La revolución
La existencia de una sociedad sin clases está inescindiblemente vinculada, para el anarquismo, con la abolición del Estado. Por tal razón, el criterio para discernir la autenticidad de una revolución está dado por la real y efectiva liquidación del poder político y del aparato estatal desde el mismo instante en que la revolución se produce. Los anarquistas no han compartido jamás la teoría marxista del Estado como superestructura que caería de por sí, como fruto maduro, cuando se instaurara el comunismo y desaparecieran los últimos vestigios de la sociedad de clase. Afirmar, como Engels, que en un remoto futuro el Estado será relegado al Museo de Antigüedades les parece una actitud singularmente evasiva e irrealista. Esto no quiere decir, sin embargo, que para ellos el Estado pueda y deba abolirse al día siguiente de la revolución. Ningún pensador anarquista ha defendido tal idea, y contra ella se pronunciaron con claridad tanto Kropotkin como Malatesta. Pero ningún pensador anarquista ha dejado tampoco de insistir en la exigencia de iniciar la liquidación del Estado junto con y no después de la demolición de la estructura clasista de la sociedad.
La revolución es entendida por los anarquistas no como conquista del Estado sino como supresión del mismo.
Desde un punto de vista positivo, muchos teóricos del anarquismo, como Bakunin y Kropotkin, la conciben simplemente como la toma de posesión de campos, fábricas y talleres (de la tierra y los medios de producción) por parte de los productores. Lo cual no excluye, para ellos, la necesidad de defender con las armas esta expropiación o, por mejor decir, esta restitución de toda la riqueza a quienes son sus legítimos dueños, puesto que la han creado. Quienes no apelan a la idea de la revolución, como es el caso de Proudhon y sus discípulos, confían de todas maneras en la acción mutualista de los productores, que ha de conducir de por sí a una autogestión integral y a la liquidación de la idea misma de la propiedad y del Estado