Sexto:

EL HUEVO DE COLÓN

Todo es flujo perpetuo. El espectáculo del

universo no ofrece sino una geometría pasajera,

un orden momentáneo.

DENIS DIDEROT


1. CIUDAD POTEMKIN

LA CIUDAD es la poesía de la pasión y el movimiento; la quietud es parte de esa poesía; es rara; es definitiva; su temor es la muerte disfrazada.

Mi padre compuso estas frases en su cabeza al darse cuenta de que regresaba por segunda vez en su vida a la capital que sólo había abandonado en dos ocasiones: para encontrar a un país en Oaxaca; para perderlo en Acapulco. La otra vez se alejó de la provincia con dos temores; el de no encontrar nada en su lugar cuando regresara a buscarlo; y el de encontrar demasiado fácilmente a otra mujer en vez de Águeda o esas sombras de Águeda que eran sus primas de invisibles hombros y pelo de enigma: las “institutrices de su corazón” a las que desterró de su vida al cruzar con ellas miradas en las que las imaginó a todas marchitas, locas o muertas.

Ángeles mi madre va dormida sobre el hombro de mi padre mientras él libra una curva tras otra en el viejo camino abandonado, de Apango a México. Pero yo no duermo: mis ojos, saben ustedes, están abiertos todo el tiempo; mi mirada es transparente dentro de la opacidad del vientre materno; mis ojos aún sin velo leen las palabras de mi padre: esto sólo lo sabemos los recién concebidos; después lo olvidamos nosotros mismos; pero ahora estamos demasiado cerca del origen: el placer y el dolor de la primera expulsión acarreando la larga cadena de la información genética. Qué son los pensamientos de mi padre mientras atiende los avisos despintados CURVA PELIGROSA A 200 METROS junto a esta mi DNA que se pierde en la noche de los siglos aztecas y andaluces, rayados de morisco y hebreo! Bueno: como la lengua del tío Homero que viene dormido allí al fondo de la camioneta de propaganda del PRI!

Por eso estoy en condiciones de informarte, Elector, que mientras maneja, mi padre mira las señales pero también a la cabeza recostada de mi madre, a su cabellera partida por la mitad y el anuncio de espectral blancura que se adivina en la raya de la misma y sabe que a pesar de todo no se equivocó por lo que hace a la segunda inquietud; hay mujeres que son vistas de una vez para siempre y otras que son descubiertas poco a poco; Ángeles era de éstas: nunca acababa de encontrarla; no era la mujer López Velardiana, ni Águeda ni sus primas enlutadas: Ángeles era moderna, intelectual, independiente y de izquierda: pero como a aquéllas, nunca acababa de encontrarla, y en este movimiento en el cual él sabía dónde estaban las cosas (Águeda en la iglesia de San Cosme y San Damián, Ángeles en el parque de la Alameda) pero las cosas se transformaban, se evadían, reaparecían enriquecidas, entregaban sus frutos dorados y volvían a escapársele con la esperanza aunque sin la certeza de un regreso, él quería encontrar la armonía de esa contradicción que mordisqueaba la manzana de su vida: ser conservador mexicano moderno. Así, encontrar a Ángeles sin acabar de encontrarla nunca fue como regresar a un lugar, recobrarlo allí, reconfortante, pero saber que no acababa de conocerlo o entenderlo. Éste, se dijo entonces Ángel Palomar mi padre, era el secreto de su alma.

Y ella, dormida, cariñosa, violada, violados los dos por Matamoros Moreno, físicamente violados, inmediatamente abusados, no de lejos, por la lana y el poder, ni emblemáticamente, como por el pobre tío Homero ahora despierto que discutía interminablemente con el tío Fernando en la parte de atrás de la vagoneta con un solo altavoz en la capota expropiada por los lugareños indios de Malinaltzin a los jerarcas del PRI local; y ella? Conocía todos los secretos de él, los entendía, los acallaba para no romper la armonía? El idilio del encuentro, la sorpresa secreta:

—No pude dormir toda la noche, de pura excitación, al conocerte/

—Y yo chata? Yo también estuve allí, recuerdas/

Y ella? antes de ella, antes de Águeda, las mujeres le llegaron siempre a mi padre, lo buscaron a él, él no las buscó: pero ellas eran parte de la lata citadina, también eran gorronas, paracaidistas, chinches: el problema, al rato, era siempre cómo deshacerse de ellas; él sólo buscó a dos mujeres en su vida. Ángeles dormida ahora sobre su hombro derecho, olorosa a tierra y resina; Águeda dormida sobre su hombro izquierdo, como si entrara por la ventanilla abierta con olor de polvo e incienso. Se preguntó si sabían que la feroz promiscuidad de este hombre que las buscaba a ellas tan monogámicamente estaba sólo en receso, era como una infección latente, un herpes moral que le hacía confundir el desorden económico y político de México con el relajo amoroso: cuánto podía durar la contradicción entre el relajo social y la fidelidad erótica?

Cerró los ojos, peligrosamente, un instante, para oler mejor la cabellera de mi madre y rogó que nunca acabara de conocerla; que no hubiese un tercer deseo en su vida: nunca más otra vez la tentación de incluir la vida erótica en el desorden colectivo del cual era víctima y al cual quería juzgar y dañar por eso. Pero mi madre Ángeles tenía su propio sueño, desconocido por mi padre. Él la encontró en un jardín en el centro de la ciudad de México. Ella soñaba en la carretera que nunca había salido de los jardines; como en algunos viejísimos libros ilustrados de infancias decimonónicas que había visto en casa de los abuelos de Ángel, la niña curiosa abría la ventana de su cabaña para ver el bosque y salir a él pero el bosque tenía otra puerta a un jardín y éste una puerta a otro parque y el parque a una selva y la selva al mar que era el jardín más mutante de todos. Él creía que la encontró en un parque. Pero no sabía que ella había vivido siempre en los parques. Y que era una ilusión creer que podía encontrarla en otro lugar. Mi madre no acaba de ser encontrada por mi padre porque el jardín donde ella vive no acaba de ser explorado por él; pero él no lo sabe aún. Las puertas de ese libro de cuentos podían ser como la cerradura de la recámara de las tías Capitolina y Farnesia.

ELLA DESPERTÓ cuando pasaron sobre el río Atoyac en Acatlán y una barrera los obligó a desviarse inútilmente a Puebla, evitando, por quién sabe qué motivo, el paso por Cuernavaca. Ella abrió los ojos y vio las señales inapelables y elementales de la vida: las lavanderas arrodilladas junto al río (las mujeres de rodillas para entrar a la iglesia, para amasar las tortillas, para prepararse a parir), un niño orinando risueño desde el puente, un hombre enojado arreando a un burro burlón (la paciencia es la ironía del burro), la procesión blanca del entierro de otro niño: un alfarero abstraído dándole vueltas al torno como Dios le dio una sola vuelta al trompo del mundo.

Luego los primeros muros pintados en las orillas del desierto:

DIOS PROGRESA?

La vagoneta mutilada rodó como un huizache más entre los magueyes y las yucas del desierto alto, atesorando agua, como si supieran lo que les esperaba apenas se zambullera el automóvil en el súbito hoyo negro que parecía tragarse todo lo que le rodeaba, en este caso la fila de autos detenidos y la multitud de personas a pie, algunas descalzas, otras con guaraches, todas pobres y finas, con el hueso aristocrático de la miseria rompiéndoles la cara y los brazos y los tobillos: agolpados los autos y los peregrinos que querían entrar a la ciudad de México a través del ojo de la aguja de una auténtica Taco Curtain, nada metafórica, dijo don Fernando Benítez, sino que circundaba efectivamente al Distrito Federal, cincuenta kilómetros a la redonda de la ciudad capital, con ingresos estratégicos desde Texmelucan, Zumpango, Angangueo y Malinalco: pero éste se encuentra cerrado porque el hijo de un gobernador o de un alcalde —ya ni quién se acuerde— se apropió por sus pistolas todas las tierras adyacentes a la nueva carretera de Yautepec a Cuernavaca y nadie sabe si prosperó la denuncia de los ejidatarios expropiados sin ver un mísero endopeso, o si la carretera está siendo construida o si el hijo del gobernador o alcalde la mandó cerrar para siempre y a ver quién se atreve: quién sabe?, quién sabe?, quién sabe?, y nosotros cómo vamos a pasar la inspección de la Cortina de Tortilla sobre todo ahora que se nos adelanta un poderoso camión Leyland de dieciocho ruedas y catorce pies de alto y el chofer mira con ferocidad por la ventanilla a mi padre que conduce el Van Gogh, retándolo a ganarle la carrera a la larga fila de vehículos que ya se insinúa a la vuelta de la curva, sin importar que en sentido contrario se desplaza velozmente otra armada de desvencijados camiones de pasajeros. Mi madre despierta instintivamente en ese momento y mira junto con mi padre al chofer del camión, un albino abrupto de unos veinticuatro años, vestido de cuero con guantes tachonados de acero que se pueden ver ferozmente prendidos al volante gigantesco. El albino nos mira ferozmente negros (dicen ellos) a través de los anteojos wraparound, como de cantante ciego (felicianos, rayos charlies, wonderglasses): lo feroz son las cejas blancas, altas, curvas, mefistofélicas. Ven mis padres las estampas de la Virgen y de la Señora Thatcher y de Mamadoc y de una dama desconocida rodeadas de veladoras dentro del camión y afuera las luces de sinfonola que se prenden y se apagan, y un faro giratorio en el techo, arrojando más luces multicolores.

—Déjalo pasar, dice mi madre, a los camioneros no les importa quién eres, si mueres o vives. En mi pueblo…

No dice más; el camión se adelantó a nosotros con ruidosa insolencia. Tenía derecho a todo y lo demostraba con la puerta trasera abierta sobre el interior refrigerado, donde los cadáveres de las reses se columpiaban desde los garfios ensangrentados; frescas carroñas de vacas y terneras, cabezas y patas de puerco, gelatinas temblorosas, sesos e hígados, riñones y cabezas de borrego, criadillas y salchichas, lomos y pechugas, la armada del albino se adelanta a nuestro van, ahogando la exclamación feliz del tío Fernando: —Un Soutine!, ahogándonos a todos con la prepotencia de su misión: ellos iban a alimentar a la monstruosa ciudad de treinta millones de gentes: nosotros íbamos a ser, con suerte, alimentados y si andábamos en carretera, era porque no teníamos más remedio: primero los caminos fueron abandonados cuando costaba diez pesos ir de México a Acapulco en avión, pero luego los aviones destartalados dejaron de funcionar, desprovistos de repuestos y de inspección adecuada, aeropuertos sin radar, retraso colonial, menos que Botswana, gimió don Homero!

La armada camionera pasó riéndose, mentándonos la madre, con sus puertas abiertas y sus tasajeadores colgando de ellas para dejarnos ver lo que eran, lo que traían, por qué merecían rebasarnos en la carretera y exponernos a la muerte y entrar antes que nosotros a Mug Sicko Sity, ellos cargaban la muerte roja y helada para darle vida a la vida pálida y sofocada de la capital; ellos eran los choferes foráneos, una raza aparte, una nación dentro de la nación, con el poder para matar de hambre y comunicarse de un extremo al otro del escuálido e incomunicado territorio de la suave patria. Una calcomanía pegada al guardafangos proclamaba: LOS CAMIONEROS CON LA VIRGEN.

Su cargamento sería nuestra vida: los dejamos pasar y salvarse por un pelo de estrellarse contra el Flecha Roja que venía en sentido contrario y esperamos turno, exhaustos, detenidos, avanzando metro a metro, para tener el privilegio de reintroducirnos en el D. F. por carretera sin que el tío Homero —hubiera sido lo más sencillo— saque su credencial del PRI y ahora no puede porque tiene que mantenerse de bajo perfil un tiempecito, y el tío Fernando no puede apelar al señor presidente Jesús María y José Paredes sin echar de cabeza al tío Hache y nosotros mejor que no se sepa de dónde venimos ni qué hicimos en Kafkapulco hace ya me parece un siglo: el tiempo vuela, el tiempo huelga, el tiempo es moscas: time flies!

—Eheu, eheu, fugaces!, suspiró el ubérrimo don Homero Fagoaga como si leyera mis pensamientos intrauterinos. Mis padres voltearon a ver a los dos tíos: don Fernando se había llevado las manos a la cabeza y murmuraba entornando los ojos: —Dios mío, Dios mío!, de los parientes, líbranos, señor! Qué pesadilla! Esto es el colmo!

Homero Fagoaga lucía dos trenzas de lustroso azabache entretejidas con listones tricolores; había rasurado su bigote de mosca (flies time) y chapeteado sus mejillas, polveado su frente, embarrado de carmín sus labios y resucitado su mortecina mirada con apoyos de Maybeline; no necesitó polvear, en cambio, la blancura lechosa de sus pechugas y sus brazos desnudos dada la brevedad de su blusa bordada de claveles y rosas, aunque sí debió fajarse bien el rebozo colorado en la cintura y, ahora, calzarse con dificultad los zapatitos de raso colorado y espolvorearse la chaquira de la ancha falda del traje de china poblana:

—No me miren así, sobrinitos; esta mañana, curioso que soy, anduve escarbando entre los arcones y armarios de la sacristía de Malinaltzin; no encontré ni alba ni corpiño ni estola; en cambio, hallé este traje orgullosamente nacional. Vayan ustedes a saber por qué; imaginen lo que quieran; yo repito las célebres palabras del otrora cronista de esta magnífica ciudad que nos veda su ingreso, don Salvador Novo, cuando fuese descubierto por un fotógrafo de prensa ante su tocador: —I feel pretty and witty and gay.

Entonó una canción de Amor sin barreras y descendió con delicado paso de la Van Gogh para enfrentarse al cuico malencarado aunque bienarmado que se acercó a interrogarnos. Espolvoreó aún más las chaquiras de la falda que en el tío Homero no necesitaba de miriñaque alguno para verse ampona: la amplitud de las caderas homéricas era tal que la figura de lentejuela del águila devorando a la serpiente sobre un nopal, en vez de caer sin gracia y flácidamente de la cintura al piso, volaba casi, acostada, altanera, sobre las nalgas del tío Homero.

—Voy, voy, si no será l’águila acostada!, exclamó el oficial de la policía. Homero hizo a un lado, con un gesto airoso, la subametralladora del cuico, y le dijo encendiendo los ojos como faroles: —Ya se ve que le da gusto verme, señor agente, pero no lo demuestre así tan motivoso; ande, guárdese su pistolita!

—Tienen pase?

—Pase?, se contoneó Homero con las manos en la cintura: —Pase a la reina del jaripeo, a la emperatriz del palenque, a Cuca Lucas que ha entrado sin pase al palacio de Buckingham y a la Casa Blanca?

—Pero es que…

—Nada, nada, que el prestigio nacional se ha paseado por el mundo en mis canciones, joven: ni el mundo ni el amor me han puesto barreras; a poco usted sí?

—Pero es que hay que saber de dónde vienen.

—De donde vienen mis canciones, dijo cantarinamente Homero, y a donde van también, a loar la singularidad y belleza de la patria!

—Tenemos órdenes, señorita.

—Señora, señora.

—Señora pues.

—No se me disminuya, joven. Arriba las armas. Que de dónde amigo vengo? De un ranchito que tengo, más abajo del trigal.

—Y sus acompañantes, señora?

—Ay, pero dígalo con cariño! Guapote!

—Señora: la ley…

—La ley, la ley, buen mozo! La credencial, la placa, las influencias, los conocidos, querrá usted decir!

El gendarme miró con tristeza y aprehensión los bigotes de aguacero y los anteojos rotos del tío Fernando: —Soy su apoderado, dijo cerrando los ojos el leal Benítez. Miró con sospecha y curiosidad las playeras y los blujuanes de mis padres: —Somos los acompañantes musicales de la señora, dijo mi padre; yo la guitarra y la señorita el violín.

—Bueno…

—No dude, señor gendarme, dijo Homero subiendo a la vagoneta, gracias a mí se conocen las glorias de México en el mundo; por mí solito se sabe que sólo Veracruz es bello, qué lindo es Michoacán, que como México no hay dos, que qué linda está la mañana en que vengo a saludarte, que yo soy puro fronterizo, que viva mi gran Ciudad Juárez, que viva Chihuahua y mi linda nación!, que Granada, tierra soñada por mí…

—Está bien…

El gendarme cerró la puerta tras las nalgas de don Homero y el águila acostada, reservándose la tentación de alargar la mano, reprimiendo el acto reflejo de disparar la ametralladora.

—Ay qué bonito es Taxco, pueblito lindo de faz de santo! Toledo, lentejuela del mundo eres tú! Bonito Montemorelos, con tu lindo naranjal, ay que requeteque chula es Puebla!

—Basta, señora…

—Que tilín, tilín, tilín, repican las campanas de Medellín; ay Jalisco no te rajes; Querétaro, rétaro, rétaro, qué pasó ya me voy…

—Eso mero les digo; basta de chingaderas, señora, lárguense que están embotellando la entrada…

—De Corralejo, parece un espejo, mi lindo Pénjamo…

—Deténgase, señora!, gritó conmovido el policía.

—Ay no sobrinito, mete pedal…

—Señora, cantó el policía, que me sirvan las otras por Pénjamo, yo soy de Pénjamo…

—Pedal y fibra, Angelito! Tenía que pasarnos esto!

—Mamacita, ésa no porque me hiere!

—Que arranques, te digo, baboso!

Oyó llorando la voz del genízaro —que yo parecía de Pénjamo, me dijo una de Cuerámaro— mientras la vagoneta atravesaba rauda la barrera de nopales, pos mire señora, que soy de Pénjamo, y entraba al mundo de cielo ceniciento, junto al antiguo coto de caza de Hernán Cortés en el Peñón de los Baños, ceñido por anuncios de cerveza y lubricantes y cucarachicidas y Ángel asomó la cara por la ventanilla en busca de una pista para avanzar en medio de las tortugas carrasposas y Ángeles empezó a toser: sus ojos buscaron en vano los pájaros del aviario de Montezuma, los quetzales de plumas verdes, las águilas reales, los papagayos y los patos de buena pluma, las huertas de flores y árboles olorosos, las albercas y estanques de agua dulce, todo ello labrado de cantería y muy encalado, y en vez encontraron la serie monumental de fachadas unidimensionales de edificios y estatuas y cuerpos de agua famosos alineadas a la entrada de la ciudad para levantar los ánimos del viajero has llegado etcétera: El Arco de Triunfo y la Estatua de la Libertad, el Bósforo y el Coliseo, San Basilio y la Giralda, la Gran Muralla y el Taj Mahal, el Empire State Building y el Big Ben, la Galleria de Houston Texas y el Holiday Inn de Disneylandia, el Sena y el Lago de Ginebra, alineados uno al lado del otro, en sucesión alucinante, como una vasta Aldea Potemkin levantada en el pórtico mismo de la ciudad de México para facilitar el autoengaño y decirse: —No estamos tan mal; estamos a la altura de; bueno, quién sabe, estamos tan bien como; bueno, quién dijo que aquí no teníamos nuestra Galleria Shopping Mall y nuestro Arco de Triunfo: cómo que ésta es la única gran metrópoli sin un río o un lago; quién se atreve; mal mexicano, malinchista, en-vi-dioso…

Pero mirando esta alucinación, Ángel y Ángeles sabían (don Homero se despintaba el maquillaje y se quitaba la peluca; don Fernando no creía en cuanto miraba a través de sus anteojos rotos por la gavilla de Matamoros Moreno) que este prólogo de cartón unidimensional a la ciudad era idéntico a la ciudad misma, no una caricatura sino una advertencia: Ciudad Potemkin, País Potemkin en el que el señor presidente Jesús María y José Paredes preside un gobierno en el que nada de lo que se dice que se hace, se hizo o se hará: presas, centrales eléctricas, carreteras, cooperativas agrícolas: nada, sólo anunciadas y prometidas, puras fachadas y el Señor Presidente cumple ritualmente una serie de actos sin contenido que son la sustancia misma de los noticieros de televisión: el Señor Presidente reparte ritualmente tierras que no existen; inaugura monumentos efímeros como estos mismos telones pintados; rinde homenajes a héroes inexistentes: usted ha oído hablar de don Nazario Naranjo, héroe de la batalla del Frigorífico de Coatzacoalcos? de la niña Malvina Gardel que dio su vida por hermana república envuelta en celeste bandera? de Alfredo Mangino que le entregó enterita al país su cuenta de banco en dólares por la suma de $1492 and 00/100 USCY durante la crisis del ochenta y dos? del obrero petrolero Ramiro Roldán que le arrancó las orejas y le cortó los dedos a su esposa para entregar los aretes y los anillos al Fondo de Solidaridad Nacional para pagar la deuda externa? del Carcajeante Desconocido que se murió de la risa ante todos estos actos, sentadito frente a su aparato de televisión y viendo a los funcionarios con mansiones rodeadas de muros en Connecticut y condominios vecinos al Príncipe de Gales y Lady Di en el Trump Tower de la Quinta Avenida y Partenones sobre el mar de Zihuatanejo recibir los ahorros de los miserables de México?

El Señor Presidente le ha declarado la guerra a naciones ilusorias y ha celebrado fechas fantásticas. Sabía usted que hay un batallón de zacapoaxtlas defendiendo en estos momentos el honor nacional contra las arbitrariedades e injurias del dictador de la vecina república de Tinieblas? Ignora usted que los experimentados veteranos del Escuadrón 201 de la Segunda Guerra Mundial han bombardeado, para que escarmienten, a los orgullosos déspotas de la dictadura tropical de Costaguana? Se nos acabó la paciencia de la No Intervención, faltaba más!

Y cómo pudo habérsele pasado a usted, compatriota, la celebración del Catorce de Agosto, efemérides de la identificación de México y Calcuta como Ciudades Gemelas? o el 31 de septiembre, el Día de la Plus Patria, y el 32 de Febrero, fecha en que los mexicanos celebramos el Día de Con Nosotros No Se Puede: o tengan su Año Bisiesto que Yo Tengo Mis Cinco Orgullosos Nemontemi! Don Homero va a empezar a cantar otra vez algún horror de su cosecha patriótica,

Yo soy mexicano, mi tierra es bravía,

palabra de macho que no hay otra tierra

más linda y más brava, que la tierra mía

pero todos (incluyendo a Homero) huyen de Homero, el rápsoda del vinoso esmog, vuelan lejos de la vagoneta que tose como sus tripulantes, se levantan con sus cámaras mentales en un enorme alejamiento para entrar de nuevo a la Metrópoli Mexicana, la ciudad más poblada del mundo, una urbe con más habitantes que toda Centroamérica junta, con más chilangos en su apretado perímetro que argentinos hay entre Salta y Cabo Pena, o colombianos entre la isla de la Gorgona y el Arauca vibrador, o venezolanos entre Punta Gallinas y el Pacarima!


2. EN ALAS DEL DIABLO COJUELO

LA VERDAD es que la ciudad más grande del mundo, la ciudad a la que entraron en ondas y tremores sucesivos los aztecas sin rostro en 1325, los españoles disfrazados de dioses en 1519, los gringos con las caras lavadas del protestantismo en 1847 y los franceses, austriacos, húngaros, bohemios, alemanes y lombardos con el rostro prognata de los Habsburgos en 1862, la ciudad del sacerdote Tenoch, el conquistador Cortés, el general Scott y el emperador Maximiliano merece siempre una espectacular entrada: mis tíos Homero y Fernando, mis padres Ángel y Ángeles y yo mero petatero Cristobalero no tenemos más remedio que imitar al primerísimo narrador de todas las cosas, al primer curioso, al demonio cojitranco que todavía tiene la memoria de sus alas, meros muñones, es cierto, pero que se levantan en vuelo acicateados por la virtud que Dios ignora y que es la de la narración: y esta tarde de nuestro regreso a la ciudad de México (bueno, yo vengo por primera vez, pero mi memoria genética es sólo el nombre científico de mi innato sentido del déjà-vu) se escucha particularmente fuerte el gran zumbido de la creación,

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interminable de la explosión original: la creación aún puede escucharse, digo, por encima de la nata cenicienta de la ciudad, y nada de extraño tiene que hacia ella tratemos de volar todos, mis padres prendidos a las alas mutiladas del diablo cojuelo, Homero vestido de china poblana y agarrado a la cola escarlata y puntiaguda del demonio volador, Fernando asido a la pezuña negra y rota del genio de la narración, yo desorientado pues no sé si sigo nadando en el océano del vientre de mi madre o en el aire corrupto que sin embargo es mejor que el hoyo negro de donde ascendemos, salvándonos de la sensación de hundirnos en un pantano fétido: desde arriba vemos a millones de seres agolpados ante la entrada de la Cortina de Taco, vemos las fachadas unidimensionales del prestigio, contra las que se estrellan las filas oscuras de campesinos huyendo de la violencia, el crimen, el robo, la represión y la burla de siglos: nosotros les inventamos la ilusión de una ciudad de oportunidades y ascensos, una ciudad igual a sus pantallas de televisión, una ciudad de gente güerita anunciando cerveza, manejando Mustangs y hartándose en los supermercados antes de tomar merecidas vacaciones en Las Vegas cortesía de Western Airlines y Hoteles Marriott: ellos prefirieron la ilusión de la ciudad a los campos yermos de su origen: quién puede culparlos?: ahora quieren entrar a la ciudad tan yerma, tan violenta, tan represiva como el campo que dejaron y no lo saben o sí lo saben (miramos desde el aire a la ciudad vestida de polvo) y lo siguen prefiriendo porque al menos mientras más de ellos lleguen, más se borrará la imagen de las cervezas, los autos, los supers y las vacaciones.

Nos alejamos agarrados de las alas y la cola y la pata del único ángel interesado en narrar una historia, el curioso ángel caído que sólo tiene su imaginación para levantarse de nuevo y volamos sobre una ciudad cuyos tejados ahora empieza, fiel a su tradición, a levantar: los techos de México D. F. (agárrate bien, Cristobalito) (tose, escupe, se echa un gargajo el diablo cojuelo sobre la Zona Rosa que va a dar precisamente en el centro de un plato de sopa straciatella en un restorán del pasaje de Génova y es consumido como yema de huevo flotante) (escarba el aire espeso con su pezuña libre el diablo cojuelo; don Fernando va agarrado de la otra y el polvo de la pezuña cae como una nieve sin temperatura sobre la Colonia Nueva Anzures y todos sacan sus arbolitos de Navidad): PARA VIGO ME VOY!

El cojitranco Luzbel de la narración destapó simultáneamente los techos de una casa en Bosques de las Lomas y de otra en Santa María Camarones: no vimos allí, si en realidad empleamos los ojos (y los míos aún no tienen el velo del párpado) el movimiento material o físico dentro de aquella mansión rodeada de bancos nacionalizados o de esta choza atrapada entre vías de ferrocarril: allá miramos una pareja abrazada desnuda pero la realidad no física era el deseo de suprimir la diferencia entre los dos y el miedo de cada uno de ellos de ser cambiado, de cambiar; aquí vimos otra pareja abrazada desnuda y su miedo era permanecer dentro de la choza y su miedo era salir de ella: prisioneros adentro, expulsados afuera: la ciudad de México.

Subimos tanto, tan alto, que mi madre tuvo miedo de estrellarse contra la cúpula que según contó el tío Hache en Aka se estaba construyendo para repartirle su cuota de aire puro a cada habitante igualitario y gritó amedrentada pero el tío Homero se rió en los cielos y de los cielos, la cúpula era una mentira, una ilusión, otro placebo gubernamental: bastaba decir que se estaba construyendo y anunciar otro día que estaba concluida para que todos respiraran mejor: igual que una aspirina posando como vitamina y éste es el jarabe de pico que a los muertos resucita: no topamos contra el arco de la cúpula entonces inexistente, pero el diablo se rió de lo que dijo Homero y nos soltó, caímos tosiendo y escupiendo al hoyo negro que todo se lo traga, pasamos como bólidos rasgando las capas de la contaminación (sólo la caída de Homero fue acojinada por sus faldas amponas), vimos de lejos la atracción turística de un bulldozer a medio enterrar entre un lago de cemento junto a unas mansiones abandonadas de prisa recorridas por perros aullantes, nos raspamos las narices contra extravagantes slogans del pasado despintándose en muros más eternos que las palabras:

LA SOLUCIÓN S

O

M

O

S todo

s

miúnicareligiónesméxico

y pasamos como chiflón sobre los miles de agolpados a los que no dejaban entrar y perdimos la visión global de la ciudad cerrada, la concentración de la riqueza, la migración, el desempleo; la capital del subdesarrollo: Ahí les voy! y cuando distinguimos las nobles cúpulas, éstas sí verdaderas y sólidas, de San Juan de Dios y de la Santa Veracruz frente a la Alameda donde mis padres se conocieron, yo ya conocí, si no mi destino, al menos mi vocación:

intentaré descifrar el perenne misterio de los nombres

lucharé sin descanso contra lo desconocido

mezclaré con irreverencia los lenguajes

interrogaré, hablaré de tú, imaginaré, concluiré sólo para abrir

una nueva página

llamaré y contestaré sin tregua

ofreceré al mundo y a la gente otra imagen de sí mismos

me transformaré siendo el mismo:

CRISTÓBAL NONATO


3. EL TIEMPO

PASA EL TIEMPO: apenas levantó el eterno diablo cojuelo los techos de la casa de mis padres en Tlalpan y nos dejó caer a todos dentro de sus aposentos (todos: el tío Homero vestido de china poblana; el tío Fernando con su manga de agua y sus anteojos rotos; mis padres de playera y blujuanes y yo Cristóbal dentro de mi señora madre doña Ángeles Palomar) todos sentimos que el tiempo era distinto: estábamos dentro de la ciudad capital de la República Mexicana donde por definición todo es más veloz, sobre todo el tiempo: el tiempo vuela, se nos va: pero al mismo tiempo el tiempo pesa, se arrastra, porque como le dice mi papá a mi mamá, quién nos manda ser modernos: antes el tiempo no era nuestro, era providencial; insistimos en hacerlo nuestro para decir que la historia es obra del hombre: y mi madre admite con una mezcla de orgullo y responsabilidad fatales, que entonces tenemos que hacernos responsables del tiempo, del pasado y del porvenir, porque ya no hay providencia que le haga de nana a los tiempos: ahora son responsabilidad nuestra: mantener el pasado; inventar el futuro:

—Pero sólo aquí, hoy, en el presente, sólo aquí recordamos el pasado, sólo aquí deseamos el porvenir, le dice mi madre a mi padre acariciándole la mejilla la noche del regreso a la ciudad; limpiándose de la basura del camino, así de sencillo, gozando como ellos gozan (para mi recuperada felicidad), sin aceptar que algo se rompió en el camino de Malinaltzin y ahora ella va a esperar hasta después del amor para informarle a él:

—Ya estoy segura.

Han pasado seis semanas desde mi concepción; la menstruación se ha retrasado más de cuatro semanas y yo ya floto en todo mi esplendor de media pulgada de largo, convencido, iluso de mí, de que sigo en el océano dador de vida y origen de los dioses, sin más amarras a tierra firme que el cordón umbilical y sin más sombra en mi horizonte que la nube oscura que es todavía mi sistema circulatorio, ajeno aún a mi cuerpo, alojado aún fuera de mí, en la placenta, chupando sangre y oxígeno, filtrando basura: si éste es mi nuevo océano, es sólo un mar de sangre que amenaza con cegarme:

Mi piel es delgada y transparente.

Mi espina dorsal fosforece.

Éstas son las luces con las que combato la extraña marea de sangre que me envuelve.

Mi cuerpo está arqueado hacia adelante. El cordón es más grueso que mi cuerpo. Mis brazos se alargan más que mis piernas: quisiera tocar, acariciar, abrazar; no quisiera correr: a dónde voy a ir? qué lugar puede haber mejor que éste?, he sabido de algo allá afuera mejor que este hogar dulce hogar?

Yo soy mi propio escultor: me estoy haciendo a mí mismo, desde adentro, con materiales vivos, mojados, flexibles: qué otro artista ha contado jamás con diseño más perfecto que el de mis cinceles y mis martillos: las células se desplazan al lugar preciso para construir un brazo: es la primera vez que lo hacen, nunca antes y nunca después, me entienden bien sus mercedes bienz? Nunca seré repetido.

Nada más dinámico que mi arte fetal, damas y cabas, pronto aparece un pie, y al mismo tiempo cinco condensaciones en la mano que van a ser mis huesos y mis dedos: pies y manos se alejan del tronco (pero yo no quiero huir; yo sólo quiero tocar); y las mejillas, la nariz, el labio superior se unen a la tarea: se me hunde la cavidad nasal para juntarse al desarrollo del paladar; mi cara empieza a tomar su forma; las células en los costados de mi tronco se ponen en movimiento en doce corrientes horizontales para formar mis costillas; las futuras células musculares emigran entre las costillas y bajo el pecho, los tejidos subcutáneos se extienden de atrás hacia adelante, las células de la capa externa de mi cuerpecito empiezan a formar la epidermis, el pelo, las glándulas del sudor y de la grasa: conocen susmercedes una acción conjunta más perfecta que ésta, más exacta que las pataditas de las Rockettes, el vuelo hacia el sur de los patos del Canadá en octubre, el arcoiris perfecto de las mariposas en los valles escondidos de Michoacán, el paso de ganso de la Wehrmacht o la puntería del general Rodolfo Fierro: la precisión de un batallón de paracaidistas, de un triple paso cardiaco, de un jardín de Le Nôtre, de una pirámide egipcia?

Mi sangre late rápidamente, cursa hacia el bosque de mis venas nacientes; una túnica cae sobre mí, como el sudario de la ciudad que vimos desde los aires:

Mis ojos están a punto de cerrarse por primera vez!

Entienden ustedes este terror?

Lo recuerdan acaso?

Hasta ahora, débil e informe de mí, por lo menos tenía los ojos siempre bien abiertos: ahora siento como si me adormeciera dentro de mi túnica blanca y delgada, como si un peso contra el cual no tengo recursos, me velase poco a poco la mirada:

Mi tiempo cambia porque no sé si de ahora en adelante ya no podré, privado de la vista, saber nada de lo que pasa afuera, conectar mi cadena genética con un simulacro de la visión: voy a meterle pedal a un tiempo que creí eterno, mío, maleable, tan sometido a mi deseo como los fragmentos de información proveída por mis genes: ahora los ojos se me cierran y yo temo perder el tiempo; temo convertirme en un ser que sólo irrumpe en distintos tiempos sin saber con quién o con qué va a coincidir cada vez que haga una de sus apariciones súbitas: cierro los ojos pero me preparo para sustituir la mirada con el deseo: quiero ser reconocido, sabido, por favor mamacita, júrame que me vas a conocer, júrame papacito que me vas a reconocer: no ven que no tengo ahora más armas que las del deseo, pero no hay deseo que sea tal si no es conocido y reconocido por otros y sin saber que ustedes saben estoy condenado al sin sabor del sin saber: pude haber sido concebido en Zanzíbar!

Sin mi deseo reflejado en el de ustedes, papá, mamá, yo sucumbiré al terror de lo fantástico: tendré miedo de mí mismo hasta el fin de los siglos.


4. LOS VENEROS DEL DIABLO

Y YO LES PEDÍ: Por favor, denle tiempo y cariño a su Cristobalito. Cuéntenle ahora lo que pasó en el tiempo entre la llegada a la ciudad y el tercer mes de mi concepción.

O sea instalados en la casa de un solo piso y mil colorines con balcón sobre la plaza que mira a un hospital porfirista cerca de las escalinatas simétricas de la iglesia de San Pedro Apóstol, el Campidoglio del subdesarrollo, la Place Vendôme de la Naquiza, la Signoria del Tercer Mundo, la situación fundamental en que nos encontramos es la siguiente:

Primero, el tío Homero Fagoaga, con fino sentido político, ha decidido esconderse en la casa de mis padres hasta averiguar la reacción oficial a los eventos del mitin electoral de Igualistlahuaca; es probable que se le haga responsable de ese estallido que pudo ser confundido con el amor o el odio, asegún, pero en la política mexicana más vale no fiarse de los asegunes —pontifica don Homero instalado, como por derecho divino, a la cabeza de las tres comidas diarias con vista sobre el nosocomio, engullendo chilindrina tras chilindrina— sino ir sobre lo seguro, como ese veterano callista don Bernardino Gutiérrez que no se movía sin antes chuparse el dedo y luego en otras palabras, no hay que dar paso sin guarache, sobre todo en tierra de escorpiones, y él se proponía pasar aquí por lo menos dos meses de reclusión, por lo menos hasta principios de mayo, cuando las festividades conjuntas de la Virgen María y los Mártires de Chicago le permitirían, acaso, mostrarse en público con la seguridad de que a un católico revolucionario como él acabarían por reconocérsele los ávilacamachistas méritos si él mismo se escondía en la época en que podían achacársele los miramónicos defectos: una cura de ausencia, pues, en la que y gracias a la cual sus vicios serían olvidados y sus virtudes volverían a brillar. Quién que era alguien en nuestra política no había hecho otro tanto?

Cuando mi padre y mi madre dejaron de oírlo, incrédulos y boquiabiertos, para comerse una pieza de pan dulce cada uno, encontraron que el tío Homero, sin dejar de hablar un instante, había acabado con la montaña de polvorones delicadamente dispuestos por mi madre sobre un plato de loza azul de Talavera. Ahora don Homero sopeaba el último trozo en su chocolate “Abuelita” y le pedía a Ángeles mi madre si no le preparaba una tacita más del brebaje, pero bien hechecito, con molinillo y todo para darle aromática espuma al néctar de la nación azteca. Ahora el chocolate ocupaba el lugar antaño reservado al bigotillo renaciente de don Homero Fagoaga.

Mis padres, malgré sus amores recuperados y ahora, a pesar también de la alegre certeza de que yo ya venía en camino y podría concursar en el certamen nacional de los Cristobalitos, tenían secretamente una fisura en cada una de sus almitas pero preferían no comunicársela entre sí. No era ya el horror de Matamoros Moreno; eso yo creo que hasta los acercó más. Era más bien una terrible sospecha de que en este país, en este tiempo y en esta historia, todos eran usados; la lengua española, el licenciado Fagoaga lo admitía durante las largas comidas en que hacía su aparición, no poseía expresiones tan certeras para indicar, lacónicamente, una colosal tomadura de pelo como este lapidario posesivo de la lengua francesa,

—Tu m’as eu

o como su no menos terso equivalente anglosajón,

—We’ve been had:

imposible decir me tuviste, nos tuvieron, para indicar algo que en castellano (gigantesco guiño del tío Homero) tendría una excesiva carga sexual: don Homero los invitaba a callarse lo acontecido en Guerrero en estricta reciprocidad con su propio silencio: él no había visto nada en la carretera en construcción; ellos no habían visto nada en el mitin de Igualistlahuaca y sus actos consecuentes: don Homero no fue manteado; ellos no fueron mentados. En Acapulco todo lo que sucedió fue sabia maniobra del gobierno.

Así, las cada vez más espaciadas visitas del tío Fernando Benítez para recordarle a don Homero su promesa de salir a defender el honor de la Dama Democracia apenas terminase su encierro, no sólo eran desanimadas por el comprensible deseo del obeso académico de no ser objeto de una rutinaria exterminación a manos de la incontrolable e ignorante fuerza policíaca del señor coronel Inclán, sino por la falta de apoyo de mis padres:

—Pero de veras van a tolerar a la ballena barrenada aquí un mes más?, exclamó Benítez. A ese paso, voy a dejar de reconocerlos.

Cada vez que les miraba las caras, el tío Homero les decía que no se preocuparan, él cumplía su promesa de retirar la acusación y poner fin al proceso contra la prodigalidad de Ángel, de manera que ellos podían vivir opíparamente hasta el fin de sus días, ah!, en la vida todo era canje, dar para recibir, recibir para dar, según la ley de la conveniencia, y cuando mis padres se sentaron a la mesa no encontraron nada qué comer: Fagoaga se había tragado rápidamente, como si su boca fuese un solo y veloz popote antropofágico, el pollo en salsa roja preparado por mi madre con sus propias manitas santas. Sólo quedaban los huesos y el suspiro satisfecho de don Homero mientras se limpiaba los labios con una servilleta kingsize. Mis padres seguían temiendo, dada la soberanía del capricho en las decisiones públicas mexicanas, un cambio inesperado en las reglas del concurso de los Cristobalitos; mas los certámenes nacionales patrocinados por Mamadoc se sucedieron imperturbables; durante el mes de marzo, por ejemplo, se escenificaron casi a diario las encuestas llamadas del Último, al cabo de las cuales una representante de la Señora entregaba su premio (una calavera de azúcar con el nombre del triunfador escrito con caramelo sobre la frente) al Último Fan de Jorge Negrete, un decrépito caballero que desde su silla de ruedas con asiento de mimbre podía tocar petománicamente los primeros compases de “Ay Jalisco no te rajes”, al Último Callista de la República (título previsiblemente ganado por don Bernardino Gutiérrez, ya mentado en su carácter simultáneo de Primer Callista, quien aprovechó la entrega del premio para lanzar sordas acusaciones contra los cristeros emboscados en las filas de la revolución que con sus intentos de conciliar lo inconciliable, a saber, la fluyente y cristalina agua de lo temporal con el pesado aceite sacrístico de lo eterno, minaban en sus fundamentos al Partido de las Instituciones Rev/:) el tío Homero apagó nerviosamente la televisión, tomando las palabras de don Bernardino como alusión directa y seguro índice de las bajas fortunas oficiales de nuestro pariente, quien suspiró y se colocó un cubretetera sobre la cabeza.

Pegados durante un mes a la televisión nacionalizada, mis padres y su tío Homero Fagoaga semejaban seres catatónicos en espera, cada uno, de la noticia fidedigna que les electrizara y arrancase de la hipnosis de la imagen.

El tío Homero Fagoaga, adormilado con los pies en babuchas turcas reposando sobre un viejo libro de teléfonos hacía notar que el gobierno preparaba constantemente hechos televisables falsos que parecieran verdaderos e inmediatos: miren ustedes, señaló lánguidamente una mañana, ese agente de la policía sorprendido por las cámaras en el momento de negarse a aceptar caudalosa mordida de turista norteamericano detenido por manejar borracho y, encima, intentar el cohecho de un representante de la fuerza pública; miren ahora estas imágenes de la justicia retroactiva aplicada contra funcionarios enriquecidos de pasados regímenes: miren estas subastas de bibelots, cuadros y autos de carreras para la beneficencia pública, miren esas ceremonias de distribución de parques privados a escuelas primarias y la devolución de clubes de golf tropicales a los ejidatarios: todo es falso, todo es preparado, nada de lo que ustedes ven está ocurriendo realmente, pero todo es presentado como un hecho que las cámaras acaban de sorprender: miren nadamás, Mamadoc en persona acaba de arrojarse al lago de Pátzcuaro para salvar a una excursión de niñas purépechas que le llevaban chiqueadores de cebolla y pétalos de rosa a la estatua del Padre Morelos en Janitzio, que ellas en su alegre ingenuidad pensaron sufría de perpetuas migrañas con su pañuelo amarrado a la cabeza todo el tiempo y en el alborozo de su candorosa fantasía hicieron volcar la canoa que de paso, sobrinitos, nos permite admirar las formas catedralicias de nuestra Madre y Doctora en su encajosa tanga de nado de copacabánica estirpe y esto, sobrinos, sucede ahora mismo, a las doce del día del 18 de marzo de 1992, cuando el señor presidente Paredes está en la refinería de Azcapotzalco celebrando los 56 años de la nacionalización del petróleo —pásate al otro canal, Angelito— y recordando que la ausencia de nuestra soberanía sobre el oro negro es sólo transitoria: pagando las deudas de la nación, el petróleo sigue sirviendo a México y México cumple fielmente su palabra empeñada ante el Fondo Monetario Internacional: no importa quién administre los veneros del diablo, si México se beneficia; y ahora una noticia inmediata sobre la construcción de la Cúpula famosa que debe purificar la atmósfera de la capital y dividir equitativamente el aire puro entre sus treinta millones de habitantes, pero ustedes, sobrinitos, ya saben por experiencia que éste es un engaño más para darle una distracción esperanzada a la gente y cuando algún inocente pide explicaciones sobre los trabajos de la cúpula a un funcionario, éste sabe lo que debe contestar:

—Como dice la Señora, es parte de un plan de Embellecimiento Estratégico.

Sentados allí durante un mes, parpadeando, mis padres esperan, quién sabe por qué, una señal desde la televisión que los arranque de su modorra apenas entrecortada por las salidas de mi mamá al mercado, las tres comidas con el tío Homero, en las que invariablemente el pariente aprovecha las distracciones de mis padres para comérselo todo, y las raras aunque catárticas visitas del tío Fernando Benítez, que unas veces se inician con un repiqueteo incesante a la puerta hacia las cinco de la mañana, mismo al cual mis padres responden alarmados para encontrarse a don Fernando vestido de trinchera y con stetson gacho y una lámpara en la mano apuntada a las caras legañosas de mis papis:

—Pruebas de la democracia: si alguien toca a su puerta a las cuatro de la mañana, creen ustedes que es el lechero? y otras veces terminan con un acalorado canje de incomunicaciones entre Fernando y Homero:

—Emmanuel Kant.

—Can’t what?

Pero la señal desde las chispas de pedernal de la televisión no llega; lo que no es concurso es noticia inmediata y lo que no es noticia inmediata es el mensaje sublimado, dado cada quince minutos en una fracción de segundo, del lema definitorio del régimen de Mamadoc:

UNIÓN Y OLVIDO

UNIÓN Y OLVIDO

UNIÓN Y OLVIDO

Y luego vuelven a los concursos y celebraciones, pues según nos recuerda nuestra Madre y Doctora, no pasa un día, no pasa un minuto sin algo digno de ser celebrado, nace Bach, muere Nietzsche, sale el sol, cayó Tenochtitlan, se inventó el hilo negro, hasta que llovió en Sayula, por fin espumó la olla y se le hizo al salado

UNIÓN Y OLVIDO

Se le dio un nuevo premio al poeta naco Mambo de Alba por No Haber Escrito Nada durante el pasado año de 1991: La Literatura Agradecida; se declaró inválido, por falta de concursantes, el certamen acerca del Último Revolucionario Mexicano; el Presidente Jesús María y José Paredes, miembro del PAN, declaró intempestivamente que el PRI, después de recientes acontecimientos locales (el corazón, que no la chilindrina, le saltó a nuestro tío H. a la boca) reafirmaba su respeto al más absoluto pluralismo y admitía la existencia de facciones partidistas en su seno que, si la ciudadanía así lo deseaba, se constituirían en auténticos partidos políticos.

Para darle sazón al caldo, el propio Señor Presidente Paredes, en una jugada maestra, renunció a su afiliación en el partido de derecha Acción Nacional para dar el ejemplo, declaró, de una absoluta imparcialidad y sumarse a los millones de electores que, como el propio primer magistrado, deberían debatir seriamente con sí mismos una decisión tan preñada de consecuencias: a qué partido quiero pertenecer desde ahora?

Esto ocurrió a fines de marzo. Después hubo un largo silencio y el 2 de abril el señor presidente Paredes preguntó en las cámaras reunidas para rendir homenaje a Porfirio Díaz (UNIÓN Y OLVIDO) cuyo nombre fue inscrito ese día en letras de oro en el recinto de San Lázaro, el porqué de la lentitud de los ciudadanos en registrarse masivamente en las nuevas formaciones partidistas, a lo cual el señor licenciado Hipólito Zea, diputado por el noveno distrito de Chihuahuila, se levantó emocional, instantánea y fúlgidamente de su solio para exclamar:

“Porque estamos esperando a ver a cuál partido se une usted, Señor Presidente!”

Y este grito fue secundado por el señor licenciado Peregrino Ponce y Peón, senador por Yucatango:

“Su partido será el nuestro, Señor Presidente”; “Díganos pa dónde jalamos, con tal de que sea con usted!”, secundó el líder campesino Xavier Corcuera y Braniff, diputado por el vigésimo de Michoalisco y “No nos torture más, Señor Presidente”, con lágrimas en los ojos la diputada por Tamaleón y representante del sindicato de actores, doña Virginia Iris de Montoya.

A lo cual, emocionado, el Señor Presidente respondió en medio de impresionante silencio nacional:

—Decisión tan trascendente no se toma a la ligera. Cavilo. Pondero. Consulto mi entraña misma de mexicano. En septiembre daré a conocer mi propia decisión. Que ello no sea óbice para que el país, libremente, escoja sus formaciones preferidas.

Esta vez, el tío Homero se levantó de su postura semisupina con lágrimas que reflejaban las del primer magistrado y esta exclamación favorita, refleja, parte de su intimidad ciudadana:

—Para servir a usted, señor Presidente!

Pero sabiéndose excluido, por el momento, de estos acontecimientos de trascendencia histórica, suspendida (esperaba) pero no troncada su candidatura a Senador, tuvo que limitarse a elucubrar en el vacío, como cualquier hijo de vecino privado de chismes fidedignos, desayunos políticos, rumores ciertos, bolas bien fundadas y otras fuentes de información certera: qué significa esta declaración para las fortunas del Partido de Acción Nacional, al cual hasta ese momento dijo pertenecer el señor presidente Paredes, habiendo ganado la elección bajo la bandera blanquiazul de la oposición?; estará tan mejorada la situación que el Partido Revolucionario Institucional puede volver a hacerse cargo de la responsabilidad y el símbolo ejecutivos, sin descargar los problemas sobre las espaldas de la oposición?; qué papel jugará en todo esto Mamadoc como símbolo central de unidad entre las pugnas partidistas?, perderá poder en consecuencia su creador el ministro Federico Robles Chacón?, significa esta decisión un regreso al poder del más eminente emisario del pasado, el ministro Ulises López? Enigmas, enigmas, que Homero no pudo, desesperadamente, resolver, volviendo a hundirse en la morosidad contagiosa del puro espectador; y qué eran, musitó, la mayoría de los mexicanos sino eso: espectadores de estos concursos sin fin servidos por la televisión nacional, apuestas sobre todas las cosas, cuántos kilómetros hay de Acaponeta a San Blas, cuántas tortillas se vendieron en el mes de marzo en el Estado de Tlaxcala, sea el primero en contestar, premiaremos el primer telefonazo a nuestros estudios, la primera carta, el primer cupón, qué kilometraje marca el camión número 1066 de la Leyland vendido a México porque echaba más bocanadas de monóxido de carbono y titulado “Ahí Va Mi Espada, Voy Por Ella”, de la línea Flecha Roja México-Zumpango? Vaya, que hoy la Leyland ha acaparado premios pues también gana el suyo el camionero que más mercancía ha introducido a la Ciudad de los Palacios en un solo día: aparece en la pantalla un muchacho albino vestido de cuero negro y se le anuncia como el señor Gómez, chofer de camiones foráneos; desaparece de la pantalla tan velozmente como llegó a ella y mis padres, por boca de don Homero, vieron a la nación entera inmersa en el concurso, el examen, la efeméride que no les dejaba ni un minuto libre, esperando el golpe de la suerte, la superlotería perpetua de Makesicko Nanny Tú: inútil, exhausta, muerta, de la clase media mexicana pudimos decir, al cabo, que nunca se aburrió: ésta fue su solución y su paradoja: UNIÓN Y OLVIDO y otro de los mensajes sublimados que de tarde en tarde parpadeaban en todos los aparatos de televisión decía redundante:

CIRCO Y CIRCO

trascendencia de la romana demagogia que prometía, además, los maderos de sanjuán, quieren pan y no les dan, el santo olor de la panadería, pan con pan no sabe, pero qué tal circo con circo? Ah, suspiró don Homero, el sentido del carnaval católico era cancelar el terror, aunque nuestro pariente Benítez diría que entre nuestros inditos es el diablo quien organiza el carnaval.

DON FERNANDO BENÍTEZ dibujó con rápidos trazos un mapa de la república en uno de los pizarrones de la casa de Tlalpan y sentó frente a sí, cual discípulo lerdo, a don Homero Fagoaga eternamente vestido con su piyama de rayas rojas y sin zapatos.

—Dónde estamos?, inquirió Benítez marcando una X con un gis verde sobre el pizarrón.

—En Tepatepec Hidalgo, resopló Homero, dispuestos a dar la vida para que se respete la organización de los campesinos.

—Y ahora?, preguntó el tío Fernando marcando otro punto del territorio.

—En Pichátaro Michoacán, acabamos de entrar a Pichátaro Michoacán para defender la cooperativa obrera.

—Mira, no cierres los ojos, gordo: ahora?

—Estoy en Coatepec de Harinas luchando porque se respete la elección municipal —Homero se incorporó con los ojos cerrados y agarró del cuello a Benítez—: —Lo voy a mandar a prisión perpetua, señor juez —Benítez zangoloteado por el furibundo tío Homero— por dejarse sobornar para quedar bien con el más fuerte —y Benítez le hunde con fuerza un codo en la barriga a Homero—: Es usted quien irá a prisión, señor juez, pues sin independencia judicial todo lo demás se vuelve quimera. Y Benítez levantó su pie calzado con botas mineras para apachurrar los dedos desnudos de Homero: —Sepa usted, señor juez, bufó Homero abrazado al cuello del semiasfixiado Benítez, que los mexicanos podemos practicar la democracia sin pistoleros, sin crímenes, sin mordidas, sin chanchullos!, y dudó don Fernando: Lo dejo que siga viviendo con tanta convicción mis enseñanzas, o le impido que me ahorque? —Ya no dudó: dejó caer la bota minera sobre los dedos descalzos de Homero, el gordo chilló y fue a sentarse a su silla de pupilo retrasado, sobándose el dedo apachurrado. Benítez se arregló la corbata y prosiguió, tosiendo tantito:

—Caminarás las rutas de México, incansablemente, despojándote de tus sobrados kilos, dispuesto a dar la vida porque en Tepatepec Hidalgo se respe/

MI PADRE, apóstol (aunque medio desganado ahora) del relajo, imaginó entonces un teatro diabólico en el que coexistieran perfectamente la risa y el miedo: el humor, allí, no aniquilaría lo que es individual en el terror, sino lo que es finito en él. Mi madre no entendió esto, después en la cama, y mi padre señaló hacia una foto de la guerra cristera, circa 1928, que ellos tienen claveteada cerca de su lecho: un insurgente religioso de sombrero de fieltro, camisa abierta, chaleco, pantalones de montar y botas con agujetas, espera la muerte frente al paredón. Los fusiles del gobierno le apuntan ya. Pero él mantiene un cigarrillo seco entre los dedos manchados, adelanta una rodilla como si esperara a su novia y no a la muerte (y quién dijo que?) y sonríe como nadie ha sonreído nunca, chata, te lo juro: tú te imaginas a ti misma sonriendo así a la hora de la muerte, cuando te van a fusilar? Serías capaz? Te pondrías a prueba? Ella le dijo que no; ése era un mito de machos y un rito de rotos; a ella no le interesaba morir, con dignidad o sin ella.

Él dice qué difícil es morirse.

Ella dice qué difícil es ser libre.

Y eso es lo que él quiere también, dice él, pero si ha de llevar su rebelión hasta el borde de la vida y no de la ideología, ello significa llevarla también al borde de la muerte (le dice a mi madre en secreto esta noche seca de mediados de abril del mes más / bajo las sábanas que los aíslan de su espacio invadido por Homero Fagoaga: de día se atraganta, de noche ronca, invade siempre, qué lata el tío!) pero ella repite, no acepto la muerte, aunque sea con dignidad: si tú te me mueres a mí se me crea un vacío en el mundo, una mujer se queda sola y cualquier cosa puede ser jalada a llenarle su vacío; dijo que no quería un vacío dejado por él y él le contestó que no olvidara que esperaba a un hijo; eso —rió— debía llenar todos sus vacíos. Pero él soñaba sin desearlo con algo (soñó al separarse de mi madre y adormecerse con los tobillos pegaditos a los de ella) algo que entra a una discoteca bañada con la luz fría de los reflectores y regada de lentejuelas: tiene los ojos como dos mariposas turbias y al bailar levanta la pierna y muestra sin quererlo el muslo bajo su falda breve, un repliegue de vello, una monedita de cobre húmedo: mi padre sueña, sin quererlo, con ella.

Entretanto, mis ojos se cierran. Pero mis orejas se abren.

MI MADRE SUEÑA dormida (porque a veces sueña despierta la muy divina y adivina ella): ha perdido dos menstruaciones ya, dormida así con el pelo suelto ocultando su rostro de aceituna clara, dormida pesada ya conmigo, respirando fuerte, caliente bajo los brazos y en la nuca y entre las piernas: ardiente y yo presente toditito, como para compensar mi ceguera súbita: todo presente ya en mí, chico, no me hace falta más nada, no vayan a echarle el moco al atole: yo ya soy una personita que de ahora en adelante no hará más que crecer y perfeccionar sus funciones: saben ustedes que mi corazón lleva un mes de LATIR? Que mis músculos han empezado sus ejercicios? Despierta sobresaltada mi madre; quiere decírselo a mi padre Ángel; sonríe y se guarda su secreto; yo me siento feliz de saberla feliz y en la maravillosa piscina que ella me ha regalado, yo, de puro gusto, doy machincuepas acuáticas como una foquita que soy: pero ya empiezo a tener mi rostro humano, y mis manos sacerdotales invitan a la oración y a la paz. Mi rostro es humano, digo, pero mis párpados se han entrecerrado. Y yo no sé si voy a dormirme o si voy a despertar. Pero si digo todo esto es porque quiero convencerme rápido de que yo me convierto en el artista de mi propia creación, y digo esta mentirota sólo para protegerme de una sospecha de que mi padre pueda creer que no soy su hijo, ya no lo soy o nunca lo fui, después de que una gavilla de léperos transitó a sus anchas por el guadalcanal de mamma mia: ahora dependo más que nunca de que ella le haga creer que yo fui hecho desde antes y que lo que pasó en Malinaltzin no me afecta, pero qué tal si lo afecta a él, si le sale lo machurro mechica mechinga y aunque a él se lo haya atornillado el mero Matamoros Moreno, en esta sibilización los hombres son sacerdotes y sus augurios son permitírselo y perdonárselo todo a los hombres, pero ellas, vestales eternas, nanay: será así? Pues entonces ya me jodí, electores, y por eso mi grito fetal en este instante del regreso (arribo mío) a Makesicko Seedy es:

Denle tiempo y cariño a su Cristobalito!

Cántense una balada el uno al otro!

Recuérdense los unos a los otros!

Cójanse hasta la siamización!

Quiéranse papi y mami!


5. BALADA DEL MES MÁS CRUEL

Dice mi padre: Pausa. Necesito explicarle a mi hijo quién-es-somos Ángeles y yo: sus desconocidos: a la panza de Ángeles se lo digo: en ti veo Ángeles todo lo contrario a mí, todo lo que me completa y la esperanza de que nos igualemos sin dejar de ser diferentes: te digo dame cosas de qué pensar en las noches y tú vas a pedirme lo mismo: lo más importante que podemos pensar ahora el uno del otro es que creo en ti porque creo que lo bueno debe repetirse un día, no puede quedar atrás, y sólo si acepto eso mi amor puedo admitir que no soy lo que quisiera ser y ayúdame Ángeles a ser lo que quiero ser aunque sea tan distinto de lo que tú quieres, eso es bueno: di algo para mí, no te quedes allí inmóvil y silenciosa, y ella sonreirá (mi madre) y dirá Ángel nos conocimos muy jóvenes y muy incompletos, te doy lo que me pides, podemos formarnos (compartir la formación) después de conocernos: hubiera sido mejor conocernos maduros, hechos ya?

Yo interrumpo la balada del mes de abril; o quizás sólo añado una voz al diálogo, convirtiéndolo en coro: Mami, recuerda, juraste que en abril me contarías cómo se conocieron tú y mi papá, no dejes que pase el mes sin decirme: mamacita!

—Ángeles. Te encontré porque te busqué. No fue un accidente, aquella tarde en el monumento de Juárez.

—Es cierto?

—Quiero que sepas muy claro que no te encontré por casualidad, o porque perdí a Águeda, o porque tú eres tan distinta de Águeda y me acerqué a ti perversamente…

—No importa. Nuestro encuentro ya pasó. No insistas tanto en recordar ese momento…

(Se lo dice a él? Me lo dice a mí?)

—Es que sólo recordándolo puedes entender que si te pierdo, o si nos separamos, yo te voy a buscar de nuevo: no lo voy a dejar al azar, mi amor…

—Está bien. Ahora vivimos juntos, quizás tengamos un hijo en octubre; por el momento actuamos juntos. Está bien. En qué página vas de tu libro?

—Mira: en la página en que Platón dice que vivimos en la era post marxista, post freudiana y post industrial.

—Basta de judíos sabios, ahora necesitamos unos cuantos cristianos pendejos. Quote Plato.

—Y la muerte?

—Tan largo me lo fiáis?, rió mi padre.

—Por eso te quiero, porque eres una bola de contradicciones.

ÁNGEL SE RE-INVENTA románticamente como un conservador rebelde. Sería un asesino si pudiera salirse totalmente de sí mismo. No puede. La memoria no lo deja. Todos seríamos asesinos si no tuviéramos memoria. La memoria nos recuerda: Caín. El Tigre de Yautepec. Caryl Chessman. El Dr. Crippen. Goyito Cárdenas. Pero no basta decirle al crimen por la memoria me abstengo de hacerte mío. Quiero que Ángel pueda decir que nadie se atreva a juzgarme apostando sobre mi deshonestidad y no sobre mi virtud a pesar de que haga lo que quiero y no lo que se juzga correcto. Apuesto a un mundo (conmigo Ángeles) en el que lo correcto no es hacer lo correcto sino lo que se quiere: hacer lo que se quiere será entonces lo correcto. Es posible? Ángel no es lo que quiere ser. Yo quiero que me necesite a mí para serlo. Sé que todo esto es imposible. Pero voy a gozarlo mientras dure y voy a intentar que dure, sin que él se entere de mi secreto: estoy enamorada de mi amor con Ángel, amo amarlo, no quiero que él se entere. Ángel en cambio va a enterarse de que el amor es asunto de pura voluntad: se quiere lo que quiere quererse. Entender esto lo va a entristecer mucho. Pero por un tiempo no va a poder contra este poder: querrá lo que quiera. Ángeles estará enamorada de su amor por Ángel. Ángel estará enamorado de su voluntad de amor. Cuando Ángeles entienda esto, querrá que la voluntad sea amarla a ella, concentrar en ella toda la fuerza de la voluntad de amor. Esto no podrá ocurrir, señores electores, antes de que Ángel despliegue su voluntad de amor imaginando que la variedad de la voluntad es la prueba de su existencia: él confundirá la voluntad de amor con la variedad de amor y ésta con la imaginación de amor. Pobrecito: tendrá que eliminar la variedad para que imaginación y amor realmente se miren cara a cara, se besen, se cojan: la singularidad del amor sexual entre hombre y mujer es que nos vemos la cara y los animales se dan la espalda para coger: tú y yo mi amor podemos mirarnos los ojos pero somos como los animales en que jamás podemos vernos como nos ven los otros hacer el amor: somos buenos para el amor, o somos malos? cómo comparar? cómo saber? es cierto lo que ella le dice: coges divino Ángel quién te enseñó? es cierto lo que él le contesta: tú me lo enseñaste todo, tú eres la que coge como una reina? por qué dicen esto mis padres? para joder? para dominar? o porque es cierto? para quererse más? puede la gente quererse sin dominarse?, joder sin joderse? El amor de mi padre tiene lugar dentro de lo que él es y cree: Ama a mi madre como parte de lo que quiere: un orden: y sabe muy bien que ningún orden será jamás suficiente. Mi madre en cambio (estamos en abril el mes más) quiere el amor pero sabe muy bien que el amor es sólo la búsqueda del amor. Cómo carajos van a entenderse? Ella le prueba a él que tiene razón: ningún orden basta si el valor es amar y amar es buscar el amor. Él le prueba a ella que tiene razón: el amor no puede ser parte de un orden establecido, lo cuestiona y rebasa y transforma cada vez que dos labios se juntan a otros dos labios y una mano se alarga para tocar como suyo un sexo que es de otro: se inició la dominación, Ángeles, es fatal que ustedes las mujeres generan culpa, nos persigan para que nos sintamos culpables, no están contentas las muy cabronas si no nos ven aceptando que somos culpables y por eso acepto lo que pasó en Malinaltzin: yo no te haré culpable hoy para que tú nunca me hagas culpable y seamos así, amor mío, la primera pareja feliz de la historia hip hip hurray! hip hip mi costilla!

—Cierto o no?

Y Ángeles: Si me acusas de algo que pienso pero no hago, no lo puedo negar. Ésa no es culpa. Pero desear aunque no se haga, ésa si es culpa para ti? Ahora tú no te quedes allí sin hablar, di algo. Ángeles soñó que orinó y orinó hasta llenar de vuelta el lago de Texcoco, poner a flote la pinche ciudad seca, restaurarle sus canales, su tránsito por agua, su muerte líquida. Eso soñó Ángeles cuando regresaron a la ciudad de México y vivieron de nuevo en la casa de los colorines y yo les pedí, por favor:

—Denle tiempo y cariño a su Cristobalito.

Aunque ellos no pueden saber que yo los escucho, sé todo lo que se dicen y organizo el rompecabezas de sus pensamientos. Qué falta de imaginación!: Ellos no me escuchan a mí.


6. OJEROSA Y PINTADA

NO SÉ SI VOY a dormirme o si voy a despertar.

Pero mis orejotas crecen y oyen.

Oigo decir que la situación doméstica se vuelve imposible. Mis padres nunca han sido ejemplo de parsimonia calvinista; por más post-modernistas, post-industriales, iluminados, conservadores, freudianos, marxistas o ecólogos que se declaren o hayan declarado en el curso de sus breves y agitadas existencias, Ángel y Ángeles son católicos hispanos barrocos pródigos derrochadores y anacrónicos: no se puede ser moderno sin ser protestante, aunque se sea católico, musita de nuevo Ángel mirando cada día al tío Homero devorar las despensas del joven hogar matrimonial de la casa de los colorines, sin pensar dos veces en pedir permiso o dar las gracias u ofrecer una cooperacha hasta que Ángeles mi madre le dice una mañana de abril a mi padre Ángel:

—Ya rompí el último cochinito, mi amor. Qué fastidio. Dime, qué vamos a hacer?

Excusaban en cierto modo al tío Homero porque él dijo que se desistiría del juicio contra Ángel y en este mundo de grandes esperanzas y perpetuas ilusiones que es México ’92, ello significaba que los muchachos (mis papás) ya tenían sus cuarenta millones de pesos oro, así nomás. La verdad es que en la alacena sólo quedaban dos piloncillos y ellos, mirándose seriamente a las caras, se dijeron la verdad primaria: Tenemos que encontrar chamba. Pero la verdad secundaria era que sin el auxilio de los Four Jodiditos, les era imposible valerse en el mercado del trabajo.

Por pura lógica, después de oír al tío Homero en Malinaltzin, mis padres entendieron que sus cuates Huevo, el Huérfano Huerta, el Jipi Toltec y la Niña Ba (aunque ésta era invisible) habían perecido en la hecatombe organizada por el gobierno en Acapulco y atribuido a las víctimas de la misma.

Vegetaban mis papis mirando la otra realidad ofrecida perennemente por la televisión cuando sucedieron dos cosas. El concurso de la Última Modelo de Playboy, difícil entre todos de ganar pues esa emprendedora revista de la ciudad de Chicago no se había dejado agotar ni por la reacción puritana de los ochentas (monogamia, condones, herpes y SIDA) ni por la sucesión de las generaciones, ni por las distancias geográficas, llegando a fotografiar en su momento más del 80% de los coños del planeta, sino que había desafiado a la edad y, algunos lo sospecharon, a la muerte misma. Pero el archivo de bellezas muertas, en las cajas fuertes frente al ventoso Lago Michigan de la república siderúrgica del Eje Chicago-Filadelfia permanecía vedado, en tanto que las fotos de encueradas ancianas empezaron a anunciarse insinuadamente: ganaría el concurso un centerfold post-mortem de la divina Sueca, de Lola-Lola a horcajadas en la tumba o de la venerable abuelita del seno nacional, doña Sara García en pelotas?

Nada de eso. Esta cálida noche de abril, una mujer de escasos cincuenta años, bien dotada aún, bella, aunque con mal tobillo andaluz y sin alegre nalga cubana, cuadrada de cintura y disfrazada de pecho, con el pelo de rulos colorados como una versión madura de Anita la Huerfanita y un profundo escote que no va a ningún lado y nada muestra, obligando al espectador —en este caso mis padres y mi tío— a fijarse en el extraño brillo de sus dientes trabajados, cincelados, poblados de plata y oro, acaso podridos, se presenta a reclamar el título de la Última Modelo de la Revista Playboy.

—Pucha la payasá, dijo ella, no es que ande angurrienta, pero va a haber desmoñe si no me reconocen mi derecho, pilientos de porquería, y no me muevo de aquí ni aunque me arrastren los pacos a la capacha, no piensa mijito y viva Chile mierda!

—Concha Toro!, exclamó mi padre, la mujer que me desvirgó! la cantante chilena de boleros!

Pero esta imagen, que en realidad no pareció ensayada, pasó veloz y atropelladamente y en otro estudio de televisión le era entregado el premio del último flower child al cuatezón de mis padres el Jipi Toltec, con explicaciones del locutor en el sentido de que entre dárselo al jipi más viejo (que abundaban, pues quien tenía veinte años en 1962 tenía cincuenta en 1992: por más que sea una maravilla de fragilidad, Mick Jagger va a cumplir cincuenta años de edad, y Paul McCartney se pregunta temblando Will you still need me, Will you still feed me, When I’m sixty-four; la edad que cumplen este año Shirley Temple, Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes). De manera que como no hay nada más fané y descangachado que un flower-child de los sesentas, prefirieron darle el premio al más joven, al que personificaba, más bien, la prolongación que el exterminio de una tradición nostálgica

OLVIDO Y UNIÓN:

el Jipi Toltec, cayéndose a pedazos, tomó la calaverita de azúcar y dijo que había un error de los organizadores, él no era un jipi ni era joven, él era la serpiente emplumada que al fin regresaba a reclamar

UNIÓN Y OLVIDO:

los canales se revolvieron como huevos: las imágenes pero también el sonido; un bolero cantado por Concha Toro y un rockaztec cantado por los Four Jodiditos se mezclaron en la confusión sonora y mental de las autoridades televisivas, pero mis padres apagaron la televisión, abandonaron con la boca abierta a don Homero, se vistieron como era propio de ellos, mi padre con traje negro de tres piezas, corbata y fistol, cuello duro, botines de charol, polainas, guantes blancos, bastón y bombín (modelos: Adolphe Menjou y Ramón López Velarde); mi madre con la moda luctuosa de principios de los veintes, que tan bien le sentaba, y que a la pechera y a la falda de negro satín añadía lánguidos velos de gasa que convertían a la ropa en una cascada oscura de las rodillas descubiertas a los tobillos tapados, un bandó de satín negro apretaba su frente y dejaba libre la corona alborotada, crespa, de la cabellera (modelos: la Madre Conchita y Pola Negri) y liberados al fin de la necesidad de aparentar, de vegetar, de mirar sin fin, salieron (sus resortes, sus inspiraciones: Concha Toro y el Jipi Toltec) a la ciudad porque la ciudad al fin, legítimamente, los llamaba, los esperaba, les ofrecía estos dos amarres sólidos en un mundo sin ubicación, porque:

—Dónde estará ahora el Bulevar, chata?


7. VIVES AL DÍA, DE MILAGRO, COMO LA LOTERÍA

ENCONTRARÍAN EL BULEVAR? Andaban fuera de la ciudad desde diciembre, luego encerrados con el tío Homero en Tlalpan desde marzo; el Bulevar cambiaba de lugar cada semana, a veces cada veinticuatro horas; no era dos veces el mismo pero siempre era todo: la cita capitalina, el lugar para ser visto y ver, el Plateros, el Madero, el Paseo de las Cadenas, la Zona Rosa de antaño, pero ahora con esa escandalavillosa singularidad: no saber dónde era la cita, secreta como el lenguaje (los lenguajes nuevos) mutante cada día, cada hora, para permanecer inasible, incorruptible por escritor, orador, político o manipulador alguno.

Lo constante de la ciudad es el goteo de los cielos; llueve incesantemente, una lluvia negra, aceitosa, carbonífera, que opaca los más vistosos anuncios luminosos; la sensación de cielo encapotado, oscuro, en cuyas brumas se pierden los esqueletos de los edificios, muchos de ellos sin terminar, hierro oxidado muchos, torres truncas, cúes del subdesarrollo, rascatonatiús, otros simples telones como los de la entrada por Puebla, otros más cubos de cartón chorreados de lluvia ácida y muy pocas verdaderas construcciones habitadas: la ciudad se vive moviéndose, la permanencia se ha vuelto secreta, sólo el movimiento es visible, los puestos a lo largo del antiguo Paseo de la Reforma, fritangas, garnachas, flores muertas, dulces negros, carnitas, cabezas de burro, patas de cerdo, gusanos de maguey (humedad perpetua de la ciudad, criadero inmenso de escamoles, ahuautles, huevas podridas, hormigas enervadas y listas para ser comidas) y las filas de agachados engullendo los tacos de la Reforma frente a los toldos iluminados por focos encuerados y mosquiteros. Pero estas minucias se ven con microscopio porque desde arriba (donde ellos volaron para entrar al Defe) la ciudad es un inmenso cráter llagado, la caries del universo, la caspa del mundo, el chancro de las Américas, la hemorroide del Trópico de Cáncer.

Decenas de miles de sintechos se han aposentado desde el terremoto del 85 en las glorietas y camellones de la Reforma y otras arterias principales: chozas y tiendas de campaña, tendajones y puestos: la capital de México se parece cada día más a Tres Marías. El atuendo sombrío pero jocoso, muy tuentis, de Ángel y Ángeles manejando el Van Gogh por el Paseo de la Reforma es una respuesta, bien consciente y compartida por todos los jóvenes con algo de esprit, a la fealdad, la grosería y la violencia circundantes.

Parpadeó el letrero luminoso en la fachada cacariza del teatro del Seguro Social AFTER THE FIESTA THE SIESTA y ellos siguieron a un coche de caballos en forma de concha de mar; quiénes lo ocuparían, detrás de sus cortinillas cerradas? Se miraron Ángel y Ángeles: lo mismo que ellos pensaron debían pensarlo cuantos vieran ese carruaje salido de las pesadillas de la Cenerentola: donde vaya esa calabaza sobre ruedas está la fiesta, el bulevar, el lugar, el oasis sagrado del crimen y de la violencia catártica, seguro. Las muchedumbres crecieron por el rumbo de Constituyentes pero aún no era el Bulevar, lo supieron intuitivamente. La masa apretujada y alburera le tiraba cáscaras de mangos a las caras que no les gustaban. Muchos hombres jóvenes caminaban de prisa, sin mirar a los demás, todos con morrales colgándoles del hombro. Desde su ventana, una viejecilla tiraba macetas llenas de tierra y geranios a la calle, indiscriminadamente, rompiendo los indiscriminados cráneos de los pasantes. Nadie levantó la mirada para verla; nadie los bajó para verlos. Todos usan etiquetas de identificación pegadas al pecho (blusas, solapas, suéteres): sus nombres y ocupaciones y números de existencia en el Defe. Llueve ceniza. Las tarjetas de identidad ni se despintan ni se despegan. El desplome paulatino de todos los recursos hidráulicos —el Lerma, el Mezcala, el Usumacinta— ha sido compensado por la llovizna ácida constante provocada por el efecto de invernadero de la industrialización en un alto y ardiente valle encerrado.

—El problema es el agua, le dijo don Fernando Benítez al ministro Robles Chacón, ustedes hacen creer que es el aire para distraer, inventan esa historia rocambolesca de la Cúpula que nos va a proteger de la polución y que va a darle su ración de aire puro a cada habitante de la ciudad. Mienten ustedes, miserables! El problema es el agua, cada gota de agua que llega a esta ciudad cuesta millones de pesos.

—Usted no se preocupe, don Fernando, contestó amable y tranquilo el licenciado: —Nosotros sabemos cómo distribuimos las reservas y racionamos el precioso líquido. Dígame, cómo están sus tinacos? Ha tenido usted algún problema? No lo hemos atendido como se merece?

—Mis tinacos están bien, dijo con desánimo Benítez y en seguida recuperó su vigor combativo: —Y su mamacita cómo se encuentra?

—Ciega y enterrada, dijo impávido Robles Chacón.

—Ojalá que tenga usted agua para regarle su tumba, dijo antes de salir Benítez.

—Todo se le perdona a un escritor! Ah, la legitimación, la historia, lo que queda!, suspiró resignado el señor secretario. Miró a sus pies, incrédulo y llamó a su edecán el estadígrafo escondido en el armario:

—A ver, tronó los dedos el licenciado Federico Robles Chacón, sal de ahí y péscame a esa rata, faltaba más!, una rata en el despacho del secretario de Patrimonio y Vehicul… Pero apúrate, baboso, en qué estás pensando, le gritó el señor ministro al hombrecito salido del clóset al tronar de los dedos titulares y superiores, quien se escabulló entre los muebles adquiridos en Roche-Bobois cazando a la rata y explicando que la ciudad de México tiene treinta millones de habitantes, pero tiene ciento veinte y ocho millones de ratas —cayó de rodillas y alargó la mano debajo de una transparente mesa de aluminio y vidrio llamada en el comercio de lujo Table New York— que habitan cloacas, señor secretario, drenajes y montañas de basura contaminando anualmente a más de diez millones de habitantes con parasitosis —miró su propia mano blanca debajo del vidrio, flotando debajo del cristal transparente, haciendo gestos la mano en busca de la rata invisible— y otros males intestinales.

—Devorando treinta toneladas de maíz y otros granos cada quince días. Son ratas asesinas, señor, pero ellas mismas mueren misteriosamente cuando consumen determinados granos que ocasionan la muerte de las propias ratas que los consumen.

—Deja de esconderte en tus pinches estadísticas. Te digo que caches a esta rata particular que se ha metido a mi oficina, con mil carajos!, gritó el señor secretario.

Pero el estadígrafo no tuvo fuerzas para levantarse, sino que puso la cara debajo de la mesa de cristal New-York y aplastó las narices contra el vidrio, mojándolo con su vaho.

—Hanse encontrado montículos de roedores muertos por comer maíz importado cuyos cadáveres son devorados por gatos, coyotes, y otros animales que también sufren serios trastornos.

—No cooperan esos importadores de granos con la campaña de des-ratización?, inquirió Robles Chacón.

El pequeño estadígrafo vestido de smoking limpió con un pañuelo el vaho y las babas en el vidrio de la mesa del despacho francés del señor secretario.

—No, señor licenciado, puesto que las ratas se reproducen cada veintiún días.

Se puso de pie trabajosamente, añadiendo mientras se acomodaba el pelo despeinado: —Acaso colaboren, simplemente, a la…

—Estadísticas, no juicios morales —le dijo el ministro al estadígrafo antes de cerrarle la puerta del clóset en las narices y sentarse a chupar una paleta de la Ratoncita Mimí.

LA CIUDAD SE ENCIENDE y se apaga como un árbol de Navidad sin juguetes.

—La cruda!, grita alguien desde el cruce de Patriotismo e Industria/

—La cuenta, paguen la cuenta, no se larguen sin pagar la cuenta!/

—Los banqueros se fueron de México al Gran Caymán con sus indemnizaciones/

—El Pichacas hizo creer que lo secuestraron para exportar a las Bahamas las sumas de su rescate/

—Los inversionistas extranjeros se fueron a países seguros/

—Viva el Paraguay seguro/

—Oil glut/

—Deuda externa/

—Explosión demográfica/

Las funciones se invierten. El olor que sale de la gente en el remolino de Tacubaya y la Avenida Jalisco desde el edificio Hermita que se convierte en arena es el de un aliento flatulento, una respiración culera. En todas partes hay más gente de la que cabe. Los techos de la ciudad son ahora una segunda meseta, rodeada de abismos oscuros, cañones de lluvia oscura. Signos de antenas y tinacos apenas visibles ya. Señoras envueltas en rebozos corren despavoridas con sus carretillas llenas de billetes, forman colas, hay vigilantes de barrio (muchachos adolescentes con macanas y tubos de fierro) protegiéndolas en las largas filas de las tortillerías, las farmacias, las chicharronerías. Un grito desde una tienda de abarrotes en Mixcoac: “Sólo se vende azúcar a cambio de dólares.” Una cáscara de mango contra el parabrisas de Ángel y Ángeles.

—Ciudad devastada.

—Ciudad jodida.

Ángel señala a los viejos de saco y corbata raídos, color caca, tocando guitarras enfrente de los semáforos,

solamente una vez / amé en la vida

y corren bufando, zapatos de El Borceguí rotos, camisas Arrow deshilachadas, corbatas High Life manchadas, a recoger lo que dioselopague en sus viejos borsalinos Tardán sin listón (en sus sesos derretidos repiquetea incesantemente la frase publicitaria de su juventud y de la promesa nacional: De Sonora a Yucatán / Todos usan Sombreros Tardán / Veinte Millones de Mexicanos no pueden estar equivocados: cuando el país entero tenía menos habitantes que la ciudad en 1992: 1932), viejos decentes escupiendo contra los parabrisas, limpiándolos rápidamente con restos de toallas del Palacio de Hierro antes de que cambien las luces. Las piedras de Mixcoac reflejan y proyectan lo que va quedando de la luz. Por la Avenida Revolución la economía del trueque florece: calzoncillos contra peines, mejorana contra tabaco, manoplas de fierro contra muñecas Barbie, condones con cresta de plumas contra cuadros del Sagrado Corazón de Jesús, dos casettes de Madonna contra un costal de frijoles: yo era oficinista, yo era estudiante, yo era farmacista, yo era importador de granos, yo era bailarina del Blanquita; ahora todos estamos en La Calle, los cajeros de la economía paralela se desparraman por Altavista hacia Insurgentes, en la placita frente al Monumento a Obregón los bicheros disponen sus juegos ilícitos, rápidos, escondidos, juegos de manos, bajo las cáscaras de nueces, entre los telones de la gesta revolucionaria, en la confusión de cazuelas, judas de cartón, canje de bilimbiques petroleros que sólo tienen el valor que se les atribuye hoy junto al grafito que embadurna el mausoleo del Vencedor de Celaya

LENIN O LENON?

El teatro callejero para la ciudad de treinta millones se desplaza hacia San José Insurgentes, lanzallamas, boleros, billeteros, limpiacoches, músicos ambulantes, mendigos, vendedores de todas las minucias se mezclan con payasos, bailarinas, declamadores de la noche eterna.

—Qué esperaban, pendejos?

—No se hagan ilusiones.

—Esto no tiene compostura.

—Qué esperaban, cabrones?

—Matamos el agua.

—Matamos el aire.

—Matamos los bosques.

—Muere, pinche ciudad!

—Muere ya: qué esperas, ciudad jodida?

La gente se empuja por la Taxqueña, órale pendejo mire por dónde camina/pinche viejita pa qué necesitas ese bastón dámelo a mí pa jugar al golf con la cabeza de tu perrito/mira empuja el cojo nuréyef ése/ por qué quiere pasar antes que yo señora chínguese vieja pedorra/ándale pinche ciego regálame tus antiojos tíralo al in-vi-den-te contra ese camión ándale jijos parece gargajo aplastado/un coche se detiene en el cruce de Quevedo y Revolución/hay que moverse/quién se detiene/no jala el pinche patasdiule/lo rodean mil vendedores ambulantes de un golpe el auto ya no se mueve nunca más/es una ballena barrenada en un golfo de asfalto sobre el cual desciende el festín interminable de ofrecimientos un sofoco de lenguas secretas ofreciendo objetos inútiles y servicios inservibles calificados hiperbólicamente

—Tenga sus chicles ózom

—Aquí está el de la suerte kulísimo

—Palabra que los cigarritos no son bógus

—Ándale patroncita me llegaron estos brasiers homúngus

—Chéquese estos hules para el pedales

—Ora su libro de instruiciones pa los frenchis

Miraron Ángel y Ángeles a las filas de jóvenes sin destino, las largas filas de gente amolada, formada ante la nada, esperando nada de la nada, la ciudad de México decrépita y moribunda y el teatro callejero montado en tarimas y camiones desvencijados representándolo todo, las razones y las sinrazones:

AFTER THE FIESTA THE SIESTA

Entren entren todos a ver cómo se desplomaron los precios del petróleo

THE OPEP AND ONE NIGHTS

Entren a ver cómo se le cerró la frontera a los indocumentados

TALES FROM THE TORTILLA CURTAIN

Por aquí a ver cómo se procrearon los mexicanos hasta explotar demográficamente

NO SECTS PLEASE WE’RE CATHOLICS

Aquí, aquí los espectaculares sucesos de la América Central o cómo el presidente Trigger Trader hizo que las peores profecías se cumplieran a fuerza de invocarlas

WELCOME TO SAIGONCITO

No se pierda las espectaculares escenas de la viril violencia con que el presidente Rambold Rager extiende la guerra hasta México y Panamá

IF I PAY THEM THEY ARE MY FREEDOM FIGHTERS

Entren, no se pierdan la extraordinaria comedia sobre el ascenso de las tarifas de aduana

IS THAT A GATT YOU’R CARRYING OR ARE YOU JUST HAPPY TO SEE ME?

Aquí mismo: en 3D y Kinopanorama, documente su optimismo con la historia completa de la deuda exterior o de cómo superamos a Brasil y Argentina en la carrera al desastre!

AFTER THE FIESTA THE SIESTA

y de carro a carro por el periférico los gritos de la ciudad del chisme el país del rumor:

—El peso va a bajar a treinta mil por dólar

—Sabes que Mamadoc ya se hartó y va a renunciar mañana?

—Dicen que ella y el Presidente

—No, Mamadoc prefiere que el coronel Inclán le dé para sus chiclosos

—Nhombre, dónde lo supiste?

—Tengo un cuñado en la SEPAFU

—Ése es un mentiroso

—El ministro don Ulises le pega a su esposa

—Dicen que le rompió las piernas

—Cómo te enteraste?

—Pregúntale a la señora: ahí viene saliendo del Sanborns

—El presidente Paredes dicen que sacó mil millones a Suiza

—Quién te lo dijo?

—Dicen que apareció en el Gol Street Journal

—A poco tú lees inglés?

—Me traducen pero de todos modos es vox populi

—Que se mandó hacer una copia del Trianon la Mamadoc en El Pedregal

—Vieron en Las Vegas a don Ulises López

—Que se gastó tres millones de dólares de un golpe en el bacará

—Y uno que no puede ir ni a Xochimilco ya

—Que a Robles Chacón ya no se le para, por eso le gusta tanto el poder, como si fuera una vieja

—Que el coronel Inclán en realidad es puto

—Que Mamadoc en realidad es travestista

—Me contaron que en realidad es Julio Iglesias con peluca

—No, en realidad es todo el Menudo bajo una sola falda

—Sí, se dice que sólo se acuesta con enanos

—Robles Chacón se droga

—Se agotaron los pozos de Minatitlán, pero lo tienen muy calladito

—Quién te lo dijo?

—Mi cuñado tiene derecho de picaporte en Pemex

—Pues a mí me dijeron que Guatemala ya nos quitó las Chapas, y ni quién se enterara

—Bah, mi sobrino es recluta y dice que la guerra es con Australia por las islas Revillagigedo

—Ah, por eso de los nódulos

—Qué es eso?

—En vez de petróleo, nódulos, no te enteras?

—No le des

—Con los nódulos de manganeso, nos vamos otra vez parriba

—Vamos a administrar la riqueza!

—Pero el presidente Chuchema quiere venderle las islas al Vaticano

—Nombre, quién te lo dijo?

—Tengo un tío que es sacristán en la Villa

—Yo no creo nada

—Te digo que van a anunciar otra nacionalización mañana

—Pero si ya no queda nada por nacionalizar

—Cómo no, el aire

—Quién lo quiere?

—Van a ponerle impuestos a las ventanas, igual que Santa Anna

—Dicen que mañana se declara la moratoria

—Tú saca volando tus ahorritos

—Véndelo todo

—Gástalo todo

—Esto se acaba

—Cuánta gente hay aquí?

—Bastante

y por Ermita-Ixtapalapa un ejército de impostores y coyotes se asediaba a sí mismo, presentándose los unos a los otros, si quieres entrada a los Pinos/me acaban de nombrar superintendente de la refinería de Tuxpan/salgo de embajador a Ruanda-Urundi/ le estoy escribiendo sus memorias a Mamadoc/el señor presidente me ha comisionado para/he sido comisionado para renegociar la deuda exter/me ha mandado el Fondo Monetario Internacional a/tengo el encargo de traer al doctor Barnard a operar a particulares, firme aquí/me han ofrecido un corner de la cosecha norteamericana de maíz/la Fundación Rockefeller me ha dado el encargo de distribuir becas en Mex/le interesa pasar un mes gratis en el Hotel Ritz de París? firme aquí/estoy vendiendo a cien pesos mexicanos metro un condominio en Beverly Hills: firme aquí/la productora neoyorquina PornoCorno quisiera contratar tus servicios preciosa: firma aquí/

La vendedora de tortitas de camarón en el mercado ambulante de los Estudios Churubusco comenta:

—Mire usted Chonita, mi única contribución a la crisis de confianza que padecemos es que como lo ha declarado don Paul Volker recientemente, el déficit norteamericano mine la confianza allá también.

—Imagínese nomás, Petrita, los Estados Unidos están pidiendo prestados más de cien mil millones de dólares en ahorros foráneos cada año, qué le parece?

—Ay Chonita, yo sólo sé una cosa, y es que un dólar alto significa tasas de interés altas.

—Ni hablar, Petrita. Deme otra torta de camarón/

y el Van Gogh sigue por la Calzada de Tlalpan donde se dan cita y ofrecen sus servicios a los clientes citadinos los enanos, excéntricos y escritores orales que la provincia exporta masivamente a la capital para generar recursos fiscales. La vagoneta se detiene en la placita de la iglesia de San Pedro Apóstol, a cincuenta metros de la casa de los colorines y el nosocomio porfirista donde viven Ángel y Ángeles con la indeseada compañía del tío Homero, donde se detiene también la carroza en forma de escalopa tirada por caballos: la cita era en su casa, aquí estaba hoy el Bulevar, vuelta en redondo, toda la gente empeñada en mantener un cierto estilo, restaurar el romanticismo, poner de moda trajes oscuros, sombreros altos, penachos y crinolinas, pantalones de Nankín y chalecos bordados, plumas de avestruz y sofocantes, pincenez y derbys, se pasean hoy por aquí, no pueden evitarlo todo de la gangrena urbana, pero algo evitan, sí, se abren del carruaje las puertas y descienden el Huérfano Huerta, muy cambiado, el Jipi Toltec con un ventilador eléctrico en la mano y Huevo pidiéndole a la Niña Ba, no te quedes atrás, gordita, ya llegamos, mira: Ángel y Ángeles, nuestros cuates/

—Serbus!, saludó el Huérfano

—In ixtli, in yóllotl! saludó el Jipi Toltec

—Animus intelligence, contestó mi mamá

—Búfalo, sintetizó el Huérfano

—Creímos que no los volveríamos a ver, dijo mi padre

—Que estábamos F.U.B.A.R., no? dijo el Huérfano

u p e l e

c    y  lc

k   o   o

e    n   g

d   d    n

i

t

i

o

n???

—La verdad, sí, dijo Ángeles.

Un grupo vestido de verde agarró a palos a los caballos de la carroza hasta hacerlos caer, hincados y siguió pegándoles hasta matarlos, gritando equs, equs, los caballos de la conquista. Postrados, los dos percherones ladearon la carroza en forma de concha.

Ángel fue el único que miró. Huevo dijo sin mirar: Hay esta competencia para figurar en el friso del Monumento a los Héroes de la Violencia.

No los mataron en Aka?

Níxalo; nos draftearon mejor para el clinup de Aka

Sin condiciones?

Una: que no cantáramos un año para hacer creer que morimos también en Aka

Ce Ákatl!

Los barracos de los Babosos Brothers gonna teikover el calpulli Disisdapíts!

Marcáteso: no competencia en la magic of the tianguis más que los Immanuel Can’t

La naquiza y la criolliza fazafaz

Ozom!

No te tomes un espasmo, Huérfano, ni te azotes que hay vidrios, anstoff

Laic yunó

Botas, yo besoño papiar seben nemontanis ahuic

Damningo Loonys Madness Mercolates Hoovers Bernaise

Y Savagedog

Good buddy!

Yoyo tacucheo también de damningo a savagedog

Dice la Niña Ba que tiene hambre: no la invitan a su casa?

Sólo nos quedan dos piloncillos

Y el tío Homero

No, hoy es primero de mayo y él ya salió

Lo vimos desde aquí: glasses, se juéya!

SOLO EN LA CASA de los colorines, don Homero Fagoaga se dijo: —Ésta es la mía. Por primera vez se encontraba sin Ángeles, que a veces salía de compras pero lo dejaba en compañía de Ángel, quien no se separaba de la televisión; en qué momento, además, caería de nuevo el misionero Benítez a catequizarlo en democracia? Solo y perpetuamente en piyama de rayas coloradas: el amo de Pichilingue y Mel O’Field y Frank Wood abrigaba la sospecha feudal de que su hermana Isabel Fagoaga y su marido el inventor Diego Palomar no eran tan desinteresados y espirituales como parecía; aparte de los cuarenta millones de pesos oro que Isabel le dejó a su hijo Ángel, algo más debía haber, Homero se sintió seguro esta mañana; él había investigado cuentas bancarias, bonos, CTs, y nada: en la casa tenía que haber un escondite, dinero, joyas, papeles, algo.

Como un adolescente que aprovecha la ausencia de sus padres y criados para sacar sus revistas pornográficas y excitarse, excitándose sobre todo por la proximidad del regreso de los vigilantes y castigadores, así Homero se lanzó a explorar la casa de los Curie de Tlalpan, poblada de pizarrones y retratos de científicos famosos y ratoneras: lo primero que le ocurrió al pobre Homero es que en los sótanos de la casa, donde primero exploró el supuesto tesoro familiar, una ratonera le apresó el dedo meñique, y el dolor, la cólera y la humillación del avúnculo fueron tales, que ascendió lleno de furia, empujando pizarrones, a estrellar la ratonera prensil contra el retrato de Niels Bohr, como si sólo un rostro humano mereciera la respuesta de esta cólera, pero apenas pegó la ratonera contra el vidrio del retrato, el cristal se quebró primero pero en seguida se recompuso y volvió a cubrir el rostro de benigno capitán ballenero del científico danés; don Homero se fue de espaldas, pegando contra una escalera portátil que se abrió al impacto, dejando caer un balde abandonado de pintura negra sobre un gato blanco que por allí se paseaba buscando a los celebrados ratones fotogénicos de la casa; y el gato, transformado en gato negro, saltó sobre una despensa y tumbó un bote de sal sobre los hombros de Homero, quien agarró un paraguas cercano para protegerse de la lluvia de proyectiles pero al abrirlo un aguacero escondido dentro del paraguas cayó sobre su cabeza y Homero desesperado se arrojó sobre una cama de donde le arrojaron doce sombreros de copa que al impacto de la obesidad homérica se abrieron como resortes, desalojando al espantado académico, quien salió a los corredores con el ánimo de destruir el resto de los retratos de los científicos, pero encontró los marcos vacíos, los vidrios rotos expresamente para cortarle los pies y al fondo del corredor de la casa una larga mesa de banquete y doce hombres sentados allí cenando a la luz de las velas: como en el Sun and Fun Tour de Acapulco guiado por el profesor Will Gingerich, cada invitado tenía su etiqueta con un nombre pegado al pecho: E. Rutherford, Cambridge; N. Bohr, Copenhague; M. Planck, Berlín; W. Heisenberg, Gottingen; W. Pauli, Viena; R. Oppenheimer, Princeton; A. Einstein, Princeton; E. Fermi, Chicago; J. D. Watson, Cambridge; F. Crick, Cambridge; L. de Broglie, París; L. Pauling, Berkeley, y al ver a Homero se pusieron atentamente de pie y con toda amabilidad lo invitaron a tomar el último lugar en la mesa: el lugar número trece, gritó espantado el tío y dio la espalda a los comensales, salió corriendo, tropezando contra pizarrones, botes de pintura, paraguas, sombreros de copa, gatos, ratones y ratoneras empeñadas en apresarle los dedos de los pies desnudos: huyó a la calle, en piyama, descalzo, y quienes lo vieron creyeron que era un loco escapado del nosocomio vecino de Tlalpan o quizás un presidiario evadido, con esas rayas en el uniforme y sin zapatos, Chonita!


8

DECIDIERON BUSCARSE OCUPACIONES mientras pasaba todo lo que tenía que pasar y esto era que yo naciera precisamente el 12 de octubre para ganar el concurso y entonces nos armamos y compañía, pero cómo iba el concurso?, qué se sabía?, y en todo caso había que averiguar eso y mientras tanto mantenerse todos juntos en la casa de Tlalpan, si es que el canallesco tío Homero no había huido sólo para mandar a la policía a ver que nadie habitara la casa mientras él se reintegraba al PRI, vaya usted a saber lo que pasa por su afiebrada cabeza, pero mientras tanto todos aquí en buena chorcha y bochinche de familia, el Jipi cayéndose a pedazos y con un ventilador eléctrico en la mano; el Huérfano cambiado para siempre, dice mi mamá que ahora parece el retrato del joven Chaplin, asombrado, todo cejas, con un bigotito negro y el pelo chino, y quejándose de que sin los ingresos del rockaztec ya no va a poder vestirse a la moda.

Ay, se queja paseándose por los mercados de ropa vieja que cuelgan sus hábitos en el gran tendedero de las calles del Ejido con el Monumento de la Revolución al fondo y bajo su cúpula los traficantes en marcas de importación vedada, fayuca de la ropa que ni siquiera está de moda pero lo estuvo hace diez años; ay, se queja el Huérfano seguido de Huevo y la Niña Ba entre los ganchos de alambre de la avenida, tentando suculentamente con los dedos las mezclillas y los cueros, las tachuelas de metal y los algodones suaves de los tishirts gringos, todo vedado por la abstinencia de un año impuesta por el gobierno a la banda de los Four Jodiditos, y nuestro cuate Huevo mira con nostalgia las marcas de las factorías internacionales del consumo vendidas en secreto a voces bajo la cúpula del Monumento a la Revolución que quisiera poder comprarle a la Niña Ba para su mejor lucimiento, y se limita, en cambio, a atenderla en secreto, le prepara la cama, la acuesta, la arropa, le da sus muñecas Cabbage Patch preferidas: luego se ve que él tiene pasado, y lo que me jode a mí de los jodidos es que yo tengo tanto pasado (info genética) y ellos, el Huérfano sobre todo, no tienen ningún pasado y el Jipi sólo el que se ha inventado, que ni es suyo: je suis la serpent à plumes, cómo no, con ese ventilador eléctrico en la mano y una tarde mi madre (conmigo adentro: remember) lo acompaña porque quiere el Jipi que crean que tiene una novia y hasta va a tener un hijo. Mi mami muy dispuesta le hace ese favor y él nos lleva a la casa de sus parientes que está en un techo rodeado de tinacos cerca de Balbuena y la carretera a Puebla: una barraca cuyas paredes son tinacos y un montón de gente allí que no se puede ver de tan oscura en esa oscuridad, pero el Jipi los besa a todos, les habla en náhuatl, repite mucho su saludo ése de in ixtli in yóllotl y mi madre lo repite en español (mi madre quiere ser mínimamente racional en este tiempo que nos tocó), “una cabeza y un corazón”, inclinándose gravemente ante los bultos de vejetes y rucas envueltos en jorongos, sarapes y de perdida papel periódico en la barraca de la ciudad perdida sin nombre en el cinturón de la basura, pero rodeados de aparatos que, suponemos, les trae de sus expediciones el Jipi Toltec, porque a un viejecito ciruela, pero bien ciruela el rucasiano, le hace entrega del ventilador eléctrico y el viejito pasa lo coloca cuidadosamente junto a su batidora Mixmaster y su hielera Sanyo y su televisor Philips y su tostadora Sears y su secadora de pelo Machiko Kyo y su horno de microondas Osterizer y su radio despertador Kawabata, guardados allí en esa oscuridad sepia y humosa, sin enchufes, sin luz de la calle aún, donde mi madre supone que ellos acumularán para siempre los trofeos que les traiga el hijo pródigo?, como Colón y Cortés regresando a la corte de España cargados de cocos y magueyes, hamacas y pelotas de goma, oro y maderas, penachos de pluma y diademas de ópalo, ellos se lo agradecen, él les besa las manos, ellos le acarician la cabeza grasa y lacia y luenga, todos se hablan en azteca y se dicen, cree entender mi madre, cosas muy poéticas y bonitas,

—Ueuetiliztli! (viejos!)

—Xocoyotzin! (cachorro!)

—Aic nel toxaxahacayan (nunca seremos aplastados)

—On tlacemichtia (allá fue robado todo)

—Olloliuhqui, olloliuhqui! (qué de vueltas!)

y miran con satisfacción a mi madre preñada, miran el centro de mi mamá donde yo me aviento un zambullido olímpico, pero cuando regresamos a Tlalpan yo sigo sin entender el mundo del Jipi como un pasado (quiero que todos tengan un pasado consciente para que yo nazca un poquito mejor) sino como algo muy distinto: él tiene una familia secreta y en ella sólo hay un recuerdo de silencio.

ALGO PARECIDO le pasa (les pasa: éstos son los pasados de ellos, apenas lo que pasa, nada más, me dicen mis genes tranquilos sólo la ciruela pasa) al Huérfano Huerta, aunque él habla de un hermano que se fue, el Niño Perdido, dice, y de una abuela que vive en Chicago, donde se olvidó del español y nunca aprendió el inglés: y la pobre se quedó muda: un recuerdo de silencio, les digo, nuevamente, esta vez capturado entre los sucesivos infiernos de viento y hielo y un purgatorio sofocante: Chicago, la ciudad de los hombros anchos, dice mi madre recitando algo y una luz de ensoñación aparece en los ojos de todos —Huevo, Huérfano, Jipi, la invisible Niña Ba que súbitamente yo quiero ver más que nada en el mundo, convencido de repente de que sólo yo podré verla: pero para eso necesito nacer, nacer y verla, no es cierto que no sea visible, me convenzo porque a mí nadie me ve tampoco, ni me hacen el menor caso, si no pataleo o doy de brincos o me echo clavados de cisne en la panza de/: Chicago y el Lago Michigan.

Se habló mucho de Chicago en estos mayos porque allá vivía la abuelita del Huérfano condenada al silencio, pero también porque pasó por la casa de San Pedro Apóstol el tío Fernando con dos indios, una pareja que él dijo conocer en su excursión del mes de febrero a una tierra de ciegos y vimos a esta extraña pareja de ojos claros y tez oscura, parados como dos estatuas flexibles en el umbral de la casa de los colorines, yo no sé si ciega (ya lo dije: a mí no me ven, cómo voy a juzgar a los que tampoco son vistos y ya se acumulan, cuenten bien sus mercedez biens: la Niña Ba, la familia humeante del Jipi, ahora esta pareja que me dicen mis padres es hermosa, fuerte, con una extraña determinación en la mirada nublada): habla el tío Fernando por ellos pero dicen mis padres que habla aún más el silencio de la pareja: no hay nadie mejor, no hay nadie más inteligente en este país que esta pareja y la gente como ellos, nadie, ni el financiero don Ulises López ni el ministro don Federico Robles Chacón ni el académico don Homero Fagoaga ni el sensible y atormentado conservador rebelde de mi padre ni la serena y (trata de serlo!) razonable da sinistra mamma mia que tan silenciosa se muestra a veces para no interferir en las conclusiones obvias de todo lo que ocurre, todos ellos juntos no son tan inteligentes, tan determinados como esta pareja de indios que se casaron el día de los grandes rumores y la noche de la primera luna de ella, creando a otro niño al mismo tiempo que yo, dándome un hermano invisible que jamás será visto por sus padres, creado (recuerde Elector) en el momento exhausto de un día incomprensible, rumoroso, incomparable, en el que todos los tiempos se volvieron locos y nadie pudo distinguir más la vigilia del sueño: regresó el tío Fernando a la sierra de los ciegos y esta pareja, que había aprovechado su anterior visita para casarse y hacer un niño, reconocieron el olor de su regreso (inconfundible historiador criollo), se le pegaron, repitieron sin cesar una palabra que aprendieron sólo los dioses saben dónde (Chicago, Chicago) y Benítez les dijo, no Chicago, Chicago no, se quedan aquí, ésta es su tierra, hacen falta aquí, se perderían en el mundo, y dos meses más tarde aquí están, ella embarazada, los dos ciegos, indios, monolingües, idólatras, mitómanos, chamánicos, sincréticos y en resumen amolados, qué tal como colección de handicaps?, eh?, digo yo? y diciendo Chi-ca-go llenos de determinación, mágicamente voluntariosos, allí están y nadie los va a detener: ellos van a escapar del círculo de la pobreza aldeana secular, ellos son los dos seres más valientes, más tercos, más locos del mundo: y han creado a mi hermano, el niño que fue concebido conmigo! Ellos van a romper la fatalidad. Valdrá la pena?

No entiendo bien lo que ocurre, lo admito. Razona y pugna don Fernando; ellos dicen “Chicago”; hace frío; allá está la abuela del Huérfano Huerta; si insisten, aquí está su dirección; pero están zafados.

Luego mi padre le dice a mi madre en la cama:

Al este se fue Quetzalcóatl

Del oeste llegó Cortés

Al norte se van los braceros

Al sur se van los muertos

Son los puntos cardinales de México y ninguno puede escapar a ellos!


9

MI PADRE NECESITA una brújula para orientarse en la ciudad: es como un navegante del Mar Ignoto. El grupo ha decidido que si van a sobrevivir todos tienen que encontrar trabajo en una ciudad de desocupados; del tío Homero, sospechosamente, no se sabe nada, y el tío Fernando, que vive de una modesta pensión universitaria y del éxito de sus libros en Polonia y Yugoslavia (ha acumulado millones de zlotys y dinares que nunca espera ver pero consume los ingresos en pesos de trece escritores polacos y yugoslavos en México) se ha dedicado a sembrar el pánico en los parkings del Defe.

Por ejemplo: se presenta como inspector de estacionamientos y hagan de cuenta que se presentó Júpiter al Juicio Final: todos corren, esconden, fingen, le echan agua a la nieve, echan por la coladera la verde esmeralda, se hacen los pendejos con el olor de mota quemada y aunque todo el mundo sabe que en los estacionamientos, en las cajuelas y los motores y debajo de los asientos de los coches se hace el tráfico de drogas, sólo don Fernando toma el toro por los cuernos moralizadores y se presenta como inspector incorruptible. No se ha visto susto igual, y sembrar el terror moral le basta a nuestro tío Fernando: el punto consiste en no recibir mordida alguna, de suerte que su actividad ni lo beneficia a él ni a nosotros.

—De todos modos, la mordida se nos ha vuelto muy exclusiva. Antes hasta eso era seguro y democráticamente asequible. El único derecho del hombre ganado por la Revolución Mexicana fue el derecho a la corrupción, que en Salvador o Paraguay es privilegio de una minoría pero en México le pertenece a todos, del Presidente al periodista al policía —y el que no es corrupto, es pendejo. De todos modos, en México el cohecho era natural, como lo ha sido desde los aztecas y el virreinato, cuando el soborno era conocido en la corte de Carlos III como “el unto mexicano”. Pero ahora, queridos sobrinos y jodiditos que los acompañan, los funcionarios ya no aceptan la primera mordida, sino que juegan a ver quién da más, hacen escenas, cómo se atreve usted, la International Baby Foods me ofreció el doble, la Emirates Baksheeh Corporation el triple, faltaba más! haga un intento mejor, señor. Ahora hasta usan un vocabulario internacional: la mordida pura y simple se llama la coima y el bajchich, el kickback, el pot-de-vin. El mordelón mismo se ha puesto sus moños, ahora escoge a quién quiere morder, no a cualquiera, hay categorías, qué va! El que soborna a un policía de tránsito de plano se quema. El que lo hace con un agente aduanal se hunde en el desprestigio más absoluto. Morder, lo que se llama morder, sólo mordiendo al Cardenal Primado, al Señor Presidente, al ministro Robles Chacón, a Mamadoc y extraterritorialmente, al Presidente Norteamericano Ronald Ranger (si es que éste existe de verdad y no es sólo lo que siempre fue: una oportunidad fotográfica, una fugaz imagen de televisión inaudible frente al motor de un helicóptero que se lo lleva de weekend a Campo Goliat, una calcomanía más en vagonetas con ventanas de oasis en Colorado, un holograma!). A ver, muérdame nomás a la Dama de Hierro, al Emperador Akihito, a la Madre Teresa, al Obispo Tutú o al Ayatola Jomeini; eso es morder, no al pinche diputado, al cuico de la esquina o a la revisora de equipajes, me lleva!

Así las apuestas, mi padre tomó su brújula y acompañado de mi madre (yo adentro) y Los Four Jodiditos, organizaron primero sus ocupaciones en la desocupación generalizada, a fin de sobrevivir hasta que ganáramos el Concurso de los Cristobalitos en octubre y entonces sí pal real y qué nos duras, maduras, o ya no seas perverso, universo, o como dice mi papá: —Avoid the mess, avoid the mess…

He aquí lo que lograron hacer uno de estos mayos:

Huevo se colocó como meteorólogo de televisión del distrito de Tlalpan pero fue corrido cuando la probidad de su temple le condujo a desdeñar las tormentas, huracanes, terremotos y demás excitaciones que tradicional y oficialmente eran sugeridas para amenizar los programas, contentándose en cambio con declarar: “El tiempo hoy es el mismo de ayer” o cuando mucho: “El tiempo ayer fue un poco mejor que el de mañana.”

Corrido de este puesto, consiguió chamba de limpiador en el Sanborns de la Avenida Universidad. Cuando el restorán y las tiendas se quedaban vacías, nuestro cuate Huevo primero juntaba la basura y trapeaba los pisos, luego tomaba del puesto de libros y revistas un volumen de Alianza Editorial de Madrid (cuya adquisición era prohibitiva) y se sentaba a leer en el café solitario hasta la madrugada. Se convirtió así en algo sumamente secreto: El Lector de Sanborns. Sin saberlo, tomó el mismo libro que Ángeles mi madre nunca acaba de leer: el Cratilo de Platón, ese diálogo donde nomás se habla de nombres, qué es un nombre?, un nombre existe porque la cosa exige ser nombrada?, es un nombre un puro capricho?, o quizás es Dios quien nos nombró?: Huevo y Ángeles, ese libro enchufó a Huevo en el mundo de Ángeles y ninguno de los dos lo sabía.

El Jipi Toltec, sucesivamente, fue escupidor de tabaco y tragafuego en las calles, vestidor (sastre) de pulgas, cohetero y paseador de perros elegantes. Pero a todos los perros les dio hidrofobia en sus manos; uno de sus cohetes se fue tan alto que demostró fehacientemente que lo de la cúpula era pura fábula; las chinches se le sindicalizaron abruptamente; y su escupitajo de tabaco más largo le dio en la placa de su Transnational negro a don Ulises López y ya no se pudo limpiar: el Jipi escupe, creo yo, el equivalente líquido del fuego del Quinto Sol.

El Huérfano Huerta empezó yéndose a Cuernavaca como cavador de albercas pero abandonó la chamba cuando, regularmente, vio que en vez de agua eran cadáveres lo que se aventaba a los hoyos y le caían sobre la cabeza. No quiso averiguar más y regresó a México, donde su nuevo aspecto de simpática inocencia chaplinesca le aseguró cierto éxito como house sitter o nodrizo de casas en ausencia de sus dueños. Así logró “sentar” la inmensa casa de don Ulises López y su esposa doña Lucha cuando salieron de viaje a Taxco en mayo, e informarle a mi padre que la niña Penny López, que creíamos muerta en la boite de Ada y Deng en Aka, estaba vivita y coleando, pero no culeando: muy sola en su caserón de Las Lomas del Sol y vigilada por su sombría dueña, la señorita Ponderosa.

Mi padre archivó este precioso pedazo de información y ofreció sus servicios a la SEPAVRE que reclamaba un traductor de dichos mexicanos ya que, sorpresivamente, se había encontrado un mercado europeo para la exportación de refranes, tal era el hambre de certidumbre y sabiduría en el Vecchio.

Entre las exportaciones más celebradas de mi papi se encuentran estas muestras recibidas con beneplácito hasta en Londres y París:

You left me whistling in the hill

Ah qu’elle est naine ma fortune, quand est-ce qu’elle grandira?

Thou hast made me muffins with goat’s meat!

La prudence, on l’apelle connerie

Here only my fried pigskins crackle!

Aux femmes, ni tout l’amour ni tout le fric

We only visit the cactus when it flowers

Faute de baguette, mangez des tortillas

Don’t call me uncle, we haven’t even met

Les amours a la distance, sont pour des cons à outrance

Esta industria sin chimeneas (salvo cuando Ángel tuvo que traducir “Aguacate maduro pedo seguro” y se contentó con “Art is a Fart”) y sin problemas (hasta “rosario de Amozoc” tenía ilustres equivalentes extranjeros en “Donnybrook” y “Branlebas”) redituó pingües ganancias que, de acuerdo con el pacto de Tlalpan, mi padre dividió entre mi madre, Huevo, el Jipi, el Huérfano y (discutiblemente) entre la Niña Ba y su humilde servidor.

Paralelamente, mi madre fue contratada por la Secretaría de Cultura, Letras y Alfabetización (SECULEA) para pergeñar versiones vernáculas de Shakespeare que pudieran entenderse en las colonias proletarias de la ciudad (hay otras?) del D. F. De Fe De Forme De Facto De Feque De Facultades. Su éxito fue la traducción de Hamlet:

Ser o qué?,

Pero luego tuvo que revisarlo todo porque quizás debía empezar: “Estar o no?”

No todos conocieron éxitos comparables. Los Four Jodiditos estaban fundamentalmente desmoralizados por la frustración de su vocación musical, enervados por su ausencia del terreno pre-emptivamente ocupado y dividido por los relamidos intelectuales del conjunto Immanuel Can’t.

La crítica de la razón púuuuuura

Es el mejor remedio contra la locúuuuuura

y la violencia cruda y grosera de los Babosos Brothers,

Anoche vi a tu papá coger

se a tu mamá y me vomité

que se oían el día entero por el radio, mientras ellos guardaban para un año mejor sus felices líricas noventas:

Si me quedo, la olvido.

Por eso mejor me voy.

Oh, Lady Disdain, do not

let me be your Swain:

Si la olvido, me quedo.

Por eso mejor me voy,

compuestas de noche, exhaustos, en la casa de Tlalpan, a donde un día llegó puntualmente la siguiente nota del tío don Homero Fagoaga:

Ciertamente distinguidos sobrinos:

Los vi salir el primero de mayo. Observé sus atuendos y escuché sus comentarios. Creí que, albergados bajo un techo común al cual todas las partes tendríamos derechos, por lo menos, juris tantum, nos habíamos dicho la verdad absoluta sobre lo ocurrido en el pasado próximo. Confieso mi desengaño. Ustedes, con alevosía y ventaja, se hicieron pasar por jipitecas trasnochados con melenas largas y bluejeans y vocabulario de los sesentas a fin de adormecer mi habitual sagacidad y creer que tenía que vérmelas con ingenuos retoños de la era de Mick Jagger, Janis Joplin y el Chic Guevara. De manera que todo fue un colosal engaño! Son ustedes parte de la vanguardia reaccionaria del conservadurismo rebelde! Buscan ustedes sus modas en la primera mitad del siglo, antes de que gringo alguno dejase su caca en la luna, cambiando para siempre el equilibrio del universo! He debido sufrir muchos quebrantos en mi vida. Pero ninguno ha puesto en crisis mi composición de lugar como este engaño de ustedes. Esperen mi revancha. Vayan empacando los mundos. La casa no será suya largo tiempo!

Sufragio Efectivo. No Reelección.

Lic. Homero Fagoaga (fdo).

El Jipi y el Huérfano dijeron que prepararían el sitio de Tlalpan: Homero sólo los desalojaría a la fuerza y antes ellos lo bañarían con hierro derretido y lo clavarían sentado en estacas, aunque su placer fuese infinito, pero Ángeles mi madre dijo que lo que de verdad la sobresaltaba era la idea de que el tío Hache se hubiese reconciliado con el Partido y el Gobierno (lo demás era pretexto), y diera al traste con la posibilidad de ganar el concurso de los Cristobalitos: ésta sería su perversidad mayor, había que impedirla y una mañanita de mayo mis padres trajeados a su manera más conservadora y anticuada tomaron el Van Gogh y la brújula y se trasladaron (yo canica adentro) a investigar en qué andaba el concurso y a registrarse debidamente ahora que más allá de toda duda Ángeles estaba, como decían Capitolina y Farnesia, “en estado interesante”.


10. LAS CAMPANADAS CAEN COMO CENTAVOS

SIMBÓLICAMENTE, EL PALACIO DE LA CIUDADANÍA al norte de la ciudad cerró, al ser construido, la Carretera Panamericana a fin de que lo flanqueasen las estatuas de los Indios Verdes. Desde allí se tendió una calzada, rodeada de agua retroalimentada, al vasto islote central donde, deadeveras, un águila posada sobre un nopal devoraba a varias serpientes diarias. Si el águila era también sustituida de tarde en tarde era algo que nadie averiguó ni quiso averiguar.

Del islote central bajaban una docena de escaleras a los túneles donde, asimétricamente, las ventanillas enrejadas se ofrecían a la función que justificó, sobradamente, esta multimillonaria construcción erigida por el gobierno del señor presidente Jesús María y José Paredes en plena crisis.

TODO CIUDADANO TIENE DERECHO A INFORMARSE

TODO CIUDADANO TIENE DERECHO A QUEJARSE

TODO CIUDADANO TIENE DERECHO A RESIGNARSE

Vestidos de negro, él manipulando su bastón de caña, ella sus gasas de luto, Ángel y Ángeles bajaron por una escalera al túnel y antes que nada hicieron cola en INFORMACIÓN, pues lo primero que debían saber es dónde se inscribía una pareja concursante para la celebración del Día de la Raza 1992. Dos horas más tarde, un señor peinado de prestado, muy a la vieja usanza burocrática, con visera azul y ligas en las mangas de la camisa, escuchó distraídamente la solicitud de mis padres:

—Uuuy, hay tantísimo concurso…

—Sí, pero éste es el Concurso de Cristóbal Colón, previsto para el 12 de octubre del año en curso…

—Hay varios concursos diarios, sabe usted…

—Sí, pero sólo hay un Concurso Colón…

—Está seguro, caballero?

—Sí, y usted también debería estarlo, si conoce su chamba…

—No, joven, altanerías conmigo no… Siguiente…

—La siguiente es mi esposa y le va a preguntar lo mismo: el Concurso de los Cristobalitos…

—Ah, no que Colón, usted dijo Colón hace un momento, ya cambió?

—Cristóbal o Colón, da lo mismo, Cristóbal Colón, no sabe usted quién era Cristóbal Colón?

—Mire, si se pone altanero le cierro la ventanilla en las narices…

—Atrévase…

—Bah, prefiero evitarle a otro colega el trato con usted, señor, me da compasión…

—Déjese de historias. El Concurso Colón, proclamado por Mamadoc el 12 de octubre de 1991…

—No dijo usted hace un rato que 1992, el año en curso? Quién le entiende?

—El Concurso se celebra en 1992, pero fue anunciado en 1991 por Mamadoc…

—Ah, ahora quiere echarme encima influencias…

—Da la casualidad que ella proclamó el concurso…

—Sabe qué les pasa a los que amenazan con influencias? Ha oído hablar de la renovación moral?

—Era muy chiquito entonces.

—Ah, además me llama vejestorio, falto de respeto…

—Mire señor, yo sólo quiero saber dónde me informo sobre este concurso, ni siquiera voy a tramitar nada con usted…

—Ah, así que me juzga incompetente. Sígale, sígale nomás, quiero ver hasta dónde llega su insolencia, jovencito…

—Respetuosamente le pido, señor, dónde puedo…?

—Oiga, yo tengo nombre, por qué me dice “señor”, nomás falta que me llame “ese”, falto de…

—Cómo se llama, pues?

—No tiene imaginación?

—No, usted me la agotó hace un buen rato, igual que la paciencia…

—Pues entonces vaya a la ventanilla de personal y averigüe primero cómo me llamo para que trate con respeto a un empleado público…

—Pero si yo…

—Nomás falta que me diga ese tipo, o el pinche calvo ese detrás de la reja, nomás eso falta, que me diga el triste burócrata ése con hedor de patas parado allí el día entero como pendejo, cuidado con llamarme pendejo, jovencito, o lo mando sacar de aquí a la fuerza, hey, seguridad, vengan aquí, me amenaza con violencia este muchacho, faltaba más!

Mis padres, a los cuales seguía, quiéranlo o no susmercedes, sospechosa la nube de los acontecimientos acapulqueros, rompieron filas y giraron en redondo, mareados y en busca de otra ventanilla de información. Se atrevieron a preguntarle a un guardia sentado en una silla de ruedas junto a una escalera, vestido con uniforme gris, de edad mediana y labio superior sudoroso (usaba un extraño kepí francés): información sobre el concurso de Cristóbal Colón, por favor, y respetuosamente?

Por esta escalera, dijo el guardia tullido.

—Gracias.

Avanzaron mis padres hacia los escalones.

—Un momento, dijo el guardia.

—Sí.

—Van ustedes a subir o a bajar?

—No sé; vamos a la oficina del Concurso; usted nos dijo…

—Esta escalera es sólo para bajar.

—Bueno, las oficinas del Concurso están arriba o abajo?

—Depende/

—Cómo que depende? depende de qué?

—De que ustedes suban bajando o bajen subiendo. Gran diferencia/

—Dónde están las oficinas del concurso?

—No me desvíe la conversación/

—Pero si yo no quiero conversar con usted, yo lo que quiero es información…

—Ah, lo hubiera dicho: la reja de la información está allí nomás, allí donde despacha el señor de la visera azul…

—Tranquilamente vuelvo a pedirle, señor: Usted nos dijo que tomáramos esta escalera. Ahora dígame: debemos subir subiendo o bajar bajando?

—Vaya, hasta que me habló claro.

—Y?

—Depende.

—Ahora de qué depende?

—Antes de la escalera, ve usted, está la puerta.

—Sí, no estoy ciego.

—Pues dígame si piensa salir por la puerta o entrar por la puerta/

—Salir, salir, qué duda cabe: salir/

—Ah, entonces baje tres niveles y a la izquierda están las oficinas del Concurso de Colón.

—El Concurso de Colón?, dijo sospechosamente la señora con cara de carcelera de Bergen-Belsen en versión Warner Bros Early Forties: pelo restirado, chongo, pince-nez, ojeras, labios de Conrad Veidt, cuello alto, corbatín de tisú y camafeo con la efigie pintada de Herman Goering y la cabalgata de La Valkiria pasando insinuante por el sistema Muzak:

—Mozart, dijo mi madre.

—Qué?, angostó los ojillos de víbora la señora sentada ante su mesa con una navaja en la mano, diseñando una cruz de hierro en la madera.

—No, queremos saber dónde nos inscribimos en el Concurso Cristóbal Colón previsto para el Doce de Oct…

—Han venido al lugar preciso.

—Vaya, suspiró mi padre colocándose los pince-nez para no ser menos que la recepcionista.

—Quién va a tener el niño?, dijo directamente la burócrata.

—Yo, dijo mi madre.

—Deberá comprobarlo.

—De acuerdo.

—Doctor Menges! ladró la señora. Otra para el Gotterdamerung!

Un hombre de pelo negro pintado, tics en la mejilla y ojos azules ligeramente bizcos, apareció detrás de un biombo blanco de hospital. El mismo lucía bata blanca, zapatos de charol negro y guantes de goma color ladrillo. Sonrió.

Pidió a mi madre pasar al espacio detrás del biombo (yo adentro, temblando de aprehensión), mi padre quiso seguirla pero la señora lo detuvo:

—Usted no.

—Ábrase de piernas, dijo el doctor.

—No le basta mi información? Dejé de menstruar hace casi dos meses y…

—Ábrase de piernas!, gritó el doctor.

—Cree que va a parar de llover?, le dijo mi padre a la señora del chongo.

—No intente small talk conmigo, contestó la dama.

—Ah, bueno, cuándo cree que va a estallar la III Guerra Mundial, entonces?

—No se me ponga gemutlichkaicito, se lo advierto.

—Yo? No me atrevería. Mejor la escucho.

—Qué quiere saber?

A mi padre se le iluminó el coco:

—Cuál es la ley que rige las actividades de esta oficina, el imperativo categórico kantiano, digamos?

La señora directora contestó con gran seriedad:

—Todos pueden hacer lo que gusten, siempre y cuando haya un culpable.

Ángeles gritó espantosamente cuando el doctor acercó un fierro candente con la punta en forma de suástica a las labias de mi madre: la entrada, meine dame und herren, de la cueva de Alí Babá donde el último tesoro soy Yo Mero: mi madre le dio una patada en la quijada al doctor, quien cayó por tierra, gritando, este niño no es ario, este niño no debe concursar, este niño tiene sangre de esclavos, gitanos, indios, moros, judíos, semitas, sematan, enloqueció gritando y nosotros huimos de allí, subimos los tres niveles, vimos al guardia en su silla de ruedas, abandonado, incapaz de moverse, mojado en sus propios orines, preguntándonos: —A dónde van, señores? Deténganse! Primero pregúntenme a mí! Por allí no! Esa ventana no es para mirar afuera, es para mirar adentro!

Hacia una fuente de luz corrían mis padres y yo más sobresaltado que nunca, más que cuando me visitaron los proletarios cilindros carnales de la sierra de Guerrero, yo aterrado de lo que vi, inocente e impuro de mí, en el relámpago del instante en que mi madre apartó los muslos y el fierro gamado del doctor se acercó a mi éxito (servirá esa apertura sólo para entrar mas no para salir?) y yo vi, sólo yo, en la cruz ardiente un par de ojos azules hipnóticos, un par de ojos que eran al mismo tiempo un mar de ojos, ola tras ola con los mismos ojos, como si el aire, el océano y la tierra estuviesen fabricados de ojos azules, hipnóticos, crueles: mi padre, de prisa, se topó contra un hombre y mi madre, sin aliento, cayó en sus brazos en el gran corredor de mármol del Palacio de La Ciudadanía. El hombre se ruborizó, la detuvo para que no cayera pero en realidad se la ofrecía a mi padre con una dulzura extraña que decía, no la quiero, no es mía; es tuya?

El hombre alto y delgado, con tamaños ojos negros, cejas pobladísimas, la cabellera negra y espesa sin entradas y las orejas largas de lobo, de vampiro transilvánico, de Nosferatu mudo, pidió mil excusas por su torpeza. Buscaba la salida.

—Busco la salida.

—Es para allá, creo, indicó mi padre.

—Llevo años buscándola, añadió el hombre vestido con cuello de celuloide y traje negro, chaleco y gruesa corbata gris, sin escucharnos.

Añadió con escasa esperanza que no esperaba encontrarla nunca, pero que no por eso cejaría en su intento.

Mis padres pasaron junto a la ventanilla del empleado con la visera azul, quien le decía a un retaco gordito, de edad indeterminada: —Ya le dije que no podía usted ir porque está borracho, pero a usted qué le importa si al cabo mañana se va.

Levantó la mirada y observó a mis padres:

—Y ustedes qué quieren ahora?, les gritó. Acaso quieren que se sepa todo? todo? todo?


11. CREERÉ EN TI MIENTRAS UNA MEXICANA

LOS VEINTITANTOS DÍAS PASADOS EN LA siú de Méx habían transformado a mis padres. Me dicen mis genetivos que cuando vivimos con alguien no notamos el paso del tiempo, hasta que un día exclamamos, dio el viejazo!, a qué horas le cayó encima la bola?, pero si ayer nomás era un jovencito! y luego nos vemos al espejo humeante y nos damos cuenta de que tampoco nosotros nos salvamos de los estragos del: bueno, yo lo único que sé es que mi mami apenas llegó a México Circus empezó a carraspear, a moquear, a sonarse el día entero, a toser, cosas que yo siento y resiento convulsivamente, díganme si no tengo razón señores electores, si nadie está más cerca de sus secreciones que yo y esta moquiza eterna me está infestando la piscina. Tose en la escala de Richter, número 7.

Estoy dentro de ella y por eso sé lo que nadie más: mi madre Ángeles a ratos puede parecer pasiva, pero adentro es activísima, si no lo sabré yo, adentro su coconut gira a mil por una y la mejor prueba es todo lo que yo vengo diciendo, pues sin el intermedio de ella, estaría más callado que los diputados de la legislatura diazordacista. Lo único que quiero decir en esta ocasión es que gracias a ella sé que ella ve a mi padre Ángel, veintidós años, al regresar todos a México D. F. y dice: —Es joven. Pero se ve cansado. Va a inspirar demasiada compasión. Ninguna vieja se le va a resistir.

Hubo ciertas pruebas de que algo ocurría. Como en la traducción de proverbios había interesantes ganancias en divisas mis padres se dieron el gusto de hacer incursiones al gigantesco Tex-Coco-Mex-Mall, dividido en cuatro enormes secciones en cruz, Mall Eficio, Mall Inches, Mall Zano y Mall Etha, donde se ha concentrado, sobre el fondo del antiguo Lago de Texcoco, todo el lujo, el consumo elegante, la oportunidad de ir de compras sin hacer colas, la abundancia: algo así, dice mi padre, como las tiendas de divisas de los países comunistas, pues aquí el que no tenga dólares, que ni se acerque.

Ángel sube por las escaleras mecánicas de Nuevo Liver Puddle en sentido contrario a las escaleras ídem que bajan: tiene la mano puesta en el pasamanos de goma. No la quita ni cuando (menos cuando) ve una mano de mujer que baja. La toca. Unas veces la mano femenina se retira. Otras no. Otras aprieta. Otras roza. Otras acaricia. Y otras mujeres, apenas nos distraemos mami y yo, regresan al lugar del crimen y dejan pedacitos de papel en la mano predispuesta de mi padre. Mi padre vuelve a aplicar la divisa eterna del eterno don Juan (que él es): a ver si es chicle y pega!

Esto no significa que por estos mayos floridos, a medida que crecía la barriguita de mi mamá (y yo adentro de ella) a mi padre no lo asaltase la angustia de saber si se hacía viejo sin haber vivido la plenitud sexual, dejando pasar las oportunidades, aunque lo frenaba el sentido de la contradicción entre sus ideas y su práctica. Su sexualidad renaciente, era progresista o reaccionaria? Su actividad política, debía conducirlo a la monogamia o al harén?

Al cabo pensó que ante un buen acostón se estrellan todas las ideologías.

Ella se lo perdona todo, la muy mensa digo yo, porque la muy cabeza de huevo dice que los celos son un ejercicio sobre la nada: el otro no está allí, ella se niega a verlo (la): la otra. Lo que está allí, al cabo, son los celos y su objeto: lo invisible. Para ella importa más que de noche él se le acerque y le diga perdóname, no soy perfecto, quiero ser otra cosa y aún no lo soy, ayúdame Ángeles y como ella, la muy taruga, lo quiere de veras, pues ve en él todo lo contrario de sí misma y esto es cuanto la completa. No pierde por ello la esperanza de que al cabo los dos se igualen.

“Dame cosas de qué pensar en las noches”, le dijo ella a él un día y ahora ella no se puede quejar. Él se las está dando, en abundancia. Ella no sabe si poco a poco en vez de ser fascinante se está volviendo fascinada por Ángel y el problema de mi padre es trazarse una línea de rebeldía y creación personal y no poder sustraerse sin embargo a las tentaciones que la niegan y quebrantan. Esto la fascina a Ángeles, pero Ángeles deja de ser fascinante para él y ella no se da cuenta y yo no sé cómo comunicar esto. No sabe decir otra cosa que ésta para aproximarse a un reproche:

—No vayas a decir un día que quise que fueras como todo el mundo.

Ángeles mi mamá mantiene a como dé lugar una confianza admirable. Se dice que ella y mi padre se conocieron muy jóvenes e incompletos. Cree que los dos pueden formarse, compartir su formación, a medida que se vayan conociendo. Es una optimista. Por esto admite que una vez gane uno y otra vez el otro. Es un juego que ellos aceptan como alternancias desde que los dos, al mismo tiempo, fueron vejados por Matamoros y su cuadrilla en Malinaltzin: allí los dos perdieron juntos pero juntos ganaron la capacidad de aceptar lo que pasó un atardecer del mes de marzo, sin echarse culpas uno al otro. Sólo en mayo empezaron a compensar su sublime nobleza de marzo y a echarse puyitas que querían decir, esta vez gano yo, esta vez pierdes tú, pues incluso la nobleza institucional de Ángeles cuando registra los deslices de Ángel es una manera de decir: esta vez gano yo por noble y comprensiva. Entonces él le da a entender que no se sentirá culpable a menos que ella demuestre un poco de enojo, lo que lo enferma es precisamente tanta nobleza de alma: mi mamá como una especie de Nicolás Bravo del lecho nupcial, jajajá! Todos perdonados y a sus casas a beber margaritas, pero si mi mamá demuestra el mínimo disgusto, entonces mi papá vuelve a hablar de las mujeres como criaturas creadoras de culpa. Entonces ella se indigna y le dice:

—Dibújamelas.

—Te lo platico mejor, dice Ángel y apaga la luz y yo me quedo desconcertado. Pero al rato uno u otro (aquí es donde realmente se alternan, puntual, matemáticamente) ya acercó el cachete a la oreja del otro, ya buscó la patita ajena como un hámster, ya metió los dedos (él) por el lujoso triángulo de mink de ella, ya pesó (ella) las talegas de oro de él, ya vamos que volamos a lo que te truje, ya se calentaron las sabanitas, ya se apapacharon las almohaditas, ya está adentro de su hogar mi viejo conocido el sinorejas y yo gratamente lo saludo: ahoy! ánimus intelligence!

Cuánto tiempo pasará antes de que cada uno rehúse verse en el espejo del otro, saber en el otro si envejece, si hace bien el amor, si debe ponerse a dieta, si es tomado en serio, si los recuerdos son compartidos? Vaya usted a saber, Elector! Y mejor dele vuelta a la hoja.