Capítulo Seis
¿Qué se ponía una mujer para ir a su primera cita cuando ya había entrado en la cuarentena?
Leonie no tenía ni idea, pero estaba decidida a encontrar algo adecuado. El hecho de saber dónde iban a ir la habría ayudado bastante, pero Jacques no le había querido dar muchos detalles.
Se dirigió directamente a la tienda que Chantal le había enseñado y fue allí donde encontró el vestido. Sí. Un vestido que se le envolvía por el cuerpo con una brillante tonalidad azul. Le hacía sentirse muy femenina, incluso atractiva, y sería apropiado para casi cualquier lugar.
Sin duda, el vestido resultaba muy favorecedor. Resaltaba lo mejor y tapaba perfectamente lo que no estaba tan bien. Este hecho le hizo pensar en algo que le había estado preocupando desde que le dijo a Jacques que había cambiado de opinión.
¿Qué pensaría él de su cuerpo?
No estaba mal cuando estaba cubierto y escondido, pero, entre la gravedad y los partos, su cuerpo ya no era lo que había sido. Decididamente, mostraba el paso de todos y cada uno de sus años.
Recordaba que Jacques había dicho que a los franceses les gustaba observar cosas hermosas y no estaba del todo segura de que su cuerpo fuera capaz de enfrentarse a las expectativas que él tenía.
Ya sólo había una cosa que podía hacer. Tendría que asegurarse de que las luces estaban siempre apagadas. La oscuridad sería su aliada.
Se cambió de ropa y le llevó el vestido a la dependienta. La mujer le indicó unos zapatos a juego y un echarpe casi transparente que Leonie también compró.
Entonces, sonrojándose, le indicó a la dependienta que quería comprar también ropa interior. En pocos segundos, Leonie tenía su primer juego de lencería sexy. De hecho, era su primer conjunto a juego.
Nunca antes se había gastado tanto dinero en ropa. Sin embargo, en toda su vida había tenido un vestido que le hiciera sentirse tan bien. Además, el sujetador de encaje y las braguitas tenían también su efecto, que era muy diferente de las sensatas braguitas de algodón y el resistente sujetador a los que ella estaba acostumbrada.
Cuando vio un salón de belleza, decidió entrar inmediatamente. Había decidido dejarse llevar y lograr así el mejor aspecto que pudiera.
A pesar de que estaba segura de que no se iba a echar atrás, aquella tarde, cuando vio a Jacques desde la ventana de su apartamento, sintió que el corazón le golpeaba con fuerza contra las costillas del pecho. Era el domingo por la tarde.
La sensación siguió mientras bajaba las escaleras para encontrarse con él. Había estado a solas con Jacques en muchas ocasiones, pero aquella vez parecía completamente diferente.
Era diferente. Era la primera vez que tenían una cita.
Por el contrario, Jacques tenía un aspecto completamente relajado y seguro de sí mismo. Sin embargo, cuando Leonie se reunió con él en la calle, vio que, en realidad, distaba mucho de estar tranquilo.
—Estás… estás…
—¿Bien?
—No. Mucho más que bien. Estás maravillosa. Muy, pero que muy hermosa.
Leonie se colocó el echarpe sobre los hombros y sonrió. Por fin pudo hablar.
—Es el vestido. Me alegro de que te guste.
—El vestido es muy bonito, pero, sin ti, sería tan sólo un trozo de tela. Tú haces que sea… perfecto.
Leonie le dedicó una radiante sonrisa. Entonces, escuchó una voz por encima de ella. Levantó la mirada y se despidió de Chantal, que sonreía y asentía desde el balcón. Evidentemente, también contaba con la aprobación de la anciana en cuanto al vestido… y en cuanto a Jacques.
Él se sentía muy orgulloso por llevar a Leonie a su lado mientras caminaban por la ciudad. Evidentemente, se había tomado algo de tiempo para cuidar su aspecto y los resultados habían sido fenomenales. Llevaba el cabello perfecto, el vestido era maravilloso y el cuerpo que ocultaba en su interior lo fascinaba. Sus curvas llenaban el vestido a la perfección.
Siempre le había gustado su aspecto, pero le agradaba que ella se hubiera molestado para estar guapa para él. Le cubrió la mano que ella le había colocado en el brazo con la suya y sonrió. Se moría de ganas al pensar en la velada que había preparado.
Empezaron con un aperitivo en el Cours Saleya, seguido de una suntuosa cena en un hotel de lujo. Luego se marcharon a una discoteca, una de las pocas en las que se podía charlar en la barra. Tenía una elegante decoración, música agradable y pista de baile. Estaba dirigido a personas de entre veinticinco y cincuenta años. Perfecto para los dos.
Como estaban sentados en un taburete del bar, Leonie estaba teniendo problemas para mantener cerrado el vestido. Al menor movimiento, se le separaba y dejaba al descubierto los muslos, que, por cierto, eran muy atractivos.
En otra mujer, el movimiento habría sido deliberado, pero ella no hacía más que tirarse de los bordes llena de vergüenza. Como a Jacques le pareció que ella se encontraba muy incómoda y porque la visión de aquellas piernas le hacía sentirse impaciente por tenerla entre sus brazos, le preguntó que si quería bailar.
—Sí, pero ha pasado mucho tiempo desde que salí a bailar. Seguramente no haré más que pisarte.
—Mientras te tenga entre mis brazos, no me importará. Llevas toda la noche tentándome con ese vestido.
Leonie se echó a reír y se dejó llevar a la pista de baile. Allí, se dejó envolver por los brazos de Jacques y comenzó a bailar. Él la estrechó contra su cuerpo con un suspiro. Bailaron varias piezas musicales hasta que, por fin, él le susurró al oído:
—Vayámonos de aquí.
Leonie asintió. Él le pasó un brazo por los hombros, con un gesto que era protector y posesivo a la vez. Sintió un profundo deseo de decirles a todos los presentes que aquella mujer tan hermosa se iba a marchar con él.
Leonie estaba segura de que el corazón le latía con más fuerza que nunca cuando por fin llegaron al dormitorio de Jacques. El trayecto a la casa que él tenía en Niza pareció durar una eternidad.
Una parte de Leonie quería dar marcha atrás, regresar al momento en el que ella le dijo que había cambiado de opinión para borrar sus palabras. Sentía mucho miedo. Le aterraba la idea de tener que desnudarse ante él. Simplemente no estaba preparada para algo así. Ella sólo había estado con un hombre en toda su vida y aquel hombre no era Jacques.
No sabía lo que se suponía que tenía que hacer. No podía quitarse tranquilamente la ropa delante de él. Además, las manos le temblaban tanto que no podría ni desabrocharse.
En aquel momento, Jacques se acercó a ella y, sin darle tiempo para que pensara, la besó tan profundamente que una oleada de pasión y de sensaciones contenidas durante mucho tiempo se apoderó de ella, dejándola vibrante y necesitada.
La boca de Jacques comenzó a bajar tentadoramente por la garganta. Ella echó la cabeza hacia atrás, gimiendo para que le diera más, pero cuando los dedos de Jacques se le deslizaron por debajo del escote del vestido y del tirante del sujetador, ella se apartó bruscamente.
—Espera…
Jacques observó solemnemente cómo ella apagaba la luz. Entonces, Leonie se dio cuenta de que la luz de la luna entraba por la ventana abierta. Con un suspiro, se dirigió hacia ella y comenzó a cerrarla, pero la mano de Jacques se lo impidió.
—No tengas miedo…
—No tengo miedo —mintió ella. Jamás había sido buena actriz y sabía que no estaba engañando a nadie.
—Claro que lo tienes. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez, ¿verdad?
—Nunca he estado con nadie que no fuera mi esposo…
Jacques asintió.
—Podemos tomarnos las cosas con calma, tan lentamente como tú quieras. Si lo prefieres, podemos limitarnos a dormir juntos, pero… No te escondas de mí. Déjame verte.
Leonie se echó a temblar de placer. Dio un paso atrás para poder ver el rostro de Jacques. A la luz de la luna, parecía el hombre de sus sueños. Lo deseaba. Quería sentir lo que él le había dado en sueños. No iba a echarse atrás.
Satisfecha. Saciada. Contenta.
Así se sentía Leonie cuando se estiró en la hamaca de la terraza del dormitorio de Jacques. Se arrebujó un poco más con el albornoz que él le había prestado después de que se ducharan juntos y suspiró. No entendía por qué había tenido miedo. Desde el primer momento, tendría que haberse imaginado que hacer el amor con Jacques sería maravilloso. Más que maravilloso.
Él había salido a comprar algo para desayunar. Leonie quiso aprovechar la oportunidad para llamar a Samantha, pero decidió no hacerlo. Estaba segura de que su hija le notaría algo raro en la voz y no quería tener que mentirla.
Al oír que Jacques regresaba, se giró en la hamaca para verlo llegar. Él estaba muy guapo vestido con unos vaqueros que le sentaban muy bien y una camiseta. Tal vez ya no era un hombre joven, pero se encontraba muy en forma. Ella era testigo después de haber compartido la cama con él.
Jacques sonrió al verla y, después de colocar sus compras sobre la mesa, se acercó para besarla.
—Has tardado mucho —susurró ella.
—¡Qué va! Pero si me he dado mucha prisa. Los cruasanes siguen calientes.
—Ooh…
Leonie se incorporó al escuchar la mención de comida. No le importaba lo que él hubiera comprado. Tenía tanta hambre que sería capaz de comerse cualquier cosa.
No recordaba que el sexo supusiera tan buen ejercicio. Ni tan apasionado.
Jacques fue a la cocina para buscar unos vasos para el zumo. Como Leonie tenía demasiada hambre para esperar, comenzó a comer sin él.
A pesar de lo mucho que se había prevenido al respecto, sabía que se sentía demasiado unida a él como para poder marcharse sin mirar atrás. Le iba a resultar muy difícil marcharse, pero ya se ocuparía de eso cuando llegara el momento. En aquellos momentos, su presente era perfecto. Volvía a sentirse viva.
Jacques regresó con los vasos. Mientras Leonie servía el zumo, él le preguntó que qué le gustaría hacer aquel día.
—¿Qué te parece si vamos a Montecarlo? No tardaremos mucho en llegar y, si ésta va a ser la primera y la última vez que vienes a la Riviera, deberías ir a visitarlo.
Podríamos quedarnos allí a pasar la noche.
—Vaya, me parece una idea fantástica, pero, ¿no tienes que trabajar? ¿Y qué me dices de Antoine?
—Normalmente paso los lunes con mi hijo, pero esta semana he conseguido tener un par de días libres. Eso sólo significará que no paso una noche en casa, por lo que no creo que Antoine tenga oportunidad de echarme de menos. Deberías experimentar la vida nocturna de Montecarlo y visitar el casino.
—No he jugado nunca. No sabré qué hacer en el casino.
—Eso no importa. A mí tampoco me gusta jugar. Podríamos darnos una vuelva y ver cómo lo hacen los expertos. Al menos, podrás decirles a tus hijos que has estado en el casino de Montecarlo.
—No se lo creerán. Tendré que hacer una foto con mi teléfono móvil y enviársela.
No se lo creerían. Ni eso ni el hecho de que ella estuviera pasando la noche con un hombre. Seguramente, les costaría tanto entenderlo como aceptarlo.
Por supuesto, Leonie no les haría pasar a sus hijos por algo así. Ni hablar.
Habían perdido a su padre y no se merecían perder también a su madre tal y como siempre la habían conocido. Cuando regresara a su casa, volvería a ser la mujer que sus hijos habían conocido. Ellos jamás tendrían que saber que ella había tenido un breve y apasionado romance con un apuesto francés.
Sintió que se le hacía un nudo en la garganta al pensar que iba a tener que dejar atrás todo lo que tenía en aquellos momentos. Muchas mujeres tenían aventuras en sus vacaciones y se olvidaban de ellas fácilmente. Su relación con Jacques sólo sería eso: una breve aventura. No debía empezar a considerarlo como algo más.
Se detuvieron en el pueblo de La Turbie para ver las ruinas romanas de Le Trophée des Alpes. Desde las terrazas del monumento, se admiraba una espectacular vista del Principado de Mónaco.
Llegaron al pequeño país a tiempo para ver el cambio de la guardia, que a Leonie le encantó, y luego recorrieron el palacio. Incluso entraron en la catedral donde la princesa Gracia se casó y donde también fue enterrada. Después de almorzar, tomaron un pequeño tren turístico para recorrer la ciudad. Leonie apoyó la cabeza sobre el hombro de Jacques y suspiró. Él la abrazó con fuerza.
—¿No te arrepientes de nada?
—¿Sobre anoche?
—Sí —suspiró ella.
—¿Lo dices en serio?
—Sí. Lamento profundamente haber esperado tanto tiempo.
—¿Y eso es lo único de lo que te arrepientes?
—Bueno, de eso y del hecho que tú no pudieras mantener mi ritmo.
Jacques soltó una carcajada tan fuerte que el resto de los pasajeros se volvió para mirarlos.
—En realidad —dijo ella en voz muy baja—, creo que ninguno de los dos lo hicimos demasiado mal para nuestra edad. Lo sé, lo sé —añadió, ante las protestas de Jacques—. Sé que en realidad, no somos viejos.
Efectivamente, ella se sentía muy joven. Vibraba con los descubrimientos que había hecho sobre su propio cuerpo.
Tras bajarse del tren, se dirigieron a su hotel para registrarse. La suite era enorme y muy lujosa. Habría sido perfecta para una luna de miel. Recordó su propio viaje de novios con Shane. En realidad, casi no había existido. No se podían permitir un hotel, por lo que habían pasado un par de noches en una caravana. No había sido muy romántico, pero se habían divertido. Tampoco habían pasado mucho tiempo en la cama. Los dos se habían amado profundamente, pero no de un modo apasionado.
Entonces, se dio cuenta de que había podido pensar en Shane sin entristecerse ni llorar. Él había sido una persona muy importante en su vida, pero ésta no había terminado con la muerte de Shane. Leonie estaba dispuesta a seguir viviendo. Tal vez debería darle a Jacques las gracias por ello o tal vez hubiera ocurrido de todos modos. Él le había mostrado lo que hacer el amor podría llegar a ser. Se alegraba de ello.
Los días pasaron volando. Leonie siguió con sus clases y Jacques con su trabajo en el restaurante. Después, estaban siempre juntos. Algunas veces salían, pero, más frecuentemente, ella iba a la casa de Jacques y solían pasar allí la noche juntos.
Un domingo por la mañana, Leonie se despertó con el brazo de Jacques rodeándole posesivamente la cintura. El pecho de él se movía rítmicamente contra su espalda al respirar. Ella se sintió feliz. No recordaba la última vez que lo había sido tanto.
Jacques se movió ligeramente y su respiración cambió. Entonces, comenzó a mordisquearle la nuca a Leonie.
—Mmm —susurró ella. Se puso de espaldas—. Buenos días.
—Lo son, porque tú estás a mi lado.
—Qué amable… —musitó, besándolo—. Es mejor que nos demos prisa o llegarás tarde.
Jacques levantó la cabeza para mirar el despertador de la mesilla de noche.
Entonces, lanzó una expresión de desagrado.
—¿Cómo puede ser tan tarde?
—Debemos de ser demasiado mayores para pasarnos la mitad de la noche… —
comentó ella, riendo.
—Eso no es cierto. Estamos en la flor de la vida.
—Me has hecho sentir como si eso fuera de verdad cierto.
—Es cierto.
—Eres muy bueno para mí, Jacques. Me alegro de haberte conocido.
—Yo también —susurró él. Muy tiernamente, le besó los labios.
—Bueno, ahora es mejor que me meta en la ducha antes de que nos distraigamos.
—Y yo prepararé el desayuno.
Cuando Leonie salió del cuarto de baño, él ya había desayunado. El de ella estaba sobre la mesa del balcón.
Al ver que Leonie salía a la terraza envuelta en un albornoz y con el cabello mojado, Jacques sonrió.
—Estás tan sexy con el cabello mojado…
—¿De verdad? Sigue pensando así. Hasta esta tarde…
—Ah, no. Esta tarde no. Tengo que ir a casa. Paso los lunes con Antoine. No te veré hasta el martes.
Leonie se sintió muy desilusionada. Se había olvidado. Debería estar acostumbrada, dado que él se quedaba en casa todos los lunes. Sin embargo, lo habían pasado tan bien en aquella ocasión que lamentaba no volver a verlo hasta el martes.
—Ya lo sé —dijo, con una sonrisa—. Iré contigo. Me encantará conocer a Antoine, ver dónde creciste y…
—No.
—¿No? ¿No, qué?
—Mira, yo no hago eso…
—¿Qué es lo que no haces?
—No llevo mujeres al viñedo.
Leonie sintió como si le hubiera dado un puñetazo en el estómago.
—Lo siento —añadió él—. Prefiero mantener mis aventuras separadas de la vida que llevo en casa con mi familia. Creía que lo comprendías. No me gusta mezclar las dos cosas. No tienen nada que ver la una con la otra.
Se lo tendría que haber imaginado. Sabía que lo que tenía con ella no era nada especial para Jacques. ¿Cómo iba a serlo? Sólo era una turista madura que le había llamado la atención y que le había servido de distracción. No era la clase de mujer que él presentaría a su familia.
—Entiendo —dijo, a duras penas.
—¿De verdad?
Leonie asintió. El nudo que tenía en la garganta le impedía hablar.
Jacques se levantó y dijo:
—Bueno, voy a darme una ducha. Disfruta de tu desayuno.
Ella volvió a asentir y apartó el rostro.
En cuanto la puerta del cuarto de baño se cerró, respiró profundamente y se levantó de la mesa. Se vistió rápidamente, agarró su bolso y se marchó de la casa antes de que Jacques hubiera terminado de ducharse.
Si caminaba rápido, sólo tardaría media hora en llegar a su apartamento y un paseo rápido era justo lo que necesitaba para olvidar la amargura que le había producido lo ocurrido entre Jacques y ella.
¿De verdad había pasado menos de una hora desde que se despertó entre sus brazos y la vida le había parecido completamente maravillosa?