Capítulo VIII
Maradona versus Maradona

ARGENTINA 2, BÉLGICA 0
MÉXICO DF, MIÉRCOLES 25 DE JUNIO

No, por favor, no. No me vengan a comparar el gol a los ingleses con los goles a Bélgica. Se lo dije a mi hermano, que fue el primero en compararlo, y a todos: no me digan que ese gol es mejor que el que les hice a los ingleses. El gol contra los belgas es lindo, pero es un gol que podés hacer en cualquier partido. Arrancás por potencia de piernas, con eso desequilibrás al marcador y después la clavás en el segundo palo. Yo estaba demasiado rápido, demasiado, y no necesitaba ni siquiera simular una falta, porque los mataba a todos con la velocidad que tenía. Por eso, no hay secretos en ese gol, en esos goles. O sí, uno solo: a esa altura del Mundial, cuando llegó la hora de jugar la semifinal, nos sentíamos invencibles. Y no sabíamos, en ese momento, que estábamos jugando contra la mejor Bélgica de la historia. Pero con los otros, nada que ver. Nada que ver.

Veníamos en alza

Nos hicieron un partidazo, hay que decirlo. Y ¿saben qué?, quieren jugarlo de nuevo. En serio, hace poco me llamaron porque quieren celebrar aquello, treinta años después, con un amistoso. A mí me encantaría, porque me pareció un equipo fantástico. Y porque estoy muy agradecido por lo que el técnico, Guy Thys, dijo en aquel momento: «Si nosotros teníamos a Maradona, ganábamos 2 a 0». En ese partido fui decisivo, me gané a mí mismo, aunque no hice un gol más lindo que contra Inglaterra y aunque no jugué mejor que contra Uruguay, que esa sí fue mi mejor actuación en todo el Mundial.

También me gané a mí mismo porque, después de pelearla mucho, logré instalar la idea de que no éramos un rival fácil. Les dije a los muchachos: «Vamos a salir bien enchufados, ¿eh? Miren que estos belgas no son ningunos giles. Por algo llegaron hasta las semifinales. Tenemos que comerles el hígado desde el primer minuto. Si creemos que ya les ganamos, estos te la mandan a guardar, como hicieron con los soviéticos…».

Los tipos habían llegado hasta ahí haciéndose los distraídos. Cuando les preguntaban, decían: «Nosotros no tenemos nada que perder». Y, sí, sólo habían perdido contra México, en el debut. Después le ganaron sin despeinarse y sin mostrar mucho a Irak, creo, y empataron contra el Paraguay de Romerito y Cabañas, que les hizo dos goles. En octavos de final, jugaron un partidazo contra Unión Soviética, le ganaron 4 a 3, aunque si mal no recuerdo el referí les metió la mano en el bolso a los soviéticos. Ahí hizo un gol Scifo, que en una encuesta había dicho que el fracaso del Mundial íbamos a ser nosotros. La rompió el grandote Ceulemans, que se juntaba bien con Nico Claesen, que a mí me encantaba.

Para cruzarse con nosotros, bajaron a España, que venía de meterle cinco, ¡cinco! a Dinamarca, con un Butragueño impresionante. El Buitre tenía esa cara de nene bueno, de alumno que hace todos los deberes, pero en la cancha te mataba. No te perdonaba una, como no lo perdonó a Olsen, que se equivocó en una salida. De los cinco, cuatro habían sido de él.

La verdad, por juego, nuestro rival tendría que haber sido España, que tenía a Camacho en la defensa… ¡Cómo no acordarme de Camacho, si en mi paso por el Barça me dejó la firma en todo el cuerpo! Por eso, cuando ahora hablan de marca, de juego violento, me encantaría que vieran los videos de lo que eran aquellos clásicos contra el Madrid. ¡Mamita, cómo pegaba! Hay una final de la Copa del Rey en la que hasta una patada en el culo me pegaron. Igual, esa España del viejo Muñoz intentaba jugar más que pegar. Y el que zafó lindo en México fue Calderé. De su caso me iba a acordar algunos años después, en Estados Unidos.

Resulta que después del partido contra Irlanda del Norte, que España ganó pero le costó, dio positivo por… ¡efedrina! Dijeron que le habían dado un remedio para la bronquitis, que había tenido la misma cagadera que Passarella y algún cabeza de termo dijo que se había dopado.

La verdad es que la diferencia entre él y yo fue que, en su caso, hubo un médico que se hizo cargo. La federación española tuvo que pagar una multa y listo, Calderé siguió jugando como si nada. En cambio, a mí me soltaron la mano, empezando por Grondona y siguiendo con el doctor Ugalde.

Calderé fue titular en el partido contra los belgas, que terminó 1 a 1 en el alargue, con Pfaff de figura. La volvió a meter Ceulemans y fueron a los penales. Ahí Pfaff atajó uno y pasaron. Era cuestión nuestra no dejarlos seguir y para eso teníamos que ponernos las pilas, las pilas en serio.

En el Mundial de Brasil, cuando a la Selección le tocó jugar justo contra Bélgica para pasar la famosa barrera de los cuartos de final, muchos me preguntaron si se me vino a la cabeza aquel partido. Y no, la verdad que no. Primero, porque lo nuestro era una semifinal. Y segundo, porque me parece que las cosas se planteaban distinto. Ahí, en Brasil, los había visto contra Estados Unidos. Tenían un medio campo peleador y jugador. Peleaban y jugaban con Witsel, el 5. Después, tenían a Fellaini, a Mertens, a Hazard, que a mí me gusta mucho. Eran combativos y se veía que era un equipo que estaba laburado. Yo veía que Wilmots hacía así y el equipo se replegaba, hacía así y el equipo achicaba. Se notaba que tenían buen juego. Podía sacar a la Argentina, claro, pero la Argentina se tenía que despertar.

Nosotros, en cambio, veníamos en alza, veníamos para arriba.

Ese partido de la Selección contra Bélgica en Brasil, me parece, fue la confirmación de todo lo que yo pensaba de Mascherano. ¡Y pensar que se reían cuando yo decía Mascherano más diez! Por favor, un monstruo Masche. Creo que él y Messi dejaron bien alto el nombre de Argentina, ellos dos más que nadie. Pero lo de Masche esa tarde fue infernal. Me acuerdo de la imagen, chiquito plantado frente a Fellaini y Witsel. Un gigante.

Nuestro partido contra Bélgica, en cambio, si seguíamos haciendo las cosas bien, si no nos dormíamos, nos ponía en la final. Y arrancamos, despiertos, pero enseguida nos dormimos.

La mejor Bélgica de la historia

Lo vuelvo a ver y lo vuelvo a ver clarito. Se pararon con un tipo de líbero, Renquin, y adelante de él tres tipos, Gerets, Demol y Vervoort. Grun colaboraba con ellos y, de ahí para arriba, trataban de jugar con Vercauteren, con Veyt, para rematarte con Claesen y con Ceulemans. Yo seguía caliente con Scifo, por eso de que íbamos a ser el fracaso.

A mí no me pusieron a nadie encima, creo que por primera vez. En los primeros cinco minutos metí un par de toques, tiré una rabona y me mandé un par de amagues. Y, apenas pude, le sacudí los rulos a Pfaff. Me la sacó del ángulo y, en el rebote, Valdano la metió con la mano.

No sé si fue eso, que arrancamos bien, o qué, pero a partir de ahí, diez minutos, nos fuimos a dormir la siesta. Era el primer partido que jugábamos en el Azteca y yo no quería que fuera el último, ¡no quería que fuera el último…!

En esa época no había cámaras hasta en el baño como ahora. Menos mal, porque se hubiera armado un lindo quilombo con lo que pasó camino al vestuario, después de bajar la famosa rampa que hay atrás del arco. Hicimos una reunión ahí mismo, porque yo sentí que nos estábamos dejando arrasar. Los habíamos dejado agrandar al pedo, más allá de que fueran la mejor Bélgica de la historia. Lo agarré a Ruggeri y le dije: «Cabezón, pegá un par de gritos en el fondo porque la cosa no es así, ¡no es así!».

Y en el segundo tiempo fuimos otro equipo, con otra actitud. Cuando gritábamos Ruggeri, Valdano y yo, se cagaban todos. Los nuestros y los demás. Pero me tenía que hacer cargo, más que nunca me tenía que hacer cargo de la situación. Tenía que salir a ganar el partido solo, ganarlo. Pero eran mis compañeros los que me ayudaban a ser figura.

Y a los seis minutos del segundo tiempo, empecé a ganarlo.

Directo al área

Estábamos medio metidos atrás, pero no nos llegaban. Y eso nos daba espacios. En una, salimos desde el fondo, la trajo el Negro Enrique y jugó con Burru, tirado de la derecha al medio. Le marqué el pase y piqué al área. Burru metió uno de esos pases que ahora le dicen filtrado, de cachetada. El mérito de él fue enorme, enorme. Entré como si fuera un ocho, en diagonal hacia afuera, y justo, justo, en el momento en el que me cerraban dos (ahora los veo, son Veyt y Demol) y Pfaff salía como loco, yo también le pegué de cachetada, de zurda, por arriba. El secreto de ese gol es ganarles la carrera a los dos defensores. Yo lo vi venir a Pfaff, que quería achicar, y se la toqué por arriba.

Había, habíamos, mejor dicho, abierto el camino. Era cuestión de seguir por ahí. No fue fácil igual. La pelota la seguían teniendo más ellos, pero jugaban mucho a lo ancho. Yo seguía un poco aislado y tenía que aprovechar la que pudiera, cuando la tuviera. Me di el gusto de meterle un sombrerito a Scifo, que me hizo foul, y seguí. El referí, un mexicano, Márquez, me paró cuando me iba derechito al arco, otra vez. Tendría que haber dado ley de ventaja, el muy turro. Pero esa era la fórmula: encarar, encarar. En el uno a uno no me podían parar.

Enseguida zafé de un guadañazo y lo dejé solo al Vasco, que se mandaba mucho por la izquierda. Y a los dos minutos, por derecha, la empalé para la llegada de Enrique. En el medio, me habían bajado feo cuando empezaba a despegar desde la mitad de la cancha, pero el mexicano no cobró nada. Por la izquierda, por la derecha, por el medio. Esos minutos fueron los mejores y el Vasco tuvo otra, que Pfaff sacó contra el pelo. El segundo estaba al caer, al caer…

Y cayó.

La sacaron larga los belgas desde el fondo, derecho al pecho de Cucciuffo, que se anticipó al delantero que tenía que marcar. Y ahí arrancó Cucciuffo, un caradura, con el pecho inflado. Ya estaba definido como stopper por la izquierda y encaró derecho hacia Pfaff, con la pelota dominada. Pasó la mitad de la cancha a mil, me la dio a mí que estaba justo al medio, y siguió, a buscar la descarga. Un caradura, ¿no te digo? Y yo lo usé. Por eso digo: el partido lo gané yo, sí, pero con la ayuda de ellos, porque la distracción es una ayuda.

¿Por qué lo usé? Porque los defensores siempre pensaron que yo se la iba a devolver, al claro, y nunca lo hice. La enganché contra Grun y encaré en diagonal, desde el medio hacia la izquierda, pero directo al área. Cucciuffo seguía corriendo a mi izquierda, abriéndome la cancha y los belgas quedaron todos a mi derecha.

El secreto de este gol es la potencia de piernas. Estaba tan rápido con la pelota, tan rápido, que cuando el pobre Gerets llegó para trabarme, yo ya había pateado. Y otra vez Pfaff había salido apurado, siempre tuve su buzo amarillo como referencia.

Si en el primero le había pegado de cachetada con la zurda al palo derecho del arquero, en este fue exactamente al revés, pero siempre con la zurda: me llené el pie y la clavé en el palo izquierdo.

Ahí, en ese gol, hay un detalle, que el Zurdo López vio y que me quiso explicar después, en la concentración. Él decía que yo sacaba la lengua, cuando jugaba, por dos cosas: porque me daba placer y porque me ayudaba al equilibrio. Si vos ves, en ese gol, yo siempre estoy como inclinado para la izquierda, pero nunca me caigo, ni cuando salí como loco a festejarlo, con el puño apretado, porque sabía que había pegado en el momento justo. Desde ese momento, el Zurdo siempre me decía: «Diego, acordate de sacar la lengua, no te olvides de sacar la lengua…». Pero yo esas cosas ni las pensaba. Me salían.

Lo que sí pensé, no sé por qué, cuando hice los goles, fue en mi vieja, en la Tota, en lo feliz que debía estar por eso. Y cuando volví a la mitad de la cancha, después de abrazarme con el Vasco, que fue el primero que llegó, miré hacia la platea donde sabía que estaba mi viejo, don Diego, y lo saludé con el puño cerrado.

Pensé en ellos como se piensa en la gente que siempre creyó en vos, no en los panqueques. Y ese era el momento. Ahí ya se habían subido todos al carro y no me gustaba nada eso, me daba un miedo bárbaro. Después de tanta contra, era muy fácil relajarse, dejarse estar, dormirse en los laureles… La más fácil. Y nosotros no éramos un grupo de cosas fáciles. Ya le habíamos tomado demasiado el gusto a eso de tener todo en contra, de luchar contra todos. Lo necesitábamos para disfrutar más. Y estábamos disfrutando como locos. Ganando, disfrutábamos como locos.

Héroes

Le habíamos hecho dos a Bélgica. ¡Yo quería hacerles mil! No por ellos, sino por todos los demás, por los que nos habían matado sin piedad.

A esa altura, la Alemania de Rummenigge estaba eliminando a la Francia de Platini y el Brasil de Zico ya estaba en Copacabana. Me quedaba un partido para demostrar lo que sentía, que era el mejor. Me tenía una confianza bárbara como para ganarle a cualquiera. A Platini o a Rummenigge, que era un señor, un señor con todas las letras. Pero más me importaba que nos quedaba un partido para demostrar que éramos los mejores y como equipo habíamos crecido un montón. ¡Lo que terminaron jugando Batista y Burruchaga en ese partido, por Dios!

Tan bien terminamos, tan bien, que le dimos el gusto de jugar al Bocha, a Bochini. Faltando cinco minutos entró por Burru, justamente. Para mí fue muy especial: todo el mundo sabe que fue mi ídolo de pibe, me encantaba como jugaba. Fue la joya más grande que yo vi en una cancha. Y para él, aunque después dijo que no se sentía campeón, fue un premio haber entrado. Después lo entendió, me parece. Está un poco loco, el Bocha, pero es un grande de la historia. Un grande. Y todos salimos en la película de los campeones, todos. Desde el primero hasta el último, el que no jugó ni un minuto. Hasta Passarella aparece, aunque no se lo merezca. Y si la película oficial del Mundial se llama Héroes, a esa altura nosotros ya habíamos demostrado que éramos eso, héroes.

Me acuerdo de que en un momento, en pleno Mundial, a los tanos de la RAI se les ocurrió hacer un programa especial, de esos que hacían ellos, mezclando música, famosos, futbolistas. En pleno Mundial. Y nos pidieron, a mí, a Platini, creo que a Rummenigge también, que eligiéramos un cantante para invitar. Creo que él eligió a una francesa, no me acuerdo cómo se llamaba, y yo elegí a Valeria Lynch. Llevaron a Piazzolla, también. Cuando los tanos armaban algo, no se andaban con chiquitas.

La cosa es que me esperaban a mí también, pero nadie me había avisado y me parecía una locura, en pleno Mundial. Yo tenía la cabeza puesta en jugar y en nada más que jugar. Cuando apareció un auto en la concentración para llevarme, yo les dije que ni loco, que nadie me había avisado que tenía que ir… Entonces, los tanos la resolvieron bien. Hicieron el programa, Valeria cantó y después, con el permiso de todos, la trajeron a la concentración. Yo le dije que ella era mi ídola y ella me dijo lo mismo.

Es el día de hoy que se me pone la piel de pollo (de pollo, nunca de gallina) cada vez que escucho el tema de Valeria Lynch, ese que dice «más, me das cada día más» y aparezco haciendo flexiones, en cámara lenta… Yo quería darles más, cada día más a los argentinos. Y en ese Mundial lo estaba logrando. Me faltaba, nos faltaba, un pasito. Nada más, nada menos.