— CAPÍTULO 20 —

UN MAL PLAN

Aquella noche no había logrado concebir el sueño. Volví a sentarme en mi ordenador esperando a que el cansancio reapareciera en mi corta rutina de vida; mi tan esperada salida con Leslie había logrado cargar mi mente de una interminable energía de emociones. Una energía capaz de mantenerme inexplicablemente despierto por tiempo indefinido. ¿Cómo es que una chica tan simple a los ojos del resto lograba transformar mi pequeño mundo en un universo repleto de magia y fantasía? Allí estaba ella conectada en el Chat y esperando, tal vez, a continuar compartiendo conmigo algunas de nuestras largas pláticas; volveríamos a hablar de nuevo luego de aquella romántica salida.

— ¡¿Cómo estas, Danser?! —me saludó, aparentemente emocionada.

—Muy bien, aquí terminando algunas cosas. ¿Y qué tal te ha ido hoy en tu examen de historia?

— ¡Excelentemente bien! Creo que obtendré una buena nota. ¿En qué estás tan ocupado? —indagó sumamente interesada. Supuso acertadamente que podría tratarse de ella.

—Estaba grabando una canción en mi ordenador. Conecté el piano y un micrófono a sus entradas de audio y me puse a cantar un poco. Déjame enviártela, Les —exclamé, ansioso por que escuchara la más reciente de mis grabaciones: Una canción capaz de expresarle cuan mía lograba sentirla; dejando que mi voz y mis sentimientos pudieran convencerla de lo mucho que la amaba.

— ¡Es hermosa, Danser! Y dime, ¿en quién te inspiras al componer tus canciones? —indagaba Leslie, esperando a que mi respuesta pudiera aumentar mucho más su autoestima. Medité unos instantes antes de responderle. ¿Qué pensaría ella al notar cuan obsesionado me estaba volviendo? ¿Renunciaría a nuestra amistad al descubrir que la totalidad de mis actos se debían a ella y a mis profundos sentimientos? Decidí mantenerlo en secreto. Ocultar la identidad de mi musa inspiradora hasta que el mundo lo descubriera por sí solo; algún día ella también lo haría.

— ¡Jaja! No puedo responderte, Les. Es un secreto. Te lo contaré en otra oportunidad —respondí finalmente.

—Me parece bien. Y dime, ¿qué opinas de nuestra salida? La has pasado bien ¿no es así? —preguntó, afanosa por conversar sobre ello; me pareció una excelente idea.

—Pues, a decir verdad, la he pasado de maravilla. Realmente, fue mejor de lo que esperaba. No puedo quejarme.

— ¡Me alegra mucho! Pero no te perdonaré el hecho de que hayas olvidado traer la lona, amanecí toda picada esta mañana —murmuró, con cierto tono de ironía.

— ¡Ay, no me digas eso! De veras lo siento. Prometo que la próxima vez no la olvidaré.

— ¡Jaja! Está bien, no es grave. ¿Y por qué temblabas tanto, Danser? No recuerdo que haya hecho frío —cuestionaba ella, desconforme con mi respuesta; sabía que se trataba de algo mucho más pujante que los efectos del clima.

—De acuerdo, lo confesaré. Cuando logro consumar en mi vida objetivos realmente importantes acostumbro a temblar mucho. Es una de esas debilidades que jamás pude resolver —le respondí finalmente; supuse que escupir algunas confesiones no sería tan grave.

— ¡Vaya! ¿Te refieres a que salir conmigo era uno de tus importantes objetivos? Que privilegio —se enorgullecía ella, tomando conciencia de su valor en mi vida. Tan sólo pretendía que se enamorara de mi propia personalidad y no de mis románticos agasajos. Que pudiera animarse a compartir conmigo algo más que una simple amistad. No obstante, aquella relación comenzaba a perder todo tipo de simplicidad.

— ¡Hey Danser, dime una cosa! El día de tu recital, unas horas más tarde, me topé con Matnik en la calle y dijo que me habías dedicado una canción. ¿Es cierto eso? —exclamó Leslie, despertando algunos hechos pasados que creyó interesantes.

— ¡Jaja! No, no es verdad. Supongo que habrá estado jugándote una broma. Me hubiera gustado dedicarte alguna pero, lamentablemente, tú no estabas allí —respondí, sin mencionar el hecho de que todo mi espectáculo había sido en su homenaje.

— ¿Puedo hacerte una pregunta, Les? Es sobre nuestra salida de ayer —osé a interpelar, evitando que mi torpeza adolescente acabara inesperadamente con nuestra plática.

—Seguro, puedes preguntarme lo que quieras —accedió ella, ansiosa por descubrir cuan lejos llegarían mis inquietudes.

—De acuerdo. Pediste que sólo fuera una salida de amigos, y sin embargo, noté de alguna forma que me estabas provocando. Incluso levantaste tu pollera unos segundos con la excusa de mostrarme la picazón en tu pierna. ¿Por qué lo hiciste?

— ¡Jajaja! Tú lo has dicho, intentaba provocarte. Me resultó realmente divertido —respondía ella a carcajadas. Le gustaba, al parecer, someterme a mis propios nervios.

— ¿Y qué hubiera ocurrido si me lanzaba encima de ti para intentar violarte o aprovecharme? —sugerí, esperando a que tomara conciencia de ello. Me allá de la inocencia de mi inofensiva personalidad, ¿cómo reaccionarían aquellos hombres que cruzarían por su vida al igual que yo? Aquellos que tomarían ventaja tanto de su cuerpo como de su ingenuidad.

—Sabía que no harías nada, Danser. Te conozco mejor de lo que piensas y confío en ti plenamente. Sólo fue una salida de amigos —alcanzó a aclararme mientras yo releía sus palabras unas cuantas veces más.

— ¿De amigos? Debiste habernos visto allí tendidos sobre la arena, Leslie. Esas no son salidas de amigos —atiné a disparar la interpretación más lógica. ¿Se habría percatado de ello o así es como trataba a todos sus amigos de sexo masculino?

— ¡Vaya! Creo que tienes razón, Danser. La próxima vez intentaré no acercarme tanto, no me gustaría que te confundas de nuevo.

— ¡Noooo! ¡Tú acércate todo lo que puedas! Olvida lo que yo pueda sentir o pensar. Además, no habría confusión alguna: Sé muy bien lo que siento por ti —concluí con una irrefutable sonrisa, de aquellas que logran originar intensos detalles en cualquier programa de Chat.

—Sólo estaba de broma, no te preocupes. ¿Y qué has pensado de mí al mostrarte mi pierna? Realmente no te lo esperabas.

—Pues, pensé: Está chica si que es verdaderamente traviesa. ¿Qué más podría pensar? Te creía mucho más inocente.

— ¡Jajajajaja! Basta, no puedo parar de reírme, Danser. Harás que despierte a mi hermano —Leslie se volcaba en carcajadas mientras yo intentaba hallar la comicidad en mis palabras. Noté como las horas de aquella tarde se habían transformado en las doce de la noche más rápido de lo que parecía; acabábamos de gastar allí sentados en nuestros respectivos ordenadores la totalidad del día.

— ¡Jajaja! ¿Traviesa? Es realmente gracioso, Danser. ¿De dónde has sacado esa palabra? No puedo dejar de reírme —insistía ella. Yo me bañaba en satisfacción por lograr dibujarle una sonrisa. Adoraba observarla reír, aunque esta vez, sólo podía imaginarla desde mi asiento desgastado.

—Pues, me alegra ver que aún sigues siendo una niña realmente divertida.

— ¡Ya no soy una niña, Danser! Soy una mujer —se defendía ella, mientras yo le daba a sus palabras una interpretación mucho más erótica de la que aparentaba insinuar.

— ¡¿Una mujer?! ¿Te refieres a que ya has tenido…? Bueno, quiero decir, ¿ya has experimentado eso que…? Olvídalo, no dije absolutamente nada —me detuve finalmente, al notar que jamás encontraría la valentía para preguntárselo.

— ¡Ay, no! ¡No me refería a eso, tonto! Aún sigo siendo virgen. Supongo que lo haré cuando me case. En mi luna de miel, claro —me corregía ella, retardando nuevamente mi ritmo cardíaco; por alguna extraña razón, su respuesta me era de gran importancia.

— ¿Y tú, Danser? ¿Aún eres virgen? —contraatacó Leslie, recurriendo a mis mismas inquietudes. Deseaba realmente sorprenderla; expresarle una imagen mucho más adulta de la que ella acostumbraba a ver en mí. Pero no iba a mentirle. Preservaría una vez más mi sinceridad tal como había prometido que lo haría; tal como yo necesitaba que fuera.

—Así es, aún no he perdido mi virginidad. Sin embargo, de algo estoy realmente seguro: Lo haré con la persona que verdaderamente ame; y aquello no ocurre todos los días —respondí finalmente. Ya había logrado arruinar la magia de mi primer beso; sólo esperaba no destruir también ese último capítulo en mi sexualidad. Dejé que nuestra velada persistiera unos cuantos minutos más y me despedí de ella para que pudiera irse a dormir de una vez por todas. Sabía que estaba cansada y, aun así, luchaba contra sus párpados por quedarse conmigo conversando. Yo me recosté sobre mi cama esperando recobrar finalmente el sueño; tampoco tuve suerte esta vez.

Mi asistencia a la escuela ya no era gran parte de mi rutina diaria. Tantas idas y vueltas en mi cabeza no me permitirían jamás concentrarme en nada; me dejaba llevar por los momentos, completamente preparado para lo que fuera a ocurrir. Sabía con certeza que mi nueva realidad podría desaparecer tan rápido como había emergido: Si la vida podía darme tal regalo, también podía quitármelo. Evité darme por invicto y continué con aquel rumbo intentando ignorar la existencia de Leslie. ¿Sería aquella una buena idea?

—Hey, Danser, nos juntamos a las cuatro con los muchachos a jugar al tenis. ¿Te sumas? —me preguntó Frederic al teléfono.

—A decir verdad, estoy bastante cansado. Intentaré ver si hoy logro dormir —soslayé, intentando escapar unas horas de mi incierta realidad; no tenía muchas ganas de jugar. Aquella cancha se encontraba a unos pocos pasos de la casa de Leslie y el mero hecho de estar cerca suyo, sin poder verla, me provocaría un gran sentimiento de insuficiencia.

— ¿Todavía sigues sin dormir? Danser, es 15 de Junio, ya han pasado cuatro días, ¿por qué no vas a ver a un médico? Te dará algo para recuperar el sueño —sugería Frederic.

— ¿Y qué le diré al doctor? ¿Qué salí con la mujer de mi vida y que de tanta alegría ahora no logro quedarme dormido?

—Pues, tienes razón, no suena muy lógico. ¿Y qué ocurre cuando te acuestas? Explícamelo un poco más —indagaba Frederic, intentando comprender con exactitud mi problema.

—No ocurre absolutamente nada. Apoyo mi cabeza sobre la almohada y, al igual que el resto de las personas, espero a quedarme dormido. Y así pasan las horas, no ocurre absolutamente nada —repuse detalladamente.

— ¿Y cómo sabes que se debe a tu salida con Leslie? Podría ser simplemente una coincidencia, algún virus del sueño — suponía él.

—No es ningún virus. Sé que es debido a la salida porque es en la única cosa que pienso cuando me recuesto. Quizá sea eso lo que no me permite dormir.

—De acuerdo, entonces ven a jugar al tenis, te despejará un poco. Y no es una invitación, Danser, es una exigencia. Tú vienes con nosotros —insistía mi amigo. Comprendí que no podría negarme a ello.

—Está bien, Frederic. ¡Hey! Tengo una idea, invítala a Leslie a jugar con nosotros —le rogué, esperando a que no se opusiera. Si el deporte no era su fuerte, yo podría instruirla, adecuarla a los diversos movimientos del tenis y orientarla para que disfrutara de un buen rato con sus amigos. Me parecía una gran idea el que viniera con nosotros.

— ¡Pero Leslie no sabe jugar al tenis, Danser! Será una molestia para todos —se quejaba Frederic, intentando deshacerse de mis bosquejos.

—Por favor, te lo suplico amigo. Deja que lo decida ella. Si la invito yo pensará que la estoy acosando —le aclaré, justificando mi errónea suposición.

— ¿Por qué pensaría eso? ¿Qué diferencia habrá en que se lo digas tú?

—Pues, no lo sé. Es que ya has visto como es ella, nunca se sabe lo que quiere. Tan sólo hazme ese favor, si se vuelve una molestia durante el juego me iré con ella a un costado y los dejaremos a ti y a James jugar en paz —le prometí, comprendiendo que, incluso de esa forma, yo conseguiría aquello que tanto anhelaba: Estar con ella.

—Está bien, Danser, le diré que venga. Por cierto, George me llamó hace unos minutos, dice que quiere venir él también.

—Por mí no hay problema, pero dile que traiga su raqueta — le aclaré, para evitar sorpresas a último momento. Supuse que sería un gran gesto incorporar a nuestro nuevo vecino que, recién mudado desde la ciudad de Kalbii, buscaba robustecer notablemente sus amistades. La imaginaba a Leslie junto a mí en cada salida, cada partido de tenis que compartíamos con Frederic. La imaginaba sentada a mi lado, esperando a que termináramos el juego y regresáramos juntos a casa. A veces, incluso, la dibujaba en el horizonte para darme esa seguridad que yo tanto necesitaba, esa energía que su presencia creaba en mí cuerpo tras cada encuentro.

—Hola, ¿cómo estas? —me saludó ella al verme conectado.

— ¡Hey, Les! Muy bien. ¿Cómo has estado? —le respondí, acomodándome más a gusto sobre la inconfortable silla de mi ordenador.

—Muy bien. ¿Qué tienes pensado hacer hoy? —me preguntó ella, tan amistosa como siempre.

—Bueno, iremos con los chicos a jugar al tenis en las canchas frente a tu casa.

—Sí, lo sé. Nos vamos a ver —respondió ella de forma combativa, mientras yo me sorprendía por aquel jueguito suyo del “ya lo sabía”. Parecía ser que mis peticiones habían sido sabiamente escuchadas por mi amigo que, asombrosamente, había logrado convencerla de que viniera.

— ¿En serio, tú también vienes? —exclamé desinformado, recurriendo a otro golpe similar ante la inocencia de su jueguito.

—Pues, nos vemos allí entonces —me despedí y regresé a mi cuarto para cambiarme de ropas. Me coloque aquella playera negra que había usado en la disco Malena la última vez. No me gustaban las bermudas; el atractivo de mis piernas no era precisamente mi más seductiva parte corporal, de manera que tomé un mesurado pantalón deportivo y unas cómodas zapatillas blancas. Salí apresurado de casa y, montando rápidamente mi bicicleta, me dirigí hacia la esquina central de Harainay para encontrarme con Frederic.

— ¡Hey, Danser, al fin llegas! —me saludó él, mientras yo me subía a la acera sin siquiera bajar de mi bici.

—De acuerdo, pasaremos primero a buscar a George. James ya estará allí abajo esperándolo, luego cruzaremos al frente para recoger a Leslie —me explicaba Frederic. El itinerario no era tan complejo como parecía, no había nada que explicar.

—Está bien, andando. Acordamos encontrarnos a las cuatro y ya se nos hace tarde —concluí yo, retomando juntos aquel camino hacia el lado este de Harainay. Serían a pie unos quince minutos quizá pero, bajo aquella locomoción en dos ruedas, llegaríamos allí en no más de cinco.

—No puedo creer que hayas logrado convencerla de venir, Frederic. ¿Cómo lo has conseguido? —le pregunté, esquivando algunos de los automóviles que pasaban por la carretera mientras continuábamos pedaleando.

— ¿Que cómo lo he conseguido? ¿Cómo voy a saberlo? Le hice aquella oferta, me preguntó si tú venías y le dije que sí. Supongo que viene a verte a ti, no lo sé —respondió él, aumentando con sus palabras mi sentido de autoestima. Así llegamos finalmente a la calle principal de aquel barrio. A lo lejos podía vislumbrarse una gran montaña escondiéndose por detrás de las nubes. Continuamos sacudiendo nuestras piernas hasta llegar a aquel círculo formado por siete grandes y níveos edificios completamente idénticos uno al otro. Allí esperaban James y George sentados en una modesta y pequeña casona de madera, donde los vecinos de aquel bloque solían sentarse por las tardes a dejar descansar sus pies. Sin siquiera bajar de nuestras bicicletas, nos acercamos andantemente hacia ellos.

— ¡Qué precisión de horario! Las cuatro en punto, ni un minuto más ni un minuto menos —exclamé yo, corroborando la hora en mi reloj como siempre lo hacía. Los saludamos con un gran apretón de manos y los invitamos a ponerse de pié para acompañarnos a recoger a Leslie al edificio contrapuesto; sólo nos restaba cruzar dos pequeños estacionamientos y esa angosta calle que separaba a cinco de las idénticas construcciones. Yo no podía creerlo: Me acercaba una vez más a su bloque; a aquel punto en el mapa del que tanto intentaba escapar cada vez que pasábamos por allí con mis amigos. Exactamente siete meses después de haberme filtrado en su cumpleaños sin siquiera haber sido invitado, volvía una vez más a su edificio.

—De acuerdo, ¿alguien sabe en que piso vive? —preguntó George, mientras el resto competíamos para ver quien de todos se acercaría al llamador a pulsar el botón. Para nuestra sorpresa, no logramos llegar a ningún acuerdo:

—En seguida bajo, estoy buscando mi raqueta —nos gritó Leslie desde una de las ventanas del bloque. Así pude apreciar una pequeña cabeza asomándose desde lo alto; aquel panorama era ciertamente gracioso. Esperamos un par de minutos más y bajó finalmente para encontrarse con nosotros. Vestida con unas ajustadas calzas negras y una camiseta blanca, portaba en su mano izquierda la más antigua de las raquetas que jamás hubiera visto; una de esas reliquias de épocas renacentistas. Si pensaba jugar con eso, seguro era que no llegaría muy lejos; la pelota tampoco. Nos saludó a todos de forma muy natural y, enseñándonos su prehistórica raqueta, nos dirigimos finalmente hacia las canchas de tenis. Yo permanecía callado; mis intenciones protagónicas me causaban mucha vergüenza. Preferí, pues, cederles el lugar a mis amigos. Leslie caminaba entre nosotros mientras James, Frederic y George ignoraban por completo su presencia. Yo la observaba abstenido. Sumergido bajo aquel silencio en el que ella y yo parecíamos comunicarnos. Pude sentir sus pasos junto a los míos sin siquiera descorchar mis ojos; allí estaba ella, tan real como siempre. Llegamos así a la cancha de tenis que, para nuestra fortuna, se encontraba completamente vacía. Frederic y yo dejamos nuestras bicicletas a un costado mientras James comenzaba a practicar tiro con su raqueta y algunas de las pelotas.

—Pues, alguno de ustedes tendrá que enseñarme a jugar. No soy muy buena en esto —se quejaba Leslie, mientras yo ingresaba en la cancha mediante un ligero trote. George jugaba con una de las pelotas del tubo en el que Frederic solía cargarlas.

—Ya verás, no es tan complicado, Leslie. Tan sólo es cuestión de pegarle a la bola y enviarla hacia el otro lado de la red —le explicaba Frederic, mientras el resto de nosotros continuábamos distraídos en cada esquina del campo. Moría por acercarme a ella. Tomarle la mano junto a la raqueta y enseñarle cada uno de los movimientos. Brindarle aquella seguridad que tanto necesitaba, esa firmeza que tan indispensable se nos hace en cada uno de los deportes. Moría por acercarme, estar junto a ella, pero no pude.

—De acuerdo, muchachos. Danser y yo nos situaremos en este lado de la cancha. George, James y Leslie en aquel otro — nos organizaba Frederic.

— ¡Hey! No es justo, ellos son tres —objeté al respecto.

—Estamos en igualdad, Danser, no te quejes. George y Leslie no lograrán conformar ni medio jugador —se burlaba James, mientras yo la observaba a mi amiga resignarse ante ello con tal de no defenderse.

—De acuerdo, James. Basta de bromas y has el primer saque —le grité, colocándome en posición de ataque. Mi adversario lanzó la pelota directamente hacia mi raqueta. Por fin sentí como mi cuerpo respondía ante esa magia momentánea para devolver aquel tiro. Con un leve movimiento de antebrazo, me libré por fin de la bola sin notar a quien acababa de arrojársela.

—No, no, Leslie. Mira, lo primero y principal es no temerle a la pelota ni mucho menos a la raqueta. Si ves que se acerca, tú sólo golpéala con todas tus fuerzas —le explicaba James, al ver que mi tiro había seguido su curso. Me sentía mal por humillarla así; fui yo quien arrojó la bola, se suponía que fuera también quien la orientara en como devolverla. De algo estaba casi seguro, así no iba a lograr conquistarla.

—De acuerdo, chicos, aquí va una vez más —retomó James, mientras Frederic y yo recobrábamos nuevamente nuestras posiciones. Allí volaba nuevamente la pelota. Ahora todo era un gran juego monotemático entre James, Frederic y yo. George y Leslie observaban aburridos nuestros movimientos como si su presencia fuera ciertamente improductiva. Por momentos, mis tiros escapaban en dirección a mi adversaria mientras James se interponía con su raqueta para evitar que su compañera arruinara nuevamente el juego. Continuamos peloteando un rato más hasta que George decidió retirarse.

—Amigos, me sentaré un rato aquí al costado, ustedes sigan jugando. Necesito tomar algo de aire.

—Yo también me sentaré unos minutos aquí a descansar un poco. Aprovechen para enseñarle algunos movimientos a Leslie —exclamé yo, colocándome a un costado junto a George. Los muchachos continuaban peloteando mientras nosotros los observábamos desde allí sentados.

— ¿Quién la invitó a jugar con nosotros? —me preguntó George, bastante confundido.

—Jaja, ¿por qué lo preguntas? —exclamé, intentando no revelar mi culpabilidad tan rápido.

—Es que no sabe jugar. Está bien, lo admito, yo tampoco juego muy bien, pero ella es un desastre. Es más, mírala bien. Su espalda parece la de un boxeador. ¿Y dónde está su trasero? Creo que lo ha invertido en una apuesta y por lo visto ha perdido —se burlaba él, mientras yo comprobaba parte de lo que decía. Tenía razón, su espalda no era un gran monumento a la feminidad.

— ¡Hey! No hables así de ella, ¿de acuerdo? Es cierto, su trasero no es realmente una de sus virtudes pero no tienes porque fijarte en esas cosas —la defendí humanamente. No me gustaba que hablara así de la persona que yo más valoraba. Lo que a sus ojos era una gran mofa a las proporciones físicas, a mí me resultaba verdaderamente hermoso.

—Está bien, no te pongas así —se disculpó George.

—No hay problema. Intenta no revelar tanto la perspectiva que tienes de las personas. Y por cierto, fui yo quien le pidió a Frederic que la invitara —le aclaré finalmente.

—Pues, eso lo explica todo. No sabía que ella te gustara. ¿Y cómo marcha todo? ¿Se lo has dicho ya?

—Sí, ella ya lo sabe. Estamos tratando de mantener una buena amistad, aunque no sé si sea esta una buena idea. Es decir, mis sentimientos hacia ella no cambiarán, quizá se convierta en un problema —meditaba yo en voz alta, contándole a George la parte más superficial de mi historia.

— ¿Y por qué no te corresponde su amor? Tú estás bastante bien para ella.

—Jaja, que curioso, nunca me lo había planteado a mí mismo —respondí irónicamente, escupiendo una suave carcajada.

—De acuerdo, muchachos, por hoy ya es suficiente. Estamos todos muy cansados —exclamó Frederic, acercándose a nosotros al igual que James y Leslie.

— ¿Qué tal jugué? —me preguntó ella con esa tierna sonrisa.

—Excelente por ser la primera vez. Si te propones a venir con más frecuencia podrás jugar cada vez mejor —la engañé, con tal de verla más seguido; me respondió con otra de sus sonrisas. Frederic recogió cada una de sus pelotas y las regresó al tubo de donde George las había sacado. Guardó nuevamente las raquetas en su mochila mientras James ponía la suya en la canasta delantera de su bicicleta. Así concluíamos nuestro día de juego; sólo esperaba poder repetirlo algún día. Abandonamos finalmente la cancha y retomamos aquel camino por el que habíamos llegado. Leslie caminaba delante nuestro mientras yo, cargando entre mis manos mi bicicleta e intentando controlar el equilibrio de sus ruedas, la observaba con sumo encanto.

— ¿Hey, Danser, me quieres arreglar el ordenador? —exclamó ella, volteándose lentamente hacia mí. Esperaba que ocurriera en alguna otra ocasión. Una excusa para estar con ella a solas en su casa; algo que no incluyera a ninguno de mis amigos. Por otra parte, la idea de ayudarla con ello se convertía para mí en una gran necesidad.

—De acuerdo. Ya que estamos aquí, aprovecharé para darle un vistazo —accedí amablemente. Pude al menos confirmar una de mis mayores inquietudes: A pesar de aquellas antiguas y crueles travesuras que pudiera yo haber hecho por Internet, Leslie confiaba en mí lo suficiente para permitirme acercarme a su ordenador.

—Compórtense bien chicos, y traten de no romper nada — nos pidió ella, mientras los cinco subíamos por aquel lujoso elevador. Bajamos finalmente y, girando unos tres pasos hacia la izquierda, esperamos a que se abriera la puerta de su casa.

— ¡Danser! —gritó su hermanito, al verme entrar junto a los muchachos. Su madre, quien se encontraba entonces en la cocina, se acercó gentilmente a recibirnos a todos.

— ¿Cómo estás, Danser? —me saludó alegremente. Yo no podía creerlo: Sabía mi nombre. ¿Acaso Leslie le había contado de mí, de mis sentimientos hacia ella? Cambié completamente mi postura, mi forma de hablar, mi manera de comportarme. Adopté rápidamente una presencia sumamente adulta. «Aquella podría ser, en algún futuro inexistente, mi futura familia», pensé utópicamente. La idea era simplemente objetiva: Sabía que cuantas más ilusiones atinara a imaginar, menos resultados obtendría al final del camino.

—Pasen, pónganse cómodos. ¿Tienen ganas de tomar algo? —ofreció su madre, mientras Leslie se sentaba en el sofá para quitarse las zapatillas. Su pequeño hermano correteaba por la casa con aquella flexibilidad que yo ya comenzaba a perder con los años. Los muchachos, arrojados a su vez en el sofá adyacente, relajaban su cuerpo ignorando cualquier tipo de modales mientras la madre de Leslie nos servía algo de beber.

— ¡Danser! ¿Nos vas a arreglar el ordenador? —vociferaba el pequeño una y otra vez tomando ventaja de mi presencia.

—Pues, así parece. Ya veremos que le ocurre a tu máquina — le respondí amistosamente, mientras él continuaba saltando tan inquieto como antes.

— ¡Ven ya, Danser! Acompáñame, te mostraré lo que le pasa —insistía su hermano con suma confianza, logrando que me sintiera realmente a gusto en aquella casa. Me tomó del brazo y, pegando un gran un tirón, me arrastró hasta el final del pasillo donde se encontraba su habitación. De seguro Leslie no iba a quedarse allí en el living comedor junto a mis amigos; se pusieron finalmente de pie y nos siguieron a ambos hasta el ordenador. Su habitación era un completo desorden. Sobre una de las repisas, viejos libros y adornos observaban escondidos por detrás de algunas fruslerías cuyo significado no alcanzaba a comprender. Parado en el rincón de la derecha, un sobrio ventilador apuntando hacia todas partes y finalmente, allí junto a una robusta ventana que atisbaba hacia el oeste, mi pobre paciente esperaba a que reparara sus programas y funciones.

—Es toda tuya, Danser. Haz lo que tengas que hacer —exclamó Leslie, sentándose desarregladamente sobre la cama de su hermano mientras el resto de los muchachos se acomodaban donde fuera que hallaran comodidad.

— ¡Formatea el disco rígido, formatea el disco rígido! —correteaba a los gritos el pequeño, disfrutando a su vez de mi tan esperada presencia.

—No puedo formatear el disco, lo siento. Perderías toda la información que el ordenador lleva guardada. No te preocupes, lo repararé sin siquiera interferir en su sistema —respondí, observando a Leslie sumamente desinteresada por mi explicación. Confiaba en mí con suma plenitud y seguridad; sabía que jamás haría algo que la desfavoreciera.

—De acuerdo, tú sabes que hacer —agregó ella. Me senté sutilmente en la silla frente a aquella pantalla de quince pulgadas y, aprovechando toda esa energía que rebotaba por la habitación hasta llegar a mi cuerpo, transformé esa extraña magia en todo el conocimiento que necesitaba para reparar correctamente la máquina. Sólo un par de leves tácticas sobre el teclado y el ratón alcanzaron para completar mi tarea.

— ¡Trabajo terminado! —exclamé orgulloso ante mi tiempo record.

— ¡¿Qué?! ¿Tan rápido? Es imposible —reaccionó George, mientras Leslie y su hermano comprobaban la calidad de mi trabajo; parecía funcionar todo claramente a la perfección.

— ¡De veras, la ha reparado! Está muy bien, Danser —exclamó Leslie, dejando caer desprevenidamente al suelo su vaso con agua. Un sonoro crujido de cristales se desparramó bruscamente por el piso mientras su madre se arrimaba para ver lo que había ocurrido.

— ¡Ay! ¿Se les cayó un vaso? —preguntó retóricamente, observando los pedazos de vidrio junto al ordenador. Leslie se levantó de la silla evitando clavarse algo en los pies, mientras el resto nos ocultábamos bajo una distinguida mueca de culpa.

— ¡No te quedes allí parada como si nada, Les! Ve a traer una escoba —le ordenó su madre. Su hija corrió hasta la cocina y regresó con lo encargado, un trapo de piso y una pala para recoger los trozos de vidrio.

—Déjame ayudarte —me ofrecí yo, arrebatándole la escoba de la mano y recogiendo los restos yo mismo para que no se lastimara.

—Tú siempre haciendo desastres, Leslie —exclamó su hermano sin siquiera ayudarla a secar el piso. La muchacha volvió a tomar asiento frente al ordenador, sumamente indiferente a lo ocurrido, mientras yo continuaba parado junto a ella observando cada rincón de la habitación.

— ¿Tienen ganas de ver fotos, chicos? —sugirió ella. Yo no podía creerlo, aquella idea era suya y mía; no iba a compartirla con su hermano y mis amigos. ¿Por qué me hacía eso? Nos sentaríamos a ver fotografías los dos solos junto a un delicioso café, ¿acaso pensaba repetirlo en algún otro momento? Acababa de arreglarle su ordenador, más le valía pagarme por ello con lo que habíamos acordado. Allí no había ningún contrato de por medio que incluyera a mis amigos en el cobro; aquel momento tan nuestro, era ahora una tarde cualquiera junto a otros cuatro personajes secundarios.

— ¡Claro! Pero muéstranos fotografías de chicas lindas — exclamó James con su mórbida sonrisa. Leslie se abstenía de responderte intentando evitar el remate del chiste. Navegaba por distintas carpetas compartiendo con nosotros algunas de sus fotos.

—Vean, esta es de cuando festejé mis diecisiete años —nos enseñaba ella. Podía verse en la pantalla del ordenador una colorida fotografía suya de aquel cumpleaños en el que James, Frederic y yo nos habíamos invitado sin previo aviso.

—Pondré algo de música mientras tanto —agregó. Continuábamos viendo las fotografías mientras las canciones sonaban en orden aleatorio una tras otra.

—En esta foto estábamos en la playa con una de mis amigas —explicaba ella, tapando con la mano su delantera en bikini.

— ¡Wow! tu amiga está realmente buena —se exaltó George, mientras yo intentaba escabullir la mirada por entre los dedos de su mano que aún seguían sobre la pantalla cubriendo el bikini.

—Bueno, bueno, no más fotos de la playa. Se ponen muy molestos —se quejó ella, cerrando finalmente las fotografías.

— ¿Hey, dónde has conseguido esa canción? —exclamé sorprendido, al escuchar mi propia voz en los parlantes de su ordenador.

—No tengo idea. Estaba aquí guardada. ¿Eres tú el que canta? —preguntó ella, aun más sorprendida que yo.

—Así es. Lo más probable es que te la haya enviado en algún momento, aunque realmente no lo recuerdo —respondí, intentando refrescar un poco mi memoria. Mientras tanto, sentado incómodamente sobre la cama de su hermano, Frederic transformaba su cansancio físico en un evidente cerrar de ojos.

—Hey, muchachos, sugiero que vayamos regresando. Estoy muy cansado y tengo cosas que hacer —exigió, alzando nuevamente sus párpados. La reunión comenzaba a volverse bastante aburrida para todos; quería estar con ella a solas y aquello no iba a ocurrir tan fácilmente. Decidí, por lo tanto, sumarme a las crudas demandas de Frederic y continuar nuestro encuentro en algún otro momento.

—Sí, yo también debería ir regresando ya —exclamé.

—De acuerdo, los acompañaré a la puerta. Recuerden que están invitados cuando quieran —nos convocaba ella cortésmente. Esperaba que algún día fuera yo aquel dichoso que tuviera esa libertad de visitarla cuantas veces quisiera. Me despidió naturalmente como siempre lo hacía y nos acompañó hasta aquel elevador desde donde sabríamos regresar perfectamente hasta nuestras bicicletas. Por fin su ordenador se encontraba en buenas condiciones. Supuse que algún día me daría las gracias por ello; a su manera quizá. ¿Recordaría acaso que aún debía pagarme con aquel café con el que nos sentaríamos a ver fotografías? ¿Lograría recordarlo sola o se iría simplemente con el correr del tiempo? «Podría al menos haberme dado las gracias», pensé una vez más. Evité concentrarme en los hechos; al parecer la gratitud no era una de sus mayores virtudes. Platicamos al día siguiente tan abiertamente como de costumbre, junto a aquella libertad de expresión y afecto que hasta entonces compartíamos también a través del Chat:

— ¿Y qué tal sigue tu ordenador? —pregunté animosamente; esperaba haberle dejado una buena impresión.

— ¡Espectacular! Y mi hermano está muy contento por ello, dice que quiere que le enseñes informática.

—Jaja, yo encantado, claro. No tendrás otra opción que invitarme a tu casa más a menudo —agregué, sumamente risueño. Parecía estar logrando por fin mis más grandes propósitos. Continué jugando el papel de aquel cortejador en el que tanto deseaba convertirme.

— ¿Sabes qué, Danser? Mi madre dice que eres muy lindo — exclamó Leslie, desfigurando un poco nuestra conversación. No había allí fundamento alguno. Todos somos lindos a aquella edad, mayormente ante los ojos de previas generaciones. De todas formas, aquel no era un dato menor.

—Jaja, ¿de veras? Pues, es un grave problema, Leslie. Tendrás que avisarle a tu madre que mi amor ya se encuentra dirigido hacia otra persona —agregué, incluyendo al final de mis líneas un infaltable icono gestual en forma de guiño.

—Te diré algo, Danser. Existe una forma de que me enamore incondicionalmente de un chico —añadió ella, desatando en mí una de mis mayores inquietudes.

— ¿Y cuál sería esa forma? —pregunté intrigado, asumiendo la posible eventualidad de poder lograrlo.

—Pues, digamos que si un chico es de esa manera, soy capaz de enamorarme completamente —respondió por fin, generando un nuevo acertijo en mi mente; una nueva incógnita que aún no estaba listo para resolver.

— ¿Mmm, hablas de la marca de shampoo que usa el chico, quizá? —bromeé, esperando a que me revelara por fin su secreto. ¿Acaso había logrado enamorarla? ¿Me había adecuado a aquel perfil del que ella hablaba? ¿Cómo conseguiría averiguarlo? No podía creer que fuera tan difícil conquistar a alguien. Estaba dispuesto a amarla y protegerla sin excepción alguna, brindarle mi compañía y mi sinceridad. ¿Cómo es que era tan difícil enamorarla? Concluí en que la mejor de mis opciones sería dejar que el tiempo respondiera a mis preguntas. Dejar que los momentos fluyeran solos tal cómo ella me había enseñado y evitar que los instantes fueran sólo una creación de mi autoría. Así esperé paciente a que el tiempo cumpliera con su parte.

* * *

Todos los aventureros o competidores pasan cerca de sus trofeos tarde o temprano. Corren hacia él con todas sus fuerzas y energías hasta observarlo justo frente a sus ojos. Se inclinan hacia él, lo rozan, lo sienten con ambas manos; sienten su contextura y su eterno brillo tal cómo lo imaginaban y, justo en aquel instante, cuando sólo se encuentran a un paso de obtenerlo y abrazarlo triunfantes, tropiezan accidentalmente para verlo alejarse de nuevo. Yo alcancé aquel trofeo el 17 de Junio del año 2005. Supuse que era un buen horario para jugar al tenis con los muchachos. Me coloqué aquellos pantalones celestes que nunca usaba y una camiseta negra ciertamente ordinaria. «Bastaría perfectamente para aprovecharla a nivel deportivo», pensé.

— ¡George, ve a buscar la pelota! —le gritó Frederic a su amigo, observando como este le daba un tremendo azote a la pobre bola que ahora cruzaba los límites del campo de juego. James y yo nos observábamos desde nuestros respectivos puntos estratégicos.

— ¿A qué hora dijo Leslie que llegaría? —le pregunté a Frederic, quien observaba exhausto como George regresaba junto con la pelota.

—En unos minutos. Aseguró que vendría con una de sus amigas —aclaró él.

—Que venga con quien sea pero que venga. Muero de ganas por verla —agregué, alzando nuevamente mi raqueta para cubrir aquella bola que volaba directo hacia mis narices.

—Ten cuidado, Frederic, ahora es James quien hará el saque —le grité, colocándome en posición de defensa. La pelota cruzaba velozmente de un lado a otro, mientras nuestras raquetas sacudían el aire dejando pasar el viento a través de su encordado.

— ¡Esta es para ti, Danser! —exclamó Frederic, haciéndose a un lado para que yo recibiera el tiro. Intentaba dominar mis movimientos pero mis músculos no parecían siquiera percatarse de mis esfuerzos.

— ¡George, compórtate! Lanza la pelota como corresponde — le gritó James, observando como su compañero se defendía con golpes sumamente desinteresados. No era un gran amante del deporte; se libraba de la bola como si esta fuera una gran molestia.

— ¡George, empieza a pegarle como es debido o no jugaremos más! —lo enfrente con prepotencia, mientras el zumbar de unas voces lejanas alcanzaban mis asombrosos sentidos auditivos. Allí pude verla acercándose junto a su amiga. Una chica de cabello rojizo con la que yo solía compartir en la escuela mis clases de inglés. Jamás nos habíamos dirigido la palabra, decidí simplemente fingir que no la conocía. Sin siquiera considerarlo, noté como mis músculos aumentaban notablemente su rendimiento a causa de su presencia. Llevaba puestos unos llamativos y resaltantes pantalones color fucsia y una ajustada camiseta negra. Su cabello suelto se dejaba llevar por el suave movimiento del viento, mientras su amiga me observaba con cierto disimulo.

—De acuerdo, Leslie. Tú y Frederic jugarán de este lado de la cancha. Tu amiga y yo jugaremos de aquel otro, ¿está bien? —le explicaba James, intentando tomar ventaja de su compañera. Yo me senté a un costado con George para observar como mi gran amor se enemistaba con su propia raqueta.

—Jamás lograrán darle a la pelota estas inútiles —me susurró George al oído, mientras yo continuaba ido por la imagen de mi amada sobre la cancha. En respuesta a ello, dejé salir una corta carcajada esperando a que se callara de una vez por todas. No pretendía nada de ella; la amaba por su torpeza y su sencillez. No procuraba que supiera sostener una raqueta: Me gustaba tal como era.

Aquella vuelta duró realmente poco. Frederic lanzó la pelota con uno de sus típicos saques, obligando a esa pobre muchacha a realizar un salto imposible de efectuar.

— ¡Ayyyyy! —gritó de pronto su amiga, arrojándose al piso y llevándose las manos a su tobillo derecho.

—Te lo dije, Danser, son realmente inútiles —repitió George desubicadamente, mientras James se abalanzaba abruptamente hacia su compañera de juego para revisarle el pie.

— ¿Estás bien, amiga? —le gritó Leslie, sin siquiera aproximarse para ver lo que pasaba. Frederic se reía bajo ese grotesco sentido del humor mientras yo permanecía allí sentado como si nada ocurriera; imaginé que hubiera hecho si, en lugar de su amiga, se hubiera tratado de Leslie: Alzándola con ambos brazos, la hubiera llevado a urgencias médicas intentando rescatarla de su desdicha como un torpe apasionado inconsciente. Pero claramente, no se trataba de ella sino de su amiga. Dejé que James se ocupara de ello.

—Hey, chicos, no creo que pueda jugar más; le duele demasiado. Leslie, será mejor que la acompañes a su casa —exclamó James desde el lado opuesto del campo. Allí terminaría finalmente nuestro corto encuentro. «Al menos pude verla por unos minutos», pensé. Se acercó rápidamente a su amiga y, acompañándola hasta la entrada de la cancha, se alejaron finalmente de mi alcance visual.

— ¡Maldición, Frederic! ¿Por qué le arrojaste la bola de esa manera? —le grité a mi amigo, cargándole con la falta. Claro era que ya no podría disfrutar de mi musa inspiradora.

— ¿Acaso yo tengo la culpa de que su amiga no sepa saltar? Si no alcanzaba a atraparla no hubiera efectuado ese brinco tan tonto —se defendía él, mientras George y yo regresábamos una vez más al campo de juego.

—De acuerdo, basta de discutir. Vinimos a divertirnos, ¿no es así? —repuso James, realizando un gran saque con su raqueta. Yo salté desde una de las esquinas, atrapando a cuestas aquel lanzamiento, mientras Frederic se arrojaba hacia mí en caso de que yo no pudiera lograrlo. George recibió el contraataque tropezando con sus propios movimientos y dejando caer su raqueta al suelo. James retrocedió unos metros y, alcanzando finalmente la bola, la aventó con fuerzas hacia el lado opuesto de la red. Continuamos jugando unos minutos más mientras el sol comenzaba por fin a ocultarse.

—George, ¿podrías sostener bien tu raqueta? Ya es la quinta vez que la dejas caer —rezongué, mientras James se alejaba a buscar la pelota con cierto desgano. Así transcurrían nuestros juegos si es que George se encontraba presente: Tres o cuatro boleadas y a empezar una vez más desde el principio. Comencé a correr rápidamente hacia la pelota cuando noté que mis músculos volvían a fortalecerse.

— ¿Y ahora qué ocurre? —pensé en voz alta, concentrándome en aquella energía que otra vez recorría mis venas. Logré comprenderlo más rápido de lo que creía.

—Hey, chicos, ¿todavía les queda un lugar para mí? —exclamó Leslie, cruzando nuevamente la puerta de la cancha. Yo evitaba que mi boca dibujara esa sonrisa tan notoria que estaba a punto de escapar de mi rostro.

— ¡Vaya! Miren quien ha regresado —exclamó George al verla entrar.

— ¿Y qué pasó con tu amiga? —preguntó James con cierta curiosidad al advertir que, esta vez, la muchacha no venía acompañada.

—Le llamé un taxi y esperé a que la vinieran a buscar — respondió ella, mientras yo notaba la ausencia de su raqueta; al parecer había tenido tiempo de dejarla en su casa y coger, por si acaso, una delgada campera del color de sus pantalones deportivos. Así llegaron, a su vez, dos muchachos de unos treinta años de edad intentando aprovechar, al igual que nosotros, las últimas horas del día. Leslie se acercó a Frederic quien, facilitándole su raqueta, la invitó a sumarse nuevamente a nuestro juego. George lanzó finalmente esa pelota cuya trayectoria era una verdadera falta de respeto al deporte.

—No nos hagas pasar vergüenza, George, tírala como corresponde —le grité desde la otra punta del área. Leslie sostenía la raqueta en guardia preparándose para cualquier clase de lanzamiento. Tomé carrera hasta la pelota, que esta vez volaba directamente hacia mí, y recurriendo un movimiento claramente imposible de realizar, pegué un fuerte salto hacia ella alcanzando así una de mis mejores jugadas.

— ¡Wow! Danser, ¿cómo hiciste eso? —exclamó Frederic sorprendido.

—No tengo idea. Supongo que tuve algo de suerte —respondí, conciente de que aquello era un contundente resultado de la presencia de mi amiga. Continuamos peloteando unos cuantos minutos más hasta agotar la entereza de nuestros observadores.

—Hey, muchachos, creo que ya han jugado demasiado. Nos toca el turno a nosotros —vociferó finalmente uno de los hombres, alistando su raqueta junto a su compañero para apoderarse de la cancha.

—Media hora más y terminamos —agregó James, muriéndose de risa. El hombre se colocó de pié y se acercó bruscamente hacia el área de juego.

—No te pases de listo jovencito. Nos toca a nosotros, están invitados ya mismo a salir de la cancha —concluyó él, haciéndole a su compañero un leve gesto con la mano para que este se pusiera también de pié.

— ¡No lo provoques James! —le gritó Leslie—. Pasemos a la cancha de al lado.

—No quiero insultar tu inteligencia, amiga, pero la cancha de al lado es de básquet —reparó Frederic, mientras George continuaba riéndose burlonamente de ella. Yo la observaba con compasión, intentando sumarme a su propuesta para que no se sintiera una verdadera idiota.

—Hey, chicos, no es mala idea. Podríamos simplemente utilizar la línea del medio para reemplazar la red —sugerí yo, corriéndonos de la cancha de tenis para cederle el turno a los otros dos muchachos. El sol ya comenzaba a esconderse y pronto nos quedaríamos sin jugar.

— ¡Tengo una idea, chicos! Podríamos ir a las canchas de Airsena —propuso Frederic, levantando un poco nuestros ánimos. Aquel era uno de los barrios más nuevos de Harainay. Situada al sur de la ciudad y poblada por los más hermosos edificios y viviendas, Airsena poseía a su vez unas cuatro canchas de tenis y pequeños parques de juegos para niños.

—De acuerdo, Frederic y yo iremos en bicicleta. Tú, Danser, puedes darle la tuya a George e ir caminando con Leslie — exclamó James, organizando nuestro largo trayecto hacia las otras canchas. Aquella era la ocasión perfecta para comprobar una de mis tantas teorías.

—Yo iré en bicicleta, tengo las piernas realmente cansadas. No creo que pueda caminar tanto —exclamé en voz alta. Mis amigos se miraron de reojo intentando comprender la naturaleza de mis últimas palabras mientras Leslie, al parecer, distraída en la otra opuesta, observaba a los dos muchachos jugando al tenis. Esperaba que reaccionara, que se desviviera por caminar junto a mí hasta Airsena, pero no. Continuaba distraída como si nada.

—De acuerdo, iremos todos a pie —decidió finalmente James, evitando cualquier tipo de inconveniente. Sujetamos con ambas manos nuestros manubrios y comenzamos finalmente nuestro viaje.

—Escuchen, conozco un camino más corto hasta Airsena — sugirió Leslie, señalando una de esas calles que yo jamás hubiera escogido. ¿Qué importancia tenía acaso? Con ella a mi lado estaba francamente dispuesto a perderme en cualquier parte del mundo. Continuamos caminando por aquella senda oscura y sosteniendo con fuerzas nuestras bicicletas para no perder el equilibro en la subida. Noté de pronto como Leslie caminaba entre nosotros alejándose cada vez más de donde yo me encontraba; comprendí que algo no iba bien. Giró lentamente su cabeza hacia mí y me observó con suma seriedad.

—No hablaré más contigo —pronunció en voz baja.

—Hey, Leslie, espera, ven aquí. ¿Qué ocurre? —le grité para que se acercara.

— ¿Cómo “qué ocurre”? ¿Me hablas en serio? “Ay, tengo las piernas cansadas, no podré caminar tanto” —me regañaba ella, citando con exactitud mis previas palabras. Al parecer, había alcanzado a escucharme.

—Oh, jaja, es que… quiero decir… te estaba poniendo a prueba —respondí finalmente, recurriendo a la pura verdad.

—No necesitas ponerme a prueba, tonto. Claro que quería ir caminando contigo, ¿Qué necesitabas comprobar?

—Tienes razón, no sé porque dije eso. De veras lo siento — me disculpé.

—Hey, Danser, préstame tu bicicleta, nos adelantaremos un poco —me gritó George, acercándose a nosotros. Se la entregué en perfectas condiciones y nos quedamos completamente solos detrás del resto de los muchachos. Platicamos un buen rato recordando algunas de mis viejas actitudes; ya no había secretos ni mentiras. Sabía lo mucho que la amaba y cuanto disfrutaba el estar con ella, y aun así, continuaba conmigo. Todo era tan perfecto, ya sólo estaba a unos pocos pasos de obtener su amor; sin embargo, aún no sabía cómo lograrlo. Temía equivocarme, obligarla a dar aquel último salto del que tanto dependíamos para estar juntos. La sentía intensamente mía, pero no era suficiente. Necesitaba observarla a los ojos, sentir su boca, su calor. Abrazarla fuertemente sin siquiera preocuparme por las consecuencias. Oír su voz tan cerca de mi alma, cuya música pudiera envolverme en un interminable mundo de emociones. Temía realmente equivocarme. Ya no pensaba correr aquel riesgo; no hasta que nuestros intereses fueran claramente mutuos.

— ¡Hey, Danser! Tú que sabes arreglarlo todo, necesitamos de tu ayuda —me gritó Frederic a pocos metros de donde estábamos. Nos encontrábamos ya muy cerca de Airsena, sin embargo, George parecía haber tenido un pequeño percance.

—Te tienen una gran admiración tus amigos. Eres aquel chico que lo sabe hacer todo —aseguró Leslie. Si hubiera sabido que el total de mis motivaciones provenían de ella, se hubiere realmente asustado. Prometí que jamás se lo diría.

— ¡George mi bicicleta! ¿Te das cuenta? No puedo darte nada —le grité, observando una cadena colgando del eje trasero. Me acerqué a gran paso veloz y lo ayudé a voltear mi bicicleta con las ruedas hacia arriba. ¿Dónde encontraría un taller abierto en aquella zona?

—Lo siento, Danser, creo que se ha trabado al usar uno de sus cambios —me explicaba él, mientras yo intentaba descifrar la naturaleza del problema. Nuevamente aquella extraña energía se deslizaba desde el cuerpo de Leslie hacia el mío, creando en mi mente una compleja enciclopedia de ingeniería mecánica. Dejé que aquella fuerza se apoderara poco a poco de mis manos y me incliné hacia la rueda para solucionar finalmente el problema; supuse que algún día lo entendería. ¿Existía alguna explicación a ello? ¿Puede realmente el amor generar una potencia tan ilimitada capaz de permitirnos lograr cualquier reto? Y tal como era de suponerse, allí estaba nuevamente mi bicicleta funcionando a la perfección.

— ¿Ya ves, Danser? ¿Por qué te haces tanto problema? Lo has arreglado en menos de treinta segundos —se defendía George, librándose de la poca culpa que le quedaba. Se subieron una vez más a las bicicletas y pedalearon los pocos metros que restaban para llegar a las canchas de Airsena. Leslie y yo retomamos nuevamente nuestra conversación.

— ¡Me encanta tu arete! Deberías agregarte alguno más — comentaba ella, caminando a mi lado.

—Creo que con este estará bien. No soy muy fanático de las perforaciones.

—Bueno, a mi me gustan los chicos que tienen la cara repleta de aros, sobretodo en la lengua. Se siente realmente bueno besar a alguien con arete en la lengua —opinaba ella, mientras yo me sorprendía por la diferencia en nuestros gustos.

—Pues, estás realmente loca si piensas que me haré un agujero en la lengua sólo para satisfacer tus gustos. Mi amor por ti tiene algunos límites ¡Jaja! —exclamé irónicamente, compartiendo con ella una leve carcajada.

—A ti no te hacen falta. Estás muy bien así —reparó, dándome un pequeño toque en el hombro.

— ¿Conoces la ciudad de Telia, Danser?

—Claro que sí, Frederic me ha hablado de ella muchas veces. Nos gustaría ir allí algún fin de semana —respondí, ciertamente cautivado. Telia era una ciudad vacacional ubicada a unas cinco horas de viaje hacia el sur. Atestado de hoteles y playas privadas, se convertía en un sito sumamente recomendable para aquellos que anhelaran sus tiempos de descanso.

—Pues, mis padres me pagarán el viaje hacia allí —comentaba ella.

—Vaya, que buen gesto. Mis padres no me pagan nada — agregué algo extravagante. Caminamos unos pocos metros más y llegamos finalmente a un pequeño estacionamiento. Los muchachos aparcaron las bicicletas a un costado y saltaron el pequeño muro que nos separaba de las canchas de tenis.

— ¡Por aquí, chicos! —nos gritó James desde el otro lado. Nos acercamos lentamente a aquella pared intentado imitar el mismo salto para alcanzar el lado opuesto. Utilizando una pequeña parte de mi energía, brinqué con todo mi cuerpo para, luego, ayudar a Leslie a cruzar sana y salva aquel muro.

—Chicos estoy cansada. ¿Podríamos sentarnos unos momentos? —exclamó ella, acercándose a unos de los bancos que había encontrado allí. Se trataba de un pequeño parque de juegos para niños, repleto toboganes y hamacas. Leslie y yo nos desplomamos sobre aquel banco mientras el resto de los muchachos se lanzaban contra los juegos para revivir algunas de sus infancias perdidas. Parecían tres criaturas deslizándose de una a punta hacia la otra, desperdigando una gran coreografía; una significativa pintura donde Leslie y yo representábamos juntos la perfección del desorden. Continuamos conversando sin prestarles la más mínima atención a nuestros amigos.

— ¿Cada cuanto te sacas? —me preguntó ella, realizando un extraño gesto con su mano y el mentón; tardé algunos segundos en comprender lo que intentaba decirme.

— ¡Oh! Te refieres a cada cuántos días me afeito. Pues, depende de la época. A veces me gana la pereza —respondí. Me quité mi gorra para acomodarme el cabello mientras ella me la colocaba de nuevo, esta vez con la visera hacia atrás.

—Ponla así al revés, te queda mejor. Te resaltarán más los ojos —agregó, observando con fascinación mi nueva imagen. Se encontraba más cansada de lo que parecía; tal vez no estaba acostumbrada a caminar tanto. Se recostó boca arriba sobre el banco y apoyó su cabeza sobre mis piernas. Yo intentaba no moverme tanto para que pudiera descansar tranquila. Cerró lentamente sus ojos y dejó que su pelo se desplomara sobre mis manos mientras yo la observaba sin poder siquiera pestañear. Allí la tenía junto a mí de una manera tan inexplicable, que pudo mi mente guardar la más perfecta fotografía de su belleza. Le acomodé el cabello justificando mis ansias por acariciarla, cuando abrió sus ojos para observarme fijamente. Entonces pude sentir el poder de su mirada, de su corazón. Su piel era la obra más hermosa que pudiera yo encontrar escondida en la naturaleza. Un mundo perfecto justo entre mis manos, aquel trofeo que tanto deseaba alcanzar. Deseaba besarla, sentir el esplendor de su boca sobre a la mía, su tan desconocido sabor. Encerrarme con ella en un mundo aparte, un universo completamente distinto donde sólo existieran nuestros cuerpos, el poder de nuestras miradas. Moría de ganas por besarla, y aun así, por primera vez en mi vida, me sentía realmente completo.

— ¡Hey, Leslie! Tu teléfono móvil está sonando —gritó James desde uno de los toboganes. La muchacha se levantó rápidamente a responder antes de que colgaran. Al parecer, su madre quería saber dónde estaba.

—Está bien, mamá, no te preocupes, estoy con Danser —le contestó ella para que se quedara tranquila; la observé sorprendido desde aquel banco. ¿Era yo un motivo suficiente para garantizar la tranquilidad de su madre? Allí éramos cuatro chicos, ¿por qué mencionaría sólo mi nombre? Logré finalmente comprenderlo; la presencia de mis amigos no importaba. Leslie estaba allí sólo por mí. Jamás hubiera acompañado a esos cuatro payasos hasta Airsena; no cabían dudas al respecto.

— ¡Insolentes! ¿Se dan cuenta del ruido que están haciendo? Váyanse de aquí o llamaré a la policía —nos gritó un vecino desde el edificio más cercano. Ya eran casi las diez de la noche y nosotros continuábamos allí como si nada.

—Lo siento, señor. Nos iremos aquí a la vuelta. Ya puede seguir durmiendo —me disculpe, convenciendo a mis amigos de continuar nuestro viaje. Allí encontramos un parque bastante similar al anterior. Nos sentamos nuevamente en uno de los bancos mientras George y James correteaban otra vez entre los juegos.

— ¿Hey, alguien me prestaría su campera? Me estoy congelando —murmuró Leslie, abrazándose a su chaqueta deportiva que, al parecer, no era lo suficientemente abrigada. Yo continuaba en mangas cortas como si el frío no pudiera afectarme. La energía de mi cuerpo se encontraba en un punto sumamente alto como para que el clima pudiera aquejarme.

—De acuerdo, iré a casa a buscar un suéter y algo para comer. ¿Quién me acompaña? —se ofreció Frederic, observando a James y a George con plena curiosidad. Sabía bien que yo me quedaría con ella.

—De acuerdo yo iré. Vamos Frederic —se propuso George, dispuesto a acompañarlo hasta su casa. James se quedó junto a nosotros sentado en aquel banco; su presencia se volvió realmente imperceptible. Leslie se acurrucó sobre mi hombro izquierdo, aclimatándose con el calor de mi cuerpo, mientras James nos observaba sorprendido. Lo miré fijamente a los ojos comprendiendo claramente el mensaje en su mirada:

—Bien hecho, Danser, lo has conseguido. George y Frederic no tardaron en llegar. Leslie continuaba acurrucada sobre mi hombro y abrazándome fuertemente con sus brazos. Su energía junto a la mía provocaba una inmensa atmósfera de magia que, al parecer, sólo mi cuerpo lograba percibir. Aquella sensación era la huella más perfecta que alguien podría dejar en mi memoria.

—Qué callados que están —exclamó Frederic, acercándose con las provisiones y nuestras bicicletas.

—Aquí traje un suéter de mi hermanito y esta pequeña bolsa de cacahuetes; en caso de que alguien tenga hambre, claro.

—Gracias amigo, realmente te has pasado esta vez —le agradecí, despertando a Leslie para que se pusiera el suéter. Se veía realmente encantadora con aquel pulóver gris y sus pantalones color fucsia. James y George se arrojaron contra las hamacas mientras ella y yo estrenábamos la bolsa de cacahuetes. Sacó uno del paquete y, sosteniéndolo con dos dedos, lo adentró sutilmente en mi boca. Ya sentía esa confianza que tanto deseaba tener con ella, ¿qué más podía pedir? Nuestra relación se volvía cada vez más perfecta, ya casi no hacía falta desvivirme por alcanzar su amor. Se recostó nuevamente sobre mis rodillas y me mordió la pierna tal como si aquello fuera un amistoso jugueteo de pareja.

—Hey, Leslie, mira lo gorda que te estás poniendo por comer tantos cacahuetes —bromeó James, intentando molestarla un poco.

—No es gordura, es que estoy embarazada —continuaba ella con aquel juego tan disparatado.

— ¡Oh! Que interesante. ¿Y quién es el padre? —indagó él, aprovechando la reciprocidad de su broma.

—Danser, por supuesto, ¿quién más sino? —concluyó ella. Yo sonreía más por su respuesta que por la trivialidad de su juego. ¿Me convertía finalmente en algo más que su amigo, o sólo era exceso de confianza? Quizá así se comportaba con todo el mundo y yo era sólo un bufón más de su lista. Aun así, aquellas respuestas saltaban a la vista al igual que su cabeza sobre mis piernas. Ya no quedaban suposiciones pendientes.

—De acuerdo, tengo otro juego interesante —exclamó George desde una de las hamacas—. Se llama “Verdad consecuencia”. Yo formularé una pregunta a cada uno, y ustedes estarán obligados a responder con la verdad, ¿de acuerdo? —nos explicaba nuestro amigo. Por alguna razón, supuse que aquel recreo no terminaría nada bien.

—Tú primero, Danser. Aquí va la pregunta. ¿Eres virgen? — me comprometía George con aquel juego tan tonto. Me encontraba a punto de mentirles a mis amigos; Leslie ya sabía la verdad y no iba a arriesgarlo todo por preservar nuestra confianza.

—Así es, lo soy —respondí orgulloso. Sin embargo, aquello no fue suficiente. Los tres comenzaron a reír con intensas carcajadas mientras una molesta desconfianza reaparecía en Leslie una vez más. Le había dicho la verdad, ¿por qué iba a creerles a mis amigos? Prometí que jamás le mentiría; no iba a hacerlo a esas alturas.

—Hey, no entiendo de que se ríen. Estoy diciendo la verdad —me defendí, intentando ganar nuevamente la confianza de mi amiga.

—Jaja, ni tú te lo crees, amigo. En fin, no importa. Vayamos ahora a la siguiente pregunta, esta es para ti Leslie. Y aquí va, ¿estás enamorada de Danser? —concluyó George, desbordando aquel vaso con la última gota de nuestra paciencia.

—De acuerdo, ya es suficiente, déjenos solos —se quejó ella, defendiéndonos a los dos por igual. Acababan de tocar un punto crítico en nuestra amistad. Esa última incógnita que nos separaba hasta entonces.

—Hey, está bien, sólo era una broma. No se enojen —se disculpó él.

—Está bien, no pasa nada. Ya podríamos ir volviendo, se está haciendo demasiado tarde —exclamó Leslie, colocándose de pie. Se sacudió del suéter algunos restos de cacahuete y se libró de algunas contracturas en el cuello.

—Espérenme un segundo, necesito ir al baño —añadió ella, apoyando las manos por debajo de su ombligo.

—Pues, yo no veo ninguno por aquí. Tendrás que ir detrás de aquel muro —le sugirió James, señalando un pequeño rincón al costado del parque.

—Está bien, no tardaré —le agradeció ella, alejándose a gran velocidad. George se acercó a mí sigilosamente y, procurando no alzar demasiado su voz, me reveló su opinión respecto a los hechos.

—Ya es tuya, Danser, lo has conseguido. Sólo te falta otro poco y es tuya.

—Sí, Danser, deberías verte cuando estás junto a ella. Es realmente inconfundible lo que pasa entre ustedes dos —agregó James, sumándose a los elogios de George. Yo no supe responderles. La sentía tan cerca y a la vez tan lejos. Tan mía y aprehendida a mi corazón, que no hubiera soportado perderla de nuevo. Comprendí finalmente que una vez cruzada esa pequeña barrera que aún nos separaba, ya no habría marcha atrás.

— ¿Ya hemos descargado suficientes toxinas? —le dije a Leslie, mientras se acercaba nuevamente hacia nosotros.

—Jaja, sí, ya está. Ya podemos ir regresando —respondió ella, acomodándose el suéter que Frederic le había traído. Caminamos unos pocos pasos hacia la calle principal de Airsena dónde algunos de los vehículos pasaban por allí despaciosamente.

— ¿Hey, Frederic, me prestas tu bicicleta? —exclamó ella acercándose a él.

— ¿Sabes andar? Podrías caerte, es especial para ciclistas altamente experimentados —apeló él, evitando acceder a sus tan infantiles peticiones.

—Claro que sé, tonto. Tenía una hace un tiempo pero me la robaron —se defendió. Yo caminaba junto a ella mientras Frederic le entregaba su bicicleta. Se subió cuidadosamente y comenzó andar por la acera mientras yo disfrutaba de esa imagen tan graciosa; una vez más, su poca feminidad se ausentaba para expresarme la magia de su personalidad. Aquella aniñada forma de ser suya que no encontraría jamás en otras musas, conseguía enamorarme cada vez más de su persona. Se bajó por fin de la bicicleta y continuamos caminando hacia su casa retomando una vez más el mismo recorrido. Allí alcanzamos finalmente ese humilde barrio residencial por el que habíamos arribado.

—Creo que nos hemos perdido, Leslie. ¿Estás segura de que es por esta calle? —protestaba James.

—Casi segura. Desde aquí puedo ver el edificio en el que vivo.

—Lo que tú digas —accedió él. Continuamos avanzando algunos metros mientras ella se quejaba de un molesto dolor de pies.

—Ya casi llegamos, Les. Tan sólo unas calles más —la serenaba yo, caminando apegadamente a su lado. Por fin alcanzamos aquel círculo frente a esos siete edificios idénticos. George se despidió de nosotros con sumo desinterés mientras Frederic, James y yo escoltábamos a Leslie hasta el edificio de enfrente.

—Adiós chicos, gracias por acompañarme —saludó a mis dos amigos. En cuanto a mí, se acercó sin decir palabra alguna y me abrazó intensamente desplomando todo su cuerpo sobre el mío. Pude sentir su calor a través del suéter de Frederic, que al parecer, olvidaba devolverle. Gocé una vez más de su cabello rozando mi rostro, convirtiendo aquel abrazo en una entidad claramente inquebrantable. Su energía florecía en mi interior creando una cierta e indescriptible ebullición de emociones. Frederic se alejó en dirección oeste mientras yo acompañaba a James hasta su casa.

— ¿Qué opinas al respecto, Danser? Es realmente increíble — exclamó James, deteniéndose unos segundos junto a su puerta con ansias de quedarse conversando algunos minutos más.

—No sé qué podría opinar. Por lo visto, las cosas parecen estar resultando tal como quería pero, no lo sé, ¿y si todo se desmorona de nuevo?

— ¿Por qué piensas eso? Está todo más que claro, Danser, Leslie es indiscutiblemente la chica que necesitas.

—Es que temo perderla de nuevo. Se pone a veces muy histérica, James. ¿Cuánto tiempo crees que pasará hasta que ella cambie de parecer? Un pequeño error y la perderé para siempre, no creo que vaya a darme tantas oportunidades —agregué confundido; me inquietaba aquella idea. La suerte iba y venía sin previo aviso. Lo que fácil llegaba, fácil podría irse de nuevo. Un sonoro graznido nos obligó a apuntar de pronto nuestras cabezas hacia el cielo. Allí a lo alto, un inmenso halcón blanco cruzaba las nubes observándonos desde las vastas alturas.

— ¿Lo has visto? Es realmente hermoso —exclamé absorto. Su brilloso pelaje se lucía preciosamente ante la luz de la luna. Me despedí de James y abandoné finalmente aquel vecindario. Mi cabeza daba vueltas y vueltas; parecía ser que por fin lograría concebir el sueño.

* * *

Lo noche del día siguiente resultaba ciertamente anecdótica. Me encontraba aburrido en mi ordenador conversando con Leslie en el Chat; nuevamente a pocos metros de mi bloque, tal como la otra vez, en casa de su amiga.

— ¿Qué no tienes mucho que hacer, Danser? —preguntó ella, tras contarle de mi escaso entretenimiento.

—A decir verdad, no. No hay mucho para hacer aquí en casa, creo que iré a mi cuarto a pelearme con mis instrumentos musicales —le respondí.

— ¡Que bien! ¿Puedo ir a visitarte? —se ofreció ella.

— ¡Ay sí, por favor! Me encantaría que vinieras. Te mostraré mi habitación y el desorden en los estantes ¡Jaja! También podríamos quedarnos en mi cuarto con la guitarra y pasar un rato el tiempo. ¿Qué dices?

— ¡Suena genial! Pero sólo una hora, mi padre vendrá a buscarme por aquí más tarde —explicaba ella.

—Claro, no hay problema. Y en cuanto a hacer algo de música en mi habitación, a mis padres no les molesta, estarán cada uno ocupado en sus cosas.

— ¡¿Qué?! ¿Tus padres están casa?

—Sí, ¿cuál es el problema? —exclamé sorprendido por su reacción.

—Entonces preferiría que fuera otro día, lo siento.

—Hey, no lo entiendo ¿cuál es el inconveniente, Les? Siempre traigo gente aquí —enmarqué, intentando comprender lo que ocurría.

—Locuras mías, Danser, tengo la mera impresión de que tus padres me odian por hacerte sufrir tanto —concluyó finalmente ella. ¿Por qué respondería ahora con esa extraña paranoia? Mi padre jamás la había visto y mi madre apenas la recordaría como “la hija del señor Gilbera” de la pizzería Parci. ¿Qué rayos le ocurría ahora a esta chica?

— ¿Cómo puedes pensar eso, Les? Nadie podría odiarte, ni yo ni nadie. Vale aclarar, también, que mis padres ni siquiera te conocen.

—No importa, Danser, yo me entiendo. Preferiría que fuera un día en el que estés solo, ¿de acuerdo? —insistía ella. Supuse que ya no iba a lograr que cambiara de parecer.

—Pues, siguiendo esas pautas, no vendrás nunca. Mi familia se encuentra siempre en casa.

—Entonces no será nunca. Mala suerte —añadió ella, expresando una notable actitud de rebeldía; tal como sí yo fuera el culpable de nuestro desencuentro. Así era su gran personalidad: Hermosa con su frágil tolerancia ante los pequeños obstáculos que pudieran atravesársele en su camino. Le gustaba ofenderse con cierta facilidad; fingir que nada le importaba, que todo era un simple papel abollado que podría arrojarse al bote de basura ignorando la existencia de los problemas. Adoraba tener razón en todo; excluir la realidad de su imperfección rebelándose contra cada una de sus vicisitudes. ¿Por qué iba a cargar el destino con la culpa de nuestros inconvenientes? ¿Por qué no adaptar esas oportunidades a nuevos intentos, nuevas vivencias que pudiéramos compartir juntos? Así era su empírica personalidad: ¿Por qué culpar al destino si, en lugar de ello, podía culparme a mí?

* * *

Domingo 19 de Junio, y como todos los sábados de verano, las vívidas figuras de Harainay se reunían en la rambla a disfrutar de los bailes populares. Tenía ese extraño presentimiento de que la encontraría allí, sentada en alguna parte, respirando el mismo aire que yo inhalaba. Me paré junto a la pista de baile observando a las distintas generaciones disfrutar de la misma corriente musical. Buscaba a Leslie por todas partes; mi cuerpo la sentía cerca y ella aún no aparecía. «¿Estaría funcionando mal mi radar corporal?» pensaba por momentos. Por fin pude encontrarla sentada en una de las gradas; allí estaba sumamente solitaria, sólo que no había alcanzado a verla. Comencé a caminar hacia allí cuando noté que un grupo de muchachos se interponía sorpresivamente en mi camino.

— ¡Danser! Qué bueno encontrarte por aquí ¿Te nos sumas a nuestra salida? Vamos hacia el centro —me saludaron El Tucán y sus amigos.

—Vaya, pues, justo estaba por ocuparme de algo. Si tan sólo esperaran unos minutos…

—Nada de eso, Danser, no te nos pongas antiguo. Vamos a la pizzería Parci a tomar una gaseosa, ven con nosotros —insistía él, mientras Leslie se acercaba lentamente desde un costado; parecía algo indignada por mis compañías. Me saludó a unos metros de distancia con un leve gesto de miradas y continuó avanzando hacia el lado opuesto.

— ¿La estabas esperando a ella, Danser? —preguntó uno de los muchachos mientras yo la observaba alejarse de mí.

—No, claro que no. Ya podemos ir yendo, chicos. Tengo mucha sed —concluí yo, y encaminamos finalmente nuestra ruta hacia la pizzería.

Por fin regresé a casa algunas horas más tarde. Me senté tranquilamente en mi ordenador mientras mi madre preparaba la cena. Allí estaba Leslie conectada tal cómo siempre, sólo que esta vez, algo molesta.

— ¿Se puede saber que hacías con El Tucán y su pandilla? — preguntó irritada. Sabía cómo ella los detestaba con claros y contundentes motivos; supuse que aquella sería una forma algo tonta de ofenderla.

—Son mis amigos. ¿Cuál es el problema? —comencé lentamente a provocarla. Quería que reaccionara tal como reaccionan las novias; sentirme protagonista de una escena de histeria, aquellos caprichos suyos que no existirían jamás al soñar con ella en mis profundas utopías.

— ¡¿Cómo que tus amigos?! Esos muchachos son típicos perversos, ni siquiera se acercan a ser buenas personas —comenzó a criticarlos. Debía admitir que tenía razón, y sin embargo, me agobiaba su forma de pensar tan ofensiva. ¿Quién era ella para cuestionar mis compañías, mis amistades? Olvidé por un instante las interminables burlas efectuadas hacia ella por cada uno de esos muchachos, y les di inconscientemente una primera prioridad.

—Discúlpame, Leslie, pero creo tener el derecho a juntarme con quien quiera. Y por cierto, yo jamás critico tus amistades — respondí decisivo, revelándome contra su caprichosa actitud.

— ¡De acuerdo, adiós! —se ofendió ella, confirmando la emersión de ese único resultado posible. Decidí darle, entonces, algunos minutos para que recapacitara ante ello. ¿Cómo es que un hecho tan tonto lograba enfadarla de esa manera? ¿Así es cómo se peleaba con todos sus amigos? ¿Por qué yo? ¿Por qué a mí y no al resto de las personas con las que solía conversar tanto? Parecían importarle bastante mi pureza social y mis amistades.

—Hey, Danser, ¿Qué cuentas? —me saludó Lisa al verme conectado en el Chat.

—Pues, desorientado, ¿qué puedo decirte?

—Vaya, que sorpresa, tú siempre estás desorientado querido. Cuéntame que te ha ocurrido ahora con Leslie —exclamó deductivamente.

—Es que no la comprendo. Hasta ayer todo iba perfecto, no te harás una idea. El problema es que hoy, durante las danzas en la rambla, me vio junto a El Tucán y su pandilla. No entiendo que cuernos le ocurre, el tema es que ahora está ofendida por ello y no quiere hablarme más —le explicaba a Lisa, interpretando personalmente mis propias palabras. Pude de algún modo comprender la base del conflicto.

—Lo entiendo, Danser. Pues, mira, por una parte, aquellos muchachos son realmente una mala influencia para ti, Leslie no está tan equivocada después de todo. Y aun así, no creo que este sea un motivo tan grave para no hablarte más, pero es también una muestra evidente de lo mucho que le importas. ¿Y se ha enojado así sin más, o por algo que tú le has dicho? —desarrollaba Lisa en una interesante interpretación de hechos.

—Bueno, ahora que lo mencionas, creo haberle reprochado que no tenía derecho a decirme con quien juntarme.

— ¡¿Qué eres tonto, Danser?! Claro que no tiene ningún derecho, ¿pero cómo es que pones a esos bandoleros en primer lugar? Leslie es la persona que quieres a tu lado, no ellos —se sobresaltó Lisa, desnudando la ingenuidad de mis actos. Había vuelto a equivocarme, ¿en que diablos estaba pensando cuando dije eso?

—De acuerdo, ya he metido la pata de nuevo. Ahora dime como puedo arreglarlo, Lisa —le rogué encarecidamente, esperando a recobrar al menos una pequeña parte de lo que ya había logrado hasta entonces.

— ¿No es evidente acaso? Pídele disculpas —me respondió combativa.

— ¿Y por qué iría a perdonarme? No es lo que dije lo que le ha molestado, sino el hecho de juntarme con El Tucán y los suyos.

—Aun así, Danser, pídele disculpas. Demuéstrale cuanto la quieres, que sabes admitir tus errores y faltas. Y procura buscarte buenas amistades si quieres realmente que Leslie te aprecie como tú lo deseas —concluyó Lisa, mientras yo discurría la forma más efectiva de pedirle perdón. Abrí nuevamente aquella ventana de Chat que continuaba desolada en alguna esquina de la pantalla y comencé a escribir tan objetivamente como pude.

—Hey, Les, tengo la mera impresión de que no se te irá el enfado tan fácilmente. Estuve pensando y llegué a concluir que tienes toda la razón, aquellos muchachos son un mal provecho a mi identidad.

—No es eso, Danser. Lo que me enfada es que me digas una cosa y luego hagas lo contrario. Me dices que tú no eres como ellos, que no te agradan las cosas que hacen o dicen, sabes perfectamente las crueldades que han dicho de mí, y luego vienes y me dices que son tus amigos y que no tengo derecho a decirte con quien juntarte —exclamó Leslie, sumergiendo su bronca en aquellas palabras. Por fin pude razonar coherentemente, no se trataba de un capricho sino de mi sinceridad. ¿Por qué pude haber actuado de esa forma? Yo apenas podía tolerar a esos muchachos y, aun así, olvidé injustamente mis objetivos. Olvidé que la forma de descargar mis afectos hacia Leslie no era estando con aquellos que pintaran mi realidad con otros colores, sino estando con ella; con la verdadera dueña de mis emociones. Olvidé que su presencia en mi vida era más fuerte e intensa que cualquier pandilla de holgazanes. Que el sólo gozar de su compañía lograría crear esa extraña diferencia entre lo real y la ilusión.

— ¡Maldición! No puedo creer que no me haya percatado de ello, Leslie. Soy un completo imbécil, juro que no era mi intención ofenderte así. Ni siquiera podría soportar el hecho de pelearme contigo por defender a esos zánganos. No sé en que estaba pensando.

—Está bien, Danser, al menos lo has entendido. No estoy enfadada, pero intenta ser más cuidadoso con las personas que frecuentas. Podrías lastimar inadvertidamente a otros.

—Sí lo sé, ni siquiera sé porque me junto con ellos. Le echaré la culpa a mi adolescencia —bromeé, justificando ocurrentemente mis actos. Logré finalmente que me perdonara pero supe que aquello no sería suficiente. Sentía que las cosas nunca volverían a ser las mismas; que todo lo logrado hasta entonces se convertiría en un gran jarrón roto recién acabado de reparar; nada jamás queda perfecto.

El inmenso autobús esperaba estacionado junto a la esquina de la ruta principal aquel 24 de Junio. Allí estaban Fabio y el resto de los muchachos aguardando para subir al vehículo.

— ¿Tú también vienes a Velvati, Danser? No sabía que te gustaran las discotecas —exclamó Flammeed, al verme allí parado junto al autobús.

—Pues, me gusta innovar de vez en cuando. Nunca es tarde para bailar un poco de música —respondí, esperanzado a que mi amada apareciera de una buena vez. Me senté junto al resto de los chicos en aquel tabique de piedra junto a la acera esperando a que todos fueran llegando. Allí pude ver a Leslie con dos de sus amigas, acercándose zigzagueada—mente hacia nosotros. Llevaba puestos unos atentos zapatos de mediana altura y unos pantalones de cuero blanco que alcanzaban levemente sus tobillos al desnudo. Su cabello, sin embargo, arremetía con un perfil completamente innovador, bañado en interminables reflejos dorados que le daban al bronceado en su rostro una hermosa melodía de tonalidades. Se acercó finalmente a nosotros mientras yo me sorprendía por su nueva imagen.

— ¿Y tú quién eres? —bromeé, al saludarla con un beso. La muchacha reaccionó pasmada por mi actitud, y me sonrió dulcemente tras entender finalmente la esencia del chiste.

— ¡Jaja! Lo dices por mis cabellos, ¿no es así?

—Exacto, y te queda realmente hermoso —me atreví a responderle. Continuó saludando al resto de mis amigos mientras yo le pagaba el dinero correspondiente al muchacho que organizaba el viático. Subí finalmente al autobús y tomé asiento junto a Matnik, que allí se encontraba revolcado con su cabeza apegada a la ventana.

— ¿Con cuántas chicas nos besaremos hoy, Danser? —me preguntó él, liberando una flácida sonrisa. Su asistencia a esas fiestas era ciertamente perfecta; aquello comenzaba a asustarme.

—No vine a besarme con ninguna muchacha, Matnik, sólo vine a bailar —respondí, algo molesto por sus intereses. Supuse que algún día también yo me adaptaría a los suyos.

— ¿No piensas besarte con Leslie? Ya he visto como la miras. No puedes negarme lo que sientes por ella.

— ¿Aquí, en esta fiesta? ¿Estás loco? Si voy a besarla lo haré en un lugar más reservado; algo mucho más romántico. No pretenderás que vivencie algo tan exquisito bajo esa música tan asquerosa que ponen allí —sus comentarios realmente me alteraban. ¿Cómo es que nadie lograba entender mis sentimientos?

—Pues, déjame recordarte que, para las chicas de hoy en día, estas discotecas son el lugar más romántico que existe. Si no aprovechas tus oportunidades, será otro hombre quien tome tu lugar —insistía Matnik, mientras yo me dejaba llevar por sus palabras. Rogaba por sentir que estaba en lo cierto; que el verdadero amor no existía, sólo intercambios sexuales con los que la juventud lograba satisfacer sus tontas necesidades. Y llegamos por fin a aquella discoteca en la ciudad de Velvati. Bajamos ansiosos del autobús mientras Leslie y su amiga se abalanzaban desesperadas hacia la puerta de entrada. El resto se colocaba en las filas esperando para ingresar ordenadamente al lugar. Dejé que las horas pasaran tal como acostumbraba a hacerlo cuando el total de mis herramientas desaparecían sin previo aviso. Me encontraba dispuesto a robarle a mi amada una pieza de baile, cuando noté que sus manos se decidían por unas cuantas copas de alcohol que yacían sobre la barra.

— ¡Hey, Danser! ¿Qué hora tienes? —masculló ella, dejando escapar de su boca el más repulsivo de los olores. Metí la mano en el bolsillo de mi pantalón y le extendí mi teléfono móvil para que pudiera comprobarlo ella misma. Me sentía indignado; indudablemente aburrido ante su extraña ausencia. La muchacha zigzagueaba a lo largo de la pista de baile mientras su amiga intentaba atraparla en cada uno de sus tambaleos.

— ¿Ya has visto a la señorita? Parece un langostino bailando en la cacerola —se reía Matnik, acercándose a mí entre la multitud. Continuaba desplegando su satírica sonrisa mientras yo me lamentaba por mis tristes circunstancias. Realmente deseaba estar con ella; volver a abrazarla tal como lo había hecho unos pocos días antes. Rozar sus cabellos recién teñidos, deslizando mis dedos por cada una de sus mejillas envueltas en maquillaje. Apoyar mis manos en su cintura y dejar que sus ojos, abiertos de par en par, se convirtieran en la única senda donde deambularían mis fantasías. Volví a agradecer el hecho de que los sueños aún seguían siendo gratuitos. Ya eran casi las cinco de la mañana. Allí esperábamos todos a un costado de la entrada a que el autobús abriera finalmente sus puertas. Yo continuaba platicando con Lisa quien, sobria como una novicia, compartía conmigo sus diversas opiniones sobre la fiesta.

—Por cierto, Danser, vi a Leslie besándose con Flammeed y parecía estar realmente borracha —acabó ella por contarme.

— ¡Vaya! Pues, no lo sabía. Pero tienes razón, sin lugar a dudas estaba pasada en alcohol. Debería ser más responsable con ello, ¿no crees?

— ¿Qué importa su borrachera, Danser? Se estaba besando con un chico que no eras tú, ¿cómo es que no sientes celos al respecto? —se desesperaba mi amiga por comprenderme.

— ¿Por qué debería ponerme celoso?

—Pues, porque es la más común de las reacciones humanas. Todos se ponen celosos al ver a sus musas en brazos ajenos, siempre es así —insistía ella al observarme tan tranquilo.

—Te enseñaré algo Lisa: Cuando ves feliz a la persona que amas, te llenas de satisfacción. Sólo quiero que Leslie esté bien, no me importa con quien lo haga —me exteriorizaba yo. Sabía que el mundo jamás lo comprendería.

—Suena realmente curioso, Danser. Si yo estuviera en tú lugar, me volvería realmente loca al verla besándose con otra persona.

—Si amas realmente a alguien, no te complaces al ver sus fracasos amorosos, te alegras al verla concretar su felicidad. Supongo que allí está la diferencia entre el verdadero amor y el que tú y tus amigas conocen —volví a defender una vez más mis sentimientos.

— ¡¡¡Pero estaba borracha, Danser!!! Todos parecen felices con cuatro litros de alcohol en la sangre. Debiste haberla ayudado — comenzó a reprenderme mi amiga, acomodándose reiteradas veces su blusa escotada. Allí estaban todos subiendo finalmente al autobús. Tomé a Lisa de su cintura y, tras subir delicadamente los escalones de ese inmenso vehículo, nos colocamos a gusto en los asientos situados frente a la puerta trasera. Leslie pasó tambaleándose junto a mi hombro izquierdo mientras Altina, una de sus íntimas amigas, la sostenía con ambos brazos para que no perdiera el equilibrio. Se sentaron justamente detrás nuestro. El conductor esperó a que el resto terminara de subir al autobús y encendió finalmente el motor. Así partimos nuevamente hacia Harainay.

— ¡Hey! Háblenme, cuéntenme algo —exclamó Leslie, asomando su cabeza por entre nuestros asientos. Lisa y yo la observamos con cierta altivez mientras ella dejaba escapar de su boca un insoportable aroma a alcohol.

—Esta chica está realmente borracha —agregué, observando a Lisa con cierta conjura. Leslie se dejó caer sobre su asiento y, carcajeando torpemente, se durmió en la posición más incómoda que jamás hubiera visto.

—Déjala, Danser. Parece que la bebida le ha adormecido las pocas neuronas que tiene en funcionamiento —se burlaba Lisa. Apoyó su cabeza sobre mi hombro y se propuso a dormir lo que quedaba del viaje. «¿Por qué no podría ser Leslie la que estuviera recostada junto a mí?», osé a preguntarme. ¿Por qué comenzaba a disfrutar de esa sádica indiferencia que tanto lograba separarme de ella? Esperé a que Lisa se durmiera y la acomodé delicadamente junto la ventana; ya había perdido mi poco confort. Confirmando que aún seguía dormida, me volteé hacia mi asiento trasero para observar a Leslie en su transe nocturno; dormía como un verdadero angelito. Allí estaba frente a mis ojos, desnuda ante mi cercana perspectiva donde nadie me impediría disfrutar de su belleza. Tan dormida en las profundidades de sus sueños, cediéndome la oportunidad de deleitarme con cada uno de sus detalles; cada rincón de su cuerpo. Observar su boca y su pelo a sólo unos veinte centímetros de mis ojos, sentir su respiración al dormir mientras su tarda borrachera desaparecía tras cada suspiro. La parte inferior de su lencería parecía escapar de sus pantalones, perdiéndose por entre los pliegues de su cintura. La prolijidad de sus cabellos ya no era un canto al equilibrio ni mucho menos la estética más ejemplar. Se veía realmente un desastre, y aun así, no podía dejar de mirarla. ¿La tendría algún día en mis brazos de nuevo? Tendida junto a mí, bajo la exquisitez de la noche, envueltos en aquella magia que ya comenzaba a extrañar. Volví a acomodarme sobre mi asiento y dejé que el cansancio se apoderara de mis parpados en esas últimas horas de viaje.

Necesitaba disponer de Leslie sin la indefectible ayuda de mis amigos. Poder invitarla una tarde a compartir un par de horas de magia; momentos en los que pudiéramos reforzar nuestra amistad o concretar, tal vez, algo mucho más profundo. Supuse que invitarla a jugar al tenis lograría crear en mí aquel compañero suyo que tanto deseaba ser. Vencería nuevamente mis limitaciones: Ya era hora de comprarme una raqueta. Tomé algunos billetes que ya llevaba ahorrados de viejas épocas y salí finalmente a cubrir mis necesidades deportivas. Crucé aquellas calles que me separaban del centro y entré a una de esas modestas casas de deporte que decoraban las calles de Harainay.

—Buenos días, muchacho. ¿En qué puedo ayudarte? —me atendió el vendedor, tras cerrar sus negocios con otro de sus clientes. Me acerqué al mostrador con cierta inseguridad y, evitando desparramar mi timidez con tanta expresión, señalé una de aquellas raquetas que colgaban de los estantes superiores.

— ¡Vaya! Pues, déjame decirte que si estás interesado en realizar una buena compra, esta será tu mejor opción —reparó el vendedor, concediéndome una paleta mucho más atractiva y convincente.

—Le agradezco por su asistencia, señor, pero estoy interesado en comprar la más barata de todas. Sólo es para jugar con una de mis amigas y ella no es muy buena en el deporte. ¿Cuánto cuesta esta de aquí? —volví a señalarle la misma que había elegido minutos antes.

—Esta no vale prácticamente nada. ¿Comprarás una raqueta sólo para jugar con tu amiga? ¿Por qué mejor no la invitas al cine? Tendrás mejores resultados y gastarás menos dinero — continuaba asesorándome el vendedor con suma insolencia; sólo buscaba pagar por ella y abandonar su tienda de una vez por todas.

—Pues, no me malinterprete pero creo que la llevaré de todas formas.

—Lo que tú digas jovencito. Nomás déjame envolvértela — desistió el vendedor, retirando la raqueta del estante. La apoyó sobre el mostrador y tomó una bolsa de las cajoneras.

—Aquí tienes. Muchas gracias por tu compra —exclamó el hombre, mientras yo le pagaba el dinero correspondiente.

—Gracias a usted —añadí yo, y me retiré finalmente del negocio. Así llegué a casa sumamente satisfecho por mi nueva inversión. Me arrojé prontamente hacia mi ordenador donde Leslie yacía inmóvil en mi lista de contactos conectados. Supuse que aún estaba a tiempo de gastar junto a ella las migajas de aquella tarde.

— ¡Hey! ¿Te gustaría ir a jugar al tenis conmigo en un rato? — osé a preguntarle, sumamente esperanzado de que accediera sin ningún problema.

—Pues, hoy no podrá ser. Lo siento, Danser. Aún tengo mucho que estudiar y no quisiera desconcentrarme —respondió ella, soslayando mi propuesta con el más razonable de los argumentos.

—Está bien, supongo que otra vez será. Te dejaré estudiar tranquila —me despedí con suma cortesía, esperando a que algún día pudiéramos concretar nuestros pasatiempos. Me encontraba buceando en mis sentimientos de logro por haberla invitado, cuando sonó mi teléfono móvil unas horas más tarde. Para mi sorpresa, sólo se trataba de Arbin:

— ¡Hey, Danser! ¿Cómo estás? —me saludó él, decorando con cierto tono de euforia la extrañeza de su llamado.

—Muy bien, aquí descansando un poco. Una tarde realmente aburrida. ¿Qué cuentas tú?

—Pues, verás, necesitaba pedirte un favor. ¿Tendrías casualmente una raqueta de tenis? —preguntó Arbin, mientras yo me alegraba por poder satisfacer milagrosamente sus necesidades.

—Que tremenda coincidencia. A decir verdad, compré una precisamente hoy. Si quieres puedes venir a buscarla, estaré en casa toda la tarde —accedí amablemente ante el hecho de que ya no iría a usarla aquel día.

— ¡Vaya! Realmente te lo agradezco, Danser. Estaré allí en quince minutos —se despidió él. Descansé unos momentos más y, abandonando la pantalla de mi viejo televisor, bajé finalmente a entregarle la raqueta a mi amigo.

— ¡Que bueno verte, Arbin! Aquí tienes lo que me has pedido. Procura cuidarla, está completamente nueva —le cedí la paleta mientras él la colocaba en la canasta de su bicicleta.

—Despreocúpate, Danser. Te la traeré en unas horas y en perfectas condiciones —aseguró él, estirando su mano para despedirse.

—Está bien, no hay problema. Por cierto, ¿con quién es que vas a jugar al tenis? —alcancé a preguntarle antes de que se fuera.

—Pues, Leslie me ha llamado para invitarme.

— ¡¿Que quién te ha invitado?! —dejé escapar un grito de coraje. Jamás la perdonaría por ello: Sabía que nunca podría obligarla a dedicarme su tiempo; sólo esperaba que pudiera brindarme su sinceridad.

—Leslie, ¿por qué? ¿Qué ocurre?

—Oh, no, por nada. Me pareció escuchar otro nombre. Pasen una buena tarde, podrás devolverme la raqueta cuando gustes, Arbin —volví a despedirme, mientras él remontaba nuevamente su bicicleta.

— ¡Gracias, Danser! De veras te agradezco el favor —exclamó distante, y se alejó finalmente de aquella cuadra.

* * *

Dejé que las zarpas de mi desesperación alcanzaran los últimos capítulos de mis avances con Leslie. Su presencia parecía fugarse cada vez más y mis pretensiones por evitar agobiarla sólo me obligaban a alejarme inevitablemente de ella. Me reuní con El Tucán en la vieja plazoleta junto a la pizzería aquel viernes 22 de Julio. Con nuestras mochilas en mano y las gorras para cubrir nuestros ojos del sol, esperábamos a que se hicieran finalmente las doce del mediodía.

— ¿Estás seguro de que quieres venir a Gratikati, Danser? Es muy lejos de aquí y volveríamos recién del domingo —cuestionaba El Tucán mis decisiones de última hora. Me había invitado a acompañarlo hasta una de aquellas ciudades que permanecían ocultas en algún rincón del sur. Allí nos esperaría una muchacha de nuestra edad que, hambrienta por conocernos, nos instigaba a pasar con ella todo el fin de semana.

—Sí, estoy seguro. Necesito realmente despejarme.

—Es por esa chica de la que me has hablado hace unos días, ¿no es así? —inquiría él, con cierta curiosidad.

—Así es. Ya estaba por terminar de conquistarla y lo he echado todo a perder. Me estoy volviendo completamente loco y necesito respirar otro aire. Creo que Gratikati será una buena opción —aseguraba yo, absorto ante el vagabundeo de mi amigo. ¿Acabaría yo en sus mismas rutas de vida? ¿Me convertiría en uno más de aquellos mendigos que transitan las sendas de la perdición, buscando recursos que pudieran amortiguar sus penas? Ya no parecía importarme demasiado.

— ¿Podrías al menos decirme su nombre? ¿La conozco? ¿Vive aquí en Harainay? —me ametrallaba El Tucán con miles de preguntas.

—De acuerdo, se trata de Leslie. Aun así, ya todos lo saben, no creo que mantenerlo en secreto haga alguna diferencia.

— ¡¿Leslie?! ¿Pero qué cuernos le viste a esa chica, Danser? ¡Es completamente estúpida! A decir verdad, podrías haberte enamorado de alguna jovencita un poco más atractiva —murmuraba él, claramente impasible a lo que pudieran provocarme sus palabras.

— ¡Hey, no hables así! El amor no se explica, simplemente se siente. Algunas cosas van más allá de la belleza exterior.

— ¿Y qué hay de su personalidad, Danser? Me pareces un muchacho sumamente inteligente, búscate una chica de tu altura —insistía él, con ciertos fundamentos. Comenzamos a caminar hacia la estación de tren mientras yo continuaba meditando en voz alta.

—No estoy seguro de que sea tan tonta como parece, Tucán. A decir verdad, me gusta tal como es: Pueril y divertida.

—Pues, para mí seguirá siendo la misma tonta de siempre. Ven, Danser, sentémonos aquí —añadió él, apegándonos a una de las ventanas de aquel vagón. Así continuamos conversando un total de tres horas seguidas; un viaje que, en la voz de El Tucán, se transformaba en un mundo donde las mujeres sólo eran parte del decorado. Un joven realmente insensible, agobiado por el control femenino al que tanto le gustaba adentrarse; adicto a la morbosidad y a todo lo referente al sexo y sus prerrogativas. ¿Acaso aquel mundo era más hermoso que el hecho de amar a alguien? Obsesionarnos con una quimera que, perfecta ante nosotros y errante frente a ojos ajenos, sobrepasaba en nuestra imaginación cualquier semejanza a la felicidad. ¿Por qué ahogarse en desnudos y patologías que sólo lograrían alimentar a nuestras hormonas? ¿Por qué desgastar nuestras energías en cuerpos que claramente desconocíamos, en lugar de luchar por aquellos capaz de envolvernos en magia y emociones?

— ¿Cómo están, chicos? ¿Qué tal el viaje? —nos saludó una muchacha al salir de la estación. Una joven ciertamente hermosa, de cabello castaño y ojos color turquesa.

—Danser, esta es Leya. Una amiga de Gratikati —nos presentó El Tucán, mientras yo me arrimaba a ella para saludarla con un beso. Nos llevó gentilmente hasta su casa donde pudimos disfrutar de una deliciosa merienda.

—De acuerdo, chicos, esta es la habitación en la que dormirán esta noche y la de mañana —nos concedió ella un confortable dormitorio. Me resultaba una joven claramente encantadora.

Dejé que las horas corrieran de prisa. Horas en las que aprendimos a pasar el tiempo sin hacer absolutamente nada; contemplando con sumo desgano aquel paisaje vacío que nos rodeaba. Bajamos con Leya hasta un pequeño parque situado en la planta baja de su edificio. El Tucán se desesperaba por consumir finalmente su caja de cigarrillos mientras yo telefoneaba a Frederic para pedirle uno de esos favores que siempre surgían entre mis repentinas limitaciones; favores de los que esperaba no volver a depender jamás.

— ¡Hey, Frederic! ¿Cómo está todo allí en Harainay? —lo saludé, mientras Leya se sentaba en un banco a un costado de aquel farol que alcanzaba a iluminarnos.

—Pues, está todo tan tranquilo como siempre. ¿Cuándo me has dicho que volverás?

—El domingo estaré allí. Me quedaré a dormir aquí en Gratikati. Escucha, amigo, necesito pedirte un favor —pregunté, esperando a que pudiera asistirme tal como siempre lo hacia.

— ¡Claro! Lo que tú digas. ¿Qué necesitas? —accedió libremente, desconociendo por completo mis venideras demandas.

—Pregúntale a Leslie si puedo llamarla por teléfono. Me gustaría conversar con ella unos minutos.

— ¿Y por qué necesitas su permiso? Simplemente llámala. Si no quiere hablar contigo te lo dirá —asumía Frederic, algo abismado por mis extraños procedimientos—. Aquí está conectada en el Chat, déjame preguntarle. Esperé unos segundos con suma impaciencia, escuchando a través de la línea el golpetear de las teclas de su ordenador.

—Pues, no quiere que la llames. Dice que está cansada y que no tiene ganas de hablar por teléfono ahora —respondió Frederic a los pocos minutos. Sabía que me toparía con algunos de sus típicos planteos. ¿Qué tan problemático podría ser escuchar mi voz unos minutos? Conversar de cortas temáticas que no tuvieran ninguna importancia en sus palabras pero que, bajo el encanto de su voz, pudieran decorar mi mente de una felicidad claramente intangible. Necesitaba escucharla de nuevo; sentir que a pesar de esos días de ausencia y desencuentro, aún quedaban esperanzas por recuperarla.

—De acuerdo, supongo que la llamaré algún otro día. ¿Podrías al menos darme su número?

—Está bien, toma nota. Pero no vayas a llamarla, Danser, se enojará conmigo por habértelo dado —me exigía Frederic, dictándome finalmente las cifras. Lo grabé en la memoria de mi teléfono, allí donde guardaba los datos de todos mis contactos, y anoté su nombre esperando a que algún día apareciera inesperadamente en mi pantalla.

—Escucha, Danser, tengo una propuesta para hacerte. ¿Qué opinas si vamos a Telia el viernes próximo? Me han dicho que esta es la mejor época para disfrutar de sus playas —sugería Frederic, animoso a que accediera gratamente a su propuesta. Sabía que siempre me inclinaría hacia nuevos mundos y aventuras de las que pudiera aprender sobre mi propia vida. Fronteras en las que Leslie jamás existiría a nivel físico; lugares donde podría escapar de su imagen sin tener que cerrar inevitablemente mis ojos.

—Me parece una excelente idea Frederic. ¿Pero dónde dormiremos? No tengo dinero para pagar un hotel; allí son realmente costosos —me tomé la molestia de recordarle.

—Despreocúpate, Danser. No habrá ningún inconveniente, James me ha prometido que nos prestará su carpa.

— ¡Vaya! Un gran gesto de su parte. De acuerdo, amigo, lo discutiremos el domingo una vez que vuelva a Harainay —nos despedimos, mientras yo regresaba con El Tucán y su amiga. Me senté cómodamente junto a Leya y esperé a que mi compañero terminara de encender su cigarrillo.

—Voy a hacerte una pregunta, Leya, e intenta ser lo más precisa posible —dejé escapar finalmente de mi boca. Necesitaba obtener una opinión femenina ante esos hechos tan recientes. Comprobar que, a pesar de aquellas actitudes tan incomprensibles con las que Leslie comenzaba a revelarse, aún tendría la fortuna de encontrarle una explicación a todo.

— ¿Le darías la espalda a un chico que estuviera realmente enamorado de ti? Alguien que se desviviera por estar contigo, cuidarte y escucharte a cada momento. Un joven que supiera valorarte como tanto te gustaría.

—Pues, a decir verdad, es lo que todas las mujeres buscamos. Pero déjame decirte que no todas somos iguales. Yo, por mi parte, me daría la oportunidad de estar con alguien así. Asumo que estás realmente enamorado, ¿no es cierto? —indagaba Leya ante mi pregunta que, al parecer, lograba despertar en su mente cierta curiosidad.

—Así es, y no lo comprendo. Sabe perfectamente lo que siento por ella y, aun así, se las rebusca por alejarme de su vida.

— ¿Por qué mejor no la llamas y se lo dices? —se entrometía El Tucán, intentando expresar aquel lado romántico que tanto escaseaba en su alma.

—Eso intento, pero dice que está cansada. Qué no quiere hablar ahora —respondí, extrayendo el teléfono móvil de mi bolsillo. Mi amigo se aventó hacia mi mano y me lo quitó des—prevenidamente.

— ¡Hey, tonto! ¿Qué haces? ¡Tráeme eso aquí! —le grité desesperado, mientras él se zambullía con sus dedos en mi agenda de contactos.

—Si no la llamas tú, lo haré yo, Danser —aseguró El Tucán, presionando finalmente la tecla más grande de todas. Me arrojé raudamente hacia él y, alcanzando a quitarle el teléfono a tiempo, le di fin a esa llamada que aún no había alcanzado a realizarse.

— ¡No puedes meterte en mi vida, Tucán! Deja que yo mismo resuelva mis propios problemas, ¿está bien? —me ofendí, guardando el aparato nuevamente en mi bolsillo. Leya se reía a carcajadas mientras yo volvía a sentarme a su lado para cambiar finalmente de tema; aquello ya comenzaba a alterar notablemente mis nervios. Dejé que esos días en Gratikati se apoderaran de mis pensamientos. Que los aprisionaran en una inmensa canasta de amnesia y se los llevaran muy lejos de mí. Esperaba que el tiempo me enseñara a destruir mis emociones sin perder el don de la fantasía. Aprender a borrar de mi mente aquellos recuerdos de Leslie que sólo me transformaban en un romántico incurable.

Esperaba que esos días en Gratikati se apoderaran de mis pensamientos, olvidando que estos aún seguían aguardándome en Harainay.

* * *

Allí nomás me gritó mi hermana desde la sala. Parecía tener algún problema con nuestro ordenador.

—Hermano, tengo malas noticias. Acabo de abrir un correo electrónico que me enviaron. Creo que ha entrado un virus y ha borrado todas nuestras cosas del disco rígido —exclamó con un pequeño tono de culpa. Evitando el pesimismo y la peor de las ideas, corrí rápidamente hacia ella para ver lo que ocurría.

— ¡Maldita sea! ¿Pero qué demonios abriste? ¿Qué tocaste? ¿Quién te ha enviado el correo, hermana? —me desesperaba yo, caminando por toda la sala y recordando cada una de las cosas que acababa de perder: Mis canciones, mis animaciones, las fotos que Leslie me había obsequiado el día de nuestra salida; todo acababa de desaparecer.

—No lo sé, Danser. Mejor siéntate tú en el ordenador e intenta ver qué se ha salvado. Creo que el virus aún sigue por aquí en alguna parte —exclamó ella, cediéndome la silla. Me desplomé sobre el teclado y, evitando perder el control, intenté dilucidar que es lo que había ocurrido con mis cosas. Comprobé que ya era un hecho, todo se había borrado. Evitaba recordar cada uno de mis archivos y proyectos que no volvería a ver jamás pero era imposible. En aquella guerra contra la tentación, mi victoria jamás se convertiría en parte de la realidad. La ira crecía en mis adentros mucho más rápido de lo habitual, acababa de perder todo aquello que podría reemplazar a Leslie; ni siquiera ella me quedaba. Allí estaba en mi pantalla ese curioso correo electrónico que acababa de destruir los frutos de todas mis inspiraciones. ¿Qué podría hacer con él? ¿Eliminarlo sin más de mi ordenador? Así no iba a librarme de mi desesperación. Tantas emociones corrían por mi mente que el vaivén de ideas pronto acabaría con mi torpe juicio.

— ¿Qué hacías cuando ingresó el virus? —le pregunté a mi hermana, revisando mientras tanto las carpetas de archivos.

—Creo que eran las fotos del último baile en la disco.

— ¿Estás segura? ¿Quién te lo ha enviado? —pregunté, dispuesto a tomar cualquier tipo de venganza.

—No sé quien me lo ha enviado, pero estoy segura, eran fotos del baile —concluyó ella.

—De acuerdo, eso es todo lo que necesitaba saber, hermana. Tú no tienes la culpa, ya veré quién ha sido el desgraciado. Continué investigando el asunto, dejando que la ira corriera incansablemente por mis venas.

— ¡Malditas fiestas, ahora sí me han hecho enojar! —exclamaba una y otra vez. Ya no había algún punto de descarga para volcar mis sentimientos de cólera y desazón. Me negaba a ser una víctima de mis propios errores, de la realidad. Decidí embolsar toda aquella rabia en una inmensa canasta de maldad, y volcar una parte de mis desgracias sobre el resto de la gente. Tomé aquel correo que mi hermana había recibido y lo reenvié a todos aquellos cuya curiosidad los obligara a ser parte de mi misma desdicha. ¿Qué tan grave podría ser? Algunas personas reaccionan con suma violencia. Se adentran en las drogas, en el alcohol. Otras descargan sus miedos y estrés mediante algún cigarrillo. Otros tantos, se encierran en una burbuja de autodestrucción que los lleva luego a un daño propiamente físico; un daño que, a veces, alcanza los márgenes de la tolerancia ajena. Yo, por lo visto, encontraba la forma de descargar toda aquella furia recurriendo al reenvío de un pequeño virus informático. «¿Qué tan grave podría ser?», volví a preguntarme a mí mismo.

Desperté al otro día mucho más relajado que antes. Mis viejos archivos ya no iban a regresar y era un buen momento para comenzar de cero; nuevas canciones y proyectos, melodías inéditas, animaciones superiores a las que pude haber hecho en alguna oportunidad. Nunca es tarde para un nuevo comienzo.

—Hey, Danser, no sabes lo que ha ocurrido —exclamó mi hermana, nuevamente desde la sala de estar. Pasaba allí sentada horas y horas en el ordenador, divagando por entre las fotos de otras personas a las que comúnmente desconocía.

—Alégrame el día y dime que has encontrado todos mis archivos —invoqué esperanzado.

—Nada de eso, ven a ver. Están todos como locos atacando a los organizadores del baile por infectar cientos de ordenadores. Se está armando un gran lío por ello, ¿a quiénes se lo has reenviado, hermano?

—Pues, no había forma de obtener las direcciones de correo electrónico de todos. Sólo lo envié a aquellos que figuran en mi lista de contactos —exclamé, un poco arrepentido por lo que había hecho. No tenía la intención de hacerle mal a nadie, sólo intentaba darle un fin a aquella bronca en mi cabeza que crecía a gran velocidad.

—Pues, al menos ya todos saben que los responsables del virus son los organizadores del baile. Aun así, tú se lo reenviaste a la gente de Harainay. Tendrás que hacerte cargo de ello —me exigía mi hermana. Tenía razón en cuanto a mi culpabilidad pero no podía revelar esa cruda verdad; nadie jamás lo comprendería. Todos cometemos errores, es nuestra única forma de aprender a vivir como seres humanos; como hombres pensantes y responsables. Claro que no iba a confesar la culpabilidad de mis actos, pero aún podía hacer un gran esfuerzo por remediarlo. Algo que borrara aquella sensación de culpa que permanecería en mi mente por siempre a menos que corrigiera mis faltas.

—Tienes razón, hermana. Averíguame los nombres de todas las personas que hayan recibido mi correo y me ofreceré a repararlos uno por uno —decidí finalmente, asumiendo el total de mis responsabilidades.

—Me parece muy bien, una gran actitud. Nomás procura hacerlo antes de irte a Telia con Frederic —exclamó ella, recordando que tan sólo me quedaban dos días en Harainay hasta regresar de mi corto viaje. Jamás alcanzaría a repararlos todos antes del jueves. Decidí comenzar por Albert; su inocua inocencia me obligaba a viajar hasta Kalbii especialmente. Acordé visitarlo a las siete de la tarde, el sol ya se habría ocultado entonces y no haría tanto calor. Vivía en un humilde edificio escondido por detrás de una gruesa hilera de árboles que bordeaban la carretera principal de esa ciudad.

—Sube, Danser, vivo en el último piso —exclamó él, a través del comunicador en la entrada. No había elevador; subí las escaleras agotando poco a poco mi resistencia pulmonar, alcanzando así una vieja puerta desgastada. Allí me abrió su madre mientras Albert me gritaba desde el fondo de su habitación para que entrara.

—Hey, amigo, ¿cómo estás? —lo saludé, al verlo acuclillado detrás de su ordenador.

—Aquí, como puedes ver, discutiendo con la maldita tecnología —carraspeó él, ahogándose en gotas de transpiración. Se levantó por fin del suelo y, secándose un poco con las mangas de su camiseta, me saludó dándome un buen apretón de manos.

— ¿Cómo estas, Danser?, ¿qué tal tus cosas? —se sentó en su cama para platicar más cómodo.

—Bastante bien. Mañana viajo a Telia con Frederic. Pasaremos allí todo el fin de semana.

—Sí, ya me ha contado. Me parece genial, les hará muy bien cambiar de aire por unos días, sobre todo a ti, ¿no es cierto? ¿Cómo va todo con Leslie? —indagó, sumamente intrigado por cuales fueran mis avances o retrocesos con ella.

 

—Nada bien, amigo, lo he estropeado todo. Discutimos un par de veces por idioteces mías. Cosas que parecían no ser tan importantes pero que, para mi sorpresa, sí lo eran para ella —le explicaba yo, escupiendo finalmente algunas de mis penas.

—Ay, está muy mal eso, Danser. Y tan bien que iban las cosas. ¿Pero es que ya no se hablan?

—Claro que hablamos, pero no es la misma relación que teníamos antes. Ya casi no confía en mí. Me da la sensación de que lo poco que logramos compartir juntos, tan sólo será un viejo recuerdo a partir de ahora —determiné, lamentando el resultado de mis errores.

—No puedes darte por vencido, amigo. Intenta recuperarla de nuevo. Si ya estabas tan cerca de lograr tus objetivos, ¿cómo puedes echarte atrás?

—Es que ya estoy cansado, Albert, ¿cuánto más podré presionarla? La amo demasiado, no creo que merezca ser víctima de mis insistencias. Ya cometí mis errores, ahora debo hacerme cargo de ellos.

—No hables así, Danser. Todos cometemos errores. Los tuyos no tienen comparación. Los conozco a los dos suficiente cómo para afirmar que tú eres una gran opción para Leslie. Pero debes luchar por ello, las chicas son complicadas, sobre todo ella —me explicaba él.

—Sí, dímelo a mí. Es que ya estoy harto de retos y objetivos por cumplir. ¿De que sirve insistir tanto si nunca estaré seguro de lo que pueda ocurrir luego?

—Deberías escucharte a veces. La gran mayoría de las personas se dejan llevar por sus actos sin saber lo que ocurrirá después, pero aun así, lo intentan de todas formas. Se equivocan mil veces, se pelean con sus parejas, con sus amigas, pero al menos lo intentan —insistía mi amigo. Sus palabras se saciaban en certezas y verdades que aprendí a recordar con el tiempo.

—Ya lo he intentado demasiado. Pero te diré algo, Albert. Prefiero perderla para siempre en lugar de convertirme en su enemigo. No quisiera llegar a la situación de que me odie por obligarla a sentir cosas por mí —concluí, conciente de mis reflexiones.

—Realmente te admiro, Danser. Se nota que la amas demasiado, ignoras tus emociones por cuidar las de ella. Deberías aprender a ser más egoísta, es un consejo. Las chicas nunca saben lo que quieren. Podrías ser su mejor opción como pareja y, aun así, te rechazaría —comentaba Albert. Aquellas eran las lecciones que yo aprendería tarde o temprano.

—Lo sé, lo sé. Y lo que más me molesta en todo esto, es que tendrá decenas de novios que sólo se aprovecharán de ella. Muchachos egoístas que le dirán las cosas que ella quiera escuchar sin sentirlas de verdad —comencé a lamentarme. Así funcionaba la vida, ¿qué más podía hacer yo al respecto?

—Claro que sí. Así somos los hombres: Le decimos “te amo” a una chica por el simple hecho de decirlo. Nos gusta escucharlo salir de nuestra boca. Recuerda, es una muy buena forma de conseguir sexo con ellas.

—Eres un imbécil, ¿lo sabes? Mejor déjame arreglarte el ordenador de una vez —exclamé, revolcándome en el suelo y cortando la electricidad para no recibir una inesperada descarga eléctrica.

—Sí, será lo mejor. Y en cuanto a lo otro, Danser, inténtalo al menos una vez más. Si son realmente la pareja perfecta y no lo compruebas, será una verdadera lástima —concluyó Albert. Sabía que tenía toda la razón pero ¿qué más podía hacer? ¿Volverla completamente loca hasta que accediera a estar conmigo? Sería sumamente egoísta de mi parte.

—Ya no tengo fuerzas, Albert. Lo mejor será pelearme con ella y dejar que el tiempo me depare algún otro amor. De acuerdo, probemos a ver si este cachivache logra funcionar —repuse, sentándome algo incómodo en el piso y encendiendo finalmente el ordenador.

— ¡Eureka! Lo has conseguido, Danser —gritó Albert, al ver sus archivos y programas desparramados por toda la pantalla. Yo acomodé nuevamente la mesa e inspeccioné que todo funcionara a la perfección.

—Bueno, creo que ya está arreglado —exclamé aliviado, quitándome un gran peso de encima.

—Menos mal, ya estaba empezando a preocuparme. Se sospecha que han sido los organizadores de la fiesta bailable — intuía Albert, citando algunos de los rumores que divagaban por allí.

—Así parece. Lo más probable es que algún desdichado furioso por sus problemas se haya desquitado con algo de violencia informática —justifiqué, ocultando mi indebido protagonismo en aquella malicia.

—Está bien, a decir verdad no me importa. De todas formas, no iba a desesperarme por mi ordenador. Siempre hay cosas peores. Por cierto, ¿cuándo comenzarás a darme clases de guitarra? —exclamó Albert, recordando una de mis viejas promesas.

—Jaja, tienes razón, lo había olvidado. Te daré algunas canciones para que practiques. Cuando vengas a Harainay nos sentaremos a perfeccionar tus técnicas.

—Me parece muy bien, Danser —me dio las gracias. Continuamos platicando unos minutos y me acompañó hasta la puerta para despedirme.

—De acuerdo, estaremos en contacto, Albert.

—Lo mismo digo, Danser. Que tengas un excelente fin de semana en Telia. Y más te vale arreglar tus asuntos con Leslie o yo mismo te declararé el hombre más cobarde del mundo —se despidió él, con una amistosa sonrisa. Enfrentándome una vez más a esas interminables escaleras, alcancé finalmente la puerta de salida.

—De acuerdo, un virus menos —exclamé en voz alta, y abandoné satisfecho los suburbios de Kalbii.

* * *

Y llegó por fin aquel miércoles. Nos reunimos con Frederic en casa para armar la carpa y verificar su comodidad y espacio.

—James es realmente un completo desordenado. Sólo espero que no falte ninguna pieza —exclamé furioso, observando sobre el sofá toda su carpa alborotada.

—Pues, revísala bien, Danser. Nos vamos mañana temprano, no tenemos mucho tiempo para conseguir pedazos —advirtió Frederic, mientras yo analizaba por donde comenzar a armarla.

—Hey, Danser, ¿me permites conectarme a mi Chat unos minutos? Tú puedes seguir armando la carpa.

—Claro, no hay problema. Ya que estás, fíjate si está Leslie conectada —agregué, retirando unas largas varillas de acero de la pequeña bolsa que James me había entregado. Desplegué la gran tienda por toda la sala y, acomodando sus tensores por entre los sillones del living, comencé a investigar el misterioso armado.

—Definitivamente estas carpas no son como las de antes. Tan sólo espero que el viento no nos remolque con ambos dentro — exclamé algo preocupado.

—Así son las carpas modernas, Danser. Si no entiendes algo, podríamos llamarlo a James para que nos lo explique. Por cierto, aquí estoy hablando con Leslie. De hecho, está hablando de ti, ven a ver lo que dice —me alertó Frederic, mientras yo arrojaba las varillas sobre el sofá y arremetía rápidamente hacia el ordenador.

—Parece que alguien envió un virus por Internet y le destruyó el ordenador a un montón de gente —se quejaba ella.

—Sí, lo sé, Danser me lo ha contado. A él también se le ha descompuesto el suyo.

—No sé porque, pero tengo el presentimiento de que fue él —me acusaba ella sin prueba alguna. Corría esta vez con la ventaja de que no me lo preguntaría directamente; yo no hubiera podido mentirle. Le había prometido que sería sincero con ella por siempre, aun cuando el hecho de decirle la verdad me perjudicara inapelablemente. De forma decidida, mi sinceridad hacia ella sería siempre una primera prioridad aunque continuaran pasando los años.

— ¿Cómo podría ser él? Te digo que el virus le ha descompuesto también su ordenador —me defendía Frederic, desconociendo una pequeña parte de mi culpabilidad.

—Con más razón aún. Seguramente se lo ha enviado a él mismo para que nadie sospechara —continuaba insistiendo ella. ¿Por qué acusarme de esa forma tan errática? ¿Pensaba realmente que había sido yo, o sólo se trataba de una proyección, una necesidad por que yo fuera una vez más el protagonista de siempre? Tenía razón respecto a mí, cometí un verdadero error, sin embargo, ella simplemente lo había adivinado. Estaba dispuesto a admitir mi culpa, mis cargos por lo que había hecho, pero no de esa forma; jamás siendo mi veredicto el resultado de una tonta adivinanza.

—Bueno, Frederic, intenta averiguarme eso por favor. Es que ya me siento una verdadera paranoica sospechando siempre de la misma persona —concluyó Leslie.

— ¿Por qué está tan desesperada en saber quien fue? A nadie le interesa —indagaba Frederic, mientras yo preparaba mi bolso y el itinerario de nuestro viaje.

—No lo sé. Aun así, lo admito, yo fui quien reenvió aquel correo a todos nuestros contactos. Estaba enojado, Frederic, borraron todas mis cosas del ordenador. ¿Qué querías que hiciera? No soy bueno para resignarme —me quejaba, guardando en la mochila una vieja camisa negra que aún no había estrenado; supuse que la usaría durante la noche, en caso de que refrescara.

— ¿Qué opinas de Verjai? Él es quien dirige esas fiestas y el único con suficiente conocimiento para diseñar aquel virus — sugería mi amigo.

—Sí, no lo había pensado. De todas formas, yo fui quien lo reenvió a los otros correos electrónicos. Eso me haría tan culpable como a él. No tengo excusa, Frederic.

—Tienes razón. Pierde cuidado, Danser. Ya averiguarán quien lo ha hecho —concluyó él, ayudándome a empaquetar la carpa en la bolsa. Continuamos organizando nuestras mochilas hasta estar suficientemente seguros de no olvidar nada. Se acercaba un viaje realmente importante; un viaje de amigos.

Nos reunimos con Frederic en la estación de autobuses de Harainay; la única que había allí. Exactamente a las doce del mediodía partiría nuestro transporte.

— ¿Has alcanzado a dormir algo? —le pregunté, descubriendo sus ojos entrecerrados. Sacudí la funda de mi guitarra y me la colgué finalmente de los hombros.

—No lo suficiente. Dormiremos una vez que lleguemos a Telia. ¿Tú que opinas?

—Es justamente lo que tenía en mente. Tan pronto lleguemos allí buscaremos un buen lugar para desplegar la carpa. Hará mucho calor, sólo espero que no nos sequemos antes de tiempo — comencé a dramatizar. Frederic revisaba su billetera, asegurándose de tener sus boletos bien guardados. Sujetaba su mochila tal como si sólo llevara en ella una incierta cantidad de lingotes de oro. Yo sostenía la carpa entre mis brazos, esperando a que el conductor del autobús, que allí permanecía estacionando frente a nosotros, abriera finalmente las puertas del vehículo.

—Espero que tengan aire acondicionado —murmuró Frederic, acercándose a la fila de aquellos que esperaban impacientes por subir. Cogimos dos asientos del lado derecho mientras yo me apoderaba de esa ventana que me acompañaría a lo largo de aquel viaje tan agotador. Dejaba que las horas pasaran de prisa, recostando mi cabeza sobre el mástil de mi guitarra y percibiendo el suave murmullo de los ronquidos de Frederic. Soñaba con que fuera Leslie la que estuviera sentada a mi lado; desplomando su cuello sobre mi hombro al decorar mis silencios con el sonido de sus jadeos. Poder observar ese andar tan suyo y único serpenteando junto a mi sombra una vez que llegáramos allí. Esperaba descubrir en Telia aquel sitio apartado en el que nunca lograría encontrarla. Un lugar donde, quizá, pudiera finalmente olvidarla. Y llegamos por fin a la estación principal de autobuses. Frederic bajaba su bolso por la puerta trasera del autobús mientras yo sujetaba mi guitarra con fuerzas para que no se escapara inesperadamente de mi vista. Caminamos unos cuantos minutos hacia el sur de la ciudad y, decidiéndonos por un pequeño sitio meramente deshabitado a orillas del mar, montamos finalmente la carpa.

—No sé tú, Frederic, pero yo pretendo dormir unas cuantas horas. Este viaje me ha dejado postrado —murmuré, arrojándome decididamente al interior de nuestra choza. Mi amigo aventó su mochila a un costado y se limitó a hacer exactamente lo mismo que yo.

—Si mal no recuerdo, Danser, Arbin se encuentra trabajando en uno de los hoteles de Telia. Sugiero que nos recostemos algunas horas y vayamos a buscarlo. ¿Qué dices? —proponía Frederic, mientras yo entrecerraba finalmente mis ojos; nada de ello tendría comienzo hasta no abrirlos de nuevo. Así fuimos a buscar a nuestro amigo a uno de esos profusos hoteles que se encontraban a pocos pasos de nuestra carpa. El conserje nos atendió muy a gusto y, llamando a Arbin a través de esas líneas de comunicación interna, nos invitó a esperarlo en el hall principal de la entrada.

— ¡Muchachos! Sabía que vendrían. ¿Cómo han estado? — nos saludó él, sumamente gozoso ante nuestra inesperada visita. Se encontraba trabajando en la parte de limpieza general desde hacía ya tres meses y aún sobraban en su rostro energías para sumarse a nuestras propuestas vacacionales. Continuamos conversando allí en el hall de la planta baja mientras Arbin se despedía para reanudar nuevamente sus tareas.

—Nos veremos esta noche, ¿de acuerdo, chicos? —exclamó él, alejándose lentamente hacia aquel lujoso elevador que aguardaba en una esquina con sus puertas abiertas.

—Así es, Arbin. Te llamaremos más tarde, pierde cuidado — lo saludó Frederic, mientras yo cogía mi guitarra para abandonar finalmente el hotel. Sabía que su compañía se nos haría a ambos indudablemente placentera. Convertimos aquel viernes en una estupenda caminata nocturna en la que, Arbin, Frederic y yo, disfrutábamos del movimiento popular que atiborraba interminablemente las calles de Telia. Mi instrumento musical colgaba de mis hombros mientras Arbin se detenía a observar algunos puestos de adornos y menudencias por las que podría canjear su dinero.

— ¡Hey, muchachos! Tengo una idea —exclamé, con un leve gesto de creatividad; Arbin y Frederic interrumpieron su plática para escucharme con atención.

— ¿Qué dicen si me pongo a cantar algunas canciones con mi guitarra en esta esquina de aquí? La gente podría arrojarme algunas monedas.

— ¡Te has vuelto completamente loco, Danser! Imagina que alguien te reconozca, pensarán que estás mendigando —repuso Frederic, mientras Arbin sonreía sumamente atraído por mi ocurrente idea. ¿Qué tan malo podría ser? Desplegar mis melodías en aquellas multitudes que deambulaban por los rincones de Telia; suburbios iluminados por las luces de cientos de negocios y puestos de feria que, tras la sombra de aquellos hoteles que amenazaban con aplastarnos bajo su evidente inmensidad, nos envolvían en una extraña sensación de libertad; una sensación que jamás encontraría en las sendas de Harainay.

—Permítanme intentarlo, muchachos. Sólo me tomará unos momentos —concluí, apoderándome de aquel sitio que esperaba ansioso por que quitara mi guitarra de su funda. Abrí el estuche de par en par y, desplegándolo a veinte centímetros de mis pies, comencé a entonar mis mejores canciones, dejando que el viento las transportara hacia aquellas almas que caminaban junto a los puestos de venta. Arbin y Frederic me observaban admirados mientras las vastas multitudes que allí merodeaban, colmaban las profundidades de mi estuche con cientos de monedas plateadas. Cubrí mi rostro con aquellos anteojos negros a los que alguna vez recurrí para ocultarme de Leslie, y dejé que las monedas continuaran desmoronándose sobre la funda de mi guitarra unos cuantos minutos más.

—De acuerdo, Danser. Ya ve terminando, no hemos venido a presenciar tu concierto sino a descansar y pasar unas buenas vacaciones en Telia —rezongó Frederic al cabo de una hora. Recogí todo el dinero que acababa de ganar con la ayuda de mis canciones y, contándolo con sumo entusiasmo, regresé la guitarra a su estuche para continuar paseando con mis amigos.

—Eres realmente un privilegiado, Danser. Has hecho en dos horas más dinero del que Arbin ha ganado en todo un día de trabajo —se quejaba Frederic, mientras su amigo asentía con cierto desgano.

—No hay por qué lamentarse, muchachos. Ustedes también obtendrán sus recompensas. ¿Qué dicen si los invito a cenar a un buen restaurante? Estoy que me muero de hambre —me ofrecí, ante sus rostros chamuscados en pena. Rostros que, tras la bondad de mis palabras, comenzaron a iluminarse de par en par. Así dejamos que nuestras entrañas se alimentaran durante esas últimas horas que restaban aquel viernes.

—De acuerdo, chicos. Yo estoy alojándome en un pequeño departamento al final de esta calle —comentaba Arbin, despidiéndose finalmente de nosotros.

— ¡Vaya! Nos gustaría conocerlo antes de volver a Harainay —añadió Frederic, alejándose unos metros hacia la calle opuesta. Yo sacudía nuevamente la funda de mi guitarra.

— ¡Oh, por supuesto chicos! Es más, están invitados mañana a comer pizza en mi casa. Sólo avísenme antes de venir para que pueda ordenar mi habitación —se alejó hacia las largas lontananzas de esa calle que crecía de forma montuosa. Nadábamos con Frederic aquel sábado en alguna de esas playas privadas en las que nos permitieron ingresar. A nuestra derecha, dos jovencitas de veinticinco años flotaban sobre las aguas con sus pechos al descubierto.

— ¡Mira, Danser! ¡Esas chicas están desnudas! —exclamó mi amigo, sumamente instigado. Mis ojos buceaban famélicos entre las olas, alcanzando esos pezones que se calaban lentamente con la humedad del clima.

—Intenta hablar más bajo, tonto. No querrás que oigan tus comentarios sobre sus pechos —lo acallé con un fuerte susurro. Dejamos que la tarde esparciera sobre nuestros hombros cada uno de esos rayos con los que el sol parecía canturrear. Dorarnos con un bronceado claramente atractivo que pudiera transformarnos en dos aves rapaces hambrientas por cortejar damas adolescentes. Por momentos, escapábamos hacia los centros comerciales de Telia y, sentándonos en algún rincón de sus patios, compartíamos la sapidez de una fresca gaseosa. Y partimos finalmente hacia la casa de Arbin; allí nos esperaba esa deliciosa pizza que nuestro amigo había garantizado el día anterior. Caminamos unas cuantas cuadras por aquella calle que ascendía hacia alguna parte; lugares que atravesaban fijamente las corneas de mis ojos. Frederic sujetaba su mochila con fuerzas mientras yo, incinerándome bajo los rayos del sol de aquel mediodía, arrastraba mi guitarra por las losas de la vereda. Así llegamos a un vetusto vecindario embestido en pobreza y una pizca de indigencia, donde las matronas de la miseria sacudían sus alfombras contra las cornisas de sus balcones. Cruzamos un viejo pasaje en ruinas, tal cómo Arbin le había explicado a Frederic unas horas antes, alcanzando así una desgastada construcción de piedra cuyas formas se adecuaban a las de un añoso edificio.

—Me ha dicho que vive en el cuarto piso —exclamó Frederic, subiendo al instante las escaleras junto a la puerta. Desde allí podía aprehenderse el aroma del queso y la salsa de tomate. El muchacho nos abrió la puerta mientras yo me quitaba la camiseta para darles un respiro a mis hombros insolados.

—Pónganse cómodos, chicos. Están en su casa —nos invitaba Arbin, regresando a la cocina para servir las pizzas sobre su cama.

— ¿Aquí es donde comeremos? Se mancharán las sábanas con salsa de tomate —murmuré yo, mientras Frederic se tiraba sobre ella para exhumar comodidad.

—Tú despreocúpate, Danser. Pondré algo de música para amenizar nuestro almuerzo —agregó Arbin, arrojando entre nosotros esa inmensa caja de cartón—. Adelante, muchachos, sírvanse unas porciones.

—Gracias, amigo, está realmente deliciosa. Hey, Frederic, ¿le has contado a Arbin sobre las chicas que nadaban ayer junto a nosotros?

— ¡Vaya! No sabes lo que te has perdido, amigo. Debiste haberlas visto con su torso al desnudo, Danser y yo no dejábamos de mirarlas —se exaltó Frederic, mientras Arbin delineaba en su mente cada relato.

—Pues, a decir verdad, él las miraba más que yo —repuse, limpiándome la salsa de tomate en mi boca con una servilleta.

— ¡Jaja! No me caben dudas. Por cierto, chicos, Leslie está aquí en Telia. Acaba de llegar hoy con sus amigas y me ha llamado por teléfono —comentó Arbin, tomando de la caja otra porción de pizza, mientras yo me atragantaba con la que aún llevaba en mi mano. El aire comenzaba a cerrárseme inevitablemente; luchaba por creer que aquello no podía estar ocurriendo, que el eco de las coincidencias no se encontraba acechándome con tanta facilidad. Necesitaba creer que su imagen dejaría de perseguirme tarde o temprano.

— ¡¿Leslie está aquí?! Tiene que ser una broma. Di algo, Frederic, no te quedes allí riéndote —lo sermoneé a mi amigo, mientras este se desplomaba a carcajadas en una esquina de la habitación. Arbin observaba perplejo intentando obtener alguna pista que lo ayudara a comprender lo que ocurría. Y por fin acabamos de comer aquella pizza que, bajo el aire fresco que atinaba a colarse por las ventanas de la habitación, comenzaba finalmente a enfriarse. Nos despedimos de Arbin y, agradeciéndole por nuestro almuerzo, abandonamos ese pequeño departamento que, escondido en algún rincón de Telia, permanecería intocable en las profundidades de mis recuerdos. Así alcanzamos a escapar de aquellos mundos incoherentes en los que el amor parecía ausentarse notablemente en sus letreros. Paisajes de arena e incertidumbre que, persiguiéndome desde esos misteriosos confines, decoraba sus desiertos con esa muchacha que yo buscaba olvidar. Caminaba por aquellas sendas vacacionales evitando encontrarla; sabía que Leslie estaría allí, paseando con sus amigas por los bordes de esas playas de las que yo tanto necesitaba escapar.

— ¿A qué hora sale nuestro autobús, Frederic? —le pregunté sumamente ansioso. Deambulábamos por uno de esos inmensos centros comerciales sumergidos en el centro de Telia. Dejé que la insolación en mi espalda absorbiera la humedad de mi camisa mientras Frederic compraba en la tienda uno de esos refrescos que tanto nos urgía.

—A las tres de la tarde, Danser. ¿Y qué tal siguen tus hombros? Aún te arden, ¿no es así? —indagó él, con cierta inquietud.

— ¡Vaya! No puedo creerlo, casi lo olvido —exclamé ensalzado, corriendo hacia uno de esos pequeños puestos de ropa.

— ¿Qué te ocurre? ¿Acaso piensas comprar algo? —indagaba Frederic, arrastrando su mochila con excesiva fatiga.

—Pues, platicando con Leslie hace algunas semanas, surgió la idea de renovar mi gorra. Esta ya está algo gastada —respondí, quitándome aquella que llevaba puesta. La tienda se encontraba atestada de boinas y sombreros para todas las edades. Sólo era cuestión de elegir la indicada.

—Dijo que me quedaría bien una gorra roja y negra. ¿Tú que opinas, Frederic?

—Considero que le das demasiada estima a sus opiniones si tienes en cuenta sus actitudes. No puedes vestirte a su gusto, Danser. Quizá ni siquiera te preste atención —opinó él con cierto discernimiento. Dejé que sus palabras penetraran en mi mente como aguas de río; un río cuya corriente yacía atascada en alguna parte de mi orgullo. Tal vez, después de tantas ofrendas a su persona, Leslie no merecía ser la inspiración de mis devociones. Sujeté mi guitarra con fuerzas y, colocándome mi vieja gorra una vez más, me alejé finalmente de aquel negocio.

—Me alegra que lo hayas entendido, Danser —añadió Frederic, caminando junto a mí con su inmensa mochila. Le asentí con un leve gesto en mis ojos y me desplomé sobre un confortable banco de madera situado en una de las galerías.

—Es realmente una suerte que no te hayas topado con Leslie aquí en Telia, ¿no crees? —repuso Frederic, mientras yo le daba un buen sorbo a ese jugo de naranja que aún permanecía tan frío como antes.

—Mejor no digas nada, amigo. Podría aparecer en cualquier momento —me recosté nuevamente sobre aquel banco y cerré mis ojos de una vez por todas.