EPÍLOGO

LA CIENCIA. CONCEPCIÓN BIOLÓGICA Y NACIMIENTO HISTÓRICO

Tampoco en el ámbito de la ciencia se puede saber nada en realidad; siempre ha de ser así.

Goethe, Máximas y reflexiona

En muchos puntos de este trabajo hemos insistido en que la actividad de investigación y de comunicación que estamos desarrollando en él es un producto de la evolución y una función de las adquisiciones que hemos ido presentando. La interrelación entre la manipulación de objetos como actividad cotidiana, la complejidad social creciente y la modificación del cerebro, fruto en conjunto del cambio ecológico, la hacen posible.

Nuestras adaptaciones ancestrales, como animales de talla mediana— pequeña y carentes de defensas naturales fuera del bosque, nos convertían en seres terriblemente indefensos en los espacios abiertos ampliados por el cambio climático. Esta dificultad puede reconocerse en el hecho de que las primeras especies del género Australopithecus no se alejaban demasiado del bosque y, si bien aprovechaban los espacios abiertos, es muy probable que anidaran en los árboles o buscaran cobijo en ellos en situaciones de peligro. Australopithecus amanensis en Kenia y Australopithecus barghazalensis en El Chad han aparecido en entornos boscosos.

La escasa panoplia de objetos de madera y vegetales poco modificados que debían de usar para ampliar, su dieta vegetal y frugívora con alguna aportación proteica y los efectos de un adentramiento progresivo de forma más sistemática en un ambiente difícil y extremadamente diferente tuvieron que crear una fuerte presión para favorecer un desarrollo cerebral que al cabo de dos millones de años resulta bien patente.

Tal desarrollo cerebral actuó en favor de una mayor complejidad en la manipulación de instrumentos y de la formación de áreas en el cerebro especializadas en la formulación simbólica y en la previsión. La previsión tiene un efecto palpable en la interpretación y en el aprovechamiento del entorno, pero la función simbólica, además, podía actuar en el sentido de favorecer las relaciones interpersonales originando formas de colaboración

tales como el hecho de compartir los alimentos. La especialización del cerebro y el lenguaje nacieron en este contexto.

El círculo se cerró con el aprovechamiento de las capacidades simbólicas y del lenguaje para mejorar y especializar los sistemas técnicos. Ambas capacidades conforman las especificidades más indiscutiblemente humanas, las que han incidido más en el medio ambiente y nos han permitido cambiar el sentido de la evolución. Una hija del lenguaje, la ciencia, junto con una hija de los sistemas técnicos líricos, la analítica de laboratorio, nos han conducido a las metas científicas de más actualidad, como la Astrofísica o la Genética. Esta última está concentrando todos sus recursos en conocer nuestro mapa genético para, entre otros propósitos, superar enfermedades hereditarias. Por eso podemos decir que superamos o cambiamos el sentido de la evolución.

Si realizamos el mismo salto en el tiempo que describe S. Kubrick en la escena de 2001 que glosamos en el capítulo sobre el lenguaje, pero en sentido contrario, podemos trasladamos al momento histórico en que surgió lo que ahora llamamos conocimiento científico en la Grecia clásica. La estrategia de investigación que se aplica hoy en día y que nos ha permitido realizar este trabajo tiene un origen histórico que podemos rastrear en cualquier libro que trate el tema. Pero ahora sabemos que en realidad su origen es mucho más remoto. La base biológica y las adquisiciones necesarias para su desarrollo, tales como el lenguaje, proceden de la evolución de nuestro género y de la historia de las adaptaciones sucesivas que la han hecho posible.

Del lenguaje nacen la filosofía, la ciencia, la literatura, la escultura, el cine y todas las artes y actividades intelectuales. También la ideología y la política, que de hecho son herederas de la primera función que muchos especialistas otorgan al lenguaje en sus primeros pasos: la ordenación de las relaciones interpersonales.

La ciencia se basa indudablemente en el lenguaje. Las proposiciones científicas, hipótesis y teorías están construidas siguiendo las normas del lenguaje. No se trata únicamente de que el lenguaje sea su vehículo, sino que, como ha coevolucionado con el cerebro, la estrategia de que se sirve nuestro sistema neuronal para conocer es la misma que usa para el lenguaje. La ciencia se basa asimismo en otras de las adquisiciones que hemos ido describiendo. Hagamos un repaso de las adaptaciones que resultan herramientas necesarias para la ciencia y que hemos ido señalando como adquisiciones evolutivas básicas para nuestro comportamiento específico.

Hemos contabilizado tres herramientas para el conocimiento. La primera de ellas es biológica y está marcada por la evolución y sus leyes: el cerebro y su estructura, que se desarrollan y devienen más complejos y generan las áreas especializadas en el conocimiento. Existe una base física que soporta el conocimiento: las neuronas y las conexiones entre ellas asociadas en áreas definidas del cerebro que permiten la adquisición, la manipulación y la generación de conocimiento.

La segunda, de la que hemos hablado largamente en el capítulo XII de este libro y a la cual nos estamos refiriendo continuamente, es el lenguaje. Esta adquisición nuestra es un producto de la biología, en el sentido de que, como hemos visto, evoluciona y hace evolucionar la anatomía del cerebro y del cráneo para adaptamos más eficazmente a su uso. Según T. Deacon, cerebro y lenguaje coevolucionan en nuestro género. Usamos esta herramienta de enorme potencia prácticamente desde los albores de nuestro género, hace ya 2,5 millones de años, y desde entonces ha cambiado y se ha ampliado de forma extraordinaria. Hemos inventado nuevas formas de lenguaje, de las que hemos examinado una de las más impresionantes: el arte figurativo pleistocénico. En este punto se produce la inflexión a partir de la cual podemos afirmar que todo deja de ser estrictamente biología para pasar a ser historia, creación y desarrollo de aquel cerebro complejo.

El lenguaje es el instrumento intermedio, el puente necesario entre la biología del cerebro y la historicidad de las formas de conocimiento científico que se inician en la Grecia clásica. Sin el lenguaje, la actividad científica y de comunicación entre vosotros, lectores, y nosotros, que ahora concluimos, sencillamente habría sido una utopía. El lenguaje es la forma que toma la conciencia. Y probablemente sea también cierta la sentencia inversa: la conciencia es una forma del lenguaje. Nos cuesta mucho distinguir entre los dos: nacieron juntos y, sin el lenguaje, la conciencia no puede expresarse, no dispone de vehículo para hacerse patente. De aquí que una de las utopías científicas más significativas haya consistido en hacer hablar a los grandes simios para hacer evidente su conciencia. El conocimiento del mundo físico es parte consustancial y demostrativa de la conciencia, como expresión de la complejidad biológica de nuestro cerebro. Por consiguiente, aquí hemos utilizado todas nuestras adaptaciones más complejas, lenguaje y conciencia, para producir conocimiento científico y para transmitirlo.

La tercera herramienta evolucionó en interacción con el lenguaje y con la modificación del cerebro: la tecnología. Evidentemente las técnicas son también un instrumento valiosísimo para la construcción del conocimiento científico. En las últimas décadas la Arqueología y la Paleontología humana

han experimentado un crecimiento extraordinario gracias a la puesta a punto de técnicas muy resolutivas, como las diferentes formas de obtener dataciones numéricas para los yacimientos arqueológicos y los fósiles humanos. Aquello que comenzó con la modificación de pequeños objetos de madera entre los primeros prehumanos y pasó a formas más complejas de explotación de rocas duras para conseguir útiles duraderos y resistentes ha desembocado en un hecho consustancial de nuestra existencia, sin el que hoy en día ni siquiera podríamos salir de casa.

En todos los campos del conocimiento científico, la técnica es imprescindible. Cuando en el siglo xvi se empezaron a abandonar la escolástica y la hermenéutica como fuentes de conocimiento, fue debido, en parte, a la eclosión técnica. La hermenéutica es aquello que hemos visto criticar a J. A. Marina: el conocimiento a través del comentario de textos anteriores, una actividad que, obviamente, es incapaz de generar conocimiento acerca del mundo físico. Los científicos del siglo xvii, como Galileo, retomaron la antiquísima tradición humana de fabricar instrumentos para acercarse a la comprensión del mundo físico y alejarse de las formas medievales de conocimiento. El heredero más aventajado de Galileo es Hubble, que nos muestra los movimientos que tuvieron lugar en el universo hace millones de años.

Hasta aquí hemos expuesto lo que consideramos que forma parte de la «concepción biológica» de la ciencia. En el transcurso de este trabajo hemos revisado los resultados de la ciencia que se ocupa de la evolución humana para explicar el origen de nuestro comportamiento pero también para explicar quiénes son los progenitores de la ciencia y cómo eran antes de que naciera esta criatura. Pasemos ahora a hablar de su nacimiento, tal como hoy se considera que fue.

El nacimiento de la ciencia en un momento histórico y en un lugar geográfico determinados no es finito de la biología, sino que está condicionado por razones históricas. Es el producto intelectual del crecimiento económico de la sociedad helena de hace más de dos mil quinientos años. Ese crecimiento que está en el origen de la colonización del Mediterráneo norte generó un excedente comercial considerable que fue dirigido al enriquecimiento de una aristocracia que así pudo dedicar los beneficios acumulados al engrandecimiento urbanístico de sus ciudades y al sostenimiento de artistas de prestigio. Esa misma clase dominante, parcialmente exonerada de las tareas productivas, concentró esfuerzos y contingentes humanos en la creación de nuevas formas de conocimiento: la Historia, con Herodoto y Tucídides, y la ciencia y la Filosofía con los filósofos presocráticos. Fueron los

primeros en querer conocer, y no se conformaban con las explicaciones mitológicas y legendarias, sino que, bajo la forma del materialismo o del idealismo, propusieron una explicación racional de nuestro mundo. Inventaron una nueva forma de lenguaje, el lenguaje científico.

Ellos crearon la última de las herramientas necesarias para el conocimiento, la única que no es biológica sino histórica, pese a ser un producto a imagen y semejanza de sus padres biológicos, cerebro y lenguaje: la analítica para la recogida de datos de nuestro entorno y la lógica del pensamiento, de la estructuración de los datos empíricos, de la formulación de hipótesis coherentes y fundamentadas y de la contrastación de esas hipótesis. Desde los griegos, el conocimiento se analiza a sí mismo y establece unas normas propias de funcionamiento válido, las normas que gobiernan la ciencia. Aunque ellos no la llamaron así, sino filosofía o amor por el conocimiento.

LAS EDADES DE LA CIENCIA

Puesto que ya hemos hablado bastante de la configuración y las funciones del cerebro y del lenguaje y de su generación, ahora nos concentraremos especialmente en el conocimiento científico que adquirimos: qué normas k› rigen y cómo lo conseguimos. Trazaremos un breve esquema histórico y, finalmente, trataremos de las herramientas básicas de la investigación sobre la evolución humana.

Indudablemente, sin la aparición y la expansión de esta forma de conocimiento tan específica como es la ciencia, seríamos incapaces de contestar a preguntas tan fundamentales como cuál es nuestro origen. Los naturalistas presocráticos fueron los primeros en preguntarse sobre el principio y dotaron de una base filosófica a la Humanidad buscando sus orígenes en los elementos naturales. Para Tales de Mileto se encontraba en el agua; para Heráclito, en el fuego; para Empédocles, los cuatro elementos, tierra, agua, aire y fuego habían engendrado el mundo; para otros los motores de todo eran el odio y el amor, las contradicciones.

Los naturalistas griegos, al inquirir sobre el origen, crearon las bases filosóficas que nos han permitido organizar nuestro pensamiento y aprender a conocer. Y en el mismo mundo helénico que vio nacer la ciencia se inscribe una figura que emprendió la sistematización de todo este campo: formulación de conceptos básicos, herramientas para la observación de los fenómenos y para la contrastación, mecanismos analíticos, funcionamiento de la lógica y estudio profundo de la naturaleza, tanto de la biología como de la física, aplicando los instrumentos que creó... Por supuesto, estamos hablando de Aristóteles, el anima mater de la ciencia, que emprendió una tarea que hoy en día sería imposible.

Ahora bien, el conocimiento no puede quedar reducido a las grandes preguntas seminales, sino que debe haber un conjunto de estrategias de contrastación que deben seguirse para poder ofrecer una explicación coherente y válida. De esta necesidad de asegurar los pasos de la ciencia nace la epistemología, una forma especial de conocimiento de la propia ciencia; es el órgano de control de la ciencia, que le dicta la manera de actuar, de adquirir los datos y de tratarlos para extraer de ellos explicaciones válidas.

La ciencia, para crear conocimiento válido y objetivo, debe garantizar una serie de pruebas y debe proponer unos puntos de partida. En primer lugar, todo aquello que no puede ser contrastado espacial y temporalmente no es científico. En segundo lugar, es importante reproducir experimentalmente, siempre que sea posible, los procesos que se están investigando para poder establecerlas condiciones parámetro que posibilitan o que condicionan el desarrollo que se ha establecido en el fenómeno objeto de estudio. La experimentación requiere asimismo sus propios instrumentos, sin los cuales habría sido imposible la ciencia tal y como la entendemos en la actualidad. En este sentido, la época moderna, del siglo xvi al xix, fue fundamental para el desarrollo del conocimiento empírico y objetivo. Los griegos despreciaron sistemáticamente la ciencia técnica, lo que impidió que el avance que hemos vivido se produjera antes.

Los fundamentos lógicos de la investigación científica se deben a Descartes y a su Discurso del Método, donde se señalan los límites de la ciencia y de todo conocimiento. La famosa sentencia «Cogito, ergo sum» no es únicamente una de las primeras declaraciones sobre la naturaleza humana, que nosotros evidentemente retomamos. Es también una constatación seminal, la única posible. Sólo sabemos que existimos porque pensamos, por la conciencia de nuestra propia existencia. No tenemos ninguna otra constatación de ello. Por ese motivo afirmamos que el lenguaje es consustancial a la conciencia. Pero, como decía acertadamente K. Marx, no es la conciencia la que hace al hombre sino que es el hombre quien construye la conciencia.

Ésa es la idea inicial. A partir de ahí podemos empezar a investigar, sabiendo, empero, que todo cuanto nos rodea se rige por la misma norma: existe porque pensamos. El racionalismo dotó de una fuerza avasalladora a la propia conciencia humana, entendiendo que el conocimiento del mundo pasa por el filtro de nuestras condiciones lógicas.

La ciencia experimental del mismo siglo xvi y del xvii se encargará de otorgar al mundo sensible una realidad propia. A pesar de ello, el racionalismo alecciona y advierte que una cosa es la realidad y otra distinta la explicación lógica que nosotros construimos de ella. Nuestra mente reconstruye, usando sus herramientas, el mundo que la rodea mediante lo que conocemos como hipótesis y teorías. Unas hipótesis y teorías son más válidas y contrastadas que otras, pero todas ellas son ideas sobre el universo, no el universo mismo. Por eso no podemos pretender la consecución de lo que se entiende como la verdad, término desterrado en la ciencia moderna.

La ciencia crea una relación dialéctica entre el universo v las construcciones lógicas que ella misma produce para explicarlo. Se mejora y se profundiza el conocimiento con construcciones nuevas que posteriormente son puestas a prueba mediante la observación del medio, pero la verdad es un ideal y como tal debe quedar. Eso es lo que Descartes enseña con su «Cogito, ergo sum».

El racionalismo de Descartes fijó las bases lógicas y las categorías de pensamiento. Ciento cincuenta años después, Kant explicó cómo es el conocimiento, cómo se articula y cómo se lleva a término. La teoría de la ciencia nace con él.

El siglo xx, además de reconocer las limitaciones y el filtro de las construcciones lógicas de los que hablaban Descartes y Kant, ha añadido a éstas el lenguaje. Después de todo el proceso de evolución, nos hemos dado cuenta de que el lenguaje es un hecho consustancial a nuestras formas específicas de conocimiento.

Nuestra época no ha mejorado únicamente las concepciones sobre la ciencia. Lo principal es que ahora todo es contrastable y que el conocimiento ha registrado un crecimiento exponencial. Dos parámetros deben tenerse en cuenta para explicar esta eclosión. En primer lugar, que mucha más gente está investigando, factor que produce un efecto acumulativo lógico y evidente. En segundo lugar, que la ciencia tiene a su alcance medios e instrumentos que habrían resultado inauditos en cualquier otra época. Como en el origen de la evolución, interactúan sistemas técnicos y lenguaje.

DARWIN DESPUÉS DE DARWIN

Pero, ¿cómo ha intervenido todo este desarrollo de la ciencia en el conocimiento de la evolución humana? En el siglo xix, el racionalismo proporcionó una sólida base estructural a la teoría de la evolución: Darwin v Wallace,

con sus teorías sobre el origen de las especies, rebatieron la procedencia divina de la especie humana y propusieron en su lugar unos orígenes biológicos y más próximos. Después de la publicación del Origen de las especies, de Darwin, nada volvería a ser igual.

El creacionismo es una cosmovisión mitológica y cargada de religiosidad metafísica, del mismo rango que las leyendas que los presocráticos intentaron desterrar del conocimiento hace ya más de dos mil quinientos años. Y había dominado los paradigmas del conocimiento durante muchos siglos de la historia de la Humanidad. La creación, por parte de un Ser Superior, de nuestra especie y de todas las otras existentes era un dogma que nadie se habría atrevido a cuestionar y mucho menos a rebatir. Dios era el centro del universo creado por El y los hombres un producto de su Verdad Divina. La escolástica de la Edad Media europea truncó así lo que debería haber sido la progresión lógica del conocimiento nacido en la época clásica e influyó decisivamente en la Edad Moderna impidiendo, con la colaboración del poder, la investigación. A pesar de todo, en el siglo xvi empezó un cambio imparable con la proposición de la teoría heliocéntrica de Copérnico y los descubrimientos de Galileo. Y más tarde aún fue posible formular y mantener la teoría sobre la evolución gracias, recordémoslo, a la revolución en las ideas que había ido produciéndose en los siglos precedentes y al interés económico general que despertaron los nuevos hitos científicos.

El viaje del Beagle cambió de manera radical la perspectiva de todos aquellos que, en la actualidad, viajamos a nuestros orígenes. Antes, sin embargo, también Ch. Lyell, un geólogo inglés, había formulado su teoría sobre la formación de las capas terrestres y, con sus Principies of Geology, rompía con la teoría catastrofista de Cuvier y abría el camino a una nueva forma de conocimiento donde la estratigrafía y los indicios de cambios en el clima eran usados para diferenciar los sedimentos.

Los siglos xviii y xix fueron los más fructíferos en cuanto a la formulación de las teorías de mayor relevancia de las actuales ciencias de la tierra. Liberada la investigación del lastre que suponían el concepto de un Dios Creador y todas las ideas derivadas de la explicación bíblica, tales como los cataclismos debidos al castigo divino, la ciencia del xix nos legó nuevas concepciones fundamentales: una muestra de ellas es el análisis de la evolución a partir de las nociones de la lucha por la supervivencia y la selección natural.

Todas las corrientes científicas que se desarrollan en el siglo xx están basadas en las concepciones modernas sobre la evolución y la geología. Los avances experimentados desde entonces y que se siguen produciendo habrían sido inconcebibles sin una teoría general previa sobre la evolución. iodo lo debemos a Darwin, Wallace, Linné, Lyell, Lamarck y tantos otros investigadores sin cuyo legado histórico no existiría una disciplina científica que estudie la evolución humana.

La Arqueología y la Paleontología humana modernas comparten un mismo objetivo en la reconstrucción de la evolución biológica de nuestro grupo zoológico desde su bifurcación respecto de los grandes simios, hace unos cinco millones de años. En las cuestiones referentes a la biología se debe tratar el comportamiento influido por la biología misma y regulado por la relación de las poblaciones con el entorno y por los vínculos interpersonales y entre comunidades. El comportamiento se manifiesta en los patrones de asentamiento y de aprovechamiento del espacio, en las estrategias para la consecución de alimentos, en la producción simbólica-cuando existe-y en los sistemas técnicos de producción y utilización de las herramientas.

Los datos sobre los que trabajamos se extraen de los paquetes geológicos que contienen restos fósiles. Esos paquetes a menudo están erosionados o afectados por trabajos actuales, de forma que es posible que alguno de los fósiles salga a la superficie y delate la presencia de un nivel rico en restos. Una vez detectado, se pone en marcha la maquinaria de la excavación arqueológica, un proceso muy complejo actualmente. Requiere una preparación cuidadosa del terreno, que debe ser cuadriculado para poder situar todos los objetos fósiles que aparezcan y reconstruir la posición de cada uno y la asociación que existe entre ellos.

No se excava cualquier tipo de paquete geológico: frecuentemente la erosión y la actividad antrópica han deteriorado tanto los niveles originales que la información se ha perdido irremisiblemente. Resulta imprescindible que el registro cumpla unas condiciones mínimas de conservación para poder extraer de él la información básica. En primer lugar, se debe estar seguro de que todos los restos encontrados corresponden a la misma época geológica y que no existe mezcla de materiales que puedan conducir a conclusiones erróneas. Después, hay que tener presente que sólo los sedimentos originales contienen los datos que nos permiten obtener cronologías radiométricas usando alguna de las técnicas a nuestro alcance. Los restos de polen y de micromamíferos, que nos proporcionan valiosa información sobre el clima y la distribución de la vegetación en el entorno, se encuentran también únicamente en los paquetes no deteriorados.

Existen formas muy diversas de degeneración de un paquete que nos impedirán obtener alguno de los datos que buscamos. Los suelos muy ácidos no conservan los restos óseos y, por lo tanto, perderíamos información para determinar la intencionalidad de la ocupación. Las dataciones sólo pueden efectuarse en condiciones muy concretas y sobre sedimentos que reúnan unas características determinadas. Si un yacimiento no contiene sedimentos datables, no podremos disponer de ese dato y, entonces, deberemos aplicar criterios de datación relativa.

La datación relativa se basa en las leyes estratigráficas que formuló Lyell, según las cuales, en un mismo yacimiento, las capas superiores son más modernas que las inferiores. Para yacimientos próximos entre sí cuyos sedimentos normalmente varían deben establecerse correlaciones estratigráficas buscando en los dos yacimientos que se desean comparar uno o más niveles idénticos.

La estratigrafía recompone los ambientes y procesos que han formado y modificado los paquetes geológicos, hechos que nos informan de los entornos antiguos. Las correlaciones se realizan, pues, entre paquetes o estratos que contienen el mismo tipo de sedimento o el mismo tipo de ambiente o, si se dispone de ella, la misma datación absoluta. Algunas formas de correlación son más ajustadas, como la que ofrece el estudio de los micromamíferos, útil sobre todo cuando las estratigrafías son cercanas en el espacio pero totalmente diferentes en su composición porque los ambientes de formación fueron muy singulares. Eso ocurre continuamente en las cuevas: cada cavidad tiene un registro y una historia particulares y, ya que no es posible relacionarlas entre sí por sus sedimentos, deben relacionarse por la fauna.

La reconstrucción de los ambientes mediante el estudio de los sedimentos, de la fauna y del polen se relaciona con hipótesis universales sobre el clima, formuladas a partir del estudio de los sedimentos marinos. Los sondeos que han permitido establecer los ciclos climáticos globales de la Tierra se han realizado en el Pacífico. Son los que se utilizan en todo el mundo y que nosotros hemos citado en el capítulo dedicado a la ecología y los cambios climáticos que afectaron a los homínidos. Los ciclos climáticos están determinados por la relación entre dos isótopos del oxígeno con comportamientos inversos: el que se deposita mayoritariamente en épocas frías, en una época cálida ve reducida su proporción.

Esta hipótesis es tomada como norma, de manera que cuando tenemos una datación radiométrica, llamada también absoluta, podemos conocer el clima universal del momento e interpretar entonces el registro faunístico y humano. Si en un momento cálido encontramos en latitudes templadas como la nuestra especies animales adaptadas al frío, deberemos proponer una hipótesis en el sentido de que pudo haber un microclima especial en el lugar concreto donde se halla el yacimiento que permitió la supervivencia de especies de otras épocas.

Se procede así porque la ley básica del estudio de las poblaciones biológicas, incluida la nuestra, a partir del planteamiento de Darwin, se refiere a la adaptación a climas y entornos concretos como factor de supervivencia y reproducción. Por consiguiente, si no existe ninguna alteración local o general, los animales están viviendo en los climas y entornos que les son favorables. Debemos tener presente que hay especies algo más generalistas que otras, pero incluso aquéllas encuentran unos límites marcados por sus propias adaptaciones. También podemos obtener de esta forma un dibujo aproximado de cómo era el entorno del asentamiento. Así, en Atapuerca sabemos, debido a la presencia de bóvidos, que el bosque estaba próximo y que el espacio estaba dominado por la llanura abierta dado que las especies animales y vegetales halladas allí se corresponden con ella.

La misma teoría darwiniana nos sirve para estudiar la evolución de nuestra especie. Basándonos en ella podemos afirmar que dos especies que comparten rasgos característicos deben mantener una relación de filiación, siempre que no nos estemos refiriendo a cuestiones muy generalistas. Así, propusimos que Homo antecessor y Homo sapiens teman que estar relacionados porque en los fósiles de la Dolina de Atapuerca correspondientes a la primera especie se identificó la fosa canina en la parte externa del maxilar, característica compartida únicamente por Homo sapiens. Todas las demás especies tienen una cara muy prognata y con pómulos muy sobresalientes, en lugar de deprimidos como los nuestros. También está estipulado que cuando un carácter determinado aparece es imposible que se pierda para luego ser recuperado de nuevo. Resultó que Homo antecessor también presentaba algunos caracteres en su dentición que lo aproximaban a Homo ergaster. los premolares con tres raíces y el cíngulo en los molares. Como su nombre indica, este último rasgo consiste en el crecimiento en forma de anillo que rodea la corona del diente en su parte inferior. De ahí se deriva la complejidad de relaciones de los fósiles de la Dolina.

Finalmente, la interpretación del registro arqueológico como parte de un pasado histórico la abordamos aplicando hipótesis del materialismo dialéctico, según las cuales las presiones para la consecución de alimentos determinan los cambios y las adaptaciones concretas al entorno. Las presiones aludidas vienen determinadas por la existencia de constricciones de tipo natural en el entorno, tales como las modificaciones climáticas o ecológicas que abrieron el paso al proceso de evolución humana, o por constricciones propiamente históricas por la presencia de otros grupos humanos, bien sean de la misma o de distinta especie. Estas complejas relaciones pueden introducir cambios en la forma de los sistemas técnicos de producción y utilización de las herramientas líricas y en los patrones de asentamiento y/o culturales. La presión de una población que contaba con medios más eficaces para controlar el entorno del Rift africano provocó, según nuestras hipótesis, las primeras grandes migraciones fuera de África. Asimismo la competición entre poblaciones fue la causa de que los Neandertales fueran relegados a espacios de más difícil acceso y con menos recursos en el momento en que los grupos humanos anatómicamente modernos penetraron en Europa. La generación de un comportamiento más complejo a partir de estas presiones no es un fenómeno biológico, sino generado por procesos históricos. Las relaciones económicas, técnicas, sociales y ecológicas también varían por esta razón.

Como se puede deducir fácilmente, la investigación sobre la evolución humana no puede ser llevada a cabo por un grupo reducido de investigadores arqueólogos. Requiere la participación de geólogos, estratígrafos, sedimentólogos, paleontólogos especialistas en macrofauna y otros en mi— cromamíferos, paleontólogos y biólogos especializados en evolución humana; tafónomos que nos revelen en qué condiciones de conservación se encuentran los restos; arqueólogos especializados en los sistemas de aprovechamiento de los animales, en sistemas técnicos; palinólogos. En suma, un equipo extremadamente complejo, como ocurre en muchísimos campos de la investigación actual. Un tipo de investigación en equipo que supone un cambio notable y progresista: el abandono de la investigación individual en favor de una mayor socialización y complejidad de la búsqueda científica. Las disciplinas académicas tradicionales de origen medieval, establecidas en las universidades carolingias, están desapareciendo para dejar paso a áreas amplias de investigación. Esta característica de la ciencia actual se conoce con el término de transdisciplinariedad, porque la investigación va más allá de las disciplinas, y constituye la gran revolución de la ciencia para el futuro. En ella la Arqueología y el proyecto de Atapuerca desempeñan un papel importante del que no podemos por menos que sentirnos orgullosos.

La aplicación y el desarrollo sistemático de las técnicas, los métodos y la organización de la investigación que acabamos de describir nos han permitido presentar la propuesta sobre la evolución de la que trata este trabajo— Tres cuartos de siglo de investigación en África y ciento cincuenta años en Europa y en Asia han sido necesarios para desenterrar los restos de las actividades humanas pretéritas y nos han proporcionado un buen punto de partida para plantear una hipótesis sobre el proceso evolutivo de adquisición de las adaptaciones que conforman nuestra realidad. A continuación situaremos en el marco cronológico y biológico de la evolución del grupo zoológico de los homínidos lo que hemos dado en llamar proceso de humanización de nuestro planeta: el proceso que lo configura como un Planeta humano. «Configura», en presente, porque es un proceso todavía abierto del que sólo podemos describir las etapas ya concluidas.

La adaptación que inició los cambios que nos separaron de nuestros parientes simios fue el bipedismo. Una adquisición que se encuentra en la base de la bifurcación entre nosotros y la línea a la que pertenecen los chimpancés, hace ya casi cinco millones de años. Los restos más antiguos que presentan esta característica son los del género Ardipithecus, localizado exclusivamente en Etiopía, de 4,4 millones de años. A pesar del bipedismo, ese género no se encuentra en la línea de la ascendencia humana; es una línea muerta.

Por el contrario, la especie Australopithecus anamensis inauguró un género y un linaje que aún perdura en nuestra especie. Desde ellos hasta nosotros no ha existido una interrupción total, aunque algunas de las familias de esa rama hayan desaparecido. Con 4,2 millones de años, es la especie más arcaica de la línea humana. Fue, por supuesto, una especie bípeda, y conjugaba una vida nueva en las estepas abiertas con el mantenimiento del espacio boscoso como hábitat importante de donde extraía alimento (frutos y otros vegetales) y donde hallaba protección.

Los miembros del género Australopithecus usaban objetos como sus antepasados pero ni aprendieron a tallarlos y a modificar las propiedades naturales de los materiales ni añadieron ninguna otra adaptación al patrimonio adaptativo. Únicamente la posibilidad, aún sin confirmar, que Australopithecus garhi fabricara instrumentos, o la inclusión de Homo habilis en el grupo de los australopitecos modificarían esa consideración. Actualmente no existe suficiente consenso para poder hablar de Australopithecus habilis y tampoco es del todo clara la habilidad como productor de instrumentos de A. garhi.

La segunda adquisición de la línea humana tuvo lugar hace 2,5 millones de años, momento en el que se sitúa la aparición del género Homo, un escalón más en el proceso de separación y singularización. Pero este estadio no vio la aparición de una única adaptación nueva, sino al menos de dos: la fabricación de instrumentos y el crecimiento encefálico. Este último se relaciona con el inicio de reorganización de las áreas cerebrales, probablemente causada por, o paralela a, la adquisición de habilidades simbólicas. Por otro lado, el simbolismo también aparece inextricablemente ligado a la producción de instrumentos. Estaríamos hablando, pues, de dos adaptaciones que van de la mano.

Hemos esbozado la posibilidad de que las capacidades simbólicas de Homo habilis comportaran el uso de un lenguaje rudimentario. Y nos hemos basado en dos hechos: la reorganización cerebral que implica el crecimiento de las áreas de Broca y Wemicke y la conducta instrumental nueva. En cualquier caso, en el estadio siguiente, dominado por la especie sucesora de Homo habilis, Homo ergaster, se suma la modificación de la base del cráneo y el inicio de sistemas técnicos de Modo 2, altamente complejos, con la estandarización de los útiles y la aparición de la simetría. En este momento, para nosotros resulta indiscutible la existencia de una forma de comunicación igualmente compleja. La complejidad global se incrementa aceleradamente, de tal forma que resulta difícil establecer qué fue antes, si el huevo o la gallina, el lenguaje o los instrumentos complejos. Este estadio se inició hace 1,8 millones de años.

En ese mismo momento, la producción de útiles de piedra permitió la modificación de un material que era un viejo conocido para los homínidos: la madera. Mediante pequeñas lascas líricas se pudieron transformar las ramas de los árboles y la corteza para obtener instrumentos totalmente nuevos. El análisis microscópico de herramientas de piedra del yacimiento de Koobi Fora, de 1,7 millones de años, han demostrado su uso sobre madera. Más adelante veremos también cómo ese recurso fue creciendo en posibilidades y en perfeccionamiento, tanto como la piedra misma.

El yacimiento DK de la garganta de Olduvai proporcionó a Mary Leakey la base para proponer la existencia de una protección o rompevientos semicircular situada en un área ligeramente elevada respecto a su entorno que habría servido a los homínidos de vivienda muy rudimentaria. Un círculo de bloques de basalto descubierto en 1962 nos permitiría hablar de la muestra más arcaica de construcción de una vivienda. Con todas las precauciones necesarias o, si lo preferís, entre comillas, pero se trata de un espacio cerrado de protección. El nivel en el que fueron hallados esos restos tiene una antigüedad de 1,75 millones de años, la misma que un yacimiento vecino donde se localizaron, junto a instrumentos de piedra, restos de Paranthropus boisei. Este hecho nos hace dudar sobre el autor de todas esas acumulaciones. La opinión más compartida tiende, sin embargo, a separar las especies de ese linaje extinto del comportamiento técnico que implican tanto la producción de útiles como la construcción de un rompevientos.

Mientras la línea humana iba adquiriendo nuevas formas adaptativas, el género Paranthropus se extinguía sin descendencia, un dato que nos ha llevado a evaluar la importancia de las adaptaciones humanas para sobrevivir en un medio cambiante y progresivamente más complejo por la propia actuación de las comunidades homínidas. La extinción del linaje Paranthropus es consecuencia del estrés evolutivo que tuvo lugar hace más de un millón de años.

Hace medio millón de años observamos el pleno desarrollo de una adaptación imprescindible para la supervivencia en espacios abiertos de un animal que no es capaz de correr a grandes velocidades y competir con los grandes carnívoros: la caza activa, organizada socialmente y asistida por una tecnología avanzada y compleja. En Schóningen, en las llanuras de Europa central ocupadas por comunidades de la especie Homo heidelbergensis, hallamos la prueba palmaria de la capacidad cazadora de los humanos del Pleistoceno Medio. Las lanzas, jabalinas y otros instrumentos de madera descubiertos recientemente allí, en perfecto estado de conservación, evidencian que la cacería de grandes animales ya entonces era una actividad bien adquirida y plenamente eficaz, lo que nos hace suponer un origen mucho más antiguo de la actividad cazadora, aunque con tecnología más rudimentaria y eficacia menor. No es la primera vez que vemos la manipulación técnica humana como una adquisición esencial, central y estructural para el perfeccionamiento de todas las demás.

Aproximadamente de esta misma época son los restos evidentes de fuego más antiguos: en el yacimiento francés de Terra Amata hay todas las señales que aseguran la existencia de fuegos encendidos artificialmente. También debían de ser producto de comunidades de Homo heidelbergensis. Se ha discutido mucho acerca de esta adquisición y del momento de su origen. Actualmente no podemos situarlo más allá de los cuatrocientos mil años de antigüedad y tampoco podemos afirmar que se tratara de una adquisición universal. A diferencia de los sistemas técnicos, que son más básicos y aparecen de forma abrupta y universal, la aparición y la distribución geográfica del fuego parece responder más a condicionamientos culturales y de competitividad entre grupos. Sin embargo, una vez socializada la forma de producirlo y de mantenerlo encendido, el fuego se convirtió en parte integrante de una serie de actividades como un recurso esencial. Y, pasada la primera época arcaica, en tiempos de los Neandertales se transformó en un hecho cotidiano.

Nos queda aún un último grupo de adquisiciones, las de mayor complejidad y que mantienen entre ellas un denominador común incontestable: lenguaje, arte figurativo y tratamiento de los muertos. Las tres están forzosamente conectadas, forman parte del mundo simbólico y son inseparables. El tratamiento de los muertos y el arte implican la existencia no sólo de un lenguaje articulado, sino también de uso cotidiano, eficaz y enormemente complejo. Tanto la figuración como la forma más primitiva de protección de los muertos tienen lugar por primera vez hace trescientos mil años, por lo menos en la Europa habitada por Homo heidelbergensis.

Ya señalamos que el lenguaje debió de haber sido patrimonio de prácticamente todas las especies del género Homo. El arte y las ideas de trascendencia manifestadas en los enterramientos serían adquisiciones más recientes. Pero todas ellas, en conjunto, son anteriores a nuestra especie. Ya hace muchos años, pues, que poseemos las adaptaciones básicas que nos definen como animales en humanización y no podemos atribuir la desaparición de los Neandertales, por ejemplo, al hecho de que poseyeran una complejidad menor que nosotros mismos. La razón tiene que ser otra.

Hemos acabado de repasar cuál ha sido el proceso de hominización y de humanización del planeta. Creemos que ahora disponemos de la información suficiente para no tener que volvemos a plantear aquella pregunta que ha estado subyacente durante tanto tiempo en todas las culturas y en todos los sistemas filosóficos: ¿cuándo nos hicimos humanos? ¿a partir de qué momento somos humanos? La respuesta no puede resolverse indicando un momento definido, porque es un proceso de largo alcance que se inició hace más de cuatro millones de años, cuando las primeras comunidades de homínidos desarrollaron la bipedestación y colonizaron, lenta y trabajosamente, las llanuras abiertas de África. Y el proceso todavía continúa. Una cuestión sí la podemos contestar: el día en que dejemos de adquirir nuevas adaptaciones que mejoren nuestra competitividad y acrecienten nuestra complejidad, aquel día, muy probablemente, el linaje humano desaparecerá.

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07/12/2013