La noche del fin de los tiempos

 

La avenida que conducía al Instituto de Ciencias y Artes era relativamente nueva. Había pasado por un proceso de remodelación minimalista, que incluyó la colocación de hileras de frágiles bambús y cerezos japoneses a todo lo largo del camino, evitando un posible accidente en caso de que alguna vez fueran abatidos por la fuerza del viento. A toda prisa, Anna y Alain cruzaron la avenida utilizando el enorme puente peatonal pintado de blanco, con el escudo de la escuela pegado en la baranda de acero cuadriculado.

La zona donde estaba ubicado el instituto era residencial, por lo que no existían edificios altos ni fábricas en los alrededores. Esto permitió a los jóvenes desplazarse con mayor seguridad. Aún así, estaban empapados debido al vendaval húmedo y cubiertos de arena por todo el cuerpo; incluso dentro de los zapatos sentían los granos crujientes lastimándoles las plantas de los pies.

Cuando por fin alcanzaron a divisar la negra silueta de la Biblioteca Madre, sintieron alivio. Las lámparas en las banquetas prendían y apagaban de modo intermitente. Alain notó que la patrulla no estaba aparcada en su lugar. Con tantas emergencias, era imposible que dejaran un auto para cuidar una biblioteca cerrada.

El arco de la entrada fulguró bajo los resplandores del cielo mientras subían los escalones con rapidez. Empujaron las altas puertas al mismo tiempo. No tenían puesto el seguro, así que fue como desplegar las alas de un cuervo moribundo.

Las salas y los laberínticos corredores estaban inundados por las tinieblas. La poca luz que caía desde las claraboyas del techo era insuficiente. Al parecer había una falla en el suministro eléctrico. Avanzaron con cautela para evitar alguna sorpresa desagradable.

A pesar de estar clausurada después del incendio, la Sala Verde todavía emitía un brusco olor a carne ahumada y plástico. Dieron la vuelta en una esquina, y se internaron en el pasillo que desembocaba en la angosta puerta roja.

Entraron a la oficina del bibliotecario, sacudiéndose la arena del pelo y del rostro. Alain tomó un gastado cobertor de lana y cubrió a Anna, quien tiritaba de frío. Le dijo que se sentara mientras iba en busca del profesor. La joven asintió.

La oficina parecía vacía. El silencio trepaba por las paredes con sus garras afiladas, y estaba muy oscuro. Alain se abrió paso entre las torres de libros del suelo. Entonces, percibió un suave resplandor que surgía del hueco que formaban los dos estantes gigantescos pintados de negro. Se acercó. Una luz ámbar oscilaba desde algún lugar que no alcanzaba a distinguir. Poel tuvo que ponerse de lado para caber por en medio.

Salió a un salón redondo con espejos de pie, empañados de suciedad. Uno de éstos era el causante de producir el reflejo palpitante que había visto. La luz brotaba de una ranura en el suelo de madera. Alain descubrió una trampilla a medio cerrar. La abrió, procurando no hacer ruido.

Una empinada escalera de caracol daba vueltas hasta extraviarse en las sombras hambrientas. El muchacho llamó a Borgus sin obtener respuesta. Comenzó el descenso con cuidado. No estaba seguro de qué hacía el profesor allá abajo, aunque debía asegurarse de que no le pasaba nada malo.

Alcanzó el primer nivel de una biblioteca circular, iluminada por bujías colgadas de las paredes. Se trataba de una gigantesca espiral con librerías, que descendía varios metros por encima de una oscuridad anormal. Alain comenzó a andar en torno al lugar, sorprendido y atemorizado. Hojuelas de polvo flotaban en el ambiente junto con un olor a siglos en ruina. Miró a lo alto, a la bóveda esférica pintada con la representación de un desierto rojizo que se tragaba millones de almas humanas en agonía. Alain se preguntó a dónde había llegado.

Una voz lo arrancó de sus pensamientos. Volteó hacia donde una miríada de cirios iluminaba un escritorio en forma de U. Alfonso Borgus se puso de pie. Vestía un mantón escarlata con capucha, adornado con una tirilla blanca bordada sobre la orilla.

—Alain, Alain, Alain, lo has hecho terriblemente bien. Dudaba que pudieras ser un alumno tan aventajado.

—¡¿Profesor... usted es el Resucitador?!

Borgus salió de atrás del escritorio. Parecía avejentado. Arrastraba los pies sobre la duela. Su tono era desvalido.

—No, muchacho, te equivocas.

—¡No mienta! Usted fue quien se apareció bajo mi ventana aquella noche; era su voz la que me insinuaba que tenía que encontrar el libro...

El anciano trató de acercarse a él, pero Alain lo rechazó.

—No fui yo. Te lo juro.

—¿Entonces quién? —indicó, burlesco—. No veo a nadie más para poderlo culpar de esta historia.

—Escucha, no te he mentido. La historia del joven lugarteniente que encontró los libros, el de la resurrección y el de la vida, en la pirámide de Keops, es cierta. Yo soy el lugarteniente. La noche que los encontré, deserté del ejército y volví por mi familia. Les conté lo sucedido. Yo había sido designado por un poder superior para custodiar esos ejemplares. Mi esposa entendió la gravedad de mi misión. Huimos a París, donde nos refugiamos con otros nombres.

”Mientras descifraba los misterios del libro, conseguí trabajo como maestro de literatura; un oficio que podía desempeñar con soltura debido a la afición que siempre he tenido por la lectura. Mi mujer se dedicaba a la costura y a cuidar del hogar. Desconocía que ella tenía un corazón débil; o quizá fue capricho del destino: murió al poco tiempo de nuestra llegada. Me quedé solo, con la responsabilidad de unos hijos que cuidar.

”En ese momento todavía no me eran revelados todos los secretos del Libro Dorado, así que no pude hacer uso de ellos para salvarla. Con el tiempo, logré desentrañarlos a mi manera, tal y como tú lo hiciste; aunque lo justo sería reconocer que es el libro el que se nos revela a nosotros.”

Unos pasos se escucharon bajando por la escalera.

—Alain... —curioseó Anna, inclinándose desde el penúltimo escalón—. ¿Sucede algo?

—¡No bajes!

Ya era tarde. La chica cruzó la biblioteca circular hasta detenerse junto a Alain. El bibliotecario mostró un gesto de cansancio.

—Hola, Annia —dijo Borgus entrecerrando sus ojos grises. No parecía muy contento.

—Hola, papá. ¿Ya terminaste de contarle a tu protegido?

—En eso estaba.

—No interrumpo, entonces —la joven se retiró a un rincón, en absoluto silencio.

Alain no daba crédito a lo que había escuchado. ¡Se conocían! ¡Eran padre e hija! Un torbellino de pensamientos y emociones lo sacudió de pronto. No lograba atar todos los cabos sueltos. Borgus le había dicho Annia y no Anna.

—¿Por qué la ha llamado Annia? —preguntó el chico, casi sin aliento.

—Es su nombre verdadero: Annia Voug. Igual que la biblioteca de la escuela.

—Yo conozco a la verdadera Annia y sé que no es ella.

Borgus sonrió condescendiente.

—Muchacho, yo mandé construir esta hermosa casa de libros y le puse el nombre de mi hija. ¿No es lo que cualquier padre cariñoso haría? Si no, ¿cómo te explicas que yo pueda tener acceso a un refugio subterráneo que nadie conoce? Todo fue planificado bajo mis órdenes. Utilizamos una fachada para poder movernos con ligereza.

”La mujer que tú has visto en fotos o videos trabaja para nosotros. Sólo sale a la luz cuando así se lo indicamos. Inventamos a la Annia exitosa, altruista, para evitar cualquier posible sospecha. Cuando tienes dinero puedes lograr cualquier cosa que imagines. Y te aseguro que los demás lo creerán sin dudarlo.”

Al notar la confusión del chico, Borgus lo animó a que tomara asiento para terminar de contar su historia.

—No necesito sentarme —reprochó Alain, con un gesto de determinación—. Puedo completar una parte de la historia por mí mismo. No soy tan estúpido como creen —miró a Annia con resentimiento. Sentía un fuerte dolor de cabeza que iba creciendo, como si ésta le fuera a estallar. La culpa la tenían los últimos hechos que se agolpaban en su mente, como un maremoto de imágenes e información que amenazaba con ahogarlo. Recordó todas las conversaciones con Borgus y Anna, la historia del libro de resucitación y, enseguida, cada página del texto, las cartas astrales tan detalladas, las fórmulas que se perdían en un infinito de papel. El muchacho cerró los ojos, aturdido. Respiró hondo. Una luz de entendimiento se abrió paso entre las tinieblas, obligándolo a hablar, a revelar lo mucho o lo poco que sabía. El tono firme que utilizó hizo eco en todo el lugar—. Poco después de la muerte de su esposa logró descifrar el ejemplar dorado, eso ya lo dijo. Comprendió que su misión era resucitar a los muertos el día del Juicio Final. El problema era que nadie sabía la fecha ni la hora. Así que se preparó para los siguientes siglos. El libro le enseñó a transmutar los minerales en oro y plata. Se volvió un hombre rico; no obstante, tuvo que irse de París para que nadie sospechara de su inmediata riqueza. Utilizó los mapas, las coordenadas que se indican en el libro de la muerte para marcharse a un lugar lejano, un sitio marcado como seguro para usted y su familia. ¿Praga?

—Bucarest —corrigió el profesor.

—A la tierra de los vampiros... Debieron sentirse como en casa. Veo que el libro sabe cuidar de los suyos. Por medio de las fórmulas que utilizan plantas han logrado vivir eternamente, evadiendo las enfermedades y el dolor hasta el día de hoy. Lo que no comprendo es por qué usted es un viejo decrépito y ella se conserva joven.

—Muchacho... te conté que en la tumba del faraón encontré dos libros. El que sirve para resucitar a los muertos me eligió a mí. Sin embargo, no sabía qué hacer con el libro de la vida. No se abría para mí ni revelaba su contenido. Pensé que mi cometido era sólo resguardarlo.

”A mi hijo, Jean Françoise le daban miedo los volúmenes. Nunca se acercó a ellos ni le interesó aprender sus secretos. El día de su muerte, a los setenta años, me hizo prometerle que no lo regresaría del más allá. He tenido que soportar el dolor de su ausencia durante más años de los que hubiese querido.

”En cambio, Annia se acercó al libro blanco desde el primer instante. La noche en que cumplió quince años, el libro se le reveló. Había sido elegida. Así que yo estoy viejo y gastado porque llevo el peso de los muertos, mientras que Annia conserva su juventud y está llena de fuerza vital porque es la poseedora del Libro de la Vida.”

—Es conmovedor.

Annia se removió en la oscuridad:

—Alain, tu sarcasmo es innecesario.

Poel estalló.

—¡Pero las mentiras que me contaste para atraerme sí eran necesarias!, ¿verdad?

—No comprendes...

—Pensé que eras mi amiga... —masculló Alain con un dejo de amargura.

—Lo fui, quiero decir... lo soy —Annia suavizó el tono de su voz—. Tienes potencial, Alain. Deja que yo me encargue de encauzarlo. La pasé bien a tu lado, pero aún eres muy joven; quizás en algunos años podríamos volver a intent...

—Muchacho, escucha —interrumpió Borgus—, hemos recorrido el mundo durante siglos, viajando de ciudad en ciudad, alterando nuestros nombres y personalidades para que la gente no sospeche de nuestra inmortalidad. Aguardando pacientes el Apocalipsis. Todo con el afán de cumplir la misión que se nos dio.

”Hace unos años descubrí que me estaba quedando ciego y no hay cura para esto. Dejé de ser útil para el cometido que le había dado sentido a mi existencia. Al darse cuenta, mi hija decidió arrebatarme mi lugar; se convirtió en el Resucitador y en el Libro de la Vida.

”Lamentablemente, las cosas no funcionan así. De momento, ella podía ser custodio del libro, pero teníamos que encontrar un suplente cuanto antes. Consultamos el volumen dorado, el cual nos indicó las coordenadas de este país. No sabíamos cuánto tiempo tardaríamos en encontrar al otro, así que mandé construir el edificio con este subterráneo para guardar todos los libros que he acumulado en mi vida, y que me siguen a donde yo vaya, mi verdadero tesoro.

”Por medio de una agencia de bienes raíces, conseguí una casa modesta en las afueras de la ciudad, de acuerdo con las posibilidades de un viejo profesor. Aguardamos. El inconveniente fue que cuando llegamos a habitarla, luego de dos años que duró la construcción de la biblioteca, otros compradores ya vivían allí. De inmediato, conseguí un abogado para que les hiciera una oferta inmejorable: comprar sus propiedades a cualquier precio que quisieran venderlas. Después de esto, adquirí todos los terrenos circundantes. Como ves, apreciamos mucho nuestra intimidad.

”Una vez instalados, necesitábamos encontrar la manera de atraer al otro, de arrastrarlo a la lectura del libro sin que sospechara siquiera. Fue a mi hija a quien se le ocurrió la idea una tarde, mientras intentaba escribir una carta para localizar al posible reemplazo: no teníamos que atraer a nadie, que el libro se encargara de escoger al otro. De cierto modo, así había sido con nosotros. Yo confiaba en que pudiéramos encontrar al buscador de misterios para explicarle la verdad.

”Cuando te presentaste en mi despacho, tuve la corazonada de que eras la persona idónea para continuar la misión que dejé inconclusa. Eres inteligente, reservado y prefieres los libros que a la gente. ¿Recuerdas las iniciales I. G. L. que viste en mi agenda? En realidad significaban ‘Iniciar Gran Libro’.

”Aquella noche volví a casa y le conté a Annia todo sobre ti. Ella no estaba muy convencida de decirte la verdad, ya que podríamos perderte. Yo le expliqué que no deseaba mentirte y ésa era mi decisión final, pero mi hija se ha vuelto bastante manipuladora con los siglos, como ya lo sabes. Debes perdonarla, Alain, tiene quince años desde hace doscientos años y aún no acaba de crecer.

”Sin que yo me enterara, a ella se le ocurrió presentarse en el instituto para llamar tu atención. Leyó todo tu expediente, incluyendo el psicológico, y supo cómo llevarte en la dirección correcta. Posee un intelecto diabólico.

”Cuando me confesó que se hizo pasar como admiradora de los libros para llamar tu atención, me quedé sin habla; el resto de su plan era igual de ingenioso: te seguía sin que lo notaras; se dejaba ver leyendo por donde tú acostumbrabas pasar; compró a la chica de la librería para que le soltara cuáles eran tus gustos literarios, y que, además, te contara que en su vida existía una gran tragedia: la supuesta muerte de su hermano mayor. Eso logró acrecentar tu interés por ella, los unía de algún modo. Y tú caíste.

”Plantó el sueño de la tumba en tu mente y se vistió con mi manto aquella noche para que tú pudieras unir estos elementos después y pensaras que todo era obra del destino. Entretanto, yo enterré el volumen dorado bajo el librero para que tú lo encontraras y lo fuéramos estudiando juntos, así podría aleccionarte poco a poco para que te hicieras a la idea. No contaba con que Annia estaría contigo y te aconsejaría para que no me mostraras el volumen. De esta forma, tendrías que descubrir sus misterios tú solo, lo que te arrinconaría a pensar que no tenías salida, ya que estabas siendo elegido por un poder superior. Incluso te dio un pequeño empujón para resolverlo. Cuando enfermaste de gripe te indicó que tomaras jugo de naranja. Sabía que el libro provocaría un accidente, derramarías un poco del zumo encima y te darías cuenta del texto verdadero escondido bajo el falso. Lo cual sucedió. Por esa razón se enfadó tanto cuando viniste a mostrármelo primero: todo su plan se puso en peligro. Allí me di cuenta de lo que estaba sucediendo.

”Me sentí mal por la manera en que Annia estaba usándote. Traté de alejarte del libro, de decirte que no había nada de maravilloso en revivir a los muertos, pero tu mente estaba en otra parte. Entonces intenté hablar con ella para disuadirla, mas no me escuchó. Me contó todo. Dijo que ya casi estabas listo. Te dejó solo unos días para que probaras tu nuevo poder. Sabía que irías emocionado a contarle todo. En cuanto se enteró del incidente con el ave te aseguró que no era cierto, que todo era invento de tu mente. Te estaba retando para que cayeras, y lo logró. Cuando realizaste tu proeza en la Sala Verde, Annia no podía creerlo, estabas listo. Te convertiste en un verdadero resucitador de muertos.

”Sin embargo, desde que te conoció, mi hija te veía inestable, pensó que podrías romperte en un momento de debilidad. Decidió utilizar sus encantos para atraerte, para llevarte a un lugar sin retorno. Te arrastró a nuestra casa para estar a solas contigo, para fortalecer la relación, pero te mostrabas inaccesible. Eso la desesperó. Tomó la iniciativa para hacerte saber que le gustabas, que había un sentimiento más fuerte que la amistad entre ustedes. De esta manera te encadenaba a ella. La culpa es un arma silenciosa, pero poderosa. Después de lo sucedido en la sala de la biblioteca, Annia fingió para que te deshicieras del libro, mostrándose preocupada por ti y haciendo crecer tu confianza hacia ella. Te hostigó para iniciar una pelea entre ustedes; sabía que te remordería la conciencia e irías a buscarla, de esta manera la reconciliación terminaría por arrojarte a sus brazos. No contaba con el maestro de matemáticas que te siguió hasta el servicio. Cuando veía todo perdido, urdió un plan desesperado: corrió a interponerse en el camino del autobús. Las heridas eran lo de menos, siempre podría curarse con las pociones del libro, como lo había hecho antes. Y si moría, confiaba en que la resucitarías. Serías de ella por completo, atrapado bajo su eterna influencia.

”Hace unas horas, cuando viniste a mi oficina a contarme la desgracia de tu amiga, te indiqué claramente que lo último que debías hacer era utilizar la resucitación, sin importar de quién se tratara. No recapacité que te estaba alentando para hacer lo contrario. El poder es tan fuerte en ti que no sólo regresaste a mi hija, sino que se desbordó hasta tocar a los vivos, despojando de su alma a todos los que estaban dentro del hospital. No sé si esto fue el detonador, pero las señales del juicio ya venían sucediéndose y eran muy claras.”

—¿No puede interrumpirse? —preguntó el muchacho, adelantándose hacia él. Annia guardaba un silencio rencoroso desde su esquina.

—Alain, el mundo se ha convertido en un gigantesco reloj de arena que marca las horas para su final.

—¡Profesor, tiene que ayudarme a detenerlo! La humanidad no puede desaparecer. Yo no quiero la responsabilidad de resucitar a todas las almas perdidas, por favor.

—No está en mis manos.

—Entonces, ayúdeme a destruir el libro dorado. Tal vez esto detenga todo.

Borgus meneó la cabeza con tristeza:

—Creí que lo habías entendido, Alain. Puedes arrojarlo al fuego o al fondo del océano. El manuscrito ya no importa. Te ha traspasado su poder. Tú eres el libro que resucitará a los muertos. Así como mi hija es el libro que les dará la vida eterna.

—Me parece imposible que todo tenga que acabar. Que millones mueran por una profecía escrita hace dos mil años. La vida tiene que seguir, ¡ayúdeme a salvarlos!

—Lo siento, hijo —era la primera vez que lo llamaba así. Había un extraño brillo en su mirada. Un destello de complicidad—: Mientras haya un Resucitador y un Libro de Vida, el Juicio Final se llevará a cabo. Son necesarios los dos para que la Gran Obra se complete. Si uno llegara a faltar, el juicio se pospondría. Así está escrito.

La chica se abalanzó furiosa hacia su padre.

—¡No puedo creer que le hayas dicho eso! —vociferó escandalizada—. Es igual a tratar de boicotear lo ganado hasta este momento.

Alain se interpuso firme entre ellos. Annia lo observó desabridamente:

—Vaya, por fin he hecho un hombre de ti, Poel. Pensé que jamás lo lograría después de que te resististe a todas mis demostraciones de afecto; intenté darte confianza, infundirte la seguridad que siempre te ha hecho falta, y lo más importante, te ofrecí amistad cuando los demás te ignoraban, y tú permaneciste encerrado en ti mismo. ¿Cómo puedes ser así?

—¿Así? ¿Cómo? Al menos no miento ni manipulo para obtener lo que quiero. Lo que ven en mí los demás es lo que hay, sin trucos ni engaños. ¿Sabes algo, Anna? Nunca me sentí atraído hacia ti. Y eso no tiene que ver con mis sentimientos, sino con los tuyos. Ahora comprendo que era debido a la falsedad que envolvía la situación, a las verdaderas intenciones que se ocultaban detrás de tu comportamiento.

—Alain... —la joven se le acercó, suavizando el tono de su voz. El profesor Borgus miraba toda la escena sin entrometerse, concentrado en las palabras de ambos—. Te prometo que mis intenciones eran las correctas. Te mentí un poco, no porque fuera correcto o incorrecto sino porque era inevitable. Esta tarea es demasiado grande para una persona. Necesito de tu ayuda, Poel, ¿lo entiendes? La responsabilidad de conducir millares de almas a su último lugar de reposo puede ser nuestra. ¡Seremos parte del evento más importante de la humanidad!

—¿Hablas de su destrucción? —la desafió Alain, visiblemente contrariado—. No pienso seguirte en eso, Anna. La carga de tal suceso me parece impensable, y más si incluye llevarlo a cabo junto a una joven de quince años a la que no le importa engañar a los demás. Creo que es cierto: aún te falta madurar otros cien años.

La mirada de Annia se enturbió con la media luz que la envolvía. Se notaba a leguas que ésa no era la respuesta que esperaba.

—Veo que te sientes fortalecido. Lástima que ya no sirva de mucho en este momento, a pesar de lo que te reveló mi padre. Dime, Poel..., si por fuerza se requiere que seamos dos para que el Gran Plan se ejecute, ¿cómo vas a detener el fin? ¿Acaso piensas suicidarte? —soltó una risa burlona que hizo eco por todo el lugar.

Las facciones del anciano se endurecieron al escuchar las burlas de su hija. Sin perder el control, murmuró:

—Alain, mi hija podrá ser el libro de la Vida, pero, recuerda, tú eres el de la Muerte. El mundo se acaba... Deberías despedirte de ella con un beso.

Poel creyó que había escuchado mal. El profesor Borgus levantó su voz de trueno:

—¡BÉSALA, AHORA!

Alain entendió la frase en el segundo final. Se giró hacia la chica y antes de que Annia pudiera darse cuenta de qué era lo que sucedía, unió sus labios a los de ella. Fue un beso intenso, profundo, como el que se dan los amantes que han luchado contra todas las adversidades para llegar a este único momento.

La vida de Annia se extinguió entre los brazos de Alain. El muchacho permaneció sin mover un músculo, abrazado a ella, en silencio. El profesor se acercó. Acarició la mejilla de Annia.

—Lo siento mucho, hija —suplicó sollozando. La tomó entre sus brazos—. Y tú también perdóname, muchacho. No era mi intención que salieras lastimado.

—Profesor... ¿Por qué? ¿Por qué decidió ayudarme?

—Muchacho, ¿no es obvio? He llegado a apreciarte desde el mismo día que nos conocimos. Aquella mañana, después de que resucitaste al gorrión, te busqué en la escuela porque estaba preocupado por ti. Fui a pedirte que confiaras en mí, que acudieras a buscarme si te metías en verdaderos problemas. No quería que pasaras por lo mismo que yo.

”Te confieso que hace años dejé de tomar la poción que me mantenía saludable. Mis ojos fueron lo primero que colapsaron. Pensé tontamente que esto nos libraría a Annia y a mí de la responsabilidad que se nos había impuesto. No contaba con la ambición de ella. Creo que he sido ciego desde siempre.

”Cuando apareciste pensé que eras correcto para la misión, luego, al ver lo que Annia te hacía, me arrepentí. Razoné que no teníamos derecho a imponerte semejante obligación. Me prometí que te ayudaría a escapar de ese laberinto a como diera lugar. ¿Te cuento cómo llegué a una conclusión? El poeta Leopoldo Marechal escribió, de todo laberinto se sale por arriba. Así pues, busqué la solución más simple: utilizaría las mismas armas que mi hija había usado contra ti.

”Esta vez el beso no anunció un final feliz o vivieron felices para siempre. ¿Sabes, Alain? Estoy cansado de vivir eternamente. La inmortalidad es un milagro, un peso insoportable y una condena.”

El bibliotecario se encaminó hacia las escaleras, llevando a su hija en brazos, y comenzó el descenso al abismo.

—He dejado papeles en el escritorio con todos mis asuntos en orden. Quiero pedirte que te sigas haciendo cargo de la Biblioteca Madre, y que por supuesto cuides de este lugar. Te dejo todos mis libros y toda mi fortuna personal. Ya no me harán falta.

—¿A dónde se dirigen, profesor? ¿Qué hay allá abajo?

—El vacío, muchacho, la nada, el olvido, o como quieras llamarlo.

—¿Qué debo hacer con los libros sagrados?

—Te aconsejo que los escondas muy bien. Puedes resguardarlos en este lugar para que nadie más los encuentre en mucho tiempo. La vida proseguirá mientras tanto.

—Profesor, no se vaya. Usted es mi único amigo.

La figura del anciano ya se perdía entre los inclinados escalones. Su voz se disolvía como la bruma cuando amanece. Sonaba triste, pero resignada:

—Muchacho, vas a estar bien; seguro encontrarás tu camino. No olvides que los muertos sólo se alimentan de sombras. Por favor, cuida a Lumbre. Te está tomando cariño.

—Así lo haré, profesor. Espero que nos encontremos de nuevo al final del camino.

El profesor Borgus ya no respondió. Había desaparecido entre las tinieblas del fin del mundo.

Cuando Poel salió de los confines de la Biblioteca, un nuevo día iniciaba. Chorros de una luz desteñida brotaban por el horizonte. La humanidad vislumbró el borde del abismo por un terrorífico momento y se había salvado. ¿Cuánto tiempo pasaría para que alguien más se topara con los libros de la Vida y la Muerte, y esto se repitiera?

Alain halló la respuesta en su interior, como un magnífico embrión que comienza a abrirse paso, a respirar por sí mismo; al final, se trataba de tomar una decisión irrevocable, necesaria. Miró la sentencia colocada en el arco de cantera de la entrada:

LA LECTURA ES UN MUNDO

 

Y reconoció que nunca había leído tanta verdad en tan pocas palabras.

El libro que resucitaba a los muertos
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