había conocido a nadie más que a Samuel y había dado por sentado que el sexo no era algo que fuera de su interés. Siempre maquinal, frío y en ocasiones doloroso, nada comparado con lo de ahora. Ardiente, empapado y apasionante. Andrea buscó la posición que le permitiera descansar la cabeza sin alejarse de la piel de Luca.

―Puede ser incluso mejor ―exhaló él recogiéndola contra su cuerpo.

No es que llevar los zapatos puestos y los pantalones y la ropa interior a la altura de las pantorrillas fuera de su agrado, mas no tenía intenciones de moverse hasta por lo menos recuperar del todo la respiración. Graziani le besó la frente y escuchó el silencio de la casa.

La erección fue menguando hasta ausentarse, dejando su sexo de nuevo vacío.

―Chulo... ―susurró Andrea amodorrada, izando la cabeza para que los labios de él pararan de besar su frente y se unieran con los suyos.

―Un poco, sí. ―Luca la besó ingiriendo parte del sueño de Andrea, sus papilas gustativas lo destruyeron y fueron desvelando la boca de ella―. Vieni qui77... ―mandó con la excitación retornando.

Trasladó los besos a un lado de la mandíbula de ella, lamiendo la línea hasta el lóbulo de la oreja. Andrea, sin saber cómo ni de qué forma, acabó de pie con su sexo pulsando hambriento... Otra vez, y eso no podía ser normal. «¿Qué tiene de normal esto?». Las manos de Luca la agarraron por las caderas y tiraron de ellas. Ella jadeó entre los dientes y la lengua de él al pensar en la cama.

En ese mismo momento el pequeño Fiat 500 llegó a la casona. Las ruedas, pisando la gravilla y junto al claxon, avisaron de su llegada. Andreas esperó a que la puerta se abriera y Andrea descendiera las escaleras, pero no fue así. De nuevo, apretó el claxon. Él le había dicho a la nonna Giuliana que le comunicara a Andrea que hoy pasaría a recogerla a las ocho. Era posible que su abuela hubiera sido incapaz de hacérselo entender a esta y que aún estuviera en la casona sin tener idea de que él iba a pasar a por ella.

Al levantarse del sofá, y perdiendo menos tiempo si se subía los bóxers y los pantalones, Graziani aupó a Andrea. Su creciente erección empujaba la ropa. De camino a su dormitorio y sin dejar de besarla, notó como se ponía rígida.

Che cosa…?

Era automático y no sabía por qué, pero el italiano surgía eclipsando al inglés.

Andrea miró en dirección a la entrada de la casa y seguidamente a Luca, le había parecido escuchar algún ruido; pero entonces él volvió a besarla, haciéndole el cerebro papilla. No podía pensar cuando la besaba. Su espalda quedó clavada en el pecho de Graziani al darle este la vuelta, la ascendente erección le pellizcó una nalga a través de los pantalones de él.

Andiamo amore78 ―murmuró en el oído de ella―. Andiamo a letto79. —La falda arremangada en las caderas era lo único que la vestía. Luca le cubrió los senos con las manos y los apretó―. Ho voglia di fare l’amore con te80 ―añadió apresurando el paso.

El timbre sonó, chirrió. En el exterior, Andreas golpeó la robusta puerta de madera con los nudillos y al no abrir nadie fue a mirar a través de los ventanales del salón; desde la entrada podía entrever las cortinas corridas. Giró sobre sus pies y miró los viñedos; hizo aspavientos a uno de los tractoristas y le preguntó si su hermano estaba en casa, porque si estaba su hermano, seguro que también estaba ella.

Luca se acordó de Andreas, cerró los ojos y respiró hondo. Volteó a Andrea y la besó pellizcando su mentón con una mano.

―Ve a la cama.

Marchó hacia la puerta y la entreabrió.

Andreas se apartó de los ventanales al oír que alguien abría y anduvo hasta allí. Miró a Luca sin la camisa, con el crucifijo colgándole del cuello, empapado de sudor, y no le dijo nada o sí...

Testa di cazzo81 ―masculló a la par que se ajustó las gafas de sol y se dio medio vuelta para volver al coche.

Luca fue a cerrar la puerta cuando la mano de Andrea se lo impidió, él ladeó la cabeza y descubrió que ella estaba vestida, calzada, despeinada y con las mejillas enrojecidas.

―¿Dónde vas? ―le preguntó al tiempo que Andreas subía al coche y lo ponía en marcha.

―Me voy a trabajar, chef ―respondió Andrea que, en lugar de volver a la cama y esperar en la frescura del colchón el contraste ardiente del cuerpo de él, corrió al armario, revolvió la maleta y sacó de esta un sujetador, una camiseta y unas bragas. Se vistió y se calzó recogiendo de camino su bolso.

Estaba siendo tan estúpida... Llevaba la ropa mal conjuntada, pues había cogido lo primero que tocó su mano. Ya estaba vestida, estaba vestida por el aroma de Luca. Un traje hecho a medida ataviándola de pies a cabeza, la cascada sedosa escurriéndole de su sexo hasta revestirle los muslos.

Tesoro... ―susurró él a la vez que impulsó la puerta para cerrarla, ancló la cadera de ella a su cuerpo y rotó hasta encararla. Graziani besó la comisura de los bonitos labios―. Vamos a hablar.

Estaba engañándola, no iban a hablar, no por el momento.

Andrea suspiró, comenzando a caer de nuevo en el embrujo de su boca, besándola. Cerró los ojos, el bolso le resbalaba de su hombro y su lengua hacía contacto con la de él... «¡Conciencia!». Echó la cabeza hacia atrás y mirándolo detuvo el cierre de la puerta.

―No tenemos nada que hablar, señor Graziani.

Empujó la madera y se coló por ella para salir de la casa, haciendo aspavientos a Andreas para que detuviera el coche, que maniobraba en la gravilla. No miró atrás, como la mujer de Lot, y no por temor a convertirse en sal.

Buongiorno82 ―saludó subiendo al 500.

Andreas respondió a su saludo con un cabeceo, se mantuvo en silencio, castigándola con él. La nonna Giuliana era de misa diaria y por tanto les había arrastrado a todos a la más estricta rectitud. Bueno, él solo acudía a la Santa Misa los domingos; no obstante, estaba tentado de recordarle a la mujer que tenía a su lado el significado de la gualda alianza que llevaba en el dedo.

Ella la giró en su anular, rozando la vena amoris; sin embargo, Andrea sentía que esta había sido seccionada y sangraba profusamente. Había roto el lazo con Samuel, lo había rasgado apagando el brillo del solitario en el anillo y oscureciendo el oro. «¿Y ahora?, ¿ahora qué?», se preguntó mirando por la ventanilla. «Todo vino me sabrá amargo, la comida se convertirá en ceniza en mi boca», profetizó cerrando los ojos e inclinando la cabeza en el cristal.

―No la entiendo, señorita Bloom ―habló Andreas en un perfecto inglés, aunque el acento italiano patinaba al final de cada palabra.

Sus manos aferradas al volante, ahogándolo bajo las palmas.

―¿Habla usted inglés? ―barboteó Andrea izando la cabeza y ladeándola para mirar al hombre al volante.

―Pasé nueve años a caballo entre Las Vegas, L.A., Nueva York, Chicago y Houston ―rio Andreas de manera insolente. Él reconocería ante cualquiera que a primera vista Andrea le había producido una cosquilleante atracción, aunque después de darse cuenta de que su hermano sentía algo más que impulso sexual hacia ella, y más después de interrumpirlos «labúsquedadelapestaña», no podía mirarla sin experimentar algo más que resquemor—. Y soy fanático de los Chicago Bulls.

―Entonces... ―trabucó Andrea empujando su pelo tras su orejas con la ayuda sus deditos. Un ligero ardor vibraba entre sus muslos y los apretó el uno contra el otro en un intento de calmarlo. «Acabarás con las bragas en los tobillos», oyó en su cabeza como si su madre estuviera susurrándoselo al oído.

―El imbécil de mi hermano me pidió que fingiera que no hablaba inglés ―relató pisando el acelerador y, por ende, provocando que nubes de polvo del camino les siguieran cual estela. Andreas viró la cabeza y la miró tras las oscuras lentes de las gafas de sol―. Tranquila, salvo él y yo, nadie más habla su idioma por aquí.

―¿Y por qué?

Francamente Andrea no entendía el motivo por el que Luca podría haberle dicho a su hermano que no le hablara en inglés, salvo si... era por fastidiarla.

Andreas puso la mirada en el camino y pisó un tanto más el acelerador.

―Según Luca era para que usted se esforzara. Ya sabe, por eso de ser medio italiana y no saber hilvanar ni una frase en el idioma de su padre.—Chasqueó con la lengua la frase de corrido.

―Mi padre dejó embarazada a mi madre la primera noche y se marchó ―puntualizó Andrea poniéndose el cinturón de seguridad—, así que mi padre no pinta mucho en mi vida.

―Eso no excluye el hecho de que usted es medio italiana ―sentenció él muy orgulloso del 500 y eso que con semejante trote lo estaba destrozando—. Y desde luego no es algo que alabe de un compatriota, pero por parte de su madre ¿no había métodos anticonceptivos? ―Levantó el pie del acelerador dándole un poco de respiro al pobre coche—. ¿Usted utiliza alguno?

―¿Lo de ser tan imbécil es una cuestión sanguínea o qué? ―Porque lo de ser hiriente parecía heredado. Andrea se apuntó el pecho con un dedo y vocalizó muy claramente―: Mi vida sexual no es asunto suyo.

―Sí lo es si implica a mi hermano pequeño.

Él era el hermano mayor y sabía bien lo que le convenía a Luca, y desde luego no era una mujer prometida y quién sabe si poco responsable con su fecundidad.

―¡Su hermano es lo suficientemente mayorcito como para que usted no se meta en sus asuntos! ―reprochó Andrea en un medio grito ante el bache que hizo brincar el 500.

―No ha respondido a mi pregunta.

―Y no pienso hacerlo ―zanjó Andrea abrazando su bolso antes de que con otro bote le saltara sobre las piernas y derramara todo el contenido.

―Mire, señorita Bloom, y me dirijo a usted como señorita porque yo sí tengo decencia... ―comenzó a decir Andreas mano en alto y con la otra dirigiendo el volante.

―¡Pare el carro! ―gritó Andrea boquiabierta, se ladeó en el asiento a pesar de estar ahorcándose con el cinturón―. ¿Qué sabe usted de mí para difamarme?

―¿Que está prometida? ―interpeló Andreas ácidamente. Sonrió mirándola a ella y no al camino―. ¿O la alianza en su dedo le tocó en un huevo Kinder?

Andrea se enderezó en el asiento, miró hacia delante y no dijo nada. La barbilla le temblaba y el tic tenía poseída su ceja. El rubor todavía le coloreaba las mejillas e incluso el escote.

―Lo último que necesita mi hermano son problemas, ¿lo entiende? ―le dijo Andreas alternando la mirada entre la carretera y la silenciosa mujer―. Trabaja mucho y no está hecho para tener una relación sentimental, en eso los dos somos iguales.

―Me ha quedado claro ―respondió ella de manera maquinal.

―Manténgase alejada de él lo que queda de...

―Le he dicho que ya me ha quedado claro ―le interrumpió Andrea poniendo la radio, de esa manera no tendría que oírle.

Venció la cabeza contra el respaldo del asiento y entrecerró los ojos. Estaba claro, ella no iba a desperdiciar su vida por un..., un lío con su jefe por un mes, ¿no?