CAPITULO 5

 

Hacía muchos años que el padre de Yarli no veía a George Halleck. Desde una semana antes de que Lorie, la hija de Halleck, anunciara a ¡su padre que iba a casarse con el hombre que ella quería.

Ni siquiera cuando nació Yarli hubo conciliación.

Elp, a medida que se acercaban al caserón, observaba a hurtadillas a padre e hija, temiendo que se violentaran.

Pero nunca vio dos rostros expresando mayor serenidad. Ni siquiera cuando el viejo George Halleck apareció en la terraza, se alteraron.

Desmontaron parsimoniosamente. Elp y el muchacho hicieron lo mismo.

Kid se hizo cargo de los caballos. En la terraza había unos cuantos sillones de mimbre.

—El sheriff me avisó que veníais... Habéis tardado bastante —éstas fueron las primeras palabras que sonaron en la terraza del caserón de “La Grandiosa”.

—Esta es mi hija —manifestó Bolgin.

—Lo sé... La he visto varias veces —confesó George Halleck.

—¿Cuándo me has visto? —preguntó Yarli, impávida.

—Concurriste en dos rodeos, como caballista...

—Eso hace año y medio...

—Hace unos seis meses fui a Gamnay, y estuve unos días. Bajaste al pueblo. Te vi y me marché...

—Haberme hablado... en vez de enviar a un extraño con unos potros —contestó Yarli.

Subió a la terraza, seguida de su padre y de Elp.

—Creo que debo llamarte abuelo, porque lo eres... Pero no te quiero... Tampoco creo que te odio... Tu problema y el de mis padres es cosa que yo no he creado.

—Eres sensata —reconoció el viejo Halleck. Y mirando a su yerno y a Elp—: Sentaros.

Lo hicieron. El viejo George Halleck se frotó las manos.

—¡Esto me gusta!

—¿Qué? —preguntó Yarli.

—Que aparezcáis sin gesticular, ni soltando zarandajas sentimentales...

—¿Y por qué teníamos que hacerlo? Venimos a hablar de lo que es mío, y que parece que está en peligro —contestó Yarli.

—¿El bosque?

—Exactamente. Ya hemos hablado con el señor Klar. El reconoce que se extralimitó... Su personal parece que confundió sus órdenes...

George Halleck contrajo el rostro, y se quedó mirando en la dirección en que quedaba el rancho de Klar.

—¡Las peores zarpas, las más ruines intenciones, están en ese Ronald Klar y en su gente!...

Iba a proseguir, pero la tos se lo impidió. De pronto se quedó mirando a Elp.

—Conozco a mi yerno y a mi nieta, pero no a ti. ¿Qué pito tocas en este asunto?

—Soy el que, en el bosque, manejó el látigo que Spease le cortó con un disparo...

El viejo saltó del asiento.

—¡Ya! ¡Los que se metieron sin que nadie los llamara!... ¡Y con la cara tapada!... ¿Sabes lo que piense de vuestra intervención?

—No me interesa. Yo me he presentado, como usted redía. Ahora atienda a su nieta...

—¿Sobre el bosque? ¡Yo traté de impedir que lo tocaran!

—Eso ya lo sabe ella —dijo Elp.

—¿De veras? —preguntó, mirando a Yarli—. Entonces, nada tienes que reprocharme. Ni tú tampoco —miraba a su yerno.

—Yo nunca le he reprochado nada —contestó el padre de Yarli.

—No valía la pena, ¿verdad?

—Eso usted lo sabrá.

Siguió un silencio. El viejo se levantó.

—Traeré algo de beber.

—Luego —dijo el yerno.

Muy cerca de la casa, había unos cuantos vaqueros. A algunos los vio Elp en el bosque, custodiando al viejo.

—Al señor Klar ya le he hecho saber los límites de mi propiedad —manifestó Yarli—. No son límites fáciles de rectificar. Todo bien concreto.

—Sí: un río, un lago, una cadena de montes... Tu abuela tenía predilección por los límites naturales.

—Tal vez porque conocía bien a los tramposos.

—Si va por mí, yo no he pensado nunca aprovecharme de ese terreno. Cuando tu madre salió de aquí, le di un mapa...

—No me refiero a ti. Siempre te ha sobrado tierra, Pero, ¿hablamos de tu hijo?

—¡No! —prorrumpió el viejo.

—Pues es necesario. Si hoy no estás dispuesto a hacerlo, será otro día —Yarli se levantó—: ¿Nos vamos?

Miraba a su padre y a Elp. Los dos se levantaron.

—Sí, vámonos —contestó Bolgin.

—¿No queréis tomar nada?

—Bien. Una copa de whisky —dijo Bolgin, después de consultar con la mirada a Elp.

—¡En seguida! —exclamó el viejo, muy contento,

Se metió en la casa. Al momento, salió con una botella y algunos vasos, que dejó sobre una mesita. Temblaba, emocionado.

—Si os ruego que paséis la noche aquí... me mandaréis al diablo —murmuró el viejo.

Elp se había hecho cargo de la botella, para evitar que el temblor del viejo se manifestara demasiado, al servir el whisky.

—Contesta tú, papá.

—Salí de casa para acompañarte. Eres tú quien debe decir si nos quedamos a pasar la noche aquí, o regresamos al hotel. Elp nos está observando. No olvido que me llamó déspota...

El viejo Halleck hizo un gesto de alegría.

—¿De veras? ¿Tú le dijiste a mi yerno que era un déspota?

—Sin él proponérselo, lo era. Yarli lo ha tenido demasiado en cuenta en sus decisiones —contestó Elp—. Claro que el señor Bolgin dista mucho de ser la clase de tirano que ha sido usted.

Contra lo que todos esperaban, George Halleck cogió un vaso y sin temblar, fue acercándolo a la boca.

—Sigue disparando —pidió.

—Ahora no es mi turno —dijo Elp.

Cogió un vaso y llamó a Kid. El muchacho seguía junto a los caballos.

—Bebe esto y lleva los caballos a la cuadra. Menos el mío...

—¡Si usted se va, nosotros también! — exclamó Yarli.

—Tienes influencia, ¿eh? —preguntó el viejo.

—La conozco más tiempo que usted — contestó Elp.

—¿Desde cuándo la conoces?

—Desde ayer.

George Halleck miró con gesto de incredulidad a su nieta y a su yerno.

—Es cierto —contestó Yarli.

—¿Y os fiáis de él?

—Es un hombre que conoció a tu hijo, abuelo.

El viejo entornó los ojos, mirando a Elp.

—¿Cómo lo conociste?

—Sin máscara...

—No entiendo.

—No quiere entender, señor Halleck.

—¡Habla! ¡Di lo que sepas de mi hijo!

—Todavía no es mi turno...

Salió el hombre acostumbrado a imponer su voluntad. Transfigurado, moviendo los brazos con violencia, gritó:

—¡Te exijo que hables!

—Si me arranco, oirá cosas muy graves...

—¡Yo lo aguanto todo!

—Está bien. Pido que su yerno esté presente. Su nieta, no —y mirando a Yarli—. Usted debía acompañar a Kid, para que los caballos queden en condiciones.

Los ojos grises de la muchacha miraban a Elp y al abuelo. Un brillo inusitado apareció en ellos.

—¡De acuerdo! —y emprendió el descenso de la escalera.

El viejo, el yerno y Elp pasaron al interior de la casa.

—¡No le tengo miedo a nadie!... ¡A nadie!...

—A la verdad le tiene pánico, señor Halleck —dijo Elp.

Se encontraban en el comedor.

—¿Qué vas a decirme? ¿Que mi hijo no era un hombre perfecto? ¡Lo sé demasiado!... ¡Pero era un bravo! ¡Murió batiéndose contra unos profesionales del revólver!...

—¿Dónde fue eso?

—¡En Sarfres!

—¿Seguro? —preguntó Elp, con ironía.

—¡Lo mataron en Sarfres! ¡Allí está su tumba!... ¡Fue un valiente!...

El padre de Yarli veía que Elp iba perdiendo el color.

—¡Viejo hipócrita! ¡Viejo farsante!... ¡Usted pagó una fuerte suma al sheriff de Sarfres para que hiciera constar que el muerto era su hijo! ¡Pero usted sabía que no era más que un pistolero que acompañara a su hijo en sus orgías y canalladas!...

—¡Cállate! ¡No tolero!...

—¡Va a aguantar mucho más! ¡Usted me ha pedido que le hable!... ¿A quién le ha dicho que su hijo fue linchado por intentar atropellar a la hija de un ranchero de Delwig?

—¡Eso no es cierto!...

—En Delwig figura una tumba con el nombre del pistolero que acompañaba a su hijo: But Tyrie... Con dinero, consiguió usted que no pusieran el nombre de Reg Halleck... Tengo pruebas de eso, Halleck. El sheriff es amigo mío... También conozco al sheriff de Sarfres. ¡Allí es donde cayó el pistolero But Tyrie, dos días después de que lincharan a su hijo!...

George Halleck, ahogándose, se dejó caer en un sillón.

—¡No es cierto!... ¡No es cierto!...

—¿No? ¿Y por qué acepta todos los pagarés que Ronald Klar le presenta, sin comprobar si la firma de su hijo es auténtica? Klar y su capataz Spease conocen el trueque de nombres, tan bien como yo. ¡A usted solamente le preocupa que brille el nombre de ese monstruo que usted contribuyó a que se formara, sometiéndolo, aquí, a toda clase de sometimientos! Reg salía de “La Grandiosa” con sed de hacer sentir su voluntad...

Tras un pesado silencio, el viejo prorrumpió:

—¡Fue una encerrona que prepararon a mi hijo! ¡Reg era incapaz de ofender a ninguna mujer!...

Elp se volvió de espaldas, mirando a través de un ventanal.

—No me da lástima... No la merece.

—¡No quiero que nadie me compadezca! —prorrumpió George Halleck.

Elp fue volviéndose.

—Su nieta ha venido a hacer constar los derechos que tiene sobre cierta área de esta hacienda. Yo vengo a decirle que le pida a Klar que abandone la tierra que ocupa.

George Halleck se levantó, en plan de lucha.

—¿Y por qué?

—Los pagarés y escritos que le presentó, son falsos.

—¿Y tú qué sabes?

—Usted escribió autorizando a su hijo a que vendiera parte de este rancho...

—¡Sí! ¡Al fin y al cabo, vendía lo que era suyo!

—En su escrito, señalaba muy bien la tierra que podía vender. Y por esos acres, su hijo recibió ocho mil dólares...

—¡Eso es una estafa!

—Era en momentos de juego. Reg estaba con sed de desquite. Llevaba mala noche...

—¡Fue un miserable quien dio ocho mil dólares por esas tierras!...

—Fui yo —dijo Elp—. Le di ocho mil dólares, y luego se los gané.

El asombro cortó a George Halleck. Durante unos momentos, estuvo mirando a Elp, luego a su yerno. Este permanecía inexpresivo.

—¡Y tienes el cinismo!...

—No termina ahí el asunto. Cuando perdió los ocho mil dólares, se los volví a entregar, por una carta que usted le escribió, diciéndole que no respondía por ninguna de sus deudas, que rebasara el valor de la tierra que había delimitado en el primer documento... Guardo los dos escritos. Si su hijo Reg hizo, después, otros gastos, es cosa que no me interesa. Lo que sí le aseguro es que Klar le ha presentado cuentas con firma falsa... Usted lo sabe. Pero le importa que el nombre de su hijo brille. Y yo le aseguro que lo he de hundir en el cieno, aunque el señor Bolgin no apruebe que se pisotee a los muertos.

El padre de Yarli habló:

—Para mí esto es muy penoso... No quisiera intervenir.

—¡Pues debe hacerlo, señor Bolgin!... ¡Ese rufián de Reg se atrevió a insultar a su hermana, después de muerta!...

El viejo iba a lanzarse sobre Elp, Este no se movió. Fue su yerno quien se interpuso, agarrando a George Halleck de los hombros.

—¡Es cierto!... ¡Y le obligué a que fuera de rodillas para que besara parte del suelo que mi esposa pudo haber pisado!...

Elp se encaminó a la puerta.

—No es todo lo que tengo que decirle, Halleck...

—¡No me dirás nada más! ¡Fuera de mi casa!...

—Le diré más cosas... Pero más adelante. Lo urgente, ahora, es que le haga saber a Klar que está en propiedad ajena. Si usted quiere saldar las cuentas que Klar le presenta, despréndase de otra tierra que no sea la que usted señaló en el documento que envió a su hijo.

Elp ya estaba en la puerta de la terraza, cuando el viejo preguntó:

—¿Desde cuándo sabias que Klar ocupaba esa parte de mi rancho?

—Desde el primer día que él puso los pies aquí.

—¡Hace dos meses! ¿Cómo has esperado tanto?

—Tengo mis motivos. Y mi táctica... En el pueblo espero sus noticias.

Saludó con un movimiento de cabeza a Bolgin, y salió.

Fuera de “La Grandiosa”, lo alcanzó Yarli. Venía al galope. El se detuvo.

La muchacha dio un brusco frenazo. Sus ojos relampagueaban.

—¡Para sus trampas nos ha utilizado!... ¡Usted es peor que mi tío Reg!...

—¿Para decirme esa tontería, ha salido del rancho?

—¡Y para escupirlo!

—¿A ver?

Ella iba acercándose, llevando el caballo al paso. Lo miraba como no comprendiendo que aquel hombre hubiese mostrado, de pronto, unas cartas tan sucias.

—¿Por qué nos engañó?

—Siga el ejemplo de su padre. El no se ha inmutado» y lo ha oído todo.

—¡Yo también! He entrado en la casa por la puerta de atrás, y he permanecido muy cerca de donde ustedes estaban. ¡Conque ha venido a desplazar a Klar para colocarse usted! ¡Y después maniobrará para hacerse con el bosque!...

—Nada de esta hacienda me interesa para mí. Yo tengo mi rancho, poco más o menos como el que tienen ustedes en Gamnay. Me sobra para vivir con desahogo. En cuanto al documento que da derecho a la ocupación del terreno donde Klar está construyendo una casa...

—¡Lo ganó jugando!

—Eso no tiene importancia. De no habérselo ganado en el juego, se lo hubiera quitado.

Yarli, por momentos, estaba más desconcertada por la actitud de Elp.

—¡Y lo reconoce!

—Es que es verdad. Yo sabía que a Reg lo estaban esperando en otro pueblo, para saquearlo. Y eso había que evitarlo porque... “alguien” ya tenía derechos a esas tierras.

—¿Quién?

—“Alguien”...

—¡Usted!

Elp sostuvo la penetrante mirada de Yarli. Y, sonriendo, contestó:

—No. Y puede estar segura de que no le miento.

Tras un silencio, ella preguntó:

—¿Por qué no se queda en el rancho hasta mañana?

—Porque será mejor para ustedes que yo no esté presente. A su abuelo le he dejado bastante combustible para que la disconformidad que siente por todo lo que le ha estado ocurriendo la queme, dedicándomela a mí... Con ustedes, habrá una especie de tregua. Aprovéchenla.

—Yo no necesito sacrificar a nadie para entenderme con el abuelo. Si él y yo no conseguimos llegar a una conciliación, lo sentiré, pero no perderé el sueño por ello. ¡Quédese, Elp!...

—En el pueblo, tengo a mis muchachos. Hemos de acordar un plan de acción. Creo que los acontecimientos se van a precipitar... Vuelva a la casa.

Yarli obedeció. Momentos después, Elp emprendía el galope, buscando los atajos que más rápidamente podían llevarle al pueblo...

 

* * *

Cuando Elp se sentó en el comedor de la posada, para cenar, ya había hablado con Baird.

Le dijo a su amigo que se avecinaba el temporal.

—Te seguiremos —contestó Baird.

—Sin demostrar que sois mis amigos.

—Mientras no haya otro remedio.

—Exacto.

Terminando de cenar, un individuo entró y  dijo a Elp:

—En el "Pradera” quieren hablar con usted... No tema. Es en plan amistoso.

—Eso me tranquiliza —contestó Elp, humorístico—. Siendo en plan amistoso...

Sacó los revólveres, y comprobó que tenían la munición completa.

—Iré, tan pronto termine —dijo Elp.

El individuo se marchó. En la mesa próxima a la de Elp, estaban Baird y otro compañero. Los dos habían oído el diálogo.

Apenas salir Elp, se levantaron para avisar a los amigos.

Cuando el joven empujaba los batientes del “Pradera”, el propietario dijo:

—Aquí está, sheriff.

El de la estrella, con un codo apoyado en el mostrador, se volvió a mirar al que entraba.

—Hola... El caso es que durante el almuerzo he podido preguntarle lo de los telegramas. Pero no se me ocurrió. Estaba muy impresionado por la sencillez del señor Bolgin y la belleza de su hija...

—¿Y qué quiere saber de los telegramas? —inquirió Elp.

Braun, el individuo de los brazos velludos, los arrancó del marco del espejo y los puso sobre el mostrador.

—Me telegrafió mi colega en Gamnay para que averiguara a quién iban dirigidos unos telegramas —empezó el sheriff.

—Son éstos —se apresuró a manifestar el propietario del “Pradera”—. Yo le he dicho lo que sé: que los recibía y los colocaba en el espejo, esperando que alguien los reclamara.

—¿Eso es cierto? —preguntó el sheriff.

Elp veía por el espejo a Spease, sentado a una mesa situada al fondo. Les estaba mirando, con gran ansiedad.

—Yo aquí soy forastero, sheriff. Usted conoce mejor que yo a este hombre.

Había muy pocos clientes. El silencio era absoluto y Spease pudo oírlo todo.

—Bien. Daré carpetazo al asunto...

—Yo, de usted, pondría los telegramas en la misma carpeta donde guarda el ataque al bosque de la señorita Bolgin —sugirió Elp.

—Pues eso haré.

Elp se dirigió a la mesa de Spease. Este, a medida que lo veía más cerca, iba cambiando de expresión rápidamente.

Tan pronto aparecía la confusión, como el más inflexible odio. Y también asomó el miedo.

—Supongo que tú eres quien me ha enviado recado, para que hablemos "amistosamente” —dijo Elp.

—Sí. Yo soy —y no dejaba de mirarlo.

Elp colocó una silla junto a la de Spease, para quedar de espaldas a la pared.

—¿No te importará sentarte a ese lado? Así podrás verme... Y yo podré saber quiénes están en la sala.

—Esta entrevista va a ser amistosa...

—Dentro de lo que cabe... “amistosa" —comentó Elp.

Spease cambió de sitio. Ahora quedaba de lado al mostrador.

—¿Quién eres? —preguntó, muy bajo.

—El que tú piensas —contestó Elp.

—¡“Tiznajo”! ¿Eso te dice algo?

—Mucho. Me recuerda a un chiquillo amargado... A ti debe también recordarte algo. Unas carreras en las que fuiste vencido por un crío... Y a un testigo de los trapicheos que hacías con el ganado de tu patrón.

—¡Era ganado de mala procedencia! Quien roba a un ladrón...

—No creo que me hayas llamado para justificarte. Todo aquello quedó saldado en su parte más urgente. "Tiznajo” tenía deseos de vengarse... Y te esperó una noche. Te enlazó, y fuiste a rastras unas yardas. ¿Cuántas fueron, Spease? Dijiste a Denson que fueron diez... ¿Tan pocas?

El capataz de Ronald Klar palideció. Hizo esfuerzos por sonreír.

—Saldaste tu cuenta... ¿Por qué no lo olvidamos? Hay otros asuntos, ahora. El otro día, en el bosque... He hecho averiguaciones. Y cuando hoy te he oído... La misma voz del que me azotó...

—Y del que te desarmó, Spease. Ya antes alardeabas de ser uno de los mejores tiradores. De chiquillo, yo sabía montar a caballo mejor que tú, pero estaba muy lejos de ser un buen tirador. Eso es lo que tengo que agradecerte. Mi deseo por superarte en todos los terrenos, puso en mí el ansia de llegar a disparar mucho mejor que tú... Ahora tratemos lo que te ha inducido a llamarme.

Iba entrando gente, que se situaba en las mesas, o en el mostrador.

—Este atardecer, después que estuvisteis en el rancho...

—¿En cuál?

—En el de Klar...

—¿Es de él?

Spease miró para otro sitio.

—Eso creía yo hasta esta tarde. El viejo Halleck le ha enviado una carta para que se prepare a presentar ante un juez y un notario los documentos que tiene para acreditar sus derechos al terreno que ocupa.

—El viejo mulo ha sido rápido en reaccionar —comentó jocosamente Elp.

—¿Se lo has aconsejado tú al viejo Halleck?

—Yo me he limitado a anunciarle que el que tiene derechos sobre esa tierra es otra persona.

—¿Tú? —y los labios gruesos de Spease esbozaron una sonrisa.

—No. Ni tampoco Yarli... El terreno que ocupa tu patrón es la parte que le correspondió a Reg, por herencia materna. ¿Cómo ha tomado la cosa tu patrón?

—Se ha puesto a reír... Pero yo sé que está muy preocupado.

—Porque sabe que los documentos que posee son falsos. Siempre lo ha sabido. Y tú también, Spease...

—¡Yo, no!...

—¿Quién acompañaba a Reg en las últimas semanas de su vida?

—¡Yo qué sé!...

—El pistolero But Tyrie... Era amigo vuestro. Y se puso al servicio de Reg porque tu patrón se lo encargó. En Delwig le preparasteis una encerrona, valiéndoos de la hija de un ranchero. Y allí lo lincharon... Dos días después, en Sastres, acorralasteis a But Tyrie, quien se negaba a entregar los papeles que llevaba Reg. ¿Voy mal?

En vano, Spease trataba de hacerse el desentendido. Había momentos en que la sorpresa y el miedo asomaban en sus ojos.

—¡Nada sé!...

Elp movió los hombros.

—Me da lo mismo que lo niegues... Aquí lo que importa es que But Tyrie, sin saberlo, se vengó de tu patrón. Todos los papeles que llevaba Reg acreditándolo como propietario de una vasta zona de “La Grandiosa” eran falsos. Mandó imitar la letra de su padre, para seguir dando timos. Todo falso, Spease... Y Klar se ha valido de conocer el secreto de las dos tumbas. El fue quien mandó que, en Sarfres, fuera enterrado el pistolero con el nombre de Reg Halleck. Y el linchado en Delwing, figura como But Tyrie...

Tras un silencio, Spease confesó:

—Yo no intervine en eso... Pero sospeché pronto la maniobra, al ver la facilidad con que el viejo Halleck se sometía a las imposiciones de mi patrón. ¡Estoy harto de él! ¡Esta tarde me “abandonó”, una vez más!

—¿Te abandonó esta tarde?

—Cuando tú apareciste con los Bolgin. Negó haber dado la orden de sacar madera del bosque. ¡Y fue él quien me dijo que había que procurar que el viejo perdiera la cabeza!...

Quedaron callados unos instantes.

—Entre traidores va el juego, Spease. En Gamnay tú mandaste matar a Denson...

—¡Denson me hubiera matado a mí, de tener valor para ello! ¡Quería ganarse al patrón, revelándole “cosas” que hemos hecho los dos!... Yo le gané la mano. Hice que el patrón lo sorprendiera dejando “escapar” unas reses. Luego le procuré la fuga... Y le dije que esperara en sitio seguro, para hacerle una jugada a Klar...

—He de reconocer que no esperaba que te rindieras tan fácilmente.

—No me he rendido todavía. Reconozco mis jugadas porque sé que las sabes. Denson te habló de mis proyectos de comprar el bosque.

—Sí. ¿Para qué lo querías?

—Para empujar al patrón a que siguiera cortando árboles. Luego se los hubiera hecho pagar a buen precio... Ahora se puede hacer una mejor jugada, si llegamos a un acuerdo.

—¿Tú y yo? Eso es imposible.

—Porque me crees vencido. Mira las mesas.

Estaban ocupadas por vaqueros. A muchos los reconoció Elp como de la pandilla de Klar.

—Me obedecen a mí y no al patrón. Todos están resentidos por lo que el patrón ha dicho esta tarde. No estoy vencido, “Tiznajo”. Una señal mía bastará para que mis hombres simulen una pelea, salgan a relucir las armas...

—...Y una bala perdida termine conmigo —completó Elp.

—Eso mismo.

Quedaron mirándose, los dos serios. El rostro de Elp fue cambiando de expresión. Pasó primero a un gesto risueño. De pronto, a la más descarada burla.

—¿Ves tiznajos en mi cara, Spease? Y mira mis manos. ¿Son las de un niño?... Hace tiempo que pude matarte, Spease. Y a tu patrón... Pero el buen caballista sabe que no es atosigando a su montura como llega primero a la meta. Hay que estudiar a los competidores. Saber su fuerza. Tú has venido a verme porque sabes que poseo una prueba contra ti...

—¡Ninguna!

—La carta que mandaste a Denson para que gestionara la compra del bosque.

—¿Y qué? Diré que quería darle una sorpresa al patrón.

—¿Le has enseñado el telegrama que llegó esta mañana?

Spease mantenía las manos sobre la mesa. Fue cerrándolas.

—Podíamos hacer un gran negocio —dijo Spease—. Nos conviene a los dos llegar a un acuerdo. El patrón tiene ganado caballar y vacuno en el rancho...

—No soy cuatrero.

—No iba a proponerte robarlo. Legalmente, como dueño de la tierra...

—Yo no soy el dueño.

Siguió un silencio.

—¿Quieres la guerra?

—Si no te matan otros, Spease, te arrastraré otras cincuenta yardas...

—Mis hombres están esperando la señal...

—También los míos, Spease. Tengo muchos en la sala,

Spease miró en todas direcciones. Los que no eran sus compinches parecían clientes aburridos.

—No los conocerás —dijo Elp—. Sin embargo, los míos sí conocen a algunos de los tuyos. Los vieron en el bosque...

Spease pensó en los enmascarados.

—¡Fue una cobardía presentarse con el rostro cubierto! —rezongó.

—¿Verdad, "valiente”? Haz la señal —y Elp se cruzó de brazos, mirando al techo.

Spease seguía observando las mesas y el mostrador

—Es un farol. Aquí no tienes a nadie. En todo caso, a muy pocos.

Elp, siguiendo con los brazos cruzados y mirando al techo, contestó:

—Esa es la tentación que te ofrezco, Spease. ¿Los míos son pocos? Haz la señal y que se arme la gresca...

Siguió un silencio. En los ojos de Spease se veía el deseo de dar orden a su gente para que desenfundara. Pero en seguida aparecía el miedo.

—Eres un cobarde, Spease —dijo Elp—. Siempre había deseado un momento como éste. Yo no te sujeto, ni te apunto con un arma. Los dos estamos sentados a la misma mesa... Parece una conversación amistosa... Y te digo: Eres lo más bajo, lo más ruin que pisa la tierra. Y lo más cobarde.

Spease estaba congestionado. Sus subordinados lo miraban, desconcertados por su pasividad.

—Te estoy arrastrando, como hace años —dijo Elp—. Pero entonces sólo nos vieron las estrellas. Ahora te están mirando tus compinches. ¡Salta, Spease! ¡Prueba a ver si tengo más revólveres que tú!...

Elp parecía enervado por el peligro del momento. El otro, cada vez más asustado...

—Si nos combatiéramos, solamente Klar sacaría provecho—dijo Spease—. Si yo saliera de aquí, sin dar la señal...

—Te dejaría marchar.

—¡Yo lo tengo todo preparado para dar un buen golpe a la economía de Klar!... Ha gastado todo su dinero comprando ganado y trayéndolo aquí. Todavía hay algunas manadas en camino, pero los conductores están de mi parte. ¿Me darás tiempo para que maniobre, y el ganado se pierda por donde Klar nunca podrá encontrarlo?

—¿No temes que tu patrón te denuncie como abigeo?

—¡Ojalá lo haga!... ¡Tengo demasiadas pruebas contra él!...

Después de una pausa, preguntó Elp:

—Te doy tres días de ventaja.

—¡Acepto!

Y se quedó mirando a Elp. Este sonreía.

—Te doy palabra de que en tres días no saldré de la comarca.

—Tampoco ninguno de tus hombres...

—Tampoco.

Spease se levantó.

—Tres días... a contar desde...

—...Desde medianoche. Así que, debes darte prisa —contestó Elp, todavía con los brazos cruzados.

Spease echó a andar. Varios compinches iban levantándose, para seguirle.

Los compañeros de Elp permanecían como distraídos. En unos instantes, el local quedó medio vacío.

En la calle se oyeron caballos alejándose al galope.

A una seña de Elp, Baird se acercó a la mesa y se sentó:

—Parece que tenga prisa —dijo Baird.

—Tiene mucho que hacer... y el reloj va mordiendo tiempo.

Faltaban dos horas para la medianoche.