LADY POKINGHAM O TODAS HACEN ESO
Relato de sus aventuras lujuriosas antes y después de su matrimonio con Lord Crim-Con
CAPÍTULO III
La indisposición de la duquesa fue una buena excusa para que todas las damas de la familia se retirasen temprano. Después de haber terminado con las doncellas de las señoras, nos juntamos en la habitación de Lady Montairy, todas vestidas con robes de nuit.
Bertha St. Aldegonde, en realidad, era una mujer espléndida, morena de pelo negro, con una figura totalmente desarrollada, ojos negros prominentes y electrizantes, y un mentón tremendamente sensual. Victoria Montairy era también una mujer estupenda, con una languidez tremendamente clásica en el rostro, mientras que la adorable Corisande parecía más hermosa que nunca antes, al no llevar ningún adorno, y ataviada con su limpísima chemise de nuit.
—Bien, ¿cuál es el programa? —dijo Alice a Lady Bertha.
—St. Aldegonde y Montairy se quedarán en reserva para la gran ceremonia de mañana —contestó—. Qué cosas tan débiles son los hombres; como si a nosotras nos gustase quedarnos en reserva. Porque Victoria y yo nunca tenemos bastante; mientras más lo hacemos parece como si necesitásemos más, mientras ellos son cada vez menos capaces de satisfacernos. Hablando de los derechos de las mujeres, deberíamos de obligar a los maridos a que buscasen sustitutos cuando ya no puedan darnos gusto suficiente.
—Bien, si tienes un par de buenos consoladores, Beatrice y yo intentaremos satisfacerte un poquitín, mientras que la querida Corisande puede mantenernos en el trabajo, azotándonos con una buena vara —dijo Alice.
Trajeron los consoladores, que eran de un tamaño tremendo para lo que pensábamos hacer: eran de la más fina goma india vulcanizada, perfectamente hechos y con un acabado impecable, con todos sus apéndices completos. Nos los colocamos a la cintura, tan pronto como hubieron sido cargados con una mezcla cremosa de leche y gelatina.
Todas nos quedamos en pelota viva.
Lady Bertha me sentó en sus rodillas, besándome lujuriosamente y besando la falsa polla como si en realidad fuera de verdad.
—Vaya badajo estupendo —dijo mientras reía—, y del tamaño justo y perfecto para satisfacerme.
Entretanto, mis dedos se ocupaban de sobarle y pellizcarle el clítoris.
Pegó sus labios a los míos y casi me dejó sin resuello de tanto como me chupó la lengua; luego, excitada con mis toqueteos, noté que tenía el clítoris duro como una piedra.
Me llevó hasta un sofá y le metí el carajo de goma en el coño que ya se le corría de gusto. Su culo en conjunción con mis movimientos se enfrentaba a cada nuevo empuje de la picha, mientras yo sentía los agudos azotes del abedul, que Corisande nos aplicaba alternadamente a Beatrice y a mí.
Era algo tremendamente delicioso, yo respondía con todo mi ardor a las ardientes caricias de Lady Bertha, que me tenía bien cogida por las nalgas, mientras con dos dedos de la mano derecha me sobaba tanto el culo como el coño al mismo tiempo.
Alice y su compañera parecían totalmente olvidadas. Pensé que nunca había experimentado nada tan delicioso en la vida. La combinación de emociones me hizo perder casi el sentido: con la hermosa mujer que se retorcía debajo de mí, llena de placer, nuestros besos lujuriosos, la calidez y exquisitas cosquillas del aparato que yo llevaba puesto parecían la cima de las delicias, de forma que cuando hice que se corriera el consolador dentro del coño de la mujer, mi misma naturaleza respondió como si se fundiera en un mar de lubricidad.
Después de unos instantes le dije que fuera ella ahora el caballero y que me metiese su durísimo clítoris, el cual estaba segura que me daría muchísimo placer.
—Sin dudarlo, querida —me respondió—. A menudo se lo hago a Victoria; tira a un lado el consolador.
Tan pronto como pudimos cambiamos de postura; luego le rogué que antes que nada me pusiese el coño en la boca para que pudiera besárselo y acariciarle aquel excitado clítoris suyo. Lo hizo al instante y en seguida tuve delante una estupenda vista de los tratos del amor. Un espléndido coñazo cubierto de negro pelo brillante; los protuberantes labios bermellones de aquel, ligeramente separados, desde los cuales se proyectaba unos ocho centímetros de un clítoris carnoso y duro, tan grande como el pulgar de un hombre.
Le abrí los labios con mis dedos y pasé mi lengua lascivamente por las partes más sensibles; luego me metí aquel glorioso clítoris en la boca, y le pasé la lengua por todas partes, y juguetonamente se lo mordí. Fue demasiado para ella, que con un grito de «¡Oh, oh!, ¡me voy a correr, querida!», me llenó toda la boca y mentón de su leche.
Luego se hundió entre mis piernas, y yo las abrí para que me penetrara.
—¿Me ha llegado la vez para pagarte con creces el delicioso placer que te debo? —suspiró, besándome ardientemente y chupándome la lengua que tenía metida en su boca, por lo que casi no podía ni respirar.
Con sus dedos me abrió la raja todo lo que pudo y luego dirigió su clítoris hacia allí y me pareció que me metió clítoris y labios y todo el coño, luego me cerró con la mano el coño, que no apartó y apretaba cada vez más fuertemente.
No puedo expresarte cuán nueva y deliciosa me pareció esta nueva conjunción: ambas estábamos calientes y excitadas y nuestra corrida pareció mezclarse y aumentar nuestra furia erótica.
Sin separarnos un momento, me sobaba y empujaba el clítoris en mi interior, los labios y pelos de su coño me hacían cosquillas en las partes sensibles de una forma verdaderamente excitante. Nadábamos en un mar lúbrico, mientras Corisande aumentaba el gozo de su hermana con el efecto estimulante de la vara.
Por fin todo terminó y nos retiramos a descansar. Al otro día no nos levantamos hasta tarde. Refrescadas con un baño frío, sólo nos quedaba tiempo para desayunar e ir hasta la Academia. Fuimos hasta Burlington House, pero sólo nos quedamos media hora. Volvimos al coche de nuevo y fuimos hasta la gran casa que da su fachada al río Támesis, en Cheyne Walk. Dominaba el paisaje desde el centro de sus jardines.
Fuimos recibidas en la puerta por una vieja dama de apariencia silenciosa, que era la ama de llaves y directora del Círculo Pollista. Nos llevó hasta un grandísimo salón, que ocupaba casi todo el espacio del primer piso. En el centro le servían de apoyo elegantes columnas talladas y pintadas en negro y oro, y todo el departamento parecía recordar un salón de la verdadera Alhambra. Las ventanas estaban cerradas con preciosas cortinas negras y doradas, y aunque era de día afuera, la estancia estaba alumbrada por una constelación de velas, artísticamente colocadas alrededor de todas las paredes.
El novicio era el duque de Breçon, y Bertram y Lord Carisbrooke eran sus padrinos; Lord Montairy y Lord St. Aldegonde, junto a otros varios caballeros y damas, se hallaban también presentes.
Alice y yo nos vimos encantadas al ser saludadas como dos de los fundadores originales de la sociedad.
Lord St. Aldegonde, como presidente, le pidió entonces a Corisande y al duque si sostenían su palabra de mantener todos los secretos del Círculo Pollista, haciendo observar que los juramentos eran bastante inútiles, pues él tenía la seguridad de que quienes los presentaban a la sociedad tenían toda la seguridad del mundo sobre sus honorables intenciones.
Tras contestarle afirmativamente y haber estrechado manos con todos, nos pidió que nos preparásemos para el baile, pues no esperaban a nadie más.
Todos nos retiramos a los cuartos de vestir, y en pocos minutos estuvimos de vuelta en el inmenso salón, todos y cada uno totalmente desnudos, con la excepción de las medias de seda, las ligas y los elegantes zapatos de baile.
Para evitar que surgiesen los celos o cualquiera prefiriera a uno y no a otro, había en una esquina una gran caja y una mesa, donde estaban los refrescos. En la caja habíanse depositado papeletas con los nombres de todos los caballeros presentes. Las damas teníamos que sacar un papelito e invitar al caballero elegido a bailar el primer vals. Que se vería luego seguido de un paso a dos muy especial.
Corisande sacó a Lord Carisbrooke y a mí me tocó St. Aldegonde. No debo olvidar que a una de las damas le tocó una papeleta con el nombre de «Piano» escrito en ella. Esto quería decir que el último caballero elegido tendría que moverle las hojas de la partitura mientras aquella tocase.
Dicha papeleta le tocó a Lady Bertha, que era una pianista brillante y pronto se puso al teclado, tocando una de las piezas más famosas de entonces, con la cual todos empezamos a movernos.
Fue mucho más excitante que en la orgía del cumpleaños de Fred, pues ella siguió tocando y haciéndonos bailar hasta que, una por una, las parejas, cediendo al toqueteo invitante terminaron por retirarse todas a los cómodos sofás que rodeaban todo el salón.
Mi compañero tenía una brillantísima erección y me dijo al oído:
—Aún no, querida Beatrice; debemos ocuparnos de Corisande.
Todo el mundo parecía actuar sin la necesidad de impartir órdenes. Todas las parejas se colocaron en semicírculo, alrededor del sofá donde Carisbrooke acariciaba y besaba a Corisande, mientras la hermosa muchacha suspiraba al mirar aquella polla tan admirable, que ella apretaba en su mano.
—Bien, amor —dijo el gallardo hombre—; como novicia debes besar todos los carajos de los caballeros y luego te iniciaremos en los misterios de Venus.
Corisande, toda llena de sonrojo, fue tomando entre sus manos de terciopelo todas las pichas ansiosas y las fue besando, una a una, en sus aguerridos capullos.
—Bien, Breçon —dijo mi compañero—, haz lo mismo con las damas y así terminaremos con esta parte de la ceremonia.
—Con gusto me pongo de rodillas —dijo el duque, y todas le presentamos el coño para que nos lo besara.
Luego Carisbrooke inclinó suavemente a Corisande sobre el sofá, le puso una delicada almohada debajo del culo, y luego procedió a colocarse él en posición, pero incapaz de resistir su excitabilidad se corrió de golpe sobre el hermoso y velludo coño y vientre de la muchacha, y hasta algunas gotas de la leche le cayeron a la chica entre las tetas de alabastro con que se adornaba su agitado pecho.
El hombre se sonrojó vejado y vergonzoso, mientras que Corisande estaba totalmente escarlata y resollaba de tan excitada como se sentía.
Lady Bertha, que era la más templada de todo el grupo, inmediatamente limpió la leche del vientre de su hermana con sus dedos y lengua, y con otro poco le lubricó la raja.
Luego, cogiéndole el nabo a su señoría, se lo dirigió correctamente hacia aquel hoyo que ansiosamente boqueaba de amor.
—Métesela, sácasela, muchacho mío. Y tú levanta el culo, para que te encaje de verdad, querida —decía mientras reía, y le daba a Corisande un buen tortazo en sus caderas con la otra mano.
Con un empuje furioso, el carajo se hundió en el momento justo. La colisión con el virgo fue tremendamente destructiva, las defensas de la virgen dejáronle entrar, y con un grito de dolor la chica perdió el sentido. Completó la conquista de la virginidad de la víctima y luego siguió metiéndosela y sacándosela, e intentando revivirla en su sensibilidad con aquel lascivo movimiento dentro de ella, hasta que todos nos pusimos a su alrededor y empezamos a acariciarla para que volviera en sí.
Con rapidez recobró la consciencia, y evidentemente olvidando la tremenda pena de su desvirgamiento, mostraba una deliciosa languidez en sus ojos, mientras movía el culo y hacía que él se le echara sobre las tetas.
Él respondió al reto gentil y la hizo revolcarse de placer con las delicias de la jodienda, y nunca le sacó el nabo manchado de sangre hasta que ambos se corrieron varias veces.
Entonces mi compañero me llevó hasta un sofá, mientras los demás se dispersaban y ocupaban en el mismo tipo de asunto.
Él la tenía tan dura como siempre y yo ansiaba sentirla dentro de mí, pero, para sorpresa mía, se colocó en posición contraria sobre mí, presentándome su culo ante el rostro, y me pidió que le oprimiera con mis duras tetas la polla, que colocó entre ellas, de forma que se corriera así mientras me chupaba el coño.
Era una postura muy lujuriosa y dejé que mi ardor secundase su fantasía, y su lengua lasciva hizo que me corriese llena de gusto, mientras su leche me inundaba el pecho y el vientre, y hasta alguna gotita me cayó en la boca, que yo chupé ansiosamente.
Alice poseyó así a lord Montairy.
Después de esto se volvieron a meter en la caja los nombres de los caballeros, y las damas hicieron la selección de nuevo, pero en caso de que le tocase por segunda vez el mismo caballero, se acordó que en dicho caso se devolvería la papeleta a la caja y podría sacar otra.
Así pasamos una tarde de lo más deliciosa, refrescándonos todos, de vez en cuando, con champagne y helados o algo más sustancial, pues el adorar a Venus y a Príapo precisa estimulación constante con los alimentos más cargados de vigor.
En este breve boceto de mis aventuras sería imposible describir todo lo que he hecho con mucho detalle y extensión, pero puedo asegurarte que las damas agotaron a los caballeros bastante pronto, mucho antes de que decidiésemos volver todas a nuestras casas a cenar.
(Continuará en el próximo número).