— CAPÍTULO 17 —

URIEL

La arquitectura de aquel santuario difería notablemente de las salas anteriores. Se trataba de una cálida antecámara rodeada de inmensos precipicios y estatuas de piedra, iluminadas por decenas de antorchas. La plataforma central se convertía en un sólido puente rectilíneo que llevaba hasta a una pequeña puerta de madera; nuestra próxima salida. El camino parecía estable, sin trampas ni peligrosos obstáculos por afrontar. La tomé a Leslie de la mano y comenzamos a avanzar hacia la siguiente salida.

—Intenta no mirar hacia los precipicios, te provocarán una gran sensación de vértigo —le advertí. Caminábamos muy lentamente.

— ¡Qué miedo! Imagínate caer allí dentro, Danser —exclamó Leslie, pasmada por la lobreguez de aquel santuario.

— ¡Jaja! Gracias, pero preferiría imaginar otras cosas. Parece estar todo bajo control, apuremos un poco el paso.

—No te apresures, la puerta está cerrada —repuso ella, claramente acostumbrada a las características del laberinto.

— ¡Sabía que llegarían aquí tarde o temprano! —exclamó un misterioso ser, dejándose caer libremente desde lo más alto del salón. Allí estaba paradote frente a nosotros que, perplejos ante su repentina aparición, lo observábamos con plena curiosidad. El hombre aparentaba unos cuarenta años de edad tras sus tan espesas y llamativas barbas. Su cabello castaño oscuro, largo hasta sus hombros, dejaba lucir a la perfección el matiz de su piel morena y el negro de sus ojos. Sus ropajes variaban entre diversos colores: Verde oliva, marrón oscuro y un suave toque color ladrillo. Lo observamos detenidamente: Al parecer, no portaba consigo ningún tipo de armamento.

—Evitemos pláticas innecesarias. Mi nombre es Uriel y acaban de entrar en mi santuario. Soy el mayor de mis cuatro hermanos y el último de los arcángeles que custodia las salidas del laberinto —se presentaba aquel hombre.

— ¿Arcángeles? ¿Te refieres a que esto es obra de Dios? ¿Esta tortura interminable que por poco logra matarnos a ambos? — me exalté ante su peculiar comentario.

—Veo que adoras quejarte, muchachito. ¿Por qué mejor no aprendes de tu amiga que tan callada permanece? —repuso Uriel, observando a Leslie fijamente.

—Tienes razón, no sé porque gasto mi tiempo en protestar. Vamos Les, crucemos el puente —exclamé, abrumado de tantos intervalos. La tomé nuevamente de la mano y comenzamos a avanzar hacia él sin siquiera mirarlo a los ojos.

—No tan rápido muchachos. Deberán deshacerse de mí si pretenden llegar a esta puerta detrás mío —aseguró Uriel, señalando la salida a sus espaldas.

— ¿Pero qué ocurre con ustedes los arcángeles? ¿Por qué esa extenuante necesidad a obstruirnos el paso? Mejor haz una pequeña excepción con nosotros y déjanos pasar sin someternos a ninguna prueba ¿de acuerdo? —le exigí encarecidamente; ya estaba realmente agotado de tantas luchas.

—No entiendo de que te quejas, Danser. Déjame aclararte que el sabor de las victorias incrementa notablemente de acuerdo a la cantidad de obstáculos que superas por conseguirla —galanteaba Uriel con algunas frases sumamente metafóricas. Leslie continuaba parada junto a mí esperando a que lográramos llegar a un debido acuerdo.

—Ya estoy harto de las filosofías. Sólo queremos salir de aquí, ¿vas a ayudarnos o no? —pregunté una vez más. El hombre se colocó en posición de combate y, aspirando a golpearme, se arrojó agrestemente hacia mí.

— ¡Cuidado Danser! —grito Leslie, mientras Uriel me sujetaba con ambos brazos, enunciando una especie de conjuro espiritual.

— ¡Danser, quítatelo de encima! —exclamó ella una vez más, pretendiendo protegerme de nuestro enemigo. Una intensa y vehemente luz blanca se apoderó de nuestros cuerpos, arrojándonos a ambos hacia el centro del santuario. Leslie se dejó caer al suelo y, entrecerrando sus ojos frente a aquel potente destello, se detuvo a investigar lo que pasaba.

— ¡¿Danser?! —imprecó confundida. Comencé a colocarme de pie intentando comprender finalmente lo que acaba de ocurrir. Allí, a unos pocos metros frente a mí, una copia perfecta de mi persona repetía con exactitud cada uno de mis movimientos. Nos observábamos mutuamente mientras Leslie se desesperaba por entender lo que veía.

—Está bien, Les. Es sólo un efecto espejo —exclamamos los dos al mismo tiempo.

— ¡Ay dios! ¿Quién de ustedes dos es Danser? —indagó asustada. Se sentía tan perdida como al principio.

—Aquí está mi prueba, muchachos —la voz de Uriel resonaba por todo el santuario dejándonos prácticamente sordos tanto a mí como a Leslie. Mi otro yo imitaba, a su vez, cada uno de mis gestos faciales.

—Cómo puedes ver, Leslie, ahora son dos “Danser” los que tienes frente a ti. Imitaré cada uno de los rasgos y movimientos de tu amigo. Verás finalmente lo que ocurre —explicaba la voz de Uriel desde las vastas alturas del salón. Leslie nos observaba sumamente atormentada. ¿Cómo iba a hacer para distinguirnos? ¿Cómo sabría quién de los dos era yo?

—No lo escuches, Leslie. Yo soy Danser. El mismo que te ha besado frente a la cascada —murmuramos los dos sincronizadamente. Aquello jamás daría resultado. Estallé en furia y me arrojé violentamente hacia Uriel quien, dibujando una molesta coreografía, repetía exactamente mis mismos movimientos. Le arrojé un raudo golpe a su rostro mientras yo recibía en el mío uno exactamente idéntico.

— ¡Ya basta! ¡Dejen de pelear, idiotas! —gritaba ella despavorida, evitando observarnos en aquel impetuoso combate. Salté nuevamente hacia él y, recurriendo a la fuerza de mis piernas, le arrojé hacia el pecho una imprevista patada tras la cual volvimos a desplomarnos. Su rostro ignoraba el dolor tal como yo lo hacía, dejando caer, simultáneamente, unas pocas lágrimas sobre sus mejillas. Corrí nuevamente hacia él y, sujetándonos con ambos brazos, nos arrojamos bruscamente contra una de las estatuas del santuario. El torso de aquel querubín se partió en mi cabeza dejándonos a ambos otra vez tendidos en el suelo. Me volví a colocar de pie y, secándonos las gotas de sangre, comenzamos a pelear de nuevo. Leslie continuaba gritando asustada.

— ¡Ya basta, por favor! Danser, detente de una vez. Te lo suplico, no puedes ganarle —intentaba convencerme ella. No pensaba abstenerme hasta no acabar finalmente con él; tenía que haber alguna forma. Aquella batalla se convertía en el más difícil de los obstáculos que había enfrentado hasta ahora con mi compañera.

—Lo siento, Les. No hay otra manera de abrir la puerta y este subnormal no me deja más opción —gritamos los dos, saltando uno encima del otro. Le arrojé un fuerte azote al estómago y, padeciendo un terrible dolor abdominal, lo tomé del cogote tal como él lo hacía conmigo.

— ¿Qué no lo entiendes, Danser? Uriel repite cada uno de tus movimientos, no puedes golpearlo sin dejar de recibir en tu cuerpo el mismo ataque que tú le das —añadió Leslie, intentando persuadirme de concluir aquella pelea. Me detuve unos segundos y, observándola allí parada frente a nosotros con su rostro bañado en impotencia, comencé a correr nuevamente hacia Uriel con el fin de empujarlo hacia los pozos.

— ¿Intentas tirarme allí abajo, Danser? —exclamó nuevamente aquella voz, balbuceando desde los infinitos decorados del santuario. Una inmensa explosión comenzó a revestir de calurosas llamas cada uno de los precipicios a nuestro alrededor. El fuego yacía en las lóbregas profundidades colmando de humo cada rincón de la sala. Me aventé nuevamente hacia Uriel mientras Leslie tosía a causa de las cenizas.

— ¡Imbécil! —gritamos los dos al mismo tiempo, dándonos un brusco trastazo en el mentón. Nos desplomamos nuevamente sobre ese suelo cubierto de escorias mientras yo me limpiaba, al igual que Uriel, la sangre que escapaba de mi nariz.

— ¡Danser, maldita sea, escúchame! No sé cual de los dos eres tú, pero deja de insistir. Terminarás matándote. Quédate quieto de una vez, Uriel ya se cansará de imitarte y se marchará — insistía ella, intentando encontrar una solución que no implicara morir a golpes.

—No va a cansarse, Les. Esto es lo que busca, sabe que no hay otra solución —exclamamos mi enemigo y yo, observándola con cierto desgano. Me resigné a continuar peleando. Ya pronto iba a acabar con cada uno de mis huesos y la lucha parecía no dar ningún resultado. Sólo había una forma de sacar a Leslie de allí y era acabando finalmente con Uriel. La observamos fijamente a los ojos, dejando caer dos tristes y arrepentidas lágrimas de impotencia, y me sequé una vez más las mejillas.

—Lo siento, Les. Hice lo que pude —musitamos los dos bajo un silencioso coro a dueto, comenzando a caminar hacia el fuego del precipicio.

— ¡¡¡Espera!!! No lo hagas, Danser. Tengo una idea —exclamó Leslie, mientras yo me detenía justo al borde del abismo. Volteé rápidamente para observarla; Uriel hacía exactamente lo mismo, imitando mi necia mirada de contrición.

—Lo siento, Danser. Sólo hay una forma de acabar con esto —farfulló ella, acercándose eventualmente a mi molesto imitador. Lo observó fijamente a los ojos y tomándolo de la cintura, evitando distraerse por aquel abismo, lo beso intensamente durante unos segundos. Se alejó finalmente de su boca y volvió a concentrarse en su mirada.

—Lo sabía. Jamás lograrías imitar sus sentimientos, Uriel —le susurró al oído, empujándolo bruscamente hacia el fuego. El arcángel la observaba con una irónica sonrisa mientras, desplegando de su espalda unas delgadas alas de plumaje azul, desaparecía en las llamas de aquel pozo. Leslie se dejó caer de rodillas frente al abismo y se cubrió el rostro con las manos. Comenzó a llorar en silencio mientras mi cuerpo recuperaba una vez más su exclusividad.

—Hey, Les —la abracé lentamente.

— ¡Déjame tranquila, Danser! —carraspeó ella, con un suave y agudo tono de voz por detrás de sus manos. Continuaba cubriéndose las lágrimas sin poder siquiera observarme a los ojos.

—Les, sólo era una trampa del laberinto. Tal vez ese hombre ni siquiera era un ser humano —exclamé, intentando comprenderla. Creía entender lo que pasaba por su mente.

— ¿Qué no lo entiendes, Danser? Acabo de matar a alguien — volvió a desplomarse en lágrimas.

— ¡Hey! No digas eso. No has matado a nadie. Ni siquiera sabemos si está muerto. Es sólo un arcángel, ¿lo recuerdas? —insistía en reanimarla. Las sombras de un puente descendieron frente a nuestros ojos permitiéndonos alcanzar finalmente la puerta de salida y, al parecer, mi chica acababa de lograrlo sola.

— ¡Les, la puerta! Vamos, salgamos de aquí. Luego hablaremos respecto a Uriel. —nos pusimos nuevamente de pie y abandonamos aquel santuario a toda prisa, dejando un incandescente resplandor de hornallas a nuestras espaldas. Llegamos así a una curiosa sala rectangular. La próxima puerta se encontraba a sólo uno veinte metros frente a nosotros, sin embargo, el cuarto parecía estar seccionado en dos partes por un extraño arenero.

—De acuerdo, descansaremos por un par de horas, ¿qué dices? —le sugerí, observando esa melancolía en su rostro. No supo responderme. Nos sentamos contra el muro izquierdo del salón mientras yo la abrazaba para que estuviera más cómoda.

— ¿Quieres hablar de ello? —musité, acercando mis ojos a los suyos.

—No, prefiero que hablemos de alguna otra cosa. Ya sé, hablemos del pasado —dejó salir finalmente sus palabras.

—Vaya, pues, ¿y de qué quieres hablar exactamente? —pregunté intrigado. Me encantaba revivir con ella mis antiguos recuerdos; evitar que se perdieran con el tiempo en los rincones de mi memoria.

—Hubo una época en la que fuimos muy buenos amigos, ¿no es así? —evocaba Leslie, sujetando mi brazo derecho con fuerzas y besando nuevamente la herida que había dejado allí una de las lanzas.

—Verás, tengo un poder que me ayuda a recordar las cosas de un modo mucho más práctico. De manera que, sí, lo recuerdo todo —respondí, develando una de mis más secretas habilidades.

—Suena interesante ¿Cómo funciona eso? —indagó ella, ciertamente cautivada por mis palabras.

—Pues, es difícil de explicar. Cuando cierro mis ojos, puedo viajar por el tiempo y protagonizar cada momento de mi vida, sintiendo una vez más cada detalle. Percibir cada olor, cada sonido escondido en algún punto del ayer. Puedo disfrutar cien veces de cada viaje, cada experiencia de vida y sentirlo todo tal cómo si fuera real.

—Suena confuso —repuso ella, intentando encontrar en mis palabras una explicación mucho más específica.

—De acuerdo, digamos que puedo viajar a cualquier punto de mi pasado y, disponiendo de mis cuatro sentidos, vivir otra vez cada momento. Puedo cambiar algunas cosas y disfrutar de otras, pero al abrir nuevamente mis ojos, todo vuelve a ser como antes —le expliqué, esperando a que no se asustara de mis facultades. Supuse que estando con ella ya no iba a necesitarlas.

—Significa que no puedes cambiar el pasado; solamente en tu mente, ¿no es así?

— ¡Exacto! —exclamé, abrazándola con más fuerza. Leslie estiró sutilmente sus piernas y volvió a acurrucarse sobre mi pecho.

— ¿Y te acuerdas de nuestra salida juntos?

— ¡Jaja! Ya te lo dije, lo recuerdo todo. Aunque, no sé si me hubiera conformado con esa única cita. Todavía me faltaba aquel beso.

—Eres un tonto, no sé por qué no me lo has dado. Era el momento perfecto —recriminó ella, recordándolo todo con lujo de detalles.

— ¿Qué pretendías que hiciera? Me pediste que fuera una salida de amigos, ¿cómo iba a besarte? Lo hubiera echado todo a perder.

— ¡Ay, Danser! No tenías por qué hacer caso a todo lo que te decía. No hubieras echado a perder nada, era sólo un beso. Y uno muy importante, por cierto —se defendió ella, cuestionando sus antiguas demandas.

—Está bien, Les. Ya no importa a estas alturas, ¿no crees? — concluí, apoyando mi cabeza contra el muro y cerrando mis ojos. Me respondió con una romántica sonrisa mientras yo viajaba nuevamente al pasado con mi tan provechoso poder.