Capítulo 22
—¡Auuuuu! —se escuchaba en el centro de la Glorieta.
Eran los aullidos temibles de los vampiros y los ladridos ensordecedores de los lobos, que se mezclaban con la batalla que tenía lugar por todas las calles de Águilas. Había sombras protegiendo a los humanos que vagaban sin ser muy conscientes de la gravedad del asunto, y vampiros, genios y demonios luchando contra ángeles. Todo resultaba ser un caos en mitad de una noche siniestra y fría.
Grunontal sintió como el corazón se le rompía en mil pedazos. Cuando Keilan fue atravesado por una flecha, también ella fue atravesada. Soltó un grito desgarrador y dejó que todo el ejército de Nitya se las apañara como pudiera en el cementerio. Corrió a su lado para ver si había muerto realmente.
Al llegar al centro de la glorieta, María sostenía a Keilan entre sus brazos sin dejar de acariciar su mejilla, mientras se desataba una lucha mortal. Su melena rojiza emitía tantos destellos dorados que los envolvían en una especie de cápsula y que los protegían de las flechas de los enemigos. Sus ojos azules estaban concentrados en la herida del hombro, e iban cambiando de color conforme la cara de Keilan iba palideciendo.
Grunontal se acercó a Nitya y de la misma impotencia que sentía le soltó una bofetada que la mandó al escaparate de una pastelería cercana. Se levantó más extrañada que dolorida. Pitiam corrió a socorrerla, pero ella rechazó su ayuda con despecho sin dejar de mirar a su madre.
—Y esto ¿a qué ha venido, madre? Creí que querías acabar con todos ellos…
—Con todos ellos, menos con él, estúpida.
—Madre, no me llames estúpida. Esto no hubiera ocurrido si hubiéramos actuado hace dos días. —Nitya echaba chispas por los ojos.
—No tienes paciencia, Nitya. La suerte estaba de nuestro lado en el cementerio —gruñó.
—¿No me digas que has venido por él y has dejado a mi ejército a solas? —Nitya golpeó con furia sus puños al aire, llegó hasta ella sin temor en los ojos y se colocó a menos de un metro—. ¿Me estás diciendo que mi ejército lucha sin nadie que los dirija? ¿Quién de las dos es más estúpida?
—Me da igual lo que pase con ellos. Si muere, te arrepentirás. Haz lo que quieras, pero procura que él no muera.
—Afortunadamente para ti, madre —dijo mostrando una risa tan falsa como el amor que sentía por su madre—, esa flecha no iba cargada. Solo trataba de adormecerlo para quitarme a todos los demás de encima mientras me ocupaba personalmente de María. Me prometiste que era mía.
—Sí, pero cuando acabara la guerra, Nitya —Grunontal se dio media vuelta—. No antes. Regreso al cementerio para terminar de una vez por todas con ellos.
Se marchó de nuevo. Nitya entrecerró los ojos, rabiosa. Abrió su boca para mostrar sus colmillos afilados y se encaminó hacia Llanos. La pequeña luchaba, o más bien jugaba, contra un genio de más de dos metros de altura. La niña se reía y corría entre los bancos de la glorieta.
—¡A que no me pillas! —le dijo Llanos, sacándole la lengua.
Se quedó quieta encima de un banco y cuando el monstruo la alcanzó, la niña se tiró a su cuello. El genio trató de desasirse de la niña, pero el abrazo lo aprisionaba hasta dejarlo sin respiración. Le clavó en el corazón un pequeño puñal con el nombre de Chandra grabado en su hoja, cargado con sal gema y azufre, hasta que el monstruo se fue consumiendo hasta desintegrarse en el aire.
—Eso por haberme hecho daño esta mañana —dijo la niña con una sonrisa en los labios y dando saltos de alegría.
Nitya miró a Llanos. Se colocó de nuevo a su lado.
—Hola, princesa. ¿Cómo estás?
—Ya no quiero ser princesa —sonrió con inocencia al ver a Nitya—. ¿Sabes que yo también soy un ángel?
El cuerpo de la pequeña se iluminó completamente de una luz blanca sumamente hermosa.
—¿Un ángel como tu hermana y tu papá? —preguntó Nitya abriendo mucho los ojos.
—Sí, un ángel como mi papá y Marta.
Nitya se relamió los colmillos, sonriendo para sus adentros.
—No, no lo sabía. Yo pensaba que eras una…
—Soy un ángel —le cortó Llanos con una gran sonrisa—. Mira mis destellos.
—¿Entonces tienes los mismos poderes?
—Sí, yo también tengo luz.
Nitya suspiró.
—Mi querida Llanos…
—Ya no me llamo Llanos. Yo soy Chandra, que significa «luna». Mi luz viene de ella —señaló la luna llena que había escondida tras dos nubes.
—Perdona, no lo sabía… Chandra. —Su voz era tan sugerente que la niña la miraba embobada—. ¿Sabes que tengo una sorpresa para ti? ¿Quieres que te la enseñe?
—Vale, pero se lo tengo que decir a mi papá…
Chandra la miró de reojo.
—Si se lo dices a tu papá, ya no será una sorpresa.
—Pero me tienes que prometer que esta vez no me pegarás.
—No, cariño, tú sabes que yo no te he puesto una mano encima —alargó la mano para que la niña se la agarrara—. Fue ese genio tan malo que acabas de matar. Yo no quería que pasara nada de lo que sucedió en mi casa, de verdad, pero yo le tenía mucho miedo a ese genio —su voz se quebró—. A mí también me pegaba.
La niña se cogió de la mano de Nitya y dejó que la mujer de los ojos verdes le enseñara su sorpresa.
—¿Adónde me vas a llevar? —preguntó la pequeña sin dejar de mirar a Nitya.
—¡Shhh! Es una sorpresa, pero tenemos que andar un poco. Ven, súbete a mis hombros.
Nitya se arrodilló para que Chandra se subiera. En esos instantes la luna llena salió de entre dos nubes e iluminó el rostro de la pequeña. La niña saludó a la luna, mientras Nitya reía al pensar que muy pronto sería indestructible.
—¡Arre, arre caballito! —dijo la chiquilla riendo sin parar.
Agitaba los brazos y golpeaba con suavidad el costado de Nitya.
—Yo pensaba que estabas enfadada conmigo —le soltó una tremenda patada en su hombro derecho.
—¿Por qué, bonita? —dijo sonriendo entre dientes.
—Porque esta mañana me marché sin darte un beso. ¿Quieres que luego te dé un beso? A Coque le gustan mucho mis besos.
—Sí, Llanos…
—Te he dicho que no me llamo Llanos. Soy Chandra —replicó la niña molesta, tirando de su melena negra para que se detuviera unos momentos—. No quiero volver a repetírtelo.
—Perdona, Chandra, llevas razón —sonrió con amabilidad.
Juega conmigo todo lo que quieras porque no tendrás ocasión de jugar nunca más. Esta vez no habrá nadie que te proteja, pensó—. Luego me darás los besos que quieras.
—¿Qué es lo otro que decías?
—Que esta vez solo jugarás conmigo, Chandra.
—Vale, pero tienes que ir más deprisa.
Nitya se dirigía con paso rápido hacia los túneles que había en los cabezos que rodeaban la playa del hornillo, al final del paseo de Las Delicias. Subió por una pequeña ladera hasta llegar a la entrada del túnel. Sus ojos verdes iluminaron la zona.
—Ya hemos llegado —susurró Nitya bajando a Llanos de sus hombros.
Tocó la entrada que estaba tapiada y golpeó con fuerza. Los ladrillos cayeron al suelo como un juego de piezas desmontables. Agarró a la niña de la mano y se introdujo dentro del túnel oscuro.
—No tengo miedo, ¿sabes? —le dijo la niña.
—Yo tampoco, bonita. Ahora no tengo miedo de nada.
•••••
Keilan iba recuperando el color de su cara. María sonreía al notar que la sangre volvía a fluir por sus venas.
—Hola, Afrodita —dijo con dificultad.
Abrió los párpados y se reflejó en los ojos azules de ella, en el brillo que emitían, esa era la luz que le había devuelto la vida.
—Keilan, ¡has regresado! —María soltó unas lágrimas, se abrazó a su cuello—. Aún no te he pedido disculpas por haberte abofeteado.
—No pienses en lo que pasó la otra noche. Ya está olvidado, prefiero quedarme con lo que pasó hace un rato…
—Ya sabes, cuando quieras volvemos a repetir…
—Además, yo siempre cumplo mis promesas y te dije que esta noche solo moriría por un beso tuyo —se llevó la mano a su hombro dolorido que había parado de sangrar gracias a los cuidados que le había proporcionado ella.
—No te rías de mí, Keilan. Me has tenido muy preocupada —contestó con voz melosa—. No vuelvas a hacerme esto en tu vida.
—Creo que estoy agonizando de nuevo… necesito más cuidados —Keilan la miró con pasión.
—¿Puedo hacer algo para remediarlo? —preguntó ella muy cerca de sus labios ardientes.
—Acércate más, no te escucho bien…
—¿Así? —preguntó, rozando su boca.
—Un poco más —contestó Keilan saboreando su boca.
María los abrió poco a poco y se abandonó a la pasión que le hervía desde que lo conoció.
Coque llevaba más de un minuto a su lado gritando. Corría de un lado al otro alrededor de la cápsula que había hecho María, pero no encontró ningún punto por dónde entrar.
—Se retiran —escucharon Keilan y María cuando sus labios se separaron.
Keilan apartó con suavidad a María y se levantó de un salto, desentumeciendo los músculos de su cuerpo. La cápsula de destellos dorados se deshizo. Comprobó que su hombro no le dolía porque podía moverlo sin dificultad. Le ofreció la mano para que se levantara del suelo.
—¿Qué has dicho? Repítelo de nuevo —dijo María, asombrada.
—Se retiran hacia el puerto.
—¿Dónde está Milkaer? —preguntó Keilan.
—Está buscando a Llanos —contestó Coque.
—¿Y Nitya? —preguntó María.
Coque se encogió de hombros.
—¿Está muerta? —quiso saber María.
Coque negó con la cabeza.
—Marta todavía la siente con vida.
—Entonces tenemos que encontrarla —dijo Keilan—. No sé con qué idea se la ha llevado Nitya, pero esto no me gusta nada.
Unas cincuenta sombras aparecieron en la Pava de la balsa junto a Yunil, Marta y Milkaer.
—Hemos tenido muchas bajas —dijo Milkaer, apesadumbrado—, entre ellas mi otra hija…
—Vamos a buscarla, papá —dijo Marta—. Acaba de decirme dónde se encuentra y que no me preocupe, porque tiene una sorpresa. Espero que Nitya no le haya puesto las manos encima…
—¿Dónde están, Marta? —preguntó María.
—Están en unos túneles —respondió Marta.
—Está bien, si quiere lucha en los túneles, lucharemos allí —dijo Keilan mirando el cielo.
Estaba a punto de amanecer y Nitya llamaba a los suyos para guarecerse de los rayos del sol. Las calles del centro de Águilas se fueron quedando vacías, aunque a lo lejos se oían sirenas de ambulancias y bomberos. Se veían columnas de humo por algunos puntos del pueblo, pero ningún resto de fuego. Poco a poco el ruido de la batalla se fue acallando.
—Seguidme —dijo María encaminándose desde la glorieta hacia el Placetón, para salir al paseo de Las Delicias.
Keilan caminaba a su lado. A lo lejos vieron a un genio que trataba de provocar una tormenta eléctrica, pero María agarró una flecha y le apuntó al corazón. Antes de ser atravesado por la flecha, el genio atrapó dos rayos y los lanzó hacia el grupo de los ángeles. Uno de los rayos alcanzó a Marta en el pecho, a la vez que la primera luz del día acariciaba su mejilla. La niña cayó al suelo entre grandes convulsiones. Milkaer soltó un grito estremecedor. Sus ojos permanecían desencajados sin poder hacer nada por su pequeña.
—¿Qué me pasa, papá? —balbuceó Marta con gran dificultad, entre muecas dolorosas—. Me duele mucho…
El cuerpo de Marta se retorcía en medio del paseo de Las Delicias. Se quitaba la ropa con rabia, gritaba con desesperación. Se escuchaban crujidos de huesos y el silbido de su piel cuando se estiraba. Primero le crecieron las piernas y los brazos. Después, su tronco se agrandó, le crecieron unos pequeños pechos y sus caderas se redondearon. Y por último, dejó atrás todos sus rasgos infantiles. Sus pómulos estaban definidos, su rostro era más afilado y menos redondeado, y sus ojos de color miel miraban como la adolescente en la que se había convertido. Su cuerpo había crecido hasta alcanzar el tamaño de una chica de quince años. Yacía exhausta y casi desnuda en el suelo del paseo. De la ropa que llevaba puesta solo conservaba unas braguitas y una camiseta interior de tirantes. Tiritaba de frío. Su padre la cogió entre sus brazos.
—¿Qué me ha pasado, papá? —Marta no paraba de llorar. Su cuerpo aún seguía estremeciéndose.
—Supongo que el rayo ha acelerado tu proceso de crecimiento —respondió Milkaer calentando el cuerpo desnudo de Marta—. A algunos ángeles les pasa cuando están preparados para asumir el cambio.
María se quitó su abrigo para dárselo a Marta.
—¿Te encuentras bien, Marta? —le preguntó Keilan mirándola a los ojos.
Ella se sonrojó.
—Sí —contestó bajando los ojos.
De pronto le llegó la voz de Llanos a la mente.
—¿Qué pasa, Marta? —preguntó Milkaer agarrándola por el brazo.
—Que Llanos se está riendo. Corre por los túneles y Nitya va detrás de ella como una loca. Le está prometiendo que no le hará daño y que confíe en ella… —se llevó una mano al pecho. Soltó un grito sordo y su cara se descompuso.
—¿Qué has visto? —preguntó Milkaer conteniendo la respiración.
—La acaba de encontrar… Tengo que ir a por ella… —logró decir en un murmullo ahogado.
Nitya encontró a Llanos en el hueco que había entre dos paredes.
Llanos se aguantaba la risa con la mano, cubriéndose la boca para no delatarse.
•••••
—Chandra, al fin te encuentro —suspiró Nitya—. Es muy tarde, bonita. Tengo que enseñarte nuestra sorpresa.
—Yo también tengo una sorpresa —dijo la niña sonriendo—. Pero tú primero.
—Claro, primero te la enseñaré yo y después me la enseñas tú
—Nitya se colocó al lado de Llanos apoyándose en la pared. —Ven, siéntate en mi regazo.
Llanos se sentó sobre sus rodillas frente a ella y le mostró su cuello.
—¿Te gusta? —preguntó la pequeña—. Mi papá dice que tengo un cuello de cisne y que cuando sea mayor puedo ser una bailarina. Me gusta mucho bailar…
Nitya le olió el cuello. Sonrió para sus adentros, emitió un sonido gutural y sus colmillos bien afilados brillaron.
—Tienes una piel preciosa —dijo a la vez que sacaba un tubo con la sangre de un demonio que había caído esa mañana.
Se acercó despacio al cuello de la niña y su mandíbula se contrajo. Primero se bebió la sangre del demonio y después clavó sus colmillos largos en Chandra. La herida empezó a sangrar un líquido blanquecino y pegajoso.
—Me has hecho cosquillas…
—¿Quieres más cosquillas? —preguntó Nitya relamiéndose los labios.
—Un poco más, por favor —dijo la niña muy educadamente.
Nitya volvió a clavar sus dientes en el cuello de la niña y cuando la sangre le llegó a su corazón, palpitó por primera vez en su larga vida. Chandra se levantó tranquilamente de las rodillas de Nitya. La miró a los ojos y le dijo:
—Yo también tengo una sorpresa para ti, Nitya —la mirada de la niña había cambiado. Dejó atrás su mirada inocente y sonrió con malicia chupándose un dedo—. Soy un ángel… pero hay un problema…
—¿Qué problema tienes, Chandra? —la voz de Nitya se iba apagando así como el color verde de sus ojos.
—Que soy un ángel muy especial, pero también soy una sombra.
—¿Que eres una sombra? —murmuró Nitya con desesperación sin entender muy bien a qué se refería—. Yo necesitaba luz, no sombra en mis venas…
—Sí, soy una sombra… —su cuerpo se cubrió de destellos de una luz blanca y mortecina—. Lo que tú necesitas es luz de los ángeles, la luz de la vida y yo no estoy viva. Esta luz no es la que tú necesitas y tampoco tengo sangre en mis venas… me lo ha dicho Coque. Mira, mi sangre es blanca, no roja.
Los ojos de la niña la miraban sin temor. Su boca mostró dos colmillos pequeños que se iban agrandando conforme Nitya se ponía más pálida de lo que estaba.
—Soy Chandra, la hija de la luna, la que vive a la sombra del sol. Soy como la luna, la que por sí sola no es capaz de alumbrarse. Soy la que necesita del sol para alumbrarse, soy su reflejo —un rayo de sol iluminó a Nitya, mientras Llanos se mantenía a la sombra—. Yo estoy aquí porque Marta quiere, y nunca me ha preguntado si quiero vivir —dejó atrás la voz risueña que le caracterizaba—. Pero ahora me gusta vivir porque estoy con Coque… y tú has hecho lo que yo quería. ¿Verdad que querías mi sangre…? —Rió.
—Luz… luz, yo quería luz —dijo Nitya agonizando.
—¿Pues sabes lo que quería yo? Yo quería que me mordieras para ser como Coque… y esta mañana me ha dicho que para estar juntos tenía que dejar que tú me hicieras cosquillas aquí. —Se señaló la herida del cuello—. ¿Por qué no te ríes? —pero Nitya se iba consumiendo. Tenía la boca abierta. La sangre de Llanos le estaba paralizando el corazón—. Ha dicho que te rías… Eres muy tonta —le dijo sacándole la lengua—. Nitya es una tonta. No sabe reírse.
El cuerpo de Nitya quedó apoyado en la pared sin poder moverse. Ni siquiera logró cerrar los párpados para no ver cómo la niña se burlaba de ella. Después de eso se desintegró en el aire.
—¿Llanos…? —gritó Milkaer.
—¡Ya no soy Llanos, soy Chandra, la hija de la luna, la de la sangre blanca, la que no tiene miedo de nadie, la que ha acabado con Nitya! —contestó manteniéndose en la sombra. Milkaer llegó hasta la pequeña.
—¿Qué has hecho pequeña? —preguntó Milkaer dándole un fuerte abrazo.
Lo que había temido durante meses se había cumplido. La pequeña había utilizado sus poderes para terminar con Nitya, pero a cambio, su pequeña se había convertido en vampira
—Yo quería ser como Coque y él me ha dicho cómo tenía que hacerlo —Milkaer la miraba con tristeza y después le echó una ojeada a Coque, quien mantuvo la cabeza agachada—. Por favor, papá, no te enfades conmigo que te pones muy feo. ¿Sabes que Nitya es una tonta y no sabe reírse?
—¿Dónde está Nitya?
—Está muerta. Ha hecho «pum» y ha desaparecido. Ya nos podemos marchar —dijo cogiéndole de la mano.
Milkaer se quitó la camisa blanca que llevaba y se la colocó por encima de su cabeza para protegerla de los rayos del sol. En ese preciso instante llegó Larma con una sonrisa triunfal. Sus ojos de color violeta brillaban más hermosos que nunca, aun así, dejaban entrever un atisbo de tristeza. Venía junto a unos cuantos ángeles.
—Se han retirado —su voz sonaba serena.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Milkaer.
—Hasta que Nitya no ha dejado de existir, su ejército no se ha retirado.
—Ha sido una lucha rápida.
—Pero intensa. Grunontal y yo firmaremos un acuerdo. Tanto Maer-Aeng como Keilan son libres. Cuando tú cumplas los veinte años —comentó señalando a María— podrás elegir si deseas volver a recuperar tus alas y ser un ángel completo.
Asintió. No era lo más urgente en esos instantes decidir qué deseaba hacer. Lo único que tenía claro es que quería estar al lado de la persona que la abrazaba. Él la cogió de la cintura y ella se dejó abrazar. Le miró sin dejar de sonreír. Ya no tenían nada que hacer ahí. Era el momento de disfrutar de cada segundo, de dejar atrás la angustia. De celebrar como tocaba que volvían a estar juntos. Después de no saber si volverían a estar un día más juntos se necesitaban, pero sobre todo deseaban alejar la pesadilla en un rincón muy perdido de su mente. Atrás quedaron los malos tiempos.
—Ven, te voy a enseñar una cosa —susurró María cerca del oído de Keilan—. Nosotros aún tenemos cosas que discutir.
—Estoy ansioso por saber qué deseas enseñarme.
—Ven, me apetece sentir el sol y conozco el sitio perfecto.
—El sitio perfecto está donde estés tú, María, perdido entre tus brazos, en tus ojos, en tus labios. No quiero conocer más lugares que no seas tú —respondió Keilan atrayéndola de nuevo para besarla.
María suspiró al fin aliviada. Sus ojos azules se iluminaron como dos soles. Aspiró el aroma que desprendía Keilan.
—Vamos —dijo María encaminándose hacia lo más profundo de los túneles.
—Me dejo llevar donde tú quieras.
—¿Sabes que no tienes pinta de ángel? —dijo de pronto María.
—¿Y qué pinta tienen los ángeles, si se puede saber? —preguntó, mostrando una mueca traviesa.
—Siempre me los había imaginado rubios, no morenos como tú.
—Entonces, ¿no cumplo tus expectativas?
—No sé, me lo tendré que pensar —soltó riendo abiertamente.
Keilan chasqueó la lengua sin soltar a María de la mano.
—Bien… tendré que solucionar ese pequeño problema. Igual te compro un novio rubio platino.
—¿Dónde? ¿En el mercado? —se aventuró a preguntar.
—Uno que cumpla tus expectativas.
—Me gusta… pero ¿no te pondrás celoso?
—Solo si intenta besarte.
—¿De verdad consentirías que me besara? No me lo puedo creer —le ofreció una sonrisa inocente.
Keilan arqueó una ceja y puso los ojos en blanco.
—Solo si te gusta…
María se encogió de hombros, esperando a que él la abrazara de nuevo.
—Ni lo sueñes. —La besó larga y pausadamente, saboreando cada rincón de su boca.
María soltó un pequeño gemido ahogado. El corazón le palpitaba con fuerza, sus labios temblaban en los labios de Keilan y, por unos segundos, se quedó sin respiración.
—¿Quieres más pruebas? —Preguntó Keilan mirándola a los ojos.— Creo que me ha quedado claro… —respondió, recuperando el aliento.
—No, de verdad, no tengo problemas en recordártelo de nuevo. Es un verdadero placer para mí —la miró de reojo, buscando en ella la misma complicidad.
María le dio un empujón suave.
—Está bien, cuando se me olvide, te lo recordaré.
Después de más de quince minutos caminando a oscuras, vieron el final del túnel. Los rayos del sol se colaban por un pequeño agujero que había en la pared que lo cerraba. Primero salió Keilan y después la ayudó a salir. Era una mañana apacible, tranquila, como siempre había imaginado al lado de María. Nada hacía pensar en la noche tan terrible que habían vivido. Al fin podía estar un nuevo amanecer junto a ella.
El túnel daba a un gran puente de hierro de más de cuarenta metros de alto que estaba en muy malas condiciones y que en otros tiempos los ingleses utilizaban para sacar mineral del pueblo. Caminaron hasta el final, desde donde se veía la Isla del Fraile, la playa del Hornillo y una piscifactoría.
—Te quiero, Keilan. —Le cogió la mano para repasar la línea del amor y que ahora sabía que hablaba de ella—. Te quiero desde siempre…
—No me lo has puesto fácil —esperó su respuesta, pero se adelantó antes de que contestara—. Digamos que te gusta poner emoción a la vida.
Soltó una carcajada a la que se unió María. De pronto se separó de Keilan. Tragó saliva y frunció el ceño con preocupación.
—Mi hermano Tito… —contuvo entonces la respiración— y mi abuela…
—¿Qué pasa con ellos?
—Que tienen que saber que estoy bien… —trazó una mueca.
—¿Por qué sonríes?
—Porque si yo aparezco en casa contigo, mi abuela nos dará el visto bueno aunque sea a regañadientes. Es como si yo me hubiese casado y hubiera deshonrado a la familia. Y mi vecino Pepe tendrá que aceptar que no le quiero a él.
—Bien, entonces iremos a casa de tu abuela. ¿Te parece bien que le hagamos una visita? —preguntó volviéndose hacia ella.
—¿Ahora? —preguntó entre temerosa y deseosa de seguir disfrutando de ese momento junto a él.
—Sí. Primero vamos a ver a tu hermano y después a tu abuela.
—Está bien —repuso de mala gana.
—No te preocupes. Te prometo que antes de que acabe el día, ella estará comiendo de mi mano.
—Tú no conoces a mi abuela —soltó, divertida.
—¿Qué te apuestas a que tu abuela me querrá como a un hijo?
—¡Um! No sé… —María chasqueó los dedos—. ¡Ya está! Si tú ganas, me llevas a Florencia y si yo gano, tendrás que hacer durante todo un día lo que a mí me apetezca.
—Estoy por dejarme ganar, porque lo que me propones es muy interesante, pero creo que puedo mejorar tu apuesta.
—¿Ah, sí? —Preguntó mordiéndose los labios—. Dime, soy toda oídos.
—Yo te llevaré a Florencia gane o pierda la apuesta. Pero si tú pierdes, también estarás obligada a hacer lo que yo te pida durante todo un día. Y te prometo que voy a disfrutar como nunca.
—Vale —dijo María ofreciéndole la mano para cerrar el trato.
Keilan la atrajo hacia su pecho y muy cerca de sus labios, le dijo:
—Vas a perder. Sabes que nunca pierdo mis apuestas. De hecho, la última apuesta me llevó a estar encerrado en una estatua quinientos cincuenta años. Y ya me ves, aquí estoy, saboreando mi premio.
—¿Eso es lo que soy para ti? ¿Un premio?
Keilan sonrió.
—¿Qué te puedo decir, María? Eres lo mejor que me ha pasado en mi vida.
—Y tú —respondió ella echando la cabeza hacia atrás.
Keilan besó su cuello hasta llegar de nuevo a sus labios.
—No pares de besarme —le pidió ella.
Y sus labios bebieron de los suyos. ¿Acaso podía hacer otra cosa que besarla? Se rindió al roce de su piel, a su boca húmeda y a su olor que pedía a gritos que no la abandonara nunca más. Y ella se entregó a él porque lo necesitaba, porque ardía en deseos y porque deseaba que apagara de nuevo la sed que la consumía por dentro. Se saborearon, aunque lo más importante era volver a recordar el mapa de sus cuerpos.
Keilan besaba cada rincón que creía no haber explorado, y ella gimió cuando rozó con la yema de su dedo un pecho. Se derretía a cada roce de él, a cada palabra que susurraba en su oreja. Deslizó una mano por debajo de su camisa y desabrochó el sujetador. Ninguna caricia era igual a la anterior, volvían a descubrir besos nuevos, sabores maravillosos. Con cada beso se estremecía y con cada gemido él necesitaba más fusionarse con ella. La estrechó más fuerte entre sus brazos y esperó unos segundos a que lo mirara a los ojos.
Ella levantó la cabeza, el sol la iluminó por completo. Una miríada de destellos dorados cubrió su cuerpo desnudo, y se fundieron una vez más. Entonces el tiempo se congeló.