Capítulo Cinco

Al día siguiente, en La Bergamote, Jacques miró a Leonie y notó que había algo diferente en ella, aunque no estaba seguro de qué se trataba. No se había cambiado el peinado. Seguía llevando el cabello rizado y suelto. ¿Qué sentiría al deslizar entre sus dedos aquellos mechones suaves como el algodón?

Decidió no seguir por aquel camino. No podía pensar así o perdería la cabeza.

Era mucho más seguro no fijarse en lo sexy que estaba con aquel vestido gris plateado. ¿Tal vez eso era lo diferente? No había visto el vestido antes y, si se paraba a pensarlo, no parecía ser de su estilo habitual.

Normalmente, Leonie llevaba faldas o pantalones cortos con camisetas, un estilo que le sentaba muy bien. Dulce y hogareño. Sin embargo, aquel vestido le sentaba también muy bien. Al verla, sintió que se le cortaba la respiración. La tela se le ceñía perfectamente a las curvas de su cuerpo.

Esperaba que François no fuera al restaurante aquel día. No quería tener que sentarse y ver cómo su amigo la devoraba de nuevo con la mirada.

—Estás muy guapa, Leonie.

—Oh, gracias.

A Jacques le pareció que ella se había sonrojado.

—¿Es un vestido nuevo?

—Sí. La última vez que estuve aquí me sentí fuera de lugar. Por eso salí a comprármelo.

Jacques frunció el ceño. No le gustaba que ella se hubiera sentido fuera de lugar en su restaurante. Ciertamente, no lo había notado. Ella había parecido tan relajada como siempre…

Eso era. Ésa era la diferencia. Estaba nerviosa.

¿Por qué?

—También me he comprado unos zapatos nuevos —dijo señalándose los pies

—. Dios, me están matando. No me he puesto zapatos de tacón desde… ya ni me acuerdo de la última vez. Hace demasiados años.

Respiró profundamente. Jacques le miró el escote, que también llevaba más bajo que de costumbre. Rápidamente apartó la mirada y respiró profundamente.

Entonces, señaló hacia la parte de atrás del restaurante.

—¿Te gustaría ver la cocina?

—Sí.

—Por aquí —dijo. Entonces, oyó que ella lanzaba una exclamación de dolor—.

¿Te encuentras bien? ¿De verdad te hacen tanto daño esos zapatos en los pies?

—No. Sí. Quiero decir que sí, pero me encuentro bien.

En la cocina, llevó a Leonie a un lugar en el que ella podía verlo todo sin estorbar. Entonces, se dirigió a Philippe, su cocinero jefe. Lo llamó para que acudiera al lado de Leonie y se la presentó. Los tres iniciaron una agradable conversación sobre el funcionamiento de la cocina y la calidad de la comida que se servía en el restaurante.

Estuvieron charlando durante unos minutos más y luego Philippe se excusó para ocuparse de nuevo de sus tareas. Jacques acompañó a Leonie de nuevo al salón y la sentó en una mesa antes de ir a hablar con su maître para asegurarse de que todo estaba bajo control.

Leonie observó a Jacques marcharse de la mesa y exhaló el suspiro que había estado conteniendo. Esperaba que él no se hubiera dado cuenta de lo raro que ella se estaba comportando. Le parecía imposible actuar con naturalidad. Se sentía nerviosa y, una vez más, fuera de lugar.

Él se había fijado en su vestido. No era que a ella no le gustara, pero no estaba acostumbrada a un estilo tan ceñido y con escote. Sin embargo, no podía comprender por qué había dejado que Chantal la convenciera de que se pusiera un atuendo tan sexy.

La razón era que había querido que Jacques la mirara y viera a una mujer a la que encontraba atractiva, no a la amiga con la que pasaba tanto tiempo. Y había logrado ver en sus ojos que la atracción seguía presente. Reflejaban deseo y pasión.

No era que hubiera decidido arrojarse a los brazos de Jacques. Lo único que había decidido era considerar la posibilidad de que pudiera cambiar de opinión sobre la clase de relación que ella quería.

¿A quién estaba tratando de engañar? Si existía alguna posibilidad de recuperar la cordura, de poder volver a dormir, iba a tener que… besarlo. Por lo menos. No podía pensar más allá.

¿Cómo podía hacer que él se enterara de que había cambiado de opinión sobre el tipo de relación que quería? Era una mujer adulta, por el amor de Dios. No debería tener ningún problema.

Lanzó un gruñido y se tomó un poco de agua. Suponía que, simplemente, podría decirlo. Probablemente sería lo mejor. Además, ella siempre había preferido ser directa. Sin embargo, sentía que la boca se le secaba cuando pensaba en pronunciar aquellas palabras.

Vio que Jacques se dirigía hacia ella. Respiró profundamente y se irguió.

Involuntariamente, se llevó una mano al cabello.

—Gracias por mostrarme la cocina —dijo mientras él se sentaba—. Nunca antes había estado en el interior de la cocina de un restaurante.

—De nada.

Ella lo miró. Observó el brillo de los ojos de Jacques, las pequeñas líneas de expresión alrededor de la boca… oh, qué boca… Tragó saliva.

—Jacques, yo…

—¿Sí?

Él apartó un momento la mirada para llamar a un camarero, que acudió a la mesa inmediatamente. Entonces, se giró de nuevo hacia ella para dedicarle toda su atención.

—Oh, nada…

No podía decirle nada con el camarero delante. De hecho, no sabía si podría hacerlo o no. ¿En qué estaba pensando? No era propio de ella. No flirteaba con guapos hombres en países extranjeros. Ni con nadie. En ninguna parte.

Muy pronto, regresaría a su casa para ocuparse de Sam y Kyle. Se olvidaría de Jacques, de su resplandeciente sonrisa y… él aún la estaba mirando como si esperara que ella le dijera algo.

—Tengo hambre. Eso es todo.

—En ese caso, estás en el lugar adecuado —comentó él con una sonrisa.

—Sí.

Se mordió el labio. Tenía que centrarse en otra cosa. En la comida, para empezar.

Cuando pidieron lo que iban a tomar, Leonie había decidido que no iba a hacer ni decir nada. Resultaba más fácil seguir así. Amigos. Sin complicaciones. Volverse lentamente loca en privado no era tan malo como declararse a Jacques.

El hecho de tomar aquella decisión hizo que se relajara mucho más. La velada pasó rápidamente, a pesar de que se tomaron su tiempo para comer.

A lo largo de los siguientes días, Jacques siguió llevándola a conocer más lugares. Fueron a Grasse, donde visitaron una fábrica de perfume. Allí Leonie pudo crear su propio aroma. También visitaron Cannes y St. Tropez.

Al final de la excursión que hicieron el sábado, Jacques la invitó a su casa para tomar un café. Ella tragó saliva.

—Me encantaría —dijo.

Esperaba que el tono de su voz hubiera sido natural, pero el corazón le latía con fuerza en el pecho cuando tomaron el desvío del Cimiez, un barrio elegante del norte de la ciudad de Niza. Y esto se debía sólo al hecho de que iba a ver el lugar donde él vivía. ¿Cómo iba a poder superarlo su pobre corazón si él sugería más?

En una de las columnas de entrada a la casa, había un cartel que decía Villa Broussard.

—Qué imaginativo —bromeó ella—. ¿No se te ocurrió nada mejor?

—Bueno, por lo menos evita confusiones —replicó él. Aparcó el coche y descendió para abrirle a ella la puerta.

Leonie contempló el blanco edificio al salir, pero no dijo si le gustaba o no hasta ver el interior. En cuanto entró en la casa, se enamoró por completo de ella.

Jacques le mostró las habitaciones principales, que estaban decoradas al estilo clásico. Después, él hizo café y se sentaron en la terraza. Mientras observaban la maravillosa vista que se divisaba desde allí, se quedaron sumidos en un cómodo silencio. Leonie no necesitaba recorrer toda la Costa Azul para divertirse con Jacques.

Aquello era suficiente. Para ser feliz le bastaba estar con él.

Más tarde, cuando casi se había quedado dormida con la calidez de los rayos del sol, vio que Jacques miraba el reloj. Se levantó inmediatamente.

—¿Ya es hora?

—Lo siento… No quería despertarte.

—No lo has hecho. No estaba durmiendo. Tan sólo descansaba los ojos.

¿Tenemos que irnos ya?

—Me temo que sí.

Jacques se puso de pie y la ayudó a ella a hacer lo mismo. Tan agradable resultaba la calidez y la fuerza que emanaban de aquella mano que se sorprendió a sí misma no soltándolo.

Algo se reflejó en los ojos de Jacques, un sentimiento que ella no pudo comprender. Sin soltarle la mano, le colocó la que le quedaba libre sobre la mejilla.

Sintió que un músculo se le tensaba. Lo había sorprendido con su reacción. De eso estaba segura.

—Bésame, Jacques…

Él se quedó tan sorprendido que separó los labios. Dio un paso atrás y se separó de ella.

—No, Leonie, no. No quieres esto. Te lo prometí.

—Claro que lo quiero. He cambiado de opinión —afirmó ella, acercándosele una vez más y colocándole las manos a ambos lados del rostro.

—¿Cómo dices? —susurró él.

—Me dijiste que si cambiaba de opinión… ¿Te acuerdas? Bueno, pues he cambiado de opinión. Quiero divertirme. Contigo.

—Ah, mon Dieu… ¿Por qué? Estabas tan segura… ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?

—Bueno, supongo que es una combinación de varias cosas. No quiero marcharme a mi casa sin saber lo que siento al besarte. He estado… He estado preguntándome lo que sentiría…

Jacques entornó los ojos y la miró fijamente, como si estuviera tratando de ver qué era lo que pasaba por el interior de la cabeza de Leonie.

—Lo que me estás diciendo es que quieres que te bese, pero eso es todo. ¿No?

—No… Quiero decir… No lo sé. No lo creo. Creo que quiero tener una de esas apasionadas relaciones de las que tú hablaste, pero no puedo estar segura hasta que no dé el primer paso.

—Leonie, ¿lo has pensado bien? Me dijiste que no podrías ser infiel a tu esposo.

Me dijiste que sentías que seguías aún casada.

—Lo sé… pero creo que mi destino era conocerte y que el tuyo era mostrarme que sigo viva.

Jacques la miró de un modo en el que ningún hombre la había mirado nunca antes. Le recorrió todo el cuerpo, haciendo que se sintiera desnuda, deseada… oh…

Cuando por fin la miró a los ojos, sintió que el deseo le recorría el cuerpo y se le extendía por el vientre para luego acomodársele entre las piernas. Había estado veinte años teniendo relaciones sexuales con su esposo y jamás había conocido aquella explosión de pasión.

—Eso puedo hacerlo, pero no quiero hacerte daño.

—Sé que no estamos hablando de nada a largo plazo, Jacques. No soy ninguna estúpida.

—No, por supuesto que no lo eres.

—Me gustaría divertirme un poco. Durante un espacio corto de tiempo, hasta que me vaya a mi casa y vuelva a mi vida de siempre. Así, mis hijos no tienen que enterarse de nada. No se me ocurriría hacer algo así con ellos cerca.

Jacques la agarró por los hombros y le tocó ligeramente los labios con los suyos.

Leonie abrió los ojos de par en par cuando él dio un paso atrás. ¿Eso era todo?

Entonces, descubrió que él la estaba interrogando con la mirada. Supo lo que Jacques le estaba preguntando y tragó saliva. Entonces, se humedeció los labios.

—Sí, lo digo en serio, Jacques.

Él la besó con toda la pasión que Leonie buscaba. Deslizó los labios por encima de los de ella y se los delineó con la lengua. Entonces, los animó a que se abrieran.

Todas las preguntas que Leonie se había hecho, las dudas, los debates que había tenido consigo misma, todo terminó en aquel momento.

Jacques la tomó entre sus brazos. Ella se dejó llevar. Lo saboreó, inhaló su cálido y masculino aroma y sintió la fuerza de los brazos que la sujetaban. Aquel beso despertó partes de su cuerpo que llevaban dormidas demasiado tiempo.

Sentía el corazón de Jacques latiéndole con fuerza en el pecho, igual que le ocurría a ella con el suyo. Este hecho la tranquilizó y la halagó a la vez.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó él.

—Mejor que bien. Me ha gustado. Me ha gustado mucho…

—A mí también —susurró Jacques. Le hundió los dedos en la rizada melena y suspiró—. Es tan suave… Llevo tanto tiempo deseando hacer esto…

Era una caricia tan íntima… Los dedos le acariciaban el cráneo y la nuca.

Entonces, él le levantó el cabello y depositó delicados besos detrás de una oreja.

Leonie se aclaró la garganta.

—Creo que es mejor que nos vayamos ahora…

—Sí, pero… Muy pronto.

La voz de Jacques era sugerente, los ojos le ardían. Las palabras que él había dejado sin pronunciar hicieron que el cuerpo de Leonie vibrara por todas partes.