III

EMERGENCIA DEL GÉNERO HOMO

Empujamos nuevamente con fuerza, levantamos esta tapa con los hombros. Así llegaremos arriba, donde todo cederá ante nosotros.

GOETHE. Fausto

Según consenso de los investigadores que se ocupan de la evolución humana, en el Plioceno africano, hace ahora entre 5 y 1,8 millones de años, existieron, evidentemente no todos al mismo tiempo, tres géneros de homínidos: Australopithecus (amanensis, afarensis, africanus, garhi, posiblemente bahrelghazalensis), Paranthropus (aethiopicus, robustas, boisei) y Homo (habilis y rudolfensis). Se acepta como fecha segura de la emergencia del género Homo el final del Plioceno, hace aproximadamente 2,4 millones de años, a pesar de que no se hayan hallado restos esqueléticos susceptibles de ser atribuidos con total seguridad a Homo anteriores al período comprendido entre 2 y 1,8 millones de años atrás.

El primer problema con el que tropezamos los investigadores es cómo atribuir al género Homo unos restos de homínido pliocénico. Normalmente se utilizan como criterios la medida reducida de los caninos y un aumento notorio en la capacidad cerebral para establecer la línea divisoria entre Homo y otros géneros. Se trata de consideraciones de tipo biológico tomadas a partir de rasgos morfológicos del esqueleto. Existe además un rasgo que nos ha servido siempre para atribuir unos restos esqueléticos al género Homo: la presencia de industria lírica. La denominación de Homo faber o «constructor» ha estado siempre presente en la distinción entre homínido humano, del género Homo, y homínido paran tropo o australopitécido, es decir, no humano. Engels ya escribió: «Jamás un mono, por hábil que fuera, ha fabricado un cuchillo, por tosco que fuera». Asociamos, así, la facultad de transformar el entorno mediante la técnica exclusivamente a los homínidos el género Homo. Esta concepción ha estado y sigue estando en la base del pensamiento de todos los científicos que nos ocupamos de la evolución humana.

Con relación a esta asociación, conviene recordar que en el año 1959 M. D. Leakey encontró, en FLK-uno de los yacimientos de la garganta de Oiduvai, en Tanzania—, un cráneo y otros restos de un homínido al que llamaron Zinjanthropus boisei, denominado en la actualidad Paranthropus boisei. En aquel mismo nivel se hallaron numerosos instrumentos líticos. La asociación entre un homínido y objetos de uso en un mismo nivel ha sido siempre considerado como un dato suficiente para argumentar que la especie en cuestión es la responsable de la producción de esa industria. En este caso en concreto, al contrario, se plantea la posibilidad de que no sea así, lo cual constituye un problema para la investigación. Más grave aún porque los restos de los primeros sistemas técnicos datan de hace 2,5 millones de años, más antiguos que los restos claramente atribuidos al género Homo. A pesar de todo, se sigue creyendo que es posible que Homo ya existiera en esa fecha. Evidentemente, si tomáramos en consideración la posibilidad de que un parántropo hubiera sido capaz de fabricar instrumental, la definición de Homo sería menos exclusivista.

Al hablar de la emergencia del género Homo, debemos especificar qué queremos decir exactamente. Desde nuestra perspectiva, el género Homo acaba constituyendo un caso singular debido a una serie de adquisiciones que lo fueron separando de sus congéneres. Es posible que los parántropos hubieran fabricado instrumentos, tal como hemos señalado; quizá otros primates, en momentos determinados, desarrollaran el bipedismo e incluso otras características similares a las humanas. Pero existe una diferencia fundamental respecto al género Homo: en nuestro caso, las adquisiciones son sistemáticas, numerosas e interactivas. Entre los parántropos, la capacidad de producir instrumentos no llega a adquirir el patrón y la independencia que, rápidamente, adquiere en el género Homo. ¿Fue ésa la causa de su desaparición o, como ya hemos señalado, lo fue su dieta menos omnívora? ¿O quizá su desaparición pueda relacionarse con la ausencia de sistematización en la producción instrumental, lo que los convirtió en menos competitivos ante los cambios ecológicos? Eso siempre que aceptemos como válido que realmente hubieran producido instrumentos de piedra. En nuestro caso, en cambio, las adquisiciones sucesivas nos han permitido ser más competitivos y han favorecido nuestra adaptación por todo el planeta, así como nuestra posición en el vértice de la cadena trófica.

Podemos asegurar, por lo tanto, que el crecimiento y la progresiva complejidad del cerebro y, como consecuencia, la producción y utilización de instrumentos y el cambio en la organización social y en el control del sistema ecológico constituyen el conjunto de factores que nos han hecho humanos. Nuestro éxito evolutivo, nuestra ubicuidad y nuestra capacidad de transformar el medio ambiente nos han permitido emerger como género. Y

las distintas especies de Homo (habilis, ergaster, erectus...) mantuvieron las características básicas: ser omnívoros, cazadores-recolectores con un cerebro grande y tener la capacidad de usar instrumentos para realizar labores que no pueden llevarse a cabo sólo con las manos.

El azar nos favoreció, entre todos los primates, dotándonos con rasgos adaptativos que fueron básicos para permitir, a través de la selección técnica, que nos convirtiéramos en el centro de la evolución. En este capitulo explicaremos con detalle una de las primeras adquisiciones que generalmente se vinculan a la emergencia del género Homo: el crecimiento cerebral aparecido paralelamente a los sistemas técnicos. Previamente a estas adquisiciones sólo se había manifestado el bipedismo, característica común a todos los homínidos. Las que ahora presentamos, en cambio, se asocian como conjunto a nuestro género, que inició un aprovechamiento máximo de su nueva posición en el entorno, también nuevo, de la sabana africana. La adaptación continuada, junto con otras adquisiciones, situó a nuestro género en una posición inmejorable. Como ya hemos afirmado repetidamente, en un principio todas las adquisiciones mejoran y amplían la variedad de fuentes de alimentación posibles: los instrumentos, el fuego, la optimización de las técnicas de caza... amplían el espectro alimentario. Después, con el advenimiento y el desarrollo del simbolismo y su rápida intervención sobre las nuevas adquisiciones que el género va incorporando, éstas asumen una dimensión inédita.

Empezaremos la discusión con las cuestiones biológicas, exponiendo las diferencias entre la configuración de nuestro cerebro y cómo era el de Homo habilis en comparación con el de un australopitécido. En capítulos posteriores examinaremos el resto de las adaptaciones. Antes queremos comentar una polémica que viene de antiguo y que ha vuelto a ponerse de actualidad hace algunos meses. Los fósiles de Homo habilis que se han ido encontrando a lo largo de los últimos veinticinco años han generado frecuentes discusiones por cuanto, a pesar del claro aumento del cerebro que presentan, todo el macizo facial y la dentición revelan rasgos muy arcaicos. Por este motivo a menudo se han alzado voces en contra de su inclusión dentro del género humano. En un artículo de 1999, Wood y Collard han retomado la controversia arguyendo de forma contundente en esa línea.

Si estuvieran en lo cierto, eso supondría un problema evidente: el inicio de un crecimiento significativo del cerebro y la aparición de los primeros sistemas técnicos deberían atribuirse al género Australopithecus% en lugar de al género Horno; ello exigiría una readaptación de las hipótesis sobre el papel desempeñado por las adquisiciones en el proceso de la evolución humana.

Por el momento, y hasta que los especialistas lleguen a un acuerdo, seguiremos tratando a estas especies como pertenecientes al género Homo.

EL CRECIMIENTO DEL CEREBRO

Como todos sabemos, el cerebro es un órgano de extraordinaria importancia; de hecho, todas las funciones de nuestro cuerpo dependen de él: las vegetativas o vitales y las que llamamos superiores. La cuestión es que entre los homínidos las funciones superiores son igualmente funciones vitales: tan importante es comer y crecer como adquirir el lenguaje y un sistema simbólico y unas habilidades técnicas. Lo que intentamos demostrar aquí es que, precisamente, nuestra supervivencia se debe a las adaptaciones que hemos ido incorporando a lo largo de nuestra evolución. Y que son justamente las capacidades que emergen del lenguaje y la técnica las que han hecho posible ese éxito.

Los homínidos somos uno de los grupos entre los que el cerebro ha crecido con mayor rapidez: hace 2,4 millones de años la especie Homo habilis tema una capacidad craneal de 750 cm3; los humanos actuales tenemos una media cercana a los 1400 cm3, ¡el doble! El sentido común establece una relación proporcional entre la ampliación del cerebro y la inteligencia, como un hecho general. Algunos autores, entre los que destaca Terrence W. Deacon, consideran que lo que produce el crecimiento de este órgano no es un aumento generalizado de la inteligencia en abstracto, sino la adaptación del cerebro al lenguaje, la evolución conjunta de ambos.

EL CEREBRO, FICHA TÉCNICA

El cerebro de un humano adulto normal, actualmente, oscila entre 1.000 y

40.0 cm3, con una media de 1.330 cm3. Traducido en gramos, si calculamos que un centímetro cúbico equivale a un gramo, el peso medio de un cerebro humano actual sería de 1.330 gramos. Es preferible usar la medida de peso, ya que con ella podemos calcular la relación entre el cerebro y el peso corporal usando el mismo patrón. La diferencia en el peso corporal general entre varón y mujer motiva que también exista una cierta diferencia respecto al peso del cerebro, diferencia relacionable únicamente con ese factor.

Sus dimensiones indican que, a pesar de la alta estima en que lo tenemos, el cerebro únicamente representa el 2 por 100 del peso de nuestro cuerpo. Eso sí, consume el 20 por 100 de la energía de nuestro metabolismo. Contiene aproximadamente 10.000 millones de neuronas, cada una de las cuales está conectada sinápticamente con otras.

Los datos que acabamos de ofrecer corresponden al cerebro de primate más grande que jamás ha existido. De cualquier forma, su estructura básica es la misma que la de todos los primates, compuestas por neuronas con arquitecturas celulares idénticas. Aunque la organización básica sea compartida por el resto de primates, debemos considerar el cerebro humano como único por las funciones de control que cumple respecto a las adaptaciones humanas, absolutamente peculiares: comunicación simbólica, habla y producción de instrumentos.

No resulta fácil, por consiguiente, establecer las diferencias respecto a los otros cerebros, pero al menos existen tres que son muy claras: su dimensión respecto al cuerpo, la asimetría de los dos hemisferios, en la que predomina el izquierdo, y la reducción del aparato olfativo. Por todas estas razones disponemos de mayores conocimientos sobre la singularidad funcional del cerebro que sobre su singularidad estructural.

ESTRUCTURA DEL CEREBRO Y CAPACIDADES

Deacon apunta diferentes hipótesis que intentan explicar el nacimiento de las habilidades extraordinarias que desarrollamos como humanos: la expansión del cerebro incrementa la inteligencia y la memoria, lo que nos permite aprender reglas complicadas como la producción de instrumentos y el lenguaje; la adición de estructuras cerebrales permite funciones nuevas como las habilidades lingüísticas especializadas; la reorganización de las conexiones en las estructuras cerebrales preexistentes hace que sea posible usarlas en nuevas funciones, y los cambios en las dimensiones relativas de diferentes áreas cerebrales.

La primera de estas hipótesis es la que se basa en la noción de sentido común según la cual el crecimiento del cerebro indica una mayor inteligencia. Sin embargo, desde siempre, este criterio cuantitativo ha escondido una indefinición del concepto de inteligencia. Y lo que es aún más grave: ignora que las dimensiones del cráneo y del cerebro no guardan necesariamente

una relación directa con las capacidades. Los diferentes parámetros usados a este respecto han ido cayendo en desuso porque resultan inapropiados.

Basarse en la medida absoluta es una falacia, como lo demuestra el hecho de que el cerebro de una ballena es, por supuesto, mayor que el nuestro. Por lo tanto, es imprescindible establecer otro índice que respete un hecho esencial y obvio: el tamaño del cuerpo; porque puede ser que una mayor cantidad de masa cerebral signifique que las necesidades básicas de un animal grande exigen también más neuronas. Además existen animales de pequeño tamaño cuyo cerebro es más denso, con más neuronas comprendidas en un espacio menor.

A esa necesidad responde la creación del cociente de cefalización, que tiene en cuenta las diferencias en el ritmo de crecimiento de cerebro y cuerpo y que, sobre todo, realiza las comparaciones entre animales que pertenecen a los mismos grupos zoológicos o, en general, entre grupos, pero nunca entre especies incluidas en grupos diferentes. Si comparamos dos especies de mamíferos, tenemos que trasladar la relación que presentan entre las dimensiones de cuerpo y cerebro sobre la línea de regresión que señala la media de los mamíferos. Si se encuentran significativamente por encima o por debajo, podemos asegurar que dichas especies tienen cocientes de cefalización diferentes. Según este índice, los mamíferos poseen un nivel de cefalización mayor que los peces, los primates y los delfines mayor que el resto de mamíferos y, entre todos ellos, los humanos somos los que presentamos el máximo: tenemos un cerebro tres veces mayor de lo que resultaría previsible en un simio de nuestras dimensiones.

MEDIS LA INTELIGENCIA, UN INTENTO POR MARCAR DIFERENCIAS Y ORIGINAR DESIGUALDADES

La inteligencia se ha querido medir usando procedimientos distintos, el primero basándose sencillamente en la capacidad cerebral. El darwinismo social se ha nutrido, en buena parte, de estas ideas, ya que se basa en la creencia, muy extendida, de que la teoría de la lucha por la supervivencia puede aplicarse a las relaciones sociales. Así, ciertas clases y grupos sociales estarían más depauperados a causa de su falta de éxito. La consecuencia es lógica: es un hecho inevitable contra el cual no se puede luchar, porque forma parte de un orden perfectamente natural. Y no sólo se ha aplicado a las relaciones entre clases sociales, también a las relaciones entre hombres y mujeres y entre razas distintas. Las ideologías que hacen apología del darwinismo social son numerosas y todas justifican la desigualdad y fomentan el odio entre grupos.

En el mismo momento en que escribimos este texto, está teniendo lugar, en los Estados Unidos de América, una agria disputa entre grupos religiosos integristas que anatemizan la teoría de la evolución darwinista y los científicos que la consideran la mejor propuesta teórica para explicar la diversidad actual y la existencia de los fósiles. Por supuesto, sus detractores aseguran que no se trata de una teoría realmente científica, aunque los argumentos que ellos le oponen son de tipo metafísico y carentes de toda lógica. Los darwinistas sociales y los antievolucionistas son grupos muy proclives a mantener y fomentar las mismas diferencias y desigualdades. Ambos grupos vienen a defender lo mismo, a pesar de que unos rechacen la evolución y los otros no. Resulta difícil pronunciarse acerca de cuál de las dos ideologías, aparentemente opuestas pero en realidad complementarias, es más disparatada.

HISTORIA DEL CRECIMIENTO CEREBRAL

En el proceso de evolución de nuestro género parece que hay dos momentos de crecimiento cerebral destacable. El primero tuvo lugar en el origen mismo del género Homo (ya vimos que lo definíamos especialmente por este rasgo). Homo habilis consiguió llegar a los 750 cm3 de capacidad craneana, mientras que la media de los australopitecos era de 450 cm3. El segundo episodio se produjo entre las especies más recientes, en el último medio millón de años, periodo durante el que se han superado ampliamente los 1.000 cm3, llegando entre los Neandertales y en nosotros al valor máximo, próximo al litro y medio de capacidad media.

Algunos autores como Deacon rechazan la existencia de estos dos hitos clave en la evolución del cerebro y sostienen que el crecimiento fue continuo y gradual aduciendo el argumento de que, según ellos, los valores individuales se solapan de especie en especie. No obstante, parece más clara y es más comúnmente aceptada la hipótesis de los dos grandes saltos. La cefalización superó el nivel común a los grandes simios hace dos millones de años, con H. habilis. Y continuó a un ritmo de crecimiento menor, sin que se registrara un incremento significativo en el peso del cuerpo hasta hace 0,4 millones de años, cuando los homínidos ganaron en altura y corpulencia. Así hasta llegar a nuestra especie, en la que el cerebro ha crecido especialmente sin paralelo con el crecimiento de nuestro cuerpo. De no haber sido así ahora mediríamos 3,1 m y pesaríamos 450 kg.

Deacon señala también una última e interesante conclusión respecto al crecimiento cerebral al conectarlo con el bipedismo', la adaptación previa. Según él, ésta contribuye a la modificación de la morfología y de la estructura del cerebro al causar el desplazamiento de alguna de sus áreas debido a la remodelación general: la médula se sitúa en una posición más vertical, desciende la localización del cerebelo respecto a los lóbulos occipitales y algunas de las áreas visuales se desplazan hacia la zona posterior del cráneo.

ONTOGENIA DEL CRECIMIENTO

Uno de los hechos que resultan más alterados por la presencia de un cerebro de gran tamaño es todo el proceso biológico que comprende la gestación, el parto y la necesidad de una maduración posterior al nacimiento. Todos los primates somos extraordinarios por el hecho de que el cerebro en el feto corresponde a un 12 por 100 del tamaño del cuerpo, lo que constituye un índice significativo sobre la importancia de este órgano en nuestro grupo. Lo que nos diferencia del resto de los primates es que, mientras que entre ellos el ritmo de crecimiento del cerebro disminuye al mismo tiempo que el del cuerpo aumenta con mayor rapidez, entre nosotros los dos ritmos de crecimiento se invierten durante los dos primeros años de vida. Es decir, que el cerebro crece muy rápidamente durante el primer año, mientras que el cuerpo no crece al mismo ritmo. Una vez superada esa edad, el cuerpo empieza a crecer hasta llegar a la proporción adulta entre cuerpo y cerebro.

Podemos decir que la energía inicial, después del nacimiento, se dedica prioritariamente a la maduración cerebral, una asignatura pendiente porque nuestros bebés nacen con el cerebro muy inmaduro. La razón reside en el hecho de que el bipedismo exige una pelvis más estrecha, lo que limita el canal del parto y dificulta el nacimiento. Por todo eso, en lugar de nacer con la cara hacia arriba o hada abajo, nacemos con la cara hacia un lado, y sólo después de haber superado el canal del parto se nos puede modificar la posición de la cabeza. La cabeza deberá efectuar una rotación y por eso necesitamos asistencia en el momento del parto.

Si nuestro cerebro madurara totalmente en el estadio fetal, podríamos decir que el nacimiento, por motivos fisiológicos, resultaría imposible. Este es uno de los mejores ejemplos que demuestran la interconexión entre las diferentes adaptaciones que estamos exponiendo: el bipedismo modifica la forma de la pelvis y el cerebro; el lenguaje y las capacidades simbólicas también modifican el cerebro, su morfología y sus funciones y, finalmente, como resultado de todo este proceso, se requiere una relación interpersonal y social mucho más estrecha para poder hacer frente al esfuerzo que supone el nacimiento. Por supuesto que el periodo de inmadurez de los primeros años de vida exige una estructura social compleja que sea capaz de proteger y adiestrar a los nuevos miembros del grupo. Sin esa estructura, y sin las capacidades simbólicas que la sustentan, no se podría haber superado el reto que plantean la encefalización y el bipedismo.

REORGANIZACIÓN DEL CEREBRO

Cuando una empresa o entidad afronta un objetivo nuevo, el cambio exige un diseño original de las relaciones entre sus miembros y las funciones que desempeñarán a partir de entonces. Probablemente será necesario un cambio en la dirección, con la entrada de especialistas en la materia. A los trabajadores se les asignarán nuevos cometidos en función de sus capacidades. Y, por encima de todo, deberán reducir el tiempo que dedicaban a una finalidad concreta para que puedan desarrollar las nuevas misiones.

Con la adaptación del cerebro debido a su crecimiento y la adquisición de nuevas capacidades cognitivas y simbólicas se produjo, según señaló Deacon en 1997, una reorganización similar de las funciones de las distintas áreas cerebrales. Las hipótesis clásicas daban por sentado que el cerebro había crecido gracias al añadido de nuevas áreas que desarrollaran las capacidades recién adquiridas. Como en un juego de construcción por piezas, encima de la inteligencia básica y general se habrían añadido nuevos módulos. Siguiendo el símil apuntado en el párrafo precedente, podríamos decir que la solución habría consistido en la contratación de nuevo personal. Una segunda visión, también clásica, indicaría que la aparición de nuevas capacidades incrementó la inteligencia general inicial, sin que aparecieran nuevas áreas especializadas en ellas.

Para Deacon, por el contrario, se produjo una reorganización del cerebro que consistió en la asignación de funciones nuevas a áreas y estructuras cerebrales preexistentes. Según él, las áreas que corresponden al control del lenguaje ya se pueden intuir en la morfología del cerebro de cualquier gran simio. Pero en nosotros esas áreas crecen y participan de una forma diferente en las funciones cerebrales generales. En otro lugar ya hemos apuntado la disminución de funciones como el olfato, que resulta perdedor en la nueva reorganización cerebral basada en las capacidades simbólicas, en las cuales ese sentido no participa. La zona que registró un crecimiento más espectacular fue la prefrontal, que aumentó en una proporción del 200 por 100, lugar donde se desarrollan una parte de las funciones relacionadas con el lenguaje. Las partes que tienen que ver con la motricidad también pierden importancia, mientras que la gana el lóbulo temporal, donde se encuentra el área de Wemicke, relacionada con el lenguaje.

Todo el conjunto se reditúa en función de las demandas del lenguaje. Cuando comentemos esta extraordinaria adquisición ya veremos más detenidamente cómo, en realidad, no sólo existen unas áreas concretas implicadas directamente en el control del lenguaje-las áreas de Wemicke y de Broca, las dos principales-sino que además participan en ese proceso un conjunto de conexiones que implican a otras áreas además de las ya citadas clásicamente. Por este motivo Deacon argumenta que la reorganización no afecta únicamente a los lóbulos frontal y temporal, sino a la totalidad del cerebro, que sufre una adaptación general: lo que él denomina «coevolución del cerebro y lenguaje».

LA ADAPTACIÓN PARA LA CONCIENCIA

El tamaño de nuestro cerebro también nos ha hecho humanos. Sin embargo, no es nuestra especie, Homo sapiens, la dotada con un cerebro mayor dentro de nuestro grupo: el del Homo neanderthalensis, el popular Neandertal, era aún mayor, ocupaba 1.600 cm3. Parece lógico pensar que una vez que hemos conseguido un volumen cerebral determinado ya no es necesario un mayor crecimiento para llevar a cabo las funciones que hacen posible la inteligencia. Existe un límite, marcado por la genética y por la misma mecánica estructural de nuestra anatomía, más allá del cual el crecimiento debe detenerse. El aumento del volumen cerebral no constituye una función independiente, ya que el tamaño del cráneo debe guardar proporción con el desarrollo del resto del esqueleto para que el conjunto sea viable. Así hemos visto que ocurría en el proceso de adaptación de las diferentes partes del cuerpo al crecimiento cerebral y con el cambio en la posición de ciertas partes del cuerpo a causa del bipedismo y de la adquisición del lenguaje. Nuestras adquisiciones conforman, como debe ser, un todo armónico. Hay que recordar, por otro lado, que existe una buena parte del cerebro que, según parece, no usamos o infrautilizamos.

El cerebro no es una caja con un contenido genérico e índífirenciado, Está formado por diferentes partes, por áreas especializadas, cuya función se ha ido modificando a tenor de la evolución para adaptarse a la adquisición del lenguaje, según tesis de Deacon, y a la inteligencia operativa, según proponemos nosotros mismos. Como quiera que sea, esa misma estructura modular explica el rápido proceso de aprendizaje de los niños, que no sería posible sin un cerebro «prepreparado». Y esa preadaptación se debe a la especialización de las distintas áreas. No se trata de una teoría sustentada solo por Deacon: el conocido lingüista Noam Chomsky también considera, en una obra publicada en 1998, que el lenguaje es innato, en el sentido de que disponemos de estructuras previas que nos facilitan su aprendizaje. Tuvimos una magnífica oportunidad de discutir las implicaciones de este tema con él cuando, ese mismo año, fue nombrado doctor honoris causa por la Universitat Rovira i Virgili. La manipulación y modificación de objetos son igualmente innatos, tal como indican su aprendizaje y uso en las fases de crecimiento. Todo redunda en la especialización del cerebro.

No obstante, lo que juzgamos más relevante de nuestra propuesta es la interconexión que existe entre todas las adaptaciones: todas están relacionadas y el cerebro es la «caja de conexión» más evidente. En los capítulos siguientes veremos cómo la producción de instrumentos, entre otros factores de los que hablamos, afectan al cerebro y cómo incide en el proceso de evolución en general.