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La autocrítica

From: mehadichomamaSgmail.com

To: annal999@mailito.com

Hola, Anna:

Espero que te hayan servido de ayuda todos los mensajes que te he ido enviando…

Adjunto uno que escribí hace unos meses, mientras estaba sentada en la cafetería en la que sabes que me gusta escribir, y tuve la grandísima suerte de que se sentaran en la mesa de al lado unas cuantas mujeres que eran la alegría de vivir. Si una decía que era desgraciada, la otra, además de apoyarla, le contaba su historia, que era aún peor, más trágica. No dejaron títere con cabeza. Mientras las oía, me dieron ganas de reírme a carcajadas, para comprobar si recordaban lo que era reír y ver si les

podía contagiar mi risa. Eran todas de mi generación. Esa generación perdida de padres. Ha sido la generación más prolífera de progenitores. De ahí que haya tantos y tantos niños sufriendo la falta de educación.

Bla-bla-bla…

Un besito. Mamen.

Nos olvidamos de que la vida no es estar pendiente de los demás. La vida es como una obra de teatro: unos la representan y otros son espectadores. Esta frase no sé de quién es, pero es magnífica.

La gente que ves verdaderamente feliz es gente que vive su vida, sabiendo que hay oportunidades que no se vuelven a presentar. Estas personas aportan felicidad a cuantos les rodean: hijos, pareja, compañeros, padres… Respetan todo y a todos los que le rodean, pero también protestan cuando tienen una causa justa que defender. No son gente acomplejada. Son gente con coraje, sensible, pero no sensiblera, que no es ni parecido.

En cambio, quienes no viven su vida tienen que conformarse con chismorrear sobre la de los demás, porque les falta valor para vivir la suya propia. Son incapaces de arriesgar nada; no respetan nada ni a nadie. Ni siquiera a la vida que le regalaron sus padres, a las personas que les rodean o a las personas que les quieren.

Odian al que está feliz. Ponen mil excusas a su felicidad.

Si te sientes identificado con esa gente que se queja de que no tener suerte en la vida, ¿qué tal te vendría un poquito de autocrítica? ¿Qué te parece un poquito de valentía para seguir leyendo?

¿No has tenido suerte con la pareja? ¡Vaya por dios! Sin embargo, ¿sigues con ella? ¡Vaya por dios! Te merecías otra pareja, ¿a que sí? Pero, claro, para intentar mejorar las cosas tuviste hijos, ¿a que sí? Y qué lástima, la cosa empeoró con él, ¿verdad que sí? Porque ahora se fija en otras a quienes no se les ha estropeado tanto el cuerpo y tienen más tiempo que tú para arreglarse; porque tú siempre estás atareada y de mal humor porque no tienes ayuda, ¿a que sí? Además, casi todas las que tienen hijos y están estupendas lo están porque se han hecho operaciones de estética, ¿verdad? Además, a ti no te quedan ganas de arreglarte, porque ¿para qué, si la vida es patética?

Solo te entienden las que, como tú, han tenido mala suerte, ¿a que sí?

Sí, es verdad, solo te pueden entender ellas.

No entiendo que siguieras con una relación que considerabas que no era buena para ti, pero deduzco que pensarías: «La vida no es perfecta, y ya que estoy con éste, pues este mismo. ¡Qué más da!». Sin embargo, lo que mal empieza mal acaba.

Todo hay que lucharlo; eso, lo primero. Para mí es muy importante que la gente que me rodea cuente con muchos valores. Si he de vivir mi vida con alguien, al menos espero que tenga cualidades que me hagan feliz, porque yo necesito hacer feliz a quien tengo al lado. Si esa persona no vale la pena, lo siento; no me gusta perder el tiempo. Y en vez de luchar por encontrar a la persona adecuada, ¿preferiste rendirte al primero que te dio la oportunidad?

Las personas como tú no hacen felices a nadie, porque lo que poco cuesta poco se valora. Además, no te has parado a pensar que esa persona, si tú no le hubieras hecho perder el tiempo, tal vez estaría con otra que sí lo haría feliz.

Encima tienes hijos porque sí, como los tiene todo el mundo. Pero claro, como lo has hecho sin pasión, ahora arrastras a toda la familia a la desgana y a la apatía. ¡Pobres niños! Tu marido por lo menos se puede divorciar, pero ¿y los niños? ¿Tendrán que aguantar tus frustraciones de por vida? Como vas tan agobiada de casa al trabajo y del trabajo a casa, ni te arreglas y acusas a tu pareja de que mira a otras mujeres. Y yo me pregunto, ¿por qué no lo puede hacer? Cuando criticas junto con tus amigas a esas que dices que han tenido suerte, realmente criticas a personas luchadoras, no como tú. Si van siempre arregladas es porque se levantan antes que tú. Si están siempre contentas es porque se esfuerzan en ello, motivándose diariamente. Si se mantienen en forma es porque se lo trabajan todos los días, aunque se tengan que levantar una hora antes para caminar o ir al gimnasio a la hora de la comida, mientras tú estás de bisbiseo con el cafecito. No critiques a la que cada día se esfuerza para estar bien, primero para su satisfacción personal y, de rebote, para los suyos. Además, ésta es la única manera de la cual disponemos para hacer feliz a los demás. Si no estás orgullosa de ti, ¿cómo vas a hacer feliz a alguien? Otra pregunta: ¿por qué querría alguien hacerte feliz? ¿Le has dado algún motivo? ¿O el motivo es simplemente que tiene la obligación de hacerlo? ¿Por qué?, ¿porque se casó contigo? ¿Y tú?, ¿no tienes la misma obligación con él? ¿Tan brillante has sido para los tuyos? ¿Nada tienes que reprocharte? ¿Les aportas cada día inyecciones de felicidad y orgullo? Permíteme que añada lo que más me ha sorprendido siempre, a algunas hasta las he oído, cuando quieren conseguir algo de sus parejas. Cómo les cuentan a sus amigas que se prepare a no tener sexo en una temporada, hasta que consiga lo que quiere… Siempre pienso: «Realmente Dios las cría y ellas se juntan». ¿De verdad eso se utiliza como un castigo? ¿De verdad un hombre se deja humillar con eso? ¿De verdad se le puede faltar el respeto así a la persona amada?

Una pareja no debe tener precio. Sin embargo, sí se lo pones. ¿Sabes lo que le diría a tu pareja? Que ya que paga, se guarde de que la elegida sea espectacular; seguro que le sale más económica que tú…

Es imposible que llegues a casa con alegría si piensas —o sabes— que te vas a encontrar la rutina de siempre. Que la persona que está esperándote no tiene ningún valor especial. ¿Por qué no lo pudiste solucionar en su momento? Habría bastado con ser sincera y decir: «Lo siento, pero no eres para mí. Te haría infeliz, créeme. Y yo necesito hacer feliz a quien me rodea. Para eso, necesito amar, no solo que me amen».

Si crees que operándote vas a tener la elegancia de Isabel Preysler, ¿a qué estás esperando? Yo no lo dudaría ni un segundo. Pero, ¿dónde se opera la elegancia? No seas absurda. Nadie te exige que seas así. Solo te piden que no le amargues la existencia a los que te rodean. Nadie ha diseñado tu vida, lo has hecho tú sólita. Conozco mujeres sin dinero y a quienes el físico no acompaña, y sin embargo son guapísimas y hacen que todo lo que les rodea brille.

Será por eso que todo el mundo quiere estar con ellas. Me refiero a esas mujeres que te alegra que se incorporen a la reunión, porque sabes que de un momento a otro te van a hacer reír o a darte el mejor consejo del mundo. Me refiero a esas mujeres que no permiten un chisme en su presencia, que por cierto, ¿qué chisme hay que sea bueno, qué sea constructivo? Ninguno. Dicen que es el alimento de la sociedad y pregunto: «¿De cuál? De esa que todo lo ve negativo ¿de esa que ríe con el mal ajeno…?».

Si te equivocaste, rectifica, pero no le eches la culpa a todo el mundo.

Te separas y asumes las consecuencias. Con todo el cariño del mundo te lo digo: para que tus hijos puedan disfrutar de una madre con proyectos y alegría, intenta no volver a estropearle la vida a nadie.

Haz el esfuerzo; te prometo que merecerá la pena. Nunca te acuestes sin mirar la luna, nunca te acuestes sin preguntarles a tus hijos cómo les ha ido el día, piensa en todo lo que tienes, que es muchísimo, más de lo que la naturaleza está obligada a darte. Si tú cambias, todo cambiará a tu alrededor.

Ayuda a desterrar de la mente de las personas que los niños —tuyos o no— son cosas; no son mercancía privada. Son las madres las primeras que tienen que tener esto más claro que el agua. Los hijos quieren —necesitan— madres de verdad, y no que estas sean amigas mientras son niños. Las amigas se encuentran en la calle; la madre es única.

Querida Anna, hasta aquí lo que escribí aquel día llena de rabia hacia mí misma.

¡Qué generación, Dios mío!

No puedo contar maravillas, la verdad. La educación emocional de los niños la dejamos totalmente descuidada. Con psicólogos, sí, pero sin padres.

Lo que sigue a continuación es lo que quiero que les cuentes a tus amigas y amigos, a toda tu generación, que sois los que nos estáis enseñando tantas cosas: a reciclar, a no fumar, a hacer deporte, a estudiar, a luchar contra la crisis, esa que también os hemos dejado en herencia.

Quiero terminar con una historia que cuando me la contó tu prima pequeña con sus propias palabras, entendí lo sencillo que puede ser la convivencia. Solo hay que pensar un poco antes de actuar. Esta historia creo que la recordará mi hija toda la vida, y yo se la debo a una gran maestra que tuvo en educación infantil.

—Mamá, hoy una niña del colé ha insultado a mi amiga y le ha dejado un agujero —me dijo.

—¿Cómo…? ¿Cómo que le ha dejado un agujero?, ¿le ha pegado? —pregunté.

—No, mamá, no le ha pegado, pero ya sabes…

—Pues no, no sé de qué me estás hablando. Como no me lo expliques mejor.

—Mi profesora nos ha dicho que cuando decimos cosas malas a otros niños, a nuestros hermanos o papás les dejamos agujeritos para siempre. Nos contó que había una vez un niño que cada vez que se enfadaba, insultaba a todo el que tenía por delante. Su ira y su rabia las proyectaba a cualquiera que le dijera algo que a él no le gustase. Pero un día se dio cuenta de que se había quedado sin amigos de esos que siempre se están riendo, de los que son felices de verdad. Se dio cuenta de que ya nadie quería jugar con él. Solo jugaba con él otro niño que también insultaba a todo el que se le acercaba, pero se aburría mucho porque nunca se reían juntos, y dejó de juntarse también con él. Esto le produjo una gran tristeza, pensó en lo triste que sería siempre su vida. Pero una cuidadora del patio se fijó en él, dándose cuenta de que aquel niño no sabía salir de aquella situación, aunque lo deseaba desesperadamente. Después de hablar un ratito con el niño, le dijo: «Si quieres volver a jugar y a reír, tendrás que tener amigos. Sin amigos es casi imposible, y tú los has maltratado a todos ellos cada vez que les decías malas palabras con la intención de hacerles daño. Les clavaste una flecha en el corazón. ¿Ves este tablero que llevo en la mano y las flechitas que lleva? Pues así están sus corazones». El niño se quedó pensando. Cogió el tablero y vio que no sin esfuerzo había conseguido sacar dos flechas. Lejos de la desesperación preguntó: «¿Y cómo puedo quitarles las flechas? Yo no quería hacerles eso. No sabía que les hiciera tanto daño. Si lo hubiera sabido…». Y la cuidadora le dijo: «Si quieres quitarles las flechas, es muy sencillo, tan solo tienes que pedirles perdón». El niño, sin perder más tiempo, se levantó, se armó de valor y les pidió perdón a todos y cada uno de los niños a los que había hecho daño. Sin embargo, minutos más tarde se encontraba de nuevo sentado y solo en aquel patio de recreo. No lo podía entender. «Pero si ya he pedido perdón, ¿por qué ningún niño viene a jugar conmigo?», pensaba entristecido. Y armándose de valor otra vez, se levantó y se dirigió a su cuidadora lleno de rabia y gritándole: «¡Ya les he pedido perdón y siguen sin jugar conmigo! ¡Me ha engañado!». La cuidadora, lo más dulcemente que pudo, le explicó: «Jamás te engañé. Te dije que quitarles las flechas era sencillo, y así ha sido. Todos te han perdonado. ¿No ha sido así?», le preguntó la cuidadora. «Sí, me han perdonado, ¡pero no juegan conmigo!», respondió el niño gruñendo. «Naturalmente que no quisieron jugar contigo. Mira el tablero. ¿Qué ves?», dijo la cuidadora. «Que ya no tiene flechas», contestó el niño. Pero la cuidadora le volvió a insistir: «Míralo de nuevo. ¿No ves nada en él?». A lo que el niño respondió: «Yo solo veo unos agujeros». Y la cuidadora concluyó: «Pues esos agujeros son los que ahora tendrás que rellenar en los corazones de tus amigos. Esos agujeritos son las heridas que les han dejado las flechas que tú lanzaste. Has sacado la flecha, pero queda la herida, y esto no es tan sencillo de curar. El perdón es el comienzo, pero tendrás que trabajar duro cada día para que tus buenas acciones empiecen a sanar sus heridas y sean estas acciones los medicamentos para eliminarlas».

Ésta, querida Anna, es la historia de mi generación. Unas por lanzar esas flechas, y otras, que a sabiendas de que se estaban lanzando, no hicimos nada para evitar las heridas. Trasladada la historia que te he contado a las palabras que les hemos dicho a nuestros hijos, déjame que te diga que aunque les pidamos perdón mil veces y las heridas quedes sanadas con el perdón, siempre les quedará la cicatriz, esa que recordarán en sus primeras relaciones, discusiones amorosas, a la hora de comprometerse…

Ésta es la generación de los primeros separados y la siguiente. Nadie nos explicó las heridas que nuestra falta de sensibilidad producía. Y muchos de aquellos niños, hoy ya crecidos, nos perdonan. Muchos, porque saben mejor que nadie el dolor que causa el hecho de ser rechazados y no quieren que nadie más sienta esa amargura, estos que, a pesar de todo, sois buena gente. Y a los que no lo son, ¿qué culpa puedo echarles? No los protegimos ni los educamos.

Te hablo de nosotras, pues ya te he explicado que somos las madres de todos. Las únicas que contamos con el privilegio a la hora de decidir. A mayor privilegio, mayores responsabilidades… Ya lo sabes cariño.

Anna, hay una cita que dice así:

Todo nuestro descontento por aquello de lo que carecemos procede de nuestra falta de gratitud por lo que tenemos.

Daniel Defoe

Querida Anna, por muy tentada que estés por el mal que le hagan a un ser querido, por mucho que queramos vengar su sufrimiento o el propio, nunca te lo permitas. Nunca se lo permitas a nadie si lo puedes evitar.

Diles la verdad a las de tu generación. No permitas que les mientan. Ya no son víctimas de nadie, ni de ninguna ley. Solo tienen que tener claro que sus vidas las dirigen ellas mismas. Sin complejos, pero con valores.

No se pueden permitir no amar a sus hijos.

Seréis también las madres del hijo que seguramente algún día será padre.

Nunca olvides lo que sintió Christopher Reeve: «Lo que más lamento es no poder abrazar a mis hijos. Lo que más lamento es no poder sentir el contacto físico con ellos».

Los padres de mi generación no han sufrido accidentes como el señor Reeve, lo que sí han sufrido ha sido atropellos. No solo ellos; también sus hijos.

Elegid siempre a buenas personas para ser padres y madres de vuestros hijos. Será la segunda decisión más importante de vuestras vidas, y esto se lo digo a mi hijo y a mis hijas.

Pero mucho antes que esa elección está la otra, la más importante: tener hijos no es una obligación. Que no os mientan. Ser padres sí lo es, si has traído hijos a este mundo.