CAPITULO III

 

Cuando Erik Keil lo vio salir de la posada vistiendo chaqueta de faldón largo, calzando botines y llevando chalina, la imagen de Ald Henson quedó encuadrada en la memoria, con trazos vigorosos.

—¿Cómo no lo he reconocido antes? —se preguntó, irritado.

Desde una ventana del piso superior de su saloon lo observaba. Aliara pensaba que si en vez de verlo a caballo, lo hubiera visto caminar, sin duda lo hubiera reconocido.

En la forma de andar de Ald había algo inconfundible. Su apostura, la forma de mantener la cabeza cuando miraba algo que estuviese a cierta distancia, le eran bien conocidas.

Erik Keil observaba desde la ventana que pertenecía a la habitación donde solían hacerse partidas de poker entre gente distinguida y donde Keil acostumbraba a conferenciar con sus subordinados.

A esa habitación se podía llegar utilizando una puerta trasera. Se podía alcanzar ese departamento sin ser visto por extraños.

Al poco de haber entrado Ald en la peluquería, Keil ya estaba conferenciando con dos individuos que también vestían de chaqueta.

—¿Habéis reconocido al que acompañaba al viejo cazador? —les preguntó.

Los dos pistoleros movieron la cabeza, negando.

—¡Es Ald Henson! —reveló.

Pero el nombre no decía nada a ambos pistoleros. Erik Keil hizo un gesto de burla.

—Me olvidaba que vosotros no habéis salido de las zonas vaqueras. Ald Henson y yo nos conocimos en el Mississipi... ¡Ese individuo nunca pierde el tiempo! ¿A qué ha venido disfrazado de cazador? Algo busca aquí. Y si estabais en las afueras cuando llegaron, habréis oído que él y el viejo Hans terminaron con Abelson y Tancer...

Se refería a los dos individuos que abatió Ald,  después que uno de ellos hiriera a Hans.

—¡Por culpa del cazador y de Ald ha llegado la caravana! ¡Había mucho dinero a ganar consiguiendo que fuera extraviada por algún tiempo!

Erik Keil se paseaba por la habitación, por momentos más irritado.

—Mala suerte la de Abelson y Tancer —dijo un pistolero—.. Cuando nos dijeron que iban a incorporarse a una caravana iban muy contentos.

—Sí. Pensaban que sería divertido alternar durante algún tiempo con gente del Este que venía dispuesta a creer todos los prodigios que se les contara de estas tierras —comentó el otro pistolero. Y mirando a Keil—: De extraviar la caravana, ¿qué beneficios se hubieran podido sacar?

—Esa gente viene bajo la responsabilidad de Willard Coran. Se le hubiera hecho llegar un mensaje anunciándole que la caravana no llegaría a su destino si no pagaba un tributo —explicó Keil, sin dejar de pasearse—. Vosotros hubierais hecho de intermediarios.

—¿Y si el señor Doran se hubiera negado? —preguntó el primer pistolero—. Quiero decir que, en vez de pagar el tributo, quizá hubiese salido en busca de la caravana...

—Eso también habría sido dinero —cortó Klein—. Se proveen de mis almacenes, Y durante algún tiempo, esta comarca habría quedado sin sus mejores hombres para una resistencia efectiva, en el supuesto de que ocurriesen «desmanes». De haberse incendiado algunas granjas, ahora que están los graneros llenos, nuestro amigo Doran habría sufrido muchas pérdidas en su economía, y en su prestigio de «colonizador» —concluyó, irónico.

Volvió a mirar por la ventana. De espaldas a los dos individuos, manifestó:

—Habéis estado semanas y semanas sin hacer nada. Tengo planes para interceptar los convoyes de grano que Doran envía al puerto. Hay gente dispuesta, esperando en los bosques. Vuestra permanencia aquí puede hacerse insostenible de un momento a otro. Es muy posible que muchos se hayan preguntado da qué vivís...

—Nos ven jugar —contestó el segundo pistolero.

—Doran tiene mi promesa de que yo no toleraré en mi local a gente que solamente vive del juego...

—Pero nosotros jugamos en otros sitios.

—Es que esos otros sitios pronto quedarán cerrados —manifestó Klein, esbozando una sonrisa irónica—. Tengo muchos planes... Pero estorba ese individuo que acaba de entrar en la peluquería. Sé de la lucha del viejo cazador con Doran. Ahora ha venido, trayendo a este hombre joven. Y yo sé que es de cuidado.

Después de un breve silencio, ordenó:

—Eliminadlo.

 

* * *

 

El peluquero lo atendió en seguida. Pero había mucho que hacer en la cabeza de Ald.

Además, el peluquero quería hablar de lo que ocurrió en la última etapa de la travesía.

—¡Pobre Sam! ¡Que unos cobardes hayan podido terminar con el guía más experto y bondadoso que ha existido!...

Habló mientras fue quitando la barba a Ald.  Habló durante la siega de la cabellera.

—Esa gente tuvo una gran suerte al tropezar con ustedes...

—Tuvieron suerte al cruzarse con mi amigo Hans, porque yo poco hubiera podido hacer. Desconozco estos parajes —señaló Ald.

—Pero usted hizo mucho. Sin usted, los dos asesinos hubieran escapado.

Cuando estaba arreglándole el cabello por la parte trasera, le dio un pequeño espejo.

—A ver si le gusta como se lo dejo... Tiene usted una cabeza que agradece el trabajo de uno. ¡Sí, señor! Lo que uno hace en cabezas como la suya, luce.

Ald iba a rechazar el espejo. Llegó a decir:

—Supongo que lo dejará bien...

—Tome el espejo —insistió el peluquero.

Ald lo cogió, En ese momento el peluquero se inclinó, como para verle mejor el cabello y le susurró:

—¿Conoce a los que están ahí fuera?... Han asomado tres veces.

Procurando que no pareciera sospechoso, Ald colocó el espejo de forma que pudiera reflejar la puerta. Durante unos momentos no asomó nadie.

De pronto aparecieron dos rostros que le miraban. Ald dio un salto, empujando al peluquero y corrió a la puerta.

Dio el efecto de que cuando saltó del sillón sus dos revólveres ya estaban llameando.

Dos individuos retrocedían hacia el otro lado de la calle, también disparando. Pero sus proyectiles silbaron altos.

Los dos pistoleros rebotaron contra el polvo. El ruido de los disparos hizo que la gente fuera concentrándose alrededor de la peluquería.

—¿Continuamos? —preguntó Ald.

El peluquero seguía en el mismo rincón donde quedó al empujarlo Ald.  Reaccionó en seguida. Como si nada hubiera ocurrido, contestó:

—¡Sí! Prosigamos la tarea.

Cuando ya estaba dándole a las tijeras, Ald le dijo muy bajo:

—Gracias... Es usted un buen sujeto, además de un artista.

—¡Pues anda que usted!... ¡Madre mía! ¡Creí que era un relámpago lo que me cegaba! Quédese por algún tiempo con nosotros. Nos hace falta...

—¿Por qué?

Ya había demasiada gente en la puerta. El peluquero tenía que estar bien con todos y se limitó a decir:

—Ya irá enterándose.

Los que veían a los muertos no tuvieron dudas de que fueron sorprendidos por los disparos de Ald cuando se disponían a agredirlo. Las armas estaban en el suelo.

El sheriff de Walwel City acudió, cuando el peluquero estaba dando los últimos toques a su obra de arte.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó.

—¿Quiere más explicaciones que lo que queda ahí fuera? —contestó Ald,  colocándose la chaqueta—. Usted sabe mejor que yo qué clase de gente hay en este pueblo.

Liquidó la cuenta con el peluquero. El sheriff salió, y se quedó mirando a los dos muertos.

—¿No los conoce? —preguntó Ald.

—Solamente sé que se pasaban las horas sin hacer nada.

—Mal pueblo si abunda la gente que no hace nada y que cuando actúa es para utilizar las armas.

—Yo los he visto jugar todas las noches —dijo un vecino.

—Y yo —agregó otro.

—También yo juego —manifestó Ald—. Por lo menos, en otro tiempo jugaba.

Entre los espectadores había muchos que llegaron en la caravana y felicitaron a Ald por haber salido bien de aquel trance.

—¡Hubiera sido terrible, Ald,  que por ayudarnos, le hubiese ocurrido algo irremediable! —dijo el colono Arnon.

—¿Usted no los conocía? —preguntó otro de los colonos recién llegados.

—Que yo recuerde, no. ¡Pero uno ha tratado con tanta gente!

Ald  rompió a reír, para que los colonos se animaran.

Pero no consiguió borrar la impresión de que Ald y los dos muertos se conocían. Esta opinión se esparció por todo el pueblo.

Mas los que vivían en Walwel City no la admitieron. Pensaban que el choque con Ald se debía a individuos que estaban relacionados con los que mataron al guía Sam Crawn.

La intranquilidad se apoderó de muchos viejos.

—Los que se proponían extraviar la caravana deben de tener a alguien aquí —opinaban algunos.

Evitaron decirlo a los recién llegados, por no asustarlos.

Ald, camino de la posada, vio que Erik Keil se le colocaba delante. Este lo miraba sonriendo.

—¡Ald! ¿Cómo no se ha dado a conocer apenas llegar? ¿Es que no me recuerda?

—Claro que sí —contestó Ald,  sin demostrar alegría, pero tampoco hostilidad—. Me gusta dar sorpresas.

—¡Pues lo ha conseguido conmigo! ¡Quién iba a reconocerle, vestido de pieles!... ¡Y tan sucio! En cualquiera se podía pensar menos en Ald Henson, el brillante jugador del Mississipi...

Lo decía lo suficiente alto para que muchos lo oyeran.

—¿Por qué menciona lo de jugador? Ya lo he dicho allí arriba. Eso quedó lejos. Ahora soy cazador.

—¿Ahora? —y Keil lo miró de arriba abajo— A mí me da el efecto de que nos encontramos a bordo del «Star Orleáns», remontando el Mississipi.

—Pues no. La realidad es que nos encontramos en Walwel City y termino de llegar con una caravana en la que van gentes ilusionadas en dar a sus vidas un nuevo rumbo. Ahora puede decirse que soy un hombre nuevo. ¿Usted no, Keil?

—¡Tiene usted razón! —y trató de reír. Cambiando de tema, preguntó—: ¿Los han tratado bien en mi almacén?

—.Yo no conozco el valor de las pieles, pero según mi amigo, el precio ha sido muy razonable.

—Lo celebro.

Iban a separarse, cuando Keil hizo como que recordaba.

—Ah. Tenía que mandarles un recado de parte del señor Doran. El da una fiesta en su casa y quiere que usted asista.

—¿Yo como invitado?

—Les está muy agradecido. Como el cazador no podrá venir...

—Desde luego que no. Y eso puede ser grato para ese señor.

—No diga tal cosa. Ellos siguen siendo amigos, a pesar de todo. Entonces, hasta la noche. Le será fácil localizar la casa. Está al final de la calle. Tiene un gran jardín.

Se separaron. Ald estuvo un rato recorriendo el pueblo. Por fin se dirigió a la posada.

Al entrar en la habitación donde estaba su amigo, vio a algunos vecinos. Eran viejos conocidos del cazador.

Callaron apenas aparecer Ald,  obedeciendo a un gesto de Hans.

—¿Qué, te diviertes, Ald? —preguntó el cazador.

—Algo.

—Ya me han contado lo que te ha ocurrido.

—Pronto le ha llegado la noticia —y miró a los vecinos.

—Te equivocas. Ninguno de estos amigos me ha dicho nada del incidente. Se encontraban aquí cuando ocurrió el choque. Nos ha informado uno de los que venían en la caravana... Nosotros estábamos hablando del pasado. ¿A qué se debe ese tropiezo? ¿Acaso cuentas viejas?

—Creo que sí —contestó Ald.

Advirtió que el tema que estaban tratando había quedado interrumpido con su llegada, y dijo:

—Voy a mi habitación. Pueden seguir lo que estaban hablando.

Ya estaba en la puerta, cuando Hans exclamó:

—¡Rayos! No lo interpretes mal. Para ti no tengo secretos. He pedido a estos amigos que callaran para no preocuparte. Pero es mejor informarte.

—¿De qué?

—De las cosas desagradables que ocurren en esta comarca. Muchas desgracias que predije hace tiempo, se han producido. Muchos colonos se han estrellado por rachas de mala suerte. Pero otros, porque han sido víctimas de sucias maniobras. Gente que nunca ha podido salir de deudas, trabaja para ganar lo justo con que vivir malamente. ¿Valía la pena venir del Este para eso? —el cazador iba enardeciéndose—. ¡Se han producido inhumanos desahucios!...

Siguió relatando desgraciadlos sucesos. De vez en cuando intervenía algún vecino.

Hubo una alusión a los almacenes de Erik Klein.

—¿Se porta mal con los clientes? —preguntó Ald.

—Hace lo que le viene en gana, porque no hay más remedio que ir a parar a él —contestó un vecino—. Es quien tiene medios para traer determinadas mercancías que nos hacen mucha falta.

—A nosotros nos han pagado muy bien las pieles —dijo Hans, sardónico—. ¡Nos han dado azúcar para que esta purga nos resultara menos amarga!

—Tendremos que ambientamos, Hans —manifestó Ald,  después de permanecer pensativo unos instantes.

—Sí. Creo que ya estamos «ambientándonos» —contestó el cazador—. ¿Por qué no nos separaríamos de la caravana cuando avistamos el valle?

Ald se quedó mirándolo fijamente.

—¿Le apena haber venido, Hans?

—Si estuviera en condiciones de moverme como en otros tiempos, celebraría haber venido. ¿Qué puedo hacer ahora?... Y yo no quiero que tú te inmiscuyas en estos problemas. Te apartaste de los pueblos para sacudirte a los moscones. Y apenas has frecuentado una calle, ha aparecido el trastazo.

—.No tiene importancia... A propósito: ese Klein me ha dado un recado de Willard Doran. Parece que estoy invitado a una fiesta que da esta noche en su casa.

—¿El señor Doran? —preguntó un vecino—. Pues ya puede usted decir que ha sido distinguido. Son muy raros los invitados, como no sean personajes que de vez en cuando se dejan caer en el pueblo.

—¿Qué clase de personajes vienen por aquí? —preguntó Hans.

—Con certeza, muy raras veces sabemos qué clase de gente asoma por Walwel City. Sólo sabemos que desde el puerto más próximo llegan en un lujoso coche... Sí, conocemos al señor Emberton, el representante del Banco que respalda al señor Doran. Ese es un hombre muy tratable, que se interesa por los problemas de los granjeros. También viene de vez en cuando el juez de circuito...

—¿Qué tal es? —inquirió Ald.

Durante unos momentos ninguno de los vecinos se atrevió a opinar.

—Respirad a vuestras anchas —instó Hans—. Ald no es de les que simpatizan demasiado con los que se atrincheran tras de un Código para hacer juegos malabares. ..

—El juez Gein tiene el defecto de no perder mucho tiempo escuchando quejas de problemas que él considera «pequeños» —dijo un vecino.

Otro agregó, con más energía:

—¡Sí! ¡Para el juez Gein todo es pequeño! —y parodiándolo, se puso muy tieso—: «¿Ha habido alguna muerte? No... ¿Algún robo? ¿Tienen pruebas que acusen al culpable? No... Pues nada se puede hacer».

—Y hasta la vuelta —añadió un tercer vecino.

Ald  sonreía. Conocía demasiado a esa clase de jueces santurrones.

—Estás ambientándote, Ald —comentó Hans.

—Sí. Y creo que será muy interesante asistir a la fiesta del señor Doran.

Después de un silencio, el cazador Hans, mirándolo de pies a cabeza, contestó:

—Creo lo mismo.

* * *

Giwy, al llegar de la calle, fue directa al despacho de su padre. Este permanecía enfrascado en un montón de papeles y libros de cuentas.

—¡Papá! ¿Sabes qué ha sucedido en la calle?

—Estoy en mi trabajo...

—¡Desde aquí debes de haber oído los disparos!

Muy vagamente Willard Doran advirtió los estallidos, Pero estaba demasiado ocupado en su trabajo y no prestó atención.

—¿Es algo que pueda importarnos? —preguntó distraídamente Doran.

—¡Papá! —y se quedó mirándolo, como recriminándolo—. ¡Cuanto sucede en Walwel City nos afecta! Lo has dicho infinidad de veces.

Explicó el choque de Ald con los dos pistoleros.

—¿A qué crees que puede obedecer este incidente?

—¡Cualquiera adivina! —contestó el padre—. Siempre hay gente que llega con mucho lastre.

Giwy iba a replicar. Pero vio que su padre no apartaba la atención de los papeles.

—¡Concédeme unos minutos, papá! ¡Te pasas los días metido en tus cuentas! —rodeó la mesa y se inclinó, apoyando las manos en el tablero, los ojos verdes encendidos—. ¡Todo esto es muy extraño! ¡Piensa en ellos! ¿Sabes lo que dice el pueblo? Que los pistoleros que se han enfrentado con el forastero estaban relacionados con los que mataron al guía Sam. ¿Eso nos afecta?

Willard Doran soltó la pluma para mirar a su hija.

—Repítelo.

Giwy obedeció. Doran fue ensombreciendo el gesto, sin dejar de mirar a su hija.

—Pero tú no pensarás... que yo esté relacionado con ese asesinato. ¡Apreciaba mucho a Sam! Y aunque así no fuera ¿iba a desear que la gente que ha venido en la caravana sufriera?...

—¡Ya lo sé, papá! Pero te he dicho lo que se comenta en el pueblo... Suceden cosas que hace que la gente se vuelva recelosa. ¿Por qué no te dedicas a investigar directamente lo que ocurre? ¡Menos horas en este despacho y más tiempo para recorrer las granjas!...

Willard Doran nunca se enfadaba con su hija. Pero aquel día sucedió.

Se puso bruscamente en pie, dando con las manos sobre la mesa.

—¿Qué significa esto? ¿Es que vas a darme lecciones de cómo Levar adelante la colonización de estas tierras? ¡Vuelve al lado de tu tía y ponte a discutir el vestido que deberás llevar esta noche! ¡Es lo único que tú y ella sabéis!

Giwy estuvo unos momentos haciendo esfuerzos por no replicar. Consiguió dominarse y contestó:

—No estoy capacitada para darte lecciones, papá... Tal vez la llegada de ese viejo cazador te ha puesto nervioso. Mejor es que aplacemos esta conversación.

—¡Déjame en paz!

Y volvió a sentarse. Giwy salió del despacho. Su tía Edora se encontraba en un gabinete cuya ventana daba a la calle. También oyó las detonaciones.

Pero no pensó que se debiera a un suceso sangriento. Giwy la encontró sentada, bordando.

La joven vaciló unos momentos en referirle lo que había sucedido. Por fin lo dijo.

La respuesta de su tía fue bastante displicente.

—Estas gentes suelen tomar los disparos como una manera de respirar... Y bien: ¿Ya has hecho contacto con los nuevos colonos?

—He hablado con algunas familias. Esa gente da lástima. No tienen más medios de defensa que sus brazos y sus ilusiones... Imagina que de pronto papá no pudiera disponer de recursos. ¿Qué sería de todos ellos?

—Las preocupaciones son enemigas de un cutis terso, Giwy. Hoy te brillaban los ojos de una manera muy llamativa. ¿Ya has pensado qué vestido te pondrás esta noche?

Era lo que su padre le había dicho. Y por primera vez Giwy creyó que su tía se le burlaba.

—¿Es que crees que no tengo más cosas en que pensar?

—La fiesta de esta noche será muy distinguida —dijo tía Edora—. Hace un rato tu padre ha recibido aviso de que esta tarde llegarán unos señores que hace unos días desembarcaron en Bodfen. Antes de venir aquí han querido conocer la región. Tu padre está ilusionado con que se decidan a invertir capital para llevar la colonización a gran escala. Tú puedes ayudarle. Eres el principal atractivo de esta tierra...

Después, sin darle importancia, tía Edora agregó: —También creo que tu padre se propone invitar a ese hombre que dices que se ha liado a tiros con dos de aquí... Claro que eso era antes de que sucediera ese incidente. Ahora creo que lo pensará mejor. De todas formas, ese joven se sentirá más a gusto si no lo invitan. ¿Qué iba a hacer en nuestra fiesta, con ese horrendo traje de pieles que lleva?

Giwy comprendió que su tía no tenía noticia de la transformación que se había efectuado en Ald. La joven

sí lo sabía, porque lo vio momentos después de los disparos.

Y pensando en la sorpresa que su tía se llevaría, rompió a reír.

—No creo que papá cambie de parecer. Invitará a ese hombre.