Capítulo Tres
De camino a casa de Donna, en una de las zonas más caras de Marshallton, Jake pensaba en lo muy distintos que eran los dos. No solo tenían vehículos muy diferentes, él conducía una furgoneta vieja que había comprado a Hank, sino que también la casa de ella no se parecía a la suya en absoluto. Aquella casa de dos plantas y estilo colonial, en la zona más lujosa de la ciudad, evidenciaba que tenía bastante dinero. Lo cual quería decir que no necesitaba que él la ayudara económicamente. El rancho de Henry que quería comprar no podía compararse a esa casa situada en Mulberry Lane. ¿Podría vivir Donna en el rancho, aunque lo remodelara?
¿Qué podía él ofrecer a una mujer que parecía tenerlo todo? Probablemente, nada.
El manojo de globos que Susan había atado a la parte trasera de la casa, se elevaba con la brisa nocturna. Sheila abrió la puerta, también decorada con un 23
enorme globo rosa, y todos entraron. El olor de la parrilla los recibió. Los hermanos de Jake salieron al vestíbulo, donde colgaba un cartel con el nombre de Louisa Christine Bishop. La cena se convirtió en una celebración por todo lo alto que Caleb y Hank grabaron en vídeo y vieron varias veces antes de marcharse aquella noche.
Jake miraba a su hija, dormida en la cuna ya.
«No puedo dar a tu madre nada que necesite o quiera. Pero, ¿y a ti, qué te puedo dar, muñequita? ¿Qué es lo que una niña pequeña necesita?>> Donna despidió a sus amigas, cerró la puerta y volvió a la sala donde Jake estaba observando a la niña dormida. Ella desearía que él no estuviera tan fascinado con la pequeña. Desde luego, no parecía el tipo de hombre que se conmoviera ante un niño, especialmente si era niña. Aunque, ¿qué sabía ella de Jake? Nada. Quizá él siempre hubiera querido tener una hija o quizá, al ver una niña pequeña, nunca hubiera podido evitar conmoverse.
— Estoy muy cansada, Jake. Creo que debería acostarme en seguida —
declaró sin acercarse. El la miró y esbozó una sonrisa.
—Llevaré la cuna a tu dormitorio si me enseñas el camino.
Donna vaciló.
— De acuerdo, pero yo llevaré a Louisa, porque está en la segunda planta.
Tú subirás la cuna. —Claro, no hay problema.
El hombre tomó a la niña y se la dio a Donna. Luego, alzó la cuna.
Donna subió las escaleras despacio, todavía no estaba del todo recuperada.
Jake no trató de subir más deprisa que ella y, cuando llegaron a la entrada, se detuvo en la puerta y dio un silbido. El dormitorio era tan elegante como aquella mujer y de estilo muy diferente a las casas en las que él había vivido.
Donna se dejó caer en la cama y esperó a que Jake acercara la cuna, pero él no se movió. Se quedó en la puerta mientras observaba deslumbrado toda la habitación, desde el cabecero de estilo Luis XVI, hasta el elegante balcón que daba al jardín trasero.
Por la expresión de la cara de Jake, Donna imaginó que no estaba acostumbrado a los dormitorios decorados con muebles antiguos. Sin duda, la mayoría de las experiencias de Jake con chicas habían tenido lugar en moteles baratos.
«¡Como el motel en el que pasó contigo aquel fin de semana?», le dijo una voz interior.
— Por favor, deja la cuna aquí —indicó, haciendo un gesto con la mano—, al lado de la cama. Si la tengo cerca, no tendré que levantarme por la no— che para darle de comer o cambiarla.
Jake puso la cuna en el sitio que ella le había indicado y luego miró a Dona.
— Bueno, me imagino que yo no puedo darle de comer, pero creo que sí podré cambiarle el pañal... si me enseñas cómo.
Donna lo miró en silencio.
—No creo que sea necesario.
— Claro que lo es, Hank me ha dicho que necesitas descansar. Así que, estos días, yo la cambiaré.
— Que Hank ha dicho...
Donna se detuvo al darse cuenta de que Jake tenía la intención de pasar la noche con ella. Por eso no se había quedado Sheila, como habían planeado en un principio... en los tiempos felices, antes de que Jake volviera a la ciudad.
¿Cómo iba a decirle que no podía pasar la noche con ella? Tenía que conseguir que se marchara y llamar a Sheila, ya que necesitaría ayuda durante unos cuantos días, hasta que la niñera que había contratado comenzara a trabajar. Quizá podría llamarla para que comenzara antes.
J Jake, en realidad no hay necesidad de que te quedes aquí esta noche —dijo sin atreverse a mirarlo a la cara.
—Vas a necesitar a alguien aquí hasta pasado mañana, hasta que tú y la muñequita os recuperéis un poco. ¿Y quién mejor que su padre para cuidarla?
J Jake, yo... bueno, ya sabes que estamos en Marshallton, Tennessee. Si te quedas aquí, la gente comenzará a murmurar y...
Jake soltó una carcajada.
—Cariño, ¿no crees que el estado entero estará murmurando que el renegado de Jake Bishop es el padre de tu hija? No puedes ser tan ingenua como para pensar que vas a poder ocultar algo así.
Donna dio un suspiro profundo. Jake tenía razón, claro. ¡Dios mío! ¿Qué iban a decir sus amigos y socios cuando descubrieran que el padre de Louisa era un vaquero machista y primitivo? Nadie, excepto Joanie Richardson, que se había ido a vivir a California, podía sospechar la verdadera historia de la concepción de su hija.
— De acuerdo, puedes quedarte esta noche en la habitación que hay al lado del vestíbulo, pero quiero que te vayas después del desayuno. Llamaré a la señora Winthrop para ver si puede comenzar mañana en vez de la semana que viene.
Jake frunció el ceño y, después de cambiar el peso del cuerpo de una a otra pierna, se aclaró la garganta.
— No vas a casarte conmigo, ¿verdad?
— No, Jake, no voy a casarme contigo —afirmó ella.
— No pertenezco a tu ambiente, ¿no es eso? —el hombre echó una ojeada a la habitación— Hank me ha dicho que eres profesora de universidad y que tus padres tienen mucho dinero. Supe, desde el primer momento, que eras una señora, pero nunca pensé que fueras de sangre azul.
— No es que crea que no eres suficientemente bueno para mí. Es solo que...
—Que no soy suficientemente bueno para ti.
—No, Jake, de verdad... Somos unos completos desconocidos, con pocas cosas en común... excepto Louisa y...
— ¿Una fuerte atracción sexual?
— Sí, algo así.
Donna se sentó en la cama y apartó la vista para que Jake no pudiera ver lo fuerte que era esa atracción.
Jake pensó que Donna parecía muy frágil con su bata azul de rayas y los ojos caídos. La mujer puso una mano en la boca y bostezó.
— Me voy a quedar esta noche y te ayudaré, si me dejas. Incluso un bruto como yo es capaz de cambiar de pañales o mecer a un bebé que llora.
— Vas a querer formar parte de la vida de Louisa, ¿verdad?
Donna solo había querido compartir responsabilidades con Edward, su marido, el hombre al que había admirado, respetado y amado.
— La idea de que yo comparta la responsabilidad te molesta, ¿verdad? Pero no puedes cambiar el hecho de que yo sea el padre. Quizá si yo no estuviera aquí, podrías fingir que el padre es alguien como tu marido fallecido, alguien con cultura y dinero, alguien de quien no te avergüences.
Donna se puso muy pálida.
— Me imagino que habrán sido Sheila o Susan quienes te han hablado de Edward, ¿no?
— Sí, me lo dijo Susan.
— Lo siento — dijo Donna— . Me imagino que no he tenido en cuenta tus sentimientos, pero debes en— tender que al llegar de improviso... estropeaste todos mis planes. Si quieres ser el padre de Louisa, estoy segura de que podemos llegar a un acuerdo.
Jake se cruzó de brazos y asintió varias veces. — Me imagino que estás hablando sobre el derecho a verla y todo eso.
— Sí, me imagino que sí — Donna dio un suspiro— . Pero, ¿no podemos discutirlo por la mañana? De verdad que estoy muy cansada.
Y sin pensarlo, levantó una mano y la colocó sobre el brazo de él. En cuanto lo tocó, los músculos de Jake se tensaron y el calor del cuerpo masculino penetró en su mano y, de ahí, se extendió a todo su cuerpo.
Jake se volvió bruscamente y, al hacerlo, apartó la mano de ella. Luego, se agachó, y la ayudó a levantarse.
— Ve a ponerte el pijama y yo cuidaré de mi muñequita.
Donna murmuró entre dientes. Era evidente que Jake estaba decidido a usar ese ridículo apodo y ella no iba a poder hacer nada para evitarlo. O por lo menos, no esa noche.
— De acuerdo, gracias.
Se metió rápidamente al cuarto de baño y se quitó los pantalones y la blusa con la que había salido del hospital por la mañana. Luego, se puso el camisón suave de algodón que colgaba detrás de la puerta. Se abrochaba por delante y era parte de la ropa que había comprado durante el embarazo.
Después de ponerse las zapatillas blancas de satén y la bata de flores amarillas, salió. Lo primero que notó fue que todas las luces estaban apagadas, excepto una de la mesilla de noche. Lo segundo, que su cama estaba abierta. Lo tercero, que Jake se había quitado las botas y la camisa y estaba sentado en el sillón de estilo victoriano que había en un rincón del dormitorio. Louisa estaba sobre su pecho velludo.
Donna tragó saliva. Luego, dio un suspiro pro— fundo para tratar de calmarse. ¡Ese hombre había tomado posesión de su casa! Estaba parcialmente desnudo y había sacado a Louisa de la cuna. ¿Cómo se atrevía? ¿Quién creía que era?
«El padre de Louisa», le recordó una voz. «El padre de Louisa y tu amante».
El corazón de Donna dio un vuelco. ¿Cómo había podido suceder? ¿Cómo era posible que todos sus planes se hubieran desvanecido? Jake Bishop había aparecido y resultaba ser el misterioso J.B. Ahí radicaba el problema.
— Estaba llorando un poco, así que pensé que lo mejor que podía hacer era demostrarle que su padre estaba aquí y que no tenía nada que temer — explicó sonriendo.
Donna notó que su estómago se contraía. «¡Basta! No dejes que su sonrisa y su cuerpo sexy te hagan bajar la guardia. Tú no quieres a ese hombre y tampoco lo necesitas», se dijo en silencio.
«Mentirosa», le recordó la voz interior.
— Tengo que cambiarle el pañal y darle de comer, así que necesito estar sola.
— Escucha, cariño, no tienes que tener vergüenza delante de mí — aseguró Jake, incorporándose y poniendo a Louisa sobre su hombro— . Ya te he visto desnuda, ¿recuerdas?
Donna se dio cuenta de que los vaqueros de Jake estaban desabrochados y un escalofrío recorrió su espalda al recordar el intenso placer que aquel hombre alto y fuerte había dado a su cuerpo.
— Sí, lo recuerdo, pero eso no quiere decir que puedas...
— Voy a quedarme a dormir contigo. No puedo serte de gran ayuda con la muñequita si me voy a dormir a otra habitación. Duermo profundamente y no te oiría, aunque me llamaras. Pero si me tocas, me despertaré inmediatamente.
— ¡Maldita sea! ¿No puedes dejar de llamarla muñequita? Se llama Louisa,
¿me oyes? ¡Louisa!
Mientras la mujer hablaba, Jake se entretuvo en observarla concienzudamente. Donna se había soltado el cabello y este le caía por la espalda y los hombros en mechones que parecían de fuego. Sus senos grandes e hinchados se elevaban y descendían cada vez que tomaba aire. Jake deseaba ver cómo amamantaba a su hija. Quería acariciarla y disfrutar de ella a solas.
— Vamos, enséñame a cambiar el pañal de Louisa — suplicó, pronunciando claramente el nombre de la niña— . Luego, nos acostaremos y, ya en la cama, puedes darle el pecho y dormirla después.
— ¡Tú no te vas a acostar conmigo!
— Sí voy a acostarme contigo.
— ¡No, no vas a hacerlo!
— ¿Quién va a impedírmelo?
— Llamaré a...
¿A quién demonios podía llamar? Imposible llamar a Hank o Caleb y, desde luego, tampoco podía llamar a ninguno de sus compañeros de trabajo.
— ¡Llamaré a la policía!
— No, no lo harás. Piensa en el escándalo.
— Si me tocas, te... mato.
Jake se puso en pie, cruzó la habitación y dejó a la niña en la cuna.
— Enséñame a cambiarle el pañal.
— ¿Me has oído? — exclamó Donna, poniéndose en jarras.
— Sé que no podemos tener relaciones sexuales hasta que te recuperes del parto de mi hija — replicó Jake mientras agarraba el paquete de pañales y sacaba uno— . Voy a dormir contigo, pero te prometo que no te tocaré. Cuando Louisa te necesite, yo la agarraré y te la daré.
Donna se quitó la bata y la puso a los pies de la cama. Luego, se acercó a Jake.
— Pon a la niña sobre la cama, boca abajo. El pijama se abre por aquí —
dijo, señalando la tira de velcro que cerraba en la cintura— . Ahora, le quitas el pañal que lleva y con una toallita húmeda de esta caja le limpias bien el culito, tiras la toallita y el pañal aquí — Donna señaló una papelera rosa y blanca que había en el rincón— , y después le pones un pañal limpio, se lo ajustas bien y lo cierras así — Donna dejó a Jake que terminara de hacerlo— . Es muy sencillo.
— Me imagino que un pañal sucio es más complicado, ¿no? — bromeó Jake.
Donna no sonrió. Estaba furiosa con él. Así que se quitó la bata, agarró a la niña y se metió con ella en la cama.
— ¿Tendrás la decencia de darte la vuelta mientras le doy el pecho? —
preguntó, comenzando a desabrocharse el camisón.
— Quiero verlo — dijo con una voz llena de sensualidad.
Donna se estremeció.
— Por favor, Jake, preferiría...
Jake se sentó en el borde de la cama y terminó de desabrocharle el camisón, lo abrió y miró el sujetador que Donna llevaba. Lo estudió un momento antes de alzar la vista y mirar el rostro de la mujer. Sus labios estaban separados y sus ojos, muy abiertos, fijos en sus manos. Las mejillas estaban rojas.
Jake tiró suavemente del automático situado entre ambos senos. Este se abrió y los pechos de Donna quedaron al descubierto.
Donna miró fijamente a Jake. Notaba dentro de sí un montón de sentimientos. Por una parte, que— ría gritarle, decirle que no tenía derecho a estar allí y menos a ponerle la mano encima; pero, por otra parte, quería compartir ese momento con él. Deseaba que él la mirara y la tocara y fuera un marido cariñoso y el padre que toda madre primeriza necesitaba a su lado.
¡Pero no era su marido! «Aunque podía serlo», le dijo una voz.
Tratando de evitar el examen de Jake, Donna levantó a Louisa hacia su pecho y la ayudó a que encontrara el pezón. Louisa lo chupó ávidamente durante unos minutos v se detuvo como si estuviera cansada. Donna cambió de posición a la pequeña y esta comenzó de nuevo a mamar.
A Jake le parecía que no había visto una escena más bella en toda su vida.
Un hombre tenía que tener el corazón de piedra para no emocionarse al ver la imagen de su hija siendo amamantada.
Jake estaba todo lo excitado que un hombre podía estarlo, pero a pesar de esa excitación, se contentaba por el momento con estar allí. No solo Donna no lo había echado de la casa, sino que le había permitido que se quedara en la habitación. Incluso iba a dormir esa noche en la misma cama que ella. Era probable que Donna no supiera lo mucho que le había dado ya, aceptando eso. El se había dado cuenta, de manera visceral, que ella no quería que él se fuera. A pesar de lo que decía, él había visto el deseo que había en sus ojos, el deseo de 28
que el padre de su hija se quedara a su lado. Si ella hubiera insistido en que él se marchara, desde luego que se habría ido, pero no había insistido y él estaba muy agradecido.
El hombre se puso en pie, se quitó los calcetines y los vaqueros y se metió en la cama, al lado de Donna, en la parte donde estaba colocada la cuna de Louisa. Donna se quedó mirándolo mientras él buscaba una posición cómoda.
— Cuando haya terminado, me la das y yo la pondré en la cuna — dijo Jake
— . Si se despierta, la meceré, a menos que tengas que darle de comer.
— ¿Te importa apagar la lamparilla? Creo que será suficiente con la luz que entra por la ventana.
— Claro — contestó Jake, apagando y dándose la vuelta para continuar observado a la madre y la hija— . Gracias por dejar que me quede.
Donna se aclaró la garganta.
— Supongo que, en cierto modo, quería que te quedaras — admitió— . Pero eso no significa que vaya a casarme contigo ni que vayamos a tener una relación en el futuro.
— Aparte de la de ser los padres de Louisa.
— Exacto... aparte de la de ser sus padres. Diez minutos después, Donna alcanzó su hija a
Jake, quien, después de besarla, la metió en su cuna.
— Duerme bien, muñequita — dijo.
Luego, Jake dio la espalda a Donna y se tapó con las sábanas.
Donna se despertó al oír los gritos de Louisa y la ducha. Levantó la cara de la almohada y vio la puerta del baño abierta. Jake estaba allí, en la ducha.
¡Desnudo! Cuando terminara, abriría la puerta y saldría... desnudo.
Los gritos de Louisa continuaron y obligaron a Donna a volver la atención hacia su hija. Fue hasta la cuna y la tomó en sus brazos. Inmediatamente, la niña dejó de gritar y comenzó a buscar el pecho de Donna.
— ¿Estás preparada para comer, tesoro? —preguntó la madre, apartando rápidamente la ropa que le estorbaba— Y ahora, señorita Louisa, tú y yo vamos a tener que hablar seriamente sobre estos gritos que estás dando. Una señorita educada no puede hacer tanto ruido.
Louisa continuó mamando, ignorando por completo las instrucciones de su madre. Donna reía y miraba hacia la puerta del cuarto de baño de vez en cuando.
— Por supuesto, me imagino que con ese hombre como padre, habrás heredado algo de sus genes agresivos. Tu tía Tallie nunca ha sido muy silenciosa ni se ha comportado como una señorita, desde luego. Si heredas su carácter, con dieciséis años te defenderás a tiro de escopeta.
— ¿Qué estoy oyendo de que mi muñequita irá con una escopeta? —quiso saber Jake, que salía en ese momento del baño con una toalla alrededor de las caderas.
Donna tomó aire y Louisa soltó el pezón. Jake estaba en la entrada con una sonrisa en los labios.
— Estaba hablando con Louisa. Le contaba cosas de su tía Tallie —Donna volvió a colocar el pezón en la boca de la niña.
— Si mu... perdón, Louisa, se parece a Tallie, vamos a tener bastante trabajo.
Donna se quedó pensativa. Jake había dicho «vamos», así que no podía posponer por más tiempo el explicar la situación a Jake. Tenía que convencerlo de que, aunque él fuera el padre biológico de Louisa, no iban a tener un futuro común. Ni si— quiera estaba segura del papel que Jake jugaría en la vida de su hija.
Lo miró mientras él recogía la ropa del suelo.
— Jake?
—¿Sí? —miró la ropa que llevaba en la mano— — Oh, no te preocupes, me vestiré en el baño.
— Gracias, pero... después de que te hayas vestido, me gustaría hablar contigo.
— Claro, cariño.
Cuando Jake volvió, completamente vestido, llevaba el pelo seco y peinado.
Donna había cambiado el pañal a la niña y la había vuelto a dejar en la cuna.
Luego, se había sentado a los pies de la cama con las manos sobre el regazo. «Sé precisa», se dijo, «ve directa al grano».
Jake salió con una sonrisa en la cara. Donna decidió que prefería que no sonriera para no estar tan irresistible.
— ¿Está dormida? —preguntó, caminando hacia la cuna.
— No, la acabo...
Jake se inclinó sobre la cuna y acarició la carita de la niña.
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Es preciosa, ¿verdad? Quizá tiene mi color de piel, pero es igual que tú.
—Jake, tenemos que hablar.
Jake se sentó a su lado y le pasó la mano por la cintura.
— Bueno, pues habla. Pero yo preferiría acariciarte en vez de hablar contigo.
— ¡Tenemos que hablar ahora mismo! —exclamó ella, apartándole la mano.
— No me va a gustar la conversación, ¿verdad?
— Oh, Jake, ¿por qué tienes tanto interés en formar parte de la vida de Louisa? Nunca pensé que un hombre como tú estuviera interesado en ser padre.
— ¿Qué quiere decir un hombre como yo? —la sonrisa se borró de su rostro.
— Bueno, alguien que ha vivido siempre solo, un mujeriego, un vaquero duro que dejó la casa familiar antes de terminar la escuela, un hombre que...
Jake se levantó de la cama.
— Un hombre que no es suficientemente bueno para ti. ¿No es lo que estás tratando de decir?
— Por favor, no me malinterpretes.
—Está bien. Dígame, señorita profesora de universidad, si yo tuviera una carrera y una buena cuenta en el banco, ¿no estarías interesada en casarte conmigo? ¿En que fuera el padre de nuestra hija?
— La verdad es que, por lo que sea, no me casaré contigo. Estuve casada una vez y perdí a mi marido hace cinco años. Entonces, decidí que no volvería a 30
entregar mi amor a nadie. La muerte de Edward acabó con mi capacidad de amar.
—¿Sigues enamorada de tu marido?
— Sí.
No era cierto, pero quizá, si Jake lo creyera, deja— ría de pensar en casarse con ella. Pero sí era cierto que le asustaba el amor y el matrimonio. Además, nunca se permitiría a sí misma amar de nuevo tanto a alguien que su pérdida la destrozara. No podría volver a soportar una agonía semejante.
Jake tuvo ganas de sacudirla hasta que le castañearan los dientes. Amar a un hombre muerto era inútil. Donna era guapa, sensual y atractiva. El tipo de mujer que necesitaba de un hombre. De su adoración, de su protección y amor.
Era una mujer que sería una buena amante y él quería estar a su lado.
Le habría gustado decirle que es cierto que había dejado Crooked Oak dieciocho años antes sin acabar la escuela, pero que había viajado por todo el mundo y había leído mucho. Donna se habría sor— prendido de la cantidad de dinero que Jake tenía en el banco. Lo suficiente como para pagar al contado el rancho del viejo Henry. Lo suficiente como para enviar también a su muñequita a la universidad. Pero dejaría que Donna creyera que era un estúpido y un vaquero sin dinero que iba a pedir un préstamos al banco para comprar el rancho. Aunque le doliera pensar que ella quizá lo mirara como todos los habitantes de Marshall County lo habían hecho.
— Jake, creo que deberíamos esperar unos días hasta que yo me recupere un poco. Después decidiremos la relación que vas a tener con Louisa.
— Probablemente tengas razón. Con tus hormonas alteradas, quizá digas algo que lamentes en el futuro.
— Démonos una semana, ¿de acuerdo?
— Una semana me parece bien.
— Puedes llamar cuando quieras para ver cómo está Louisa.
— ¿Quiere eso decir que no deseas que me quede aquí contigo? De acuerdo, me iré al rancho, donde voy a trabajar con Henry hasta que se haga la compra, pero llamaré una vez al día y me pasaré a ver a mi hija.
— ¿Es eso necesario?
— Sí, claro que es necesario. Es esencial. Para mí y para muñequita.
Donna dio un suspiro profundo.
— No vas a ceder tan fácilmente, ¿verdad?
— No, voy a ser un verdadero padre para mi hija, te guste o no. Voy a ser la persona más importante en la vida de ella y en la tuya también.
—¿Aunque yo no quiera?
—Cariño, tú me quieres... solo que no lo sabes todavía.
Dicho lo cual, Jake miró a la niña por última vez, se dio la vuelta y salió del dormitorio. Donna se levantó y corrió hacia el vestíbulo. Vio cómo Jake bajaba de dos en dos las escaleras y quiso gritarle. Decirle que nunca querría tenerle a su lado de manera permanente, pero las palabras murieron antes de salir de su boca.
Tenía que reconocer que ese hombre le gustaba. Su cuerpo, incluso en ese momento, lo deseaba. Pero estaba completamente aterrorizada. Sabía que si Jake Bishop se quedaba a su lado, se acabaría enamorando locamente de él.