1949

 

 

 

Hubo un tiempo en los años de la posguerra, que se escalonan entre 1947 y 1949, en el que las apariciones milagrosas, casi siempre de la Santísima Virgen María, eran noticia frecuente. Por regla general, las elegidas para recibir la divina visión solían ser niñas del medio rural, y el lugar, zonas más o menos boscosas, propicias al misterio. He aquí un muestrario de noticias referentes a la buena nueva:

«Almería. Un extraño relato llega de la aldea de Cerricos. Ginesa Simón Casanova, de 14 años de edad, había salido de la aldea para recoger unas caballerías, propiedad de sus tíos, con los que vive, y vio a unos 200 metros de las últimas casas a una señora de singular hermosura que, sentada sobre un pequeño montículo, le dijo al pasar: "Adiós, niña." Esto ocurría al mediodía. Por la tarde, Ginesa volvió con las caballerías y vio, con asombro, que aquella señora permanecía en el mismo sitio. La señora, que comprendió su turbación, le dijo: "No tengas miedo, soy la Virgen María." El hecho está siendo comentadísimo.» (Agencia Cifra.)

«Tarragona. Millares de personas, de todas las clases sociales de esta provincia, comentan las supuestas apariciones de la Virgen a la niña de 10 años Raquel Roca, natural de Fuente la Higuera (Castellón). Las apariciones milagrosas, según la niña, tienen lugar en las Cuevas de Vinromá, en cuyo lugar se aparece la Virgen Santísima en las tres advocaciones: de la Inmaculada, del Carmen y del Rosario.» (Agencia Cifra.)

«La Codosera (Badajoz). Han causado enorme impresión en la comarca las misteriosas visiones que ha experimentado la niña Afra Brígido Blanco, quien relató el prodigio de esta manera: "Estaba mirando al cielo cuando detrás de una nube, que tenía forma cuadrada, salió la Virgen de perfil mirando hacia la derecha. Al ver aquello grité: '¡Dios mío!', y me desmayé." Días después, a la misma niña volvió a aparecérsele la Madre de Dios, esta vez como a unos diez metros del suelo. Tenía un manto negro, con estrellas, pero no tenía corona. "Ante mi nerviosismo —explicó la niña—, la Señora me dijo bondadosamente: 'No tengas miedo, hija mía, que en las horas de más angustia de tu vida siempre estaré a tu lado.'" Los hechos han sido puestos en conocimiento del obispado, que ha rehusado manifestarse por el momento.» (Agencia Cifra.)

«Aldea Moret (Cáceres). Ha causado gran sensación en este pueblo el que una niña —cuyo nombre no ha sido dado a conocer— cuenta haber tenido, ante sus ojos, una misteriosa aparición que asegura es la Virgen María. Interrogada sobre el aspecto de la Señora, no acertó a dar detalles, en vista de lo cual el cura párroco le fue mostrando estampas de las más conocidas advocaciones de la Reina del Cielo, y a la vista de las imágenes pareció reconocer como la Virgen del Pilar a la misteriosa visión. El suceso está siendo comentadísimo, y son muchas las personas que se desplazan, cada tarde, al lugar donde la niña juró haber visto a la Virgen, cuya identidad todavía no ha sido aclarada.» (Agencia Cifra.)

Si estas noticias marianas merecían las reservas del episcopado, los prodigios de la Virgen de Fátima eran aceptados, tal y como lo registra la siguiente noticia:

«Valladolid. Se reciben noticias del pueblo de Villalón de Campos de una curación prodigiosa atribuida a la Virgen de Fátima. La señorita Josefina García, que se hallaba completamente muda, recobró la voz al paso de la imagen de la milagrosa Virgen.» (Agencia Cifra.)

 

La omnipresente censura

 

Desde el final de la guerra, la existencia de los españoles discurrió por los estrechos cauces de la censura. Una censura que era múltiple: política, militar, religiosa, de costumbres y de vestimenta, cada una de ellas tocante a la esfera que le era propia. El papel de la censura era doble: prohibir, vetar o suprimir lo impropio o lo inmoral (según el criterio censor) en que incurriese cualquier escrito literario o periodístico, cualquier obra teatral o producción cinematográfica. Pero también incumbía a la censura periodística —según la Ley de Prensa vigente—, el emitir unas «consignas», con indicaciones sobre cómo tratar distintos aconteceres, sobre todo los vinculados a la presencia del jefe del Estado, incumbiéndole al director de la publicación la entera responsabilidad —que llevaba anexa la sanción correspondiente— por los casos de incumplimiento. Véase un ejemplo de consigna recibida por el director de un rotativo: «Como usted sabe, S. E. el Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos realizará una visita a Cataluña con ocasión del aniversario de la liberación de las tierras catalanas por el Ejército Nacional. Me permito recordar a usted las instrucciones vigentes sobre la manera de presentar las informaciones en que figure la más alta representación de España. Toda la información y crónicas de su enviado especial han de figurar en primera plana, todos los días, con gran lujo de titulares y dándole el mayor realce. Le ruego a usted, muy encarecidamente, ponga el más exquisito cuidado y celo en la presentación tipográfica. Toda la primera plana deberá ser dedicada a este viaje. Asimismo, me permito indicarle que, diariamente y a partir del martes, esa dirección cuidará de glosar el editorial que Arriba dedicará al viaje.»

Por si esto fuera poco, tras el viaje hubo que seguir insistiendo en estos términos: «Hasta que la Delegación Nacional de Prensa no ordene su terminación, ese periódico comenzará una campaña, reiterada e insistente, utilizando todos los medios de expresión, como editoriales, comentarios, artículos de colaboración y entrefiletes, acerca de las consecuencias del viaje triunfal del Caudillo a Cataluña. Previamente glosará el editorial de cada día publicado en el periódico Arriba, interpretándolo dentro de la consigna dictada por el Caudillo, de que toda la vida civil de España ha de transcurrir por el cauce de la Falange.»

En ocasiones, la recomendación se hacía directamente a los censores, como en este caso: «Si en las galeradas de algún periódico de la tarde o de la mañana vienen los funerales que puedan celebrarse en Madrid con ocasión del aniversario de la muerte de don Alfonso de Borbón, la Censura debe tener especial cuidado en que dicha noticia quede reducida a cuatro o cinco líneas, omitiéndose en absoluto todo nombre de persona que haya asistido a dichos funerales.

»Del cumplimiento exacto de esta consigna serán responsables todos y cada uno de los censores.»

Las prohibiciones tenían este cariz: «Queda prohibido, terminantemente, cualquier artículo o comentario elogioso acerca de la personalidad del escritor judío Stefan Zweig, suicidado en Brasil; únicamente se permitirán los trabajos que critiquen con dureza la vida de este escritor, que ha pervertido tantas conciencias.» (Fuente: Justino Sinova, La censura de Prensa durante el franquismo.)

Por su parte, la censura eclesiástica no era parca en su rechazo a La Fiel Infantería, la espléndida novela de Rafael García Serrano. Éste era el dictamen: «Examinada, serena y objetivamente, la novela La Fiel Infantería de Rafael García Serrano resulta:

»1. Que se propone, como necesario e inevitable, el pecado de lujuria en la juventud.

»2. En la novela se describen varias veces, cruda e indecorosamente, escenas de cabaret y prostíbulos.

»3. Está salpicada, toda la novela, de expresiones indecorosas y obscenas.

»4. Aun cuando los personajes de la novela manifiestan sentimientos religiosos, aparecen éstos como algo rutinario y, al lado de ellos, se destacan muchas expresiones de sabor escéptico, volteriano o de regusto anticlerical, aun en labios de soldados nacionales.

»Por todo ello, la novela resulta nociva para la juventud, debilitando su fe, su piedad y la moralidad.»

En ocasiones, el funcionario censor no sólo tachaba, sino que añadía algún comentario de su cosecha, como fue el caso de un artículo de Josep Pla, en el que éste hacía un elogio de la democracia cristiana italiana y un encomio a la gestión de De Gasperi.

El censor devolvió las galeradas llenas de tachaduras y con una anotación al margen, hecha de su puño y letra, en la que se había permitido poner: «España no le debe nada a De Gasperi.»

El censor fue, durante muchos años, la mano invisible de la autoridad, que velaba a fin de que nos viéramos libres de ideas perniciosas y de conceptos malsanos.

 

Un cine para el cadalso

 

El título corresponde a una obra de Roma Gubern y Doménech Font, que alude al guillotinado en forma de «cortes» que sufrían las escenas reputadas como peligrosas, es decir, las amorosas, las de destape, y también las alteraciones arguméntales llevadas a cabo con objeto de preservar la moral. En una película de aquel tiempo, Su vida íntima, los espectadores nos devanábamos los sesos preguntándonos por qué demonios el protagonista no se casaba con la mujer que amaba ya que, en la trama argumental, no presentaba ataduras matrimoniales. La explicación nos la da el dictamen de censura relativo a este filme, que es el siguiente:

Su vida íntima, norteamericana, dirigida por Robert Stevenson. Observaciones: «Rollo 2.°: Suprimidos dos besos. Rollo 4.°: Suprimido un beso. Rollo 6.°: Suprimido un beso. Rollo 7°: Suprimido un beso. Rollo 9.°: Suprimidos dos besos.»

«En esta película se modifica el diálogo, en el sentido de que Walter ha enviudado, en lugar de ser casado.»

Así, un capricho del censor, al cambiar el estado civil del protagonista, dejaba el argumento sin sentido alguno. Las variantes impuestas por la censura abarcaban a casados que se transformaban en hermanos (como en Mogambo), prostitutas que se convertían en actrices (como El puente de Waterloo), maridos que se hacían desaparecer para que la moral no sufriera (como en Las lluvias de Ranchipur).

La censura ejercida sobre Un americano en París, norteamericana, dirigida por Vincente Minnelli, decía así: «Rollo 8°: Aligerar un beso. Rollo 9.°: Aligerar un beso. Rollo 10.°: Aligerar un beso. Rollo 11.°: Aligerar un beso.»

«Suprimir en la bacanal las escenas demasiado incitantes de bailes. Rollo 13.°: Suprimir los primeros planos del can-can.»

Los besos, o se suprimían de raíz como lo indican las imposiciones del censor, o se «aligeraban», como en el caso de Un americano en París, cuando la pareja iniciaba su aproximación, convirtiéndose en un rebote, en un contacto casi eléctrico del boca a boca.

En la película Monsieur Verdoux se suprimió el alegato defensivo en el que el personaje protagonista (trasunto del célebre Landrú) explicaba sus crímenes, relativizándolos a la luz del descubrimiento de los horrores nazis.

Película que fue objeto de todos los rigores de la censura fue La dama de Shanghai, de Orson Welles, mutilada hasta la saciedad. Al parecer, la visión de Rita Hayworth en traje de baño y en las más varias poses desencadenó las iras del censor de turno.

Fuente: González Ballesteros, Aspectos jurídicos de la censura cinematográfica en España.

 

Los trámites previos a los «cortes»

 

Las películas españolas estaban obligadas a pasar por los siguientes trámites de censura:

Censura previa del guión.

Censura posterior de la película concluida (de imagen, banda sonora y título).

Censura ejercida por la selectividad de la protección económica estatal.

Prohibición de producción, distribución y exhibición de noticiarios (monopolio de Noticiarios y Documentales, NO-DO).

Censura del material publicitario de la cinta.

En cuanto a las películas extranjeras importadas, los trámites eran los mismos, con el aditamento de que tras ser visionadas en versión original, era obligatorio proceder al doblaje, trámite que permitía las alteraciones arguméntales de que se ha hecho mención, amén de los cortes de rigor.

En cuanto a la censura del material publicitario, hubo un caso, el del filme italiano Arroz.amargo, cuyo «gancho» era la estupenda Silvana Mangano que, en los carteles originales, aparecía en el arrozal con un short minúsculo, y protegidas sus pantorrillas con unas medias negras que, no obstante, dejaban sus opulentos muslos al descubierto. La censura hizo retocar el cartel, haciendo crecer la plantación de arroz, a fin de tapar las piernas de la actriz, con lo que convirtió el campo en un trigal.

Nuestro cine de entonces cultivaba un estimulante género bélico-patriótico. Ciertas osadías argumentales tenían viabilidad ambientando el tema en el siglo XIX, propicio a inmoralidades. Así, se fue en busca de Alarcón (El escándalo), donde se toleraba un adulterio, o de Palacio Valdés (La fe), donde la osadía del trasnochado tema dio lugar a una tonante queja de la jerarquía eclesiástica porque el personaje central, según lo describió el doctor Modrego, obispo de Barcelona, «era un cura tontaina cuyas torturantes dudas, sometido al turbador atractivo de una pelandusca, daban una deplorable imagen del clero». Hubo algún disturbio en su proyección, y el cardenal Segura puso el veto a su exhibición en las salas ubicadas en su diócesis.

A los censores se los instruía acerca de la rigidez que debían imponer en las escenas amorosas, sicalípticas o de deshabillés. El gran poeta Manuel Machado, que ejerció de censor, no tardó mucho en dimitir al discrepar con el criterio impuesto. Él mismo dio cuenta de su discrepancia al decir: «Me voy, porque no estoy de acuerdo con las normas que me imponen: a la censura la asustan los besos, y a mí lo que me asusta son los tiros.»

 

Resurge la «furia española»

 

El equipo nacional de fútbol hizo vibrar a los aficionados al obtener dos sonadas victorias: contra Irlanda en Dublín y contra Francia en París. Antonio Valencia, en su crónica para el diario Marca, describía el contexto en el que se fraguó la gran victoria de la selección nacional, aludiendo a la «doble victoria en Colombes. La primera, el gran triunfo de los cuatro tantos de diferencia sobre el gran equipo de Francia —ya cantado a golpes de teléfono desde París en estas páginas por los seis enviados especiales de Marca—. La segunda —la de nuestra bandera en París— bien merece el subrayado jubiloso de nuestro orgullo de españoles. Cuando sonaba en Colombes el himno de España se alzó en el graderío una bandera republicana. La enarbolaban unos españoles sin pasaporte ignorantes todavía, ¡en 1949!, de que España, presta para el abrazo del perdón, sabe restallar la bofetada frente al ultraje. Y ello sirvió para que veinte mil españoles de acá, que habían ido a aclamar a Zarra o a Eizaguirre, sintieran romperse sus gargantas aclamando a Franco».

 

Nace la NATO, para nosotros la OTAN

 

«Bruselas. Siete países europeos: Gran Bretaña, Francia, Italia, Portugal, Islandia, Noruega y Dinamarca, más los integrantes del Benelux (Bélgica, Holanda y Luxemburgo) y, como impulsores, los Estados Unidos y el Canadá, suscribieron el 4 de abril un pacto de colaboración, para la defensa colectiva, en caso de agresión a alguno de sus miembros. Su cumplimiento queda garantizado por un organismo, la Organización del Tratado del Atlántico Norte. (Agencia EFE.)

La noticia mereció este comentario de Luis de Galinsoga, publicado en La Vanguardia: «... todo lo que alude al llamado Ejército europeo es pura eutrapelia. Barajar la defensa de Europa, la organización militar del continente, el dispositivo de defensa anticomunista, etc., sin hablar de España y sin contar con España, no pasará nunca de ser una divagación bizantina. Ni con NATO ni con natillas. De una vez para siempre, que conste esta reserva fundada de La Vanguardia...»

 

Embarazo aduanero

 

La escena es en el puesto fronterizo de Port-Bou. Allí se presentan unas monjitas, provistas de sus pasaportes y visados, que desean pasar a Francia. Son portadoras de una caja, que llama la atención del funcionario de aduanas, quien inquiere:

—¿Qué llevan aquí, hermanas?

—Pues mire, vamos en peregrinación a un santuario en Francia, y llevamos una reliquia de san Francisco de Regis. Cuando regresemos de la peregrinación, la volveremos a traer.

—Pero hermana —replica el aduanero—, usted sabe que la salida de cualquier objeto está muy controlada por la legislación vigente, y más si se trata de algo que puede pertenecer al patrimonio nacional.

—Yo le ruego que haga usted lo posible —suplica la monja— por tratarse de una cosa santa. Cerciórese usted mismo.

Y la hermana abre una tapa, que deja ver una urna, en cuyo interior se vislumbra un trozo de carne amojamada. Es una costilla del santo.

—Bueno, bueno —accede el vista—, les haré a ustedes un permiso de exportación temporal, con tres meses de validez.

El funcionario empieza a llenar el documento correspondiente, hasta que se detiene, perplejo, al llegar a un punto del cuestionario. Entonces, dirigiéndose al compañero que está en la mesa contigua, le pregunta:

—Oye, ¿en qué apartado podría incluir esto que llevan las hermanitas? Es una costilla humana, momificada pero muy bien conservada.

El compañero duda un momento y, súbitamente, contesta con la evidencia de quien ha dado con la solución:

—¡Ya está, hombre! La cosa está clara: en el apartado 34 C, que abarca «Conservas y Salazones».

 

El antagonismo Oriente-Occidente

 

La creciente tirantez de relaciones entre el Este y el Oeste, acrecentada por la evidencia de que los rusos tenían la bomba atómica, favorecía evidentemente a Franco, quien, con su frialdad característica, estimó que si a corto plazo se veía proscrito por el exterior, a largo plazo las consideraciones estratégicas de un mundo que aparecía cada vez más dividido en dos bloques le acarrearían el reconocimiento internacional y, tal vez, la ayuda económica que era perentoria para sacar al país del espantoso subdesarrollo en el que se encontraba.

 

Crónica negra: la muerte de Carmen Broto

 

Suceso sonado en aquellos años turbios y que conmocionó a toda Barcelona fue el asesinato de Carmen Broto, ocurrido en enero de 1949. Era la Broto una muchacha de espectacular belleza que, desde un humilde origen, había hecho fructífera carrera en la Ciudad Condal, por el más genital de los caminos, hasta convertirse en prostituta de lujo. En el momento de su trágica muerte figuraba como la mantenida de un empresario de espectáculos a quien se atribuían tendencias homosexuales, siendo la Broto esa hembra de exhibición con la que se pretenden despistar unas inclinaciones mal vistas por la sociedad de entonces.

A todo esto, Carmen llevaba una doble o hasta triple vida, y tenía por beneficiario de sus favores a un sujeto de los bajos fondos, un bisexual llamado Navarro, que aspiraba a hacer carrera en el boxeo, y tenía por protector, en el más amplio sentido de la palabra, al miembro de una conocida y encopetada familia barcelonesa.

El Navarro y otro individuo decidieron matar a Carmen para apoderarse de sus joyas, y en pleno abuso de confianza y sin que ella sospechara tan siniestros propósitos, la mataron a mazazos en el cráneo, en el interior de un coche que habían alquilado sin conductor. Cometido el crimen y asustados ante su magnitud, pidieron ayuda al padre de Navarro, «espadista» conocidísimo en los medios policiales por su gran destreza para violentar cerraduras de seguridad, hasta el punto de haber escrito un tratado sobre el tema y ser el inventor de una cerradura inviolable. Este hombre, conocido por Navarro Manau, los condujo hasta un solar que poseía en la calle de la Legalidad. Y allí, con nocturnidad, torpe y aceleradamente, enterraron a la víctima envuelta en un abrigo de visón.

Cuando se disponían a huir, unas falsas explosiones del motor del vehículo los hicieron ponerse en fuga, abandonándolo. Acudió el sereno, y al inspeccionar el automóvil halló huellas de sangre, lo que le instó a reconocer el solar. Allí, entre la tierra removida, sobresalía una mano de la infortunada Carmen a medio enterrar.

La primera sorpresa saltó al saberse que el vehículo alquilado lo había sido gracias al aval de un conocidísimo industrial barcelonés del ramo de la hostelería. La personalidad de la asesinada, notoria en los ambientes nocturnos, el saberse de su ligamen con el empresario y el aval del hostelero, hicieron que el crimen causara gran conmoción. Se rumoreó sobre orgías en el apartamento de la Broto, barajándose los nombres, entre sus asistentes, de conocidos grandes estraperlistas y algún que otro aristócrata, aficionados a los espectáculos de sexo en vivo.

El desenlace fue rápido y dio pie a todo género de suposiciones. Al día siguiente del crimen, el cómplice de Navarro hijo apareció muerto, suicidado, en un meublé. Los otros participantes, los Navarro padre e hijo, fueron detenidos prontamente. La voz popular empezó a atribuirles el papel de sicarios, de cumplir el encargo de suprimir a alguien que «sabía demasiado». A abonar la tesis vino el último golpe de teatro: el suicidio en la cárcel de Navarro padre.

No hubo revelaciones sensacionales ni comprometedoras. Navarro hijo, único culpable que compareció ante la justicia, fue condenado a muerte pero vio su pena conmutada, cosa rara en aquel tiempo en que la última pena se adjudicaba con suma diligencia.

Carmen Broto quedó como ese eslabón turbio que une los bajos fondos con las clases altas y cuya muerte asusta, ante el temor a unas salpicaduras de gran alcance. Por eso nunca quedó totalmente aclarado, aunque el móvil pareciera un vulgar robo.