Burocracia y parlamentarismo
La crítica del Estado asume una forma particular en la crítica de la burocracia. Y ésta es sin duda la forma más accesible al público no anarquista, al ciudadano común y ajeno a cualquier ideología política de los grandes centros urbanos e industriales. Por otra parte, también han sometido a crítica a la burocracia muchos pensadores liberales y hasta algunos marxistas. Así, De Tocqueville concuerda con Kropotkin en el análisis de la burocracia francesa.
La burocracia nace del Estado y puede decirse que se desarrolla con él. No hay Estado sin burocracia y ésta extiende sus-funciones a medida que el Estado se hace más Estado, es decir, a medida que éste se hace más centralista y autoritario.
En primer lugar, los pensadores anarquistas suelen señalar la irracionalidad de la estructura burocrática; después, su naturaleza mecánicamente opresiva; y, en fin, su carácter antieconómico.
Durante el Antiguo Régimen, si el viento derribaba un árbol en un camino público -observa Kropotkin-, no se lo podía retirar y vender sin hacer cinco o seis trámites; con la Tercera República es preciso intercambiar no menos de cincuenta documentos. El Estado genera así una burocracia de miles de funcionarios y gasta en pagarlos miles de millones. Pero al mismo tiempo prohibe a los campesinos unirse entre sí para solucionar sus problemas comunes. Tales observaciones de Kropotkin cobran cada día mayor vigencia, ya que la burocracia crece y se multiplica de año en año, al mismo tiempo que resulta más ineficaz y parasitaria
En el siglo pasado, se necesitaban semanas para llegar de Caracas a Buenos Aires, pero podía uno embarcar casi sin trámite burocrático alguno; en nuestros días se hace el viaje en unas horas, pero se necesitan semanas para llenar todos los requisitos previos que el Estado exige al viajero.
Está de más decir que esta impertinencia fastidiosa y tanto más irritante cuanto más pequeña, lejos de haber sido atenuada en los llamados «países socialistas», se ha potenciado al máximo. Los burócratas han llegado a constituirse allí en la nueva clase dominante, porque, sin haber logrado la propiedad «jurídica» de los medios de producción, han concentrado en sus manos los medios de decisión, como bien advierte Cornelius Castoriadis.
En los llamados «países democráticos», a su vez, la burocracia como clase no sólo comparte el poder con los dueños de los medios de producción, es decir, con los capitalistas (por lo demás agrupados en grandes empresas transnacionales que equivalen, desde el punto de vista económico, a los Estados «socialistas»), sino que inclusive se sobrepone a los mismos capitalistas, como «clase empresarial» o como «clase política».
Los anarquistas se han opuesto siempre a la democracia representativa y al parlamentarismo porque consideran que toda delegación del poder por parte del pueblo lleva infaliblemente a la constitución de un poder separado y dirigido contra el pueblo.
En el antiparlamentarismo coincidieron, durante un tiempo, con los bolcheviques y los marxistas revolucionarios. Más allá de las posiciones de éstos, que se oponían a la democracia indirecta y a los comicios democráticos porque aspiraban simplemente a imponer la dictadura del proletariado (esto es, la dictadura del partido), los anarquista propusieron siempre como única alternativa la democracia directa. Democracia -piensan- supone burocracia; democracia representativa supone manipulación de la voluntad popular por parte del gobierno y de las clase dominantes; democracia representativa quiere decir de los menos aptos y decisión en manos de los que no saben. ¿Puede acaso un diputado, aun cuando fuera un sabio en algún campo particular (que es difícil que lo sea), opinar y decidir con competencia sobre todos los problemas, tanto educativos como financieros, tanto jurídicos como criminológicos, tanto culturales como agrícolas? Y, por otra parte, aun cuando pudiera, ¿quién me asegura que su voto traduce la opinión y la voluntad de sus electores? Y aun cuando la tradujera alguna vez, ¿cómo podría saberse que la seguirá traduciendo siempre? ¿Cómo puede un hombre hacer representar su opinión por un lapso de cuatro o seis años, cuando no puede saber siquiera qué opinará la semana que viene? Para los anarquistas, la democracia representativa es una ficción, más o menos hábilmente tramada por la burguesía para detentar el poder con apoyo del pueblo y de los trabajadores. Sólo la democracia directa (en forma de consejos, soviets, asambleas comunales, etc.), es democracia auténtica y merece el nombre (lamentablemente degradado) de democracia popular