XVII

—¿Cuándo?

Así. La pregunta no especificaba. ¿Acaso era preciso? Donna aspiró hondo. Se menguó en aquel instante.

—¿Cuándo, Donna?

—¿Cuándo?

—Sí, sí, ¿cuándo nos casamos?

Donna juntó las dos manos. De repente los dedos de Nelson se separaron del volante y cayeron como una caricia en la rodilla femenina.

—Nelson...

—¿Cuándo?

—Pues...

—Di la verdad. Lo que tú deseas. Lo que tú sientes. No es hora de engañarnos mutuamente. Yo te lo digo por adelantado, cuando tú digas. Cuanto antes. Mañana, pasado... no más.

—Quita la mano.

—¡Ah!

Pero no la quitaba.

—Nelson...

—Sí.

—Eres...

—Soy así. Y no me conoces aún. Por eso quiero casarme. Pero quiero que me conozcas como soy. Nunca comprendí a tu padre y a mi madre como ahora. Si se querían... Tenían derecho a ser felices. El amor no tiene color ni nombre ni espera. El amor debe vivirse. Es como una gracia que el cielo concede a unos pocos seres humanos. No a todos. ¿Quieres que te diga lo que hice desde los quince años?

—¿Lo que hiciste?

—Sí. Cuando desee un amor así. Algo que llenara toda mi vida. Es absurdo pensar que te vi y te amé. Como si tú estuvieras ahí esperando por mí, como si yo estuviera esperando verte a ti para adorarte. ¿Ves tú? Desde los quince años empecé a conocer mujeres. Tío Karl es soltero, y, sin embargo, me enseñó a conocer a las mujeres desde que empecé casi a tener uso de razón.

El auto entraba en el parque de los Heyns.

Pero Nelson no descendió. Lo frenó bajo un arbolado y se dobló mirando a Donna.

—¿Cuándo?

—Cuando... cuando... tú digas.

—¡Donna!

—Sí —se agitó ella apasionadamente—. ¿No es eso lo que deseas? No sé qué has hecho de mí. Yo era una chica tranquila. Yo no tenía inquietudes de ninguna clase sentimental y de repente... de repente...

Quiso descender.

Pero Nelson riendo se lo impidió poniendo el brazo entre la puerta del auto y el cuerpo femenino.

—Aguarda.

—¿Aún quieres que te diga más?

—Tonta.

Donna no quisó que la besara.

Le tenía miedo en aquel instante. Tenía miedo también de sí misma.

Por eso escapó.

—Donna —gritó él suavemente—. Donna.

—Mañana.

—Eres...

—Como fú. Por eso..., por eso... —tenía una vibración rara la voz femenina—, por eso preñero... escapar.

*    *    *

Fue una boda sonada.

Toda la «élite» de Birmingham y el condado de Werwick acudió a la ceremonia.

Nelson estaba nervioso.

Pero aun así pudo ver algo.

Algo que le dejó profundamente asombrado.

Mucho más tarde, cuando se vio en un. elegante hotel de la ciudad de Walsall en compañía de la que ya era su mujer, dijo a ésta casi sin darse cuenta de que estaba casado con ella:

—He descubierto por qué tío Karl no se casó nunca.

—¿Sí?

—Imagínate, nunca lo vi junto a mamá. Este día sí.

—¿Quieres decir...?

—Sí. Eso quiero decir. Siempre estuvo enamorado de mamá.

—¡Oh..., pobre tío Karl!

—No lo digas a nadie —rió Nelson—. Tío Karl no me perdonaría nunca haber descubierto su secreto. Un secreto que él se llevará a la tumba silenciosamente.

—Me da una pena...

Nelson se dio cuenta en aquel instante de que pasó un día horrible soportando a mucha gente. Se dio cuenta asimismo de que Donna estaba alli, aún envuelta en el abrigo de visón, y que era su esposa. Su esposa... ¿Cabía ventura mayor?

Por eso fue hacia ella después de quitarse el gabán y tirarlo sobre una butaca.

—¿No te quitas el abrigo?

—Sí. Pero, ¿qué haces?

—Te lo quito yo.

—Nelson...

El reía.

Una risa suave y baja que decía un montón de cosas.

De repente Donna sintió la sensación de que algo iba a romperse dentro de sí. Algo maravilloso. La timidez.

Alzó los brazos.

—Donna, ¿qué te pasa?

—¿Y qué sé yo? —casi le gritó al oído—. ¿Qué sé yo? Tú tienes la culpa. Me pasan mil cosas. Sí, sí... mil cosas.

Nelson ya lo sabía.

Por eso la tomó en brazos y la llevó con él y cerró la puerta y cayó alli con ella.

—Nelson...

—¿No te gusta guardar silencio?

—¿Si...silencio?

—Sí, así.

—Peró hablas tú,

—¿No quieres que hable?

Donna abatió los párpados.

Era todo tan delicioso.

Todo parecía empezar en aquel momento. Sentía la sensación de que no era ella, de que era una continuación de Nelson.

Y era así.

Nelson decía un montón de cosas en voz baja. Ella sólo veía los arabescos que la tenue luz hacia en el techo.

Pero sentía a Nelson. Un Nelson tan apasionado como ella.

Por eso, mucho tiempo después, Nelson decía quedamente:

—Cuánto compadezco a tío Karl.

—Calla. Calla.

—¿Por qué?

—Voy a llorar.

—Te conozco ya, Donna, amor mío. ¿Sabes cómo te conozco?

Ella quería que la conociese más.

Por eso se arrebujó en sus brazos y enredó las monos en sus cabellos y le besó largamente en la boca. Ella sola, sin que Nelson se lo pidiera.

—Donna.

—Me estás conociendo, sí. Sólo un poco. Porque yo..., yo... —¿Qué tenía la voz de Donna? ¿No temblaba mucho?—. Yo... soy así, así, así...

Nelson se olvidó de tío Karl y de todo.

Tenía allí a Donna. Una muchacha deslumbrante que era tanto o más apasionada que él.

FIN