Capítulo 12
A medianoche, después de haber tenido cualquier cantidad de pesadillas Isabella despertó famélica, en seguida se arrepintió de no haber ido más temprano por algo de comer. Intentó pensar en otra cosa, por ejemplo; ¿qué iba a hacer? Después de cavilar unos minutos decidió que iría a algunas empresas a pedir trabajo, pero de repente se acordó de lo que le dijo el director sobre lo los periódicos y redes sociales y se dio cuenta de que en ningún lugar como en los que ella planeaba buscar empleo le darían una oportunidad por lo menos en un tiempo. Las lágrimas regresaron a sus ojos y comenzó a llorar de nuevo demasiado triste. Extrañaba a sus hermanos, a Carmen y Raúl, pero sobre todo a él, al hombre por el que perdió por completo la cabeza, el hombre con el que en unas semanas se iba a casar.
Ya no pudo dormir el resto de la noche, así que al amanecer se puso de pie, sacó una muda limpia y se dirigió al baño. El lugar tenía moho por todos lados y olía a orines, pero no había más remedio. Se duchó como pudo, se vistió y salió rápidamente. Ya en la habitación de nuevo acomodó todo y cerró tomando la llave.
Casi al salir de la casa vio un espejo colgado en el corredor, se detuvo un segundo y se observó, la imagen que reflejaba se parecía mucho a la de hacía más de un año.
Sonrió con tristeza notándose pálida y ojerosa. Saldría adelante, por supuesto que lo lograría.
Lo primero que hizo al salir fue buscar algo que comer, pronto encontró una pequeña abarrotera y compró algo de fruta, pan y un yogurt. Los comió todo rápidamente y comenzó a caminar, debía encontrar trabajo pronto, de lo que fuera, en lo que pasaba un tiempo, porque el dinero que tenía no era mucho y solo le alcanzaría para un par de semanas. Buscó y buscó todo el día, pero no encontró nada.
Desanimada se detuvo a cenar algo antes de ir de nuevo a la casa donde rentaba. Al llegar se cambió y cayó profunda.
Los cuatro días siguientes fueron iguales, pero el quinto por fin encontró algo. No era muy alentador. Era acomodando y limpiando en un súper de medianas proporciones. La paga no era buena, pero si se administraba sobreviviría una temporada y después buscaría un mejor empleo y en algo de su carrera, sería sólo un mes en lo que los medios cambiaban de tema, porque con terror encontró en más de un periódico su rostro acompañado de millones de mentiras y fotografías escandalosas, no se arriesgaría a una humillación, no más. Ya no sentía coraje, ya no sentía nada. Solo sabía que debía esperar, que lucharía y si no lograba demostrar jamás que todo eso era una gran mentira, se fabricaría una vida en la que algún día, no muy lejano, lograra acercarse a sus hermanos de alguna manera; ese era sus objetivo, su único motivo y por Dios que lo lograría El día que comenzó a trabajar, por la mañana, incluso antes de levantarse, comenzaron las primeras nauseas, pero ella no sospechó nada. Parecía una autómata, no se permitía pensar y se sentía entumida de tanto dolor y soledad.
Pronto comenzó a perder peso de forma escandalosa, el trabajo era muy pesado y el horario agotador. Debía estar ahí antes de las siete de la mañana y salía poco después de las ocho de la noche. Extenuante.
La vida consiguió transcurrir, no había día que no se durmiera llorando, pero prometiéndose que pronto olvidaría. Cuando podía, le mandaba correos electrónicos a Marco fingiendo que todo estaba bien, él creía que ella se había ido a España de intercambio debido a los chismes que inventaron por lo que prefirió no sacarlo de esa idea. Después de todo alcanzaba a comprender a Carmen y a Raúl, además ellos seguían seguros y tranquilos, así que no haría nada para afectarlos. Una noche pensando, después de haber llorado lo cotidiano, una pregunta asaltó su cabeza, prendió la luz de la recámara y buscó un calendario en su cartera. La última fecha de su periodo fue un mes y medio atrás. Se tapó la boca con la mano dejándose caer sobre la cama. Llevaba más de dos semanas de retraso, y de repente comenzó a atar cabos: las náuseas por las mañanas, el dolor de pechos, el cansancio. ¡No! Se quedó lívida por unos minutos contando una y otra vez. Pero no tenía duda, llevaba más de quince días sin la menstruación.
Todos los sentimientos se mezclaron de pronto. ¿Qué iba a hacer? ¿Cómo iba a conseguir otro trabajo embarazada? ¿Cómo lo iba a mantener? ¿Se iba a parecer a Sebastián? ¿Cómo lo tomaría si ella se lo dijera? Enseguida deshecho esa idea, él la creía una cualquiera así que se hubiera reído en su cara. Se recostó y puso una mano sobre su vientre muerta de miedo y con un nudo en la garganta que no le permitía respirar bien.
–No te preocupes bebé, todo va a estar bien, ya lo verás —le dijo sin creérselo. Por lo pronto no iba a decir nada en el trabajo, lo más seguro era que la botaran de ahí.
En un día libre intentaría buscar algo mejor, después de todo no era la primera mujer embarazada que necesitaba trabajo. No decayó su ánimo, no tanto por lo menos, ahora con mayor razón necesitaba ser fuerte y no entregarse a la depresión y dolor.
Dos meses después de aquella noche Isabella lucía peor, su peso iba en picada y aunque hacía lo imposible para comer más de lo normal, no era suficiente, todo lo devolvía. Sentía que el bebé la estaba consumiendo cada día que pasaba. Intentó buscar otro trabajo, pero no tuvo suerte. Para colmo sus compañeras del mini súper comenzaban a sospechar que algo no iba bien con ella y aunque ya les tomó cariño por la convivencia no podía arriesgarse a decirles. No pasaba día que no pensara en su pasado y continuaba llorando por la noches después de haberle narrado anécdotas sobre su papá a su hijo. Ese era el único motivo por el que despertaba y luchaba cada día, por esa criatura que habitaba en su interior y que era, en ese instante, su único motivo. Pero no podía evitar atormentarse al pensar que si no hubiera sucedido esa espantosa calumnia estaría en ese momento junto a Sebastián, ya casada y esperando con ilusión a esa personita que apenas se estaba formando.
Sebastián cada día se sentía más vacío, ya casi habían pasado tres meses y no lograba arrancar a esa mujer de su alma. Se había alejado por completo de Carmen y Raúl. Ahora vivía en un nuevo apartamento. Vendió a Luna y Miel e intentó inútilmente borrar cualquier recuerdo de ella. Pero por las noches, con más frecuencia de la que soportaba, se levantaba angustiado, sintiendo una opresión en el pecho y lo primero que se le venía a la mente eran sus ojos. ¿Dónde estaría? ¿Con quién? Pensaba todavía lleno de rabia y rencor. Sus días eran largos y planos. Nada le interesaba, trabajaba como nunca y viajaba todo el tiempo. Pero ni así lograba dejar de amarla y ya comenzaba a pensar que eso nunca sucedería. Ella iba a ser, a pesar de todo, el gran amor de su vida.
Ya terminaba noviembre. La navidad llegaría pronto. De su cumpleaños ni siquiera pudo acordarse. El embarazo prácticamente no se le notaba, a pesar de que ya tenía seis meses. Nada de su ropa le quedaba, por mucho esfuerzo que hacía su peso era cada vez más bajo, sus ojeras ya eran demasiado profundas, estaba pálida, no paraba de vomitar lo que comía, no lograba retener la mayoría de los alimentos. Ya había ido un par de veces a un médico pero le decía que era normal. Sin embargo, sabía que no era así, pero no tenía dinero para otro y mucho menos fuerzas para conseguir otro empleo en el que ganará más y así pudiera costear algo mejor.
Vestida con su bata de trabajo, limpiaba unas latas de la tienda, cuando de repente un dolor le atravesó la espalda, poco a poco se fue haciendo más intenso y comenzó a sentir que le faltaba el aire. Una de sus compañeras se acercó asustada al verla contraer su flacucho cuerpo y contrayendo el rostro.
–Isabella, estás sangrando —sintió pánico, bajó la vista y un charco de sangre estaba bajo sus pies. De pronto grito de dolor y perdió el sentido.
Al despertar no supo dónde se encontraba, miró hacia todos lados y al entender que se hallaba en un hospital colocó preocupada sus manos en el vientre pero no sintió nada. Se tocó una y otra vez y seguía sin sentir el pequeño bulto con el que estaba familiarizada. Una enfermara se encontraba atendiendo a otro enfermo a dos camas de ella, la llamó desesperada.
–Señorita, señorita —la mujer la observó indiferente–. ¿Y mi hijo? ¿Dónde está mi hijo? —preguntó llorando. La enfermera rodó los ojos hastiada.
–Nació muerto, apenas y medía diez centímetros, no sé qué esperabas… Abren las piernas y luego no toman los cuidados necesarios —se alejó para seguir con sus deberes. Isabella ante el impacto de la noticia le gritó llena de rabia y dolor.
—¡No! ¡No es cierto! —La mujer solo la miró de reojo y continuó sin prestarle mayor atención–. Por favor, por favor… dígame que no es cierto —rogó quedando de pronto nuevamente inconsciente. Cuando volvió a abrir los ojos todo el lugar parecía en penumbras. A lo lejos, en otra de las camas, una enfermera la observó despertar, se acercó sonriendo con dulzura.
—¿Cómo te sientes, muchacha? —Isabella la miró aún desorientada. Así que la joven le tomó el pulso con suavidad–. No muy bien ¿Verdad? —De golpe recordó todo y sujetó la mano de la mujer suplicante.
–Mi hijo ¿Qué paso con mi hijo? —Rogó saber sintiendo que enloquecería, que ya nada tenía sentido. La enfermera colocó una mano cariñosa en su rostro.
–¿No te han dicho, muchacha? Era una niña y… falleció antes de nacer. Lo siento mucho.
—¿Una… niña? —susurró sintiendo que perdía la razón, que su mente se desconectaba del cuerpo de forma abrupta.
–Sí, has estado aquí casi una semana, estuviste muy grave. Tu amiga del trabajo que te trajo, ha venido a preguntar por ti a diario —le informó acongojada viendo el dolor en el rostro de esa chica con tan precaria salud. Isabella ya no la veía, las lágrimas se le salían sin voluntad. La enfermera al ver que no había más qué decir la dejó envuelta en su tristeza.
Al verse de nuevo vencida, sola, comenzó a sentir que un odio y rencor desmedido crecían rápidamente dentro de ella. Definitivamente su vida no tenía sentido. Ya ni siquiera tenía un motivo por el cual luchar, su bebé, su niña estaba… muerta. No la pudo proteger, no logró mantenerla con vida al igual que todo el sueño en que vivía.
Sus esfuerzos fueron inútiles, nunca la conocería, jamás la llamaría mamá, nunca iba a poder saber qué clase de persona sería… porque falleció. Su bebé la dejó como todos, como siempre. Alguna culpa estaba pagando porque la vida no podía ser tan injusta.
Cuarenta y ocho horas después salía del hospital. No se sentía mejor, la debilidad le impedía caminar sin sentir que corría un maratón cada dos pasos. Aun así logró llegar al cuarto que mantenía alquilado. Pero al entrar la señora de mala cara le obstaculizó el paso importándole un carajo su semblante mortecino, las ojeras y que parecía estar a punto de perder el sentido.
–No me has pagado esta semana —le reclamo.
—Estuve en el hospital, lo siento —se disculpó Isabella recargando su peso en una pared. Sudaba y sentía que en cualquier momento se le doblarían las piernas.
—Eso a mí no me importa, quiero mi dinero o saco todas tus cosas a la calle —la amenazó. Isabella asintió sin energía y entró como pudo hasta su recámara. Buscó sus ahorros y sacó el dinero. Salió tambaleándose del cuarto y se lo entregó ya casi inconsciente.
—Carmen, Raúl necesito hablar con ustedes y con Sebastián —exigió Marco en el umbral de la habitación de sus padres adoptivos.
—¿Qué pasa, hijo? —Quisieron saber.
–No puedo decírselos hasta que estén los tres y es urgente —los apremió.
—Marco ¿Qué sucede? —Preguntó Raúl intrigado, pero el muchacho se veía muy resuelto y negó decidido.
–No les puedo decir nada, y si en algo me estiman díganle a Sebastián que venga ahora —Carmen se acercó a él y comprendió al ver sus ojos que algo muy importante se traía entre manos.
–Es acerca de tu hermana ¿Verdad? —Las dudas sobre su culpabilidad no la dejaban vivir tranquila, esa joven se portó con ellos como una verdadera hija, incluso antes de irse dejó una nota de agradecimiento que le rompió el alma.
—No y estamos perdiendo el tiempo, por favor hagan lo que les pido —suplicó serio.
—Tú sabes que a Sebastián hace mucho que no lo vemos ¿Qué quieres exactamente que le diga? —deseó saber su padre extrañado e intrigado.
—Lo que quieran, invéntenle algo, pero que esté aquí a las ocho. Por favor es muy importante para mí, se los ruego, ayúdenme —su carita estaba cargada de desespero, de urgencia.
—¿Por qué a esa hora? —Indagó Raúl tomando el teléfono.
–Porque a esa hora tendré todo listo, no me hagan más preguntas, ustedes también bajen al sótano a esa hora ¿Está bien? —Pidió el muchacho tembloroso pero con absoluta determinación, un segundo después salió corriendo de la recámara sin esperar más.
Sebastián llevaba mucho tiempo de no ver a Carmen y Raúl, su llamada le extrañó mucho y más aún el pretexto que le inventaron para que acudiera ahí a esa hora.
Pero a ellos no podía negarles nada. Fueron grandes amigos de sus padres, sus hijos murieron en un accidente hacía varios años y cuando también sus padres fallecieron ellos lo procuraron y lo acompañaron en todo. Así que no le quedó más remedio que ir.
Pero lo cierto era que tenía miedo, los recuerdo lo asaltarían. No la lograba olvidar, seguía, con mucha frecuencia, despertando sudando por las noches sintiendo que no se encontraba bien, que algo le ocurría. Hacía casi seis meses que no sabía nada de Isabella, se había esfumado sin dejar rastro. ¿Qué habría sido de ella? ¿Seguiría dedicándose a lo mismo? Su vida sin esa joven a lado era plana, sin sentido. A veces pensaba que si la volviera a ver, le perdonaría todo con tal de que no lo dejara y pudiera volver a sentir. Supo, de alguna manera, que por ella incluso podría llegar a pasar por encima de su orgullo y dignidad, tan solo por un beso más, por una caricia más, por una mirada más…
Nada tenía sentido, la única verdad era que lo engañó. Después de aquel día buscó a esos hombres y cínicamente lo aceptaron todo sin tapujos. Y a la madre de Isabella también la buscó presa de la agonizante duda. Su belleza lo impresionó, pero lucía acabada, amargada y vieja. Vivía en una torre de departamentos en una zona media baja. Lo recibió como si hubiera estado esperándolo; le confesó que la seguía viendo y que se habían puesto de acuerdo desde el principio para sacarle hasta todo el dinero posible. No pudo escuchar más y salió de ahí completamente seguro de todo.
Le abrieron la puerta y segundos después una de las muchachas le informó que lo esperaban abajo.
—Buenas noches —saludó serio, sintiendo aún su aroma pulular por ahí. No entendió nada, había un proyector y Marco acomodaba folders. ¿Qué hacía ahí Paco? Este los estaba ayudando a conectarlo todo. Y otros dos muchachos de la edad de M arco movían de forma ágil cosas en sus ordenadores que parecían ser de última generación.
—Hola, hijo —dijo la madre de los chicos yendo a su encuentro.
—¿Qué es todo esto, Carmen? —Le preguntó desconcertado mientras la abrazaba y daba un beso. La mujer se encogió de hombros sin saber qué contestarle ya que ella tampoco lo entendía.
—Hola, Sebastián —masculló Marco muy serio.
–Hola —no comprendía nada. De pronto las luces se apagaron y sin darle tiempo de saludar al resto Marco les pidió que tomaran asiento de forma ruda. Todos obedecieron.
—Adelante —le indicó a uno de los jóvenes. Paco se puso de pie a lado de él y esperó igual que el resto de las personas a que todo comenzara.
De pronto apareció una de las fotos en las que Isabella lucía en una cama a lado de un hombre. Sebastián se puso furioso de inmediato se levantó, pero Paco que estaba cerca, lo detuvo con una mano.
–Observa —de repente la foto se empezó a ver borrosa, a desdibujarse como si se desintegrara y el rostro de Isabella se comenzó a distorsionar. Sebastián lo observaba atento, ni siquiera podía pestañear. De repente apareció la cara de una mujer desconocida con un cuerpo y facciones muy similares a las de… Isabella, pero era evidente que no era ella.
—¡¿Qué es esto Marco?! —gritó furioso, no recibió respuesta y otra foto apareció.
Ahora era otra mucho más clara y conforme los chicos hacían su labor, la imagen fue perdiendo poder y su rostro volvió a cambiar por el de la misma joven que la anterior. Dos más deshechas del mismo modo y él ya no pudo más–. ¡¿Es un una puta broma?! ¡¿Qué significa todo esto?! —Vociferó convertido en un monstruo corriendo para tomar a Marco de la camisa— ¿Qué es todo esto? ¡¿De dónde mierdas lo sacaste?! —le exigió saber. Paco lo intentó zafar mientras Marco lo observaba directamente a los ojos sin defenderse y con la mirada más fría y penetrante que nunca hubiese visto.
–Es la puta verdad ¿Comprendes? Es la maldita verdad –soltó aprontando los puños y los dientes. Sebastián se puso pálido y lo soltó.
—¿Qué dices, Marco? —preguntó ofuscado su padre.
–Lo que escucharon, es la verdad. M i hermana no hizo nada de todo lo que ustedes la culparon —los señaló con desprecio—. Ella nunca… jamás hubiera hecho algo así ¡¿Comprenden?! –Bramó con lágrimas en los ojos–. Ella confiaba en ustedes, pero se equivocó —les reclamó—. ¡Y tú! —Señaló a Sebastián mientras este parecía apunto de desmayarse–. Tú fuiste el peor ¿Cómo pudiste dudar? Isabella te amaba Sebastián, te amaba y… les creíste, la dejaste —le recriminó disfrutando como su ex cuñado lo veía completamente turbado, con el rostro pálido y terriblemente ojeroso.
—Y hay más… —dijo Paco serenamente. Sebastián lo miró descompuesto, con la cabeza dándole vueltas.
–¿Tú—tú sabias? ¿Sabías todo esto?
—No, no hasta hace unos días… —le explicó compadeciéndose de su mejor amigo.
Marco prendió la luz y les tendió una carpeta a los tres.
–Lean, lean muy bien —les exigió. Todos las abrieron sin perder el tiempo.
Sebastián se tuvo que recargar en una de las paredes para no caer mientras sus ojos iban y venían en aquel texto.
—No puede ser, no puede ser Marco ¿Cómo conseguiste todo esto? ¿De dónde lo sacaste? —Le rogó saber mientras aflojaba el nudo de su corbata. Mierda, no, no, eso no podía ser, no podía estarle ocurriendo eso, no a él, no así, no con ella.
—Yo lo ayudé, Sebastián. Marco me fue a ver hace varios meses y me rogó que lo ayudara desesperado. Me dijo que me aseguraba que su hermana no era capaz de todo lo que la culpaban, que era imposible que hubiera visto a su madre —le confesó Paco, tomándolo por el hombro intentando darle fuerzas para enfrentarlo todo. Porque lo peor apenas estaba por venir.
Miró a Marco a los ojos y este también lo hacía y encontró absoluto desprecio en su interior.
–Mi hermana odiaba a mi madre, la odiaba por que la maltrataba, la golpeaba hasta dejarla inconsciente, incluso… trató de venderla varias veces —aceptó con lágrimas y envuelto en rabia. Al ver que todos lo observaban boquiabiertos siguió–. ¡Sí! Intentó venderla a tipos asquerosos, pero jamás se hubieran enterado si esto no ocurre. Ella siempre pensó que no lo sabía… pero lo sé todo y nuestra madre acaba de ratificármelo —dijo con odio.
–Así es, yo lo acompañé —avaló el médico consternado al igual que todos, indignado también.
—¡Tus socios! “Gente fina y bien educada” —soltó con sarcasmo acercándose a Sebastián—. Esa jodida basura que es tu mundo, junto con tu estúpida secretaria, planearon todo ¿Entiendes? —bramó Marco, mientras lo veía desmoronarse sin remedio.
–Basta Marco —lo detuvo Paco al ver que el muchacho se salía de control.
Ayudo Sebastián a llegar a un sillón pues éste no lograba estar un minuto más de pie, respiraba con dificultad y sus ojos parecían desorbitados–. Sebastián, todo esto es cierto, sabes que si no lo fuera no te diría nada, llevamos meses averiguando.
Marco, sus amigos y gente que yo contraté encontraron todo esto —le dijo tratando de tranquilizarlo poniéndole una mano en el hombro y tendiéndole agua.
—No—no puede ser —lloraba Carmen desconsolada—. No puede ser —Raúl la abrazó igual o más afectado–. La echamos Raúl, te das cuenta, no la dejamos que nos explicara, te dije que debíamos hablar… Dios, esto es horrible, horrible.
—Ahora ya no importa, quiero que la encuentren, quiero que me digan dónde está —exigió saber el hermano de la afectada.
—No lo sabemos —confesó Raúl avergonzado mientras se limpiaba una lágrima sintiéndose miserable.
–Hace unas horas encontré entre sus cosas esto —y sacó unos papeles delgados del bolsillo al tiempo que los aventaba al lado de Sebastián. Éste los agarró con manos temblorosas y abrió los parpados desmesuradamente.
–Lo donó todo —murmuró asombrado.
–Sí, encontré sus estados de cuenta y las cantidades concuerdan, le dio todo su dinero a esos lugares —declaró Marco angustiado. Raúl se acercó y le quitó de las manos laxas los papeles.
–Isabella —la nombró dolorosamente.
—Mi hermana no está en España, y hace días que no sé nada de ella — Sebastián se levantó de inmediato como si le hubiesen activado un botón.
—¿Qué dices? ¿Has tenido comunicación con ella? ¿Dónde está? —preguntó desesperado.
—No lo sé, ella pensaba que yo le creía que estudiaba ahí, así que nunca le pregunté, tampoco la buscamos porque creí que ustedes lo sabían, pero hace más de una semana que no me ha escrito —les confesó preocupado notando con terror que nadie sabía el paradero de su hermana mayor–. ¡Por favor! Búsquenla, sé que no está bien. Yo creí… Dios, por favor tráiganla con nosotros de nuevo, quiero verla, se los suplico —rogó el chico al borde del llanto y con el gesto destruido por la preocupación.
Era demasiada información para Sebastián en tan poco tiempo, de pronto su mundo volvía a estar al revés. La mujer que amaba como un desesperado no hizo nada, la juzgó, humilló, rechazó e insultó sin averiguar más, sin permitirle defenderse, la despreció de manera asquerosa. Y de pronto las palabras que le dijo se le clavaron en el corazón; “algún día sabrás que todo esto es una gran mentira y grábatelo muy bien… No te lo perdonaré ¿Entendiste? Nunca”
Debía encontrarla, si tenía que gastar una fortuna para averiguar dónde estaba lo haría, le pediría perdón de rodillas, de la forma que ella quisiera. El miedo de saberla sin un centavo de repente lo atenazó, recordó todas sus pesadillas y supo de inmediato que no estaba bien, debía hallarla pronto. En cuanto a esos hijos de puta, cavaron su propia tumba, los tenía en sus manos y los iba a destrozar sin contemplación, sin piedad, sin detenerse.
Se levantó y caminó sin decir una palabra hacia la salida. Paco al verlo así fue tras él. Se subió a su auto mientras Paco ocupaba el asiento del copiloto —¿Por qué no me dijiste nada sobre tus sospechas, Paco? —Le preguntó entumido por el dolor al tiempo que prendía el auto.
—Porque hasta hace unos días que esos genios lograron desmantelar esas fotos y recibí el informe que te di, dudaba —le confesó un tanto arrepentido. Su amigo no decía media palabra, algo tramaba. Sebastián continuó manejando con una idea clara cuando de pronto otra duda lo asaltó–. ¿Qué les dijo exactamente la madre de… pronunciar su nombre le provocaba un nudo en la garganta, uno asombrosamente lacerante– Isabella? —Terminó.
–Marco me pidió que lo acompañara a verla, no quería ir solo. La mujer es una barbaridad, es descarada y cínica —Sebastián asintió recordado el día que la conoció–. Marco la trato con mucho desprecio y le advirtió que si no decía la verdad él iba a ir con las autoridades y la iba a denunciar de trata de menores y de violencia, por supuesto la mujer se quedó lívida y le confesó que tu asistente la contactó y sobornó muy bien para que inventara todo.
—Hija de perra, aun no comprendo cómo tuvo esos hijos y Abigail jamás va poder olvidar lo que hizo, nunca —vociferó en voz alta lleno de rabia e impotencia, de sobre todo ahogado en culpa.
–Ese chico es increíble, no sabes lo inteligente que es, jamás dudó. De verdad me impresionó mucho su aplomo, su tenacidad, su confianza en… ella —reconoció Paco con tristeza.
—Ella es igual, es… Dios Paco —detuvo el auto un segundo recargando la frente sobre el volante—, la debo encontrar, debo explicarle todo. Mierda, la amo, la amo y siento que me voy a volver loco, no puedo creer lo que hice. La lastimé ¿Comprendes?, la herí, le dije cosas horribles. Y anduvo por ahí sin dinero, es inteligente pero y ¿Si se puso mal? ¿Si alguien le hizo daño? O ¿Si hubiera…? —No pudo terminar, de solo pensarlo sentía que el también moriría–. Le juré que la protegería, que nada de esta mierda la alcanzaría. Le fallé. Jamás podré perdonarme esto, nunca lograré disculpar mi estupidez —le confesó con la voz quebrada. Las lágrimas contenidas al fin fluían sin poder contenerlas. Se sentía una basura.
—Sebastián vamos a encontrarla, ya tengo gente en eso. Tranquilízate por favor.
—Voy a acabar con esos hijos de puta, se van a acordar de mí hasta cuando respiren su último aliento, te lo juro y esa arpía no sabe lo que le espera —gruñó sintiéndose asqueado, desolado, vencido.