Capítulo 5
Tenía justamente lo que quería. Desde el segundo en que se había enterado de que la casa de campo era para ella, Angelo se había decidido a asegurarse de que la recuperaría del modo que fuera. Su camino preferido habría sido llevarla a los tribunales y ver cómo un legado que no le correspondía se le venía abajo ante sus codiciosos ojos. Pero el testamento era hermético, así que había intentado sobornarla. A cambio, ella se había mantenido en sus trece.
Su único objetivo, el único, había sido quitarle la casa, sacarla de su vida.
Pero entonces, ¿cuándo había cambiado eso? ¿Cuándo había descubierto que Rosie permanecía en su mente y que no todos sus sentimientos eran de rabia y frustración?
–¿Es que no vas a decir nada? –insistió Rosie, molesta porque en los últimos diez minutos había sido la única que había hablado. Llegó la cuenta, se pagó y los dos se levantaron para marcharse rodeados por las exuberantes muestras de gratitud del propietario que, según decía, estaría encantado de volver a recibirlos allí para probar otros platos. Ante ese comentario, ella contuvo la tentación de decirle al hombre que eso no pasaría, al menos, en mucho tiempo.
–Diré algo cuando estemos en tu casa –por muy frustrante que le resultara admitirlo, le estaba costando mucho asumir que Rosie desaparecería de su vida tan pronto como había vuelto a entrar en ella. Sabía que podía entregarle una irrisoria cantidad de dinero por la casa y que ella lo aceptaría. Tal vez fuera una cazafortunas que había vendido los regalos que él le había hecho, pero también era muy inteligente.
Así que ahora que podía librarse de ella, y su sentido común le decía que era lo que debía hacer, ¿por qué no estaba nada satisfecho con que se cerrara el asunto así?
Sexo.
La palabra se instaló en su cerebro como una respuesta instantánea a las preguntas que habían surgido de pronto. No había por qué buscar más allá para encontrar un motivo a su reciente comportamiento.
Cuando terminó su relación, nunca había reprimido el hecho de que seguía deseándola. La había deseado en cuanto la había visto en el bar. Había seguido deseándola el tiempo que habían estado juntos, y que había sido un milagro porque la estabilidad no había sido algo que caracterizara a sus relaciones anteriores. Su objetivo era trabajar, conseguir una seguridad que solo el dinero podía proporcionar y las mujeres, que suponían una agradable distracción, siempre hacían breves apariciones en su vida frenéticamente ajetreada y cargada de presión. Antes de Rosie sus relaciones habían sido ocasionales y así le había gustado.
Pero entonces había llegado ella y nunca había dejado de desearla por mucho que se hubiera casado con Amanda, dadas unas circunstancias en las que no merecía la pena pensar.
Angelo comprendía el poder del sexo; lo había sentido al volver a ver a Rosie a pesar de no haberlo admitido. Su relación había terminado en caos y no le había dado tiempo a cansarse de ella. Eso habría acabado pasando, naturalmente, pero cuando rompieron todavía estaba loco por ella.
Después de haber encajado todas las piezas, le aliviaba haber encontrado la solución a su inquietud y al hecho de no poder asumir que desapareciera inmediatamente de su vida.
De no haber visto esa llama en su mirada, si ella no se le hubiera insinuado, entonces tal vez no habría objetado nada a librarse de ella y entonces estaría escuchándola decir que le vendería la casa sin sentir ese nudo en el estómago.
La idea de volver a vivir sin tener que pensar en ella era todo un alivio y se permitió relajarse un poco tras el volante.
Decidió que la venganza no la encontraría viéndola fracasar en su intento de empezar una nueva vida. La venganza podría conseguirla fácilmente seduciéndola entre las sábanas y después abandonándola cuando ya hubiera quedado satisfecho. Con todo lo sucedido entre los dos, estaba seguro de que sería una situación pasajera.
¿Durante cuánto tiempo podría un buen sexo bloquear el hecho de que esa mujer no le gustara? ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que su cuerpo se pusiera al mismo nivel que su mente? ¿Una semana o dos? Y después podría olvidarse de ella para siempre y alejarse sin mirar atrás. Un punto extra sería tenerla suplicándole que se quedara, pero incluso aunque el orgullo de Rosie se interpusiera y no hubiera súplicas, acostarse con ella sería un trabajo bien hecho porque destruiría a los demonios que él llevaba dentro.
Medio sonrió en la oscuridad del coche y seguía sonriendo cuando aparcó frente a su casa.
Independientemente del hecho de que Rosie estuviera huyendo de un acosador, él también habría querido huir si hubiera estado viviendo en un cuchitril como ese que tenía delante ahora. Se preguntó cuántas veces ella se habría maldecido por no haber jugado bien sus cartas, por no haber utilizado todo el dinero que le había sacado en algo sensato. No sabía en qué podía haberlo gastado, aunque tampoco le importaba, pero lo que estaba claro era que no había ido a parar a la entrada de una casa.
–No hace falta que entres –empezó a decir Rosie mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad–. Ya has hecho bastante y no sé cómo darte las gracias –se quedó un rato mirando abajo antes de girarse hacia él, que la miraba fijamente. La recorrió un cosquilleo, así que pensó que era hora de dejar el discurso de agradecimiento porque, de lo contrario, se le aceleraría el cuerpo y podía terminar cometiendo otra estupidez, como besarlo antes de que se separaran para siempre. La idea de ser así de débil la aterrorizaba–. Ahora que te has ocupado de Ian, no puedo creer lo aliviada que estoy, como si me hubiera quitado un gran peso de encima.
–¿Era ese cretino la única razón por la que querías la casa? –preguntó, porque estaba harto de que le diera las gracias por algo con lo que había disfrutado de un modo perverso. Además, si no se hubiera dado esa inesperada circunstancia, ¿estaría ahora allí? Gracias a Ian, por muy cerdo que fuera, Rosie se había visto en una situación vulnerable y él era el que la había rescatado. Al instante, la dinámica de su relación se había visto sutilmente alterada.
–Bueno... Sé que crees que estuvo mal que Mandy hiciera lo que hizo, que me dejara algo que consideras tuyo, y tal vez hizo mal...
–No estamos debatiendo lo que Amanda hizo o no hizo mal.
–No. En ese caso, si te soy totalmente sincera, supongo que me habría gustado salir de Londres. Llevo aquí un tiempo y es para volverse loca.
–E ingrato, me imagino.
–¿Qué quieres decir? –resultaba desconcertante estar allí hablando con él sin captar rencor y furia bajo cada palabra, pero Angelo se había ocupado de Ian probablemente mejor de lo que lo habría hecho nadie, incluso la policía.
–Alquilar un lugar así, tirar el dinero por la ventana o, mejor dicho, dárselo a un casero que seguro que te ofrece lo mínimo. Trabajar tantas horas con un sueldo mediocre que tampoco puedes desperdiciar porque necesitas acumular experiencia. Supongo que debe de ser desalentador mirar al futuro desde esa posición y preguntarte si nada va a mejorar.
Rosie no se había planteado las cosas con tanta crudeza.
–Eso no es así del todo –protestó.
–Aunque, claro, tendrás el dinero de la casa para invertir en algo.
–Supongo que sí.
–Me imagino que la competencia en Londres debe de ser dura en el negocio del catering. Es más, yo tengo un chef personal excelente, como ya sabes, que tiene su propio servicio de catering y sé que sus clientes más valiosos son la gente que lo contrata de manera habitual. Como yo. Entra en Internet, busca «catering en Londres» y encontrarás montones de resultados –se echó hacia delante y la rozó con el brazo al abrirle la puerta–. Te acompaño adentro. Y, por favor, no me digas que no hace falta.
Mientras Rosie abría la puerta era demasiado consciente de su presencia tras ella, tan cerca que podía sentir la calidez que irradiaba su cuerpo.
–Bueno, ahora que todo está decidido, ¿le digo al señor Foreman que contacte contigo para hablar de la venta de la casa? No sé qué hay que hacer después. ¿Hay que hablar con agentes inmobiliarios o podemos ocuparnos nosotros de las gestiones?
Al entrar en la casa, ella dejó la puerta entornada como suponiendo que él no se quedaría, que solo la había acompañado, pero Angelo la cerró firmemente.
–Creo que después de todo por lo que hemos pasado, me merezco una taza de café.
Rosie vaciló un momento antes de reaccionar; tomar un café con él en su casa, sentados en su estrecha e incómoda cocina se le hacía mucho más íntimo que tomar un capuchino en un restaurante rodeados de gente y empleados excesivamente obsequiosos.
–¿Has pensado en cómo te lanzarías al negocio del catering? –una vez en la cocina, Angelo sacó el tema con tenacidad. Si ella aceptaba el dinero y se marchaba, no volvería a verla y si eso sucedía ya no podría sacarla de su vida del modo que había ideado: acostándose con ella. Precisamente por eso tenía que intentar hacerle cambiar de opinión.
–Solo había pensado en ello en relación con la casa –no quería hablar del tema ni de ese negocio que parecía tener tantos inconvenientes aunque, por otro lado, ¿no estaría bien oír los consejos de un hombre que había logrado un gran éxito con sus negocios? ¿No sería positivo pedirle opinión? Ella sabía mucho de cocina, pero en temas de finanzas era pésima.
Le preparó una taza de café y, cuando iba a dejársela en la mesa, lo vio levantarse e ir hacia el salón.
–Este sofá hundido es un poco menos incómodo que las sillas de la cocina. Por si no te has fijado, un hombre de mi tamaño no está hecho para sillas tan pequeñas.
Rosie, que se había fijado demasiado bien, no dijo nada. Lo siguió hasta la sala de estar, donde él se acomodó en el sofá, apartó los cojines que ella había comprado específicamente para camuflar la sosa tapicería marrón y arrastró la mesita de café hasta su lado indicándole que le dejara allí la taza.
–Coméntame tu plan de negocios. Necesitarás uno. Lo que saques de la venta de la casita no cubrirá el lanzamiento de un nuevo negocio y la compra de otra casa.
Rosie frunció el ceño. Se había sentado en la silla más alejada de él; era muy incómoda, pero no tenía otra opción después de que él hubiera monopolizado el sofá.
–¿Qué quieres decir?
–La casita es encantadora y está en un enclave precioso, pero es pequeña y el precio que puedes sacar por ella es limitado. Además, comparte acceso a mi casa y eso la mayoría de la gente lo encontraría inaceptable. Por otro lado, no puedes venderla mientras no esté solucionado el tema de los límites de la propiedad.
–Cierto –no había pensado en ello.
–No sé cuánto llevará solucionar esa pequeña cuestión. Podrían ser días, semanas o meses.
–Supongo que era demasiado bonito para ser verdad –Rosie suspiró–. Seguro que estás muy contento con todo esto –continuó sin rencor–. Lo curioso es que allí me he sentido como en casa. Era como si me hubiera reencontrado con la antigua Amanda, la que conocía antes de que... antes de todo –se aclaró la voz y se movió en la silla–. Lo bueno es que Ian ya no vendrá más por aquí y que puedo seguir con mi vida sin miedo. No tiene sentido elaborar un plan de negocio. Si alguna vez se vende la casa, entonces puede que vuelva a pensar en ello. Si no, no pasa nada.
–Pareces incómoda en esa silla –le hizo sitio en el sofá y le indicó que se sentara.
–Aquí estoy bien –¿sentiría lástima por ella como los vencedores que se compadecen de la persona que acaban de derrotar?
Lo miró con recelo mientras él la observaba y ladeaba la cabeza. Cuando se levantó y fue hacia ella, Rosie prácticamente dio un salto en el asiento. Angelo se echó hacia delante y ella se echó atrás todo lo que pudo. Pero ¿qué estaba haciendo? Se había remangado la camisa y Rosie posó la mirada en sus musculosos antebrazos salpicados de un fino vello oscuro.
Fascinada, miró cómo ese vello rozaba la correa de plata de su reloj y pudo recordarlo quitándoselo antes de empezar a desnudarse ante su atenta mirada. Siempre había estado increíblemente seguro de sí mismo en lo que respectaba a su cuerpo. Más que eso: le había gustado mirarse. En una ocasión hasta le había dicho que no había cosa que lo excitara más.
–¿Qué estás haciendo? –le preguntó carraspeando.
–Un ligero cambio de tema.
–¿Cómo dices? –confundida, alzó la mirada hacia él y separó los labios. Apenas podía respirar.
–Dejemos el tema de la casa y si se venderá o no. No hay mucho más que se pueda decir al respecto ahora y no hacemos más que repetirnos. No, lo que de verdad me gustaría hablar contigo, lo que llevo pensando varios días, es qué pasó la otra noche.
–¿La otra noche?
Angelo fue hacia la ventana que, con su pintura desconchada, daba a la calle y era el único atractivo de la habitación. Se apoyó contra ella y se metió las manos en los bolsillos. Rosie se fijó en cómo la elegante tela de sus pantalones se ceñía sobre su pelvis y tuvo que mirar a otro lado.
–En la casa. Justo antes de irme.
–Preferiría no hablar de ello.
–¿Por qué no? Entiendo que puedas sentirte un poco avergonzada porque te me insinuaste y te rechacé, pero sigo pensando que deberíamos hablar de lo que pasó.
–Sé que me guardas rencor, Angelo, pero si esta es tu idea de divertirte a mi costa no me hace gracia. Te he dicho que no quiero hablar de lo que pasó. Sí, de acuerdo, te estoy muy agradecida por cómo te has ocupado de Ian, pero eso no significa que puedas decirme lo que quieras y humillarme como te plazca. Esta es mi casa y creo que es hora de que te vayas.
–¿Crees que eso es lo que intento hacer al querer hablar de lo que pasó entre nosotros?
–No ha pasado nada entre nosotros.
–Pero estuvo a punto.
–Es hora de que te marches.
–¿Tanto miedo tienes? ¿Preferirías echarme de tu casa antes que charlar conmigo?
–No hay nada de qué hablar, Angelo. Cometí un error. Fue una estupidez. No puedo borrarlo, pero tampoco quiero hablar de ello para que te diviertas.
–A lo mejor yo también cometí un error –le respondió con una voz curiosamente suave. No fue lo que Rosie se había esperado oír–. Tal vez debería haberme enfrentado a la realidad.
–No sé de qué estás hablando.
–No, no quieres saber de qué estoy hablando, Rosie. Quieres hacer como si ahora que el tema de la casa está en punto muerto pudieras marcharte sin más sin mirar atrás. Le das instrucciones a un abogado, él lo mueve todo, pero luego renuncias al juego en cuanto te acercas demasiado a mí.
Rosie lo miró en silencio. Podía seguir discutiendo con él, diciéndole que no sabía de qué estaba hablando, pero ¿cómo podría negar lo obvio? ¿Cómo podía negar cómo se encendían sus mejillas cada vez que él estaba cerca? Por mucho que quisiera mostrarse distante, jamás olvidaría cómo había puesto fin a su relación, como se había metido en la cama con su amiga y después se había casado con ella. Y a pesar de todo eso, no podía ignorar el efecto que Angelo seguía surtiendo en ella.
–Ni siquiera me caes bien. ¡Te casaste con mi mejor amiga! –las lágrimas se acumularon en su garganta y adensaron su voz. Miró a otro lado porque no quería ir por ese camino, no quería remover el pasado. Solo quería seguir adelante, aunque ¿cómo iba a hacerlo si lo tenía a escasos metros obligándola a afrontar algo que ella no quería reconocer?
–¿Y crees que tuve elección? –contestó Angelo apartándose de la ventana. Se pasó la mano por el pelo y se preguntó adónde estaba dispuesto a llegar para llevársela a la cama. ¿Estaba preparado para destapar cosas que estaban mucho mejor enterradas? ¿Le permitiría su orgullo hacerlo? ¡No!
Rosie se quedó impactada con la respuesta. No sabía de qué hablaba. Por supuesto que había tenido elección. Él no habría permitido que lo forzaran a hacer algo que no quería, pero aun así, lo había negado con una ferocidad y una amargura que la confundieron.
–¿Qué quieres decir?
–Quiero decir que aún nos atraemos, Rosie. Qué bonito, ¿verdad? Después de todo por lo que hemos pasado. Cuando te vi en el funeral... No puedo creer que hubiera olvidado lo sexy que eres. O tal vez no lo había olvidado. Tal vez había apartado ese recuerdo para no tenerlo cerca. ¿Es eso lo que tú has hecho también?
–¿Qué has querido decir con eso de que no tuviste elección?
–Dejemos eso, Rosie. El pasado es pasado, pero por desgracia nos ha dejado un presente algo incómodo. Te rechacé en la casa porque no me paré a pensar en la atracción que sentimos.
Rosie estaba asombrada. ¿Cómo podía estar hablando de la química que crepitaba entre los dos con una voz tan fría e indiferente? Cuando hablaba de la situación, era como si estuviera hablando del tiempo o de algún incidente en la autopista M25.
–¿Y ahora?
–Pareces tan rígida como una tabla de madera –respondió secamente. Una parte de él estaba impactada por lo que estaba haciendo. Estaba yendo detrás de una mujer que no tenía cabida en su vida. Estaba elevando el sexo a algo de lo que no podía prescindir. Era una debilidad que no podía controlar.
–¿Cómo esperas que esté relajada? –se levantó de la silla y empezó a pasear por el salón. Cuando había contestado la llamada de Angelo y había hecho lo impensable, lo inesperado al pedirle ayuda, no se había imaginado que la noche terminara así. Se paró y lo miró–. ¡Esta es la conversación más rara que he tenido en mi vida!
–¿Por qué? ¿Porque estamos hablando de sexo? ¿Terminando una conversación que tú empezaste al tocarme?
–No sé en qué estaba pensando cuando lo hice.
–No estabas pensando. Estabas actuando por impulso. Era yo el que pensaba y hay que decir que a veces no vale la pena pensar tanto. Tengo una proposición para ti –dijo al acercarse al sofá, que miró como si tuviera gérmenes antes de probar con la tercera silla que había en la sala.
–¿Qué clase de proposición? –le preguntó ella sentada otra vez. Le dolía la espalda por el respaldo de la silla y le temblaban las piernas; además, el hecho de haber estado caminando por el salón como una fiera enjaulada la hizo sentirse extraña y vulnerable. Le sudaban las palmas de las manos y se sentía incómoda con el vestido negro.
Angelo se echó hacia delante y apoyó los antebrazos en los muslos.
–No podemos ocultar el hecho de que nos atraemos.
–No nos caemos bien.
–Esa no es la cuestión. Durante los últimos tres años, dime sinceramente, ¿has logrado sacarme de tu cabeza?
Rosie pensó en esa cita a ciegas con Ian y en los motivos que la habían animado a aceptarla. Desde que Angelo había desaparecido de su vida, se había ocultado en el trabajo y sepultado tras una pared de hielo. Se sonrojó y se quedó en silencio, lo cual fue una respuesta en sí misma.
–Me hago una idea.
–No, creo que no, Angelo. ¿Piensas que porque nos sentimos atraídos deberíamos hacer algo al respecto? –soltó una risita histérica, pero cuando lo miró vio que a él no le hacía ninguna gracia–. La atracción física no dura. Se esfuma con el tiempo. Te acostaste con mi amiga.
–No vayas por ahí.
Ojalá Rosie conociera las circunstancias de aquella noche, cuando él la había acribillado con la información que marcaría el final de su relación. Era un recuerdo que tenía guardado con llave y que no sacaría jamás. Era un momento del que se sentía avergonzado. Había estado borracho, furioso y dolido. Incluso era posible que hubiera llorado. ¿Cómo podía haberle llegado tan hondo una mujer? ¿Adónde había ido su aptitud natural para protegerse?
–Estás loco.
–¿Lo estoy? –se levantó y ella se quedó paralizada al verlo acercarse lentamente. Cuando estuvo al lado, deslizó un dedo sobre su mejilla.
En su cerebro Rosie sabía que se oponía a esa caricia tan fugaz e íntima, pero por desgracia su cerebro había dejado de comunicarse con su cuerpo, que había tenido una respuesta vergonzosamente instantánea. Una humedad se extendió entre sus piernas, empapando su ropa interior. Podía sentirla. Y entonces, galopando a una velocidad vertiginosa, una serie de imágenes se colaron en su mente: imágenes de ese dedo acariciándola entre los muslos, separando los suaves pliegues que protegían su clítoris, rozando esa pequeña elevación hasta hacerla gritar y pedir más. Le pesaban los pechos y sus pezones se tensaron. Él conocía muy bien su cuerpo. Era como si no hubiera pasado el tiempo desde que fueron amantes.
¿Cómo era posible? ¿Cómo podía estar sintiendo eso? Pero sabía que era la misma reacción física e instintiva que le había hecho alargar la mano y acariciarle el torso en la casita de campo.
Él coló el muslo entre sus piernas y bajo su vestido negro moviendo su rodilla con una delicada presión que desató unas oleadas de placer que le hicieron contener un grito ahogado. Nadie la había vuelto a tocar después de él. No había sido capaz de dejar que ningún hombre se le acercara. Y que él la tocara ahora electrificó su cuerpo e hizo que se le cerraran los ojos.
–Me deseas –Angelo estaba a punto de perder el control–. Puedo sentirlo... puedo oírlo...
–Angelo, por favor.
–¿Por favor, qué? ¿Por favor, provócame un orgasmo? ¿O por favor, pon la boca donde tienes la rodilla? Porque sé cuánto te gusta eso, Rosie, al igual que sé lo sensibles que son tus pezones y cómo una caricia de mi lengua puede hacerte llegar al éxtasis.
A regañadientes, Angelo apartó la pierna y una marca de humedad en su rodilla fue la prueba de lo excitada que estaba, a pesar de haber dicho lo correcto y haberse controlado.
Angelo permaneció a su lado. Rosie seguía respirando entrecortadamente, y se bajó el vestido porque se le había subido hasta las caderas. Le temblaban las manos. Apenas podía pensar con claridad.
–Aún tengo que hablarte de mi proposición –murmuró él y ladeó la cabeza.
–Sé lo que es, Angelo. Nos metemos en la cama como un par de adolescentes excitados que son demasiado estúpidos para pensar en las consecuencias.
–¿Quieres entrar en el negocio del catering? Te daré tu primer trabajo. En Cornualles. Conozco a toda la gente importante de por allí. No tendrás que invertir en equipo y yo mismo te proporcionaré un pequeño coche. Podrás devolvérmelo cuando empieces a ganar dinero o vendas la casa. O también podrías no devolvérmelo. Para mí es irrelevante...
Rosie parpadeó atónita. Nunca unas palabras tan suavemente pronunciadas habían contenido tanto peligro. Estaba escuchando cómo le proponía un pacto con el diablo.
–Lo sé. Emocionante, ¿eh? Justo cuando creías que tu barco se había hundido.
–No me puedo creer que esté oyendo esto.
–No te molestes en intentar buscar una respuesta recatada y virginal, Rosie. Jamás te saldría. Estoy ofreciéndote el trato de tu vida, por así decirlo.
–No soy una... una...
–Creo que sé la palabra que intentas decir, pero dejémosla en el aire. Me gusta pensar que lo que tenemos aquí es el acuerdo perfecto –dibujó con su dedo la silueta de uno de sus pechos y se rio cuando ella se apartó remilgadamente.
Se levantó, acercó la silla para estar frente a ella y apoyó los brazos en el respaldo.
–¿Cómo puedes decir que acostarnos juntos es el acuerdo perfecto?
–No nos olvidemos de los beneficios: felicidad, prosperidad y seguir adelante están a la vuelta de la esquina. Y, por ponerle un poco más de dulzura al trato, puedes mudarte a la casa, tendremos nuestra aventura, nos alejaremos el uno del otro y yo lo vendo todo cuando esto termine –«o, mejor dicho, cuando yo decida que todo termine...».
–¿Que lo vendes todo?
–No le veo la gracia a tener una propiedad cuando tú vives en el mismo terreno. Supongo que estaremos deseando librarnos el uno del otro cuando llegue el momento.
–Pero creía que querías explotar el terreno.
–Convertirlo en un hotel de lujo, pero sinceramente, me estoy expandiendo hacia el Lejano Este y podría ahorrarme las molestias de abrir algo en Cornualles. El dinero invertido en Tecnología de la Información está garantizado, el dinero invertido en un complejo hotelero, no tanto. En un principio lo había visto como un hobby, pero estoy más que dispuesto a renunciar a ese entretenimiento a cambio de, digamos, hacer un bien mayor –se encogió de hombros–. En cualquier caso, tengo una cadena de hoteles ecológicos por toda Europa. Un hotel más podría considerarse un exceso.
–¿Cómo puedes ser tan frío?
Angelo esbozó una sonrisa. ¿En serio? ¿Que cómo podía él ser tan frío? Esa chica no tenía precio. ¡Lo había desplumado y tenía la cara de decirle que era frío!
–A ver, resumiendo. Te mudas a la casa, porque no creo que vayas a echar de menos este agujero. Si tienes que perder la fianza, la acabarás compensando. Inmediatamente yo celebraré una fiesta o varias fiestas para hacer circular tu nombre. Yo también tengo una cantidad de contactos impresionantes. Hablarles de ti a las personas adecuadas te garantizará el negocio. Piensas que soy frío, pero soy realista. Han pasado tres años y te has encendido en cuanto te he tocado, y lo mismo me pasa a mí. Te quiero dentro de mi cabeza tan poco como tú me quieres dentro de la tuya y el único modo de acabar con eso es meternos en la cama y destruir cualquier resquicio de pasión que nos pueda quedar.
–¿Y si no quiero?
–Querrás, Rosie. Podrías ganar mucho dinero, ¿por qué no ibas a querer?