12
El teléfono sonó y Paula se despertó cansada. Sentía que le dolían todos los huesos del cuerpo y cada centímetro de piel. Tanto placer le iba a robar la vida. De hecho, ya le había robado el aliento y el sueño.
Se levantó tambaleándose y se dirigió en busca de su bolso… Su bolso… ¿Dónde estaba?
Entonces recordó que no era su teléfono el que sonaba, que a ella no se le permitía llevar uno. Debía de ser de él.
¿Dónde se habría metido?
Prestó atención y oyó el agua de la ducha correr. Se dirigió al baño y abrió la puerta despacio. La ducha tenía una puerta de cristal que no dejaba nada a la imaginación. Lo encontró de espaldas a ella, frotándose el pelo con la espuma que el jabón había formado mientras el agua resbalaba sobre su cuerpo.
La boca se le quedó seca. Era el hombre más perfecto que había visto nunca. Ni siquiera los modelos que aparecían en las portadas de sus revistas tenían un cuerpo como ése.
Se fijó en el tatuaje que ocupaba casi toda su espalda, volvió a ver las alas, pero no eran de pájaro, Eran unas alas plateadas, hermosas y grandes, que parecían pertenecer a su propio cuerpo.
—Buenos días —murmuró sintiendo que no estaba bien espiarlo de esa forma—. Tu teléfono no deja de sonar.
—¡No mires! —exclamó—. ¡No llevo la máscara!
—Está bien, lo siento, sólo quería una ducha.
Sasha se empalmó al imaginarla bajo el agua caliente junto a él. Si no se entretenían mucho, todavía había tiempo para disfrutar de ella una vez más, y eso le agradaba. ¿Accedería?
—Dame el antifaz, está sobre el mueble del baño —pidió.
Paula obedeció y se acercó a la ducha para entregárselo. Mientras se lo colocaba sobre los ojos, ella aprovechó para observar el tatuaje con detenimiento.
Era hermoso, como él.
—¿Qué significa? ¿Por qué unas alas? ¿Ansías volar?
—Es una metáfora, es para recordarme que resurgí de las cenizas y que, si tuviese que hacerlo de nuevo, lo haría.
—Me gusta, quizá yo me haga uno.
—Estarías preciosa con alas.
Paula se quedó en silencio mientras se quitaba la ropa interior. Era increíble que hubiese mantenido dos veces relaciones durante la misma noche sin necesidad de deshacerse de las bragas.
—Voy a meterme en la ducha. Y voy a tener sexo contigo de nuevo —informó sólo por si le quedaba alguna duda.
Sasha sonrió. Era insaciable, como él. Se parecían más de lo que le habría gustado, y la imagen de una relación con ella ya no le resultó tan descabellada.
Paula abrió la puerta de cristal y dejó que el calor del agua y el del cuerpo del hombre que la recibía excitado traspasasen los poros de su piel.
Sasha la apresó del cuello con fuerza y la besó con desesperación.
—Despacio —murmuró ella.
—No puedes decirme que vas a entrar en la ducha para follarme y pretender que, después de eso, mantenga la calma.
Paula rio con ganas, no las tímidas muecas que le sacaba Mandy, sino una risa de verdad que su Herr atrapó en su boca complacido. Era la primera vez que la oía reír, y le gustaba.
Le había llenado el pecho de satisfacción.
Sus bocas se enredaron mientras sus cuerpos desnudos se alimentaban el uno al otro con roces y caricias.
Él la levantó y la penetró, la pared de azulejos fría en su espalda, las manos de ella acariciándole, sintiéndolo, dejando que entrase en su interior, demasiado profundo. Paula no era capaz de dejar de pensar que eso que había entre ellos tenía que ser algo más. No podía ser sólo sexo, no podía ser una simple atracción, pero ¿podría ser amor?
El agua caliente caía entre ambos, limpiándolos de los restos de la noche anterior y llevándose los nuevos fluidos junto a los jadeos y los suspiros que Paula no era capaz de acallar.
Sasha no lograba comprender qué le sucedía, ¿cómo era posible que, aunque quedaba plenamente satisfecho, parecía no saciarse nunca?
—Cierra los ojos y relájate, mein Stern —murmuró.
Paula asintió sin saber qué decir. Cuando le daba órdenes con esa voz roca y musitada, parecía quedarse sin voluntad.
Lo obedeció sin rechistar y se apoyó contra la pared de azulejos con los ojos cerrados. De repente sintió algo frotando su clítoris. Era extraño, pues, a pesar de ser algo rígido, no la hería, ¿sería un consolador?
Deseaba abrir los ojos, pero la prohibición del Herr y el deseo intenso se lo impedían. Permitió que obrase su magia, sus dedos se movían entre sus labios mientras la acariciaba suavemente con ese objeto de punta redondeada.
—¿Te gusta, mein Stern?
—Sí, Herr —contestó entre jadeos.
—Lo imaginaba —murmuró él mientras continuaba con la deliciosa tortura.
Paula no dejaba de preguntarse lo que sería, aunque en realidad le daba igual: nada le importaba salvo el placer que le provocaban sus manos en su sexo.
Uno de sus dedos se introdujo entonces dentro de ella y comenzó a moverse al igual que lo haría su polla, dentro y fuera, describiendo los mismos círculos que el aparato que usaba para ayudarse a masturbarla.
Las manos de Sasha se perdían en la belleza cálida del cuerpo de Paula, era increíble cómo disfrutaba complaciéndola, de nuevo disfrutaba tan sólo al verla retorcerse de placer. Le gustaba sentir que le regalaba esos momentos que nunca olvidaría.
Se arrodilló para adorarla, la deseaba de una manera salvaje, irracional. Prescindió del bote de desodorante que estaba usando a modo de consolador y dejó que su lengua fuese la que arrancase cada grito y cada jadeo que llevó a Paula a perderse en el éxtasis de su placer.