Capítulo 8

Lalitha lanzó un grito casi inconsciente de terror y despertó. Descubrió que estaba en su dormitorio de la Casa Rothwyn.

A pesar de que las cortinas estaban corridas podía ver los muros blancos y plateados y los grandes jarrones con lirios y rosas que perfumaban la habitación…

¡Estaba a salvo! ¡Estaba en casa y ya no había razón para tener miedo!

Le resultaba difícil recordar lo que había sucedido a partir del momento en que se encontró en brazos de Lord Rothwyn y comprendió que el peligro de que la llevaran lejos de Inglaterra había pasado.

Alguien le había desatado los tobillos y Lord Rothwyn la cubrió con su capa.

La había ayudado a subir a cubierta. Lalitha recordaba que los oficiales, pistola en mano, mantenían alineados a los marineros del barco, pero Lord Rothwyn se había apresurarlo a conducirla hacia una escalera de cuerda para que abordara un pequeño bote.

Junto al navío donde la mantuvieron cautiva, había un barco patrullero en el que se mantenía a muchos hombres armados en cubierta a fin de evitar cualquier acto de violencia de la tripulación.

Recorrieron el río hasta el embarcadero, donde esperaba el carruaje de Lord Rothwyn. El la había ayudado a subir y Royal saltó para arrellanarse en su regazo.

Lalitha se había mantenido serena entonces, pero la prueba de afecto del perro le hizo perder el control.

Sin pensar en lo que hacía, se volvió hacia Lord Rothwyn, ocultó el rostro en su pecho y empezó a llorar.

Después de un corto silencio, cuando ya los caballos habían iniciado la marcha, escuchó que él le decía, amable:

—¡Ya todo terminó!

—Sabía… que me salvaría —susurró ella—. Lo llamé… con todo mi corazón… como en el poema.

—Y yo la escuché. Eso me despertó, pero es Royal quien merece el crédito de haberla salvado.

—¿Se habría… marchado… si él no hubiera… arañado… la pared?

—Estaba dispuesto a hacer pedazos el barco, ya que Royal estaba seguro de que usted estaba allí.

Lalitha contuvo sus lágrimas y escuchó con atención, mientras él proseguía:

—Cuando llegué al embarcadero había bastantes barcos listos para zarpar con la marea de la mañana, y me preguntaba en cuál estaría, cuando Royal me indicó el camino.

—¿Cómo lo hizo?

—Empezó a moverse nervioso mientras olfateaba. Un oficial me acompañaba, a quien ya le había explicado mis sospechas.

—¿Cómo… supo lo ocurrido?

—Se lo diré más tarde. Le pregunté al oficial qué barco había zarpado de allí y dijo que uno holandés, que ya se había hecho a la mar pero todavía estaba a la vista. Entonces abordamos la patrulla para seguirlo.

—Pensé… que nunca… lo volvería a… ver.

Las lágrimas rodaban por las mejillas de Lalitha y le pareció que Lord Rothwyn quería decirle algo. Pero él permaneció en silencio y la abrazó hasta que cesó de llorar, entregándole un pañuelo para que se secara la cara.

Cuando llegaron a la Casa Rothwyn era todavía muy temprano, pero casi toda la servidumbre parecía esperar su regreso. Nattie esperaba también, un tanto pálida, pero eficiente como de costumbre.

Lord Rothwyn había conducido a Lalitha hasta el vestíbulo, pero como comprendió que estaba muy débil para subir la escalera, la levantó en brazos.

Parecía llevar consigo a una niña mientras la conducía a su dormitorio, donde la depositó en la cama.

—Cuídala, Nattie. Está exhausta. Necesita dormir.

Se disponía a retirarse, pero Lalitha extendió las manos hacia él y susurró:

—¿Se… va?

—Debo dejarla un momento —dijo Lord Rothwyn— pero le aseguro que estará bien protegida. Nadie entrará en esta habitación sin permiso de Nattie y dos de mis hombres de mayor confianza harán guardia afuera, no porque exista ningún peligro, sino para que se sienta más segura.

Le dirigió una profunda mirada y agregó con una sonrisa:

—Confíe en mí. Le prometo que no la perderé de nuevo.

Un súbito resplandor había iluminado los ojos de Lalitha, como si esas palabras tuvieran un significado especial para ella y después que él salió de la habitación Nattie la ayudó a acostarse.

Ahora, Lalitha recordó que el aya le había dado algo de beber que sabía a miel y a hierbas, y comprendió que ése era el motivo de que hubiera dormido tan profundamente.

Ya debía ser medio día, pensó, y en aquel momento escuchó sonar el reloj del vestíbulo y contó las campanadas.

—Cinco… seis… siete… ¡no puede ser!

Se incorporó y Nattie, que estaba sentada en un sillón junto a la chimenea, se puso de pie y se acercó a la cama.

—¿Ya despertó, milady?

—¿Son ya las siete, Nattie?

—Durmió bien. Le ordenaré algo de comer.

Nattie tiró del cordón de la campanilla.

—¿No puedo… cenar… con su señoría?

—Su señoría no ha regresado.

«¿Adónde había ido?», pensó Lalitha pero no tuvo que preguntar para saber la respuesta. Debía estar ocupándose de las otras jóvenes que rescataron junto a ella y sin duda consideraba su deber asegurarse de que los tratantes de blancas fueran presentados ante la justicia.

Cuando llegó la comida, que estaba deliciosa, Lalitha logró comer un poco, pues sabía que ello complacería a Nattie.

En realidad no tenía hambre. Todo lo que deseaba era ver a Lord Rothwyn y averiguar qué había sucedido, pero, más que nada, saber que estaba a su lado y que no había más horrores en su futuro.

Deseó haberle dicho que estaba segura de que su madrastra era quien había arreglado su captura. También quería preguntar a Nattie acerca de Elsie y Henry, pero pensaba que sería incorrecto discutir nada hasta que Lord Rothwyn volviera.

Cuando terminó de comer descubrió que no estaba cansada. Se había repuesto del todo.

El sueño profundo y las hierbas, quizá, habían eliminado todos los efectos físicos de su amarga experiencia, pero había otros que sabía sólo Lord Rothwyn podría aliviar.

Pasó el tiempo y Nattie insistió en que se preparara para dormir. Le cepilló el cabello, le entregó un camisón limpio y se llevaron a Royal para su paseo nocturno.

—¿Quién lo va a sacar? —preguntó temerosa Lalitha.

—¡El propio señor Hobson!

Lalitha no pudo reprimir una sonrisa al pensar que el mayordomo cumpliría una tarea destinada a los sirvientes de menor rango.

Cuando trajeron de vuelta a Royal, Nattie se detuvo unos momentos en la puerta mientras hablaba con el mayordomo. Luego, al dirigirse de nuevo al dormitorio de Lalitha no sólo llevaba consigo al perro sino también un gran recipiente de plata con hielo donde reposaba una botella de champaña.

—¡Su señoría ya regresó! —anunció.

—¡Ha… vuelto! —exclamó Lalitha.

—Se reunirá con usted después de bañarse y cambiarse.

Lalitha, casi sin habla, respiró muy hondo. Le parecía haber esperado un siglo y sentía como si cada nervio de su cuerpo recobrara vida.

Nattie colocó la champaña junto a una mecedora y después recibió del mayordomo, que esperaba afuera, una fuente con dos copas de cristal cortado.

—La dejaré ahora, milady. ¿Se le ofrece algo más?

—No, nada, gracias, Nattie. Le agradezco mucho que haya permanecido aquí todo el día. Debió ser muy aburrido.

—Estaba muy ocupada elevando oraciones de agradecimiento porque la señora regresó a salvo.

A Nattie se le había formado un nudo en la garganta y Lalitha sospechó que había lágrimas en sus ojos cuando se volvió hacia ella abruptamente.

Le causó una profunda emoción comprobar ese afecto y agradeció, desde el fondo de su alma, que alguien se preocupara por ella.

En cuanto Nattie cerró la puerta, Royal saltó a la cama de Lalitha y le hizo muchas carantoñas y ella tuvo la impresión de que también esperaba la llegada de su amo.

Esperaron un largo rato. Luego, Royal empezó a mover la cola. Alguien llamaba con golpes ligeros a la puerta de comunicación y, sin esperar respuesta, entró.

Cuando Lalitha vio a Lord Rothwyn, le pareció que la habitación se iluminaba con cientos de velas.

El no estaba vestido, como ella esperaba, sino que llevaba puesta una bata de seda. Cerró la puerta tras él y se acercó con lentitud.

Lalitha tenía el cabello suelto sobre los hombros y estaba sentada bajo el dosel labrado, apoyada en los almohadones de encaje.

Se veía pequeña y frágil, pero, bajo el delgado material de su camisón, resaltaban las suaves curvas de sus senos.

Sus grandes ojos parecían llenarle el rostro y había en ellos una luz que él nunca había visto antes.

—¿Está bien? —le preguntó Lord Rothwyn.

—Usted debe estar muy cansado —contestó ella—. ¿No le molesta la herida? ¿No ha hecho demasiado hoy?

—¿Se preocupa por mí, Lalitha?

—Por supuesto. Era su primer día fuera de casa y debió ser tranquilo.

—Creo que, dadas las circunstancias, debo recetar una copa de champaña para ambos.

—Allí está —indicó Lalitha con la mano.

Lord Rothwyn sacó la botella del recipiente y sirvió el dorado líquido en las copas de cristal.

Entregó una a Lalitha y tomó otra para él.

—Celebremos que estamos juntos de nuevo —dijo.

El tono de su voz obligó a Lalitha a bajar la vista.

—¿Bebemos por nuestra felicidad?

—Me… gustaría… hacerlo —contestó ella casi en un susurro.

Lord Rothwyn levantó su copa.

—¡Brindo porque siempre seamos felices! —dijo con voz suave y bebió.

Lalitha tomó un sorbo y sintió como si un rayo de sol inundara su alma. Turbada al ver a Lord Rothwyn de pie junto a su cama, alto e imponente, preguntó:

—¿No desea sentarse? Tengo mucho qué preguntarle, pero no quiero ser una molestia si está cansado.

Lord Rothwyn volvió a llenar su copa antes de responder:

—No estoy cansado, pero como tenemos tanto qué decirnos, estoy dispuesto a ponerme tan cómodo como sea posible. ¿Nos sentamos juntos como aquella noche en la cabaña?

Sin esperar respuesta, se sentó en la cama al lado de Lalitha con la espalda apoyada en las almohadas y las piernas estiradas sobre la colcha de encaje y satén.

Lalitha se estremeció al reparar en su cercanía. El la había tenido en sus brazos cuando regresaban juntos del barco, pero en aquel momento ella se encontraba tan perturbada, que sólo acertaba a pensar que estaba a salvo.

Ahora estaba muy consciente de su presencia y, como lo amaba tanto, le costaba trabajo reprimir el impulso de ocultar el rostro de nuevo en su hombro.

—¿Por dónde empezamos? —preguntó él.

—Cuénteme cómo me encontró.

—Desperté a las dos de la mañana, con la sensación de que usted me llamaba.

—¡Entonces me escuchó! —exclamó Lalitha emocionada—. Estaba segura de que escucharía el llamado… de mi corazón… para que me… salvara.

—Cuando desperté oí gemir a Royal —dijo él y luego explicó cómo había descubierto que la madrastra de Lalitha había interrogado a Elsie y a Henry.

Al oír mencionar a la mujer que la había atemorizado durante tanto tiempo, la joven tembló.

—¡Estaba… segura… de que había sido… ella! Sabía… que no me perdonaría… porque usted no se… quedó con Sophie en la… Casa Roth. No… descansará… hasta… destruirme.

—¡Nunca lo logrará!

—Pero lo ha… intentado… y persistirá.

—Después que las autoridades se hicieron cargo del capitán y de la tripulación que las mantenían cautivas a usted y a esas otras pobres jovencitas, arrestaron al dueño del barco, que sin duda es el cabecilla de la organización.

—¡Lo descubrieron! ¡Oh, cuánto me alegro!

—En cuanto eso se arregló y se devolvió a las jovencitas a sus respectivas familias —prosiguió Lord Rothwyn— visité a la señora Clement en la calle Hill.

—¿La… la señora… Clement? —tartamudeó Lalitha.

—Nunca se casó con su padre. Hace tiempo inicié una investigación basándome en datos que usted había ido deslizando en la conversación inadvertidamente y que permitieron, atando cabos, hacerme una idea de cómo estaban las cosas.

—¿Adivinó… que había… usurpado… el lugar de mi… madre?

—Descubrí con exactitud lo que hizo y cómo fingió que Sophie era hija legítima de Lord Studley, a fin de poder presentarla en sociedad —contestó él.

Advirtió que Lalitha se estremecía y añadió enseguida:

—Pero ya no debe temerle. ¡Ha muerto!

—¿Ha muerto? —repitió Lalitha con voz ahogada.

—Le informé que había una orden de arresto en su contra. Por el delito de usurpación de nombre estaba destinada a ser enviada a una cárcel en las colonias, y por el rapto y explotación de una menor con fines inmorales fue condenada a la pena de muerte.

Hizo una pausa antes de proseguir:

—Sin embargo, como yo no deseaba que el nombre de usted se viera involucrado en el juicio, le brindé la oportunidad de escapar antes que llegara la policía. Le informé que un barco zarparía para Nueva Gales del Sur al mediodía, y que si lo tomaba, la orden de arresto sólo se llevaría a cabo si algún día volvía al país.

—¿Y… accedió?

—No tenía otra alternativa. La acompañé hasta el muelle y tomó el bote que llevaba los últimos pasajeros al barco, que ya estaba listo para partir.

—La vi marcharse —continuó Rothwyn— para asegurarme de que no intentaba ninguna treta en el último momento. Pero cuando el bote llegó junto al barco y empezaban a subir los pasajeros, se arrojó al río.

Lalitha lanzó una exclamación ahogada.

—La corriente era muy rápida y me temo que no pudo nadar.

—¿Se… ahogó?

—No había posibilidad de rescatarla. La corriente la arrastró antes que nadie se diera cuenta de lo que sucedía.

A Lalitha le costaba trabajo recuperar el aliento y Lord Rothwyn, con mucha ternura, le pasó un brazo por la espalda y la acercó a él.

—Terminó la pesadilla. Nada hay ya que la amenace.

Lalitha escondió el rostro en su hombro.

—¡Es libre! Libre de lo que la hizo sufrir tanto estos últimos años. Ahora sé quién es. Sé que su padre era respetado por cuantos lo conocían y que todos querían a su madre.

El escuchó sollozar a Lalitha y continuó diciendo:

—Ambos deben haber deseado que fuera feliz y yo estoy decidido a que lo logre.

—¡Sophie! ¿Qué… ha sido… de Shophie?

Lord Rothwyn se puso un tanto rígido antes de contestar en un tono de voz muy diferente:

—Al principio pensé en obligarla a que fuera con su madre. Pero como alguna vez significó algo para mí, le permití, cuando me lo suplicó, que se casara con Sir Thomas Whernside.

—¿Cómo… puede? —preguntó Lalitha – ¡Es un hombre horrible!

—Ella parecía muy dispuesta. Pero Whernside me dijo con franqueza que ya no puede pagar todos los lujos y extravagancias de Londres, así que se llevará a Sophie consigo a sus propiedades en el norte y es poco probable que alguna vez tenga suficiente dinero para regresar.

Lalitha permaneció en silencio durante un momento y después dijo:

—¡Pero usted… la amaba! ¡Es… tan… bella!

Le pareció que se producía un largo silencio, hasta que Lord Rothwyn respondió:

—Anoche le pregunté qué le parecía más bello, si el cuadro sobre la chimenea o los dibujos que le regalé. ¿Recuerda?

—Sí, por supuesto.

—Y me dijo que los dibujos, porque los veía con el alma.

—Sí, eso… dije.

—Compré esos tres dibujos en especial porque cada uno de ellos me la recordaba.

—¿A… mí?

—Hay tanto en ellos bajo la superficie… el de Miguel Angel tiene toda la alegría de vivir que muestra usted ahora. El paisaje es como su mente, fascinante e inquieta.

Hizo una pausa para decir con lentitud:

—El rostro del ángel de Leonardo da Vinci tiene una apariencia etérea y mística que ningún hombre podría cansarse de admirar.

—No… no comprendo —repuso Lalitha.

—Lo que quiero decir, mi amor —dijo él con suavidad, tuteándola por primera vez— es que, no sólo eres la persona más bella que he visto en mi vida, sino que tu belleza me fascina, me deleita y me inspira y que jamás me cansaré de contemplarte.

—¡No… puede… ser… verdad! ¿Por… qué… me lo… dice?

—¿No has adivinado ya que estoy enamorado de ti?

Notó el súbito resplandor que iluminó el rostro de Lalitha y, mientras ella lo observaba con los ojos muy abiertos, continuó diciendo:

—Cuando vi el mal trato que habías recibido, pensé, al principio, que era lástima lo que sentía. Y al mismo tiempo surgió ese irresistible deseo de restaurarte, de reconstruirte y convertirte en lo que debías ser.

Sus brazos se cerraron con más fuerza alrededor de ella y añadió:

—Comprendí, por instinto, que bajo las cicatrices y heridas que te habían causado yacían una belleza y un tesoro inapreciables.

—¿Estás… seguro? —tartamudeó Lalitha – ¿Muy… seguro? ¡Esto es sólo un sueño!

El sonrió ante el terror casi infantil que reflejaba su voz.

—No es un sueño, pero tenía miedo de decírtelo, preciosa mía, porque no deseaba asustarte más de lo que ya estabas. ¡Pero te amo! ¡Y no me puedo arriesgar a perderte una vez más!

Lalitha levantó los ojos y supo que decía la verdad y, con un suave gemido, volvió a ocultar la cara en el hombro de él.

—La única manera en que puedo sentirme seguro es que permanezcas a mi lado siempre y a todas horas, de día y de… noche, Lalitha, como mi esposa.

Ella no respondió, pero él sentía el tumultuoso palpitar de su corazón a través de la bata de seda que llevaba puesta.

Con mucha suavidad, le levantó la barbilla para obligarla a mirarlo.

—¡Te amo, querida! Y ahora, dime lo que sientes por mí.

Lalitha enmudeció por un momento, pero al fin exclamó:

—¡Te amo! Creo que… te amé… desde que… me besaste… pero nunca… me atreví… siquiera a soñar… que llegaría a ser… algo para… ti.

—Jamás olvidé tus labios. Eran suaves y temblorosos, pero en ese momento comprendí que aquel beso era diferente a todos los que había recibido.

Inclinó la cabeza hacia ella y preguntó con ternura:

—¿Descubrimos si es tan maravilloso como lo recuerdo?

Los labios de ella lo esperaban, y cuando sus bocas se unieron, Lalitha pensó que aquello era lo que siempre había soñado, pero jamás imaginó que le sucedería.

Al principio, los labios de Lord Rothwyn fueron tiernos, pero exigentes, y cuando advirtió que ella respondía y la sintió vibrar con el mismo fuego que a él lo consumía, se volvió más posesivo y apasionado.

Al levantar la cara advirtió que el rostro de Lalitha, transfigurado por su amor, resplandecía con una belleza inusitada.

—¡Mi preciosa, mi amor! —exclamó con voz trémula y ronca—. Te haré feliz, y te protegeré y te cuidaré para que nunca, nada, te haga daño.

—¡Te… quiero! —murmuró Lalitha – Pero eres tan… maravilloso… que temo… fallarte.

Lord Rothwyn sonrió.

—No debes temer eso. Te necesito como jamás necesité a ninguna mujer.

Vio la pregunta que asomaba a los ojos de Lalitha y continuó:

—Las mujeres siempre han esperado algo de mí, de una u otra forma. Así que estaba dispuesto a darles lo que pedían, pero siempre sentí que hacía falta algo más. Y la noche que pasamos en la cabaña comprendí lo que era.

—¿Qué… es?

—La protección que una mujer brinda a un hombre cuando lo ama de forma total y completa, como creo que tú me amas.

Su voz se hizo más tierna al añadir:

—Cuando desperté y me encontré rodeado por tus brazos y con la cabeza sobre tu pecho, comprendí que jamás había recibido de una mujer la sensación de estar rodeado de su amor y de que ella deseara protegerme, aunque no supiera de qué.

—Deseaba… protegerte… de todo lo malo y… desagradable… de la… vida. También… pensé…

Lalitha titubeó y desvió la mirada.

—Continúa —pidió Lord Rothwyn.

—Que eras… casi como… mi hijo —susurró ella— y que debía… defenderte del… sufrimiento… y la soledad.

El lanzó una exclamación de triunfo.

—¡Mi preciosa, mi adorada! —exclamó—. Eso fue lo que presentí que pensabas. Algo instintivo dentro de mí me indicó que eso era lo que siempre había deseado de una mujer, pero no sabía cómo expresarlo.

Acercó sus labios a ella, pero antes que la besara, Lalitha dijo con voz muy suave:

—Tal vez… fue entonces… cuando mi corazón… llamó al… tuyo.

—El llamado que escuché era el del amor, que será nuestro durante toda la vida.

Cuando él la besó de nuevo, a Lalitha le pareció que sus labios eran más insistentes, más apasionados que antes.

El quería de ella algo más, y aunque Lalitha no sabía con certeza en qué consistía el acto supremo del amor, ansiaba rendirse a él por completo y sin restricciones.

Eran un solo cuerpo, una sola alma, y ella sentía que él también se le entregaba.

Eran una sola persona.

Se habían fundido en un solo ser y el amor había contestado al llamado del corazón.

FIN