Prólogo
Todavía no puedo creerme que me haya dejado convencer para que me traigas aquí susurró Donna Fields a su amiga, que no dejaba de mirar al grupo de escandalosos vaqueros que había en la mesa de al lado.
Admítelo dijo Joanie Richardson, fijándose especialmente en uno de ellos, alto y rubio, tú deseabas venir tanto como yo. Reconoce que estabas harta de tu aburrida y solitaria vida. Además, nuestras vacaciones ya casi se han acabado y todavía no nos hemos divertido de verdad. Así que vamos a dejarnos llevar un poco. Vamos a arriesgarnos y a correr una buena aventura.
Donna observó la cantidad de humo que había dentro del Blue Bonnet Grill.
Se arrepentía de haber hecho caso a Joanie y de haber aceptado pasar su última noche de vacaciones en Plain City, una pequeña ciudad de Nuevo Méjico. Incluso más pequeña que Marshalton, su ciudad natal, en Tennessee.
Mi vida no es ni solitaria ni aburrida protestó Donna mientras se fijaba en cómo se besaba apasionadamente una pareja en un rincón. Donna sintió un escalofrío. Vámonos inmediatamente de aquí. No me gusta nada este sitio.
Joanie apartó la vista del vaquero rubio y se fijó en la pareja a la que Donna no quitaba ojo.
— ¡Mira esos dos! No me acuerdo cuándo fue la última vez que tuve un encuentro tan apasionado con un hombre.
— La gente no debería dar esos espectáculos. Es muy desagradable.
— Eso es que estás celosa.
— Tú estás loca.
— Esos dos están tan absortos el uno en el otro, que todo lo demás ha dejado de importarles —Joanie soltó un suspiro teatral— Me encantaría que ese hombre tan guapo me llevara a un rincón oscuro Y.
— ¿Cómo está usted, señora? Me llamo Big John —dijo el gigante rubio, sonriendo— ¿Les gustaría a usted y a su amiga tomar algo conmigo y otro amigo mío?
— Nos encantaría — contestó Jeanie.
— ¡Ni hablar! —gritó Donna— ¿Es que has perdido el juicio? —susurró a su amiga.
—Estaba tomando algo con unos compañeros de trabajo mientras esperaba a mi amigo. Debe de estar a punto de llegar. Podíamos ir pidiendo una ronda de cervezas.
—De acuerdo —Joanie echó hacia atrás su silla y se levantó, tomando del brazo al vaquero— Me apetece pasármelo bien.
—¿Y usted, señora? Le aseguro que mi amigo es un buen tipo. Creo que usted le va a gustar —Big John observó a Donna de la cabeza a los pies, 1
sonriendo— Sí, conozco a J.B. y estoy seguro de que usted le va a gustar. Hay que reconocer que es usted más elegante que las chicas con las que acostumbra a salir, pero en cualquier caso tiene los suficientes atributos como para gustarle
—añadió Big John, fijándose en sus pechos.
Donna se cruzó de brazos para ocultarlo. Sabía que los hombres eran todos unos cerdos y que lo único que les importaba era el sexo.
Joanie miró con gesto suplicante a Donna.
—Es que mi amiga es un poco tímida —Joanie le pidió, en silencio, por favor a Dona que los acompañara. Luego, se volvió hacia Big John— Somos profesoras, damos clase en un instituto de Tennessee y hemos venido a Nuevo Méjico para hacer una ruta arqueológica. Esta es nuestra última noche de vacaciones.
—Entonces, haremos que os lo paséis bien.
Como Donna seguía allí sentada sin decir nada, Joanie suspiró disgustada.
Luego, se abrazó a Big John. —Tú y yo podemos bailar un poco mientras llega tu amigo —luego se volvió hacia Donna— Y tú, mientras bailamos, a ver si recapacitas. Por favor, hazlo por mí, quedémonos y pasémoslo bien.
Donna sintió ganas de estrangular a Joanie. Se llevaba bien con ella, pero no se podía decir que fuera una amiga de verdad. Ambas se habían conocido dos años atrás, cuando Joanie entró como profesora de Educación Física en el instituto en el que Donna daba clases de Historia. Era cierto que Joanie le caía bien, pero también era cierto que eran muy distintas. Joanie tenía veintiocho años y era divorciada. También era muy simpática.
Cuando Joanie le propuso salir a dar una vuelta, Donna no pudo decir que no, a pesar de que a ella no le gustaba mucho salir de noche. Pero, en el mismo instante en el que habían entrado al Blue Bonnet Grill, Donna se había dado cuenta de que debería haberse quedado en la posada.
La música del local era un country estridente que salía de una máquina que funcionaba con monedas. El sitio estaba lleno de vaqueros y de mujeres que no parecían muy honradas. Todos estaban bebiendo cerveza y riéndose y algunas parejas se besaban en mesas apartadas. Ese era el tipo de sitio al que Donna Fields nunca iría. Si su familia pudiera verla en esos momentos, se avergonzarían de ella. Al fin y al cabo, ella era una dama de buena familia, criada en el Sur.
Volvió a observar a la pareja que se besaba en un rincón y sintió cómo el calor le subía por la espalda. De pronto, se sonrojó. Ella no era ninguna mirona, así que, ¿por qué no podía dejar de mirar a la pareja? A ese hombre y esa mujer que, en ese preciso instante, se pusieron en pie y avanzaron hacia la salida.
Donna no pudo contener un escalofrío al darse cuenta de que seguramente se dirigirían a una habitación en un motel cercano. Sintió un gran dolor en lo más íntimo de su ser al pensar en lo que harían allí.
«Contrólate», se dijo a sí misma. Pero luego se dio cuenta de que era normal que siendo una mujer sana, como era ella, pensara por una vez en el sexo.
Especialmente, cuando llevaba cinco años sin hacer el amor. Y no porque no hubiera tenido ninguna oportunidad. De hecho, había quedado con varios hombres que se le habían insinuado al respecto. Pero para ella el sexo implicaba 2
un compromiso y eso significaba que tenía que haber amor de por medio. Y de haber amor, podía volver a repetirse otra vez la dolorosa experiencia que había vivido al perder a Edward. Después de perder a su marido, se juró que nunca volvería a enamorarse de nuevo. No quería volver a pasar por la misma agonía.
De pronto, Donna volvió a la realidad y se fijó en cómo bailaban Joanie y Big John, sus cuerpos muy juntos.
Luego, la puerta de la calle se abrió y Donna sintió cómo el aire cálido llegaba hasta ella. También pudo oír cómo varios vaqueros saludaban al recién llegado. Incluso el tipo que había tras la barra le tendió la mano y lo saludó.
— ¡Qué tal, J.B.! —le dijo el camarero— Esto ha estado muy tranquilo sin ti.
¿Tranquilo? Ese tipo debía de estar bromeando. Si hubiera habido más alboroto en aquel antro, la policía no habría tardado en aparecer.
Donna levantó los ojos hacia J.B. y se fijó en que era un hombre alto y musculoso. Aquel debía de ser el amigo de Big John, el que se suponía que iba a ser su acompañante aquella noche. Pero eso no iba a suceder. Iba a marcharse de allí inmediatamente.
Así como Big John era un tipo afable y tenía una sonrisa encantadora, J.B.
tenía un aspecto feroz y su sonrisa era cualquier cosa menos agradable. Parecía un hombre peligroso y no tenía pinta de ser un vaquero normal.
Big John dejó de bailar para saludarlo.
— Oye, tu chica te está esperando allí sentada. Llévale una cerveza. Se llama... —se volvió hacia Joanie.
— Se llama Donna —gritó Joanie— Y por lo que más quieras, J.B., no dejes que se marche y haz que pase un buen rato.
Donna deseó que la tierra la tragara en ese preciso instante. O mejor aún, deseó que la tierra se abriera y tragara a toda la clientela del Blue Bonnet Grill excepto a ella. En cualquier caso, decidió apartar la vista de J.B., con la esperanza de que él se diera por aludido y la dejara en paz.
Pero el ruido que hizo la silla a su lado, le dejó bien claro que no había sido así.
— ¿Donna? —la llamó él con su voz grave.
Ella se volvió lentamente y se vio frente a frente con el hombre más atractivo que hubiera visto en su vida.
El se levantó ligeramente el sombrero Stetson que cubría su cabeza y unos mechones de pelo negro cayeron sobre su frente. Sus ojos también eran de color oscuro. Sus rasgos eran duros y una barba incipiente acentuaba aún más su aspecto de hombre peligroso.
J.B. observó el rostro de ella para mirarla finalmente a los ojos.
Donna no pudo evitar estremecerse. El hombre más sexy del planeta se la estaba comiendo con los ojos.
— Mira, J.B., esta cita no ha sido idea mía. Mi amiga, Joanie, y tu amigo, Big John...
— ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este? Es como si a mí un día se me ocurriera ir a la ópera.
— Yo... vine a acompañar a Joanie. Esta es nuestra última noche en Nuevo Méjico y ella quería conocer la vida nocturna de la ciudad —Donna colocó sus temblorosas manos sobre el regazo.
— ¿De dónde sois tú y Joanie? —preguntó J.B., mirando hacia la pista de baile.
Luego, él le sonrió de un modo que, estaba segura, habría llevado a la ruina a más de una mujer. ¿Qué mujer podría negarle nada a un hombre así?
— De Tennessee —contestó ella.
— ¿De verdad? Yo vivía antes en Tennessee.
Ella no lo creyó, por supuesto. Estaba segura de que si le hubiera dicho que era de cualquier otro sitio, él también habría dicho que había vivido allí.
— ¿Ah, sí?
— Sí, hace unos cuantos años —contestó él, bajando la vista hacia los grandes pechos de ella, que ni siquiera la blusa holgada que llevaba podía disimular— ¿Te apetece que bailemos?
— No, gracias.
— Te aseguro que no muerdo.
Ella lo miró con suspicacia y él se echó a reír, dando un golpe en la mesa que sobresaltó a Donna.
— ¿Qué pasa, J.B.? —dijo un joven vaquero que estaba sentado en la mesa de al lado— No irás a decirme que has dado finalmente con una chica que se te resista.
Los hombres que acompañaban al joven se echaron a reír. J.B. los miró con el ceño fruncido.
— Quizá es que no le gustes —insistió el hombre, levantándose y acercándose a Donna— ¿Es eso, muñeca? ¿Es que prefieres a alguien más joven y dulce que J.B.? Porque sí es así, yo soy tu hombre.
— Deja tranquila a la señora, Woody —le advirtió J.B.
— No hasta que sea ella quien me lo diga —Woody apoyó una mano sobre el hombro de Donna— ¿Por qué no te sientas con nosotros? J.B. ya tiene suficientes mujeres. No necesita ninguna más.
— Por favor —Donna sintió ganas de salir corriendo. No había sentido tanta vergüenza en toda su vida.
— De verdad, muñeca, nada me gustaría más que hacerte pasar un buen rato.
Donna se volvió hacia Jake con ojos suplicantes.
— Por favor, déjeme tranquila. Yo... estoy citada con J.B.
Donna se arrepintió inmediatamente de decir aquello. ¿Por qué diablos habría metido en aquello a J.B? Ella podría haber solucionado sola sus problemas.
— Ya has oído a la señora —dijo J.B.—, está conmigo.
Woody dudó un momento, pero entonces J.B. se puso en pie y se acercó al joven, bastante más bajo que él. Este sonrió mientras se alejaba de Donna.
— Claro, no te preocupes, ya me voy.
Woody desapareció y lo único que pudo ver Donna fue cómo J.B. la devoraba con los ojos.
— ¿Bailamos?
Donna se puso en pie sin pensar bien lo que hacía y, dándole la mano, se dejó guiar por él hasta la pista de baile. En el momento en que él la tomó en sus brazos, se dio cuenta de que estaba perdida. Nunca en toda su vida se había sentido tan atraída por un hombre. No pudo resistirse a la mirada seductora de él, ni al calor que emanaba de su cuerpo, ni a su propio deseo, largamente contenido.
¿Cómo era posible que deseara de ese modo a un hombre al que acababa de conocer? Debía de haberse vuelto loca. Pero, fuese como fuese, estaba claro que deseaba a J.B. Lo deseaba como no había deseado nunca a ningún otro. Era como si una mujer dominada por la lascivia se hubiera apropiado de su cuerpo.
El la apretó contra su cuerpo musculoso mientras se mecían al son de la música. Con una mano, le sujetaba la cadera, mientras con la otra rodeaba su cuello.
— Eres la mujer más sexy que he conocido —le susurró él al oído.
Ella sabía que era una mujer atractiva, pero nunca había pensado en sí misma como en alguien sexy. Sí se sentía femenina, pero no sexy. El tener el pecho grande no quería decir que fuera sexy. Y más cuando ella no trataba de aprovecharse de ello. Al fin y al cabo, era una dama, y una dama no puede ser sexy. La mayoría de los hombres que habían quedado con ella después de la muerte de Edward le habían dicho que parecía de hielo.
— J.B., yo... no... yo nunca...
El inclinó la cabeza hacia ella. Donna vio como su boca se acercaba y fue consciente de lo que iba a suceder. Así que podía haberlo evitado. Pero no lo hizo.
Fue un beso apasionado que la dejó casi sin sentido. Aquello no podía estar sucediendo de verdad. Aquello no podía estar pasándole a Donna Fields. Ella nunca se había besado con un hombre en público. Siempre había pensado que era vulgar. Pero en ese instante se encontraba besando a un desconocido en un antro de Nuevo Méjico. Y lo peor de todo era que le gustaba.
El, de pronto, se apartó de ella bruscamente y se quedó mirándola a los ojos, consciente del deseo que la invadía.
— Será mejor que paremos, si no queremos dar un verdadero espectáculo.
Ella asintió y apoyó la cabeza contra el pecho de él mientras seguían bailando. Donna pudo oír el latido del corazón de J.B.
Bailaron una canción tras otra y ella perdió la noción del tiempo. Tampoco se dio cuenta de cuándo Joanie y Big John habían abandonado la pista de baile, ni de que habían pedido unos filetes de cena y se los habían comido. Todo lo que no fuera estar abrazada a J.B. había perdido sentido para ella.
— Te deseo —susurró él–. No sabes cómo te deseo.
— Sí que lo sé —dijo ella, notando su excitado sexo contra su cuerpo mientras bailaban.
— Voy a quedarme en la ciudad todo el fin de semana —dijo, apretando su miembro contra el sexo de ella–. Así que tengo una habitación reservada en el motel Crescent. ¿Por qué no pasas la noche conmigo?
— Yo... —estuvo a punto de decir que no, que ella no era la clase de mujer que podía pasar la noche en un motel con un hombre al que apenas conocía–. Ya 5
sabes que solo será por esta noche. Y después, no nos volveremos a ver. ¿Lo entiendes?
— Yo lo único que quiero es hacer el amor contigo — dijo él, acariciando las nalgas de ella.
Ella sintió cómo su sexo se humedecía. Nunca había deseado a un hombre de ese modo.
— Pues entonces, ya somos dos.
— Está bien, vamos — dijo él, guiándola fuera de la pista de baile–. Vamos a decirles adiós a nuestros amigos.
Se acercaron a la mesa donde estaban sentados Joanie y Big John. Al verlos llegar, estos les sonrieron.
— Nos vamos — dijo J.B.
Joanie, yo, er... hasta mañana.
Joanie abrió, sorprendida, sus enormes ojos azules.
— ¡Oh! Hasta mañana — le sonrió— ¡Que te lo pases bien!
Donna estuvo a punto de echarse atrás al oír aquello. Sabía que estaba cometiendo una locura, la mayor locura de toda su vida, pero algo en su interior le dijo que siguiera adelante, la incitó a probar la fruta prohibida, a montar a ese semental salvaje que era su acompañante.