II
EL CANTAR DE GESTA DEL CID
No a mucha distancia cronológica de la muerte del Cid (1099) —al que, ya en vida, se le había ensalzado en los versos latinos de un Carmen Campidoctoris (antes de 1093), y del que la crónica culta dejó constancia en una Historia Roderici Campidocti (once años después de su muerte)—, la voz de los juglares castellanos difundía por aldeas y palacios las hazañas de aquel Campeador invencible, cuyos hechos rebasaban la historia para ascender al ámbito de la poesía. Así nacía uno de aquellos «cantares de gesta» que, transmitido de unos juglares a otros, se iba refundiendo a lo largo de su difusión oral, que heredaban las sucesivas generaciones, para las que la figura del héroe adquiría proporciones épicas.
Si bien la crítica moderna ha podido deducir la existencia en España de bastantes de estos cantares de gesta, lo cierto es que de los tres únicos de los que se tiene el texto (aunque fragmentario), el más antiguo es este cantar cidiano, que, casi íntegro, ha llegado hasta nosotros.
Las características lingüísticas que el cantar presenta (según se advierten en el único manuscrito que lo conserva), así como su versificación y otros detalles históricos que patentiza, inducen a la más exigente crítica filológica a considerar esta obra como de la primera mitad del siglo XII. Según don Ramón Menéndez Pidal, debió de ser compuesto hacia 1140, sin que posteriores proposiciones de fecha —anterior o posterior— hayan podido prosperar hasta ahora.
Es, pues, este cantar el más antiguo documento épico que se conoce, ya que, si bien se tiene conocimiento de que existieron cantares o rapsodias en loor del Cid, como atestigua un cantar latino sobre la conquista de Almería, es lo cierto que hoy no contamos con estas primitivas rapsodias que constituirían el nexo entre el citado cantar latino y este cantar de gesta que, por primera vez, nos presenta en nuestra lengua los hechos del Cid a lo largo de las más gloriosas etapas de su vida.
Desfila por este cantar, en la marcha de sus versos rudos y balbucientes, la egregia figura del héroe castellano, con una elevación moral insobornable en sus acciones y empresas, que hacen del Cid una figura humana, aureolada de una popularidad que lo transfigura e idealiza, convirtiéndolo en el arquetipo de la epopeya decididamente nacional. El carácter del Campeador, que llena todo el poema, ha de quedar indeleble, ya para siempre, en el acervo épico de Castilla, a través de los siglos, gracias a la fuerza poética que el primitivo juglar que lo compusiera logró infundirle.
Esta inicial gesta castellana, que constituye el más antiguo documento que se conoce de la leyenda del Campeador —y aun de nuestra literatura española—, fue cantar vivo, desde mediados del siglo XII, en la tradición oral de los juglares que recorrían las tierras de Castilla, que no tuvieron que hacer ningún esfuerzo de ambientación histórica, ya que los personajes y hechos que cantaban estaban todavía presentes en la tradición de la sociedad en que ellos se movían. La verdad histórica de sus acciones bien podía pasar sin alteración al relato poemático con un verismo exacto que no impedía la poetización de la realidad.
El juglar anónimo que lo compusiera desarrolla toda la acción poemática sobre un fondo extraordinariamente histórico; y si a veces la ruta de la acción se desvía de la realidad, nunca, por eso, se atreve a descarriarse por senderos de una fantasía antihistórica. El protagonista y la casi totalidad de los personajes que en la acción intervienen se ajustan en sus hechos, si no a la historia exacta, sí a una verosimilitud que hace que sus caracteres estén llenos de intensa humanidad. No necesita el juglar recurrir a falseamientos de la historia para lograr, cuando el caso lo requiere, momentos de emoción lírica o dramática, porque para ello le sobran recursos de la mejor calidad literaria a su innata intuición de gran poeta que nos demuestra ser siempre.
La acción poemática de todo el cantar está planeada con certera visión de conjunto, y el argumento ficticio que constituye su núcleo lo va desarrollando con una marcha progresiva que sabe avivar el interés de los oyentes en sucesivos episodios que nunca quiebran la línea argumental.
Sobre esa base histórica crea el juglar una acción novelesca que, arrancando del hecho cierto del destierro del Cid, abarca los hechos históricos del héroe, trenzándolos hábilmente con los episodios que, por su interés novelesco, afianzan las hazañas auténticas del Campeador.
Siguiendo la evolución de la acción poemática, podemos advertir cómo al apartarse de la verdad histórica, nunca lo hace de la realidad humana de los personajes y sus acciones, que, aun siendo o no históricas, siempre tienen emoción poética y grandiosidad épica.
En el estudio del cantar se pueden distinguir tres partes bien definidas, como los tres actos de una acción dramática, cuyas tres acciones propias completan la totalidad argumental de todo el poema. La salida del héroe de Castilla, ordenada por el injusto rey, las andanzas del desterrado al frente de sus vasallos, guerreando con los moros de los reinos de Toledo y Zaragoza, hasta llegar a las costas de levante, constituyen el tema del primer cantar, en el que el juglar que lo compusiera sigue a su protagonista con detalles de un verismo tal que nos induce a sospechar su naturaleza de aquellas tierras que con tanta realidad nos pinta en su poema. No así a partir de este punto, al seguir narrando los hechos del Cid por las tierras levantinas, de las que manifiesta tener una idea bastante confusa. En la segunda parte llega el Cid a la plenitud de su gloria guerrera con la conquista del reino de Valencia, que, en sumisión a su rey, no quiere convertir en reino propio. Comienza aquí la trama novelesca con la petición del rey al Cid de las bodas de sus hijas con los infantes de Carrión, que acaban celebrándose en Valencia con inusitada pompa y solemnidad. El desconocimiento que de la geografía de las tierras valencianas tiene el juglar le hace incurrir en inexactitudes que contrastan visiblemente con aquel conocimiento detallista que manifestó al describir sus tierras de la meseta. La tercera parte del cantar entra resueltamente por los caminos de la acción novelesca, tergiversando, al mismo tiempo, los hechos de armas en sus detalles, en tanto que se demora en la narración del episodio de Corpes, acaecido ya en las tierras castellanas del juglar. Aquí es donde se narra y resuelve aquel patético pasaje, enteramente novelesco, cuyas consecuencias han de ser unas supuestas cortes en Toledo, donde el honor del Cid queda reparado tras una lid en la que sus caballeros vencen y humillan a los ambiciosos y cobardes condes. Finalmente, los infantes de Navarra y Aragón piden, por medio de mensajeros, las hijas del Cid para esposas, preparándose las bodas, que la crítica histórica contrasta como las únicas y válidas.
Todo el Cantar, como hemos podido ver, tiene un fundamento de autenticidad histórica, si bien idealiza, es cierto, el carácter del héroe, mas sin desfigurarlo ni alterarlo, como ya observó atinadamente Milá y Fontanals; el anónimo juglar sabe aureolar al protagonista de la más auténtica grandeza épica, así como dibujar con tintas indelebles a sus enemigos, con trazos de la mejor calidad poética siempre, sin necesidad de desorbitar la acción para buscar efectos literarios, que sabe lograr con los elementos históricos que tiene a mano.
Esto no quiere decir que todo el Cantar sea estrictamente histórico. «Podemos decir —afirma Menéndez Pelayo— que no es histórico; pero nunca es antihistórico, como otros poemas de la época. Tiene no solo profunda verdad moral, sino un sello de gravedad y buena fe que excluye toda impostura artística y nos mueve a pensar que en la mente del poeta y en la de sus coetáneos estaba idealizada la confusión de la historia y la leyenda». Todo el Cantar se desarrolla en un ambiente fundamentalmente histórico, como lo son también sus personajes, según ha podido identificar Menéndez Pidal, con tan pacientes como fructíferas investigaciones.
Sobre esta casi exactitud histórica ha logrado el juglar hacer su poema, que es una verdadera obra genial de técnica literaria en su género, en la que se puede advertir la simplicidad de la concepción procediendo arquitectónicamente por grandes bloques; la variedad de temas dentro de la unidad del estilo épico; la precisión geográfica que, en algunos puntos, lo avalora, como la valentía en las descripciones de las batallas y los cuadros vigorosamente pintados y sentidos con sincera emoción, como la despedida del Cid y Jimena en Cardeña, la visión de la huerta valenciana desde la torre del alcázar, la dramática escena de Corpes entre los traidores infantes y sus desvalidas esposas, y aquel gran cuadro épico de la asamblea judicial de Toledo y la liza en los campos de Carrión: todos ellos son episodios de tan vigoroso trazo, que han quedado indeleblemente como escenas magistrales de la épica universal.
El Cantar de mío Cid es —como dice Menéndez Pelayo— «poesía vivida y no cantada»; la grandiosidad del asunto se sobrepone al poeta, y este, que lo es auténtico, se siente arrastrado por él, lo posee enteramente, y pone en sus labios aquel canto épico, indócil muchas veces a la ley del metro y rebelde al yugo de la rima. El poeta ve la realidad como quien está dentro de ella, y sabe trasladarla con toda su virginidad expresiva, en la que da una plena fusión de la vida guerrera y patriarcal, tanto más sana y robusta cuanto más se ignora a sí misma, logrando de esta manera trasladar a sus oyentes aquel carácter heroico más puro y genuino de toda nuestra vieja escuela juglaresca castellana, y con tal grandeza y calidad, que el sabio maestro no duda en comparar al juglar anónimo de nuestra gesta con el mismo padre de la épica, el también desconocido Homero.
Gloriosa obra, pues, que habiendo alcanzado la cumbre de la creación artística, es la más genuina representación de Castilla, expresada en este poema profundamente nacional y humano a la vez, que abarca la vida de la patria entera personificada en un protagonista que es, sin duda, el más universal de la historia y de la literatura española.
«El primer monumento literario conservado en España —dice Menéndez Pidal— ostenta, en su espíritu, estilo y ejecución, un fuerte sello de raza que de ningún modo perjudica su interés general. Por este doble valor nacional y humano, el Cantar del Cid ocupa un lugar eminente entre las obras maestras de las nacientes literaturas modernas, siendo el primer título de gloria literaria que ennoblece Castilla».
Con este Cantar, Castilla expresó por vez primera sus ideales en la vida y en el arte; esta obra de un desconocido juglar «que —según frase de Ortega y Gasset—, allá en el fin de los tiempos, cuando venga la liquidación del planeta, no podrá pagarse con todo el oro del mundo».