Capítulo 7
El príncipe extendió la mano para ayudar a Angelina a subir por un sendero rocoso, sombreado por árboles.
Habían dejado sus caballos con el Capitán Soutsos en la base de la colina y ahora Twi-Twi quien había sido llevado en una bolsa sobre la silla del capitán, se les adelantó corriendo.
—¡Es muy emocionante! —exclamó Angelina.
El príncipe le sonrió con tanta ternura que ella sintió como si la luz del sol los envolviera.
Sólo llevaban diez días de casados, pero habían decidido que su primera excursión sería a Metaxata, el refugio de Byron en Cefalonia.
Para Angelina resultaba aún sorprendente que Lord Byron, quien en Inglaterra era considerado aún como un libertino, fuera respetado y reverenciado por los griegos, quienes lo veían como un héroe.
Desde el momento de su llegada a Cefalonia, se había dado cuenta de que el príncipe tenía razón al describir el lugar como un paraíso montañoso. Era más hermoso de lo que ella había pensado. El aire vibraba con una luz brillante, pero suave, que parecía concentrarse en los picos de las montañas.
A Angelina todavía le parecía increíble que por ser bisnieta de Lord Byron, su miseria e infelicidad habían desaparecido desde el momento en que le confesara su secreto al príncipe.
Había comenzado a darse cuenta de lo importante que había sido aquella revelación cuando el príncipe, parado delante del retrato de Lord Byron, la había besado hasta dejarla sin aliento y después se había dirigido a la puerta.
Con una nota de emoción en la voz, él le había dicho a uno de los sirvientes que le pidiera al embajador y a todos los demás que se reunieran con él en la sala del consejo.
Angelina lo observó un poco preocupada y cuando él regresó a su lado le preguntó:
¿Qué piensas hacer?
—Les voy a presentar a mi futura esposa.
—¿Estás seguro de que está bien que te cases conmigo?
—Voy a casarme contigo —respondió él— y no olvides que como me salvaste la vida, en adelante soy tu responsabilidad.
—Es lo único que deseo —dijo Angelina – Pero no quiero hacer algo incorrecto para tu país.
—Casarme contigo no sólo es lo adecuado sino la inspiración que Cefalonia necesita —afirmó el príncipe.
El Primer Ministro entró en la habitación seguido de todos los demás. El príncipe esperó a que estuvieran dentro y entonces, cuando la puerta se hubo cerrado, dijo:
—Caballeros, tengo un anuncio muy importante que hacer y que hará que se sientan no sólo sorprendidos, sino felices.
Hizo una pausa y entonces, tomando la mano de Angelina en la suya, dijo:
—Ustedes ya conocen a la señorita Medwin. Saben lo valiente que ha sido y lo ha hecho por nosotros. Pero lo que ustedes no saben es que ella es la bisnieta de Lord Byron, quien murió por nosotros.
Los presentes miraron hacia el retrato con reverencia.
En la pequeña aldea de Metaxata le fue mostrada a Angelina una hiedra que se decía había sido plantada por el mismo Byron, y al principio del sendero rocoso que ahora subían había un letrero de madera que decía: «Byron’s Rock».
Cuando ella hablaba con los cefalonios, éstos parecían repetir las palabras y los poemas de Byron como si fueran parte de su conversación diaria.
No era sólo por ser esposa del príncipe por lo que todos querían conocerla, sino porque su sangre era también griega.
El príncipe había sido tan insistente en su deseo de casarse lo antes posible, que ni siquiera Lady Medwin había protestado. Estaba tan contenta ante la idea de que Angelina se convirtiera en una princesa consorte, que ni siquiera la regañó por haberle ocultado su amistad con él. Los jóvenes no mencionaron haber cenado juntos, sólo admitieron haber sido presentados por Twi-Twi y por el gato en el jardín.
Afortunadamente, Lady Medwin se vio tan ocupada con el ajuar de novia para su nieta, que no hizo muchas preguntas.
El príncipe se mostró tan encantador con Lady Medwin que ésta le confesó a Angelina:
—Es el hombre más encantador que jamás haya conocido. ¡Yo misma estoy enamorada de él!
Aunque toda aquella excitación hizo mejorar un poco la salud de Lady Medwin, no fue suficiente como para poder viajar con Angelina para asistir a su boda.
Lady Hewlett vino al rescate diciendo que le daría gran placer poder visitar Cefalonia y como era imposible que el padre de Angelina regresara de la India a tiempo para la boda, Lord Hewlett tomaría su lugar con mucho gusto.
Fue el príncipe quien insistió en que Lady Medwin debería dar una recepción antes que él se marchara de Inglaterra.
—¡Será demasiado para ella! —protestó Angelina cuando estuvieron solos.
—¡Tonterías! —respondió el príncipe—. La felicidad jamás mató a nadie. La gente muere cuando se siente aburrida y desilusionada.
El vio la indecisión de Angelina y besándola, añadió:
—Y eso es algo, querida, que jamás nos ocurrirá a nosotros. Tú me emocionarás hasta el final de mis días.
—Eso espero —confesó Angelina— pero tú has visto tanto y has hecho tantas cosas en tu vida… y yo a veces me siento tan ignorante.
—Siempre has sabido que los griegos aportaron al mundo el arte de apreciar la belleza.
La besó una vez más y añadió:
—Eso, mi amor, es algo que tienes en abundancia y eres tan bella que te contemplaría con placer durante los próximos mil años.
* * *
Lady Medwin, vestida con sus mejores galas y luciendo sus joyas, fue llevada hasta el salón de recepciones, donde dio la bienvenida a todos sus invitados, sentada cómodamente en una silla con una manta de armiño sobre las piernas. Angelina comprendió que el príncipe había tenido razón.
«Como siempre», pensó ella, «y tengo tanto que aprender de él».
Aparentemente, todo Londres deseaba conocer al Príncipe Xenos y a la joven que iba a convertirse en su esposa.
Pero como era imposible acomodar a todos, fue necesario limitar las invitaciones a los amigos personales de Lady Medwin y a los nobles y diplomáticos relacionados con el príncipe.
Para Angelina fue maravilloso ver el salón totalmente iluminado y lleno de la fragancia de las flores.
El vestido de Angelina, confeccionado en un tiempo mínimo y para lo cual las costureras tuvieron que trabajar toda la noche, era, según le dijo el príncipe, un sueño.
—Te pareces a Afrodita —le dijo y después añadió cuando estuvieron solos— para los griegos, la diosa del amor no era una matrona de amplios senos, sino una joven virgen que sale del mar. Sus labios estaban muy cerca de los de Angelina cuando añadió: —Bella, mi amor, y llena de promesas como el amanecer de un nuevo día.
—Eso es lo que será nuestro matrimonio —susurró Angelina— un día más y estaremos juntos.
* * *
Después de la recepción el príncipe partió a Cefalonia para llevar a cabo todos los arreglos necesarios para la boda.
El Primer Ministro lo acompañó, pero el recientemente nombrado Ministro del Exterior sería uno de los acompañantes de Angelina, así como el Capitán Soutsos.
Fue el ayudante de campo quien se encargó de Twi-Twi durante el viaje.
En el último momento Lady Medwin le había regalado el pequeño pequinés a Angelina.
—¿Lo dices de veras, abuela? —había exclamado Angelina – Yo prefiero a Twi-Twi por sobre todos los demás regalos maravillosos que he recibido, pero no quiero que tú te sientas mal sin él.
—Yo creo, mi querida niña, que él se sentiría mal sin ti —respondió Lady Medwin— y en realidad, ya estoy demasiado vieja para tener un perro, que no puedo cuidar como es debido.
La anciana sonrió y añadió:
—¿Quién lo va a llevar al jardín cuando tú no estés? Aunque te aseguro que yo haría el esfuerzo si supiera que iba a encontrarme con alguien tan encantador corno el Príncipe Xenos.
—¡Dicen que un rayo nunca cae dos veces en el mismo lugar! —rió Angelina.
Cuando se fue a la cama aquella noche, ella abrazó a Twi-Twi y dijo:
—Estoy feliz de que vengas conmigo, y si la gente me ve a mí con curiosidad, de seguro pensará que tú eres un visitante de otro planeta.
Twi-Twi llamaba tanto la atención que Angelina pensó que debería incluirlo en su cortejo nupcial, pero en su lugar le fueron asignadas diez bellísimas doncellas, quienes serían sus damas de honor.
Aquéllas provenían de las familias más distinguidas de Cefaloma y el apellido de las dos más importantes era Diliyiannis.
Estas dos jóvenes eran tan bonitas que Angelina se alegró de tener tez blanca en contraste con la tez morena de aquéllas.
—No puedo comprender por qué no te enamoraste de una chica de aquí —le dijo al príncipe después de que estuvieron casados—. No creo que existan mujeres más hermosas en ninguna otra parte del mundo,
—Puedo dar respuestas lógicas a tu pregunta —respondió él— pero lo que te diré es que, en realidad, yo nunca había estado enamorado antes de conocerte.
—No puedo creer que eso sea cierto —observó Angelina.
Pensó que era imposible que un hombre tan guapo y tan atractivo pudiera haber recorrido el mundo durante veintiocho años, sin que cientos de mujeres se enamoraran de él.
Pero el príncipe, adivinando como siempre lo que ella estaba pensando, dijo:
—No estoy tratando de engañarte. Me he sentido atraído y a veces fascinado por un buen número de damas aquí, en París y una vez en Londres. Pero cuando vi a Perséfone, ella se metió directamente en mi corazón y supe que hasta entonces jamás había conocido el amor.
—¡Oh, Xenos! —suspiró Angelina – Dices cosas… tan maravillosas que empiezo a pensar que todos los hombres de este país son poetas.
—Si piensas que te hablarán como lo hago yo —dijo el príncipe— entonces no sólo me sentiré celoso, sino que te encerraré en el palacio y veré que nadie más se te acerque.
—Ésa es una manera muy turca de pensar —lo embromó Angelina.
—Si me llamas turco, entonces me comportaré como uno —dijo él.
El príncipe la envolvió en sus brazos y la besó fiera y apasionadamente, hasta que ella se disculpó, satisfecha de comprobar que él sentía celos, tal como a ella le sería imposible no sentirlos respecto a él.
Todo acerca de él y la isla tenía una cierta cualidad mágica que hacía que ella le diera gracias a Dios no una, sino mil veces al día, por haber podido conocer aquella felicidad.
Según le había dicho el príncipe, aquélla era la época más bella del año en la isla. Hacía mucho calor, aún para septiembre, y había resultado muy agradable apartarse del calor de la costa y subir hasta Metaxata en las montañas.
A Angelina le fue mostrada la ventana desde donde su bisabuelo había escrito acerca de aquella hermosa aldea.
Desde su pequeña villa, Byron había visto el verde oscuro de los árboles de naranja y limón, los pinos amarillentos, tal como Angelina los veía ahora, los olivos grises y el azul del mar salpicado con los puntos verdes de las islas.
Después de visitar Metaxata, el príncipe le dijo que deberían llegar hasta la aldea más cercana que era Lakythra y habían partido hacia allá escoltados solamente por el Capitán Soutsos y Twi-Twi.
El príncipe no le había dicho a Angelina qué iban a encontrar allí, pero ella había leído los diarios de su bisabuelo y todo cuanto había sido escrito acerca de él.
Por lo tanto, no se sorprendió cuando al final de un sendero llegaron a una pequeña capilla y a un grupo de rocas grises desde donde se dominaba una imponente vista del mar.
—Ahora sé por qué me has traído aquí —dijo Angelina cuando llegaron a la cima—. Fue sobre estas rocas donde mi bisabuelo se sentaba a escribir.
Tomando la mano del príncipe, ella miró por encima del campo hacia el mar. Entonces recitó:
—«Si soy un poeta se lo debo al aire de Grecia».
El príncipe le besó la mano. En seguida se quitó el sombrero como para sentir el aire fresco sobre su frente.
La expresión de su rostro hizo que Angelina recordara el momento en la catedral cuando él había repetido su juramento con voz tan profunda y sincera, que ella había sentido que las lágrimas acudían a sus ojos y que todo su ser se elevaba en un gesto de gratitud por haber tenido el privilegio de conocer a aquel hombre.
Estaba infinitamente agradecida porque su amor había triunfado por encima de lo que parecía una dificultad insalvable.
Esa noche, después de la boda, cuando vino a su habitación, algo en él se relacionaba con los dioses. En realidad era Apolo. Lo había estado esperando, no en la gran cama con la cabecera tallada como una gran concha, sino parada junto a la ventana mirando el mar y la noche que gradualmente se tapizaba de estrellas.
Todo estaba en paz y en silencio y la misma oscuridad tenía un misterio mágico que Angelina sabía que era parte de su amor.
Sintió al príncipe atravesar la habitación y se volvió para sonreírle sin darse cuenta de que sus cabellos, iluminados ligeramente por el brillo de las estrellas, parecían rodeados por un halo.
—¿Eres real? —preguntó el príncipe y su voz sonó ronca.
—¡Yo… yo te amo! —respondió Angelina.
—Es lo que quería oír —dijo él— y sin embargo, me parece difícil que seas mía y que no tendré que perderte jamás. Te he deseado con tal intensidad, que siento como si hubiera tenido que mover los cielos para lograr que los dioses te entregaran a mí.
—¿Cómo podríamos sentir otra cosa cuando los dioses están tan cerca? —preguntó Angelina – Yo los puedo sentir en el aire… y verlos en todo lo que nos rodea.
El príncipe la atrajo hacia él, no con violencia sino gentilmente, como si ella fuera algo infinitamente precioso.
Angelina apoyó su cabeza en el hombro de él y miró hacia el mar. Sabía que aun en la oscuridad siempre habría un destello de luz; la luz de Grecia, la luz que también provenía del príncipe y que era parte de su amor.
Entonces los brazos del príncipe se cerraron alrededor de ella y sus rostros se acercaron. Al contacto de sus labios, ella ya no pudo pensar ni ver, sólo sentir que el amor volaba alrededor de ellos con alas de plata.
* * *
Ahora contemplaba el valle tal como lo había hecho su bisabuelo, y sabía que él había tenido parte en el logro de su felicidad.
—Creo que este lugar nos dice a los dos, mi querido Xenos, que tenemos que trabajar no sólo por Cefalonia, sino por… toda Grecia.
—Esperaba que lo pensaras —dijo el príncipe—. Grecia nos necesita. Todavía hay desunión y los turcos mantienen un pie en Creta.
Ella se volvió y miró la pequeña capilla blanca.
—¿Está abierta?
El príncipe asintió con la cabeza.
—Mi personal —respondió— sugirió avisarle al sacerdote que oficia aquí sólo los domingos, que nosotros llegaríamos, pero yo quería estar aquí a solas contigo.
—¡Oh, Xenos! ¿Cómo es posible que todo lo que planeas sea siempre perfecto?
—Es muy simple —respondió el príncipe—. Pienso en qué es lo que tú desearías y curiosamente siempre es igual a lo que yo deseo.
Angelina rió:
—Mira a Twi-Twi. Ya exploró las rocas y ahora está explorando la entrada a la capilla.
—También hay algo que yo deseo explorar —dijo el príncipe. Llevó a Angelina hacia donde había arbustos que se entrelazaban con algunas enredaderas y otras plantas.
Entre ellas había algunas de las exquisitas flores que encantaron a Angelina desde su llegada a la isla.
Caminaron entre ellas hasta encontrar otro punto donde se dominaba una vista de las montañas y de los altos cipreses que se erguían como centinelas.
—¡Todo es tan bello! —susurró Angelina.
El príncipe puso sus brazos alrededor de ella.
—¡Y también lo eres tú, mi preciosa mujercita!
Estaban parados debajo de la sombra de un árbol. El le desató las cintas que le sostenían el sombrero de alas anchas.
—Quiero besarte para asegurarme de que no te vas a ir volando por los aires, dejándome aquí soñando y dudando si realmente existes.
—Soy muy real, mi amor —respondió ella.
El dejó caer el sombrero sobre la suave hierba en que estaban parados y se quitó su chaqueta. Entonces abrió sus brazos y ella se derritió dentro de ellos. A través de la delgada camisa pudo sentir el corazón del príncipe que latía con violencia.
—¡Eres mía! Mía, mi preciosa y pequeña Perséfone, y cada día estoy más enamorado de ti.
—Yo también —respondió ella—. Es imposible que pueda amarte más, sin embargo, en las noches cuando estamos solos, descubro que hay nuevas dimensiones y nuevos sentimientos en mi amor.
—¿Te hago feliz?
—Inmensamente feliz.
—Mi pequeña y dulce diosa, así es como quiero que te sientas.
Angelina acercó sus labios al oído de él y musitó:
—Hacer el amor es la cosa más perfecta y bella que puedo imaginarme.
El príncipe inclinó la cabeza para besarle el cuello.
—Por favor, mi amor —suplicó ella— no me excites así ahora.
Los brazos del príncipe la apretaron más:
—¿Por qué tenemos que esperar hasta la noche?
La levantó en brazos y la depositó sobre el mullido pasto, bajo la sombra de los árboles y con la cabeza recostada sobre su saco.
—¡Xenos! ¡Alguien puede vernos!
—Si alguien tratara de acercarse —respondió el príncipe— nuestro centinela no sólo daría la alarma sino que se encargaría de alejarlo.
Por un momento, Angelina no comprendió a qué se refería. Entonces vio que Twi-Twi se encontraba echado a poca distancia de ellos, aparentemente contemplando el paisaje, pero seguramente muy atento y alerta.
—Sí, Twi-Twi nos avisará —rió ella— y creo que sabe que gracias a él estoy aquí, casada contigo.
—Sin lugar a dudas nos fue enviado por los dioses —convino el príncipe— y quién soy yo para rechazar algo que ellos me ofrecen.
Pero no hablaba de Twi-Twi cuando sus labios encontraron los de Angelina y sintió sus manos insistentes a través de la suavidad de su vestido.
—No sólo eres la persona más bella que jamás haya visto, sino que también me excitas como nunca me había pasado —dijo él con su voz grave.
—¿Es… cierto? —preguntó encantada Angelina – Me siento tan ignorante acerca del amor. ¿Quieres enseñarme?
El príncipe sonrió.
—¿Qué crees que estoy haciendo ahora, mi adorable y encantadora esposa?
Mientras hablaba desabotonaba el vestido de ella y sus manos acariciaban la suave piel.
—¡Oh, Xenos!
Ella sintió dentro de su cuerpo el fuego que él había encendido la primera noche de bodas y que, desde entonces, ardía cada vez con más fuerza.
Por un momento, sus pensamientos volvieron al pasado. Quizá en aquel mismo lugar Lord Byron había amado a Nonika, tal como ella y Xenos lo estaban haciendo en aquel momento. Quizá era allí donde Athene había sido concebida.
Rezó porque Xenos pudiera darle un hijo que fuera bello, porque sería parte del amor que resplandecía alrededor de ellos; el amor que Byron le había dado a Nonika.
—Te deseo —decía Xenos con voz ronca—. Te deseo ahora y en este momento, mi amor.
Angelina se estremeció mientras el fuego avanzaba dentro de ella hasta sus labios haciéndole imposible pensar en otra cosa.
—¡Te amo! ¡Te amo! —gritó ella.
Las palabras brotaban espontáneas ante aquella nueva sensación y aquel éxtasis desconocido.
Y, cuando Xenos la hizo suya, ellos se convirtieron en un solo ser, unidos por la luz vibrante de su mágico paraíso.
FIN