CAPÍTULO 1

 

¿Por qué me pasan estas cosas a mí? … ¿Qué voy hacer ahora? Este viaje  no puede ser más accidentado de lo que ya es.

Lorena estaba de pie a orillas de la pendiente de la carretera principal de los Andes. Una Y serpenteante bifurcaba el camino. Barinas, Mérida y Trujillo. El flujo de vehículos había diezmado con el atardecer. El día siguiente sería miércoles de ceniza, inicio de semana santa en Venezuela, así que las actividades académicas y públicas cesaban ese día. El frío era inclemente, apenas se vislumbraba el ocaso tímido tras las montañas. La brisa carcome los huesos en los Andes y sólo se escuchaba la cháchara de un par de señoras en el cafetín. Afuera se ha estacionado-hace diez minutos- una camioneta Toyota cuatro por cuatro, doble cabina, de color negro, impecable, segundos antes de que se hubiese marchado el último autobús del día- El autobús en donde viajaba Lorena Blasco Veragua- . Los carros por puestos que suelen salir desde Mérida siempre llegan a esos lados del páramo con los asientos ocupados. Los camiones de carga que suelen internarse en las fincas en busca de hortalizas no pasarían en horas vespertinas. Lorena lo sabía. Suspiró un vaho cargado de impotencia, fue inevitable la mirada desorientada. Trató de protegerse del frío con el único abrigo que llevaba encima adhiriéndose la cartera que colgaba de su hombro, los cristales de sus lentes empezaron a empañarse, sus manos descubiertas temblaban de forma involuntaria, no dejaba de tiritar, preocupada por su situación entró de nuevo a la cabaña en donde había pasado los últimos minutos en el baño antes de que su autobús la dejase. El trance del abandono le hizo olvidar la razón del viaje. “¿Qué importaba si llegaba a Caracas hoy?“ Después de todo la Semana Santa había iniciado y de nada serviría presentarse en casa con la constancia de inscripción en el congreso más importante de la Facultad, claro exceptuando la felicidad que le brindaría a su amiga de infancia al saber que habría cumplido la meta de inscripción en el prestigioso congreso. Serían dos de las diez personas seleccionadas de la Facultad para asistir. Ella por su destacada labor como oradora de orden y su amiga por sus buenas influencias. ¿Y la tintorería? ¡Vaina!- Pensó- a él no le va a gustar tener que atenderla un día más…-retomando la situación se dijo así misma-  Esta región es turística, de seguro pasará otro transporte- Pensó convencida, así que se animó a preguntar por otra ruta a una de las señora de brazos rollizo que posaba tras el mostrador, pero mientras se acercaba a ella tuvo que descender un par de escalones de piedra que traicionaron su rugosidad bajo su suela, llevándola al piso. Minutos antes estuvo de cabeza en el sanitario para damas de ese lugar dejando en él lo que su estómago de mal viajero desechaba, mareada y aturdida pudo sentir como se desvanecían sus piernas al pie del sanitario. Tuvo la misma sensación al ceder al primer peldaño, al pisar el segundo, su calzado levitó, cayó tras el peso de su cuerpo.

Se sintió tonta al desvanecerse en el aire. Una cosa era parecer tonta y otra muy diferente es sentirse como tal - se reclamaba al intentar ponerse de pie-. Aparentaba no necesitar ayuda, pero eso no le importó a la mujer que casi salta tras el mostrador a pesar de su voluptuosa figura y para el hombre que la tomaba de la cintura y brazos. “Lorena Blasco Veragua reacciona”- Se decía así misma- ¡Reacciona! Le gritaba su yo interior al darse cuenta de que su yo exterior había entrado en shock. ¡Reacciona! Quita esa cara de boba antes de que te estigmaticen-¿No te das cuenta del adonis que te está sosteniendo?- “la verdad: sí. Pero fui presa de su aura por unos segundos”- Se respondió así misma  al parpadear y ponerse de pie. ¿De dónde había salido ese hombre? Debió estar allí  hace rato observando detrás de la empañada ventana, quizá vigilaba su camioneta, a ella o a ambas. Un hombre diferente. Había estudiado y trabajado con muchos. Su experiencia indicaba sus preferencias por compañero de labores a alguien del sexo opuesto, los consideraba más responsables, concretos y directos apreciaba el hecho de que no perdieran tiempo en críticas triviales a terceros. Compartió su espacio con hombres atractivos- muy atractivos- pero… ese señor poseía una esencia diferente. En segundos pudo percibir un exquisito aroma varonil totalmente desconocido, pero ¿de dónde se expelía esa fragancia si su piel estaba recubierta por chaquetas de cuero, guantes, jeans y botas de montaña?

¿Se siente mejor señorita?- la pregunta se convirtió en eco tras sus oídos. Retumbó. Su mano parecía carbón ardiente. La quemaba. Él tensó el rostro al darse cuenta de lo que provocaba en ella, frunció el ceño como si le hubiera molestado algo. La puso de pie sin esfuerzo mientras le comentaba lo pálida que estaba- “como si necesitará saberlo, ¡qué horror!”- gritó su Yo interno- “De seguro percibió el fétido olor del vómito, era inútil lavarte la boca, siempre queda alguna estela”- Le reprochaba su astral cruzado de brazos. Su orgullo herido ante un posible descuido personal la hizo tensar su cuerpo erguido mientras ponía en su lugar el sweater que llevaba puesto y ajustaba su cabellera rizada tras la presión de una coleta. Murmuró unas gracias al darse cuenta de que aquel hombre se retiraba hasta donde estaba una señora mayor sosteniendo una taza de chocolate humeante. Vio como indiferente, arrastró la pesada silla de madera y cayó sentándose sobre ella. 

La anciana de elegante vestimenta los estuvo mirando sin inmutarse, absorta en la taza de chocolate mientras la segunda dependiente inquiría sobre su estado de salud.

-Disculpe señora, es que he tenido un mal viaje, mareos, asaltos y… ahora esto, podría usted decirme ¿a qué hora puedo tomar el próximo bus?- Inquirió en una esquina del mostrador junto a la exhibidora de dulces abrillantados que la rolliza mujer se disponía a ordenar.

-   ¡No me diga niña, que a usted la dejó el autobús!- Expresó

sorprendida llevándose las manos regordetas a la cara- ¡Cómo va a ser!  ¡Pobrecita usted  niña! por acá no pasan más buses por hoy.

-   No puede ser… ¿y  un taxi? ¿cómo puedo conseguir uno que

me llevé hasta la terminal más cercana?

-   Imposible mami.

Una silla fue rodada por el piso de cemento,  de ella se puso de pie aquel hombre que luego de haberla ayudado había huido quizá por su deprimente fragancia. Él dejó un par de billetes sobre el mesón de cerámica, pisó una servilleta con la taza vacía y se despidió de la otra dependiente. Su acento era extranjero, pero no descifraba su gentilicio. ¡No importa de dónde sea, si es tan apuesto!- Espetó de nuevo esa atrevida voz interna-. La señora de la cabaña llamó la atención del caballero deteniéndolo.

-   Don Bruno, ¿por qué usted no le hace la caridad a la señorita y

la acerca un poco a la terminal?- preguntó con esa cordialidad y carisma típico de la gente de los andes. Pensativo, la observó con cierta suspicacia, la contempló. No era una simple mirada. Era intimidante, analítica. Sintió incomodidad, así que ella misma se atrevió a rechazarlo con el argumento de no desear crear inconvenientes, le agradeció encarecidamente su intención.

“ Lorena no se iría con un desconocido  aunque fuera su última opción y mucho menos con un hombre tan enigmático, callado y…seductor” - reprochó su atrevido Yo- Con el dedo índice ajusto sus lentes que parecían querer deslizarse por su tabique nasal mientras regresaba la mirada al monumental hombre.

-   Es muy tarde…- lo escuchó - casi nunca transitan autobuses

con puestos o con espacio por estos lados- comentó con intenciones de hacerle saber que de transitar algún autobús éste vendría completamente lleno, era lo habitual: “gente que colgaba de las puertas”- pero esta vez no voy a la ciudad, nana Verónica necesita llegar a casa, así que vamos al rancho.

 La  señora de la cabaña lo sujetó de un brazo y le habló al oído.

-   Sr Bruno, ¿y por qué usted no la ayuda un poquito?, vea que

está desamparada. Yo le diría que se quedará conmigo, pero usted sabe Don Bruno que a duras penas cabemos mi hermana y yo, además usted es un hombre muy generoso.

-   Amatista, ¿no sé por qué siempre me convences? ¡si no fuera

por tu delicioso chocolate caliente de seguro, me negaría!-  sonrió sintiéndose culpable por lo comentado, porque estaba convencido de que esa joven valía mucho más que un delicioso chocolate caliente.

-   Bien, señorita- Se dirigió a Lorena- sí, usted desea puede pasar

la noche con nosotros y mañana al amanecer se embarca con los hombres que me llevan la carga a la ciudad, allá puede tomar el autobús que quiera.

Sus ojos brillaban de pánico- ¡No se iría con un desconocido!, prefería dormir a orilla de carretera. Su voz interna le indicaba lo contrario. “¡Vete!  ¡Te vas a congelar en Apartaderos! , además él no está nada mal, mira esas piernas recubierta por el jeans, ese  rostro lampiño con ojos enigmáticos. ¿Negros o pardos? Sea cual fuese su color brillaban de una forma especial. ¡Seducían en estado natural! Si has de morir está noche, que sea en brazos de un hombre como ese desconocido y no de hipotermia- le decía su subconsciente.  Él y la señora elegante, quien terminó siendo su nana, percibieron la inseguridad de la joven ante la propuesta, a pesar de ser su única opción. Como si le hubieran leído la mente lograron disuadirla. La Señora palpó su mano. Le sonrió mientras la invitaba a subir en la camioneta con la promesa de que mañana temprano en la mañana estaría de camino a la terminal. Le recordó lo frió que resultaban las noches en ese lugar.

Lorena siguió a la señora por inercia. Hipnotizada y por primera vez en su vida marchaba sin su propia brújula. No había opción. Se despidió con una sonrisa que tendía parecerse a una mueca. Sus pupilas brillaban como si desearán llorar o como si albergarán desconcierto. Se despidió levantando una de las manos y agitándola por un momento como si se tratase de algún pañuelo. La señora subió al asiento delantero. Él ofreció el puesto trasero de la camioneta doble cabina.

-   ¡Vaya  con Dios niña! ¡ confié en Don Bruno, él es un pan de

Dios!- escuchó que decía la señora rolliza antes de que él cerrará la portezuela. En el retrovisor de la parte superior de la cabina colgaba una bandera de Holanda y en el tablero brillaban un par de etiquetas alusivas a ese país. ¡Por supuesto, que es holandés!- espetó irónico su yo interno.

 La niebla densa amenazaba, pronto no se vería nada en carretera, Lorena se sentó en el asiento trasero y sus anfitriones o salvadores adelante, ella quiso entablar conversación; pero ambos callaron, sólo por breves instantes se comunicaron, pero en una jerga extranjera que supuso era holandés lo cual, la dejó al margen de la conversación, quizá si hablarán en inglés podría entenderles, pero ¿holandés?, ¿quién estudia Holandés en la Universidad?  ¡Claro! los de Licenciatura en Idiomas probablemente, ¿pero los de ingeniería? Ni si quiera ella quien era la oradora de orden de la facultad de Ingeniería civil por ser políglota. Esa noche el inglés, el portugués y su castellano le parecieron inútiles.

… esa conversación comenzó a inquietarla, la señora se escuchaba de trato frío y él emanaba una energía extraña. Deseaba saber de qué hablaban, además el recorrido se estaba haciendo extenuante. Según la anciana estaba a dos horas de la finca, pero por sus cálculos empíricos de tiempo parecían cuatro largas horas. Ella podía sentir las miradas inquisidoras de él a través del retrovisor central de la camioneta. La nana se había dormido luego de una hora de recorrido, según su cálculo. A Lorena se le empañaban los lentes, pero aún así los usaba aunque le tocara limpiarlos a cada instante con el puño de su abrigo, él dejó escapar una sonrisa que  pudo percibir a través del espejo.

-   Luces bien, aunque luces mejor sin lentes.

-   …Gracias – Expresó entre dientes, ruborizada; él,

quien la observaba se  percató de ello, pero permaneció  inmutable para evitarle un rubor mayor.

-   ¿Cuál es tu nombre? “ vaya, se interesa al menos por ti”-

expresó resignada esa vocecita interna que no parecía querer descansar- “pero no entiendo que me está pasando. Pocas veces he sentido ese ardor tímido en mis mejillas, una o dos veces en una de mis citas frustradas a causa de mi mal carácter”. Carraspeó para sacudir su pensamiento y murmuró como pocas veces lo hace para ir ascendiendo el tono al final de la frase.

-   Lorena, Lorena Blasco Veragua ¿y usted? Bruno ¿verdad?

Él asentó con la cabeza sin intenciones de decir su apellido, aún así ella quiso saberlo. ” Debe tener la misma curiosidad y eso es normal”- Pensó él.

-   Linker

-   Linker - repitió

-   ¿Cómo perdiste el autobús?

-   Me enferme con el viaje.  Soy alérgica a las curvas – Bromeó-

Perdí la noción del tiempo en el baño de damas. Sinceramente me sentí de muerte. Mi estómago me traicionó, luego perdí el tiempo y el espacio en el mesón con la sopa andina- sonrió sintiéndose tonta de nuevo- quiero decir, con la pizca andina, de verdad sr, la necesitaba… pensé que el chofer sabía de mi estado.

-   ¿y tu equipaje?

-   No traigo equipaje conmigo.

-   Entonces, sólo venías de pasada.

-   Sí.

-   Qué bien. ¿Y es primera vez que visitas los Andes?-

-   Sí, pero no será la última vez.  Participaré en un congreso

Internacional en dos meses- No quiso comentar que formaba parte de diez de los seleccionados en su carrera-  Se espera la asistencia de autores de los libros más analizados en la facultad.

-   ¡Vaya!   ¿y qué estudias?

-   Ingeniería Civil. Estoy próxima a recibirme como Ingeniero.

La anciana empezó a despertar de su sueño. Se hizo un silencio sepulcral. Las miradas inquisidoras de hasta ahora, aquel desconocido, seguían posando sobre ella, intimidándola.

Lorena solía ser una chica audaz y brillante en sus estudios, responsable en su negocio, pero en cuanto a vida social se tratase resultaba algo huraña. Nunca aparentaba las grandes potencialidades que llevaba encima y detestaba sentirse intimidada. Era una mujer de riesgos, pero esa noche su voz interna se carcajeaba de su situación. El viaje realmente no podría ser más accidentado. Había sido despojada de su blackberry en un andén de la terminal, enfermó en su escala viajera permisible más alta y el autobús en el que viajaba la había dejado olvidada. ¿Qué más podría pasar?

La tenue luz de  la cabina estaba encendida. Él conducía con pericia, pero fijaba en el retrovisor intimidantes miradas que la descomponían. No podía evitar sentirse insegura. Por un instante se arrepintió de su decisión. Ese hombre podría ser un delincuente o un desquiciado y la señora su cómplice. Lorena había leído acerca de millares de casos de grandes homicidios, secuestros y vejaciones- definitivamente- la loca era ella por subir al carro de un desconocido, “de un guapo y seductor desconocido”. Ella no se consideraba atractiva o sensual aunque sí que lo era, pero en ese momento temió que ante los ojos de ese extraño, lo fuera. Sus piernas lucían unos contornos hermosos bajo la tela jeans de sus pantalones y sus pechos erguidos se jactaban de un volumen ajustado a las proporciones de su cuerpo. Bruno Linker había sido un seductor. Conocía todo acerca de las mujeres, así que le resultó fácil descubrir el estremecimiento que había padecido Lorena al ser tomada en brazos. Tenía energía electrizante en su piel que él mismo consideraba tóxica. Por un instante recordó una de sus ardientes aventuras del pasado, parpadeó al imaginar a su nueva pasajera cediendo a sus placeres carnales. Sudó frío. Chasqueó sus

Bruno no pudo evitar aquellos pensamientos, llevaba más de un año absteniéndose de placeres. Sujetarla entre sus brazos despertó viejas sensaciones que lo condujo a rememorar sus experiencias. Ni su ex esposa, ni Cinthy Osbern, actriz y modelo Parisina de exquisitas silueta le habría causado tal estremecimiento. Despertó el deseo. La lujuria…o resucitó la curiosidad. Su experiencia con las mujeres había resultado una catástrofe. Infidelidad e intereses siempre estaban de por medio, en su época pudo tener las mujeres que quiso, pero jamás halló alguna que le amase más que a su cuenta bancaria, tras un matrimonio tumultuoso, un divorcio traumático y una contienda legal por cotizadas propiedades en Europa decidió emigrar a tierras neutrales mientras su abogado daba finiquito a su complicada relación, se alejó para empezar de nuevo.  No tuvo hijos que sellaran su matrimonio y dada su orfandad, no habría responsabilidades sanguíneas que le impidiese viajar; su hermana: la única atadura familiar, hace muchos años que había alcanzado la independencia y gozaba del prestigio de ser diseñadora de modas en Paris, profesión que le proporcionaba buen estatus social y económico incluso sin considerar la ostentosa herencia. Diversos episodios en sus relaciones pre maritales le marcaron el alma convenciéndolo de la inexistencia de una mujer onírica para vivir junto a ella.

 El recorrido hasta su propiedad fue extenuante, la carretera cubierta de neblina dificultaba ir aprisa, la vía inmersa en un paisaje abrupto ameritaba alta concentración, la lluvia pronto se hizo presente entorpeciendo la visión, sin embargo aquel hombre frente al volante demostraba pericia.

Lorena estaba molesta consigo misma al permitirse el robo de su blackberry, fue una estupidez querer leer el twitter en un andén desolado, claro que también hubiera sido una estupidez resistirse al robo. Recordó el comentario de una de sus amigas cuando en una ocasión tuvo que subir a un bus de servicio público de la ciudad. Frente a ella estaba una joven respondiendo pin de su móvil cuando un hombre de aspecto de maleante se levantó del asiento con el zumbado característico de los delincuentes de barrios Caraqueño. Sacudió su mano raquítica frente a ella señalándola por instantes, mientras le decía: “Qué bolas tienes tú chama, andas con ese blackberry así tan fresca, mostrándolo a todo el mundo, después vengo yo y te robo y dices que soy el malo de la película. ¡Qué bolas Chama!- Sonrió al recordar ese absurdo de su sociedad. Volvió a sentirse tonta cuando descubrió el peso de las miradas de Bruno sobre ella. Extrañaba su celular, con él hubiera podido ubicarse con su gps durante ese extenuante viaje, calcular la hora exacta en el baño, o podría haberse comunicado con  alguno de sus amigos en Caracas para que le auxiliará, pero muy a su pesar, la realidad era otra.

En medio de la oscuridad es poco lo que se puede divisar, las montañas o los pinos o los demás arbustos lucían todos como grandes capas oscuras e impenetrables. Una torrencial lluvia cayó sobre ellos. Pronto el vehículo saltó ante un bache, se detuvo, el sonido de una grúa y el golpeteó de las rocas se hicieron presente por un momento, una maldición resopló de aquel hombre que sujetaba con más firmeza el volante, el auto frenó de repente y se oyó patinar sobre una superficie de lodo.

-   ¡Las carreteras jamás serán como las de antes!, las exigencias de

construcción no son las mismas- criticó.

Lorena se percató que tras aquel comentario el señor Bruno la miró por el rabillo de los ojos. Él Continuó irónico, pero aún así seguía siendo guapo.

-   Muchas carreteras las reconstruyen diez y hasta quince veces en

menos de un año y de igual manera están deterioradas- Prosiguió con el ceño fruncido- este comentario tenía aires de reproche, ¿ pero por qué? Ella no era el ingeniero de obra, todavía.

 El auto aceleró de nuevo, hasta que pudo subir a una plataforma que parecía que le arrastraba, se oyó el bramido de un río, el golpeteó de las rocas. El parabrisas no se detuvo. El río se unía a la lluvia atacando el parabrisas. La oscuridad no permitía contemplar el entorno. Recorrieron unos cincuenta minutos más aproximadamente. El motor no se escuchó. Un atolladero se dejo atrás, unos cuantos giros en ascenso y de repente: se estacionaron.

Los faroles del auto aún encendidos iluminaban la entrada, una fachada de piedra con tres anchos peldaños completamente a la merced de la lluvia.

-   Bueno nana, hasta acá nos sigue la tempestad. Tal parece que

nos vamos a mojar.

Pero la anciana, contradiciéndolo, sacó una paragua que le dio a Bruno para que la ayudase a bajar, luego debería venir por Lorena, según lo indicado por ella. Lorena no esperaba tal cosa, después de todo soplaba mucha brisa y con paraguas o sin ella se mojaría, así que intentó salir de la camioneta por sí sola, un charco sobre un pavimento de piedra cubría un cuarto de los neumáticos, por supuesto  que en ella el agua tocaría hasta más arriba de los tobillos, pero si la señora Verónica había descendido ¿qué se lo impedía a ella? Bruno venía de regreso para cuando Lorena salió de la camioneta, él apresuró el paso hacia ella sosteniendo el paraguas aún en contra de la fuerza eólica, llegó y a su regreso la sujetó de la cintura. ¡Qué tenía ese hombre en sus manos que la quemaba tanto!- Se deshizo de él con disimulo. ¡Su cercanía no era buena!  Él estaba atento a cada una de sus reacciones. Lorena Blasco se estaba convirtiendo en su experimento. La rodeó entonces con un brazo refugiándola en ellos. ¿Qué está pasando? Eso era más electrizante y lo peor del caso era que le gustaba. Sentía millares de hormigas recorriendo su espalda.

-   Las lluvias son torrenciales en esta época, dicen que es el

fenómeno del niño-

-   ¿El niño?  Será el  monstruo – bromeó- porque llueve a

cantaros – Expresó mientras se refugiaba bajo el paraguas y tras sus robustos bíceps.

Acababan de pisar el porche de la casa cuando un rústico se estacionó frente a ellos deslumbrándolos con la luz de los faroles. La señora había entrado a buscar algunas toallas. Un hombre con un impermeable completo se acercó presuroso al porche.

-   Don Bruno, el Santo Domingo está arrecho, la crecida se ha

llevado medio cultivo de plátano y los animales están alebrestaos, una de las potrancas se la llevó el río y las yeguas están que no se aguanta. Los hombres están reteniendo el ganado y yo mi patrón, estoy con los peones saque que saque agua del molino y del trapiche, pero necesitamos más ayuda.

-   ¡Vamos en seguida Juan!

-   ¿Puedo ayudarles en algo sr Bruno? – Se ofreció la huésped

luego de haber escuchado toda la conversación.

-   Sí, señorita: entrando al rancho. Estas crecidas del río son muy

peligrosas. Entren – Ordenó clavando sus ojos en ella y luego en la señora Verónica que se estaba acercando.

¿Qué podía ser peor? He aquí su respuesta: “Morirás arrastrada por un río”- Se burlaba su Yo interno- Sí claro, clases de natación: “reprobada”, rememoraba su pésima experiencia con el agua. “Hubiera sido mejor morir de hipotermia, aunque… estos ríos deben estar congelados, uy, ¡que vaina! ¡Moriré ahogada y también por hipotermia! “

La señora había llegado con un par de toallas en sus manos en el instante en que ambos hombres subían al rústico.

Lorena no imaginó que esa noche sería la más larga de su vida y su estancia: la más incierta…

La señora se presentó y Lorena descubrió que no era el témpano que aparentaba ser. Se cambiaron de vestimenta. A Lorena le fue prestada una larga bata color rosa, suave como el algodón, que incitaba a dormirse sobre ella, le mostró la habitación donde pasaría la noche en el rancho campestre de dos pisos. La decoración rústica predominaba: piedra y madera, vasijas de barro, piso de cerámica, que le pareció demasiado brillante para una casa de campo. Seleccionaron alimentos que la huésped ayudó a preparar mientras entraban en calor. A menudo se asomaban por la ventana de la cocina que colindaba con el traspatio y según la señora, con una caballeriza, con intenciones de visualizar a los dos hombres. A Bruno le encanta cabalgar- le contó haciendo aspavientos- Parecía orgullosa de ese hombre a quien había criado desde niño, luego de la pérdida de sus padres. El aire de misterio y lo enigmático de sus ojos desaparecían al escuchar a la señora Verónica. Supo por su conversación que practicaba equitación a nivel profesional, era entrenador, eso explicaba sus robustas piernas. Coincidían en gustos. Pensó Lorena: “Debe gustarle tanto los caballos como a mí, pero no será tan buen jinete como yo”- rememoró sus cabalgatas en la finca de su padrino en el estado Apure- Su desempeño como empresario creó en él una profunda vena de recelo, así se había convertido en un hombre prudente, calculador y analítico. Lograba lo que deseaba. Tenía lo que quería hasta que, obtuvo la mujer equivocada. Con excepción de su frialdad se identificó en muchos aspectos con ese hombre, ambos habían quedado huérfanos desde temprana edad y ambos tuvieron que tomar las riendas de los negocios familiares al adquirir la madurez adecuada. Dos seres con coincidencias. Resultaba bastante extraño. La diferencia de edad era insignificante: ocho años, ¿Qué podría enseñar un hombre de ocho años mayor? Sonrió ruborizada de sólo pensarlo, ¡estaba enloqueciendo!, ¡esa mujer de pensamientos atrevidos no era Lorena Blasco Veragua! – Su yo interno se reía irónica mientras se cruzaba de brazos- Casi cae de bruces cuando pelando las cebollas supo que era casado con trámite de divorcio, ¡a sus cortos treinta años! De seguro habría llorado de tristeza y disimuladamente podría culpar a las cebollas de su llanto. Era sorprendente la cantidad de cosas que dos mujeres pueden confiarse en tan poco tiempo. La anciana parecía contenta con su presencia, estaba aburrida de sólo ver a los peones y los materos junto a la huerta del traspatio. La liberación fue mutua porque Lorena terminó contando acerca de su excelente rendimiento académico, de sus labores en la tintorería, de la pérdida de sus padres y de sus destrezas en inglés y portugués, este último gracias a sus padres, la vida de Bruno se convirtió en un libro abierto y esto parecía agradable hasta que le tocó el turno, doña Verónica quiso enterarse de su vida intima. Lo creyó justo, ella le había confiado la situación de su criado así que era apropiado hacer lo mismo, de todos modos, no era mucho lo que debía contar. Soltera y sin compromiso. Se consideraba una mujer problemática y exigente al momento de desear salir con alguien. Ir al cine o algún centro comercial era lo usual, pero mantener intimidad no formaba parte de su plan de vida. Era una joven de pensamientos adultos, sensata y sobre todo protectora de sí misma y de quienes consideraba suyos, por esa entrega total sin interés era que muchos compañeros exploraban el monte Everest creyendo que obtendrían algo más que un abrazo y un beso en mejilla. Su madre alcanzó a celebrar sus quince años, la edad más gloriosa de una joven, y esa noche junto al enorme pastel de almendras le comentó lo maravilloso que sería verla cruzar la puerta de una iglesia vestida de blanco y con su corona de azahares, pura y casta como debía ser. Desde esa noche estuvo de acuerdo. Soñaba con encontrar el hombre “perfecto” que la poseyera y sobretodo que se dejara poseer para toda la vida.

Pero ese ideal no era tan sencillo como se pudiese pensar. Para Lorena  perfección era sinónimo de fidelidad, responsabilidad, rectitud, control, protección, amor y pasión. Parámetros de difícil ubicación en un sólo prototipo.

Luego de preparada la cena ambas mujeres se sentaron junto a la chimenea de ladrillos del vestíbulo principal, era cálido y acogedor. La mesa de roble al pie del fuego las mantenía libres de las inclemencias del frío. Le gustó la decoración rupestre y los marcos con mosaico bizantino,  los candelabros y el tocadiscos al pie de la estatuilla amorfa de piedra. No había visto un tocadiscos desde su última visita a uno de los museos coloniales cerca de ciudad Tovar y mucho más novedoso fue escucharlo. Se sintió como en casa. Rememoro las vivencias junto a su madre y por un momento creyó tenerla al frente. Fue solo una ilusión. Una dolorosa ilusión que le arrancó un suspiro. No había vuelta atrás. La tierra toma lo que le corresponde: polvo y ceniza de nuestra existencia. Parpadeó al pasar un amargo trago,  luego le dio un generoso mordisco a su panqueque con queso. Debía olvidar su pasado para poder disfrutar de su presente y en ese instante, vivía su presente. Su familia era inmigrante en Venezuela. No era fácil salir y dejar atrás tu tierra natal, se requiere de mucha fortaleza, adaptación a un nuevo idioma, cultura, ideología, vivir un nuevo mundo, así que por esa y más razones se sentía una luchadora exitosa. Bruno Linker tenía una situación un tanto diferente, no venía a trabajar por necesidad en tierras extranjeras, por el contrario buscaba un refugio o un sitio de descanso. Lorena había adquirido una mueblería que administraba con ayuda del hijo de su padrino y atendía la tintorería que había sido el negocio familiar desde su partida de Portugal. Sus amigos la consideraban empresaria en lugar de estudiante de Ingeniería, se multiplicaba en sus labores y en todas cumplía a la perfección gracias a su meticuloso orden y planificación.   

Desde el interior de la casa la tormenta se hizo imperceptible hasta que un feroz trueno sacudió el cielo y el destello de un relámpago desahogó su furia sobre los pinos de las afueras. Los truenos atemorizaban, era como si grandes rocas cayeran de un despeñadero. Los cristales de las grandes ventanas empañados por la niebla apenas permitían vislumbrar la lluvia. Doña Verónica- como empezó a llamarla por respecto, al saberla tan elegante y bonita para sus abundantes años- terminada una vez la cena se sentó junto al tocadiscos en una mecedora de madera a tejer un abrigo que iba por la mitad, tomó las agujas de tejer de una cesta sobre el piso y tejía con maestría y devoción. Supo que era un sweater para Bruno Linker. No lo podía creer: tejía un abrigo para ese hombre como una madre teje calcetines para su bebé. Continuó en su labor mientras comentaba lo difícil que era mantener la hacienda en épocas de lluvia pero no exhibía indicios de su preocupación por él. Confiaba en las habilidades y hombría de Bruno Linker para salir de situaciones difíciles. Rato después fue hasta la cocina a traer chocolate caliente, su preferido, y lo sirvió en un par de tazas de barro barnizadas. Lo degustaron junto a una suave melodía de Mozart que Doña Verónica había seleccionado del montón de discos antiguos que acompañaban al tocadiscos.

-   Deberías ir a descansar. Ha sido un día exhausto para ti. En la

Habitación que te he mostrado tienes cobertores, será una noche muy fría, además veo que esa bata que te he prestado te hace sentir cómoda, pero no es abrigadora, vas a sufrir lejos de la chimenea. Mañana estarás de regreso, Bruno te lo prometió, así que así será. Por los momentos, siéntete como en tu casa- dijo con mucho énfasis mientras recogía el tejido de su regazo para dejarlo sobre la cesta de hilos al pie de la mecedora, luego levantó la aguja del tocadiscos.

Obediente se puso de pie. Subió las escaleras peldaño a peldaño, contemplando su entorno y memorizando el crujir de la madera. Ajusto un poco la montura de sus lentes en su tabique nasal con deseos de poder memorizar aquel mágico entorno de decoración tan antagónica a la de la ciudad. Atrás quedaba la chimenea con las lenguas ardientes dibujando sombras imponentes en la pared, inducidas a una complicidad pictórica obligada, junto a las  marcas rupestres de helechos fusionadas en un ritual de silencio. La leña parecía querer gritar, los brasas crujían en su hora final. El grisáceo de su cuerpo delineado por el brillante carmín que pronto reposaría carbonizado. De repente recordó que su ropa dejada en la alcoba aún estaba mojada y que amanecería igual al menos que buscará la forma de secarla. Dio vuelta sobre sus pasos en busca de la señora Verónica, pero no estaba. Quizás dormía en ese momento, así que no tenía cara para molestarla tocando en la puerta de su habitación a esas horas de la noche. Pensó en la chimenea. Tan cálida aún con los leños moribundos, que podría secar su atuendo. Entonces, se apresuró remangando la bata con los puños sobre las piernas mientras ascendía en las escaleras. Las pantuflas también eran muy suaves, pero el acolchonado le restaba libertad a sus  pasos. Una vez arriba, giró la perilla, entró a buscar su atuendo y bajo aprisa. Por un momento pensó en el señor Bruno Linker. Se preocupó al recordar la hora. Colgó las prendas de vestir en el espaldar de una silla que colocó frente a la chimenea. Hasta hace unos minutos atrás aún llovía torrencialmente, pero ahora, el cielo callaba e inmersa en su silencio contemplaba la hoguera.  El reloj de péndulo que no había visto se hizo sentir rompiendo el silencio con las doce campanadas. Una tras otra sonora y vibrante. Una brisa gélida erizó su piel. Las bisagras de una puerta chillaron. Un par de pasos fuertes retumbó el espacio nocturno, pronto la figura alta y robusta de aquel hombre cruzó el umbral del vestíbulo. Se detuvo junto al perchero para  colgar el impermeable que aún destilaba chorros de agua. Las botas de campo frazzani tipo Dakota natural volaron a un lado con la suela recubierta de barro, de espalda a Lorena se sacudió la cabellera castaña que de modo sorprendente estaba seca, desabrochó las mangas de su camisa, metió la mano en el cinto, sacó un arma automática de cañón reluciente que buscó colocar en la mesita de la esquina junto al perchero. Lorena se quedo muda, petrificada. Pensó en ponerse de pie y escabullirse en silencio antes de que aquel hombre se diera vuelta y caminase hasta la fogata, pero al ver el arma que sacaba de su cinto desistió de la idea. No lo conocía. No sabía cómo podría reaccionar al ser sorprendido con una pistola en mano, así que se mantuvo sentada frente a la hoguera, de cuclillas  sobre la cálida alfombra. “Habla - le ordenaba su vocecita interna- no te das cuenta que se va a desnudar allí mismo”. Bruno aún de espalda, ignorante de su presencia se estaba despojando de la hebilla de su correa y probablemente querría deshacerse de sus pesados pantalones jeans.

Lorena carraspeó, para llamar la atención, logrando que girará tranquilamente dándole la mirada más punzo penetrante que antes  haya sentido. Sus pupilas brillaban de cansancio e instantáneamente alejo las manos del broche del pantalón.

-   Buenas noches señor Bruno,  me alegro que este de regreso. La

tempestad ha sido muy fuerte. Imagino lo exhausto que debe estar- titubeo- Doña Verónica preparó un chocolate caliente, iré a traerle un poco para que entre en calor.

¿calor? ¿calor? –Se decía Bruno al verla marcharse hasta la cocina- Calor tengo cuando éstas tan cerca… ¿qué hace está mujer despierta a estas horas de la noche? ¿Es que acaso no se cansa?- no pudo evitar contemplarla al marchar, en ese momento un deseo lujurioso le invadió la mente: deseó que las batas de dormir de su nana fueran traslucidas y de ruedo no tan largo. Parpadeó y zarandeó su cabeza. Le habría encantado irse a la cama con una mágica visión. No es nada obesa – pensó mientras se desabrochó un par de botones de la camisa que hicieron visibles  una capa de vellos en su pecho varonil para así poder sentir el calor que irradiaba las lenguas de la hoguera, su sombra deforme y gigantesca bailoteaba en la pared del fondo, luego la de Lorena y la taza de chocolate caliente. Quiso ser cortes y ofreció subir a su habitación para buscar una toalla para él. Pero éste se negó. Lorena expresó lo agradecida que estaba por haberle abierto las puertas de su casa. Sonreía evadiendo la masculinidad de sus brazos. ¡Dios, que no me ruborice, por favor!- Suplicó en su mente, al recordar que un hombre como él podría despertar en ella el impertinente rubor que tanto detestaba. Recibió la taza de chocolate sin dejar de escudriñarla, su semblante exhibía restos de amargura que no resultaba fácil de descifrar. Sus dedos fríos rozaron los de ella, aún así pudo sentir su calor mientras una leve sacudida eléctrica los distanció. Sonrieron excusándose con las miradas, como si fuera evidente lo sentido por ambos. Lorena cruzó sus brazos sentándose de nuevo frente al fuego.  Bebió el chocolate caliente sin despegar la mirada de ella. Luego parpadeó y dejó la taza sobre la mesa de roble murmurando unas gracias que parecía no querer pronunciar. ¿Está siendo amable o agradecida?- pensó-luego se sentó  a un lado con las piernas abiertas recubiertas por su jeans, sus rodillas cúspide de un par de pirámides recibían sus brazos. Abrochó de nuevo uno de los botones al darse cuenta de las miradas evasivas de su huésped- fue una noche muy ardua.  Me caería bien un poco de compañía- Murmuró.

Tímida, como nunca lo había sido, balanceó su cuerpo hasta sentarse en posición de meditación. El resplandor de las llamas daban tonos nacarados sobrios a su rostro y la comisura de sus labios tiritaban- Bruno, los consideró hermosos, muy hermosos y tentadores, así que se reacomodo, mirando la hoguera. Estaba exhausto, había tenido que luchar con un rebaño de ovejas, vacas y caballos bajo una implacable tormenta, sacar agua de los molinos de café y colocar sacos de tierra a orillas del rió, pero al estar allí junto a la completa desconocida su cuerpo se revitalizaba y algo en el interior de su alma comenzaba a vibrar. Pudo percatarse de los dedos inquietos sobre sus muslos recubiertos por la ancha bata.

-   Espero que estés cómoda. Mi nana te ha indicado una

habitación, me imagino.

-   Sí, claro. Gracias. Es muy amable.

-   Es probable que te haya dado la mía- expresó con seriedad

mientras evaluaba sus facciones. Pudo  ver como Lorena abrió su boca queriendo pronunciar palabras que no terminaban de salir. Finalmente sonrió burlesca- Caray, no quiero incomodarle de tal forma, podría entonces quedarme aquí. Estaré bien frente a la chimenea.

-   No me incomodarías en lo absoluto, mi cama es una King size,

como podrás imaginar es bastante espaciosa - espetó- Tranquila- expresó segundos después-Estaba bromeando, probablemente te asignó la de mi hermana, si buscas bien podrás hallar algo de cosméticos u otros artículos de mujeres que te puedan servir

-   ¡Qué buen humor, señor  Bruno!, eh gracias, su nana me

comentó algo de su hermana- suspiró- es usted todo un caballero, eso se puede sentir.

“¿Caballero? ¿yo? ¿y qué querrá decir con eso? ¡ni piense que los caballeros no tenemos sueños mojados!”- Como todo un caballero le ofrezco la comodidad de mi amplia cama, señorita- sugirió sin quitarle la mirada de encima.

-   No comprendo cómo un hombre como usted vive con tanto

espacio vacío- comentó sarcástica-  de todos modos agradezco su ofrecimiento.  Por los momentos estoy bastante bien en la habitación de su hermana, ahora con su permiso creo que es mejor que vaya a descansar un poco.

Bostezó con un fingido cansancio que le habría podido otorgar un premio Oscar en actuación,

-   Señorita Lorena, tengo una camisas que creó puedan quedarle,

si desea se las subiré más tarde.

Por supuesto, lo rechazó con una sutileza única.

Ese hombre era demasiado insinuante. A Lorena se le sacudían todas las terminaciones nerviosas y no comprendía como las controlaba tan bien. Aún en la habitación, lejos de él,  podía sentir esos ojos de águila, ojos que aún no distinguía si eran café o negros, pero lo que sí percibía era esa energía extraña que le erizaba la piel entera.

“¡Basta, Lorena!” - Le dijo su yo interno- “ ¡deja esa estupidez! Pareces una colegiala derritiéndote por un completo desconocido. ¿Es que no puedes tener un  corazón inteligente? Ese hombre, querrá cobrar lo que hizo por ti. ¡Eso es!  ¿No te das cuenta qué quiso meterte en su cama? Seguro, estaba probando tu grado de facilidad”. ¿Pero quién te entiende subconsciente? Pensé que eso era lo que querías…- Parpadeó mientras sacudía su cabellera en busca de claridad para sus ideas. Trataba de discernir entre sus dos teorías del bien y del mal inscritas en la piel seductora de ese hombre. Oprimió el seguro interno de la perilla de la puerta, se dio vuelta y de brazos cruzados contemplaba la acogedora habitación, buscaba detalles que corroboraran que la habitación fuera de la mencionada hermana de Bruno Linker, la diseñadora de modas que vivía en Paris, pero con excepción de la colcha rosada y las lámparas de terciopelo fucsia no había nada más que asociará ser de su propiedad.  Pensativa se encamino hasta sumergirse en el cobertor de lana y la colcha rosada.

Dio vueltas en la cama como un bebé grande. Las lámparas sobre las mesas de noche a cada lado de la cama iluminaban una parte de la habitación amenazada por la penumbra. Lorena Blasco Veragua: la estudiante y empresaria no dejaba de preocuparse por los asuntos pendientes, la mueblería y la tintorería encabezaban la lista mientras la universidad ni le quitaba el sueño.  Se cubría por completo cerrando los ojos, luego se deshacía del cobertor como si le estorbará y abría sus grandes ojos almendrados desprovistos de sus lentes. Molesta apagó ambas lámparas.

 Desde la oscuridad de la habitación sólo se distinguía la luz que se filtraba bajo el marco de la puerta. Tras ella un pasillo que creyó desolado hasta que el retumbar de unas pisadas la hizo sentarse en la cama. Exaltada cubrió su boca con el cobertor para evitar ser escuchada. Sudó frío. Los pasos se acercaban. Podía oírlos. Sentirlos. Pesados y firmes pasos que asoció al recuerdo de la llegada de Bruno Linker al rancho. ¿Por qué estaba preocupada? Quizás está buscando alguna cosa en el piso de arriba. Ese hombre no tiene cara de pervertido. Los pervertidos se distinguen. Son fáciles de reconocer- Pensaba mientras admitía sus incongruencias. Recordó a su amiga diciéndole: “Sí, claro,  chirulí, cara vemos y de corazones no sabemos”. Petrificada. Esperaba. Sus ojos se clavaron en el umbral de la puerta. Los pasos tras el madero se detuvieron. Su corazón agitado también. Se reacomodó entre el cobertor mientras buscaba alguna otra salida escudriñando entre la penumbra. Esperó. Una sombra ofuscó la luz filtrada. Sólo pensó: “es él”…  quiso hablar. Un nudo en la garganta la estaba ahogando. ¿y si es un pervertido? ¡Dios!- Trato de sacudirse esa idea absurda de la cabeza- insinuó desear llevarme a su cama, y si… ¡no! , no parece de ese tipo de hombres. Un hombre con ese atractivo no necesita recurrir a tal bajeza, además ella no era modelo, ni tenía la mínima semejanza a un símbolo sexi que incitará a romper los límites. Por el contrario se consideraba zonza a pesar de que media facultad le brindará admiración y respeto. No era mujer de crear pasiones ni de revolver  ríos ¿entonces? “Debo calmarme…”

Los pasos se habían detenido y la luz de la hendidura de la puerta se había ofuscado. El silencio sepulcral carcomía sus entrañas. De repente escuchó de nuevo los pasos en retirada, pero una parte de la luz continuaba ensombrecida. Vaciló. Se dijo así misma que no pasaba nada anormal. Era él. El hombre que la desestabilizaba, pero que ahora se había marchado. ¡Vaya menudo susto que le impedía irse de nuevo  a la cama!, no tenía reloj y quiso saber la hora. Parecía una eternidad. Pensó en abrir la puerta y ver quien estaba todavía, de pie, a un costado del marco. ¿Valentía o idiotez? No pudo definirlo pero se bajó de la cama. Se calzó. Y cómo quien camina al patíbulo se acercó a la entrada, giró la perilla y de un tirón abrió de par a par la puerta arrojando al piso el gancho que de la parte externa colgaba una camisa de algodón a cuadros rojos con negros y de mangas largas.

 

Ada
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