Capítulo XII

MARK se alegró mucho de recibir la visita de Marggie y de sus amigos, a los cuales hizo pasar a la barraca que le servía de oficina y también de habitación.

—Podemos hablar aquí mientras descansan. Y luego refrescaremos el gaznate, en la cantina… ¿De qué se trata?

El joven fue puesto al corriente de lo que sucedía.

Y respondió tras haber escuchado atentamente:

—Por fortuna, mis movimientos están controlados. Hasta un día, en que llegamos cuando terminaba de producirse un atraco en un Banco. Iba acompañado por un administrador de la compañía y dos empleados más.

—Personas respetables, que pueden deshacer todo intento de maniobra seria en contra tuya.

—Por completo. Además, mi tiempo aquí está controlado, incluso por las noches. Estudio y trabajo hasta tarde. Hasta los vigilantes conocen mi vida, no porque se lo propongan, sino porque de vez en cuando salgo a charlar y a fumarme un cigarrillo con alguno de ellos.

—Nosotros no hemos dudado un momento de ti —se apresuró a decir Marggie.

—Estoy seguro de ello. Me complace que hayáis venido a avisarme, porque así se evita toda posible sorpresa…

—Es lo que yo he pensado —dijo Strong.

—Y estudiaremos la forma de destrozar esa sucia maniobra —señaló Mark.

—Cuente con nosotros —apuntó Mel Brooks, uno de los más decididos partidarios del ferrocarril, y cuya fe en Adams era ciega.

—Sí, sé que puedo contar con ustedes. Y los emplearé en el momento necesario para satisfacción de todos.

Keller dijo, por su parte:

—Después de esta entrevista, sabiendo lo que sabemos ahora, que puede justificar todos sus movimientos, todas sus horas, tenemos una gran fuerza moral. Y hablaré claro y fuerte, tan pronto regrese a Constant…

Strong señaló también:

—Ahora no vacilaremos en acusar nosotros a los difamadores, haciendo notar cuáles son sus auténticos propósitos…

—Magnífico, amigos. Y ahora vamos a remojar el gaznate. ¿Vienes, Marggie? ¿O prefieres descansar en mi habitación?

—Voy con vosotros. No estoy nada cansada y, además, me siento muy a gusto entre tan buenos amigos.

—¿Qué dice tu madre?

—Ella trabaja, confía… Espera mucho de los jóvenes. Y pienso que es joven, a pesar de sus años, precisamente por eso, porque confía en los jóvenes…

—Tu madre es joven, abierta, al progreso… Tienes una madre extraordinaria, Marggie. Y la hija no se queda atrás.

—Adulador…

—Nada de adulador. Serás una estupenda esposa…

—El hombre que se case con ella tendrá una gran suerte —dijo Strong— Uno siente que se le ha pasado ya la edad.

Adams sonrió, a la vez que decía:

—A mí no se me ha pasado la edad. Y si Marggie quiere, con la inauguración del ferrocarril, habrá boda.

—¿Y por qué no antes? —preguntó Brooks—. Así podríamos ir a la inauguración y posiblemente al bautizo del primer vástago…

—El ferrocarril estará mucho antes, En fin, ya que han venido hasta aquí, verán los planos y maquetas, y luego echaremos un vistazo a las obras. Verán que todo marcha de acuerdo, y con más rapidez de la prevista…

—Nos sentiremos encantados; Hay que contar con que aquí están; metidos nuestros ahorros… —dijo jovialmente Keller.

* * *

Cuando, días más tarde, fue Adams a Constant, la campaña de insidias había remitido bastante gracias a la fructuosa, labor de Marggie, Strong y demás amigos del joven.

Marggie había logrado organizar una expedición entre gente de Constant y sus alrededores, para que viesen cómo progresaban las obras del ferrocarril.

Y también para que estuvieran, en contacto con el personal que colaboraba con Adams en la construcción del tendido, y pudieran darse cuenta, de que el joven no podía ser el jefe de los atracadores.

La visita, además de disipar las Sospechas que habían suscitado las insidias provocadas por Nelson, sirvió para que algunos que se habían mantenido indecisos, invirtieran sus ahorros en el ferrocarril.

Aquello, por lo masivo que resultó, aunque eran pequeños ahorradores, provocó una fuerte rabieta en el banquero Astor, quien, apenas obtenido el informe de lo que sucedía, recibió la visita, de su hija.

—Confío en que me traigas alguna buena noticia. Porque estoy que muerdo —dijo el banquero.

—¿Qué sucede?

—Según diría Marggie Hoower, continúan arrancándome plumas…

—Marggie Hoower es muy graciosa. Que cuide no le dé un día un escarmiento —dijo la rubia, de mal humor—. ¿Qué significa eso de las plumas?

—Los pequeños ahorradores… Han retirado, de forma casi masiva, su dinero. Menos mal que no era mucho; pero habrá ido a reforzar la posición del enemigo.

—¿Lo puedes soportar?

—Por ahora sí. Tus ochenta mil dólares salvaron la situación. Una lástima que hubiera de deshacerme antes de aquellos valores mineros de que te hablé.

—Ya los recobrarás y reforzarás tu posición. ¿Te ha devuelto Harry algo de los cuarenta mil que se llevó?

—Ni un centavo. Las cosas le van bastante peor de lo que él podía imaginar.

—Menos mal que no le soltaste aquellos otros diez mil que te pedía.

—¡Naturalmente que no! Tu posición de abstenerte me gustó. Y me dejó vía libre para hacer lo que debía.

Suspiró el usurero, que añadió:

—Sin embargo, nuestros beneficios irán quedando cada vez más limitados.

—No te preocupes, si tu preocupación es por mí…

—Tengo que preocuparme. Porque pienso que Nelson no puede ser ya una solución…

—¿Por qué piensas eso?

—No se recobrará jamás. Esa cooperativa del transporte ideada por Mark, hasta tanto llegue el ferrocarril, le ha hecho un gran daño, cuando no estaba preparado para contrarrestarlo…

—Siempre Mark. Es una auténtica pesadilla.

—Sí… Harry se empeñó en luchar contra él, y él lo destrozará. Harry le odiaba por ti, porque estaba enamorado de ti…

La rubia señaló un encogimiento de hombros y dijo:

—Hablando de Mark. ¿Sabes que está en Constant?

—Ni idea. ¿Cuándo ha llegado?

—Parece que llegó anoche. Hace dos días iniciaron la perforación del túnel por la otra parte. A principios de la próxima semana comenzarán por esta otra. Y se encontrarán a un tercio de aquí…

—Un túnel… Eso significa…

—Significa que no necesitan para nada la granja que fue de Strong. No ha sido un mal negocio, porque eso siempre es dinero. Pero si tuviésemos lo que se pagó por ella, resultaría más beneficioso…

—Un túnel… —repitió Astor, padre—. Debí haberlo imaginado cuando rechazó nuestro concurso con aquella serenidad…

—Mark es muy atrevido. Tiene concepciones muy claras de las cosas…

Seguidamente prosiguió Helen:

—Por otra parte, Marggie Hoower ha sabido trabajar. Ha disipado toda sospecha contra Mark, y toda la campaña de insidias se ha venido abajo.

—¡Eso estaba claro! Fue idea de ese inútil de Harry.

—Recuerda, padre, que la idea fue tuya. Harry la tomó servilmente, y la lanzó, simplemente, por agradarnos.

—¡Y porque odia a Mark!

—Exactamente. Tanto o más que nosotros…

—¿Así, pues, la culpa del fracaso es mía? —preguntó el banquero, fastidiado.

—¿Qué más da? Es de los tres. Empezando por mí al señalar la idea de que el jefe de los salteadores podía ser Mark…

—Cierto. Fue cuando Harry le encontró parecido…

—¿Crees que puedes necesitar más efectivo, padre?

—No lo sé. ¿Y si lo necesitara qué se podría hacer? No te queda nada por vender. Y vender una participación más de alguna empresa, sería nuestro desastre…

—De acuerdo… Una administración férrea y saldremos adelante. Comenzaré por casa en donde reduciré— los gastos…

—Si crees que eso puede solucionar algo… —dijo el banquero con amargura.

—¿Y qué otra cosa puedo hacer de momento? Eso me servirá de consuelo…

—¿Por qué no haces otro viaje a casa de los parientes de tu madre? El ambiente aquí está muy viciado. Si te largas te librarás de humillaciones…

—Has tenido una buena, idea, padre. Daré otra vuelta. Haré el gasto a costa de ellos, me distraeré… ¿Y quién sabe? Puedo encontrar un marido rico, que sea la solución definitiva. Entonces terminarán todas tus preocupaciones. Porque ese marido rico te podrá respaldar económicamente…

—Espero poder salvar la situación sin necesidad de que te sacrifiques… Nuestras propiedades en el valle quedarán revalorizadas también, una vez que entre el ferrocarril. Sin querer, Adams habrá trabajado para nosotros…

Helen señaló en su rostro un gesto de ironía.

—Cierto. No me había detenido a pensar en ello. Pero yo me quedo aquí en posición dominante, o nos largaremos, padre. No admitiré nunca que Marggie Hoower pueda ser más que yo. Y si se casa con Adams, se elevará demasiado.

* * *

Mientras tanto y cuando menos lo esperaba, Harry S. Nelson se vio sorprendido por la visita de Mark Adams en su casa de transportes.

Reaccionó Nelson tras su momentánea sorpresa, y dijo a su visitante:

—No me gusta verte en mi casa. Es mejor que te largues o tendré que echarte…

—No he venida a quedarme, ni a que me invites; en cuanto a echarme, te faltan agallas para ello.

—No provoques…

—Has sido tú quien ha provocado con tus calumnias y tus insidias

Harry, que había palidecido, reflejó miedo. Y dijo, tartamudeando:

—Yo…

—Estoy enterado. Antes de venir, me he informado bien… Aunque tú eres de los que tiran la piedra y esconden la mano…

—Te aseguro…

—Además, sé de donde salió la cosa. De la oficina de ese sucio buitre llamado William Astor. Y la despechada y bella Helen estaba presente. ¿Qué parte puso ella?

—No te metas con una señorita. No es digno de un hombre…

—No eres el más indicado para darme lecciones de qué es digno y qué no lo es. Por otra parte, no eres capaz de defenderla, así es que déjate de bravatas…

—Soy capaz de partirte el corazón…

—Tú no eres capaz de partir más que nueces, como las ardillas —dijo despectivamente Adams.

Harry enrojeció de ira, y dio la sensación de que iba a destrozar la mesa, de trabajo tras la cual se hallaba.

—Escúchame bien, Harry —prosiguió Adams, sin dejarse impresionar por la actitud del transportista—. Si vuelves a lanzar una insidia contra mí, si te entrometes de nuevo en algo mío, con la mala intención que te caracteriza, si algún amigo mío recibe daño de tu parte, despídete de la piel, porque te buscaré y te mataré. De cara, cosa que tú no eres capaz de afrontar solo una lucha con un hombre como yo.

—Lárgate, Mark, ya está bien. Estás abusando…

—Seguro que me largo. Y paso lo de esta vez porque no salió de ti, aunque creas otra cosa. Estás siendo un juguete en manos de seres ambiciosos, que te toman o te desprecian, según creen que les conviene. Aunque también se equivocan.

La frase causó impacto en el ánimo de Nelson, el cual había pensado en ello en más de una ocasión.

Sin embargo, la pasión que sentía por la rubia le hacía olvidar pronto, precisamente que era un juguete en manos de ella.

Y decidió mentalmente que se la ganaría a pulso, aunque tuviese que comprarla.

Porque los Astor estaban punto menos que hundidos. Y él estaba dispuesto a triunfar como fuese.

Compraría a Helen.

Sería su venganza. Y la satisfacción de sus más íntimos deseos.