En Nochevieja, aburrida en su sofá y esperando a que diesen las doce, Safiyyah Nawaz tuiteó una tontería en broma.

$afiyyah @safiyyahn Twitter

este hermoso planeta tierra tiene ahora 2014 años, alucinante

Consiguió 16 000 retuits, la mayoría en las siguientes veinticuatro horas. Para que nos hagamos una idea, la felicitación de Año Nuevo de Katy Perry a sus 49 millones de seguidores se retuiteó poco más de 19 000 veces. La de Lady Gaga, que aprovechó para anunciar un esperado vídeo, obtuvo 20 000 retuits. Safiyyah Nawaz no es ninguna estrella emergente del pop ni esta es la historia de cómo Twitter permite a cualquier advenedizo desafiar al orden cultural. Si nunca has oído hablar de Safiyyah es porque es una alumna de un instituto de Carolina del Norte cuyo chiste hizo que Twitter explotase.

Probablemente, al principio se trataba solo de gente que no daba crédito, que se preguntaba si aquello iba en serio, pero si te fijas en cómo se fueron sucediendo los tuits durante aquella noche en la que cada persona que retuiteaba se iba separando un paso más de Safiyyah, el ser humano, y cada una de aquellas personas se iba dando cuenta de su ridícula aportación a un fenómeno —al ver que el número de retuits iba creciendo y creciendo—, serás capaz de ver cómo el público digital se convierte en una turba furiosa. En un periquete, los risueños LOL se convirtieron en OMG y luego en WTF, y después el tono empezó a ponerse así:

Cocaine Burger @Cocaine_Burger Twitter

@safiyyahn Suicídate

Rick Huijbers @HARDEBAKSTEEN Twitter

@safiyyahn Suicídate puta imbécil

La cosa, como explicaron en el blog Gawker, se salió de madre en cuestión de minutos. Dada la violencia de la reacción, la señorita Nawaz manejó la situación bastante bien para ser una chica de 17 años, y más tarde resumió aquel clamor a la perfección:

$afiyyah @safiyyahn Twitter

los jóvenes de hoy se toman muy a pecho lo de la verdadera edad de la Tierra

Nawaz no era consciente de ello, pero en el punto de mira la acompañaba gente famosa. Solo quince minutos después de que hubiese tuiteado su broma, la cómica Natasha Leggero estaba en Times Square, en un programa de la televisión con Carson Daly, cachondeándose de la campaña de relaciones públicas de SpaghettiOs para el día de Pearl Harbor. La marca estaba en el candelero por animar a los ciudadanos a recordar a los caídos comprando espaguetis de lata —sí, hasta esos extremos ha llegado este mundo— y dijo: «Es penoso que la única comida que todavía pueden masticar los supervivientes de Pearl Harbor se burle ellos».

El presentador y la invitada se rieron y pasaron a otros asuntos, sin darse cuenta de que también Natasha había rozado sin notarlo el interruptor de encendido de la máquina de la indignación de Internet. Y esta se puso en marcha con toda su rectitud. Leggero publicó más tarde en Tumblr varios ejemplos selectos de los tuits que recibió:

Mike Oswald @SDPStudio Twitter

@natashaleggero Pero que puta vil eres.

Mark Tichenor @hotrod607 Twitter

@natashaleggero Zorra, zorra irrespetuosa

Y el que personalmente más me gusta y que si algún día Internet muere, debería ser su epitafio:

Chris McAllister @macdawg22 Twitter

@natashaleggero Eres una puta estúpida e ignorante.

Me fijé especialmente en estos dos episodios porque algo parecido le acababa de pasar a una colega mía del trabajo. El 20 de diciembre, Justine Sacco, directora de comunicación de una empresa colaboradora de OkCupid, IAC, estaba en Heathrow haciendo transbordo para coger un vuelo a Johannesburgo. Subió al avión, se acomodó en su asiento y tecleó:

Justine Sacco @justinesacco Twitter

Voy para África. Espero no coger el sida. Es broma: ¡soy blanca!

Y acto seguido apagó el móvil. Su tuit era un chiste menos obvio que los otros dos ejemplos y, como mucho —como mucho—, se trataba de una pulla torpe sobre los privilegios de los blancos. Pero lo que empezó en forma de unos cuantos gestos de incredulidad ante su torpeza acabó convirtiéndose en un carnaval de atroz odio personal. Recibió los habituales insultos y amenazas, pero el blanco de los ataques no se limitó a su Twitter personal. Fotos de su familia circularon por la Red, junto con los datos de su domicilio. Unos tipos llamaron a sus sobrinos y amenazaron con secuestrarlos. Se reunió gente en el aeropuerto de Johannesburgo para esperarla al aterrizar. Su incapacidad para responder mientras estaba en el vuelo añadió un aliciente más de animosidad a su aterrizaje. Hacia la mitad del trayecto de su vuelo, se había acuñado ya la etiqueta #HasJustineLandedYet (ha aterrizado ya Justine), que no tardó en convertirse en trending topic en Twitter. Las búsquedas de su nombre en Google empezaron a dar como resultado su número de vuelo y su hora de llegada, porque aquello era lo que la gente buscaba: los algoritmos de búsqueda habían vuelto a ejercer de espejo. Durante las once horas que Justine estuvo en el aire, Internet esperó sedienta de sangre y con la boca seca el momento en el que volviese a conectarse para descubrir que su vida era un montón de ruinas.

Ron Geraci @RonGeraci Twitter

Hay como 2 millones de personas esperándola con las luces apagadas para ver la cara que pone cuando la Tierra explote.

I’m Gary @noyokono Twitter

#HasJustineLandedYet La gente no ha esperado con tanta ansiedad el aterrizaje de un avión desde Amelia Earhart.

V. Hussein Savage @Kennymack1971Twitter

Hostia… A ver si acabo este trabajo y pillo unas cervezas y unas alitas de pollo a la barbacoa. Está a punto de empezar… #HasJustineLandedYet

Entonces la presa era una persona que tenía unos centenares de seguidores y carecía de perfil público. Yo no conocía demasiado bien a Justine, pero me había gustado trabajar con ella y me puso enfermo observar la evidente emoción de la gente ante el dolor y el miedo que estaban a punto de causarle.

Me fui como un loco a Facebook a desahogarme. No hacía ni diez minutos que había colgado mi publicación cuando un conocido (y futuro examigo de Facebook), con quien en aquel momento hacía quince años que no había hablado, comentó «su padre es multimillonario» e insinuó que eso venía de algún modo a justificar aquella destrucción personal[20]. Por supuesto, su padre no es multimillonario: ese es otro de los bulos que se fueron acumulando en aquella historia. Fue como si te topas con una turba enfurecida que está lapidando a alguien y, mientras tratas de apartar a la gente de aquello, te encuentras con alguien a quien conoces —uf, por fin alguien con quien se puede razonar— y ese conocido está ahí mirando ojiplático y te suelta: «¡Tío, mira todas esas piedras!».

La metáfora de la lapidación vuelve a salir una y otra vez si lees los comentarios sobre episodios de esta índole. No es casual que esa sea la pena de muerte preferida de las religiones antiguas: no hay un único verdugo, es la comunidad la que impone el castigo. Nadie puede saber quién asestó la pedrada fatal porque todos lo hicieron a la vez[21]. ¿Qué mejor receta podría haber para una tribu floreciente que se esfuerza por sobrevivir y por conservar a su dios en un mundo hostil? En la culpa colectiva hay fuerza, y la culpa se difumina al ser compartida. Extirpas a «los otros» y vuelves a convertirte en un grupo compacto.

En el caso de Justine se juntaron gentes de tres continentes para destruirla. Si miras las descripciones que se hacen de ellos mismos en sus bios de Twitter verás que los hay de todo tipo: lobista, comunista, hater, asperger, líder, amante de la naturaleza, bloguero, caimán, padre, cristiano imperfecto, detector profesional de sombras, virtuoso de la cultura pop, hija del mar, hermana del viento… Lo único que tenía en común toda esa gente era un blanco de sus iras y un hashtag a medida, y consiguieron la sangre que habían venido a buscar. Justine perdió el trabajo. En la página de inicio de BuzzFeed pusieron su cara con un enorme «LOL» sobreimpreso.

El alcance que tienen las redes sociales hace que estas reuniones de gente sean inmensas. A las veinticuatro horas de haber puesto su tuit, a Safiyyah la habían regañado alrededor de 7,4 millones de personas. Y 62 millones vieron la etiqueta #HasJustineLandedYet ese primer día.

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No todos los que componen esa curva leyeron los tuits o les importaron, pero muchos sí, y todos fueron en cierta medida testigos de lo ocurrido.

Sir Qwap Qwap @BeardedHistoria Twitter

Todos y cada uno de los primeros 20 tuits que me aparecen en casa llevan #HasJustineLandedYet. Me debo de haber perdido algo, amigos del Twitter.

Es obvio que una reacción de semejante volumen debería ser una vergüenza en las redes sociales, una prueba no solo de su poder, sino de cuán vacío puede ser ese poder. En el caso de Justine, el sida, el racismo y la impenitente y vergonzante pobreza del África poscolonial constituyen problemas que no se resuelven en absoluto tuiteando.

Podemos considerar el sacrificio humano como una cosa del pasado salvaje, y puede que el acto físico solo exista hoy en películas sobre templos y fatalidades, pero el instinto sigue presente en nosotros, al parecer grabado a fuego por el paso del tiempo en las profundidades de nuestra mente animal. Cuando escasea el alimento, los leones matan a sus cachorros. Los peces se comen sus propios huevos. En los embarazos múltiples humanos, el útero a veces absorbe uno de los fetos para preservar al resto. Destruir a uno por el bien de muchos es probablemente una práctica tan antigua como la vida misma. Ahora que ese ritual se lleva a cabo mediante bits (y, afortunadamente, sin que nadie se manche las manos de sangre, aunque al leer algunos de estos tuits te llevas la impresión de que hay gente que eso lo considera más un fallo informático que una ventaja), se ha convertido en un asunto que por primera vez podemos estudiar con rigor. Los sociólogos han dedicado considerables esfuerzos a la cuestión de por qué y cómo se difunden las ideas negativas, e Internet les ha brindado tanto una cantidad ilimitada de material de estudio como un potente mecanismo de seguimiento. Los biólogos marinos etiquetan a los tiburones en libertad para conocer sus movimientos y para limitar la amenaza que suponen para los humanos[22]. Aquí las que tienen dientes son las palabras. Los tres casos que he mencionado no son precisamente rumores ni cotilleos, pero la ira de las multitudes sigue muchos de los mismos caminos, tanto neurológicos como de persona a persona, y el estudio de los rumores puede ayudarnos a comprender qué les ha pasado a gente como Natasha, Safiyyah y Justine, y por qué.

Los rumores se mencionan ya en nuestros primeros textos. En todos los panteones de la antigüedad —el noruego, el egipcio, el griego— hay un dios dedicado a las oscuras artes del chismorreo. El Libro de los Proverbios trata el tema exhaustivamente; uno de los muchos versículos al respecto advierte de que «el hombre falto de juicio menosprecia a su vecino, pero el hombre sensato guarda silencio». La de «no juzgues a menos que quieras ser juzgado» es una de las frases más famosas de toda la Biblia. Varias fuentes sostienen que los romanos adoraban a una diosa llamada «Rumor», un demonio alado con cien ojos y cien bocas que solo decía el lado más hiriente de la verdad. La verdad sea dicha, esto no puedo confirmarlo.

Los biólogos evolutivos creen que el chismorreo y los rumores surgieron de la necesidad que tenían nuestros ancestros de comprender su entorno a través del habla. Según la teoría, cuando el hombre de la antigüedad tuvo que averiguar si x era verdad, el lenguaje le proporcionó una manera de investigar. Así pues, habló de ello. Y, fuese cierto o falso, se corrió la voz. Los rumores —que son básicamente una especulación colectiva sobre la verdad de una idea— se convirtieron en un modo de establecer vínculos y afianzar el capital social. Las historias generan estatus para quienes las cuentan, sobre todo cuando atañen a individuos de importancia, porque la información sobre los poderosos es una forma de poder en sí misma.

Pero el auge de las redes sociales ha propiciado un par de cambios en los cálculos. Primero, nos brinda maneras de medir —recuento de seguidores, de retuits, de favoritos— para evaluar nuestro estatus. Si eres el primero en difundir la noticia, más retuits te hacen. Si dices algo especialmente mordaz, tus seguidores aplaudirán tu ingenio. El capital social que acumulas al difundir información es ahora explícito; de hecho, reside en esos numeritos que se van incrementando ante tus mismos ojos. Jesse Singal lo dijo al escribir sobre las motivaciones del cotilleo tradicional de persona a persona en el Boston Globe, pero podría haber estado hablando perfectamente sobre Twitter: «En gran medida, cuando la gente mantiene una intención de difundir rumores, esta intención se dirige más a la gente a la que se los están comunicando que al propio sujeto del rumor». Internet proporciona un público mucho más nutrido que nunca.

El segundo cambio consiste en que Internet también ha hecho que todo el mundo sea una figura pública. Los individuos que tenían un estatus alto solían ser caciques tribales, y después famosos y presidentes, pero ahora la guadaña arrasadora de la tecnología no deja títere con cabeza. Si cualquiera puede convertirse en famoso de la noche a la mañana, cualquiera puede convertirse en apestado de la noche a la mañana. Uno de los argumentos del discurso evangelizador de Internet que menos me gusta es el de que la tecnología «empodera» a la gente: los más empoderados de todos son siempre el que lo dice y sus inversores. Pero algo de verdad encontramos en ese cliché: las redes sociales te empoderan hasta el punto de que te hacen merecedor de cualquier crítica demoledora. Al mismo tiempo, dan a todo el mundo los instrumentos para hacerlo. El demonio Rumor ahora tiene un millón de bocas.

Así pues, mucho de lo que hace que Internet sea útil para la comunicación —asincronía, anonimato, escapismo, ausencia de cualquier autoridad central— también la hace terrorífica. La gente puede actuar como le plazca (y decir lo que quiera) sin consecuencias, un fenómeno que estudió por primera vez John Suler, profesor de psicología en la Universidad de Rider. El nombre que le puso es el de «efecto de desinhibición online». En el webcómic Penny Arcade se explica algo mejor:

Teoría del Gran Tarado de Internet

persona normal + anonimato + público = tarado total

Pero aquí lo que es peculiar no son los sapos y culebras que se expulsan por la boca, ni siquiera el anonimato. Internet no ha sido del todo la revolución de los troles que podíamos creer. Es harto sabido que los viejos canales de las emisoras de radio que usaban los camioneros se llenaban de diatribas racistas y fantasías masturbatorias[23]. Antes de que la identificación de llamadas telefónicas suprimiese ese necesario aditivo, el anonimato, los Jerky Boys estuvieron produciendo «tocacojonismo» en masa durante décadas. Los radioaficionados siguen atacándose a través de las ondas, como si ser radioaficionado en 2014 no fuese ya bastante penoso. No, lo único que aporta Internet a nuestra larga historia de negatividad es que ahora por fin podemos responder de manera constructiva. En cierto modo, la intervención de Tumblr en el caso de los thighgap que hemos visto en el capítulo 7 es solo un caso especial de lo que ahora es posible hacer en general. Podemos localizar al emisor, las palabras, el momento e incluso la latitud y la longitud de la comunicación humana. Como he señalado antes, los usuarios de Twitter habrán intercambiado en 2015 más palabras de las que jamás se hayan impreso. La cuestión es qué uso le damos a toda esa cháchara.

El gobierno es quien más interés tiene en hacer un seguimiento de la negatividad. Existen ya modelos matemáticos para predecir el resultado de un conflicto armado —cuánto durará, quién vencerá y cuánta gente morirá— y los modelos recientes han aprendido a incluir la guerra de guerrillas, puesto que esa es la forma actual de la guerra. Pero la insurgencia armada suele venir precedida por una agitación no armada, que muchas veces se propaga, e incluso se coordina, a través de las redes sociales[24]. Esos movimientos incipientes, al ser digitalizados, han atraído la atención de los investigadores.

Peter Gloor, del MIT, sirviéndose de los movimientos de Occidente como sujetos de estudio, ha desarrollado un software para seguir las fluctuaciones de opinión de las redes de disidentes. Lo ha llamado Condor, porque así es como parecen llamarse siempre los proyectos de este tipo: cóndor, el ave-espíritu de las subvenciones del gobierno. Sea como sea, el software establece primero la personalidad central de los que componen determinado grupo analizando su gráfico social; el software, de manera parecida a como antes hemos retratado un matrimonio en forma de nodos y extremos, despliega gráficamente la red y después determina por medio de algoritmos cuáles son sus puntos más importantes. A continuación, se centra en lo que están diciendo esos puntos. Condor ha descubierto que mientras los focos de un movimiento son positivos en cuanto a las palabras que emplean, el movimiento prospera. Pero palabras negativas como «odio», «no», «inútil» o «nunca» indican su declive, y cuando, como publicó The Economist, empiezan a aparecer «quejas sobre compañeros idiotas en el propio movimiento o adversidades como el robo de una cerveza por parte de un compañero de manifestación», ese movimiento está ya acabado. ¡Oh, Occupy!

En cuanto a lograr desvelar los objetivos de esas agitaciones, que es donde la tecnología puede ir más allá del mero espionaje y aportar algo bueno, se han empleado análisis textuales de parecida índole para determinar, por ejemplo, qué ciudades egipcias se verán más alteradas por los incidentes fronterizos con Israel, así como para localizar puntos de escasez de agua en un territorio asolado por la sequía.

Cualquier software que siga el hilo de un pensamiento a través de una red no solo debe seguir la idea, sino la «susceptibilidad» de la gente que se ve expuesta a ella. Debe ver qué es lo que arraiga, qué es lo que se repite y quién lo hace circular. Transmitir la opinión de otro no es más exclusivo de Internet que lo que lo es la negatividad: la televisión y la radio acuñaron la frase «tema de debate» mucho antes de que llegase AOL, por no hablar de Twitter. Los fans más acérrimos de Rush Limbaugh se autodenominan «Dittoheads» (algo así como «loritos repetitivos» de lo que dice él). Pero nada hace que la idea de repetir como un loro sea más simple, o más cuantificable, que los botones de «Me gusta», «Ping», «Reblog» o «Retweet». Recordemos: el 27,5 por ciento de los 500 millones de tuits diarios son retuits, gente que hace circular la reflexión de otro.

El equipo encargado de datos de Facebook se puso a investigar su versión del fenómeno y lo hicieron siguiendo la evolución en la Red de una sola actualización de estado en el muro relativa al debate sobre el sistema sanitario estadounidense de 2009:

Nadie debería morir porque no pueda permitirse atención sanitaria, y nadie debería arruinarse porque esté enfermo. Si estás de acuerdo, publica esto en tu estado durante todo el día.

Esto se republicó, textualmente, más de 470 000 veces y también generó 121 605 variaciones distintas, que a su vez se republicaron alrededor de 800 000 veces más. Alguno que creyó que esa actualización no le representaba del todo le aplicó alguna modificación y así las versiones se fueron propagando en distintos círculos sociales. Cuando se coteja cada una de las versiones con la inclinación política de las personas que las publicaron (-2,0 es liberal en extremo y +2,0 es conservador en extremo), no solo se obtiene una visión interesante del espectro político estadounidense —izquierda y derecha extremas, más un centro que opta por no entrar en el debate—, sino que se aprecia cómo se traducen en palabras las creencias políticas. Los que aparecen en lo más alto y lo más bajo de esta lista se basan en el mismo marco para entablar una suerte de diálogo de besugos:

Nadie debería Tendencia política
del que publica
…morir porque no pueda permitirse atención sanitaria… -0.87 más liberal
…ser congelado en carbonita porque no pueda pagar a Jabba el Hutt… -0.37
…morir a manos de los zombis si no puede comprarse una escopeta… -0.30
…preocuparse por morir mañana, pero los enfermos de cáncer lo hacen… -0.02
…quedarse sin cerveza porque no pueda permitirse comprar una… +0.22
…morir porque el gobierno se encargue de la atención sanitaria… +0.88
…morir porque el plan de Obamacare le racione la asistencia sanitaria… +0.96
…arruinarse debido a los impuestos y los gastos del gobierno… +0.97 más conservador

En 1950, en los albores de la era de la televisión, la American Political Science Association reclamó una mayor polarización de la política nacional: los partidos se habían acercado demasiado y el electorado ya no tenía claras las opciones. La APSA vio cumplidos sus deseos, pero, como ocurrió con el célebre genio y su lámpara maravillosa, hubo mucho de lo que lamentarse por los deseos concedidos. Ahora, sesenta años después, estamos más divididos que nunca, y eso también lo podemos ver si nos fijamos en las palabras. La reiteración del discurso sesgado tanto en el Congreso como en el texto impreso (como podemos verificar en Google Libros) está en correlación con el atasco político, que está en su punto más álgido de la historia. Que estamos divididos puede que sea la única cosa, de hecho, en la que estemos de acuerdo.

Tomé conciencia de esta paradoja cuando me metí en Facebook después de lo del tuit de Justine. En mi publicación puse un enlace a un artículo de breitbart.com, la web homónima del instigador del Tea Party, Andrew Breitbart. Gran parte del artículo era lamentable, pero el autor era uno de los pocos que señalaban lo desproporcionado de aquella reacción. Siempre había imaginado que la indignación ciega era un vicio de la derecha política: había oído hablar de la ridícula «Guerra contra la Navidad» o de la creencia de que Obama les estaba «quitando las armas a la gente» y había pensado: ¿Cómo puede ser toda esa gente tan estúpida para creerse esas cosas? ¿Por qué hablar de las cosas en términos tan radicales? ¿Por qué ver las cosas a través del peor prisma posible? Pero hizo falta aquel incidente en Twitter para que me diese cuenta de que la gente de la «izquierda» puede estar tan intolerantemente desinformada como cualquiera. Fue revelador y me avergüenzo por no haberlo visto antes.

Así pues, dejando a un lado las teorías —y la ciencia es tan nueva que sin duda un software como Condor nos parecerá Zork dentro de pocos años—, este es, en mi opinión, el motivo de que los datos generados a partir de la indignación puedan llegar a ser tan relevantes. Encarnan (y, por tanto, nos permiten estudiarlas) las contradicciones que todos albergamos. Nos muestran que luchamos con más ímpetu contra quienes menos pueden defenderse. Y, ante todo, nos hacen ver nuestro deseo inmemorial de ascender a costa de los demás. Los científicos han determinado que ese impulso es tan viejo como el tiempo, pero eso no significa que hayan conseguido comprenderlo. Como dijo Gandhi: «Siempre me ha parecido un misterio el que los hombres puedan sentirse honrados por humillar a su prójimo».

Te invito a imaginarte el momento en el que eso deje de ser un misterio. Esa será la verdadera transformación, saber no solo que la gente es cruel y en qué medida y cuándo, sino por qué. Por qué buscamos «chistes de negros» cuando gana un negro, por qué la inspiración tiene ojeras, posa desnuda y, sobre todo, está #delgada, por qué la gente discute a gritos acerca de la verdadera edad del planeta Tierra. Y por qué, al parecer, nos definimos tanto por lo que odiamos como por lo que amamos.