CAPÍTULO 26

 

 

 

 

A la mañana siguiente me levanto con la sensación de llevar demasiado tiempo intentando avanzar sobre arenas movedizas. Pero no se puede andar sobre ellas, porque, poco a poco, con cada movimiento, te van sepultando. Me negaba a creer que era así; pensaba que, si me quedaba quieta y no luchaba contra ellas, conseguiría salir de ahí ilesa. Pero me ha hecho falta sentirme presa, asfixiada y que me inmovilizaran por completo para darme cuenta de la presión que ejercían sobre mí y de que no se puede sobrevivir en un terreno tan hostil. Ahora Julio me muestra una superficie lisa, llana y sin sobresaltos, fascinante mire hacia donde mire, y por la que se puede transitar libremente. Sin embargo, estoy tan acostumbrada a esforzarme tanto para lograr avanzar tan sólo unos centímetros que caminar sobre este nuevo medio me resulta más complicado, porque me da la sensación de que floto en vez de andar. Y entonces me pregunto cómo se avanza cuando se levita.

De forma telepática, como si nuestras mentes estuvieran conectadas, recibo mi mensaje de buenos días mientras desayuno y eso provoca que mi rostro se ilumine.

 

Julio: No hay mejor manera de comenzar el día que sobrevolar tu imaginación y divisar desde arriba que, aquello con lo que soñabas, se ha cumplido y ha superado tus expectativas de manera sorprendente. Buenos días, bombón.

Sara: Buenos días, Julio.

Julio: Rememorando nuestro fantástico encuentro y deseando repetirlo.

 

Leer sus palabras me hace muchísima ilusión porque me confirma que lo de ayer para Julio también fue un momento mágico. Puede que no tuviera la misma magnitud para él que para mí, aunque al menos ahora estoy segura de lo que experimentó. Sé que me dijo que fue increíble, pero pensé que había visto en mi mirada la inseguridad y quiso reconfortarme. Pero hoy, si de verdad no hubiera experimentado lo mismo que yo, no hubiera dicho que quiere repetir y mucho menos que ha superado sus expectativas, y eso me hace muy feliz.

 

Sara: Sorprendentemente, yo también disfruté. Hoy hablaré con Mateo.

Julio: Me alegra saber que mi teoría era cierta y que se ha cumplido con creces.

 

Su comentario y, sobre todo, su descaro me hacen reír.

 

Sara: ¿Quién ha dicho que se ha cumplido con creces?

 

Le pregunto siguiéndole este juego tan adictivo en el que sé que Julio es el maestro y yo tan sólo una aprendiz.

 

Julio: Yo. A alguien que sabe provocar fuego no hace falta que le confirmen esos detalles.

Sara: ¡Qué creído te lo tienes, majo!

Julio: Por algo será. Que tengas un buen día, bombón.

Sara: Igualmente, Julio.

 

Contesto, sin hacer referencia a su comentario anterior. «No quiero alimentar más su ego», pienso mientras una sonrisa, ya habitual en mi cara, se instala en mi rostro.

Al entrar en la oficina le comento a Mateo que quiero unos días de fiesta la semana próxima. Él no me lo confirma, pero, en cuanto se va a tomar un café, saco el teléfono del bolso y, con alegría, escribo a las chicas.

 

Sara: Buenos días, bombones.

Lola: No nos hagas la pelota y desembucha. Ayer te libraste porque yo me acababa de ir, pero te aseguro que, si llego a estar, no alcanzas ni el ascensor. ¿Qué es lo que ha pasado?

Sara: Ayer me acosté con Julio.

África: ¡Lo sabía!

Sara: ¿Cómo que lo sabías?

África: Te metiste en la guarida del lobo, nena, y tú eres una inocente corderita. Además, no había más que verte la cara para confirmar lo que allí dentro había sucedido.

Lola: ¡Joder, África! Tenías que haberle sacado una foto. Ése era un momento digno para la posteridad. Era la prueba que nos hacía falta para demostrarte que ¡¡¡tú no tienes ningún problema!!!

África: No, de eso no hay duda, Lola. Te aseguro que ahora sé a qué se refiere Félix cuando adivina que he tenido sexo. Bueno, cuéntanos cómo fue, que ayer me dejaste en ascuas.

Sara: No sé cómo ocurrió, África, sólo puedo decirte que sabía cómo y dónde tocarme en cada momento.

África: La cuestión no es cómo y dónde te tocan, Sara. La diferencia está en qué es lo que te transmite la mano que te acaricia. A fin de cuentas, es un lenguaje que no sólo hay que saber interpretar, sino que también hay que saber expresar.

Lola: El sexo es un idioma universal, pero sólo unos pocos saben leer entre líneas.

Sara: Sí, de eso me he dado cuenta. Os dejo, que vuelve el jefe de la tribu y necesito fumarme con él la pipa de la paz para que me dé los días que le he pedido.

 

Tengo ganas de que llegue el lunes, estoy ilusionada por saber qué es lo que Julio tiene pensado. Y con ese entusiasmo, camino hacia la peluquería. Necesito un cambio y la forma más rápida y sencilla de conseguirlo es comenzar por un nuevo look. No quiero perder longitud, mi pelo corto ha crecido y ahora me manejo muy bien con él, así que, después de meditarlo varias veces y tras tres horas en el establecimiento, mi pelo ha pasado del negro a un castaño oscuro con mechas.

 

Sara: ¿Qué os parece?

 

Les escribo ya en casa, tras enviarles una foto a las chicas.

 

África: Estás preciosa, Sara. Ese color te aporta mucha más luz a la cara y te hace una mirada realmente alegre.

Lola: ¡Sara, estás guapísima!

Sara: Sí, yo también me veo mejor. Necesitaba un cambio y alguien me dijo que, para ello, debo comenzar por el exterior.

Lola: No sé por quién lo dices, pero haces bien en hacerle caso, porque tiene mucha razón.

África: Según ella, siempre la tiene.

 

Todas nos echamos a reír.

Los días han pasado más deprisa de lo que esperaba. El sábado Lola, Yago y yo fuimos a tomar una copa después de cenar en casa de África y Juan y fue genial caminar sin la sensación de llevar un saco de piedras tras la espalda, sin pensar en cómo debo comportarme y disfrutar en todo momento de cada situación. Julio y yo coincidimos en uno de los bares a los que fuimos los tres y, como de costumbre, estaba rodeado de chicas. Pero fue maravilloso ver cómo salía de su harén tan sólo para saludarme con un sabroso y rápido beso y recordarle a mi cuerpo lo que siente cuando sus manos y, sobre todo, sus labios se posan en él.

—¿Y esto? —me preguntó a modo de saludo, tocándome el pelo.

—¿No te gusta?

—Me gustabas antes, me gustas ahora y puedo asegurar que cada día me gustarás más. Es difícil encontrar el grado de pureza de cacao que tú tienes en otros bombones.

—Me estás diciendo que a todas nos llamas bombón —le dije intentando ponerlo en un compromiso.

—No, te estoy diciendo que contigo he saboreado el original. Eres única, Sara, y ahora es complicado acostumbrarse a otros sabores —me contestó con esa sonrisa endiabladamente perfecta, mientras sus ojos claros impactaron sobre mí de forma contundente antes de irse.

—Tengo que reconocer que Julio es tan adictivo como la Coca-Cola —le comenté a Lola, con la respiración aún acelerada, mientras ambas contemplábamos su culo al alejarse de nosotras.

—Lo que pasa es que, hasta ahora, tú la bebías light y sin gas. Puede que te gustase el sabor y necesitases ese estímulo que te aportaba la cafeína, pero hay que reconocer que nada es comparable con la energía que te aporta el azúcar y la chispeante sensación que te produce una Coca-Cola en condiciones.

—Creo que en este caso tienes toda la razón del mundo en eso que dices —afirmé, sin dejar de admirarlo a distancia, y percibiendo cómo mi cuerpo se encendió cuando él me guiñó un ojo y me regaló una de sus mejores sonrisas.

—Siempre la tengo —me rectificó Lola.

Es lunes y me levanto con más fuerza y entusiasmo de lo habitual. Mateo, el viernes, se fue de la oficina sin confirmarme las vacaciones, así que debo ir a trabajar. Pero hoy estoy decidida a obtener una respuesta. Atrás quedó aquella Sara que no hubiera defendido lo que le pertenece, pienso estirando todo mi cuerpo al levantarme de la cama con energía. Y esta vitalidad que siento al salir de la ducha se nota porque esta vez no espero el mensaje de buenos días al que estoy acostumbrada últimamente y que me hace sonreír cada mañana, sino que esta vez el mensaje lo envío yo.

 

Sara: ¡¡Buenos días, bombón!! Hoy me he dado cuenta de que la soledad no se mide por cuánta gente te falta a tu alrededor, sino que se mide por lo acompañada que te sientes cuando estás sola. Una vez que llegas a esta conclusión, podrás decir que sabrás seleccionar de verdad de quién debes rodearte, porque lo importante no es el número de personas que te acompañan, sino lo que te hace sentir cada una de ellas. Y hoy estoy deseando que una sola persona me rodee entre sus brazos, y esa persona eres tú. Deseando comenzar esta semana.

 

Una vez enviado, me pongo el vestido más llamativo que encuentro en mi armario... ese fucsia de manga tres cuartos que no me dejó adquirir Mario porque afirmó que se me marcaba hasta la tira del tanga de lo ceñido que era. Aquel día no me lo compré, pero me encapriché tanto de él que volví la semana siguiente a buscarlo. Necesitaba tenerlo, era como una muestra de rebeldía contra Mario, aunque sabía que nunca me lo iba a poner. Lo guardé entre otras prendas que, según su criterio, no eran para alguien como yo... pero sí para alguien con tacones rojos, me decía a mí misma las noches que él trabajaba en el bar y yo observaba frente al espejo lo bien que este vestido se ceñía a mis curvas, resaltando mi figura, y soñaba con un día como el de hoy... un día en el que sería capaz de ponérmelo sin tener miedo a reproches ni represalias, sin la sensación de ir desnuda por la calle. Porque eso era lo que sucedía cuando me oponía a sus razonamientos. Me sentía desnuda, vulnerable y diminuta. Se apropió de tal manera de mi forma de pensar que me sentía culpable cada vez que reivindicaba algo que me pertenecía. El derecho de hacer y decir lo que sentía.

«Atrás quedaron esos días», pienso entrando con paso firme en la oficina, tras la atenta mirada de Javier.

—Tengo que hablar contigo, Mateo —le planteo al cerrar la puerta de su despacho sin sentarme. Veo cómo me observa de arriba abajo por encima de la pantalla de su ordenador y se reclina hacia atrás en su silla sin quitarme ojo. Eso me incomoda, y las palabras de Mario retumban en mi cabeza: «Sólo las guarras visten así, esas que desean que las empotren contra la pared de cualquier callejón». Muevo la cabeza para deshacerme de esa idea y prosigo.

—¿Recuerdas que la semana pasada te comenté que quería cogerme unos días? Pues quiero que sepas que mañana no vendré a trabajar. —Su postura cambia por completo; apoya sus codos sobre la mesa y replica.

—Vamos a ver, Sara: ya sabes que esto no se organiza de un día para otro —mi indica con tono conciliador, pero intentando que cambie de idea. En otra ocasión tal vez recularía y le diría que tiene razón, pero esta vez no. Esta vez necesito esos días, porque algo me dice que van a cambiar mi vida. Tengo ese presentimiento y quiero comprobar si es cierto.

—No me vengas con ésas, Mateo. Te lo dije el viernes por la mañana, pero tú aún no me has contestado, así que esta vez no te lo estoy pidiendo, sino que te estoy informando de que no voy a venir mañana. Me debes horas... y está Samira para cubrirme.

—No es lo mismo.

—Pues tendrás que apañártelas, porque mañana no vengo. Después de la muerte de mi padre no me cogí ningún día y, mientras estuvo hospitalizado, tampoco, así que creo que me merezco un descanso —le respondo alzando la voz más de lo que considero adecuado.

—Veo que no te voy a hacer cambiar de idea —claudica reclinándose de nuevo.

—No —respondo, relajando mi postura.

—Entonces no tenemos más que hablar. Nos las apañaremos, Sara. Ve y disfruta de tus vacaciones.

—Gracias, Mateo.

—De nada.

—¡Sara! —me llama antes de abrir la puerta—. ¿Te puedo hacer una pregunta?

—Claro —acepto tranquilamente, sin la menor idea de a qué viene eso ahora. Nunca ha pedido permiso para preguntar y eso me desconcierta.

—¿A qué tanta prisa? Quiero decir... Javier me ha dicho que ya no sales con tu novio, y me pregunto si estas vacaciones tan repentinas no son porque necesitas huir de algo o de alguien. No quiero parecer entrometido, pero me preocupo por ti.

—Si te soy sincera, de quien debo huir es de mí misma... de la estúpida y cobarde Sara. Al parecer soy la única que no se daba cuenta o, mejor dicho, no quería darse cuenta de lo tóxica que era la relación que tenía. Pero, como bien te ha informado Javier, esa relación pertenece al pasado y ahora estoy intentando labrarme un futuro.

—Si ésa es la razón, me alegro mucho por ti. Tómate el tiempo que necesites, Sara.

—Gracias, Mateo —le digo antes de salir.

Al sentarme a mi mesa, Sam ya ha llegado y, al verme salir triunfante del despacho, me pregunta con un gesto de cabeza qué es lo que se ha perdido.

—Luego te cuento —le respondo al ver que Mateo sale con unos informes que deja en la mesa de Sam en vez de en la mía como de costumbre.

Oigo vibrar mi móvil dentro de mi bolso y me muero de ganas porque Mateo vuelva a meterse en su despacho para poder mirar si el wasap es de Julio. Cuando al fin vuelve a su oficina, saco el teléfono de mi bolso y veo que tengo varios mensajes. Seis de las chicas y uno de él. Inevitablemente leo primero el suyo.

 

Julio: ¡¡¡Buenos días, bombón!!! Así que estás deseando que mis brazos te rodeen, ¿eh? ¡Humm! No hay mejor forma de afrontar el día que con esa imagen en mi mente.

Sara: Así es. Acabo de decirle a mi jefe que mañana no vengo a trabajar, así que mañana soy toda tuya.

Julio: Siempre lo has sido, Sara. Otra cosa es que no lo quisieras reconocer. Sólo era cuestión de tiempo.

Sara: Pero qué creído te lo tienes.

Julio: ¿A qué hora sales del curro?

Sara: No sé... depende... Se supone que salgo a las cuatro, pero nunca termino a esa hora y, al no venir durante unos días, intentaré adelantar trabajo para que mi compañera no se agobie.

Julio: Vale. Entonces nos vemos mañana. Te pasaré a buscar a eso de las nueve y media.

 

Al leer ese mensaje, me quedo un poco desilusionada, porque pensé que tal vez esta noche la pasaría en mi casa, pero no quiero hacerme ideas equivocadas. No quiero construir castillos en el aire y decepcionarme por algo que ni siquiera es. No quiero frustrarme por algo que tan sólo existe en mi cabeza. «Así que olvídate de lo que desearías que sucediese y disfruta de lo que sucederá cuando suceda.»

 

Sara: ¡¿Tan pronto?! ¿A dónde me vas a llevar?

Julio: Todo a su debido tiempo, Sara. Mañana nos vemos, bombón.

 

Se despide dejándome con la incógnita en la cabeza. Un carraspeo frente a mí me hace levantar la vista del teléfono.

—Creo que hoy no es el mejor día para andar jugando con el teléfono, ¿no crees? —me dice Mateo, levantando una ceja y dejándome unos informes sobre la mesa—. Esto lo necesito para mañana sin falta y quiero que te encargues tú. Así que ya sabes qué debes hacer si no quieres verme la cara mañana —me reprende con su humor característico. El jefe enrollado y comprensivo ha desaparecido.

—Me pongo a ello ahora mismo. No te preocupes —respondo guardando el móvil en el bolso de nuevo.

Durante toda la mañana no se oye una mosca volar en la oficina. Mateo anda como un bulldog de un lado a otro y nosotros no miramos otra cosa que no sea la pantalla de nuestro ordenador. Así que, cuando Sam y yo bajamos al bar a comer algo, me bombardea a preguntas.

—¿Qué es eso de que no vienes mañana a trabajar? ¿Qué ha pasado este fin de semana? ¿No habrás vuelto con ese patán, no? Ya te conté lo que quería de mí y te aseguro que me dolería muchísimo que volvieras con ese cretino, Sara. Él jamás te va a cuidar como lo haría... —Antes de terminar la frase, se calla.

—¿Cómo lo harías tú? —pregunto con una sonrisa cariñosa. Sam baja la mirada y yo cojo una de sus manos entre las mías—. Sam —pronuncio con dulzura para que me mire a los ojos y pueda ver en ellos lo que puede que no llegue a expresarle con palabras—. Mario quedó atrás. Hay más probabilidades de que yo lo intentase contigo a que volviese con él, te lo aseguro. En muy poco tiempo han cambiado muchas cosas. Quiero que sepas que no tengo la menor duda de que tú me hubieras tratado mejor que cualquiera de los hombres con los que he estado. Y lo sé porque, cuando nos besamos, sentí algo especial entre nosotras. Puede que en otras circunstancias me hubieras mostrado una forma de amar completamente diferente a la que conozco y puede que incluso me hubiese gustado.

—Estoy segura de que así habría sido.

—Puede que sí, no te lo niego. Me hiciste sentir especial y es muy halagador para alguien como yo tener una oferta de alguien como tú. Pero es con Julio con quien voy a estar esta semana. Y no solamente por lo que me hace sentir, sino porque me está descubriendo aspectos de mí misma que ni siquiera sabía que poseía. Consigue que me sorprenda de lo que soy capaz de hacer y de lo que soy capaz de lograr. Y, sobre todo, de lo que soy capaz de decidir. A lo largo de mi vida siempre he permitido que sean otros los que decidieran por mí, pero con Julio es diferente, porque no espera nada a cambio y está logrando que yo haga lo mismo.

—¿Y qué hay de malo en esperar algo de la otra persona?

—Sencillamente que, si ese algo no llega, te decepcionas, te enfadas sin razón con la persona que no te había prometido que te iba a dar aquello que tú esperabas. Porque todo eso estaba en tu cabeza y no en la suya. Por ello, lo ideal no es esperar que reaccione como tú deseas, sino que aceptes cómo es —le contesto emulando la explicación que una de mis amigas me dio en su día. Es ahora cuando le encuentro sentido.

—¡¿Qué me estás diciendo, que debes dar sin esperar recibir nada a cambio?! Eso no es amor, el amor es cosa de dos.

—No, te estoy diciendo que, si tú esperas un comportamiento determinado y se cumple, será una gran alegría, pero si no se llega a cumplir y tú lo aceptas, no será una decepción. Te voy a poner un ejemplo. Hoy esperaba que Julio viniese a buscarme al trabajo. Para ser sincera, es algo que deseaba con mucha ilusión. Pero en ningún momento le he dicho a él que me hubiera encantado que eso sucediese y él tampoco me ha dicho que fuera a suceder. Es más, es algo que estoy segura de que no entra en sus planes. En otra ocasión me hubiera enfadado por algo que sólo existía en mi cabeza y que ni siquiera había pedido, pues Julio no sabe que yo quiero eso. Por tanto, es algo por lo que no debo enfadarme, pero por lo que en muchas ocasiones las mujeres nos enfadamos. Así que, si por casualidad se cumple, me sorprenderé muchísimo y disfrutaré el doble, pero, si no es así... si no llega a cumplirse, no pasa nada porque ya me he hecho a la idea de que eso no va a suceder y, por ello, tú y yo nos vamos a ir a tomar una copa después del trabajo. ¿Qué te parece? ¿Entiendes ahora a lo que me refiero?

—Sí. Pero no estoy de acuerdo en todo.

—¿Por qué no? —pregunto confundida.

—¿Qué pasa si se presenta y te arruina tu plan alternativo?

—Eso no puede suceder.

—¿Por qué no?

—Porque yo estaré encantada de incluirlo en mi plan alternativo y Julio sé que deseará unirse.

—¿Estás segura?

—Completamente.

—Sabes que con Mario eso no sería así.

—Lo sé. Pero, para empezar, Mario no me quería, porque permitió que dejase de ser yo misma. Como bien has dicho tú al principio, el amor es dar y recibir. Así que lo mismo que yo no debo enfadarme por no recibir lo que no se me ha prometido, él no puede pretender que yo cambie mi vida en torno a sus necesidades. Y ése ha sido siempre mi gran error. Me equivocaba al pensar que, cuanto más me esforzase en ser como Mario o como cualquier otro ansiaba que fuese, más me querrían. No me daba cuenta de que fue en mí en quien él se fijó por primera vez. Fui yo quien llamó su atención. Yo poseía algo que despertó su interés y ese algo le resultó atractivo, le gustó. Entonces... ¿por qué anularlo? ¿Por qué dejé de ser yo cuando estaba con él? Es algo de lo que me percato ahora... y que no llego a entender... —digo pensativa.

—Si es Julio quien ha logrado que llegues a pensar así, creo que es un hombre con el que merece la pena disfrutar de unas vacaciones —responde sonriente.

—Sí, estoy de acuerdo.

—Si hay algo que siempre he tenido claro es que la persona que esté a mi lado debe quererme por quien soy. No debe juzgar mi pasado y mucho menos borrarlo, porque es el pasado quien ha esculpido a la mujer que ahora soy. He sido muchas veces criticada por mi sexualidad, pero llega un punto en tu vida en el que, si pones en una balanza la opinión de los demás y la tuya, te das cuenta de que cada vez te importa menos lo que opine la gente y comienzas a pensar más en tu felicidad. Vida sólo hay una, Sara, y es demasiado corta como para perder el tiempo en tonterías como ésas.

—Cierto. Y creo que yo acabo de llegar a ese punto.

Samira y yo permanecemos en silencio y éste es interrumpido por el constante sonido de mi móvil. Seguro que son África y Lola. Todavía no les he contestado y estarán rabiosas por saber, así que decido hacerlo ahora, antes de que me colapsen el teléfono.

 

África: ¿Has hablado con tu jefe?

Sara: Sí, ya está todo arreglado.

Lola: ¡Bravo! ¡Hoy comienzan tus vacaciones en el paraíso, muñeca! ¿Cómo has quedado con Julio?

Sara: Mañana a primera hora vendrá a casa.

Lola: ¿Mañana? ¿Y por qué no hoy?

Sara: Seguramente habrá quedado.

África: Bueno, pues entonces quedemos nosotras también. Veniros a mi casa.

Sara: No es por nada, África, pero prefiero no ir. No quisiera encontrarme a Julio y que piense que estoy desesperada. Además, he quedado con Sam al salir del trabajo.

Lola: ¡Quién te ha visto y quién te ve! Pero ¿qué te inyectaron el otro día? ¿Raciocinio?

 

A leer su respuesta, no puedo evitar reírme y, sin pensarlo, contesto.

 

Sara: Eso y mucho más, Lola. Bueno chicas, luego hablamos, que debo acabar unos documentos que necesita el todopoderoso para mañana y soy la única que, al parecer, sabe hacerlo como a él le gusta.

Lola: Cosas de jefes.

África: Habló la menos indicada.

Lola: ¡Eh! Que yo ahora soy más tolerante.

África: ¡Sí, claro! Has pasado de ser Cruella de Vil a Úrsula de La Sirenita. ¡Vaya cambio!

 

Veo que continúan chateando, pero nada más entrar en la oficina meto el teléfono en el bolso y me centro en los documentos. Las horas pasan deprisa. Los demás se acaban de ir y Sam espera a que yo termine de cuadrar el último balance.

—¡Venga, Sara, vámonos! Hablas de Mateo, pero eres peor que él. ¡Que no te vas más que una semana, por Dios!

—Ya, pero, cuanto más trabajo adelante, menos tendré yo a la vuelta y tú estos días. Que luego parece que se multiplican los papeles en la mesa.

Ella suspira y yo no le hago ni caso.

Veinte minutos más tarde salimos por la puerta y, frente a mí, una sonrisa resplandeciente me saluda.

—¿Qué haces aquí? —pregunto sorprendida.

—Comenzaba a pensar que te habías quedado encerrada en el ascensor o algo por el estilo —comenta sin responderme y rodeándome con su brazo antes de darme un rápido beso en los labios. Al oír eso, a Samira le es imposible controlar su risa y es entonces cuando los presento.

—Julio, ésta es Samira, mi compañera de trabajo —le digo poniendo los ojos en blanco al ver que no puede parar de reír, así que al final acabo diciendo—: Sam y yo ya nos quedamos atrapadas en una ocasión y créeme cuando te digo que me agobié bastante —respondo sumándome a la risa de Samira.

—Hola, encantada de conocerte al fin —lo saluda con su habitual coqueteo antes de que ambos se den dos besos.

—Pensé que no te vería hasta mañana —comento aún asombrada.

—Ése era el plan, pero es complicado resistirse a una tentación como tú.

—Pues si esto te parece complicado, en menos de dos metros cuadrados, ni te cuento. —Julio me mira desconcertado sin saber muy bien a qué se refiere Sam, y yo le hago un gesto con la cabeza para que no le haga caso—. Nos íbamos a tomar algo, ¿te apetece venir? —le pregunta Samira para comprobar si mi nueva teoría es cierta.

—Por supuesto —responde animado y comenzando a caminar—. ¿A dónde vamos?

—Te dejamos elegir —respondo satisfecha y divertida.

—Está bien. Dejadme que piense.

Justo en ese momento, Sam se acerca a mi oído con disimulo y me dice:

—Debo felicitarte por tu nueva elección. Tiene un culo estupendo.

—¡Creí que la que te gustaba era yo! —bromeo levantando una ceja.

—Y así es, pero he aceptado que lo nuestro va a ser algo imposible —replica entre risas, dándome un cachete en el culo antes de acercarse a Julio para recomendarle un sitio.

Sorprendentemente, su descaro me hace reír en vez de sentirme ofendida. Julio, al ver cómo Sam se le acerca, me mira suplicando que lo rescate, algo con lo que consigue conquistarme todavía más si cabe. Logra que me sienta más segura de mí misma, y más atractiva que con cualquier piropo que me hubiese podido soltar. Y es que el gesto más simple puede llegar a provocar que un corazón palpite con más fuerza que con un millar de palabras bonitas pero vacías.