Capítulo 12

Inés no podía quitarse de la cabeza la escena que había contemplado unos días antes, cuando al llegar se había encontrado a Hugo besando a una chica en la puerta del bar. Ni la noche de insomnio que le había producido saber que él jamás iba a besarla de esa forma. Hugo Figueroa no besaba a chicas tímidas ni vírgenes, a él le gustaban las mujeres experimentadas y que podían responder en un plano de igual a igual a su pasión y a su destreza.

Primero había sentido los celos y el dolor de verle besar a otra mujer, pero luego, en la oscuridad de su cuarto y de su cama solitaria, se había encontrado recordando los movimientos de la boca de él contra la de aquella chica y se había excitado como nunca lo había estado en su vida, solo de pensar que alguna vez pudiera besarla a ella de la misma forma. Y sintió que daría media vida por que él la besara aunque fuera una sola vez.

Llevaba ya dos noches dándole vueltas al asunto y por segunda vez en su vida había tomado una decisión descabellada, impropia de ella y que no la dejaba en buen lugar, pero… ¡qué demonios!, nunca se había enamorado antes y aunque estaba segura de que Hugo jamás iba a amarla, al menos sí podía intentar que la besara. Aunque fuera con un subterfugio y una mentira. Su corazón se conformaba con eso, con un beso que atesorar en las noches solitarias, que calmara sus celos cuando le viese besando a otras. Podría decirse entonces que ella también había tenido su momento.

Trazó un plan y trataría de llevarlo a la práctica sin ponerse demasiado en evidencia. No le iba a ser fácil mentirle, pero estaba casi segura de que él tomaría su sonrojo y sus titubeos por otra cosa.

Aquel miércoles hubo poca concurrencia; un partido de futbol había dejado Alveares medio vacío, y cuando se quedaron solos tras la barra, decidieron cerrar y marchase a casa temprano.

Eran apenas las once cuando echaron la cancela y empezaron a hacer caja. Terminaron pronto, no había sido una noche productiva, y después de guardar el dinero en la caja fuerte, Inés respiró hondo y le preguntó, decidida a llevar a cabo su plan:

¿Tienes mucha prisa?

—No. En teoría debería salir del trabajo más tarde, ¿por qué?

—Me… me gustaría hablar contigo un momento —dijo desviando la vista de la mirada del chico que la contemplaba con el ceño fruncido.

—Claro.

¿Nos tomamos una cerveza? Creo que la voy a necesitar.

Hugo asintió y, volviendo a colocarse tras la barra, sirvió dos jarras grandes que colocó sobre la superficie ya limpia. Después salió y se acomodó en un taburete junto a Inés.

—Tú dirás.

—Bueno… no es fácil lo que tengo que decirte.

¿Vas a despedirme?

¡No!

¿Bajarme el sueldo?

Ella negó con la cabeza y dio un largo trago a su vaso. Ahora estaba empezando a flaquear, a dudar de que fuera una buena idea, pero ya había empezado. Seguía sin poder mirarle a los ojos, temerosa de que leyera en ellos más de lo que debía.

—Me estás intrigando, Inés. ¿Qué ocurre?

—Es que… te vi besando a una chica en la puerta la otra mañana.

—Ah, se trata de eso… No fue dentro del bar ni en mi horario de trabajo, no estaba infringiendo ninguna norma.

—No, no claro que no... es que… se me ocurrió pensar que tú… que tú… — Respiró hondo y dio otro trago a la cerveza.

¿Que yo qué?

—Que has besado a muchas mujeres, ¿verdad?

Hugo se encogió de hombros sin saber muy bien a dónde quería llegar, pero fuera a donde fuera estaba claro que no le resultaba fácil decirlo.

—A unas cuantas, sí.

—Y supongo que sabes hacerlo bien.

—Nunca se me han quejado, la verdad. ¿Por qué lo preguntas?

—Es que… a mí me gusta un chico, vive en el piso de al lado… Se para mucho a hablar conmigo cuando nos cruzamos en el portal o las escaleras.

¿Y piensas que tú también le gustas a él?

—Podría ser. No estoy segura, no tengo mucha experiencia con los hombres… Pero hace unos días me dijo que podríamos salir una noche a tomar algo.

Hugo bebió de un trago lo que quedaba en la jarra y, viendo la de Inés también vacía, volvió a llenar ambas. Esa conversación con sacacorchos le estaba resultando muy divertida.

—Le dije que sí. Hemos quedado para el martes que viene, que cerramos el bar.

—Estupendo. ¿Dónde está el problema?

—Me pregunto… ¿tú crees que me besará?

Hugo se mordió la cara interna de la mejilla para no echarse a reír.

¿En la primera cita? Pues no lo sé.

¿Tú lo haces?

Él se encogió de hombros.

—Depende de las señales.

Inés abrió mucho os ojos.

¿Qué señales?

—Del comportamiento de la chica, de cómo me mire… Hay muchas señales que los hombres sabemos interpretar. Si tú deseas que te bese se dará cuenta y lo hará. Y si no, pues no sé… es posible que lo haga también... o no.

—Yo quiero que me bese, pero no quiero que se dé cuenta de que soy una mojigata y que no he besado nunca a nadie.

—Pues eso va a ser difícil.

—He pensado que quizás tú, como experto… podrías darme algunos consejos y explicarme lo que debo hacer.

Hugo resopló con fuerza; Inés era increíble.

—Joder… nunca me han pedido algo tan estrambótico, Inés. En fin vamos allá. Lo primero que debes hacer es abrir la boca.

¿Así? —preguntó abriendo la boca todo lo que pudo.

—-¡No, no! Se te ve hasta la campanilla y eso disuadiría al mismísimo Tenorio. Solo un poco, de forma sensual… lo suficiente para que él pueda meter la lengua.

Ella entreabrió los labios un poco.

—Mejor.

¿Y qué más?

Los ojos de Inés evitaban los de él, mientras trataba de mostrar una indiferencia que no sentía. El corazón se le había acelerado sin que pudiera evitarlo y el pulso le latía con fuerza.

Hugo resopló de nuevo.

—Así en frío es un poco difícil de explicar, Inés. Cuando él meta la lengua en tu boca tú se la acaricias con la tuya.

¿Así?

Abrió la boca y sacando la lengua la movió arriba y abajo con rapidez.

¡No, no! Parece que estás haciéndole burla a alguien. Con sensualidad, despacio, restregándola contra la suya y siguiendo sus movimientos.

Inés agachó la cabeza con desolación.

—No termino de pillarlo, Hugo.

—Ya te he dicho que así en frío es difícil de explicar. Es mucho más fácil en la práctica, ya lo comprobarás cuando llegue el momento.

—Voy a hacer el ridículo cuando me bese y no querrá volver a saber nada de mí. —dijo contrita.

—Seguro que no, mujer.

¿Tú volverías a salir con una mujer que ni siquiera supiese besar? Dime la verdad.

Negó con la cabeza.

—Creo que no.

¿No podrías decirme algo más? Por favor, Hugo… no sé a quién más preguntarle.

Hugo ahora lanzó un bufido.

—Lo único que se me ocurre es hacerte una demostración práctica. Sí, no abras tanto los ojos, hablo de besarte para que aprendas cómo se hace. ¡No te voy a comer, solo besarte!

¿Lo harías? ¿Harías eso por mí? Yo… podría pagarte, si quieres.

¿Pagarme por besarte? ¿En qué me convertiría eso, Inés?

—No me estarías besando, solo enseñándome a hacerlo. No es lo mismo. Sería una clase… y las clases se pagan.

Él se bajó del taburete con una sonrisa. Inés Montalbán nunca dejaba de sorprenderle. ¿Cómo no se había muerto de aburrimiento antes de que ella apareciese por Alveares?

—Lo haré gratis —dijo acercándose. Se situó delante de ella, muy cerca, casi se rozaban. Inés sintió el calor del cuerpo de Hugo y tuvo que colocar las manos sobre los muslos para que él no advirtiera cómo le empezaron a temblar.

Él le agarró la cara entre las palmas y acercó su boca a la de ella. Le rozó los labios una y otra vez, con suavidad y ella los entreabrió, pero Hugo no se apresuró a introducir la lengua entre ellos, sino que continuó con la caricia leve sobre los labios entreabiertos, delineándolos despacio.

Las mariposas en el estómago de Inés se intensificaron y se dejó hacer. Luego, Hugo introdujo la lengua en su boca con suavidad, y ella, aturdida por las sensaciones, se limitó a dejarse besar disfrutando del juego erótico que la lengua de Hugo realizaba en su boca. De pronto, él se separó.

—Tienes que responder al beso —dijo serio—. Utiliza tu lengua como te he explicado, acaricia la mía.

—Ah, sí… ya recuerdo.

Volvió a besarla y esta vez Inés empezó a rozar su lengua contra la de él. Al principio tímidamente, con intensidad después. En poco tiempo ambas lenguas estaban enredadas en un beso apasionado y lujurioso. Hugo apretó con más fuerza las manos contra la cara de Inés para que no se separase, y olvidó que solo se trataba de una lección práctica. Cuando se separaron ambos estaban sin aliento. Sus ojos se encontraron.

¿Lo he hecho bien?

—Sí, aprendes rápido, chica. Si lo haces así, él nunca notará que es la primera vez que besas.

—Gracias… Nunca olvidaré este favor, Hugo.

—No hay de qué, mujer. Para eso estamos los amigos. Anda, te llevo a casa, se ha hecho tarde y ya no pillarás autobús.

—Vale.

Mientras Inés entraba a cambiarse, Hugo se la quedó mirando con el cuerpo agitado. Sin darse cuenta se había olvidado de la clase práctica y había acabado besándola. Besándola de verdad, con una intensidad arrolladora. Hacía mucho que una boca no le sabía simplemente a boca, y se había dejado llevar. Menos mal que ella no se había dado cuenta. Ahí daba gracias por su inexperiencia.

—Ya estoy.

Inés se había puesto una cazadora sobre la ropa de trabajo y él entró a coger los dos cascos. Poco después ambos subían a la moto en dirección a la casa de ella con una conciencia nueva de sus cuerpos pegados en el estrecho vehículo.