LIBRO III
El tiempo pasó rápidamente[121]. Gilgamesh dijo: «Ahora hemos de emprender viaje hacia el Bosque de los Cedros[122], donde vive el feroz monstruo Humbaba. Debemos matarlo y extirpar el mal del mundo»[123].
Enkidu suspiró. Se llenaron sus ojos de lágrimas. Gilgamesh dijo: «¿Por qué suspiras? ¿Por qué, querido amigo, tus ojos se llenan de lágrimas?».
Respondió Enkidu: «Amigo querido, un grito está clavado en mi garganta, mis brazos están sin fuerzas[124]. Conocí aquellas tierras cuando vagaba por las colinas con el antílope y el venado. El bosque es inmenso, se extiende centenares de kilómetros a lo largo y a lo ancho[125]. ¿Qué hombre osaría adentrarse en su espesura?».
Dijo Gilgamesh: «Escucha, amigo querido, aunque el bosque no se acabase nunca, he de entrar en él, ascender sus laderas[126] y cortar un cedro[127] tan alto que forme un torbellino al caer al suelo[128]».
Dijo Enkidu: «¿Pero cómo puede osar hombre alguno penetrar en el Bosque de los Cedros? Está consagrado a Enlil. ¿Acaso no ha declarado prohibida la entrada, acaso no puso allí a Humbaba para llenar de espanto a los hombres? No debemos emprender ese viaje, no debemos luchar contra esa criatura. Su aliento despide fuego, su voz retumba como el trueno, sus mandíbulas son la muerte. Puede escuchar todos los sonidos del bosque, incluso el más leve susurro entre las hojas, nos escuchará a más de cien kilómetros de distancia. ¿Quién de entre los dioses o los hombres podría derrotarlo? Humbaba es el guardián del bosque, Enlil lo puso allí para llenar de espanto a los hombres. Quienquiera que entre caerá fulminado por el terror».
Contestó Gilgamesh: «¿Por qué, amigo querido, hablas como un cobarde? Lo que acabas de decir es impropio de ti, aflige mi corazón. Nosotros no somos dioses, no podemos ascender al cielo. No, somos hombres mortales. Sólo los dioses viven por siempre. Nuestros días son pocos en número, y cualquier cosa que hagamos es un soplo de viento. ¿Por qué temer, pues, si más tarde o más temprano la muerte ha de llegar? ¿Dónde está el coraje del que siempre hiciste gala? Si muero en el bosque en el transcurso de esta gran aventura, no te avergüences cuando la gente diga: “Gilgamesh encontró una muerte heroica combatiendo contra el monstruo Humbaba. ¿Y dónde estaba Enkidu? ¡Estaba a salvo en su hogar!”[129]. Te criaste en las montañas, con tus propias manos has dado muerte a los leones y los lobos que te acechaban, eres valiente, tu corazón ha sido puesto a prueba en combate. Pero, me acompañes o no, cortaré ese árbol, mataré a Humbaba, haré perdurable mi nombre, para siempre grabaré mi fama en la memoria de los hombres»[130][131].
Echó Gilgamesh el cerrojo a las siete puertas de la bien murada Uruk, y el pueblo se reunió en tropel, se arrojó a las calles. Se sentó Gilgamesh en su trono mientras la muchedumbre se arremolinaba para escucharle. Gilgamesh tomó la palabra: «Escuchadme, ancianos de la bien murada Uruk. Ahora he de partir al Bosque de los Cedros, donde habita el fiero monstruo Humbaba. Lo derrotaré en el Bosque de los Cedros, cortaré el árbol, mataré a Humbaba, todo el mundo sabrá cuán poderoso soy. Haré perdurable mi nombre, para siempre grabaré mi fama en la memoria de los hombres»[132].
Se volvió entonces Gilgamesh hacia los jóvenes y les habló así: «Escuchadme, jóvenes de la bien murada Uruk, guerreros y camaradas que habéis combatido a mi lado. Viajaré para encontrarme con el monstruo Humbaba, caminaré por caminos que ningún hombre ha transitado, afrontaré un combate que ningún hombre ha conocido. Dadme vuestra bendición antes de partir, de modo que regrese victorioso del Bosque de los Cedros y pueda contemplar de nuevo vuestros rostros. ¡Ojalá pueda celebrar otra vez el Año Nuevo[133] con vosotros, en las calles de la bien murada Uruk, al son de la lira y el ritmo de los tambores!».
Se levantó Enkidu con lágrimas en los ojos. «Ancianos de Uruk, persuadid al rey para que no vaya al Bosque de los Cedros, para que no combata contra el fiero monstruo Humbaba, cuyo rugido resuena como el trueno, cuyo aliento despide fuego, cuyas mandíbulas son la muerte, que puede escuchar todos los sonidos del bosque, incluso el más leve susurro entre las hojas. ¿Quién de entre los dioses o los hombres podría derrotarlo? Humbaba es el guardián del bosque, Enlil lo puso allí para llenar de espanto a los hombres».
Los ancianos se postraron ante el rey y dijeron: «Eres joven, Señor, tu corazón late agitado y te impulsa a marchar. ¿Por qué deseas embarcarte en esta locura? Hemos oído hablar de Humbaba, es peligroso, su visión causa horror[134], su aliento despide fuego, sus mandíbulas son la muerte. ¿Cómo podría un hombre, aunque fueras tú, osar penetrar en el Bosque de los Cedros? ¿Quién de entre los dioses o los hombres podría derrotarlo? Humbaba es el guardián del bosque, Enlil lo puso allí para llenar de espanto a los hombres».
Al escuchar las palabras de los ancianos, Gilgamesh rompió a reír, se levantó y dijo: «Dime, amigo querido, ¿has recobrado tu valor? ¿Estás presto para partir? ¿O aún temes sufrir la muerte de un héroe?[135] Vayamos a la fragua, Enkidu, y ordenemos que el herrero nos fabrique armas que sólo los héroes más poderosos puedan usar».
Enkidu escuchó con gravedad. Permaneció largo tiempo en silencio. Finalmente, asintió. Gilgamesh tomó su mano[136].
Los herreros escucharon sus instrucciones y forjaron enormes armas que los hombres normales jamás podrían sostener: hachas de noventa kilos[137] cada una, puñales con la guarda en cruz y fundas de oro puro. Cada hombre cargaba más de trescientos kilos[138] de armas y armadura[139].
Dijo Gilgamesh: «Antes de partir[140], rindamos visita al templo de mi madre, vayamos y hablemos con la dama Ninsun, la sabia, la omnisapiente. Postrémonos ante ella, pidámosle su bendición y su consejo».
Cogidos de la mano, los dos amigos se dirigieron al templo de Ninsun. Gilgamesh se postró ante su madre, la diosa Ninsun, y dijo: «Ahora he de marchar al Bosque de los Cedros, debo partir al encuentro del fiero monstruo Humbaba, debo recorrer un camino que ningún hombre ha transitado, debo afrontar un combate que ningún hombre ha conocido. Madre querida, gran diosa, asísteme en esta empresa[141], dame tu bendición antes de partir, de modo que pueda regresar victorioso del Bosque de los Cedros y volver a contemplar tu rostro».
Escuchó Ninsun sus palabras con pesar. Con pesar entró en su aposento, se bañó en agua de tamarisco y jabonera[142], vistió su mejor túnica, un ancho cinturón, un collar de joyas, se ciñó luego su corona. Subió las escaleras hasta llegar al tejado[143], encendió dulce incienso en honor de Shamash, alzó sus brazos en oración y dijo: «Señor del cielo, tú has concedido a mi hijo belleza, fuerza y valor[144]. ¿Por qué lo has cargado con un corazón incapaz de descanso? Ahora lo incitas a atacar al monstruo Humbaba, a realizar un largo viaje del que podría no regresar. Ya que ha resuelto marchar, protégelo hasta que llegue al Bosque de los Cedros, hasta que mate al monstruo Humbaba y extirpe del mundo el mal que tú detestas. Protégele todos los días en tanto recorres el cielo, y que al crepúsculo, Aya, tu prometida, lo confíe a las valientes estrellas, vigilantes de la noche. ¡Oh Shamash, señor, sol glorioso, deleite de los dioses, iluminador del mundo, que te alzas haciendo nacer la luz que llena los cielos, da forma a la tierra, volumen a las montañas, brillo a los valles, desvanece la oscuridad, hace retroceder al mal, todas las criaturas despiertan y abren sus ojos y, al verte, se llenan de dicha, protege a mi hijo! A lo largo de su peligrosa jornada[145], haz que sean largos los días, cortas las noches, su paso vigoroso y sus piernas robustas. Cuando él y su amigo querido Enkidu lleguen, atiza violentos vientos[146] contra Humbaba, el viento del sur, el viento del norte, el viento del este y el viento del oeste, la tempestad, la galerna, el huracán, el tornado, para inmovilizar a Humbaba, detener sus pasos y facilitar a mi hijo el acabar con él. Prosigan luego tus veloces mulas su camino hasta tu nocturno lugar de descanso, los dioses te traerán suculenta comida para tu deleite, Aya secará tu rostro con el borde de su inmaculada túnica blanca. Escúchame, ¡oh señor!, protege a mi hijo, en tu gran piedad llévalo hasta el Bosque y devuélvelo luego al hogar».
Cuando hubo terminado su plegaria[147], la diosa Ninsun, la sabia, la omnisapiente, descendió del tejado y llamó a Enkidu. «Niño querido», le dijo, «tú no naciste de mis entrañas, pero ahora te adopto como hijo mío», y colgó un amuleto adornado con piedras preciosas alrededor del cuello de Enkidu.
«Del mismo modo que una sacerdotisa recoge a un niño abandonado, así yo también he tomado a Enkidu como hijo mío. Que sea un hermano para Gilgamesh, que lo guíe al Bosque y lo traiga de vuelta al hogar».
Al escuchar estas palabras, los ojos de Enkidu se llenaron de lágrimas, y él y Gilgamesh juntaron sus manos como hermanos.
Tomaron sus armas: las enormes hachas, los enormes puñales, las aljabas, los arcos[148]. Los ancianos les dejaban paso, los jóvenes daban vítores.
Los ancianos se presentaron ante el rey y le hablaron: «Regresa salvo a Uruk, la bien murada. No confíes sólo en tus fuerzas; al contrario, sé prudente, condúcete con cautela, haz que cada golpe sea importante. Recuerda el antiguo proverbio[149]: “Si caminas delante, proteges a tu camarada; si conoces el camino, cuidas de tu amigo”. Que Enkidu vaya delante, él conoce el camino que lleva al Bosque de los Cedros, ha sido puesto a prueba en batalla, es valeroso y fuerte, él te guardará en todas las etapas del viaje, ante todo peligro él permanecerá a tu lado. Que Shamash te conceda el deseo de tu corazón, que el sendero hacia el Bosque de los Cedros sea recto, las noches seguras, sin peligros que os acechen, que Lugalbanda, tu padre[150], te proteja, que derrotes a Humbaba, que la batalla sea breve, que laves gozoso tus pies en su río. Cava un pozo cuando te detengas para pasar la noche, llena tus odres de agua fresca, haz cada día una ofrenda a Shamash y recuerda a Lugalbanda, tu padre, que también viajó hasta las lejanas montañas[151]».
Los ancianos se volvieron a Enkidu y le dijeron: «Te confiamos el cuidado del rey. Protégelo, guíalo a través de los pasos traicioneros, muéstrale dónde encontrar alimento y dónde cavar para obtener agua, condúcelo hasta el Bosque y combate a su lado[152]. Que Shamash te asista, que los dioses te concedan el deseo de tu corazón[153] y te traigan sano de regreso a Uruk, la bien murada».
Dijo Enkidu a Gilgamesh: «Ya que debes hacerlo, mi obligación es ir contigo. Partamos, pues, sin temor en nuestros corazones. Yo iré delante, pues conozco el camino que conduce hasta el Bosque de los Cedros, donde habita Humbaba»[154].