El primer esplendor de la China imperial
CAOS TRAS LA MUERTE DE QIN SHIHUANG
Como vimos en el capítulo anterior, en los tres meses inmediatamente posteriores a la muerte del emperador Qin Shihuang, surgieron por todos los rincones de China todo tipo de revueltas protagonizadas indistintamente por campesinos, prisioneros, soldados o descendientes de los nobles de los antiguos Reinos Combatientes, derrotados y anexionados por el fallecido Primer Emperador.
En el año 209 a. C., Chen Sheng, líder inicial de la principal revuelta contra la dinastía Qin, asumió el título de rey del gran Chu. Casi al mismo tiempo, el noble originario del reino de Chu, Xiang Liang, hizo lo propio en el distrito de Wu, provincia de Jiangsu. Serían líderes efímeros. En el año 208 a. C., en el momento más cruento de la revuelta campesina, los líderes rebeldes del norte, Chen Sheng y Wu Guang, fueron eliminados. En el sur, otro ejército de sublevados también sufrió un baja sensible. El general Zhang Han, al mando de un ejército fiel a la dinastía Qin, lo venció y en la batalla murió su líder, Xiang Liang. Sin embargo, aquí la pérdida fue menor porque el rebelde muerto fue sustituido al frente de los insurgentes por su sobrino, el joven, ardoroso y brillante estratega Xiang Yu (232-202 a. C.), un líder intrépido que había aprendido de niño con su tío esgrima y arte militar y que, a la muerte de este, tomó el mando de su ejército y, rápidamente, lo convirtió en el más poderoso del bando insurgente. Xiang Yu se autoproclamó Xi Chu Ba Wang, es decir, «Gran Señor del Oeste de Chu».
Mientras tanto, el que sería otro gran líder en los años siguientes, Liu Bang (256?-195 a. C.) era aún un gris patrullero de la milicia de la provincia de Jiangsu, en el distrito de Pei (por entonces perteneciente al reino de Chu). Durante una conducción de presos al monte Li, se le escaparon algunos de ellos y, sabedor de que si se reincorporaba a su puesto sería condenado a muerte por su fallo en la custodia, sin pensárselo más, liberó al resto de presos y, seguido por algunos adeptos, se convirtió en jefe de una banda de bandoleros y proscritos. Enseguida comenzó a ganar fama por sus dotes de mando.
Por entonces, Xiao He ejercía las funciones de secretario del magistrado de ese mismo distrito de Pei, la máxima autoridad de aquella zona. Cuando Chen Sheng comenzó su rebelión, el magistrado pareció quererse unir a la insurrección y, siguiendo las recomendaciones de su secretario Xiao He y del jefe de las fuerzas del orden del distrito, Cao Can, envió a un cuñado de Liu Bang a invitarle formalmente a que se reuniera en Pei con ellos y se sumara a la rebelión. Liu accedió a viajar a Pei, mas, durante el viaje, el magistrado cambió de opinión y cerró las puertas de la ciudad. Temiendo que Xiao y Cao mantuvieran su compromiso con la rebelión y abrieran las puertas a los hombres de Liu Bang, el magistrado ordenó ejecutarlos. Sin embargo, ambos lograron huir, uniéndose al grupo de Liu Bang, que cercó la ciudad. Presumiblemente por idea de Xiao He, y a través de mensajes lanzados con flechas al interior de la ciudad amurallada, el grupo rebelde instó a los ancianos de la ciudad a desobedecer al magistrado y rendirse a los sitiadores. Los ancianos aceptaron el ofrecimiento, asesinaron al magistrado local y abrieron las puertas de la ciudad a los hombres de Liu Bang, a quien nombraron duque de Pei.
El periodo dinástico Han fue uno de los más prósperos de la historia china. Tal prosperidad propició enormes y numerosos avances tecnológicos y científicos. Por ejemplo, Cai Lun inventó la técnica para hacer papel de gran calidad, Zhang Heng desarrolló la esfera armilar y el sismógrafo, y Hua Tuo (en el grabado) se convirtió en el primer médico que aplicó anestesia en una operación quirúrgica.
Inmediatamente, Liu Bang se puso a las órdenes de Xiang Liang, por entonces líder máximo de la rebelión y, después de que este fuera asesinado, pasó al servicio de Mi Xin, nieto del rey Huai de Chu y líder nominal de la coalición de los estados rebeldes. Mi Xin concedió a Liu la distinción de marqués de Wuan. Poco después, Xiang Yu y Liu Bang nombraron rey a Mi Xin y trasladaron la sede del gobierno a la ciudad de Pengcheng (hoy Xuzhou, provincia de Jiangsu). Cierto día, cuando Xin discutía con sus generales el plan de ataque a la ciudad de Xianyang, sede de la dinastía Qin, un emisario de Zhao Xie, jefe de otro ejército rebelde (en este caso, de la provincia de Hebei) llegó a la ciudad, interrumpió la reunión e informó de que el distrito de Julu llevaba ya casi un mes sitiado por un ejército de trescientos mil soldados dirigido por el general dinástico Zhang Han. Al oírlo, Xiang Yu pidió que se le permitiera ir en su socorro y poder así vengar a su tío, matando a Zhang Han. El rey accedió a su petición aunque, teniendo en cuenta que Xiang Yu era un joven presuntuoso, puso al frente del ejército de 200.000 soldados que acudiría en socorro del distrito de Julu al general Song Yi, antiguo primer ministro del reino de Chu, relegando a Xiang Yu a segundo comandante. Pero Song Yi era un militar acostumbrado a no aceptar consejos de nadie, así que las chispas entre ambos no tardaron en saltar.
Cuando el ejército llegó a la ciudad de Anyang, Song Yi ordenó detener la marcha, acantonarse y esperar acontecimientos. Durante cuarenta y seis días, no se hizo nada sino celebrar fiestas y banquetes. Xiang Yu, deseoso de entrar en combate, aconsejó a Song que ordenara continuar la marcha, pero este no hizo caso de su consejo. Encolerizado, lo mató, asumió el mando supremo y ordenó al ejército reanudar la marcha. Tras cruzar el río Zhanghe, Xiang Yu ordenó quemar las naves y a los soldados deshacerse de toda su impedimenta, cargar solo vituallas para tres días y prepararse para combatir a muerte contra el ejército. A la tropa le quedó clara la determinación de su jefe y eso les contagió de ardor (o, tal vez, de miedo a no sobrevivir a la batalla). El caso es que, efectivamente, el ejército de Xiang Yu derrotó al de Zhang Han y ayudó al distrito de Julu a salir de su apurada situación. Así creció la fama de extraordinario guerrero de Xiang Yu.
Precedido por esa fama, que no dejó de crecer, el cada vez más poderoso Xiang Yu pronto controló la totalidad de China, pero todo lo que tenía de buen guerrero le faltaba como político y pronto demostró que no era capaz de consolidar su dominio. Su primer error fue dividir el país en diecinueve estados feudales con el único interés de repartir prebendas entre sus lugartenientes y allegados. Debido a ese exceso de nepotismo (gracias al que esperaba obtener sustento político y adhesiones inquebrantables), apartó a las personas de mayor talento para que no participaran en su causa (ni en su reparto del botín). Aunque pensaba que Liu Bang era su mayor amenaza, su segundo grave error fue perder varias oportunidades de deshacerse de él. No obstante, Xiang Yu se mantuvo en el poder varios años.
Mientras tanto, Mi Xin había hecho la promesa de que a aquel que ocupara primero la Llanura Central de Shaanxi, feudo original de los Qin, se le concedería la región de Guanzhong como reino personal, y encomendó a Liu Bang esa misión porque le estimaba como hombre recto y bondadoso, a diferencia de Xiang Yu, al que veía cruel e impetuoso. Mientras Xiang Yu estaba inmerso en la batalla contra el principal contingente del ejército Qin, Liu consiguió invadir Guanzhong con relativa facilidad. De esta forma, se convirtió en el líder rebelde que conquistó Xianyang, la capital del imperio Qin, en los primeros meses del 206 a. C. Sin embargo, por una cuestión de rango, Liu se vio forzado a cedérsela a Xiang Yu, el hombre fuerte de la rebelión, quién nada más tomar posesión mató a Ziying, el último soberano de Qin, y quemó el palacio (lo que provocó el daño colateral de que las copias únicas de los libros prohibidos que se conservaban en la biblioteca real se perdieron para siempre). Xiang Yu llegó incluso a considerar la posibilidad de asesinar a Liu durante una cena, aunque finalmente desestimó llevar a cabo su plan. Al no hacerlo, la larvada enemistad entre ambos líderes de la revuelta comenzó a hacerse patente y acabaría por provocar la conocida como Guerra Chu-Han.
La Guerra Chu-Han
Al ver gran parte del antiguo imperio de Qin bajo su control militar, y tras hacer asesinar a Mi Xin, Xiang Yu emprendió la reorganización administrativa de los territorios bajo su poder. En esta reorganización se incluyeron también las zonas aún no conquistadas de Qin y los estados rebeldes, quedando el territorio dividido en diecinueve principados bajo la autoridad, real o reivindicada, del poder central. Pero Xiang Yu no respetó la promesa de Mi Xin de entregar Guanzhong a quien lo hubiera conquistado. Por el contrario, se lo otorgó a los príncipes de los tres Qin, mientras que a Liu Bang le concedió únicamente el principado de Han, que abarcaba los territorios actuales de Sichuán y Chongqing, así como el sur de Shaanxi.
En su nuevo feudo del principado de Han, Liu Bang concentró sus esfuerzos en el desarrollo de métodos agrícolas y en la formación de un ejército propio que respaldara su prestigio militar. No transcurrió mucho tiempo hasta que dicho ejército desbordara los límites del principado de Han, forzando el derrocamiento de los reyes de los tres Qin y ocupara Guanzhong, desde donde declaró la guerra contra Xiang Yu. A pesar de que este gozaba de una ventaja militar considerable, su posición era políticamente más débil. Xiang comenzó infringiendo derrotas a las tropas de Liu en el campo de batalla. Sin embargo, estas batallas tuvieron el efecto de contribuir al aumento del número de seguidores de Liu Bang, hasta que se invirtió la tendencia y las tropas de Xiang Yu comenzaron a ceder terreno ante las de Liu Bang. Esta guerra, conocida en la historia como Chu-Han, se prolongó durante cinco años, entre el 206 y el 202 a. C., y concluyó con la victoria total de Liu Bang.
A finales del año 203 a. C., Xiang Yu se encontraba en una situación más que comprometida, pues el ejército de Liu Bang lo había sitiado en el sur del actual distrito de Lingbi, en la provincia de Anhui. Xiang Yu ya no disponía de suficientes soldados ni avituallamientos. Cuenta la leyenda que una noche, afligidos, Xiang Yu y su concubina escucharon viejas canciones de Chu entonadas por soldados del ejército han, a las que él se unió. Al oírlo, su concubina y todos quienes se hallaban cerca de él lloraron. Soportando la tristeza, salió de su tienda y dirigió a su pequeña tropa de ochocientos soldados, que, luchando a muerte contra el ejército han que les rodeaba, logró levantar el asedio. Perseguido, Xiang Yu llegó a la orilla del río Wujiang (cerca del actual distrito de Hexian, provincia de Anhui) y se dio muerte con su espada, junto a su concubina, Yu Ji. Aunque Xiang Yu seguía contando con pleno apoyo en su patria chica, no pudo afrontar la deshonra de su regreso totalmente vencido. Tras haber cruzado en su momento el río Wujiang con ocho mil hombres y regresar ahora casi solo, sintió que la vergüenza de volver derrotado era insoportable y decidió acabar con todo. Su heroicidad y astucia, así como su trágico destino final, hicieron pronto de él uno de los protagonistas preferidos de la épica china. La escena de su muerte formaría pronto parte del folclore chino y, entre otras muchas obras de arte, daría lugar a la ópera y la película homónimas Adiós a mi concubina.
Mientras tanto, derrotado ya Xiang Yu, Liu Bang se autoproclamó emperador y estableció la nueva dinastía Han en el año 202 a. C., convirtiendo la ciudad de Changan (actual Xian) en su capital y tomando el nombre imperial de Gaozu.
LA DINASTÍA HAN OCCIDENTAL
La crueldad de los Qin, si bien permitió sostener un imperio unido en contra de lo que pretendían los señores feudales, no dio resultado para llevarlo a buen término. Cayeron tan estrepitosamente y con tanta violencia como habían subido. Ahora bien, los Qin duraron muy poco, pero demarcaron el terreno y fijaron los objetivos. Con ellos se unió todo el territorio por primera vez administrado por un mismo gobierno central y con un poder hasta antes nunca reunido, controlando una enorme cantidad de recursos y desplegando una magnificencia hasta entonces nunca vista, que inspiraba maravilla y pavor entre sus súbditos. Fue la primera vez que se vio que la suma de las partes resultaba algo más que su mera reunión. Pero el empeño que pusieron sus fundadores a través de sangrientas campañas y el magnífico logro conseguido, no les sirvió de mucho. Así como surgió, cayó, violentamente. No obstante dejaron a la dinastía que siguió, la Han, un importantísimo legado: la idea de un imperio y de una administración del mismo. Los cuatrocientos años que siguieron fueron de ejercicio y perfeccionamiento de esa idea que se manifestó en todos los aspectos de la vida china, no solo en la esfera intelectual.
Al principio, los gobernantes Han se dedicaron a tratar de reactivar la economía y a asentar el principal de los logros de los Qin: un imperio unido. La red gubernamental de los Qin se había desintegrado y a los Han les llevó un buen tiempo volver a cimentarla y estandarizarla sobre unas bases, eso sí, totalmente opuestas a las de los anteriores gobernantes. No se debe olvidar tampoco que en la sangrienta revuelta que terminó con los Qin, que produjo una hambruna atroz, murió aproximadamente la mitad de la población china. La reconstrucción del imperio fue costosa y se debieron tomar una serie de medidas urgentes.
La dinastía Han (202 a. C.-220) fue la más duradera de la era imperial. En sus dos fases (Occidental y Oriental), reinaron 30 emperadores, muchos de los cuales se hallan enterrados en el mausoleo de la fotografía.
La dinastía Han (202 a. C.-220) fundada por Gaozu (es decir, por Liu Bang) sería la más duradera de la Era Imperial. El nuevo imperio retuvo la mayor parte de la estructura administrativa de los Qin, pero se distanció un poco de su estructura centralizada. La política de Gaozu se vio afectada al principio por las ambiciones de sus partidarios que pretendían volver al feudalismo destruido por los Qin. No obstante, el nuevo emperador logró que la nobleza se transformase en cortesana. Sin embargo, en sentido contrario, Gaozu dividió el país en varios feudos hereditarios para satisfacer las ambiciones personales de algunos de sus aliados durante la guerra, así como a algunos de sus familiares, aunque planeaba deshacerse de ellos una vez se hubiera consolidado su poder y, de hecho, hacia mediados del siglo II a. C., la mayor parte de estos reinos habían sido reintegrados y casi todo el territorio chino estaba bajo la jurisdicción central. Además, el sistema sociopolítico pasó de ser puramente aristocrático a ser más meritocrático, seleccionando a los funcionarios gubernamentales por medio de pruebas de servicio civil. Además, durante la dinastía Han, China prosperó mucho: la agricultura, las manufacturas y el comercio florecieron, y la población no solo se recuperó sino que llegó a los cincuenta millones. En términos generales, los logros intelectuales, artísticos y literarios revivieron y florecieron, así como la tecnología. Por ejemplo, una de las grandes aportaciones chinas al avance de la humanidad, el papel, data de esta época.
La dinastía Han, que dio nombre al principal grupo étnico de China, fue notable también por su poderío militar, que le permitió extender su influencia cultural y política sobre lo que hoy son Mongolia, Corea, Vietnam y toda el Asia central, antes de derrumbarse bajo una combinación de presiones internas y externas. El imperio se expandió hacia el oeste hasta llegar a la depresión de Tarim, en la actual Región Autónoma Uigur de Xinjiang. No obstante, en términos generales, el control por parte de los Han de las regiones periféricas siguió siendo precario. Para asegurar la paz con los poderes fronterizos locales, especialmente con los beligerantes nómadas del norte y el oeste, la corte han puso en práctica un «sistema tributario» mutuamente beneficioso. A los estados no chinos se les permitía autonomía a cambio de la aceptación nominal del dominio han. A menudo, los lazos tributarios se renovaban y reforzaban mediante enlaces matrimoniales entre miembros de las respectivas clases altas y de intercambios periódicos de regalos y bienes.
Con todo, el régimen imperial, inaugurado con la dinastía Qin, quedó consolidado y ampliado, mientras que el confucianismo se convertía en la base filosófica del imperio. Pero el confucianismo de la dinastía Han era muy diferente de las enseñanzas originales de Confucio, ya que sus principales filósofos, como Tung Chung y otros, reinterpretaron los antiguos textos desde principios derivados de la antigua filosofía china de la naturaleza, que explicaba el funcionamiento del universo como una alternancia del yin y el yang y un equilibrio de los cinco elementos: tierra, madera, metal, fuego y agua. En general, el periodo han estuvo marcado por el eclecticismo, y muchos de sus emperadores favorecieron el taoísmo, en especial su idea de la inmortalidad.
En la época han, por primera vez, las cualidades personales empezaron a desempeñar un importante papel en la selección de funcionarios públicos. Las rutas comerciales terrestres se extendieron hasta alcanzar Europa y la cultura china empezó a influir en los países vecinos. La construcción de la Gran Muralla, iniciada por la dinastía Qin para proteger la frontera norte de China, continuó. Las filosofías e instituciones creados durante los periodos zhou y qin alcanzaron su madurez bajo los Han, en cuya era los chinos se distinguieron por sus descubrimientos científicos, muchos de los cuales se conocieron en Occidente varios siglos después. Los chinos desarrollaron grandes avances en astronomía, inventaron relojes de sol y de agua, dividieron el día en doce periodos iguales, desarrollaron un calendario lunar que se mantuvo en uso hasta 1912 y registraron regularmente los eclipses de sol. En matemáticas, fueron los primeros en dar valor a cada dígito según su posición relativa. Otras invenciones fueron de naturaleza más práctica, tales como la carretilla, las compuertas para el control de los niveles en canales y corrientes y la brújula.
En el orden interno, hay que señalar que en ella también vivió el historiador más famoso e importante, el tantas veces mencionado Sima Qian, cuyos Registros históricos proporcionaron una crónica detallada desde los tiempos de la legendaria dinastía Xia a los de su coetáneo, el emperador Wu (141-87 a. C.), precisamente, como veremos enseguida, el más brillante de los soberanos han.
La obra historiográfica de Sima Qian fue continuada por la familia Pan durante la época de los Han Orientales, cuando el padre, Pan Piao, inició la actualización de los Registros, trabajo que continuó su hijo Pan Ku y que concluyó su hija Pan Qao, la más antigua y famosa mujer erudita de China, que también escribió otra obra de gran influencia en la educación femenina, las Lecciones para mujeres, que, sin embargo, al enfatizar las «virtudes femeninas», restringió mucho las actividades sociales de las mujeres chinas.
También en el terreno artístico se vieron reflejados los cambios políticos, sociales y económicos promovidos por los Han. En primer lugar, se transformó radicalmente la valoración de los objetos artísticos, ya que, aún ligados a los ajuares funerarios, fueron apreciados también en su vertiente estética, por lo que la búsqueda de la belleza como placer hizo que los objetos de la dinastía Han se pudieran considerar obras de arte, sin negar su utilidad práctica o ritual. El bronce y la cerámica continuaron utilizándose, pero la laca y la seda definieron artísticamente la búsqueda de otros materiales capaces de ofrecer nuevas cualidades táctiles y visuales. Y no solo se asistió a una sustitución de los materiales y a un cambio cualitativo en su uso, sino que el repertorio iconográfico se amplió considerablemente y muchos de los motivos decorativos adquirieron un nuevo valor significativo.
SIMA QIAN, UN HISTORIADOR PLENAMENTE COMPROMETIDO CON SU OBRA
En el año 125 a. C., el emperador Wu creó La Oficina de Música con el cometido de recopilar las canciones populares antiguas. Esta iniciativa, como otras similares de este emperador, obedecía a que los intelectuales de la corte estaban preocupados porque se pudiera perder el legado cultural de las épocas pasadas. A ese mismo objetivo tendió la orden de recuperar los textos confucianos que la dinastía anterior, la Qin, había quemado. Pero tal vez la más importante de todas estas iniciativas fue la de promover la historiografía del pasado chino, cuyo fruto más importante fue la publicación de los Registros históricos (Shiji), la obra magna del historiador Sima Qian (c. 145-90 a. C.), compuesta entre los años 109 y 91 a. C. En ella se narra la historia de China desde la época del legendario Emperador Amarillo hasta la del propio autor, en plena dinastía Han. Casi todos los acontecimientos de las épocas más antiguas de China se conocen gracias a la meticulosidad de esta obra, que fue la primera historia sistemática de China, por lo que influiría en la historiografía y en la prosa chinas, así como en la memoria colectiva. Sima Qian intentó realizar una obra desprovista de errores, para lo que indagó a fondo en los nutridos archivos, además de realizar numerosos viajes y de hablar con testigos de hechos recientes para documentarse. Pero el compromiso personal del autor con su obra superó lo exigible a cualquier historiador; baste conocer las circunstancias que hubo de soportar para poder completarla.
Todo comenzó cuando el emperador Wu envió un ejército contra una partida de bárbaros xiongnu del norte. El general Li Ling comandaba una fuerza de unos cinco mil soldados que, en principio, arrasó al enemigo. Pero, cuando volvía a casa, le alcanzó el invierno y, debilitado por las penurias del viaje y, sobre todo, por la falta de los refuerzos solicitados, los enemigos se volvieron cada vez más audaces y la exitosa campaña terminó en una calamitosa derrota y Li Ling fue capturado. Mientras tanto, en la capital, el emperador se disgustó sobremanera con las noticias y con su general. Uno de sus consejeros, el propio Sima Qian, conocedor del carácter bravo del general, sugirió a su majestad que quizá se había dejado capturar vivo para poder elaborar una estrategia y terminar con esos salvajes. Además, añadió con su tono más amable que los refuerzos que hubieran cambiado la historia fueron retenidos en sus cuarteles por orden del cuñado del emperador, hombre muy celoso de Li Ling. El emperador, indignado por la impertinencia del consejero, lo castigó severamente a ser castrado. Una condena de este tipo no era anormal en aquella época y la costumbre no escrita forzaba al condenado a suicidarse antes de sobrellevar tal deshonor. Pero en el caso de Sima Qian no fue así: él había jurado a su padre que terminaría la desmesurada historia del reino. Así pues, se tragó su orgullo, soportó la vergüenza, se recuperó de la traumática amputación, siguió trabajando y completó la tarea. En una carta a un amigo, escribió a este respecto:
«[…] tengo motivos por los cuales decidí seguir con mi vergüenza a cuestas […] temo que, después de mi muerte, mis escritos no pasarán a la posteridad. […] Y por eso decidí no tomar la medida que hubiera querido tomar. Cuando haya completado este trabajo, lo depositaré en el Archivo de la Montaña Famosa. Si luego alcanzara a llegar a los hombres que lo aprecien, si llegase a otras ciudades y países, entonces, así sufriera yo mil más de estas mutilaciones vergonzantes, ¿qué podría importarme?».
En general, los Registros son considerados fieles a la verdad. El texto ha llegado casi completo hasta la actualidad y dista mucho de ser oficialista y complaciente. Mientras que los textos oficiales de las dinastías chinas proclamaban, en línea con la doctrina confuciana imperante, los derechos divinos del emperador, Sima Qian eligió un tono mucho más liberal y objetivo. Además, decidido a ofrecer un recuento de la historia de China vívido y lleno de color, lejos de recrearse en la mera alabanza de las gestas de los gobernantes del pasado, extendió el alcance de su gran crónica a campos como la economía, la cultura, la geografía y la ecología humana, ámbitos en los cuales la historiografía oficial, circunscrita hasta entonces a la política, no entraba. Quizá por haber sido víctima de las injusticias del destino, el autor prestó especial atención a la fuerza vital y la valentía, lo que le llevó a incluir en su obra a personajes poco convencionales. Basándose siempre en datos históricos, Sima trazó escenas llenas de dramatismo y rasgos heroicos: gentes humildes desesperadas que se levantan en armas y conquistan el país; héroes con grandes ambiciones, pero engañosamente cobardes; humildes caballeros cuya fama supera a la de los reyes; arrojados generales que nunca conocieron la derrota; asesinos que llegan a sacrificar su vida; intelectuales capaces de vencer al estado gracias a su inteligencia; bellas mujeres fugadas con sus amantes en pos de la felicidad, etc. La obra, compuesta de unos quinientos mil caracteres repartidos en 103 volúmenes y 130 capítulos, se divide en cinco partes: «Registros principales» (vida y obra de reyes y emperadores); «Tablas» (cronología); «Libros» (monografías sobre asuntos como el calendario, la astronomía, la ingeniería hidráulica, la economía, la cultura, etc.); «Linajes» (hazañas de los nobles) y «Biografías» (vida de miembros de diversos estamentos sociales). En la primera y en las dos últimas partes, la historia es contada por sus protagonistas; en muchos otros pasajes, el autor describe las situaciones con gran viveza y pone palabras en boca de los personajes históricos, construyendo diálogos. Ambos recursos estilísticos hacen que sea una obra muy apreciada literariamente. No obstante, algunos otros capítulos resultan áridos y solo tienen interés para los especialistas.
En el año 92 a. C., a los cincuenta y seis años, Sima Qian dio por terminada su obra y dejó de escribir. Se supone que murió dos años después, en el 90 a. C.
Entre los años 109 y 91 a. C., el historiador Sima Qian (c. 145-90 a. C.) escribió sus Registros Históricos (Shiji), donde se narraba por primera vez toda la historia anterior de China. Casi todo lo que hoy sabemos de ella se conoce gracias a su meticulosidad, que fijaría la memoria colectiva china. Científico independiente, Sima fue castrado por orden del emperador, pero ni eso le hizo apartarse de su compromiso con la verdad histórica.
El emperador Gaozu
Durante sus siete años de gobierno, Liu Bang (256/247-195 a. C.), el emperador Gaozu, instaurador de la dinastía Han, fortaleció el poder central y aplicó una serie de políticas en favor del pueblo destinadas a restablecer la normalidad en la maltrecha economía y en la vida cotidiana de sus súbditos. Tras ocupar el poder, volvió a centralizar China basándose en el modelo qin, pero sustituyendo gradualmente a los vasallos originales mediante la concesión de tierras a personas de su confianza. También dedicó sus primeros esfuerzos a someter a los señores más díscolos. Pronto se anexionó la mayor parte de los reinos y estableció principados, que puso en manos de sus hijos y parientes. También intentó soluciones militares contra los xiongnu, conglomerado de pueblos esteparios que constituían una constante amenaza al menos desde el siglo III a. C., pero fue batido en el campo de batalla. El año 200 a. C., Liu Bang dirigió en persona una campaña militar contra ellos. Sin embargo, su ejército fue cercado durante siete días por unos treinta mil jinetes. Roto el sitio, el emperador Gaozu decidió ofrecerles amistad, apaciguarlos casando a damas de la familia real con líderes bárbaros y abrir algunas ciudades fronterizas como centros mercantiles, con el fin de aliviar las tensiones entre ambos pueblos. Esta política no cambiaría durante cerca de sesenta años.
Internamente, puesto que la economía había sido devastada por la guerra, redujo impuestos, desarrolló la agricultura y restringió el gasto. Sin embargo, al pensar que el comercio era una actividad decadente, lo limitó, gravándolo con fuertes impuestos y restricciones legales a los mercaderes.
En su juventud de caudillo rebelde, Liu Bang había despreciado a los intelectuales y al subir al trono siguió considerando inútiles los libros, hasta que, según la tradición, un funcionario le dijo: «Es cierto que Su Majestad ha conquistado el país a lomos de un caballo; pero ¿puede gobernar el país también a caballo?». En lo político, Gaozu heredó la organización de la dinastía anterior y comprendió la importancia de la tradición para sentar las bases de su reinado. Mantuvo el sistema centralizado de gobierno apoyado en las teorías legistas, pero sin rechazar los principios confucianos, que gradualmente fueron imponiéndose como doctrina oficial. Poco a poco se fue dando la bienvenida en el gobierno a los eruditos confucionistas, mientras se reducía la dureza de las leyes. En total, los esfuerzos del emperador Gaozu fundaron con solidez el largo reinado de cuatrocientos años de la dinastía Han.
Durante sus siete años de gobierno, Liu Bang (256/247-195 a. C.), el emperador Gaozu, el instaurador de la dinastía Han, fortaleció el poder central y aplicó una serie de políticas en favor del pueblo, destinadas a restablecer la normalidad en la maltrecha economía y en la vida cotidiana de sus súbditos.
Su capital continuó siendo Changan por razones estratégicas y prácticas más que por asociaciones con un pasado glorioso, que le exigía establecerse en Luoyang (antigua capital de la dinastía Zhou). Para mantener la estructura centralizada, se sirvió del principio de autoridad absoluta que emanaba del emperador y se transmitía, jerárquicamente, por la pirámide social. A su base, compuesta por los mung o campesinos, les concedió derechos sobre la tierra, pero con impuestos recaudados por gobernadores militares y funcionarios civiles. Esta organización estuvo bajo la amenaza constante de los nobles en unión de los sabios confucianos que, tras la represión sufrida con la dinastía Qin, no aceptaban la idea imperial. La supresión de sus pequeños feudos se realizó de forma lenta pero sumamente eficaz, al dividir sus territorios entre personas leales al emperador y suprimir el mayorazgo.
En el año 199 a. C. se reunió en la capital a todas las familias más antiguas e influyentes para fortalecer el tronco y debilitar las ramas. Esta macroestructura necesitaba una base ideológica que, partiendo del legismo, llegara al confucionismo. Los shih, los letrados, vieron reforzado su poder cuando se les permitió iniciar públicamente la enseñanza de la doctrina confuciana; sin embargo, hasta el posterior reinado del emperador Wen (179-156 a. C.) no se abrazaría el confucionismo de modo oficial. Para el reclutamiento de los shih como funcionarios del Estado se ideó un sistema de exámenes formalizado en el siglo I a. C., que se realizaban anualmente, siendo su base de estudio el conocimiento de los clásicos: el I Ching (Libro de los cambios), el Shi Ching (Libro de las odas) y el Qun Qin (Anales de primavera y otoño). En teoría, este método de acceso a la administración estaba abierto a todos, puesto que no se valoraba la procedencia social del individuo, sino su capacidad, pero, en la práctica, solo aquellos cuyas rentas estuviesen aseguradas podían dedicar su tiempo al estudio. Hay que señalar que las mujeres estuvieron al margen, teniendo una formación estrictamente privada.
El emperador Gaozu, el antiguo líder rebelde Liu Bang, murió en el año 159 a. C., de herida de flecha, durante una campaña con la que intentaba reprimir la sublevación del general Ying Bu. El heredero natural de Liu Bang era el príncipe Liu Ying, hijo mayor del emperador y de la emperatriz Lu Zhi. Sin embargo, el emperador no veía en él las dotes necesarias para ser su sucesor, prefiriendo a su hijo Ruyi, príncipe Yin de Zhao, hijo de la dama Qi, una de sus concubinas. A pesar de los intentos de Liu Bang de otorgar la sucesión a Ruyi, la mayor parte de los ministros mantuvieron su lealtad a Liu Ying y a su madre, la emperatriz. Tras la muerte de Liu Bang, Liu Ying (de nombre póstumo Hui), gran protector de los hombres de letras confucionistas, accedió al trono y, al parecer, la propia emperatriz Lu, según las costumbres de la época, envenenó a Ruyi y torturó a la concubina Qi hasta la muerte.
En general, tanto Liu Ying como el resto de los gobernantes de esta primera fase de la dinastía Han conservaron muchas de las funciones del sistema imperial qin, en especial la división administrativa del país y la burocracia central; pero anularon la prohibición sobre los escritos históricos y filosóficos, al grado que llamaron a su servicio a los hombres de talento, no solo para restaurar los clásicos destruidos, sino para desempeñarse como funcionarios en el gobierno. Las leyes más onerosas fueron suspendidas, los impuestos se redujeron sensiblemente y se adoptó una política favorecedora del comercio que permitió la recuperación económica. Una de las contribuciones más importantes de esta fase dinástica fue el establecimiento del confucianismo como ideología oficial; sin embargo, en un intento por proporcionar una ideología completa al imperio, los Han incorporaron al confucianismo ideas de otras muchas escuelas filosóficas, e incluso recurrieron a las supersticiones populares para complementar las enseñanzas de Confucio.
Entre los años 163 y 143 a. C. (es decir, durante los gobiernos del emperador Wen y de su hijo Jing), se aliviaron las cargas del pueblo y prosperó la economía. A lo largo de esas dos décadas, se produjo un incremento notable del poderío de la dinastía Han. Esta política de escasa intervención del gobierno en la vida civil dio lugar a un periodo de estabilidad, que llegaría a su apogeo durante el reinado de Wu. China fue capaz de mantener la paz con los xiongnu pagándoles tributos y llevando a cabo acuerdos matrimoniales de princesas chinas con notables xiongnu. Pero eso no acabó, como después veremos, con los conflictos ni con la perenne amenaza bárbara.
El imperio Xiongnu de Modu
Una vez más es el historiador Sima Qian quien nos da una de las visiones más antiguas de la vida y la cultura de los individuos conocidos por los Han como xiongnu. En sus Registros históricos, los describe como unos pastores nómadas que vagaban en busca de pastos para sus rebaños de caballos, bóvidos y ovejas. También relata que los xiongnu no tenían ciudades amuralladas y no se dedicaban a la agricultura, y que los hombres eran formidables guerreros, entrenados desde una edad muy temprana para cazar a caballo con arco y flecha. También eran hábiles conductores de carros, una caracterización respaldada por el descubrimiento de carros de bronce en excavaciones arqueológicas.
Los xiongnu no fueron solo el primero de los imperios de las estepas de Asia oriental; fueron también el más longevo, pues duraron casi trescientos años. Originarios del noreste de la región del desierto del Ordos, hoy en la Mongolia interior, el imperio xiongnu fue el primero de esta clase en la estepa euroasiática y sirvió como prototipo para los muchos que le siguieron, incluyendo el de los mongoles. El Ordos fue un importante punto de encuentro de diversos pueblos de pastores de Mongolia interior, y es más adecuado describir a los xiongnu como una confederación de estos diversos grupos que como una cultura unificada. Sin embargo, sus orígenes y composición étnica siguen sin ser aclarados del todo. Casi toda la información sobre los xiongnu proviene de fuentes chinas. No hay ninguna manera de reconstruir parte sustancial alguna de la lengua xiongnu y lo poco que conocemos de sus títulos y nombres proviene de transliteraciones chinas.
En el 209 a. C., justo tres años antes a la fundación de la dinastía Han, los xiongnu se reunieron en una poderosa confederación bajo un nuevo shanyu (jefe supremo) llamado Modu (c. 234-174 a. C.), hijo de otro poderoso e influyente shanyu de los nómadas del Ordos. Después de que Modu ascendiera al rango de comandante militar, asesinó a su padre y consiguió unir los diversos grupos de nómadas bajo su liderazgo. La unidad política xiongnu les transformó en un enemigo formidable, capacitándoles para reunir ejércitos más grandes y poner en práctica una mejor coordinación estratégica.
En el 209 a. C., justo tres años antes de la fundación de la dinastía Han, los xiongnu se reunieron en una poderosa confederación bajo un nuevo shanyu (jefe supremo) llamado Modu (c. 234-174 a. C.). Tras fraguar la unidad interna, Modu expandió su imperio en todas las direcciones y se convirtió en un formidable enemigo de los Han.
Tras fraguar la unidad interna, Modu expandió el imperio en todas las direcciones. En el norte conquistó a varios pueblos nómadas, incluyendo a los dingling del sur de Siberia. Aplastó el poder de los donghu en Mongolia oriental y Manchuria. Fue capaz, además, de recuperar todas las tierras tomadas por el general Meng Tian de la dinastía Qin. Antes de la muerte de Modu en el 174 a. C., los xiongnu habían desplazado a los yuezhi (los antiguos tocarios) completamente del corredor del Gansu, obligándoles a desplazarse hacia Asia central, hasta el norte de Afganistán, y afianzado su presencia en las regiones occidentales de la moderna Xinjiang, además de aplastar a los hu orientales. Desde la llegada al poder de Modu hasta el año 128 a. C. transcurrió la época de mayor poder xiongnu, que controlaba un vasto imperio estepario que se extendía hacía el oeste llegando tan lejos como al Cáucaso. Eran activos en áreas de Siberia meridional, Manchuria occidental y las modernas provincias chinas de Mongolia interior, Gansu y Xinjiang. Durante su campaña occidental, los xiongnu tomaron también el control de diversas comunidades de los oasis que se habían desarrollado en la cuenca del Tarim. El subcomandante a cargo de supervisar la conquista de estas ciudadesestado recibió el título de «general a cargo de los esclavos», lo que refleja la actitud de los xiongnu hacia aquellos que conquistaban. De estas comunidades agrícolas recibían grano, fruta y comida para los animales, y de los nómadas, ganado vacuno, ovejas y, lo más importante, caballos, que pasaban a engrosar sus rebaños.
En el año 201 a. C., el primer emperador han, Gaozu, dirigió personalmente a sus tropas hacia la frontera norte con la intención de reprimir a un gobernador provincial que había declarado su independencia. El gobernador se había aliado con los xiongnu y este primer encuentro militar con la confederación de las estepas acabó con la inesperada humillación de los han. Durante la batalla de Pincheng, poco familiarizado con la estrategia de ataque y retirada de los xiongnu, Gaozu permitió que le separaran del grueso de su ejército y fue rodeado por unos 30.000 jinetes de la élite de la caballería xiongnu, por lo que no tuvo otra elección que negociar y ofrecer un acuerdo a cambio de su propia libertad. Tras este fracaso, el emperador renunció a la solución militar. A cambio, en el 198 a. C., envió al funcionario Liu Jing a negociar. En el acuerdo de paz alcanzado, se incluía el matrimonio de una princesa han con el shanyu de los xiongnu, así como periódicos regalos de seda, licor y arroz e igualdad de estatus entre los estados; y la Gran Muralla como una frontera mutua. Este primer tratado fijó el patrón para las relaciones entre los han y los xiongnu durante unos sesenta años. Hasta el 135 a. C., el tratado fue renovado no menos que nueve veces, con un incremento de «regalos» en cada acuerdo sucesivo. En el 192 a. C., Modu pidió, inútilmente, la mano de la enviudada emperatriz Lü.
Su hijo y sucesor, el energético Jiyu, conocido como shanyu Laoshang, continuó con las políticas expansionistas de su padre y tuvo éxito al negociar con el emperador Wen los términos para mantener un sistema de mercado a larga escala auspiciado por el gobierno. Desde la perspectiva China los tratados matrimoniales eran costosos y poco eficientes. Pero Laoshang mostró que no se tomaba el tratado de paz seriamente. En una ocasión, sus exploradores penetraron hasta un punto cercano a la capital han Changan. En el 166 a. C, lideró personalmente a 140.000 jinetes para invadir Anfing, llegando hasta el retiro imperial en Yong. En el 158 a. C., su sucesor envió 30.000 jinetes a atacar la comandancia shang y a otros 30.000 a Yunzhong.
Aunque, pese a todo, los han continuaron desdeñando a los xiongnu y su modo de vida nómada (xiongnu es una palabra china que puede traducirse como «bastardo de esclavos»), no pudieron ignorar la amenaza militar real que suponían para su imperio. A fin de evitar las hostilidades continuas, la corte han se vio forzada a mantener su forzada política de lazos matrimoniales con los shanyu y de tributos anuales de seda, vino, arroz y otros alimentos. Otra demanda xiongnu que los han se negaban a reconocer era el derecho de comerciar con las comunidades chinas de la frontera, ya que esto socavaba su interés de mantener una zona de defensa entre ambos imperios. Los xiongnu respondieron a esta postura con un método probado y eficaz: los ataques por sorpresa, saqueando aquellos bienes que la corte han se negaba a venderles. Finalmente se les garantizó el derecho a comerciar, aunque la venta de armas y bienes de uso militar quedó prohibida. Esta política forzó a los xiongnu a mirar hacia Asia central en busca de materiales como el hierro, que cambiaban por los bienes que adquirían a los chinos. Así, la política comercial han con los xiongnu fue indirectamente responsable del incremento del comercio entre Asia central y oriental a lo largo de las Rutas de la Seda.
Pero en el año 134 a. C., el emperador Wu decidió cambiar de estrategia y no renovar el tratado de paz. La guerra estalló en el otoño del 129 a. C., cuando cuarenta mil jinetes chinos efectuaron un ataque sorpresa contra los xiongnu en los mercados fronterizos. En el 127 a. C., el general Weiqing retomó el Ordos. En el 121 a. C., los xiongnu sufrieron otro golpe cuando Huo Qubing lideró una fuerza de caballería ligera hacía el oeste de Longxi y, en solo seis días, se abrió camino luchando a través de cinco reinos xiongnu. El rey xiongnu Hunye fue forzado a rendirse junto a cuarenta mil hombres. En el 119 a. C., Huo y Wei, cada uno liderando a 50.000 hombres de caballería y entre 30.000 y 50.000 soldados de a pie, y avanzando por diferentes rutas, forzaron al shanyu y a su corte a huir al norte del Desierto de Gobi. Pero las considerables dificultades logísticas limitaron la continuación a largo plazo de esta campaña. Según los informes oficiales, cada facción perdió entre ochenta mil y noventa mil hombres. De los 140.000 caballos que las fuerzas han habían llevado al desierto, menos de treinta mil volvieron a China. Como resultado de esta campaña, los chinos controlaron la región estratégica que va desde el corredor del Gansu hasta Lop Nor. Tuvieron éxito en separar a los xiongnu de los pueblos qiang del sur, y también obtuvieron acceso directo a las regiones occidentales.
Hacia el 104 a. C., los Han habían recuperado gran parte del territorio del norte perdido un siglo atrás y habían desplazado a los xiongnu hacia el oeste. Establecieron puestos militares avanzados hasta Dunhuang, en Gansu, para proteger las ciudadesestado de la cuenca del Tarim de las incursiones xiongnu, una posición que les permitió también disfrutar de los beneficios generados por el intenso tráfico a lo largo de las rutas comerciales.
Las relaciones tributarias se interrumpieron durante el reinado xiongnu de Huduershi (18-48 d. C.), coincidiendo con los levantamientos políticos de la dinastía Xin en China, que los xiongnu aprovecharon para recuperar el control de las regiones occidentales. Sofocados los problemas internos chinos, el nuevo poder de los xiongnu se encontró con una política de apaciguamiento por parte del emperador Guangwu. En la cumbre de su poder, Huduershi se llegó a comparar a sí mismo con su ilustre antecesor, Modu. Sin embargo, debido al creciente regionalismo, Huduershi nunca fue capaz de consolidar una autoridad incuestionable. Cuando nombró a su hijo heredero (contraviniendo el principio de la sucesión fraternal) provocó la separación de su pueblo en el año 48 en dos facciones, los xiongnu del norte y del sur. Para protegerse, los del sur, más débiles, pidieron protección a los Han. El sistema tributario fue ajustado considerablemente para mantener a los xiongnu del sur bajo la supervisión china, y se los reubicó en ocho comandancias fronterizas. Al mismo tiempo, grandes cantidades de chinos fueron forzados a migrar a estas comandancias, con lo que empezaron a aparecer asentamientos mixtos. Económicamente, los xiongnu del sur dependían casi totalmente en la asistencia de los Han.
Mientras tanto, los xiongnu del norte se vieron amenazados por los grupos nómadas de más al norte, a los que hasta entonces habían dominado. En el año 78, uno de estos pueblos septentrionales, los xianbei, atacó a los xiongnu del norte. Aprovechando esta oportunidad, la corte china envió un ejército para que se uniera con la facción de los xiongnu del sur y atacaran también a sus hermanos del norte. Hacia el año 91, los xiongnu del norte fueron desplazados fuera del Ordos y huyeron hacia el oeste, disipándose su liderazgo. En el territorio de los xiongnu del sur las tensiones eran evidentes entre los chinos asentados y los practicantes del estilo de vida nómada. Por lo que, en el 94, el shanyu Anguo unió sus fuerzas con los xiongnu del norte recientemente subyugados y comenzó una rebelión a gran escala contra los han, que sería su canto del cisne histórico. Sobrevivieron aún muchas décadas, pero ya muy diluidos.
El emperador Wu, la edad de oro Han
Al socaire de estos conflictos fronterizos, los emperadores han consolidaron y engrandecieron el imperio, lo que se tradujo en un apogeo científico, artístico y cultural. En el 140 a. C. subió al trono el gran emperador Wu (140-86 a. C.), llamado Liu Che y conocido como «el Emperador Marcial» y, para muchos, una de las grandes personalidades de la Historia universal. Dotado de una energía poco común y de una inteligencia extraordinaria, acabó con el feudalismo, que poco a poco había rebrotado en China, adoptando una serie de medidas que hicieron imposible la conservación de los mayorazgos y obligaron a repartir la propiedad entre todos los hijos por igual. También creó una burocracia disciplinada a base de letrados confucionistas. En política exterior, Wu fue un continuador del imperialismo qin.
Bajo su reinado, China alcanzó su máxima expansión territorial, se afianzó el confucianismo y se fomentó el comercio, estableciéndose las principales rutas marítimas y terrestres. Casi todo el territorio que hoy engloba China pasó a estar bajo poder imperial, aunque muchas regiones, en especial al sur del río Yangtsé, no estaban totalmente asimiladas. La autoridad china se estableció en el sur de Dongbei Pingyuan (Manchuria), se anexionó el reino independiente de Cantón e incorporó la isla de Hainan, el delta del Xijiang y la península vietnamita, a la que llamó Annam («Sur pacificado»), contribuyendo con ello a la sinización de ese área asiática, aunque aquí se respetó su organización tradicional. Conquistó la región noroccidental de Corea, que constituía un reino fundado por el chino Weiman con capital en Lolang. En cuanto al frente con los nómadas xiongnu, intentó buscar la alianza de los tocarios (por entonces conocidos como yuezhi), un pueblo nómada expulsado por los xiongnu de sus territorios, en el sur de Mongolia y el oeste de China, durante el siglo anterior), pero ellos no la aceptaron y tuvo que emprender la guerra solo, utilizando la táctica de sus enemigos. Su general Weiqing realizó afortunadas incursiones (llegando incluso al actual Kazajistán) y, en el 127 a. C., se estableció una primera colonia militar en Chofang, en el río Amarillo. La ocupación del Gansu occidental puso en contacto el mundo chino con Occidente, ya que este fue el punto de partida de las caravanas que rompieron el aislacionismo chino, relacionándolo con los mundos iranio, índico y grecorromano. Las campañas continuaron. Como ya se ha mencionado, en el 119 a. C., Weiqing y Huo Qubing atravesaron el Gobi y atacaron el reino xiongnu, alejando a este pueblo hacia la alta Mongolia. Como resultado, se crearon en Gansu y Qinghai varias jefaturas militares para evitar el retorno de las invasiones. Al final del reinado se produjo el desastre de Liling en una incursión contra los xiongnu.
Gracias a las políticas tendentes a suavizar las diferencias de clases, en tiempos de Wu la dinastía Han Occidental llegó a ser una de las más poderosas y prósperas de la historia de China y el pueblo pudo gozar de paz, bienestar y estabilidad tanto política como social. Además, el emperador Wu siguió la recomendación de su consejero Dong Zhongshu y decidió que el taoísmo, que había impregnado la política y la filosofía dominantes durante los primeros reinados de la dinastía Han, ya no se adaptaba bien a los usos y las necesidades de la nueva China han y declaró oficial el confucianismo. No obstante, al igual que los emperadores que le precedieron, combinó métodos legistas con ese ideal confuciano. La adopción oficial del confucianismo conllevó no solo la inmediata aplicación de un sistema de selección de funcionarios para los servicios civiles, sino también que los candidatos a la burocracia imperial hubieran de conocer obligatoriamente los clásicos confucianos, un requisito que duraría hasta el establecimiento de la República de China en 1912. Los estudiosos confucianos obtuvieron un estatus prominente dentro de dicho servicio civil. En el año 124 a. C., se estableció una universidad imperial para el estudio de los clásicos confucianos, con estudiantes talentosos reclutados y sostenidos totalmente por el Estado. Esta universidad se inició con cincuenta estudiantes, hasta alcanzar un número de treinta mil hacia el final de la dinastía Han, siempre a expensas del Estado.
LA RUTA DE LA SEDA
En el 138 a. C., el emperador Wu envió a Zhang Qian a explorar las regiones occidentales con el objetivo principal de conseguir alianzas militares con los pueblos alejados del control chino, y especialmente con los yuehzi. Zhang Qian fue hecho prisionero en varias ocasiones por los xiongnu, sin conseguir sus propósitos. Pero, a su vuelta, describió al emperador con gran detalle todo lo que había encontrado en sus viajes, incluyendo el uso por parte de la caballería bactriana de unos caballos mucho más grandes que los ponis mongoles usados por los xiongnu. La importación de estos caballos se convirtió en una prioridad de primer orden para el fortalecimiento de los ejércitos han, y su exitoso uso contra los xiongnu jugó un importante papel en el control han de las regiones al oeste de China. Incluso después de que la disolución del liderazgo xiongnu en el 54 a. C. llevara al fin de las hostilidades, la demanda china de caballos de Asia central continuaría incesante durante siglos. Una larga sucesión de emperadores chinos desarrollaron lo que solo puede describirse como una obsesión por los enérgicos y poderosos corceles. Pero, como es lógico, los caballos no fueron el único producto de intercambio entre los han y los diversos reinos de Asia central; vino, fruta, frutos secos, tejidos de lana y alfombras, pieles, jade y piedras semipreciosas como el lapislázuli fueron llevadas desde más allá de las fortificaciones han de Dunhuang hacia el imperio. A cambio, los comerciantes han exportaban objetos de oro labrado, espejos pulidos, seda y otros bienes manufacturados.
En el año 121 a. C., tras el debilitamiento interno de su confederación, los xiongnu se declararon vasallos de los han, permitiendo el acceso directo de estos a las regiones occidentales por el corredor de Gansu. Gracias a estas nuevas facilidades, en el año 115, Wu envió a Zhang Qian en un segundo viaje. Esta vez, conociendo algunos de los gustos y costumbres de los pueblos objetivo de la embajada, mandó reunir un gran cargamento de obsequios entre los que destacaban el oro y la seda, esta última desconocida fuera de las fronteras chinas. Aunque tampoco esta vez consiguió establecer compromisos políticos y militares con ninguno de ellos, al menos contactó con los estados de Fergana, Sogdiana, Bactriana y Khotan, que enviaron a su vez mensajes y obsequios a la corte han. La dominación militar china solo se produciría un siglo y medio más tarde, pero a Wu y Zhang Qian se debe el inicio del camino cultural y comercial más importante entre Asia y Europa hasta el siglo XVII: la Ruta de la Seda, que iba desde Changan, pasando por Xinjiang y Asia central, hasta la costa este del mar Mediterráneo. Continuando esa labor de Zhang Qian, las relaciones comerciales entre China y Asia central y occidental florecieron a través de muchas misiones chinas enviadas a lo largo del siglo I a. C.
La estabilidad política y económica contribuyó al florecimiento del comercio, la artesanía, las artes y las ciencias naturales. La productividad de la industria artesanal, especialmente la metalúrgica, se elevó notablemente y, a raíz de la apertura de la Ruta de la Seda, empezaron a establecerse relaciones diplomáticas y comerciales con los países de Asia occidental. Pero, junto con todos los materiales exóticos que llegaron a la China han a través de esta y de las demás rutas comerciales, vinieron también otras importaciones secundarias, incluyendo religiones como el budismo, que se difundió por esta época por toda China. Por las rutas comerciales viajaron también misiones diplomáticas, como los emisarios romanos enviados por el emperador Marco Aurelio en el año 166.
Pero las políticas expansionistas del emperador Wu y de sus sucesores consumieron los excedentes económicos que se habían ido acumulando y fue necesaria la restauración de políticas legistas para reponer las arcas del Estado: se subieron los impuestos, reaparecieron los monopolios estatales y la moneda se devaluó. Las penurias que sufrían los campesinos se vieron agravadas por el crecimiento demográfico, lo cual provocó la reducción del tamaño de las parcelas individuales en un momento en que los impuestos se incrementaban. Durante el siglo I a. C., las condiciones empeoraron aún más. En varias ocasiones el trono fue heredado por príncipes en edad infantil, cuyas madres a menudo completaban las responsabilidades del gobierno con miembros no cualificados de su propia familia. Las facciones y la incompetencia debilitaron el gobierno imperial. Grandes familias terratenientes de la provincia desafiaron a las autoridades que recaudaban los impuestos del gobierno central y adquirieron una especie de privilegio que les eximía del pago de impuestos, lo que redujo los ingresos del gobierno y gravó duramente a los campesinos. Los levantamientos agrarios y el bandolerismo reflejaron el descontento popular. En sus últimos años de emperador, Wu trasladó el centro de gravedad de su política de la guerra a la economía, orientación que continuaron sus sucesores.
A Wu le sucedieron su hijo Zhao (86-74 a. C.), en cuyo reinado continuó la supremacía china (y también los problemas que la acuciaban), y Xuan (73-49 a. C.), que consolidó el dominio del Xinjiang o Turquestán oriental, sometiendo el reino tocario de Kutcha, y derrotando definitivamente a los xiongnu, que dejaron de ser un peligro por mucho tiempo. La dinastía decayó durante los reinados de Yuan (48-33 a. C.), Cheng (32-7 a. C.), Ai (6-1 a. C.), Ping (1 a. C.-5) y Ruzi (6-9). Pero, para entonces, el florecimiento del imperio han había venido acompañado del fortalecimiento de los poderes locales, hasta el punto de que llegaron a desafiar al gobierno central y se sucedió un nuevo periodo de desórdenes. En el año 9, Wang Mang usurpó el trono e instauró la dinastía Xin, lo que supuso el fin de la dinastía Han occidental.
LA CHINA HAN Y EL IMPERIO ROMANO
Sería correcto afirmar que los imperios han y romano, contemporáneos, eran los mayores que existían en ese momento en el mundo conocido. Pese a que no hubo relación directa entre ambos, cada uno fue consciente de la existencia del otro y existió un vínculo comercial a través de imperios intermedios de Asia central, como Partia. Pero era un intercambio bastante desigual: China exportaba especias, telas y, principalmente, seda, mientras que el Imperio Romano únicamente podía ofrecer a cambio oro y plata, puesto que no poseía otras manufacturas de interés para los asiáticos. Uno de los pocos contactos directos registrados entre ambos imperios quedó reflejado en el Hou Hanshu (Historia de la dinastía Han), en que se narra la llegada de una embajada romana enviada en el año 166 por el emperador Marco Aurelio. La misión diplomática habría llegado desde el sur, probablemente por mar, y llevaba como presentes cuernos de rinocerontes, marfil y caparazones de tortugas, que pudo haber adquirido en el Asia meridional. No se descarta que estos representantes romanos fueran más bien comerciantes independientes que se hicieran pasar por representantes oficiales del Imperio para ser mejor recibidos. La misión arribó en el 166 a la capital Luoyang y fue recibida por el emperador Huan. Casi al mismo tiempo y posiblemente a través de esta embajada, los chinos adquirieron un tratado de astronomía romano, a cuyo imperio llamaron Da Qin. Parece ser, sin embargo, que la corte han se mostró bastante decepcionada con los regalos diplomáticos romanos de marfil, cuernos de rinoceronte y caparazones de tortuga, ya que habían esperado presentes más raros y exóticos de tierras tan lejanas.
Pero pudo haber existido un contacto anterior entre ambos imperios, aunque no de carácter diplomático precisamente. Nos remontamos al año 53 a. C., en el que las tropas romanas de Licinio Craso, uno de los triunviros junto a Julio César y Pompeyo (en total, un formidable ejército bien entrenado y pertrechado formado por siete legiones, cuatro mil arqueros y cuatro mil jinetes galos, con un contingente total de unos 45.000 hombres), sufrieron una aplastante derrota a manos de los partos (imperio que abarcaba los actuales Irán, Irak y parte de Turquía) en la batalla de Carrhae. Dicha derrota fue desastrosa para Roma, que dejó en el campo a veinte mil soldados muertos (incluyendo al propio Craso) y más de diez mil prisioneros. De acuerdo a escritos de Plinio y Plutarco, algunos de estos aceptaron unirse al ejército parto para no ser esclavizados o eliminados. Una parte de la legión prisionera fue enviada a Bactria (país al norte del actual Afganistán) a defender los límites del Imperio Parto a orillas del río Oxus (actualmente denominado Amu Dariá) y enfrentarse a los que se considera predecesores de los hunos que habitaban en las cercanías. A partir de entonces se pierde la pista de esta legión, y así, en el año 20 a. C., cuando se firma la paz entre una Roma victoriosa y el Imperio Parto, estos prisioneros no pueden ser devueltos a Roma pues se ignora su paradero.
Pero una posible pista acerca de esta «legión perdida» se data en el año 36 a. C., diecisiete años después de la batalla de Carrhae. Ese año, el general chino Gan Yanshou emprendió una campaña contra los fronterizos xiongnu en la región occidental de Xinjiang. El historiador Ban Gu narra el encuentro de este ejército con unos extraños y desconocidos soldados veteranos, que construían fortalezas de empalizadas cuadradas y luchaban protegidos por escudos y en formación que, textualmente, recordaba a las escamas de un pez, tal como lo hacían las legiones romanas. Una vez derrotados por el general chino en Zhi Zhi, en premio a su valor en combate, se permitió sobrevivir a entre mil y mil quinientos de aquellos soldados, que fueron enviados a suelo chino, a la provincia de Gansu, cerca del Desierto de Gobi, donde fundaron la aldea de Lijian (topónimo seguramente derivado de la palabra latina «legión»). Algunos creen que los descendientes de este contingente fueron derrotados y arrasados en el siglo VIII por tropas tibetanas, por entonces unos temidos mercenarios, pero los estudios genéticos hechos en Lijian dan pie a pensar otra cosa. Por un lado, hay diferencias físicas muy importantes entre los nativos de la zona y el resto de los chinos; se ha comprobado que un 46% de sus habitantes tienen rasgos claramente europeos: ojos azules y verdes, pelo rizado y/o de color castaño, y hasta nariz aguileña; hace años se encontraron en torno a cien esqueletos de hace más de mil años con una altura promedio superior a los 180 cm. Y, por otro, si se buscan pruebas arqueológicas, en Lijian quedan los restos de una fortaleza que, según los nativos, hasta hace poco más de treinta años medía más de 100 m de longitud y varios de altura. También se han encontrado otros reveladores restos, como una gran piedra cúbica que alberga misteriosos restos de estilo occidental.
Si bien es cierto que muchos de estos argumentos pueden ser rebatidos y explicados por otras causalidades, la combinación de todos ellos conforma una teoría apasionante. Esta hipótesis empezó a abrirse paso en medios académicos en 1955, cuando el sinólogo estadounidense Homer H. Dubs descubrió el perfecto encaje de los datos de Plutarco y Plinio con las crónicas históricas de la dinastía Han. Poco después se tuvo conocimiento del remoto poblado de Zhelaizhai, en la provincia de Gansu, que bien pudiera tratarse del punto final de la aventura de los legionarios de Craso. Desde entonces, los análisis de ADN realizados por la Universidad de Lanzhou confirman que un 46% de los habitantes de Zhelaizhai, entre los que hay ciudadanos pelirrojos y de nariz aguileña, muestran una curiosa afinidad genética con poblaciones europeas.
EL INTERREGNO DE WANG MANG: LA DINASTÍA XIN
Durante este periodo de desórdenes, el año 8 d. C., un regente ambicioso, Wang Mang (45 a. C.-23), nacido en una familia emparentada con la casa imperial de los Han y considerado el máximo usurpador en la tradición histórica china, se hizo con el trono. Tras haber ocupado puestos de relevancia en la administración imperial, consiguió convertirse en regente durante el reinado de dos emperadores niños. En ese momento, Wang Mang promovió la idea de que la dinastía Han había perdido el Mandato Celestial (esto es, la legitimidad para gobernar) y, en el año 9, envenenó al emperador y se hizo proclamar nuevo emperador, fundando la dinastía Xin («nueva»), que los historiadores posteriores no reconocerían.
Sin embargo, sobre el papel, las intenciones de Wang Mang no eran malas. Al principio, intentó revitalizar el gobierno imperial y mitigar la deplorable situación de los campesinos. Actuó contra los grandes estados exentos de impuestos al nacionalizar toda la tierra y redistribuirla entre los verdaderos cultivadores; abolió la esclavitud, y reforzó los monopolios imperiales sobre la sal, el hierro y la acuñación de moneda, además de crear otros nuevos. El estado pasó a fijar los precios de los bienes de consumo para proteger a los campesinos de los comerciantes sin escrúpulos y proporcionó préstamos a bajo interés a los que necesitaban capital para comenzar empresas productivas. Sin embargo, la resistencia de las poderosas clases terratenientes fue tan frontal (y peligrosa) que Wang Mang se vio obligado a revocar su legislación sobre la propiedad de la tierra. La crisis agraria se intensificó y la situación empeoró con la ruptura de los grandes sistemas de control del agua del norte de China, que habían sido descuidados por un gobierno debilitado fiscalmente.
Con todo, su excesivamente ambicioso programa de reformas que lo había enfrentado irremediablemente con los terratenientes logró al mismo tiempo que los campesinos se decepcionaron ante su incapacidad para impulsarlo y ponerlo en práctica, por lo que finalmente se rebelaron. El fracaso de las reformas y la conjunción de diversas catástrofes naturales, como el cambio de curso del río Amarillo (interpretado popularmente como un signo inequívoco de que los dioses no eran favorables al usurpador), provocaron un descontento social que se manifestó en forma de rebeliones armadas.
En el año 17 surgió en Shandong, tras varias desastrosas inundaciones del río Amarillo, un grupo rebelde que se identificaba por sus caras pintadas de rojo (de ahí su denominación de «Cejas Rojas») y la adopción de ciertos símbolos religiosos, una práctica que se repetiría posteriormente entre todos los campesinos que se rebelaban en tiempos difíciles. Su organización no era muy estricta, pues carecía de base ideológica o religiosa, habiendo surgido espontáneamente a causa de una situación desesperada. Sin embargo tuvo éxito, extendiéndose hacia el oeste por toda la cuenca del río Amarillo y derrotando finalmente a las fuerzas gubernamentales enviadas para combatirles. Muy pronto, las grandes familias terratenientes se unieron a ellos y se apropiaron del movimiento popular.
En el año 22 estalló otra rebelión de grandes proporciones en la prefectura de Nanyang (norte de Hubei y sur de Henan), encabezada por una línea colateral de la casa imperial han, que vio una circunstancia favorable para recuperar el poder y, apoyada por los terratenientes y los mercaderes. Las fuerzas de Wang Mang fueron derrotadas por las del general Liu Xiu, lo que permitió que los rebeldes destruyeran la corte de Changan y que el considerado usurpador fuera muerto en el año 23, mientras defendía a espada su trono.
Tras dos años de caos (en que surgieron dos pretendientes al trono vacante: Liu Hiuan, derrotado y muerto por los Cejas Rojas; y el general Liu Xiu, que demostró gran energía), en el año 25 se restauró en la persona del segundo, con el nombre de Guangwu (25-57), la dinastía Han, que desde entonces pasó a llamarse Han Oriental, ya que su capital se estableció en Luoyang, ciudad situada al este de Changan, en Henan.
LA DINASTÍA HAN ORIENTAL
En el año 25 de nuestra Era, el general rebelde Liu Xiu fue nombrado, pues, emperador y consiguió reestablecer la dinastía Han, que gobernaría durante otros dos siglos. Liu Xiu era miembro de la casa de los Han, de la poderosa familia Liu, y se llamó a sí mismo Guang Wu Ti, el «brillante Emperador Marcial». Gobernó entre los años 25 y 57, inaugurando un periodo durante el cual se intentó infructuosamente restaurar la antigua gloria de los Han Occidentales, pero en el que solo se consiguió recuperar territorios perdidos. En el orden interno, Guangwu reformó el viejo sistema burocrático con el fin de hacerlo más equilibrado y tomó medidas para que el pueblo pudiera volver a vivir en un clima de paz y estabilidad, objetivos que, al menos parcialmente, consiguió. De esa forma, tras su reinado y el de los emperadores Ming (58-75) y Zhang (76-88), periodo conocido en su conjunto como «Reforma del emperador Guangwu», la dinastía Han Oriental había recobrado el antiguo esplendor de su predecesora occidental. En conjunto, este fue uno de los periodos más prósperos de la dinastía Han, durante el cual no hubo revueltas importantes, ni dentro de China ni con los xiongnu de las fronteras del norte. El comercio floreció y la Ruta de la Seda se convirtió en una de las vías más importantes para el comercio exterior. En el año 105, un funcionario imperial llamado Cai Lun inventó la técnica para hacer papel de gran calidad. Zhang Heng, inventor de la esfera armilar y el sismógrafo, fue el más distinguido de los muchos sabios de aquellos tiempos, entre los que también sobresalió Hua Tuo, médico que por primera vez en la historia aplicó anestesia en una operación quirúrgica.
Durante las revueltas de comienzos del siglo I, China había perdido sus posesiones exteriores, especialmente la región de Tonkín y, tras una serie de campañas, se pudo restablecer la soberanía china en todo el Extremo Oriente. Fue también la época de Ban Chao (también conocido como Zongsheng), general y diplomático que venció a los xiongnu cerca del lago Barkul y firmó con ellos un tratado de paz que apaciguó esa frontera noroeste. Se establecieron colonias militares y se sometió la región de los oasis de Turfán y Kucheng y toda la meseta del Tarim. Aplacados estos confines, el general dirigió un ejército de cerca de setenta mil hombres hasta las fronteras europeas, de donde regresó en el año 101 con noticias del Imperio Romano. La actividad de Ban Chao en Occidente se desarrolló a lo largo de treinta años, manteniendo el dominio chino hasta los confines de los partos, muchas veces en contra de la corte, dispuesta a ceder ante cualquier dificultad. A su muerte, su hijo Ban Yong continuó su labor, que culminó entre el 123 y el 127.
Entre otras muchas cosas, la apertura de las comunicaciones hacia Occidente permitió la entrada en China del budismo, procedente de la India. Esta nueva religión fue aceptada por su carácter universalista, especialmente en las áreas que habían tenido dificultades para asimilar las doctrinas confucionistas, aunque siempre con ciertas reticencias respecto a algunos puntos concretos de su doctrina, como la reencarnación y el nirvana, o a costumbres como el celibato y la existencia de religiosos mendicantes, algo contrario a las tradiciones chinas. Dado el connatural carácter proselitista de este dogma, pronto se comenzaron a traducir los textos del budismo bajo el patrocinio imperial. Con el tiempo, el budismo llegó a convertirse en la actividad filosófica y religiosa dominante, a pesar de la importancia y mantenimiento de algunos de los preceptos y cánones confucionistas, como los temarios de exámenes para los funcionarios del servicio civil.
En el orden general, a pesar de estos éxitos, la debilidad administrativa y la ineficacia lastraron la dinastía Han Oriental desde sus inicios. Al igual que bajo los Han Occidentales, el gobierno central entró en decadencia, al ser elegidos familiares maternos incompetentes en representación de los emperadores infantiles. Han Oriental fue un país de enorme inquietud social. Todas las medidas adoptadas fracasaron ante la formación de grandes latifundios que depauperaron a gran parte de la población. Guangwu había dado grandes feudos a sus partidarios durante la guerra civil que lo elevó al trono. Estos señores engrosaron el número de parásitos en torno al trono imperial. Los letrados, dedicados a tareas administrativas, sufrieron la influencia de los cortesanos y acabaron por organizarse en ligas para defender sus derechos.
En su lucha contra la feroz naturaleza, la dinastía Han Oriental dio un gran paso al poner en acción el «detector de terremotos» (como el de la foto) inventado en el año 132 a. C., entre otras diversas cosas, por el científico Zhang Heng (78-139).
Asimismo, el periodo de los Han Orientales estuvo particularmente plagado de conflictos causados por los eunucos, hombres castrados que se reclutaban entre las clases bajas para servir como guardianes del harén imperial. Provenientes de estratos pobres y con escasa educación, se volvían agresivamente ambiciosos una vez que entraban en contacto con el poder, de tal manera que hacia el fin de la era de los Han Orientales se generaron largas y destructivas luchas por el poder entre los eunucos provinciales y los funcionarios y terratenientes. Con la ayuda de los eunucos de la corte, los emperadores posteriores consiguieron deshacerse de ellos, pero solo a costa de conceder una responsabilidad igualmente grande a los propios eunucos cortesanos. Como resultado de todo ello, el gobierno de nuevo estuvo dividido en facciones. Entre los años 168 y 170 el conflicto entre los eunucos y los burócratas tomó especial virulencia. Además, las intrigas cortesanas condujeron a luchas entre familias, como ocurrió con los Teu y los Teng durante el reinado de He (89-105); al imponerse la segunda, detentó el poder durante los reinados de Shang (106) y An (106-125). Finalmente, Shun (125-144), Shao (188) y Xian (189-220) precipitaron la decadencia de la dinastía.
En la segunda fase de la dinastía Han, la oriental, se sucedieron una serie de emperadores incompetentes, cuando no corruptos. Uno de ellos fue Shu (115-144), que unía su débil carácter con su afición por la superchería. Este grabado de la época le muestra dirigiendo en el palacio imperial una ceremonia de adivinación.
Por otra parte, la progresiva acumulación de poder por parte de los terratenientes y la presión cada vez mayor sobre los campesinos comenzaron a provocar nuevas rebeliones a medida que se iba acentuando la crisis agraria. Las desastrosas inundaciones del río Amarillo de la década de 170 no hicieron más que empeorar esta situación. La pérdida de las cosechas creó periodos de hambruna que alimentaron las rebeliones.
La más importante de todas ellas fue la llamada de «Los Turbantes Amarillos», grupo taoísta localizado en las planicies del norte de China, la principal zona agraria del país, que asoló Shandong y las áreas adyacentes, mientras los emperadores vivían prácticamente prisioneros de los eunucos. Esta rebelión fue liderada por Zhang Jiao y sus dos hermanos, que defendían las doctrinas taoístas de igualdad de derechos y redistribución de tierras. Pese a la muerte de los tres hermanos, las rebeliones continuaron. En el año 215 fue sofocada otra rebelión taoísta dirigida por la Sociedad de los Cinco Celemines de Arroz de Sichuán. Como resultado de esas y otras rebeliones populares, distintos generales fueron alzándose en armas, destruyeron la capital y se convirtieron, uno tras otro, en efímeros dictadores. Con todo, el poder de los emperadores se hizo cada vez menos influyente en favor de los estamentos militares, que gobernaban, de hecho, el país. El último emperador han fue Xian (189-220), un gobernante títere colocado en el poder por un comandante del ejército, que reinó más de treinta años pero sin ejercer control real alguno.
A partir del año 196, y en solo ocho años (como veremos con mayor detalle en el siguiente capítulo), el general Cao Cao implantó su dictadura en el norte. A su muerte, su hijo, Cao Pi, depuso al débil emperador y estableció el reino de Wei. Con ello llegó a su fin el periodo de los Han Orientales y el imperio se dividió en tres reinos: Wei, Shu-Han y Wu, que pronto entraron en lucha entre sí. Así, China dejó de estar unida en un solo estado hasta que fuera reunificada de nuevo por la dinastía Sui. Pero eso sería 370 años después. De momento, el largo periodo de desunión daría lugar a una vorágine de estados, hegemonías y juegos de poder, al que dedicaremos el capítulo siguiente, y que, a escala histórica, tuvo como consecuencia la definitiva incorporación a China de territorios fronterizos hasta entonces al margen y, por tanto, la configuración de un país inmenso muy parecido ya al actual.