8
En vista de que Anna se ha quedado pasmada al lado de Rena, como si el arrebato de Gianni la hubiera asustado, Matteo toma la iniciativa.
—Chicos, nosotros nos vamos —anuncia.
Rena, como es natural, protesta:
—Pero ¡si es prontísimo! ¿Qué prisa tenéis? ¿No estáis a gusto aquí? ¡Diez minutos más, venga!
—Además, Matteo —añade Andrea—, no creo que Gianni esté en condiciones de conducir. Me parece que tendrás que llevarlo tú a casa.
Lo que equivale a: «Tú nos lo has traído y tú te lo llevas». Matteo abre los brazos, resignado.
—Solo diez minutos —murmura.
—Entonces voy a fumarme un cigarrillo yo también —dice Anna, y sale a la terraza.
A través de la cristalera, Matteo sigue con los ojos a su mujer, a la que Gianni intenta en vano encender un cigarrillo; ve cómo ella le quita el encendedor, prende la llama, da una larga calada e inclina la cabeza hacia atrás para exhalar el humo. Luego, Gianni se apoya en el antepecho de espaldas al salón, Anna se queda inmóvil a dos pasos de él, y se ponen a hablar. Pero ¿qué tienen que decirse? ¡Si en el instituto y la universidad apenas se veían! No pueden tener recuerdos comunes, así que, no cabe duda, hablan de él. Esa cabrona de Anna —porque, cuando quiere, consigue ser una auténtica cabrona— estará informándose con habilidad sobre sus deslices juveniles. Matteo se pone nervioso otra vez, no logra apartar la mirada de los dos, ni siquiera advierte que Giulia está diciéndole algo. De pronto la oye reír y se la encuentra delante, observándolo divertida.
—¿Eh? ¿Qué decías?
—Nada importante. Pero, si tanto te molesta que Anna fume, ¿por qué no se lo dices abiertamente?
Giulia se equivoca; su nerviosismo es fruto de otro malestar con mucha más base, pero el equívoco juega a favor de él.
—¡Si supieras cuántas veces lo he hecho! De vez en cuando intenta dejarlo, pero luego vuelve a caer.
—Yo tuve que recurrir a un especialista para dejarlo —interviene Fabio—. Hacerlo solo es dificilísimo.
—¿A qué edad empezaste? —le pregunta Rena.
—Estaba en el primer curso de instituto.
—Pues yo di la primera y última calada a los tres años —dice Giulia.
—¡Anda ya! —exclama Andrea, incrédulo.
—¡En serio! Guardo un recuerdo de lo más nítido. Mi padre estaba leyendo el periódico en una butaca y había dejado el cigarrillo encendido en el cenicero de la mesa, a su lado. Era una mesa muy baja. Yo alargué una mano, cogí el cigarrillo e hice lo mismo que le había visto hacer a él cientos de veces. Después lo dejé en su sitio y papá no se enteró de nada.
—¿Y no te dio un ataque de tos? —pregunta Rena.
—No.
—Es imposible —dice Andrea—. A lo mejor no lo recuerdas.
—No; fue exactamente como os lo cuento. Es el primer recuerdo preciso que tengo de mi vida.
No, no es ese el primer recuerdo de su vida; Fabio lo sabe muy bien. Entonces, casi para solidarizarse con ella incluso en la mentira, se inventa uno él también de buenas a primeras.
—En mi caso, el primer recuerdo se remonta a cuando tenía dos años y medio. Mi abuelo, que estaba enfermo, se hallaba sentado en un sillón y me tenía sobre las rodillas. Me entretenía con un juego chulísimo. Como justo enfrente del sillón estaba el espejo del armario, el abuelo me cogía por los hombros y me inclinaba lentamente hacia un lado hasta que dejaba de verme reflejado, y luego volvía a ponerme recto igual de despacio, haciéndome reaparecer. Recuerdo que me reía muchísimo.
—¿Cómo puedes decir con tanta exactitud que tenías dos años y medio? —pregunta Rena.
—Porque mi abuelo murió cuando me faltaban unos meses para cumplir tres años.
—Gianni se encuentra mal —dice Anna, irrumpiendo en el salón.
A través de la cristalera, todos ven a Gianni sentado en el suelo, con la espalda apoyada en el antepecho y la cabeza inclinada hacia delante.
* * *
Gianni es un monigote inerte, incapaz de mantenerse en pie. Mientras Anna lo sostiene para que no caiga dentro de la bañera, en cuyo borde lo han sentado, Matteo le quita la americana, la corbata y la camisa y las echa a la bañera. Después lo sujeta por las axilas para llevarlo hasta el lavabo y ponerle la cabeza bajo el grifo.
Pero no llega, porque a Gianni le da una violenta arcada. Así que Matteo lo arrodilla delante del váter.
—Yo me voy —dice Anna—; si no, acabaré vomitando también.
—Dile a Rena que prepare café bien cargado.
—¿Y el tuyo cuál es? —le pregunta Giulia a Andrea.
—¿Sabéis qué? No tengo un verdadero recuerdo mío anterior a los cinco años.
—¡No me lo creo! —replica Giulia.
—¡A los cinco años yo ya iba al colegio! —interviene Fabio.
—En serio, chicos. Antes de esa edad, oscuridad total, debéis creerme.
Fabio, sin embargo, no lo cree.
Hace años que, debido a su profesión, tiene contacto con personas que deben defenderse mintiendo. Algunas son muy buenas, llevan la mentira con la misma naturalidad que una corbata; a otras, en cambio, se les nota enseguida que no dicen la verdad. Andrea pertenece a esta segunda categoría.
* * *
—Aquí está el café —anuncia Rena.
Deja la bandeja con la cafetera, la taza y el azucarero encima de un taburete, y lo sirve.
—Nada de azúcar —ordena Matteo.
Gianni está sentado en el bidé con el torso desnudo; tiene los pantalones y el pecho manchados de vómito. En el cuarto de baño hay un olor asqueroso y Rena arruga la nariz.
—Tenemos un cuartito con dos camas. Quizá sea mejor que se quede a dormir aquí.
—¡No, no! ¡Dentro de diez minutos está en pie! —asegura Matteo.
—¿Y el tuyo? —pregunta Fabio en cuanto aparece Rena.
—¿Mi qué?
—¿Cómo está Gianni? —se entromete Andrea.
—Matteo espera poder ponerlo en pie dentro de diez minutos.
—Dinos cuál es el tuyo —insiste Fabio.
Giulia lo mira, se ha dado cuenta de adónde quiere ir a parar.
—¿Mi qué? —repite Rena.
—Tu primer recuerdo.
—¡Ah, eso! —Y sonríe.
Para Fabio está claro que pretende ganar tiempo.
—¿No quieres contárnoslo? —dice Giulia—. ¿Quieres guardártelo solo para ti?
Le ha salido una voz un poco histérica. La discusión con Andrea, que esa noche se está esmerando para ser más desagradable de lo habitual, la ha puesto de mal humor. Y su mal humor, si cuenta con la ayuda del alcohol, degenera a menudo en cierta maldad.
—¡Nada más lejos! Ahora mismo os complazco. Teníamos una casa en las afueras, con un jardín muy grande, inmenso, o al menos a mí me lo parecía, y yo iba siempre a sentarme bajo un árbol…
—¿Tienes hermanos? —la interrumpe Fabio.
—No. Bueno, sí.
—¿Tienes o no?
—Tenía una hermana unos años mayor que yo, Tilde.
—¿Por qué dices «tenía»?
—Porque murió a los siete años.
—Ah, lo siento. ¿Y de qué murió? —pregunta Giulia, fingiendo no saber nada.
—Los médicos no supieron decir la causa.
—Bueno, ¿y ese primer recuerdo? —la apremia Fabio.
—Estoy sentada bajo ese árbol, Tilde está a mi lado y miramos un libro de hadas. Eso es todo.
Giulia y Fabio cruzan una fugaz mirada. La versión que Rena está dando es parcial, no puede sino ser el inicio de lo que sucedió después.
Gianni sigue en estado catatónico. Matteo le ha lavado el pecho y limpiado un poco los pantalones antes de ponerle la camisa. En un estante ve un frasco de Agua de Vetiver y echa unas gotas sobre el pelo y la camisa de Gianni para eliminar el olor a vómito. Luego se inclina sobre la bañera para coger la americana.
Una carta doblada en cuatro y sin sobre ha caído de un bolsillo. La deja de momento en el fondo de la bañera mientras, con mucha dificultad, le pone la americana a Gianni.
Después recoge la carta, le echa un vistazo distraído y el mundo se le cae encima.
Ha leído un nombre: Pasquale Vesuviano.
—¡Ah, no! ¡No puedes eludir la sesión colectiva! —exclama Fabio en broma.
—¡Ni que estuviéramos en el psicoanalista! —protesta Anna.
—Te ofrezco una escapatoria —interviene Giulia—. No tenemos ninguna posibilidad de saber si lo que nos cuentas es verdad o no. Por tanto, tienes plena libertad para…
—¿Mentir? Yo nunca miento, ni siquiera para jugar —afirma Anna con absoluta llaneza.
—Venga, cuéntalo.
Es Andrea el que ha hablado. ¿Por qué quiere que los demás se enteren también de lo que él sabe perfectamente? ¿Piensa que así puede aligerarse la tensión que hay entre los dos? ¿O simplemente desea incomodarla? ¿Quiere vengarse de cuando ella, en el baño, le ha suplicado que se fuera no solo de aquella habitación, sino de su vida?
—No es agradable —advierte.
—Paciencia —dice Giulia.
—Está bien. Mi primer recuerdo es este: una cama empapada de sangre. No recuerdo nada más, solo aquel rojo por todas partes.
Ha hablado con voz firme y clara. Sencilla y auténtica. Nadie quiere saber más. Se hace un denso silencio, roto al cabo de un momento por ella misma en un tono ligeramente irónico:
—¿Y el tuyo cuál es, Andrea?
Matteo ha terminado de leer la carta.
No es rabia lo que lo asalta, sino una auténtica furia incontrolable. Un temblor convulsivo le sacude el cuerpo, le rechinan los dientes sin ser consciente de ello.
Da un paso adelante y, con todas sus fuerzas, le propina a Gianni una patada en plena cara. La cabeza de Gianni golpea con violencia los azulejos y un borbotón de sangre le brota de la nariz. Su cuerpo resbala lentamente hacia un lado, cae al suelo.
De pronto, Matteo recupera la calma y la lucidez.
Incorpora a Gianni, le mete la carta en el bolsillo, le tapona la nariz con la esquina de una toalla mojada, manteniéndole la cabeza hacia atrás. Una vez cortada la hemorragia, le lava la cara, lo levanta, le mete la cabeza bajo el grifo del lavabo y deja correr el agua.
Al poco oye la voz sofocada de Gianni:
—¡Ya vale! ¡Ya vale!
—Muy bien, si os empeñáis, os lo cuento —cede Andrea.
En ese momento entra Matteo.
—¿Cómo está? —pregunta Rena.
—Empieza a recuperarse. ¿Puedes prepararme otro café?
—Claro —contesta Rena, dirigiéndose a la cocina.
—¿Puedo hablar un momento contigo? —le dice Matteo a Fabio.
Fabio se acerca. Matteo lo coge de un brazo y se lo lleva al pasillo.
—¿Es verdad que la hermana de Vesuviano ha denunciado a Gianni por apropiación indebida? ¿Tú sabes algo de ese asunto?
La hermana que según Gianni vivía en Nueva York resulta que, como se ha enterado por la carta, continúa viviendo en Nápoles.
—¿Quién te lo ha dicho? —Fabio está desagradablemente sorprendido.
—Con la cogorza que ha pillado, Gianni no ha hecho otra cosa que hablar de eso. Está muy preocupado. Pero he pensado que quizá se trate de un alucine de borracho.
—No. De hecho, me enteré hace muy poco de que me ocuparé yo del caso. Resulta que Vesuviano no murió en el acto, sino unos días después del accidente a causa de las heridas, y tuvo tiempo de nombrar albacea a Gianni. Según su hermana, él se apropió de algunos cuadros de valor que estaban en el piso de Pasquale, aquí, en la ciudad.
—Gianni jura y perjura que esos cuadros no estaban, que Pasquale los había vendido.
—Sí, lo sé, es su línea de defensa. Mira, vamos a hacer una cosa. De momento tranquilízalo. Y luego, como algo totalmente excepcional, en consideración a nuestra amistad… No debería, pero… dile que venga a verme el jueves a las tres e intentaremos hablar del asunto con calma. Pero, por favor, nada de llamadas.
—Gracias.
O sea, que todo coincide.
Las palabras de Fabio confirman lo que ha leído en la carta del abogado defensor de Gianni.
Se lo acusa de haber sustraído cuadros, no documentos. Y mucho menos fotografías.
Puesto que nadie sabía nada de esas fotos, Gianni no debió de conocer su existencia hasta que las encontró entre los papeles de Pasquale.
Y el muy canalla ha organizado un falso chantaje para sacarle un montón de dinero. Las fotos se las ha mandado él mismo. Seguro que no tiene ningún cómplice. Y él, Matteo, ha picado como un gilipollas.
Pero ahora sabe lo que debe hacer.
—Bueno, ¿qué pasa con ese relato? —pregunta Fabio al volver al salón.
—Esperemos a que regrese Rena —dice Andrea.
—¿Por qué? ¿A ella no se lo has contado? —pregunta Giulia.
—No, nunca hemos tenido ocasión de hablar de eso.
Levanta los ojos y mira a Anna, que le devuelve la mirada. Se han entendido. Ese asunto solo los atañe a ellos dos, el secreto que los une tan estrechamente no puede revelarse a nadie más.
Por consiguiente, Andrea contará una historia cualquiera.
* * *
Rena lleva el café.
—¿Qué te ha pasado? —le pregunta a Gianni, que ahora está sentado de nuevo en el bidé, impecablemente vestido.
Tiene la cara tumefacta, amoratada en algunos puntos. De vez en cuando se toca la boca, tiene el labio superior partido. Debe de dolerle mucho, porque se queja.
—Se ha caído y no me ha dado tiempo a sujetarlo. Se ha golpeado la cara con el borde de la bañera —explica Matteo.
Gianni asiente con la cabeza. No está en condiciones de hablar. Pero no le cuesta creer que las cosas han sucedido como se las ha contado Matteo. No recuerda nada.
—¿Quieres quedarte a dormir aquí? —le propone Rena.
Gianni niega con la cabeza.
—Entonces, ¿me toca a mí? —pregunta Andrea.
—Sí, ánimo —dice Fabio.
—Mi primer recuerdo no es fácil de contar. Quizá sea mejor resumirlo en pocas palabras, justo las necesarias. Es de cuando tenía tres años o poco más. Yo dormía en un cuartito separado. Una noche me despierto presa de un miedo atroz, debía de estar soñando algo malo. Bajo de la cama para ir al dormitorio de mis padres a refugiarme en su cama. En el interior, la luz está encendida. Entro deprisa y veo a mi padre desnudo, sentado en el borde de la cama, y a mi madre, también desnuda, arrodillada entre sus piernas. No me han visto entrar, así que continúan. Intrigado, evito hacer ruido. De pronto, veo que mamá tiene en la boca la colita de papá. Suelto un grito y me echo a llorar diciendo: «¡No se la muerdas!» ¿Os ha gustado?
Todos se sienten un tanto violentos.
Rena, en cambio, está atónita. Porque ese recuerdo no es de Andrea. Se lo ha contado ella esa misma tarde, lo ha recordado durante los preliminares, mientras se trabajaba a Andrea con la boca. Esa anécdota pertenece a un amigo suyo de los tiempos de la universidad.
—Veo que mi historia os ha incomodado —añade Andrea sonriendo—. Pero qué queréis que haga, eso es lo que pasó. Mis padres me consolaron, me dijeron que estaban jugando y me llevaron a la cama. Lo peor vino después.
—¡No fastidies! ¿Qué pasó? —pregunta Giulia.
—Pues que a la mañana siguiente me despertaron los gritos y llantos de mi madre. Al despertar, se había encontrado a mi padre muerto a causa de un infarto.
—¡No me lo creo! ¡Eso es fruto de tu imaginación enfermiza! —salta Fabio.
—¿No te lo crees?
—No.
—Pues siento decirte que es la realidad la que tiene una imaginación enfermiza —rebate Andrea.
En medio del silencio que ha descendido sobre el salón, se sirve otra copa de vino. Giulia se acerca a Fabio. Anna va a apoyarse en la puerta cristalera.
—Voy a ver cómo está Gianni —dice Rena.
Y sale casi corriendo.
* * *
—Si mi relato os ha hecho sentir mal, puedo cambiar de versión a petición de los presentes —ofrece de repente Andrea.
—¿Qué quieres decir? —pregunta Fabio, perplejo.
—Lo que he dicho. Si la historia de mis padres se os ha atravesado, puedo ofreceros otro primer recuerdo.
—No se pueden tener dos primeros recuerdos —objeta Fabio.
—A no ser que el que nos has contado sea falso —observa Giulia.
—¿Quieres decir que he hecho trampa?
—Sí.
—Pues bien, señorías del tribunal, lo reconozco. Ese recuerdo no era mío.
—¿Y de quién era?
—No lo sé. Me lo contaron y yo lo he reutilizado.
—¿Por qué?
—Porque me apetecía, ¡así de sencillo!
—Anda, ahora déjate de historias y dinos cuál es el tuyo de verdad —lo insta Fabio.
—De acuerdo. Tenía una niñera que se llamaba Erminia y que me llevaba al parque. Yo me ponía a jugar con los otros niños y ella se sentaba en un banco. Era muy joven y guapa. Al cabo de un rato llegaba un marinero…
Anna no quiere seguir oyéndolo. Se vuelve hacia la terraza. No, Andrea no debería contar ese recuerdo.
Rena abre la puerta del baño.
—¿Puedes venir un momento? —le pide a Matteo.
Él sale al pasillo.
—Oye, he pensado una cosa —dice ella—. Consigamos que Gianni se quede a dormir aquí y tú dices que, como se encuentra tan mal, quieres hacerle compañía. Así os acostáis los dos en el cuarto de las camas pequeñas.
—¿Y…?
—Cuando haya pasado un rato, voy contigo.
—Pero ¿tú estás loca? ¿Y Andrea?
—Cuando duerme, no lo despierta ni un bombardeo. Y está claro que Gianni se dormirá como un tronco. ¿Qué te parece?
—Me parece una gilipollez —le espeta Matteo, y entra de nuevo en el baño.
—…Nada más abrir Erminia la puerta de la calle, el marinero entró con nosotros. «Tú espera aquí», me dijo Erminia delante del ascensor. Ella se fue con el marinero y bajó al patio, donde había coches aparcados y también unos cuartitos en alquiler. Pero yo no obedecí y, en cuanto ellos bajaron, los seguí. Los vi entrar en uno de esos cuartitos, del que Erminia tenía llave. Al cabo de un rato me acerqué a la puerta, que estaba entornada, y miré dentro. Erminia estaba con la espalda apoyada en la pared y el marinero se encontraba entre sus piernas. Ese es mi primer recuerdo: un hombre y una mujer follando. ¿Contentos?
—Estás obsesionado —comenta Fabio.
—¿Y tú no?
Fabio se dispone a replicar, pero se contiene. Ha leído una amenaza en los ojos de Andrea. ¿Qué te apuestas a que Rena le ha contado hasta los detalles más íntimos de su relación? Andrea sería muy capaz de airearlos en público. Pero los demás están mirándolo y debe reaccionar.
—¿Con qué se supone que estoy obsesionado?
—A ti, cuando se te mete en la cabeza que alguien es culpable…
—¡Pero bueno, Andrea, ya está bien! ¡No empieces otra vez! —salta Giulia.
Andrea la mira sorprendido. Va a dar por zanjado el asunto, pero la presencia de Anna, que sigue dándole la espalda, actúa en él como un excitante.
—Nada de ya está bien, yo quiero…
—Capullo —lo interrumpe Fabio, y se aleja unos pasos.