VII

PROPÓSITO DE ESTA EDICIÓN

En una empresa como la de «Biblioteca EDAF», nacida para dar al gran público las obras fundamentales de la literatura y el pensamiento universales, no podía faltar el Cantar de mío Cid, auroral poema de España, de la que constituye el máximo exponente de su raza.

Teniendo en cuenta la gran masa de lectores a que va destinada su edición, la mayoría de los cuales había de encontrar dificultad en la lectura de su texto primitivo, damos la versión moderna para todos asequible.

La transcripción se ha elaborado en vista del texto paleográfico (de 1911) y del reconstruido (de 1913), por Menéndez Pidal, traduciendo verso a verso y palabra a palabra, procurando siempre conservar todo el vigor de lengua viva que tiene el viejo Cantar. Nuestro propósito ha sido mantener, en todo momento, el espíritu primitivo de la gesta, con su peculiar sabor arcaico, dentro de la flexibilidad de nuestro castellano actual. Se han sustituido las palabras en desuso por sus equivalentes modernas, así como los nombres de personajes y lugares por los hoy empleados.

Asimismo, la versificación anisosilábica de la gesta la reducimos al clásico metro del romance castellano tradicional, que, en definitiva, viene a ser la derivación histórica normal de la habitual versificación irregular propia de las gestas medievales españolas.

En la versión se solucionan las dificultades de carácter lingüístico que se pudieran encontrar en el texto antiguo, y en notas a pie de página se aclaran las que, de carácter crítico, histórico o hermenéutico, pudiera encontrar cualquier lector no especializado.

La unánime aceptación que mi transcripción moderna obtuvo, al aparecer por vez primera (1940), tanto por la crítica más solvente como por el público, me ha hecho pensar que no anduve desacertado en la realización de mi empeño.

El glorioso maestro de los estudios cidianos, don Ramón Menéndez Pidal, me hizo saber que mi versión se llevó con «feliz fidelidad. Es —dijo— tan respetuosa con el texto arcaico, que uno se sorprende pueda ser a la vez tan afortunada».

El ilustre hispanista alemán Karl Vossler calificó mi trabajo de «acierto filológico llevado con gran gusto artístico», y el eminente filólogo español Dámaso Alonso, en el prólogo a aquella primera edición de mi versión, dijo que su traductor «se manifiesta como profundo conocedor del lenguaje del poema, que puede verterlo a nuestro castellano moderno con rara y ejemplar fidelidad, y al mismo tiempo como delicado, fino poeta que tantas veces nos ha deleitado con sus composiciones originales. Se da, pues, en él, el doble carácter indispensable al que intentara esta obra: ser a la par erudito y poeta».

En la Revista de Filología Española (1941), el profesor Joaquín de Entrambasaguas dijo: «Debo reconocer que si en alguna forma podía realizarse el fracasado empeño [de la versión del Cantar] es en la adoptada por el exquisito poeta valenciano, cuya labor, de demorada paciencia y profundo análisis del original, se ha realizado uniendo entrañablemente a su aguda sensibilidad de artista su sólida erudición lingüística y literaria. Sea ahora —sigue— el feliz intérprete del Cantar del Cid en versos modernos, conservando con cuidadosa delicadeza todos los valores del original, incluso los más finos matices de su poesía. Sería inútil señalar aquí los innumerables aciertos de Guarner en su transcripción del poema, que no pierde, en ningún momento, su tónica de dignidad y de altura épica, ni decae en la honda poesía interpretada por el nuevo editor de modo magistral y definitivo».

Si a estas opiniones de la crítica —a las que podríamos añadir otras muchas, que abundan en los mismos conceptos— añadimos el favor del público, que, a lo largo de los ya muchos años, se mantiene inalterable, como evidencian las múltiples ediciones que ha consumido, me da a entender que logré acertar en mi trabajo, que realicé sin olvidar el consejo de Chateaubriand: «Un traductor no tiene derecho a gloria alguna; es menester solamente que demuestre que ha sido paciente, dócil y laborioso».

Creo que lo he sido, y con tal humildad y fervor que, por añadidura, me han recompensado con esta satisfacción de tener que escribir ahora este prólogo para una edición nueva[*] de mi trabajo, que sigue siendo humilde y fervoroso.

LUIS GUARNER