CAPÍTULO QUINCE
Por fin me enfrentaba cara a cara con mi peor enemigo. Y esta vez estaba decidida a salir victoriosa.
Saqué el molde del horno con mucho cuidado. El suflé se había hinchado y, a primera vista, tenía la consistencia adecuada. Sosteniéndolo con las dos manos, me acerqué despacio al lugar donde mi papá estaba sentado.
—Parece perfecto —comentó cuando lo dejé sobre la mesa.
—Pruébalo —le ordené.
Era la cuarta vez que intentaba preparar un suflé. Los dos primeros no se habían inflado; por lo visto, no había batido las claras de huevo lo suficiente. La tercera vez, lo saqué del horno demasiado pronto y se hundió antes de que siquiera lo depositara sobre el mármol.
Sonriendo, mi papá hincó el tenedor. Me incliné hacia delante mientras lo probaba.
Mi teléfono empezó a sonar pero dejé que respondiera el contestador.
—Qué bueno —dijo mi papá con la boca llena. Tomó otro enorme bocado.
Cuando sonó su teléfono, ambos lo miramos fijamente.
—¿Quién es? —pregunté temiendo que le hubiera pasado algo al tío Adam. Miré la pantalla de mi teléfono y, justo cuando mi papá me informaba que era la mamá de Levi, vi que tenía una llamada suya.
—¿Sí? —respondió mi papá. Frunció el ceño—. Oh, no. ¿Qué pasó?
Se me hizo un nudo en el estómago. Intenté deducir lo que pasaba a partir de los “oh, no” y “claro” de mi papá. Por fin, dijo:
—Ahora mismo vamos.
—¿Qué pasa? —pregunté.
Levi se desgarró el ligamento cruzado mientras entrenaba —mi papá meneó la cabeza—. Acaban de llegar del hospital y se encuentra muy mal. Pobrecito. Tenemos que ir ahora mismo.
—Oh —Levi nunca se saltaba el calentamiento ni se forzaba demasiado. No podía creer que se hubiera hecho daño. Y aquella lesión era de las que tardan en curarse—. ¿Tiene que hacer reposo?
—Sí, pero preguntó por ti.
Mi papá se levantó y agarró las llaves de la casa.
—¿De verdad?
Se volteó a mirarme.
—Pues claro, Macallan. Eres su mejor amiga.
Negó con la cabeza como si yo estuviera desvariando. Yo aún no había reaccionado cuando él ya estaba en el garage.
Saqué rápidamente una bolsa de brownies del congelador para ofrecérselos a Levi. Mi mamá siempre decía que es de buena educación llevar algo cuando vas de visita. Hacía tanto tiempo que no pisaba su casa que me sentía una invitada.
Menos mal que era su mejor amiga…
El padre de Levi parecía agotado cuando abrió la puerta.
—Me alegro mucho de que vinieran —me abrazó con fuerza—. Eres la primera persona por la que preguntó.
Estuve a punto de dar las gracias, pero me di cuenta de que quizá no fuera la respuesta más adecuada. Así que decidí preguntar qué tal estaba Levi.
El doctor Rodgers suspiró con la preocupación grabada en el semblante.
—Muy disgustado, claro. Volveremos a examinarlo dentro de una semana, pero es probable que haya que operarlo. El desgarro del ligamento anterior… —se mordió la lengua—. Lo siento, estoy hablando como un médico. Básicamente, tendrá que hacer reposo durante una buena temporada. La recuperación dura varios meses. No volverá a estar en plena forma hasta seis meses después de la cirugía, como mínimo.
Hice cálculos mentales. Se perdería el campeonato de primavera y no era seguro que pudiera jugar futbol el próximo año. Con lo mucho que necesitaba pertenecer a un equipo para sentirse seguro de sí mismo… Por lo menos, si todo iba bien, estaría recuperado para las últimas carreras durante la secundaria.
Entramos en la cocina y vi a la señora Rodgers sentada a la mesa con Keith y Tim. Keith me sonrió, pero se quedó helado cuando vio a mi papá.
—Qué tal, chicos —dije yo para despejar el ambiente.
A mi lado, mi papá guardó silencio.
—No pasa nada —le susurré.
Yo ya había demostrado que sabía manejar a Keith. Si alguien debía tener miedo, era él.
Keith se paró incómodo.
—Fue una caída muy mala —comentó. Tim asintió—. Y te lo juro, Macallan, yo no tuve la culpa.
—¿Y por qué iba a echarte la culpa? —le pregunté, aunque reconozco que la idea había cruzado mi pensamiento.
Él soltó un ligero gruñido.
—Bueno, está claro que no te caigo bien.
—¿Y qué te hace pensar eso? —repliqué en tono irónico.
—Macallan —nos interrumpió el padre de Levi—. Está arriba y quiere verte.
Subí las escaleras despacio, sin saber lo que me esperaba en la recámara de Levi. Aunque la puerta estaba abierta, llamé.
Encontré a Levi sentado en la cama, con la pierna vendada y apoyada en alto. Tenía una bolsa de hielo sobre la rodilla.
—¿Cómo te encuentras? —le pregunté, aunque su cara hablaba por él.
—La regué —echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.
—Todo se arreglará —agarré la silla del escritorio para acercarla a la cama—. Siempre se aprende de estas cosas.
—Seis meses. Como mínimo —su tono de voz era de pura incredulidad. Me miró la mano—. ¿Qué es eso?
Señaló la bolsa de brownies. Yo ni me acordaba de que los había llevado. Los aferraba como si me fuera la vida en ello.
—Eh… ¿Te apetece un brownie? Aún se están descongelando.
Jamás en toda mi vida me había sentido tan idiota.
Se rio.
—Me alegro de comprobar que algunas cosas nunca cambian.
Hizo un gesto de dolor y yo di un brinco.
—¿Te encuentras bien? ¿Necesitas algo?
Me aterrorizaba que le pasara algo cuando yo lo estaba cuidando.
—No —se miró la pierna—. Bueno, necesito muchas cosas. ¿No te sobrará por casualidad un ligamento cruzado anterior?
Fue un alivio descubrir que aún le quedaban ganas de hacer bromas. Aquello no era chistoso, la verdad, pero era un descanso saber que no estaba tan hundido como para haber perdido el sentido del humor.
Nos quedamos unos minutos en silencio. Yo no sabía qué decirle y, sinceramente, llevaba meses esperando que se disculpara. Estuve a punto de soltarle allí mismo que bastaría con que me pidiera perdón de corazón, pero sabía que no era el momento.
Se estaba haciendo tarde y, más por romper el silencio que por otra cosa, me levanté.
—Supongo que querrás…
Me agarró del brazo.
—Perdóname, Macallan.
Yo tenía pensado recitarle mi lista de agravios para luego recordarle de cuántas formas distintas lo había apoyado. Exponerle lo mucho que me habían dolido sus palabras y sus actos. Lo mal que la había pasado. Sin embargo, no hizo falta.
Él ya lo sabía.
Así que dije lo que ambos necesitábamos oír.
—No pasa nada.
Me incliné hacia él y lo besé en la frente.
—Sí que pasa —repuso él—. Lo que te hice…
Lo interrumpí.
—Lo sé y ya te disculpaste. Y yo también lo siento. Lo que necesitamos es volver al punto donde estábamos antes.
—Eso es lo que quiero —me sonrió. Con aquella sonrisa suya que yo llevaba meses sin ver—. Ya sabes que no te merezco.
—Desde luego que lo sé.
Le hice un guiño, me di media vuelta y bajé. Tenía la sensación de que todo estaría bien entre nosotros.
Ambos habíamos cometido errores y nos habíamos negado a dar nuestro brazo a torcer, pero debíamos seguir adelante, bien cerca el uno del otro.
—¡Eh! —la cara de mi papá se iluminó cuando me vio—. Estás sonriendo. Eso significa que todo va bien allí arriba.
Sabía que, dadas las circunstancias, debería haber sido más discreta, pero no pude evitarlo.
Levi volvía a formar parte de mi vida.
Dos semanas antes de Navidad, yo estaba más ocupada que nunca.
Además de estudiar para los exámenes, comprar regalos y hacer de niñera para poder pagar las compras, tenía que cuidar de Levi en la escuela. Me dieron las llaves de su coche para que pudiera ayudar a su mamá a llevarlo al colegio y traerlo de vuelta. También cargaba con sus libros, lo cual le daba aún más coraje que las muletas que iba a necesitar hasta que lo operaran dos días después de Año Nuevo.
Keith, Tim y los demás nos echaron una mano durante los primeros días, pero o bien superaron el sentimiento de culpa, o bien la idea de ayudar a su amigo perdió encanto, porque de repente desaparecieron del mapa. Eso sí, animaban a “California” cuando aparecía renqueando por el pasillo, pero su apoyo se limitaba a eso.
Stacey y las animadoras, por supuesto, estaban más que dispuestas a colaborar. Nada como hacer de Florence Nightingale para alimentar fantasías románticas.
Por desgracia, Levi no era un paciente lo que se dice agradecido. Le daba coraje pedir ayuda a los chicos y no quería que las chicas lo compadecieran. Le molestaba, sobre todo, que su mamá lo llevara a la secu; decía que se sentía como un alumno de primero.
En fin, que sólo quedaba yo. Estoy segura de que no le gustaba nada tener que depender de mí, pero yo me armaba de paciencia. La sangre no llegaba al río.
—Yo lo hago —me dijo un día antes de comer, cuando me disponía a abrirle el casillero.
—Adelante.
Retrocedí y me limité a observar cómo él hacía equilibrios sobre una pierna y sujetaba a duras penas las muletas para poder abrir el casillero. Cuando lo consiguió, tuvo que saltar hacia atrás para hacerle sitio a la puerta. Se le cayó una muleta cuando intentaba agarrar la bolsa del almuerzo.
Por suerte, yo ya me lo temía y la atrapé antes de que tocase el piso.
—Mira, si quieres te preparo la comida y te la traigo. A mí no me cuesta nada —me ofrecí.
—Yo puedo hacerlo —rezongó.
Le tomé el pelo:
—Ay, pobrecito, mira que ofrecerme a prepararte el almuerzo. Con lo poco que te gusta mi cocina…
Danielle se acercó en aquel momento.
—¿Cómo? ¿Te estás ofreciendo a cocinar? ¿Y qué hay que hacer para conseguir una ensalada de pollo?
—Lesiónate —le espetó Levi.
Miré a Danielle negando con la cabeza.
—Tiene un mal día.
—No hables de mí como si no estuviera aquí —gruñó Levi.
—Ándale —agarré su bolsa del almuerzo y los tres nos encaminamos a la cafetería—. Si estás de tan mal humor, a lo mejor prefieres sentarte solo.
—Lo siento —repuso con voz queda—. No quería portarme como un…
Yo fui tan amable de terminar la frase por él.
—Grosero. Desagradecido. Amargado. Un grano en el culo.
—Sí —una sonrisa empezó a iluminar su cara—. Todo eso y más.
Le dejé el almuerzo en la mesa, agarré las muletas y las apoyé contra la pared.
—Al menos lo reconoces. Y también espero que seas consciente de lo increíble que soy yo.
—Desde luego —sonrió mientras sacaba su lonchera—. ¿Cómo pude olvidarlo?
—Pues no lo sé, la verdad —apoyé la barbilla en la mano—. ¿Cómo pudiste?
Danielle gimió.
—No puedo creer lo deprisa que se reconciliaron. Es casi enfermizo, de verdad.
—Es que Levi necesita que le recuerde constantemente lo mucho que depende de mí.
Sabía que a Levi no le hacía ninguna gracia que insistiera en ello, aunque fuera verdad. Sólo le estaba tomando el pelo porque tenía la sensación de que él se sentía mejor cuando lo hacía.
Típica actitud masculina.
—¿Y qué planes tienen para las vacaciones? —preguntó Danielle.
Sólo faltaban unos días para Navidad.
—Yo tengo pensado flojear y tragar todo lo que pueda.
Estaba agotada de tanto estudiar y llevar a Levi de acá para allá. Me moría de ganas de pasarme diez días sin hacer nada aparte de ver la tele, leer y comer hasta reventar. Le había pedido a mi papá que me regalara unos libros de cocina y tenía pensado preparar sushi desde cero (de palitos de cangrejo, prefería no arriesgarme a sufrir una intoxicación de pescado en Navidad).
—Ah, flojear y tragar —Danielle sonrió—. Dos de mis verbos favoritos.
Me volteé a mirar a Levi.
—Invitaste a Stacey a pasar por la casa en Año Nuevo, ¿no?
Como Levi no estaba para muchas celebraciones, me había ofrecido a preparar una buena cena aquella noche. Danielle acudiría también, pero se marcharía temprano para asistir a la fiesta que organizaba la banda.
Asintió.
—Sí, aunque me sabría mal que se perdiera una buena fiesta por mi culpa.
—¡Eh! —di un manotazo a la mesa—. Habla por ti. Yo me considero una buena fiesta.
—Sí —asintió Danielle—. Lee las inscripciones de los lavabos de los chicos.
—Ja, ja, ja —la fulminé con la mirada.
Cada vez entendía menos la relación que tenía Levi con Stacey, de verdad. Pensaba que iban a tronar, pero aún seguían juntos. Y era lógico. Ella era una de esas chicas guapísimas y entusiastas que siempre están sonriendo y diciendo cumplidos. A Levi le debía de resultar muy fácil estar con ella. No le creaba problemas. Y yo soy una experta en Levi y en problemas. Así que, sinceramente, no comprendía por qué Levi no quería pasar más tiempo con Stacey, por más que él dijera que lo hacía por ella. Daba la sensación de que siempre estuviera buscando excusas para no verla. ¿Y por qué demonios no quería celebrar con ella Año Nuevo? Al fin y al cabo, su historial de novias que le ponían el cuerno el último día del año era alarmante. Aunque no hacía falta que yo se lo recordara.
Había aprendido la lección: ni en sueños volvería a entrometerme en las relaciones de Levi. Si él quería hablarme de ello, perfecto, pero yo no pensaba involucrarme.
Cuando lo hacía, todo salía mal.
A pesar de la locura que la precedió, la Navidad transcurrió sin incidentes. Fue lo mejor que me pudo pasar.
Puesto que tanto Stacey como Danielle se marcharían rápidamente después de la cena para acudir a otras fiestas, todo indicaba que Levi y yo daríamos la bienvenida al nuevo año en un ambiente de absoluta tranquilidad.
Stacey llevaba un minivestido de fiesta y mallas negras con brillos plateados. También se había recogido el pelo con una liga plateada. Levi se había puesto jeans y una sudadera. Incluso Danielle, que había quedado con unos amigos después de cenar, llevaba falda. Yo hice un esfuerzo y me puse unos bonitos jeans oscuros con un top cruzado de lentejuelas moradas.
—¡Eh, Adam! —saludó Levi a mi tío, que estaba sentado en el sofá—. No sabía que tendríamos chambelán. ¡Será mejor que regrese el barril de cerveza!
Adam se rio.
—Cómo crees.
—¡Me extraña que no hayas salido esta noche a romper corazones, Adam! —bromeó Levi.
Mi tío se sonrojó. Tenía muchísimo éxito con las damas; era un seductor.
—Cenará con nosotros y luego se irá —aclaré.
Por lo visto, todo el mundo tenía plan esa noche. Incluso mi papá se había ido a la fiesta que daban los Rodgers. A mí me habían invitado a un par de lugares, pero me había rehusado. A Levi no le apetecía ir muy lejos en aquellas condiciones, pero tampoco quería quedarse en casa con todos los amigos de sus padres compadeciéndolo. Lo iban a operar dentro de un par de días, así que, como es comprensible, estaba algo decaído.
Los cinco nos acomodamos en la mesa del comedor. Aquella noche no fui creativa; no sabía qué tipo de cocina le gustaba a Stacey, y Levi no fue de gran ayuda. Preparé una clásica ensalada césar, ñoquis de ricota con crema al pesto y omelette noruega de postre.
—¡Oh! —exclamó Stacey con la boca llena—. Está riquísimo.
Bueno, sí, a lo mejor quería impresionarla, sólo un poquito.
—Vaya —me dijo Danielle frotándose la barriga—, tendré que dejar de ser tu amiga si quiero que me quepa el vestido que me compré para el baile de invierno.
—Sólo faltan seis semanas —le recordé.
—Ya, me tomé un descanso —miró el trozo de omelette noruego que la tentaba desde el centro de la mesa—. De momento, seguiré atascándome. Ya me preocuparé por el baile el año que viene —miró el reloj—. Me quedan menos de cuatro horas.
—¿Ya sabes con quién irás? —le preguntó Stacey a Danielle.
Ella enarcó las cejas.
—Le eché el ojo a un baterista.
—Uy… —bromeé—. ¿No sabes lo que dicen de los bateristas?
—Que tienen buena vibra —replicó Danielle impertérrita.
—No —Levi me miró—. Dicen otra cosa. ¿Me la recuerdas, Macallan?
—Uy, que se dan autobombo para tener más éxito con las chicas —empecé.
Levi fue tan amable de continuar.
—Pues yo tengo la cabeza como un bombo y ninguna me hace caso. ¿Dónde están mis fans?
—Tú lo que tienes es una bombona por cabeza.
Levi remató el gag.
—Que me cuelguen si no estoy a punto de darme cabezazos contra la pared de tanto oírlos.
Danielle nos miró fijamente.
—¿Alguien entiende una palabra de lo que dicen?
—Yo sí —replicamos Levi y yo a la vez.
Danielle miró a Stacey.
—Será mejor que nos larguemos antes de que sea yo la que empiece a darse cabezazos contra la pared.
Como es comprensible, Danielle y Stacey se marcharon a sus fiestas respectivas en vez de esperar la llegada del Año Nuevo con Levi y conmigo. Adam se quedó un rato para ayudarme con los platillos porque Levi tenía que dejar descansar la pierna. Mi tío me ayudó a llevarlo al sótano para que pudiera recostarse en el sofá modular.
—¿Necesitas algo más? —me preguntó Adam.
—Creo que ya está.
Lo abracé con fuerza. Él chocó la palma con Levi y nos dejó solos.
—Bueno, ¿puedo hacer alguna otra cosa por ti? —le hice una reverencia como si fuera mi amo.
—Ya era hora de que me demostraras algo de respeto —me indicó por gestos que diera una vuelta sobre mí misma.
—Lo tienes claro.
—Por pedir no pierdo nada.
—Yo no tentaría la suerte.
Agarré un almohadón y fingí que lo golpeaba.
—No le harías daño a un hombre indefenso, ¿verdad? —hizo un puchero.
—No me conoces.
Se le iluminaron los ojos.
—La verdad es que sí. ¿Me puedes pasar mi mochila?
Se la tendí.
Levi rebuscó en ella.
—Tengo una sorpresa para ti.
Me regaló el Especial navideño de Buggy y Floyd.
—¿De dónde lo sacaste?
Sabía que lo habían emitido en Inglaterra hacía un par de semanas, pero no tenía ni idea de cuándo llegaría a Estados Unidos.
—Tengo contactos.
Abrí el estuche y metí el disco en el reproductor.
—¿Lo viste?
—Ni hablar. No sin ti.
Yo no sabía si habría tenido tanta fuerza de voluntad.
Me acurruqué en el sofá junto a Levi. Ambos nos pusimos a cantar la sintonía de Buggy y Floyd a viva voz.
—¡Ay! ¡Qué emoción!
Hice ademán de darle a Levi un puñetazo amistoso pero me contuve. En verdad, no quería golpear a un hombre indefenso.
El especial duraba una hora, así que tuvimos doble ración de Buggy. Fue un episodio sorprendentemente emotivo. Por lo general, Floyd sacaba a Buggy del embrollo en el que se hubiera metido. Esta vez, en cambio, lo dejó solo a los cinco minutos.
—¡Eres más tonto que Abundio, que corría solo y llegó segundo! —exclamó.
—¿Quién era Abundio y por qué corría? —replicó Buggy, con la consiguiente carcajada del público del estudio.
—Eres un hombre hecho y derecho, Theodore —Floy había usado el verdadero nombre de Buggy por primera vez, que yo recordara—. Ya es hora de que te comportes como tal —y se marchó.
—¡Órale! —exclamé—. No puedo creer que Floyd haya hecho eso.
Yo sabía que eran personajes de ficción, pero aquello no me parecía propio de ellos. No estaba segura de querer seguir viendo el episodio. Me gustaba recordarlos como una pareja divertida que siempre estaba como el perro y el gato.
—Ya —asintió Levi en voz baja—. O sea, es un milagro que no lo haya hecho antes. Con lo cascarrabias que es…
Puse la pausa.
—¿De verdad acabas de llamarlo “cascarrabias”?
—Pues… sí —me miró con incredulidad—. Floyd siempre se está quejando de Buggy y de la sociedad en general. No para de comentar lo absurdas que son ciertas cosas. Es chistoso, claro que sí, pero sólo era cuestión de tiempo que se hartara de su amigo.
—Reconocerás que Floyd tiene razón en casi todo.
Levi se echó a reír.
—¡Oh, Dios mío! ¡Sí! ¿Cómo es posible que no me haya dado cuenta hasta ahora?
—¿De qué?
Me señaló.
—Tú eres Floyd.
—¿Que yo soy qué?
Lo miré boquiabierta. No podía creer que Levi acabara de compararme con un viejo cascarrabias inglés.
—Siempre estás haciendo comentarios del tipo: “¿Por qué Keith se cree superior a todo el mundo sólo porque es capaz de taclear a un jugador?”.
—Tengo razón, ¿no? —me defendí.
—Y: “¿Por qué la gente escribe ‘LOL’? ¿No se supone que se están riendo? ¿Tan huevones nos hemos vuelto?”.
—Como si a ti no te diera coraje.
Ahora Levi se reía a carcajadas.
—¡Ya entiendo por qué te gusta tanto esta serie!
—Según eso, ¿tú eres Buggy? —contraataqué.
—Bueno, es muy chistoso.
—Y también es muy tonto, así que… —volví a desplomarme en el asiento.
—Está bien, está bien —Levi me quitó el control de la tele—. Acabemos de ver el capítulo. A un anciano como tú no le conviene alterarse.
Esta vez sí lo golpeé.
—¡Ay! —se frotó el hombro.
—Que me cuelguen si he podido evitarlo.
Le dediqué una sonrisita tonta antes de devolver la atención a la pantalla.
Buggy y Floyd lo estaban pasando fatal en ausencia del otro. La historia nos tocaba de cerca. Buggy vagaba sin rumbo bajo la lluvia con una música deprimente de fondo. Se me saltaban las lágrimas. Era increíble que un episodio de Buggy y Floyd me hiciera llorar.
Floyd dobló la esquina con un gran paraguas. Se detuvo al ver al que fuera su mejor amigo. Caminó despacio hacia él.
Levi me tomó la mano.
Floyd tapó a Buggy con el paraguas.
—Así es Londres —dijo Floyd—. Necesitas un paraguas en cualquier época del año.
Buggy le sonrió con timidez.
—Tienes razón. Que me cuelguen si… —se mordió la lengua.
¿Acabábamos de presenciar la muerte de la famosa frase de Buggy? Levi y yo intercambiamos una mirada.
Buggy prosiguió.
—No, ahora mismo quiero un paraguas para protegerme de la lluvia, pero lo que necesito es a mi mejor amigo.
Floyd le rodeó los hombros con el brazo.
—Que me cuelguen si yo pudiera haberlo dicho mejor.
Se dirigieron a su departamento para abrir los regalos de Navidad. Aún hubo algún que otro gag, pero en general el episodio me dejó en un estado introspectivo, sopesando la diferencia entre lo que quieres y lo que necesitas.
Levi y yo guardamos silencio durante unos minutos, mientras pasaban los créditos.
—Bueno —habló Levi por fin—. Vaya sorpresa. Es profundo.
—Sí —asentí—, pero me encantó.
—Es… —Levi se quedó mirando al vacío.
Encendí la tele para que pudiéramos ver la retransmisión de las campanadas. Estuvimos platicando un rato de los cantantes y los actores que iban apareciendo.
Por fin llegó el Año Nuevo. Levi y yo alzamos las copas de sidra y brindamos mientras llovía confeti en la ciudad de Nueva York.
—¡Feliz Año Nuevo! —me incliné hacia él y lo abracé.
—¡Feliz Año Nuevo! —su sonrisa se desvaneció enseguida—. Oye, Macallan…
Algo en su tono de voz me puso a la defensiva.
—¿Qué?
—¿Quieres… o sea, necesitas que te lleve al baile de invierno?
No era aquello lo que yo esperaba. Aunque, a decir verdad, no sé lo que esperaba.
—Ya sabes lo que pienso de los bailes.
Sonrió.
—Desde luego que sí, Floyd.
Lo fulminé con la mirada.
—No tengo ninguna necesidad de ir.
—Ya, pero ¿quieres ir?
Asentí.
—Claro, pero no voy a ir por ir. Si encuentro a alguien con quien me apetezca estar allí, sí. Si no, el sol seguirá brillando al día siguiente.
—Pero te lo prometí —me recordó él.
La promesa. La que nos hicimos justo antes de empezar la secundaria, ésa de que ninguno de los dos tendría que acudir solo a una fiesta. La mantuvimos durante la primera mitad del curso escolar. Luego yo empecé a salir con Ian y Levi con Carrie. A partir de aquel momento, apenas si nos dirigíamos la palabra. Y ahora él estaba con Stacey.
—No te preocupes —lo tranquilicé.
Hablaba en serio. ¿Me divertiría con Levi en el baile? Claro que sí. Sin embargo, eso no sería justo para Stacey.
—Macallan —Levi se inclinó hacia mí—. ¿Quieres?
Parecía una pregunta sencilla, pero no lo era. Dada la historia de nuestra relación, estaba tan cargada como un cartucho de dinamita. Un paso en falso y bum… nuestra amistad saltaría en pedazos.
¿De verdad debíamos mantener esa conversación en un momento como ése, estando él tan vulnerable y yo…? Yo no sabía cómo estaba, aparte de aturdida.
—Ya sé lo que quiero —me levanté. Levi me miró, atento a mi respuesta—. Tarta, quiero un trozo de tarta.
Subí a la planta superior. Miré mi rostro en la ventana de la cocina. Sabía lo que me convenía. Ambos lo sabíamos.
Ya nos habíamos quemado una vez. Ni en sueños pensaba volver a jugar con ese fuego.