Capítulo 4

 

Sebastián tuvo que salir de viaje al día siguiente de aquella conversación, pero dejó todas las instrucciones a Ciro, y de Bella se despidió rápidamente.

Los días comenzaron a pasar, Isabella cada vez se sentía y veía mejor incluso regresó a la universidad. Por la mañana estudiaba, al regresar Ciro verificaba que comiera antes que nada, después hacía lo deberes, bajaba a tomar el sol los diez minutos recomendados y el chofer le daba clases de manejo aproximadamente media hora diaria, para cuando anochecía, ya estaba agotada, ingería lo que le obligaban a cenar y enseguida quedaba inmersa en sus sueños. Sus días se pasaban de prisa y cada vez tenía más energía.

Sebastián ya llevaba dos semanas fuera. Bella no tenía idea de la cantidad de negocios y dinero que él poseía, pero comenzaba a sospechar que no era poco ya que trabajaba muchísimo y viajaba por todo el mundo, según le había comentado Carmen en alguna de sus visitas. Él prácticamente no hablaba con ella, pero si con el encargado de la casa. Aunque siempre le mandaba saludos, sin embargo, cada día sentía más su ausencia. ¿Qué le estaba pasando? Sebastián era un gran hombre, pero no debía confundirse, lo que sentía era mucha gratitud y ¿Quién no?

En unos meses su vida ya no era ni por casualidad lo que fue o podía haber sido.

Gracias a él, M arco y Dana estaban muy bien, Carmen y Raúl los adoraban y estaba disfrutando por fin de todo lo que se merecían. Bella los visitaba todo el tiempo y si no ellos iban a verla. Ahora se sentía en paz, tranquila y fuerte, lista para enfrentar la vida, lograr lo que siempre se propuso. Y todo eso era gracias a aquel hombre de mirada color aceituna que buscó, sin pedir nada a cambio, ayudarlos para que su futuro fuera mejor del que se vislumbraba y sabía tendría si hubiera continuado en aquel estado.

Su cabeza daba vueltas y vueltas recostada en el pasto tomando un poco de sol y observando las nubes moverse lentamente con el viento. Se sentía ligera. Sonrió alegre. De pronto sintió que algo la olisqueaba, una pequeña nariz húmeda se le acercaba a la cara. No era una, sino dos cachorros Labrador, uno negro como la noche y otro, miel. Se incorporó de inmediato sorprendida y los cargó a los dos riendo ante lo excitados que se mostraban.

–¿Y ustedes quiénes son? Qué lindos están… —jugaba con los dos al mismo tiempo envuelta en tiernas carcajadas al ver su exorbitante energía. En ese instante fue consciente de que alguien la veía desde uno de los enormes ventanales que separaban la casa del jardín. Era él, su corazón comenzó a martillear un poco más rápido y su pulso se aceleró, se sintió una tonta al verlo de aquella forma, era demasiado guapo, demasiado hombre y demasiado… lejano. Caminó hacia él turbada sin darse cuenta de que los cachorros la seguían, y cuando estuvo a unos metros de su cuerpo, se detuvo nerviosa.

–Hola, Sebastián…

El recién llegado no estaba preparado para esa visión, ahora que ya estaba mucho mejor, su belleza se resaltaba aún más, su piel brillaba y sus ojos echaban destellos, su cabello suelto resplandecía y unos rizos revueltos le adornaban el rostro, parecía todavía más un ser etéreo de otro planeta que cuando la conoció.

—Veo que te encuentras mucho mejor —logró decir admirado y con un cosquilleo recorriéndole todo el cuerpo. La joven le regaló la más hermosa de sus sonrisas asintiendo, aunque lo cierto era que parecía desconcertada.

–Sí, cada día es mejor que el anterior — no dejaban de mirarse. Era evidente que la corriente de la atracción viajaba de un ser a otro sin el más mínimo de los reparos.

–Se nota, Bella —expresó al tiempo que le quitaba un rizo desordenado del rostro.

Enseguida los dos sintieron la electricidad correr por sus cuerpos. Unos ladridos los sacaron de su trance. Él tomó uno en brazos e Isabella hizo lo mismo con el otro–.

¿Te gustan? —Preguntó casual mientras acariciaba a la criatura que tenía pegada a su pecho..

—Sí ¡Son preciosos, Sebastián! —el pequeñín que ella traía le lamía el rostro bastante inquieto.

—Son tuyas —sus ojos penetrantes y duros se volvieron a clavar en los de ella.

—¿Mías?

—Sí, tuyas. Así que deberías pensar cómo las quieres llamar —al ver su reacción supo que había hecho lo correcto.

—No lo puedo creer, esto es demasiado. ¡M uchas gracias! —Acercó los dos cachorros a ella y los observó detenidamente, al negro lo pegó más a su rostro observándolo con profunda inocencia–. Bien, tú te llamarás Luna —giró hacia el cachorro más claro–. Y tú, M iel —lo miró un segundo después agradecida y le dio otra sonrisa maravillosa–. De verdad muchas gracias Sebastián, te prometo que los cuidaré.

Dios, no lo puedo creer, M arco y Dana se van a poner felices cuando las vean —se arrodilló y comenzó a jugar con los inquietos animales como si tuviera diez años.

—Apuesto a que sí —no podía dejar de contemplarla, ahí, frente a él, jugando despreocupada, parecía demasiado infantil y a la vez, demasiado sensual. Desde que los vio en aquella tienda supo que tenía que dárselos, dos semanas sin verla fue demasiado y aunque la recordaba en todo momento, se daba cuenta de que la imagen que tenia de ella no le hacía justicia ahora que estaba floreciendo y se estaba convirtiendo en una exótica y hermosa flor.

—Bella, voy a darme una ducha, ¿te veo en la cena? —Sonó a una invitación, su voz era ronca y la observaba de una forma extraña.

—Sí —murmuró con las mejillas sonrojadas intentando ignorar lo que le hacía sentir y continúo jugando con sus regalos.

La cena fue muy agradable. Él le habló sobre los lugares a donde viajó y ella le hacía preguntas sobre cada uno, así que se los describió detalladamente incentivado por la expresión maravillada de Isabella. La joven que tenía en frente era un misterio, una mezcla de inocencia y autosuficiencia que lo inquietaba, lo deleitaba y lo intrigaba. Los dos parecían estar en una nube, como en un mundo ajeno al de los demás, disfrutando si dificultad de aquel momento de paz que la vida les regalaba.

Ciro salió de la cocina ya que habían comido el postre.

–No quiero interrumpirlos, pero Isa tiene que ser muy constante con las instrucciones que dio Paco y una de ellas es no dormir menos de lo que necesita, así que… —Isabella se sonrojó nuevamente. ¡Diablos! Que Bella hiciera eso le perturbaba hasta el alma y lo hacía sentir un ser vulnerable y demasiado joven.

—Bella, Ciro tiene razón, ve a descansar, en otro momento continuamos ¿Está bien? —ella se levantó sin muchas ganas asintiendo, salió de ahí y caminó hasta las escaleras. Ambos la siguieron en silencio. Con gesto de cansancio y desilusión, subió mientras ambos la miraban.

—Buenas noches y… gracias.

Sebastián la observó subir los escalones sin poder quitarle la vista de encima. Hacía unos momentos parecía una mujer vibrante y plena, ahora una niña regañada y obediente. Lo estaba matando.

–Es demasiado bonita para su propio bien —susurró el mayordomo notando la reacción de su patrón.

–Demasiado, Ciro, demasiado… —contestó en el mismo volumen, pero sin dejar de ver hacia donde estuvo Isabella unos segundos atrás.

—Es una muchacha muy agradable, Sebastián —él giró sonriendo y ambos regresaron al comedor.

—¿Todo estuvo bien en estos días? —Quiso saber volviendo a sentarse y tomando un sorbo de su café.

—Sí, mejor de lo que esperé. Al principio pensé que me iba a ser complicada algunas veces, porque es evidente que tiene su carácter…—él sonrió asintiendo–. Pero no, sigue las instrucciones del doctor al pie de la letra, se es muy responsable y acomedida, desea ayudar en todo, aunque, como tú lo ordenaste, no se lo permití. Lo que sí te puedo decir es que no hay empleado de esta casa que no la quiera ya, de verdad es una jovencita respetuosa y sencilla.

—M e da gusto que esto esté funcionando, tengo que confesarte que sí me preocupaba un poco cómo se desenvolvería aquí, es muy orgullosa y sí… tiene su carácter, pero ahora me parece que sólo reacciona así cuando se siente atacada o desilusionada —reflexionó serio haciendo un resumen mental de lo vivido a su lado.

—Probablemente, su vida no debió ser fácil y sin embargo, no se queja. En fin tengo trabajo que hacer y además… ¿Qué te puedo decir yo? Si es evidente que tú ya tienes bien formada tu opinión sobre ella —lo miró confundido dejando su taza sobre la mesa –¿De qué hablas? —Quiso saber desconcertado.

—¿Deseas que te lo diga, Sebastián? No eres ningún chaval, ambos lo sabemos, sólo basta ver como la miras y cómo cuando está ella, la mente no es la que te domina como suele suceder. No finjas demencia, no te va, no conmigo —se puso de pie molesto.

—En serio hablas demasiado Ciro, me voy a dormir antes de que se te ocurra otra tontería. Buenas noches y gracias por todo —salió enseguida del comedor con aire de indignación. Mientras el hombre lo observaba riendo. ¿Cuánto tiempo jugaría a fingir que nada ocurría entre ambos? Se encogió de hombros y se dirigió a la cocina para verificar que los últimos deberes del día fueran perfectamente cumplidos.

Sebastián pasaba cada vez más tiempo en casa, incluso comenzaron a ir juntos los fines de semana con Raúl y Carmen. Organizaban comidas donde todos reían y disfrutaban relajados y alegres envueltos en risas y bromas. Partidas de dominó eternas donde Carmen y Sebastián siempre peleaban por el primer lugar y su concentración provocaba las carcajadas y trampas de los demás.

Una tarde, Isabella le pidió a su hermano, después de verlo con Dana ir y venir sin más, que le diera clases de cómo andar en bicicleta. Para Sebastián fue un verdadero suplicio cada tarde cuando notaba que sacaban del garaje ese medio de transporte endemoniado. Se la pasaba con el Jesús en la boca cada que ella estaba a punto caer, situación que ocurría cada cinco minutos. A las semanas no pudo más, si seguía así pronto tendría una ulcera o gastritis, por lo que pidió una formal autorización a Marco para que le permitiera terminar de enseñarle sin tanto riesgo, él era más grande y fuerte y por supuesto no tan temerario como el chico, él no permitiría que tuviera ni un rasguño. Por lo mismo pasaban horas afuera de la casa de Carmen y Raúl, él soltando la bicicleta y luego volviéndola a agarrar, y ella intentando perderle el miedo a caerse y romperse en pedacitos. Conforme pasaba el tiempo era más evidente la atracción que existía entre ambos; ella confiaba en el ciegamente y se ruborizaba constantemente cuando estaba su alrededor. Él perdía de vista todo cuando la joven de grandes rizos estaba cerca y si no, se dedicaba a buscarla con la mirada de forma impaciente.

Los dos se veían alegres juntos, pero parecía que ninguno haría nada para cambiar el orden de las cosas por miedo a dar un paso en falso y eso hiciera que terminara esa vida tan feliz que entre todos estaban fabricado. Hacían excursiones al zoológico, a los parques, a casa de Sebastián… jamás paraban, él se sentía a su lado vital y vivo, mientras que ella se sentía feliz y tranquila por primera vez en su vida.

Nada podía ser más perfecto, nada.

Entre semana cenaban juntos, nunca se les terminaba la conversación siempre y cuando esta se mantuviera en el límite de lo personal, cuando él podía, paseaban juntos a Luna y Miel. Isabella cada vez era menos tímida, sin embargo, el contacto lo evitaban deliberadamente, ya que la corriente que se despertaba en cada uno era demasiado intensa como para ignorarla y creían que era mejor dejarla de lado, el acomodo de las cosas era el ideal, no lo modificarían.

Ya llevaban viviendo seis meses en la nueva casa, más de nueve pasaron desde aquel día en que sus vidas se cruzaron, todo parecía paz y tranquilidad a su alrededor.

—Magdalena cocina delicioso —la comida de esa mujer mayor, siempre amable y amigable, era como un festín.

—Lo sé… siempre ha sido así. ¿Sabes? Cuando era pequeño, moría por las tartas de manzana y ella hacía cada que podía para complacerme. Un día se descuidó, error, me la comí toda recién horneada en menos de quince minutos ¿Te imaginarás lo mal que me puse del estómago? M i madre ya no sabía qué hacer para que pararan las arcadas, mientras Ciro llamaba al médico y Magdalena lloraba afuera de mi habitación sintiéndose culpable. En realidad fue muy gracioso los rostros de todos, pero en especial el de ella… Era un niño, esas cosas se hacen cuando se tiene esa edad, después de ese día cada que hacía una la escondía y me dejaba sólo en pedazo en algún lugar de fácil acceso.

—Pobrecita, debió asustarse, pero si fue muy gracioso y tú un niño muy travieso. — en seguida se puso sería y Sebastián conjeturó de inmediato la razón, cada que él hablaba de su niñez, ella lo escuchaba atenta, aunque su semblante cambiaba e inmediatamente desviaba el tema. Pero él estaba decidido a hacerla hablar, quería saber más de ella, necesitaba conocer su historia.

—Bella, por favor no cambies de tema como siempre, háblame de ti —posó su mano sobre la de ella, pero la joven quito de inmediato y desvió la mirada evidentemente turbada.

–No hay nada que decir Sebastián, no ocurrió nada tierno o gracioso, nada que merezca ser recordado y… —su voz era plana, no demostraba ninguna emoción.

—Bella, por favor, mírame ¿Tus padres murieron? —En cuanto pronunció esas palabras la chica sintió que quedaba totalmente vulnerable ante él una vez más, ¿cómo se atrevía?—. Por favor no te molestes, llevo más de nueve meses conviviendo con ustedes y no sé nada de ti —furiosa se levantó de la mesa al tiempo que subía el tono de voz.

–Sabes lo que tienes que saber ¿Qué no entiendes que no hay más, no hay nada más? ¿Por qué insiste? —Le preguntó llorosa.

De inmediato comprendió que había llevado las cosas un poco lejos, pero no iba a dar ni un paso atrás. La siguió y la detuvo con ternura.

–Sí hay más y lo sabes, lo peor es que te duele, lo sé y pensé que éramos… amigos, que confiabas en mi Isabella ¿Qué sucede?, solo dilo —ella intentó zafarse de sus manos que parecían tenazas alrededor de sus brazos.

–No sé quién es mi padre y mi madre con engaños, nos abandonó a mí y a mis hermanos en el lugar donde vivíamos ¿Ya se sació tu curiosidad?— Sintió un dolor muy profundo al comenzar a saber la verdad ¿Cómo era posible que alguien hiciera eso? ¿Quién abandonaría así a tres criaturas sin el mínimo remordimiento? Isabella intentaba inútilmente sacarse de él–. Suéltame Sebastián, por favor, no sigas… — sollozó ansiosa, pero no la dejó ir, al contrario, acercó su pequeño cuerpo sin dificultad al suyo mirándola fijamente.

—Y ¿Cómo fue que terminaron en el orfanato? —Su pecho delicado lo sentía sobre el suyo, podía sentir su aliento suave y notó el dolor que le estaba causando al hacerla recordar todo eso, pero no podía seguir evadiéndose, sentía que no era lo correcto. Ella ya tenía lágrimas en esos enormes ojos y le suplicaba que parase, pero no se rindió aun cuando sabía que por esa mirada sería capaz de hacer la peor locura–. Isabella ¿Cómo llegaron ahí? —Insistió. Bajó la vista hasta sus pies completamente turbada.

—Cuando nos quedamos sin comida, salimos a pedirla, una señora se dio cuenta y nos puso a trabajar en las calles vendiendo chicles o pidiendo dinero simplemente, un día llegó el DIF* y nos llevó a ese sitio. Ahora que te complací ¿M e puedes dejar ir? —lloraba como una niña pequeña. No pudo más, la rodeó con sus brazos envolviendo en su calidez ese cuerpo tembloroso lo que pareció una eternidad. Para su sorpresa ella continuó hablando pegada a su pecho y sollozando–. Dany tenía unos meses, Sebastián y M arco apenas cinco años ¿No entiendo porque lo hizo? ¿No pensó en todo lo que nos pudo suceder? Ella jamás regresó ahí ¿Sabes? Cada que salía de la escuela me escabullía e iba a ese lugar en donde nos dejó, pero nunca volvió. La odio Sebastián, la odio —continúo humedeciendo su pecho.

Él no sabía que decirle, por supuesto que lo que les hizo esa mujer era monstruoso, sentía la sangre hervir, esos chicos, ella… esa hermosa criatura de ojos cautivadores que ahora tenía bajo su resguardo, tuvo que pasar por cosas realmente horribles. No la soltó hasta que sintió que comenzaba a respirar regularmente. Por fin la liberó lentamente pero sin soltarla, ambos se quedaron mirando como si todo a su alrededor no existiera, como si hubiesen desaparecido y estuvieran en un sitio creado solo para ellos, para lo que sentían al intercambiar los mensajes que sus ojos emanaban, y despacio, como buscando su aprobación, fue acercando sus labios a su frente y la besó con dulzura, después hizo lo mismo con sus ojos, con sus mejillas.

Moría por besarla completa, moría por tocarla y hacerle saber que jamás volvería a sentir algo así, pero ella estaba demasiado vulnerable y no quería aprovecharse por mucho que el deseo lo estuviera haciendo su presa.

–Te juro que nunca vas a volver a estar sola Isabella, te lo juro —la joven le regaló una sonrisa triste.

–¿Ahora comprendes porque no me gusta hablar de eso? M e pongo como una tonta —contestó tímida al tiempo que se secaba las lágrimas.

—No digas eso, Bella. No ha de ser nada fácil recordar lo ocurrido, lo siento, no debí… —ella lo silenció con un dedo sobre su boca, ese simple gesto lo dejó deseando más. ¿Qué tenía esa chica que lo trastornaba de ese modo?

–No es tu culpa, tú sólo has traído cosas buenas a nuestras vidas y gracias a ti, he comenzado a creer que hay gente que vale la pena —se quedó sin palabras, se sentía feliz de haber escuchado lo que ella acababa de decirle, sin embargo, no mostró ninguna emoción. La joven notó su reacción y se regañó a si misma por haber dicho eso último, le debía demasiado y no quería que se sintiera incómodo con su presencia o se diera cuenta de que… sentía más que gratitud por él–. Será mejor que me vaya a dormir… Buenas noches, hasta mañana y… gracias.

—De qué Bella, descansa —le dio un pequeño beso en la mano y la dejó ir aún desconcertado. Nunca, lo que una mujer dijera, lo afectó... ¿Qué le estaba ocurriendo? Actuó como un crío sin experiencia ante sus palabras, sin embargo, con Isabella así se sentía todo el tiempo. Por un lado esa avasalladora atracción que lo hacía pensar en ella de una forma obsesiva y por otro; una desproporcionada necesidad de protegerla, incluso de él mismo. Isabella llegó a su recámara agitada, se encerró y se recargó en la puerta sintiéndose una tonta, estaba en shock. ¿Qué sucedió allí abajo? Había flotado por un momento, los besos de Sebastián la hicieron sentir… mujer, deseada. Un mareo y miles de mariposas volaban literalmente adentro de su estómago ¿Qué le estaba pasando? Sebastián era guapo, bueno… demasiado guapo y la atraía de una forma abrumadora, pero no podía estar enamorada de él. Se acercó a su cama y se sentó completamente absorta en sus pensamientos.

—¿Qué hago? ¿Estaré confundida? No definitivamente no. Dios ¿Él sentirá lo mismo? O ¿Será así con todas las mujeres? Porque seguro hay muchas ¿Quién no moriría por él? Tiene todas la cualidades que una mujer quisiera, pero… ¿Por qué estaba solo? Ya podría estar casado, a lo mejor ya hubo alguien. Isabella, tranquila deja de estar bobeando con el hombre que ha hecho todo por ti, el jamás se fijaría en una muchacha como tú. Date cuenta de dónde vienes, esto que él hace es porque es bueno, más bueno que cualquier otra persona que hayas conocido, pero no porque sienta algo especial por ti o por lo menos no como a ti te gustaría —hablaba en susurros y se sentía una lunática haciéndolo, pero se sentía profundamente turbada. Se tumbó resoplando realmente confundida. Sólo esperaba que no se estuviera dando cuenta de su gran inclinación hacia él, eso sería bochornoso y muy ingrato de su parte.

Por su parte; Sebastián llevaba más de media hora debajo del agua helada y la temperatura no bajaba. Recargó su frente en el frío mosaico sintiéndose impotente y ansioso. ¿Cómo diablos se había metido tan dentro de él esa niña?, Bueno… ya no era definitivamente una niña… era una mujer y ¡Qué mujer! Lo que acababa de pasar hacía unos minutos fue demasiado, sin embargo, su cuerpo no se conformaba, lo quería todo. Ni siquiera por la arribista con la que estuvo a punto de casarse sintió algo similar. Sólo pensar en Isabella hacía que su cuerpo llegara a temperaturas peligrosas. ¿Y si lo intentaba y si se dejaba llevar? Su mundo la destruiría, pero ¿Podría ser algo pasajero, pura diversión y así terminar con ese deseo que lo estaba consumiendo? No, definitivamente no le podía hacer eso, era demasiado orgullosa y se iría, él ya no la vería a diario, sus días serían eternos. No, definitivamente Isabella era para algo serio y él no estaba preparado para eso, ya había jurado nunca más involucrarse, sin embargo, su cuerpo no le hacía fácil la tarea. Debió dejar que se fuera cuando se lo propuso, fue un estúpido. Ahora ya no la podía tener lejos, si se iba iría tras ella como un perrito faldero, la necesitaba, la…. ¿En qué mierdas estaba pensando? Era una mujer hermosa, definitivamente tenía los ojos más maravillosos que había conocido y lo había hecho volver a encontrarle sentido a su vida, pero hasta ahí… nada más. Estaba agradecido con ella, igual que ella con él. Lo mejor sería que cambiar de ambiente. Sí, lo ideal era salir de viaje.

Unos minutos después se dio por vencido y salió de la ducha. Se llenaría de trabajo unas semanas y cuando regresara, estaría seguramente más tranquilo. Se puso unos bóxer y se echó sobre el colchón con los brazos detrás de la cabeza. Eso haría, era lo mejor para los dos. Probablemente si ponía distancia ella comenzaría a hacer su vida y tendría más amigas, saliera, conociera hombres, no hombres ¡De ninguna manera! La sangre le volvió a hervir ahora de coraje, de celos. Eso sí que no, que ni se le ocurriera traer un hombre a la casa, ella no podía hacer eso. Se frotó la cara sintiéndose desquiciado. Ya estaba desvariando, no era su padre, ni su marido, ni nada. Alejarse un tiempo de allí solucionaría su demencia.

Una vez resuelto esto, de inmediato comenzó a hacer su equipaje. Le habló a Abril, su asistente, y le pidió un itinerario completo para dentro media hora para poder aprovechar y hacer todo lo que tuviera que hacer fuera del país. Si Isabella supiera cómo era él con el resto del mundo, ya se habría dado cuenta de que su comportamiento con ella era de lo más inusual.

*DIF: Desarrollo integral de la familia. Es una institución mexicana de asistencia social que se enfoca en desarrollar el bienestar de las familias de este país. Promueven planificación familia, cuidado de los niños, asistencia a ancianos etc. Es representado por las esposas de los primeros mandatarios (presidentes) y se les reporta a ellos directamente.