14

Lidia no podía creer que se encontrara en un avión Concorde, en compañía de James, rumbo a París.

Todos sus intentos de desanimarle a base de excusas habían sido inútiles. James no había cedido en su empeño. Muy paciente al principio, pero ligeramente enfadado a medida que pasaban los días y Lidia no le daba una respuesta, la decidieron a ceder y a pagar la deuda que tenía con él. Lo que sí consiguió fue convencerle para retrasar el viaje hasta finales de diciembre, pues había prometido a sus padres hacerles una visita en Navidad.

Al contrario de lo que ella pensaba, el señor Clark no había puesto ninguna objeción a su ausencia y Mary estaba encantada de sustituirla; más que por ella misma, lo hacía con la esperanza de que James y Lidia solucionaran sus diferencias.

— ¡Cómo me alegra que al fin hayáis hecho las paces! — comentó Mary con sinceridad.

— Sí, ahora somos amigos — le explicó Lidia— . Nuestra relación no pasará de ese grado de amistad.

— Entonces, ¿sigue ignorando tu estado?

L — Sí. No lo sabe ni lo sabrá. Esto que estamos viviendo ahora es como un espejismo en el desierto, nada más — aseveró con una aparente frialdad que alarmó a Mary.

— No sé, chica; quizás si le contaras la verdad las cosas podrían arreglarse entre vosotros. Desde luego es una cuestión muy delicada y muy íntima, Lidia; tú sabrás lo que haces — dijo apenada.

— Quiero a mi hijo, y ahora es lo que más me importa. No puedo arriesgarme a que James Vantor me lo quite — terminó con firmeza.

El padre López, que había estado en contacto con Lidia durante todo el proceso con los Abock, se quedó preocupado cuando ella le habló de su viaje a París.

— Espero que vuestra relación prospere y llegue a buen fin, Lidia. Sabes que sólo deseo lo mejor para ti — le recordó con afecto— .

Cuídate, niña, y que Dios te bendiga.

Lidia agradeció la calidez de la mano de James. No hacía mucho que se conocían, pero él parecía comprenderla muy bien.

Desde el mismo momento en que había accedido a viajar con él, James la había estado animando y alentando a continuar su relación.

Sabía que eran felices cuando estaban juntos y se olvidaban de las barreras sociales que los separaban. James no había creído hasta entonces en el amor. Nunca había comprendido que una persona se dedicara exclusivamente a otra y que además fuera feliz tan sólo con ella. Ahora empezaba a sentir que lo que siempre había dudado, comenzaba a sucederle a él. Sólo era feliz con Lidia. Deseaba verla a cada instante, y siempre que estaban juntos pasaba el tiempo a gran velocidad. Este sentimiento le tenía completamente confundido y asombrado.

— Duérmete si quieres, cariño — sugirió él con solicitud— ; tan sólo tienes que pulsar este botón y el asiento se echará hacia atrás.

— Ahora no tengo sueño. Estoy tan emocionada de poder viajar en este magnífico avión con dirección a París, que creo que dormiré lo menos posible para intentar ver y disfrutar al máximo de cada minuto de este maravilloso viaje — dijo mirándole con los ojos brillantes de excitación— . Muchas gracias por todo, James — continuó— .

Pase lo que pase quiero que sepas que siempre te estaré agradecida por la ayuda que me has brindado cuando yo más lo necesitaba.

James sintió cómo una ola de calor le recorría todo el cuerpo cuando ella se le acercó y depositó un beso fugaz en sus labios; al mismo tiempo un tenebroso escalofrío lo hizo estremecerse al captar un tono sombrío en sus palabras.

— ¿A qué te refieres con "pase lo que pase"? — preguntó preocupado.

Lidia sonrió con calidez.

— ¡Oh! A nada en concreto. Son cosas mías que ni yo misma sé por qué las digo — se excusó.

— No quiero que hagas premoniciones negativas sobre nosotros, Lidia. Estamos muy felices juntos y así debemos continuar — aseveró mostrando un ligero enfado.

— Por supuesto que sí — admitió Lidia con voz persuasiva— . Son los nervios los que me hacen decir tonterías; perdóname.

James se acercó a ella y habló con voz queda.

— Está usted perdonada, señorita Villena, pero como penitencia, debe darme un beso ahora mismo — le ordenó mirándola con ojos maliciosos.

Lidia accedió con gusto y ambos se fundieron en un largo e intenso beso. Al separarse, los dos temblaban, sin que ninguno de ellos se atreviera a analizar lo que realmente habían sentido.

James quería darle más tiempo; tenía miedo de que ella retrocediera de nuevo. Por su parte, Lidia, completamente conmocionada por el beso, no quería que él sacara conclusiones erróneas de su actitud. Se había propuesto ser tan sólo amiga de James y así sería. Lidia sabía que no se podía permitir el lujo de dar un paso en falso, teniendo en cuenta las circunstancias en las que se encontraba. Cuánto más intimara con él, más difícil le sería alejarse cuando llegara el momento. La única solución era comportarse como una simple amiga y no dar pie en ningún momento a que él se hiciera falsas ilusiones.

Mientras cruzaban las calles de París camino del hotel, Lidia miraba con avidez a la gente, intentado contemplar también cada uno de los bellos edificios que se acumulaban unos detrás de otros.

Todo le parecía fantástico, brillándole los ojos de excitación cada vez que se mostraban ante su vista los monumentos que contribuían a que la ciudad de París fuera considerada la más bella del mundo.

— ¡Qué maravilla, James; esto es grandioso! — exclamó sin dejar de mirar por la ventanilla del coche ni un momento.

Él sonreía rebosante de dicha al verla tan entusiasmada.

— Esto es sólo una visión fugaz de las maravillas que guarda esta ciudad — comentó divertido— . Recorreremos sus monumentos y todo lo que quieras: estoy a tu disposición, cariño — afirmó apretándole la mano con afecto y besándosela a continuación.

— Será un viaje inolvidable — dijo mostrando una expresión en sus ojos que James calificó más bien de indescifrable.

Lidia sintió alivio cuando al llegar al hotel, uno de los más lujosos de la ciudad, según le pareció a ella, el recepcionista, después de recibir a James con toda clase de deferencias, le entregó dos llaves. Desde que él le había pedido que le acompañara en ese viaje, Lidia se había preguntado muchas veces qué era lo que James pretendía de ella con esa invitación. Todavía no lo sabía, pero por lo menos él había tenido la delicadeza de no forzarla a compartir con él una situación que ella no debía ni podía compartir.

Las dos suites estaban una al lado de la otra. Lidia, una chica normal, criada en el seno de una familia de clase media en la que jamás se habían conocido esos lujos, contuvo la respiración al contemplar la habitación que se le había asignado.

— ¡James, qué preciosidad! Te agradezco que hayas querido lo mejor para mí, pero de verdad que no hacía falta. Yo me conformo con poco, pues no estoy acostumbrada a estos lujos — admitió con humildad.

— Tendrás que acostumbrarte, amor. Siempre que estés conmigo, disfrutarás de todo lo mejor — afirmó él con rotundidad.

Lidia admiró detenidamente todo lo que la rodeaba una vez que se quedó sola. No tenía tiempo para pensar. James llamaría a su puerta en menos de una hora. Pensativa, su honestidad se rebeló contra la actitud de consentimiento que mostraba con todo lo que James le ofrecía y le insinuaba. Lo más justo, teniendo en cuenta la bandera de la honradez que Lidia siempre defendía, era haberle hablado con sinceridad, haberle dicho claramente, aunque con tristeza, que este viaje no podía significar para ellos nada más que unas simples vacaciones entre amigos, y que una vez de vuelta en casa, no volverían a tener ningún tipo de relación. No había tenido valor para dar ese paso, sobre todo por dos importantes razones.

Primero porque, teniendo en cuenta la ayuda que la había prestado, no se merecía una respuesta tan dura y, segundo, porque había tenido miedo de que ante sus constantes negativas, James hubiera sospechado algo y hubiera descubierto su embarazo. Lidia había accedido a darle gusto porque se sentía fuertemente atada a él por un lazo de agradecimiento. Esta excusa no la eximía de la inefable verdad que no podía ocultarse a sí misma: ya fuera en París o en cualquier otro sitio. Ella siempre se encontraba feliz al lado de James. Con ningún hombre había sentido ni sentiría la alegría interior que la dominaba cada vez que estaban juntos. Le amaba y su corazón se encargaba de recordárselo constantemente.

El programa en París se presentaba de lo más apretado. Su estancia allí sería de una semana. Lidia quería verlo todo, disfrutar y vivir la ciudad catalogada como la más bonita del mundo.

La primera visita obligada de cualquier turista es la torre Eiffel, y allí empezaron Lidia y James su recorrido. Subieron en el ascensor hasta el último piso y desde allí contemplaron la bella panorámica de París.

James había estado en la capital francesa muchas veces. Desde niño había viajado a Europa con sus padres y había recorrido en cantidad de ocasiones sus viejas calles y monumentos. Ahora estaba de nuevo en París, y lo más atrayente para él en esos momentos era contemplar las distintas expresiones de sorpresa, admiración y ensimismamiento que reflejaban los bellos ojos de Lidia. Al día siguiente, dedicaron la mañana a visitar el Museo del Louvre, donde contemplaron algunas salas de pinturas, otras de muestras arqueológicas egipcias y, finalmente, la Venus de Milo, estatua que Lidia tenía un gran afán por conocer.

— Todo el museo es una verdadera joya. Ni en una semana ni en un mes tendríamos tiempo de visitarlo entero. He disfrutado mucho con lo que he visto; es un lujo estar en París y... todo gracias a ti, James — dijo mirándole con candor.

James le pasó el brazo por los hombros y la acercó un poco más a él, depositándole a continuación un beso en la sien.

— No tienes que agradecerme nada, Lidia. Si te pedí que vinieras fue porque me apetecía enormemente que me acompañaras en este viaje. Nunca lo he pasado tan bien como lo estoy pasando ahora contigo — confesó mirándola sugestivamente— , así que si alguien tiene que dar las gracias, soy yo.

Habían visitado los monumentos más importantes de París y se habían hecho cantidad de fotos. Todos los rincones le parecían preciosos a Lidia, dignos de plasmarlos en fotografía.

Desgraciadamente, los días en la capital francesa tocaban a su fin. El tiempo había pasado con rapidez para los dos jóvenes, y según opinaba Lidia, todavía les quedaba mucho por ver. La mañana del penúltimo día, James tenía una reunión de negocios y no pudo acompañar a Lidia en su recorrido turístico. El chófer la acompañó continuamente y le enseñó los principales barrios y arterias de la ciudad. Lidia no quería comer sola. Decidió invitar al chófer para seguir hablando de París y que él le contara anécdotas que no se encontraban en las guías turísticas. En un principio, el francés no quería aceptar; le parecía inconcebible que esa bella dama le invitara.

Con naturalidad, Lidia lo convenció. La velada resultó muy agradable; ella le hacía preguntas sobre la ciudad y él contestaba dándole todo clase de detalles acerca de los barrios, lugares típicos y forma de vida de la gente.

— Es usted una mujer muy agradable, señorita Villena, en nada parecida a las encopetadas damas con las que suelo trabajar — comentó el chófer con franqueza.

— Será que yo no soy una gran dama sino una chica vulgar y corriente — contestó ella con llaneza.

— Al contrario, yo creo que es usted una gran señora.

Lidia sonrió agradecida, despidiéndose de él amigablemente.

De vuelta en el hotel, aprovechó que James aún no había llegado para darse una ducha y arreglarse para la cena. Las noches anteriores lo habían pasado muy bien cenando en típicos restaurantes franceses, sobre todo en la zona bohemia de Montmartre. Durante las cenas en la intimidad habían charlado más que nunca de ellos mismos: infancia, amigos, estudios... Habían sido unas veladas maravillosas y sin duda, inolvidables.

James llamó a la puerta de la suite de Lidia, pero no obtuvo respuesta. Sabía que estaba dentro porque se lo había dicho el chófer. Decidió esperar en su habitación y llamar más tarde.

Lidia se disponía a vestirse, cuando sonó el teléfono.

— ¡Hola, James! ¿Qué tal te ha ido la mañana?

— Bien, pero me ha surgido un compromiso para esta noche que no he podido eludir — comentó contrariado— . Lamentablemente, no podremos estar solos, como en las noches anteriores; tenemos que asistir a la fiesta que han organizado unos amigos.

Desilusionada por el cambio de planes, Lidia intentó ser complaciente.

— Como quieras...

— Pasaré a recogerte dentro de media hora ¿Te viene bien?

— Sí, estaré preparada.

Lidia se dirigió deprisa al armario y cogió el traje de muselina amarillo, el único vestido largo de fiesta que había metido en su equipaje. Aparentemente, todavía le quedaba impecable, aunque notó, nada más ponérselo que, debido al embarazo, la tela se le ajustaba más al cuerpo y hacía resaltar espectacularmente sus curvas.

James llamó a su puerta a la hora convenida. Lidia le recibió con una radiante sonrisa.

— Pasa; cojo el bolso y nos vamos enseguida — dijo sin reparar en su expresión de desaprobación.

James había estado toda la mañana trabajando con su colaboradores y socios. Había echado de menos a Lidia mucho más de lo que él nunca hubiera esperado. Había pensado en un plan perfecto para la noche y uno de sus amigos franceses se lo había estropeado, y ahora, para colmo, encontraba a Lidia vestida con un traje que le había regalado otro hombre. Su malhumor, que había ido en aumento por momentos, estaba a punto de llegar a su punto culminante.

Al salir de la habitación, Lidia encontró a James sentado, mirándola con una expresión de disgusto.

— ¿No tenías otro vestido para ponerte? — preguntó con voz helada.

Lidia comprendió inmediatamente lo que estaba pasando por su mente.

— ¿No te gusta éste? — preguntó con la única intención de hacerle hablar. Era mejor aclarar las cosas cuanto antes.

— Reconozco que te sienta muy bien. Lo que me disgusta es verte con ropa regalada por otro hombre.

Lidia suspiró con paciencia.

— Es absurdo que tengas esos prejuicios, James. Sabes perfectamente que Irving Longley es solamente un amigo. Me lo regaló para asistir al baile de la Cruz Roja y su intención fue completamente inocente. Simplemente, quiso que no me viera en el dilema de no poder asistir por falta de vestido, teniendo en cuenta el poco tiempo con el que me avisó — le explicó pacientemente con voz reconciliadora.

James se levantó y se dirigió hacia la ventana, apartó las cortinas y contempló la calle con indiferencia. No quería pelear con Lidia, pero le resultaba muy difícil controlar los celos que había sentido al reconocer el vestido. Le dolía recordar lo cariñosa que ella se había mostrado en todo momento con Longley y lo esquiva que seguía siendo con él. Sabía que entre Longley y ella no había nada serio, de hecho estaba seguro de que no se habían vuelto a ver. Aun así, le costaba olvidar ciertas escenas en las que hubiera deseado ser él el protagonista.

— ¿James? — susurró Lidia con la esperanza de que se hubiera calmado.

Él se dirigió hacia ella con ojos amorosos y la abrazó con ternura. Lidia correspondió a su abrazo y ambos se dijeron, sin necesidad de palabras, lo que sentían el uno por el otro.

El castillo en el que se celebraría la fiesta se encontraba a las afueras de París.

— ¿Pero es un castillo de verdad? — preguntó Lidia, fascinada.

— Pues claro; es un castillo de la época medieval. Tiene casi ochocientos años — explicó James— . Su propietario, un banquero jubilado, amigo de mi padre, se dedica ahora enteramente a la finca.

Tras recorrer una estrecha carretera que atravesaba un bosque, el castillo apareció ante sus ojos, orgulloso y eterno. El coche atravesó el viejo puente sobre el foso y los introdujo en el patio de armas, completamente iluminado con lámparas en forma de antorchas.

James saludó a los anfitriones y les presentó a Lidia. El señor Joinville se mostró muy cordial y galante con la joven americana, realmente admirado de su belleza.

Lidia nunca había tenido ocasión de asistir a una fiesta de la alta sociedad internacional y no estaba acostumbrada a las frivolidades y coqueteos de la gente que se movía en ese ambiente.

Aceptando su ignorancia acerca de tales sutilezas, no tuvo más remedio que mostrarse tal como era. Su éxito fue fulminante, no sólo por su atractivo, sino también por su simpatía y sencillez.

James sonreía satisfecho al contemplarla charlando con sus amigos como si los conociera de toda la vida. También fruncía el ceño cada vez que algún admirador se mostraba demasiado efusivo.

Lidia no hablaba un francés perfecto, pero se defendía muy bien en ese idioma.

— Me admira que además de bella, sepa usted hablar tan bien en nuestro idioma — le dijo el señor Muset, el típico galán siempre atento con las damas.

— No lo hablo muy bien, señor Muset, pero puedo entenderme, que es lo que me interesa — respondió la joven sonriendo.

La cena resultó muy agradable. Los platos que se sirvieron, dentro de la más típica cocina francesa, estaban exquisitos, y la compañía que le tocó al lado, el señor Muset, un hombre muy atractivo de unos cuarenta años, y el señor Saint Pierre, un señor mayor que le explicó detalladamente la historia del castillo, la tuvieron muy entretenida durante toda la velada.

Estaban a punto de irse cuando el señor Muset le habló quedamente al oído.

— Si le interesa, yo puedo enseñarle lugares maravillosos de París que sólo un parisino de nacimiento conoce.

Lidia rió divertida.

— Me encantaría, pero tendrá que ser en otra ocasión. Muchas gracias.

El francés simuló sentirse abatido.

— ¡Mala suerte!, aunque no pierdo la esperanza — dijo con una sonrisa pícara.

Lidia le extendió la mano para despedirse y le mostró su sonrisa más encantadora.

De vuelta al hotel, James y Lidia, cogidos de la mano, hablaron divertidos sobre la fiesta que acababan de dejar.

— Has sido la admiración de todos — dijo James con orgullo— , aunque no me gustaron mucho las atenciones que te dedicaba ese francés...; a punto estuve de ponerlo en su sitio — señaló enfadado.

— Los franceses tienen fama de ser muy galantes y corteses, así que no me extrañó nada la actitud del señor Muset — aclaró ella— . De todas formas debo decir en su defensa que en todo momento se mostró como un auténtico caballero.

— Sí, por ahí se empieza... — puntualizó con ironía, mirándola de reojo para observar su reacción.

Lidia se acercó más a él, y continuando con la broma, le preguntó al oído:

¿Celoso, señor Vantor? — Él giró la cabeza, taladrándola con el fuego que despedía su mirada — De todo hombre que te mira y de cada uno de tus pensamientos que no está dedicado a mí — admitió con franqueza.

Asombrada por su respuesta, Lidia le miró fijamente a los ojos.

— ¿No esperabas una respuesta así?

— Pues la verdad es que no.

— Lo que he dicho es lo que siento. Te quiero para mí sólo y no soporto verte con otro hombre — confesó apretándole la mano— .

Nunca había aflorado en mí este espíritu de posesión que tú me inspiras. Te confieso que también me ha cogido por sorpresa, pero no puedo evitarlo.

Lidia no contestó. No estaba muy segura de lo que James había querido decir, pero para ella estaba claro que su deseo y su afán de posesión nada tenían que ver con el amor. Él era muy explícito cuando hablaba, y Lidia en el fondo lo agradecía. Se sentía desilusionada de que James no la amara, aunque reconocía que sería mucho más doloroso que él tratara de engañarla con palabras falsas.

Mostrándose sincero, como hasta ahora lo había sido, Lidia sabía a lo que atenerse sin hacerse falsas ilusiones. Era mucho mejor enfrentarse con la realidad y dejarse de tonterías infantiles.

Durante el resto del trayecto, ambos se mantuvieron silenciosos, dedicado cada uno a sus propios pensamientos.

— Lidia — dijo James mientras se encontraban en la puerta de su habitación— ¿Podría pasar y tomar una copa? — preguntó mirándola con fijeza.

A pesar de que había esperado esa pregunta desde el primer día, en esos momentos la desconcertó.

— No puedo negarte una copa, James. Después de lo gentil que has sido conmigo, es lo menos que puedo ofrecerte.

Los ojos de James brillaron con deleite ante la buena disponibilidad de Lidia. Todavía no podía cantar victoria. Si bien se mostraba cariñosa y simpática, en ningún momento le había insinuado que hubiera cambiado de opinión respecto a la petición que él le había formulado hacía unos meses.

Sintiéndose tensa y nerviosa, Lidia dejó el bolso encima de una mesa y se acercó al mueble— bar. Debido a la cantidad de gente que le saludaba en la fiesta, James había tenido muy pocas ocasiones esa noche para poder contemplarla detenidamente. Ahora que estaban solos, se sentó cómodamente en un sofá y observó con avidez cada uno de sus movimientos. Estaba guapísima, notando con extrañeza que, a pesar de llevar el traje amarillo que él tanto odiaba, la envolvía una especie de aureola de energía y plenitud que la hacía parecer más hermosa y radiante. Siempre la había deseado, desde el mismo instante de conocerla. Ahora era cada vez más imperiosa su necesidad de ella: de verla, de estar continuamente a su lado, de tocarla... Mientras durara ese arrebato, debía convencerla para que se dedicara a él única y exclusivamente.

Lidia se acercó a James esbozando una dulce sonrisa y le entregó la copa que le había preparado.

— Gracias, mi dulce Lidia — dijo dedicándole una mirada insinuante.

Ella se sentó a su lado en el sofá, pasando por alto la sugerente expresión de sus ojos. Comenzó a hablar aceleradamente sobre París y la fiesta a la que acababan de asistir. Estaba muy a gusto con James, pero no quería que la pusiera otra vez a prueba. Teniendo en cuenta sus sentimientos hacia él, era más que seguro que James volvería a salir victorioso de la batalla.

James la miraba mostrando una sonrisa complaciente en sus labios. De pronto, con movimientos decididos, dejó su copa en una mesa y la abrazó con ternura. Lidia se mostró sorprendida, siendo sus palabras rápidamente silenciadas por los labios audaces y posesivos de James. Lidia había temido y deseado ese momento.

Ahora que se encontraba entre sus brazos, se olvidó de todo lo que había pasado anteriormente entre ellos, desechando pensamientos perturbadores y concentrándose únicamente en su amor por él.

Lidia correspondía con ardor a sus besos y a sus caricias, haciendo que él se enardeciera cada vez más y se volviera más exigente a cada segundo que pasaba. Se encontraba feliz entre sus brazos, deseando que ese momento no se terminara nunca. Sin embargo, en el instante en el que James la depositó sobre la cama y empezó a desabrocharle el vestido, Lidia volvió a la realidad de su situación. Su embarazo, sus curvas más pronunciadas y el pecho más abultado podrían alertar a James y hacerle llegar a una conclusión certera. "¡No!" pensó, tenían que detenerse inmediatamente si no quería que todo su plan se viniera abajo. Este pensamiento y el hecho de hacer el amor con el hombre que era el padre de su hijo sin que él lo supiera, la hicieron ponerse rígida y apartarse de él. Era absurdo tener escrúpulos a esas alturas, pero le parecía inmoral hacer el amor con el hombre que amaba y engañarle al mismo tiempo.

— ¿Qué sucede, Lidia? ¿Por qué te apartas de mí? — preguntó James con desesperada frustración.

— Lo siento, pero no puedo seguir. Esto es una locura que no nos llevará a ninguna parte — contestó con el rostro angustiado.

Furioso por este nuevo rechazo, James se enfrentó a ella mirándola con ojos fríos como el hielo.

— ¿Qué es exactamente lo que tratas de decirme?

— Lo nuestro no tiene solución, James, y todo intento por tu parte de reanudar unas relaciones que no tienen ningún futuro, es perder el tiempo — dijo con una nota de melancolía en su voz.

Su afirmación se le clavó en lo más hondo.

— Eres muy fría para el amor, ¿no? — inquirió él con tono acusador— , ¿o es que hasta haciendo el amor calculas lo que te puede aportar esa relación?

En otras circunstancias, Lidia hubiera encajado muy mal esta acusación, pero ni siquiera en esos momentos de enfrentamiento entre los dos pudo olvidar lo que le debía.

— James, por favor, no me interpretes mal. No calculo nada cuando estoy contigo. Lo que trato de impedir es que los dos suframos inútilmente — explicó paciente.

— No sé por qué tienes que hacer un drama de algo tan natural y sencillo como es el deseo entre un hombre y una mujer — replicó furioso.

— Es cierto que es muy natural, pero para mí no es tan sencillo.

— ¿Puedo saber por qué?

Sus ojos suplicantes no lo conmovieron en esa ocasión.

— Ya hemos hablado de esto otras veces y siempre hemos terminado mal. Por favor, James, déjalo así. Me dolería enormemente estropear este maravilloso viaje que tú me has dado la oportunidad de disfrutar.

James dio un resoplido y se dirigió hacia la puerta. Antes de salir la miró disgustado.

— Debo haberme portado muy mal contigo para ser objeto de tantos rechazos por tu parte.

Sus palabras tocaron la fibra más sensible de Lidia.

— Al contrario, James; has sido muy generoso y gentil, y yo te estoy muy agradecida, de verdad, pero...

— Pero te fastidia compartir mi cama — terminó él furioso.

— Ahora no puedo, James. Por favor, no me lo pidas — le rogó con la angustia reflejada en su rostro.

Él no contestó; simplemente la miró con gesto desolado y dejó la habitación bruscamente.

Lidia esperó expectante el día siguiente. Conocía a James y sabía que estaba al límite de su paciencia, por esa razón su reacción después de lo que había pasado entre ellos podía ser imprevisible.

Sintiendo cierto temor de lo que pudiera suceder ese día, Lidia se vistió y se dispuso a esperarle para desayunar juntos, como hacían todos los días, en la intimidad de su habitación. Él se presentó a la hora de costumbre y la saludó con un cortés "buenos días" y un beso en la mejilla. El gesto de su rostro era indescifrable, lo que hizo que Lidia sintiera una cierta aprensión. Creía conocerle un poco, por ese motivo le extrañaba que, después de lo sucedido la noche anterior, James no hubiera iniciado una pelea verbal nada más entrar en la habitación. Por el contrario, habló solamente de los planes que tenía previstos para el día y nada más desayunar partieron para Versalles.

Lidia conocía por fotografías el palacio. Contemplarlo al natural le quitó el aliento. James observaba ensimismado sus gestos, sonriendo complacido ante la admiración que ella demostraba con todo lo que veía.

— ¡James, es maravilloso! — exclamó extasiada.

— Debo confesar que juego con ventaja. Sabía de antemano que todo lo que te he enseñado te encantaría.

— Me has traído y eso es lo que importa. Anda, dejémonos de charla y dediquemos nuestro tiempo a visitar esta maravilla — le apremió impaciente.

El guía les explicó todo con claridad, sintiéndose cada vez más fascinada con cada nueva estancia que visitaban.

— Viendo todo este lujo y pensando en la enorme miseria que había en esa época, no me extraña que se iniciara la Revolución Francesa — le comentó a James mientras salían del palacio y se adentraban en los magníficos jardines.

— Sí, todo en esta vida tiene su lógica — puntualizó él— , pero esas revoluciones no siempre terminan siendo justas. En la Revolución Francesa, como en muchas otras, murió mucha gente inocente.

También es cierto que se fijaron unas directrices que cambiaron la estructura de Europa.

— Cierto, y de esos cambios conseguidos entonces con mucho sufrimiento, nos hemos beneficiado todos los pueblos.

Cogidos de la mano pasearon por los bellos jardines, evocando tiempos pasados y disfrutando de su mutua compañía.

Por la noche, James reservó una mesa en una de las más famosas salas de fiesta de París.

En esa ocasión, Lidia había descartado ponerse el traje amarillo, aunque para su gusto, era el vestido de noche más bonito que tenía. Había pasado un día maravilloso con James y no quería estropearlo por algo tan banal como un vestido. Finalmente, eligió un conjunto que le hicieron entre su abuela y su madre hacía dos años para el día de su cumpleaños. La falda era de seda en color oro y la blusa de muselina en color marrón tabaco, cruzada en el pecho y con mangas largas. No tuvo tiempo para hacerse moño, por lo que decidió rizarse un poco el pelo y dejarlo suelto. Se disponía a coger el abrigo negro que tenía reservado para cuando salía por la noche, cuando alguien llamó a su puerta. Abrió pensando que sería James.

Efectivamente era él, y en esta ocasión acompañado de un botones del hotel con una gran caja en sus brazos, adornada con un enorme lazo.

Lidia sonrió pero no supo qué decir.

— Esto es para ti, amor — dijo James cogiendo el paquete y entregándoselo.

Ella titubeó antes de decidirse a tomar lo que él le ofrecía.

— Muchas gracias.

James la ayudó con la caja y ambos entraron en la habitación.

La dejaron sobre la mesa, y antes de abrirla, Lidia se dio la vuelta y se acercó a James con ojos enamorados. Él tembló y la cogió en sus brazos con delicadeza.

— Gracias, James, pero con las flores hubiera sido suficiente — le susurró al oído mientras ambos se abrazaban.

Él se puso tenso inmediatamente. En esos momentos reparó en los tres enormes ramos de flores que adornaban la habitación, además del centro que él le había enviado el día anterior.

Lidia notó su rigidez y se separó extrañada.

— ¿Qué te sucede?

— Yo no te he enviado esas flores — contestó con voz seca— .

¿Quién ha sido?

Ella lo miró confundida.

— No lo sé, creía que habías sido tú, como tantas otras veces.

James se movió furioso y comenzó a buscar una tarjeta que identificara al admirador de Lidia. La encontró entre las flores de uno de los jarrones y la abrió sin reparar, debido a los celos que lo cegaban, que estaba cometiendo una falta de educación al leer una nota que no iba dirigida a él.

"No pierdo la esperanza de enseñarle el auténtico París".

"Con toda mi admiración”

— ¿Quién es Alain Muset? — preguntó con brusquedad.

— No lo sé... ¿Muset has dicho? — preguntó Lidia tratando de recordar— . ¡Ya sé quién es! — exclamó acordándose del galante francés— . Fue uno de los caballeros que cenó a mi lado en la fiesta del castillo. Era un hombre agradable y muy divertido.

— ¿Y sólo porque estuvisteis cenando uno al lado del otro te ha enviado tres inmensos ramos de flores con una nota muy significativa? — preguntó suspicaz, alargándole la tarjeta.

— No sé exactamente cuales han sido sus motivos, pero lo que sí recuerdo es que intentó ligar conmigo y yo me negué... James, por Dios, no seas niño — le riñó divertida acercándose a él— . Esto no tiene ninguna importancia. Yo no me acuerdo ya ni de su cara, y él, estoy segura, lo único que ha pretendido es mostrarse amable con una extranjera, nada más.

El ceño fruncido de James demostraba claramente su irritación.

— No me agrada que otro hombre intente conquistarte a mis espaldas.

Sin ninguna gana de continuar esa absurda conversación, Lidia se acercó a la enorme caja que todavía permanecía sin abrir encima de una mesa y se dispuso a deshacer el lazo.

Se imaginaba que sería un vestido, pero sus ojos se dilataron con sorpresa al contemplar el abrigo de visón más maravilloso que había visto en su vida. Con manos temblorosas lo sacó de la caja y lo tocó admirada sin saber qué pensar. Era un regalo magnífico, un regalo que hubiera vuelto loca a cualquier mujer. En cambio Lidia, en la situación en la que se encontraba con James, hubiera preferido algo más modesto, pero entregado con verdadero amor.

— Muchas gracias, James; es precioso.

— No quiero que pases frío, amor — dijo acercándose a ella y besándola con intensidad— . Anda, póntelo a ver qué tal te queda.

Lidia se miró en el espejo y contempló una imagen suya que no le era familiar y que no la convencía. Disimulando lo que sentía, se esforzó en sonreír y agradecer de nuevo el magnífico regalo.

— Te sienta a la perfección; parece que conozco muy bien tus medidas... — comentó con picardía.

— Es un abrigo precioso. Quizá excesivo para mi filosofía de la vida — respondió Lidia con sinceridad.

— Por favor, cariño, no seas tan modesta. Eres más guapa y más elegante que cualquiera de las mujeres que conozco, así que no te infravalores.

— No lo hago, James. Simplemente, creo que hay muchos tipos de personas, y desde luego, yo no estoy entre las que adoran el lujo.

— Me encanta cómo eres, mi hermosa hispana, pero tendrás que ir acostumbrándote a ciertos lujos que estoy dispuesto a proporcionarte.

Decidida a disfrutar en paz de su último día en París, Lidia lo miró con benevolencia y se dirigió hacia la puerta.

La lujosa sala de fiestas estaba espléndida, adornada con multitud de flores y acogedoras mesitas rodeando un amplio escenario. Había mucha gente ya sentada y, según acababan de anunciar, en breves momentos comenzarían las actuaciones de la noche.

— Es un sitio precioso, James; jamás había conocido un lugar así.

— Sí, es bonito y además las actuaciones suelen ser buenas. Por regla general son bastante entretenidas.

Después de consultar la carta con detenimiento, ambos pidieron la cena y lo pasaron muy bien disfrutando de los números del espectáculo.

En cuanto la orquesta empezó a interpretar agradables melodías, la pista se llenó de parejas.

— Señorita Villena, ¿me hace el honor de concederme este baile?

— preguntó mirándola con arrobamiento mientras le besaba la mano.

— Será un placer, señor Vantor.

La dicha del amor los rodeaba y los unía. James, feliz de tener a Lidia entre sus brazos, se preguntaba si no se estaría enamorando como un colegial. No podía ser posible que él, con toda su sensatez y fría lógica, cometiera una tontería semejante. Eso era para inocentes e inexpertos..., no para personas inteligentes y seguras como él. Sin embargo, una fuerte desazón lo desconcertaba. Nunca se había sentido así con una mujer. Hasta ahora, en ningún momento de su vida había querido plantearse el matrimonio, y menos con Lidia. Por otra parte, estaba empezando a descubrir con inquietud que no podría soportar que ella le fallara. Había intentado prescindir de esa mujer varias veces y siempre le había resultado imposible.

— James, lo que me estás ofreciendo estos días es algo tan fantástico que no puedo expresarlo con palabras. Todo esto es como un sueño, un sueño maravillosos que no olvidaré jamás.

Él la miró extasiado y le acarició la cara delicadamente.

— Mi dulce Lidia, no hubiera podido encontrar una compañera mejor que tú para hacer un viaje tan hermoso. He estado muchas veces en París, pero te aseguro que nunca lo había disfrutado tanto — le susurró acercándola más a él y dándole un beso en la frente— .

Sabes lo especial que eres para mí y lo que supone para mí tenerte cerca.

Lidia temblaba de emoción. Todas las fibras de su ser clamaban por él y la empujaban a olvidar su orgullo y su dignidad, tentándola a aceptar su proposición. Si ella hubiera sido una mujer más débil, habría sucumbido sin vacilar a las redes del amor que la envolvían y la ataban a ese hombre. Por suerte o por desgracia, su sensatez, excepto en una decisiva ocasión que ella nunca olvidaría, siempre superaba a sus deseos.

— Yo también estoy muy feliz contigo. Has sido el mejor compañero de viaje que jamás podré tener — afirmó con total sinceridad.

— Entonces... Alarguemos esta dicha. No tiene por qué terminar aquí...

— James, disfrutemos de este momento y no pensemos en nada más, por favor — le suplicó no dejándole terminar las palabras que ella adivinó él iba a decir.

El joven Vantor, adoptando una paciencia que normalmente no tenía, asintió cortésmente y la abrazó con fuerza, como si un instinto desconocido le impulsara a encerrarla entre sus brazos para que ella no se alejara nunca de su lado.

En la puerta de la suite de Lidia, James le dio las buenas noches besándola con pasión.

— Que descanses, amor.

Lidia sintió una vez más la intensidad de su amor por él, pero haciendo caso a su razonamiento lógico, abrió la puerta y entró en la habitación.

James se quedó mirando la puerta cerrada durante unos segundos, no comprendiendo que él, James Vantor III, heredero de una de las más grandes fortunas de América y que podía conseguir todo lo que quisiera, no fuera capaz, con toda su riqueza y su poder, de lograr que la única mujer que le interesaba en el mundo se le entregara libremente. Furioso consigo mismo por sentirse incapaz de conquistarla por completo, entró en su habitación con brusquedad y se sirvió una copa. Indolentemente, se sentó en el mullido sillón, y con desinterés y apatía, contempló la lujosa habitación. Era una suite preciosa, desde luego, pero ¿qué significaba todo ese lujo para él si no lo podía disfrutar con la persona que más le importaba en el mundo?, ¿para qué quería todo lo que tenía si Lidia Villena, la mujer que deseaba, no aceptaba compartir su vida con él?

Después de dar vueltas durante un rato al mismo tema, se levantó del sillón con decisión y mostrando una expresión cínica en su rostro, entró aceleradamente en el dormitorio y cerró la puerta de un portazo.

Lidia se sentía perturbada. Las dulces palabras de James y sus reiteradas miradas llenas de ardor habían trastornado sus sentidos, hasta el punto de hacerla casi perder la cabeza. Con otro hombre no hubiera dudado de su capacidad de control, pero con James era muy difícil. Le quería y si hubiera estado segura de ser correspondida, nadie la hubiera separado de él.

Estaba ya en camisón y se disponía a recoger el libro que se había dejado en el salón, cuando notó que la puerta que comunicaba con la habitación de James y que no había sido abierta durante el tiempo que ella llevaba allí, se abría. James entró despacio, y muy lentamente, sin dejar de mirarla con un brillo de determinación en sus ojos, se acercó a Lidia y la abrazó.

— Lidia, te necesito — le susurró al oído mientras la apretaba con fuerza— , te necesito desesperadamente.

Todavía sorprendida por su inesperada aparición, Lidia no hizo ningún movimiento. Sus palabras resonaban una y otra vez en su mente: "te necesito" y le recordó la vez que ella le necesitó a él y la ayudó sin vacilar.

James la besaba con ternura y la acariciaba con mucha delicadeza, intentando que la mujer que daba vida a su corazón, libremente, se le entregara. Lidia se encontraba exultante en sus brazos y decidió que no debía ni quería rechazarlo de nuevo.

Deseaba entregarse a él y lo haría encantada. Con toda seguridad, esa sería la última vez que estuviera con James, ya que sus planes no coincidían con los de él. Sin duda sería un maravilloso recuerdo para toda la vida.

James notó con alegría cómo Lidia se relajaba contra él y respondía a sus besos, poniendo la misma pasión que él en cada paso que daban juntos. Él la guiaba con palabras cariñosas y ella obedecía con gusto, sintiéndose viva y completamente fascinada en sus brazos.

Conscientes únicamente el uno del otro y olvidados por completo del mundo que los rodeaba, ambos se amaron con naturalidad y pasión.

— Lidia, mi amor, me has hecho muy feliz. Siento haber sido tan impetuoso anoche, pero no podía estar sin ti — dijo mirándola con arrobamiento.

— No tienes por qué justificarte, James. Ha sido una nocha maravillosa — contestó Lidia dedicándole una deslumbrante sonrisa.

— Cariño, quédate a mi lado — le pidió muy serio.

Lidia no quería entrar en ese tema de conversación, por lo que decidió tomarse sus palabras a broma.

— No pretenderás que nos quedemos aquí todo el día...; si mal no recuerdo debemos coger hoy un avión — expresó con ojos maliciosos.

— Sabes muy bien a qué me refiero.

— Sí — contestó ella con gesto grave— , sé lo que quieres decir, pero en estos momentos estoy demasiado alterada como para hacer promesas. Yo... bueno... quiero decir que estoy muy a gusto a tu lado, James y nunca olvidaré este viaje contigo, pero debemos volver a casa, donde vivimos nuestra realidad cotidiana, antes de prometer cosas de las que quizá luego nos arrepintamos.

— No sé por qué dramatizas tanto las cosas — exclamó impaciente— . De todas formas, respetaré tu deseo y esperaré hasta que estemos en Boston — terminó condescendiente. Allí solucionarían de una vez por todas su situación. Él ya no aguantaba más sin tener a Lidia.

Lidia le respondió con una cautivadora sonrisa, lo que provocó que su deseo por ella se avivara de nuevo. Con delicadeza y lentitud la acercó más a él y con ojos encendidos, comenzó a besarla con frenesí, como si quisiera fundirla con él para que nunca le dejara...

Con el semblante entristecido, ambos dijeron adiós a París.

Cogidos de la mano y lamentando que el tiempo hubiera pasado tan deprisa, subieron al avión que los llevaría hasta Boston, donde iniciarían una nueva etapa en sus vidas.