Para los Oscar de 2002 contrataron al director Errol Morris con el fin de que filmase un corto sobre por qué nos encanta el cine. La Academia quería iniciar la transmisión televisiva con un montaje trepidante de gente, famosos y no famosos, que hablase de sus películas favoritas. Mi amigo Justin era el director de casting de Morris, así que me puso en la lista. Nada garantizaba que acabase saliendo en el montaje final del corto, pero podía ponerme ante la cámara para la entrevista y ver qué tal salía.

Con ese enchufe, me citaron el mismo día que a gente de renombre: Donald Trump, Walter Cronkite, Iggy Pop, Al Sharpton y Mijaíl Gorbachov. Trump y Gorbachov se daban la espalda y por ahí, en alguna parte, hay una foto en la que salgo yo entre ambos, chupando cámara antes de que existiese el fenómeno del photobombing. Digo «en alguna parte» porque justo cuando saltó el flash, Trump chasqueó los dedos y su guardaespaldas le quitó la cámara a Justin. Trump escogió King Kong como su película favorita, porque naturalmente le gustan los simios que tratan de «conquistar Nueva York». Gorbachov, a través de un intérprete cuyo bigote debía de pesar cinco kilos, optó por Gladiator. En el minuto 2:01 del corto de Morris, los ojos superabiertos y la voz que dice «La profecía» son míos.

Es cierto que a mí me gusta una buena peli sobre el Anticristo más que a la mayoría de la gente, pero escogí La profecía más o menos al azar. Hay tantas películas buenas que no estoy muy seguro de cuál es mi favorita. Pero sí sé que la película que menos me gusta es Pecker, de John Waters. Me salí del cine. Dos veces. Fui a verla una vez con amigos, no pude soportar ese rollo del submundo mondo-trasho, por no hablar de aquellos acentos exagerados, y tuve que irme. El fin de semana siguiente, otros amigos fueron a verla y, puesto que John Waters es un autor respetado y yo soy un tío guay que está al día, me dije que podía existir alguna mínima posibilidad de que me hubiese equivocado la primera vez. Tampoco tenía nada mejor que hacer. Así que fui a verla otra vez.

La locura temporal de los 22 años es así. No digo que John Waters haga películas objetivamente malas, pero no son para mí. Ni para mucha gente. Y él eso lo adora, ese rechazo es prácticamente su carta de presentación como director. Pongámoslo así: nadie sale de ver Pecker pensando que es una película que «ni fu ni fa», o te encanta o te largas de allí a los veinte minutos como hice yo, dos veces. Está hecho aposta[3].

Los fans de Waters parecen adorarlo más todavía por ser pocos. Si haces una búsqueda en los perfiles de usuarios de OkCupid obtienes más resultados con su nombre que los que dan George Lucas y Steven Spielberg juntos. En Reddit tiene su página dedicada: /r/JohnWaters[4] y, aunque no es que sea la URL de mayor tráfico del mundo, la gente pone cosas allí: noticias, vídeos antiguos, preguntas acerca de él y demás. También existe una página /r/GeorgeLucas: contiene una sola publicación, la única que ha contenido siempre. Si escribes /r/StevenSpielberg en el campo de la URL, te saldrá el mensaje del servidor Reddit que reza «parece que no hay nada por aquí» porque, por muy buenas que sean sus películas, nadie se ha entusiasmado tanto como para hacerle una página. Incluso hay directores con mucho tirón en Internet como J.J. Abrams que no tienen página allí. Hace falta cierta motivación especial para hacer un fan site, y esa motivación suele intensificarse si tienes la impresión de formar parte de un grupo selecto y acosado. La devoción es como el vapor contenido en un pistón: la presión ayuda a ponerlo en marcha.

Como muchos otros artistas que le han precedido y seguido, Waters sabe exactamente cómo funciona el asunto: repeler a alguna gente atrae más a otra, y no solo he sacado este caso a colación por mi contienda de siempre con Pecker, sino porque Waters también es consciente de la universalidad del principio: no es solo cierto para el arte. Hay muchas citas suyas buenas, pero esta en particular a mí me dice mucho: «La belleza es una apariencia externa que nunca vas a olvidar. Un rostro debería sobresaltar, no confortar». Tiene toda la razón, ya que en la música, en el cine y en una amplia variedad de fenómenos humanos un defecto es una cosa muy poderosa. Incluso al nivel de persona a persona, agradar de manera universal es ser relativamente ignorado. Desagradar a unos cuantos lleva aparejado gustar mucho más a otros. Y, concretamente, el atractivo sexual de una mujer se ve incrementado cuando algunos hombres la encuentran fea.

Esto se puede ver en las valoraciones de los perfiles de OkCupid. Dado que el sistema de valoración es de cinco estrellas, los votos tienen algo más de sustancia que un simple sí o no. La gente opina en diversos grados, lo que nos da margen para explorar. Para exponer este descubrimiento tendremos que emprender un breve viaje matemático. Este tipo de ejercicios son los que hacen que funcione la ciencia de los datos. Para armar un puzle tienes que extender todas las piezas y después empezar a hacer pruebas. En el caso de terabytes de datos en bruto, dada la imposibilidad de recurrir a la búsqueda minuciosa, a la reducción y a la parsimonia, hay muy pocas cosas que simplemente te «salten a la vista».

Pensemos en un grupo de mujeres cuyo atractivo sea aproximadamente el mismo, pongamos que las que se han valorado en el centro de este gráfico:

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Ahora imaginemos a una mujer de ese grupo y pensemos en los muchos votos distintos que pueden asignarle los hombres: pensemos básicamente en cómo ha acabado estando ahí en el medio. Hay miles de posibilidades. Estas son unas pocas que me he inventado: combinaciones de una, dos, tres, cuatro y cinco estrellas, que todas suman un promedio de 3.

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Como habrás advertido, los patrones de voto que he escogido se van polarizando cada vez más desde el patrón A hasta el patrón E. El promedio de todas las hileras da ese mismo 3 central, pero se llega a ese promedio de formas distintas. El patrón A encarna el consenso. Aquí, los hombres que otorgan el voto han hablado con absoluta unanimidad: esta mujer está exactamente en el medio. Pero cuando llegamos al final de la tabla, el promedio sigue centrado aunque ninguno de los individuos particulares exprese esa opción centrada. El patrón E muestra el método más extremo posible para llegar a un promedio equidistante: por cada hombre que ha asignado un voto de 1, otro ha asignado un voto de 5. Y el total obtenido es de 3 casi a pesar de sí mismo. Ese el método de John Waters.

Estos patrones ejemplifican un concepto llamado varianza. Se trata de una medida de cuánto se desvían los datos respecto de un valor central. La varianza se incrementa cuanto más se alejan los datos del promedio. En la tabla de arriba, la mayor varianza corresponde al patrón E. Una de las aplicaciones más habituales de la varianza es medir la volatilidad (y, por tanto, el riesgo) en los mercados financieros. Pensemos en estas dos empresas:

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Ambas tuvieron beneficios de un 10 por ciento al final del año, pero como inversión difieren mucho. El valor de Chismes Asociados experimentó grandes oscilaciones a lo largo del año, mientras que Chismes SA creció poco a poco, con ganancias constantes cada mes. Calcular la varianza permite a los analistas condensar esas diferencias en un simple número y, aunque no difieran en nada más, los inversores prefieren con mucho el ritmo sosegado del gráfico de la derecha. Iguales beneficios, menos taquicardias. Naturalmente, cuando hablamos de relaciones amorosas, esas taquicardias son los beneficios, y ahí está el quid de la cuestión. Resulta que la varianza afecta tanto a la atención sexual que recibe una mujer como a su atractivo general.

La cantidad de mensajes que reciben las mujeres de cualquier grupo cuyo grado de belleza sea idéntico está sumamente relacionada con la varianza. Desde los ganadores de concursos de belleza hasta los menos agraciados, pasando por cualquier término medio, los individuos que obtienen más atención serán siempre los que más polarizan la opinión. Y los efectos no son nimios: generar opiniones muy opuestas hará que recibas cerca de un 70 por ciento más de mensajes. Eso significa que la varianza te ayuda a subir varias «ligas» en la jerarquía de las citas amorosas. Por ejemplo, una mujer con una valoración muy baja (con percentil 20) y una varianza elevada entre sus puntuaciones recibe más o menos los mismos mensajes que una típica mujer de percentil 70.

Esto se debe en parte a que la varianza implica, por definición, que hay más personas a quienes les gustas mucho (y también a quienes les desagradas mucho). Y esos entusiastas —llamémosles tus fanboys— son los que más mensajes envían. Por lo tanto, si logras que más gente te ponga en la parte superior de las calificaciones (las cinco estrellas), te garantizas más acción.

Pero los votos negativos también tienen su papel en el juego. También atraen cierta atención. Por ejemplo, los patrones reales que en el siguiente gráfico se han ejemplificado como mujeres C y D obtienen cerca de un 10 por ciento más de mensajes que las mujeres A y B, por mucho que a esas dos mujeres de lo alto de la tabla se las haya valorado mejor en general:

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He estado hablando de los mensajes como si fueran un fin en sí mismos, pero en una web de contactos los mensajes son precursores de resultados más tangibles como conversaciones en profundidad, intercambio de datos de contacto y, finalmente, citas cara a cara. La gente cuya varianza es más alta también obtiene más de estas cosas. Así, por ejemplo, la mujer D del gráfico tendría cerca de un 10 por ciento más de conversaciones, de encuentros y, probablemente, de relaciones sexuales que la mujer A, pese a que en términos de valoración absoluta sea mucho menos atractiva.

Por añadidura, los hombres que otorgan esas valoraciones de 1 y 2 no mensajean a esas mujeres: la gente casi nunca contacta con nadie a quien ha valorado bajo[5]. La cuestión es que tener detractores induce de algún modo a todos los demás a quererte más. La gente a la que no le gustas atrae por sí sola más atención hacia ti. Y sí, en su búnker subterráneo, Karl Rove esboza una sonrisa autocomplaciente mientras acaricia a un enorme sapo.

Y lo que contribuye al misterio del fenómeno es que OkCupid no hace públicas las valoraciones concretas sobre el atractivo (ni la varianza, por descontado) de ninguno de sus usuarios. Nadie toma decisiones conscientes basándose en esos datos. Pero la gente tiene una manera de captar las matemáticas que hay en las cosas, sean o no conscientes de ello, y aquí va lo que yo pienso al respecto. Supongamos que a un tipo le atrae una mujer cuyo aspecto sabe que no es convencional. Esa ausencia de convencionalidad implica que otros hombres la habrán descartado, o sea, que habrá menos competencia. Tener menos rivales incrementa sus posibilidades de triunfar. Puedo imaginarme a ese hombre mirando el perfil de la mujer, dando vueltas con el cursor y pensando para sí: «Me juego lo que sea a que no conoce a muchos tíos que piensen que es preciosa. De hecho, a mí me atrae por sus peculiaridades, no a pesar de ellas. Este es mi diamante en bruto», etcétera. Hasta cierto punto, es su impopularidad la que la hace atractiva para él. Y si nuestro usuario interesado estuviera dudando sobre si presentarse o no, eso podría darle ese empujoncito que le hacía falta.

Si miramos este fenómeno desde el ángulo opuesto —el lado de una varianza baja—, una mujer relativamente atractiva con valoraciones uniformes es alguien a quien cualquier hombre consideraría convencionalmente guapa. Y por tanto podría parecer más popular de lo que realmente es. Una mujer de atractivo estándar genera la impresión de que habrá otros tipos que irán detrás de ella, y eso le restará cada vez más interés. Nuestro amigo interesado pero indeciso pasará de largo.

Esta es mi teoría, al menos. Pero la idea de que la varianza es algo positivo se ha demostrado bastante bien en otros ámbitos. Los psicosociólogos lo llaman «efecto Pratfall»: mientras que en general eres una persona competente, cometer un pequeño error de vez en cuando hace que la gente piense que eres más competente. Los defectos hacen que lo bueno destaque más. Esta necesidad de imperfección puede ser sencillamente la manera de que todo encaje en nuestro cerebro. Nuestro sentido del olfato, que es el más conectado con el centro emocional del cerebro, prefiere las notas discordantes a las homogéneas. Los científicos lo han demostrado en sus laboratorios mezclando olores fétidos con otros agradables, pero la naturaleza, con su sabiduría evolutiva, se percató de ello mucho antes. El aroma agradable que emiten muchas flores, como el azahar o el jazmín, contiene una porción significativa (alrededor de un 3 por ciento) de una proteína llamada indol, que se encuentra habitualmente en el intestino grueso y que huele en consonancia con ese hecho. Pero las flores no olerían igual de bien sin ella. Un poquito de mierda atrae a las abejas. El indol está presente también como ingrediente en los perfumes sintetizados por los humanos.

Podemos ver una aplicación de los datos de OkCupid en versión pública, por así decirlo, en el exclusivo mundo de las supermodelos. Las mujeres son todas profesionalmente hermosas: 5 estrellas de 5, por supuesto. Pero incluso a ese nivel tan elevado la cuestión es diferenciarse del resto por medio de la imperfección. La carrera de Cindy Crawford despegó cuando dejó de taparse el lunar. Linda Evangelista lucía aquel peinado tan duro: no se puede decir que la hiciese más hermosa, pero sí que la hacía más interesante. Kate Upton, al menos según los estándares del sector, tiene unos cuantos kilos de más. Si extraemos unas cuantas muestras del paquete de datos, mejor unas que nos sean más familiares y accesibles que las modelos de ropa de baño, nos ayudará a ver cómo funciona esto con las personas normales. Aquí tienes a seis mujeres, todas ellas con valoraciones generales moderadas pero que tienden a suscitar reacciones extremas en un sentido u otro: muchos síes y muchos noes, pero pocos ni fu ni fa.

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Gracias a todas ellas por la confianza que han mostrado al permitirnos poner aquí su foto y hablar sobre ellas. Lo que ves en esta selección es lo que puedes encontrar en todo el corpus. Estas son personas que han optado deliberadamente por salirse del montón: por medio del arte corporal, adoptando una mueca sarcástica o porque les da por comer queso gratinado como si no hubiese un mañana. Así que te encuentras a mujeres relativamente normales con una peculiaridad inusual: como la mujer de la foto central de la hilera inferior, cuyo pelo de color azul no puedes apreciar en esa foto en blanco y negro. Y te fijas sobre todo en mujeres que han optado por lucir sus activos/pasivos particulares. Si eres capaz de sacarte, pongamos por caso, una valoración de 3,3 a pesar de los kilos de más o de la gente que odia los tatuajes o lo que sea, entonces te habrás dotado literalmente de más poder.

Así pues, al final, dado que todo el mundo en este planeta tiene algún tipo de defecto, la moraleja es esta: sé tú mismo y hazlo con coraje. Lo cierto es que tratar de encajar por el mero hecho de encajar resulta contraproducente. Sé que esto recuerda peligrosamente a esas frases que se bordan en punto de cruz, y que los cuadros en punto de cruz, que son las presentaciones en PowerPoint de eras pasadas, son lo opuesto a la ciencia. También suena mucho a los consejos que le da una madre, junto con una palmadita en la cabeza, a su hijo de nariz desproporcionada y aparato en los dientes cuando este tiene 14 años y no entiende por qué no es más popular. Pero sea como sea, ahí está, en los números. Como ya he dicho, la gente es capaz de captar las matemáticas que hay en las cosas, sobre todo las madres. Solo quisiera que la mía me hubiese dicho que cuando tienes 14 años las camisetas de ositos no molan.

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