Capítulo Uno

Jackrabbit Junction, Arizona

Viernes, 9 de abril

Si Claire Morgan hubiera sabido que iba a presidir un baile para la tercera edad, jamás hubiera dejado de fumar. Sin embargo, allí estaba, atrapada en Jackrabbit Junction, Arizona, con un viejo cascarrabias, su perro sabelotodo, y un desfile de chicas de pelo azul.

“¡Abuelo, tu perro ha encontrado un hueso!” Gritó Claire, mirando el hueso de unos cuarenta centímetros atrapado entre las fauces del Beagle de su abuelo.

Harley Ford salió de detrás de un álamo medio muerto mientras se cerraba la cremallera de sus descoloridos Levis. “Maldita próstata. Tengo grifos que gotean menos.” Masculló hacia Claire. “¿Qué has dicho?”

Claire frunció la nariz. Después de viajar juntos durante tres días en su vieja autocaravana Winnebago, había aprendido todo sobre el hombre, desde el ritmo de sus ronquidos hasta el número de ciruelas que necesitaba para mantener un buen tránsito intestinal. Se había dejado su pudor en Colorado y ella había perdido la mayor parte de su cordura mucho antes de que hubieran cruzado la frontera del estado de Arizona y se hubieran detenido en el Dancing Winnebagos R.V. Park.

“He dicho que Henry ha encontrado un hueso.” Se puso en cuclillas junto a Henry y examinó el extremo roto del fragmento blanco que colgaba de sus labios negros. “Está bastante mordido.”

El abuelo se paró detrás de Henry. “¿Es de oro?”

¿Qué clase de pregunta era esa? “Por supuesto que no.”

“¿Entonces por qué actúas como si acabaras de ganar la lotería?”

Haciendo caso omiso de su sarcasmo, Claire trató de quitarle el hueso al animal. Henry gruñó y clavó sus patas traseras en la arena. Liberó el hueso cubierto de babas de su agarre y corrió varios metros, dejándose caer junto a un nopal mientras la miraba con su trofeo todavía atrapado entre sus mandíbulas. Claire no estaba segura de quien era más difícil, Abuelo o su malcriado perro.

Abuelo soltó un bufido. “Tan pronto como hayas terminado de jugar con el perro, ¿crees que podríamos largarnos de aquí de una vez?”

“¿A qué vienen tantas prisas? ¿Acaso tienes una cita caliente esta noche?”

“Eso no es asunto tuyo.”

Sonriendo, Claire se puso de pie y se limpió las babas de Henry en sus vaqueros cortos. “No estaría aquí contigo si no fuera asunto mío.”

“Te dije que no necesitaba acompañante.”

“Y yo te dije que mamá no me dejó otra opción. Está ansiosa porque la llame esta noche con el primero de mis informes semanales sobre tu vida amorosa.”

Solo la idea de escuchar la voz de su madre hizo que Claire sintiera una picazón en sus dedos por sujetar un cigarrillo. En cambio, sacó un chicle de canela de su bolsillo. Ya llevaba tres semanas sin fumar. Dios, echaba de menos la nicotina, más aún que el sexo.

“Si quisiera que le revelaras a tu madre todo acerca de mi vida privada, ya hubiera mandado mi historia al National Enquirer.” Abuelo cruzó los brazos sobre su pecho. “La revista más indiscreta preferida entre los más entrometidos.”

Henry pasó al trote al lado de Claire, obviamente burlándose de ella. Ella se lanzó a por el hueso, pero el perro la esquivó y salió huyendo. “¿Te importaría decirle a tu maldito perro que se quede quieto por un segundo?”

Abuelo sonrió. “Me divierte más verte perseguirle.”

Claire respiró profundamente, inhalando el dulce aroma de los árboles de Greasewood horneados por el sol. No iba a perder los nervios con ese pequeño bastardo. No por un hueso.

“Con tus mejillas sonrosadas tal como ahora,” dijo Abuelo, “me recuerdas a tu abuela cuando tenía tu edad.”

Una cálida brisa agitaba las hojas de los álamos sobre sus cabezas. La mente de Claire se dirigió a una vieja foto en blanco y negro en una de las paredes de la casa del abuelo de vuelta en Nemo, Dakota del Sur. Una versión joven de su abuela estaba de pie bajo la sombra de ese mismo árbol, solo que su follaje era frondoso por ese entonces.

“A ella sí que le encantaba este lugar,” dijo Claire, recordando el viaje que ella y su abuelo habían hecho hacía seis años hasta ese rincón del estado en un frío día de otoño. La garganta comenzó a dolerle al recordar aquel día en que rociaron las cenizas de su abuela alrededor de la base del árbol.

“Ella lo llamaba su pequeña utopía.” El tono de Abuelo era áspero. “Solía arrastrarme hasta aquí para hacer un maldito picnic todos los días mientras que estuvimos en el R.V. Park.”

El hombre odiaba comer sentado en una manta. Ah, el verdadero amor. Claire sonrió. Algunas personas lo encontraban; otras corrían despavoridos de él.

Ella le siguió mientras que caminaba de regreso al coche.

“Tu abuela tenía una manera de hacer que la vida fuera interesante.” Miró a Claire por encima de su hombro. “Podía convertir un funeral en un carnaval. Dudo mucho que vaya a encontrar a otra como ella, pero un hombre necesita a una mujer, especialmente si es viejo,” dijo mientras silbaba en busca de Henry.

“Lo entiendo, Abuelo. Pero, ¿acaso era necesario que tú y tus amigos del ejército reunierais un harén de chicas para tener que encontrar a la afortunada?” ¿Por qué no podía contentarse simplemente con un perro?

“Es bueno tener opciones.”

“Sí, pero las hay mejores que buscarlas como si se tratara de ir al mercado a comprar.” Nunca debería haberle enseñado a usar Internet. Se había convertido en el rey de los chats para maduritos.

Henry corrió hasta el abuelo y dejó caer el hueso en su mano extendida. Claire podría jurar que el perro se rio de ella antes de salir corriendo por delante.

“Solo mantente fuera de mi camino y nos llevaremos bien durante el próximo mes.” Abuelo limpió el hueso cubierto de babas en sus pantalones antes de entregárselo a Claire. “Y recuerda las reglas.”

“Lo sé.” Ella tomó el hueso. A medida que el sendero se ensanchaba, Claire aceleró para alcanzarle. “Regla número uno: Cuando estés con una amiga, debo hacerme invisible durante media hora—”

“Una hora,” le espetó y luego la miró. “Mi maquinaría está un poco oxidada estos días. Engrasar todos los engranajes conlleva—”

“¡Ahhh!” Claire agitó el hueso delante de ella. “Detente antes de que pierda toda mi inocencia.”

“Está bien, listilla. Solo asegúrate de perderte por ahí antes de que te dé la señal de que la costa está despejada.”

Ella asintió con la cabeza mientras fijaba su mirada en el hueso. Sus pasos se desaceleraron.

“Este hueso parece más bien un fémur.” No tenía médula. Midió su espesor con el dedo.

Abuelo se detuvo. “Hija, hace calor, tengo sed y hay un paquete de seis cervezas esperándome en la nevera. Deja de jugar a CSI.”

Ella pasó sus dedos a lo largo de la longitud del hueso. Su suave dureza estaba roída y blanqueada por el sol. El otro extremo estaba roto y rugoso por las marcas que había notado antes.

“Claire, ¿me estás escuchando? Está a punto de darme una insolación.”

“Mira el diámetro. Es tan grueso como el fémur de Mr. Huesos,” dijo, recordando el esqueleto masculino de su clase número 101 de Anatomía Humana.

“Cariño, sé que has recibido más clases en la universidad en la última década que la mayoría de la gente en toda su vida, pero no quieras sacar algo de donde no hay nada. Es solo un hueso viejo.”

“No.” Su corazón galopaba. “No es ningún hueso viejo.” Ella lo empujó delante de los ojos azul pálido de Abuelo. “Es un hueso de una pierna humana.”