Capítulo XVIII
EL MISMO CASO, EL MISMO PASO
Nunca me he engañado, sabía que existían las novatadas, he tenido que pasar por unas cuantas, buscar mis llaves entre sustancias asquerosas, responder ante los oficiales por fallos que no había cometido, aguantar la mente innovadora de una compañera que renegaba de cualquier atisbo de sensatez por considerarla una debilidad femenina.
Nunca me he engañado, sabía que al elegir esta profesión me enfrentaba a la mezquindad, al pozo sin fondo de la crueldad humana, cuerpos rotos y ensangrentados, niños con quemaduras de cigarrillos, marroquíes adolescentes durmiendo en cartones que apestan a pegamento. O mujeres desnudas y violadas, cristales rotos, caracoles sangrientos, muerte, muerte y más muerte. Lo sabía, como sé que algún día seré yo la que muera, o que resulta imposible adivinar las razones reales de un crimen: con la misma certeza, y la misma distancia. Pero ahora es real. Noelia Roma se pudre, todo su encanto perdido, y mientras hablan de su coño mis compañeros, los seres en los que debo confiar para encontrar un retazo de verdad, para conseguir un poco de paz mental, comen tranquilamente, sorben la sopa y fantasean sobre su vida sexual. Qué asco. Qué somos. Qué seremos.
Pareja parece decepcionado conmigo. Me ha echado en cara varias veces mi impaciencia.
—Tú eras de las que abrías los regalos de Navidad en noviembre, ¿eh, guapa? Si tienes prisa, muérdete las uñas.
—Yo no tenía regalos por Navidad —murmuré entre dientes—. Y si quieres decirme algo, dame una orden concreta, y zanjamos el asunto.
No le culpo. Yo tampoco le soporto; creí entenderle en algún momento de las pasadas semanas. Él o yo tuvimos un momento de flaqueza, o quizás recordó la memoria de su pobre madre muerta, o de la mujer, fuera quien fuera, a la que respetó alguna vez y decidió tratarme de una manera decente y tomarse como algo más que una fantasía erótica a la pija muerta. O quizás uno de sus propósitos de Año Nuevo fue compartir parte de sus descubrimientos sobre el caso con su compañera, y antes de que pasaran dos meses rompió el hábito.
Parece decepcionado, pero me obliga a continuar trabajando con él, el mismo caso, el mismo paso. Nuestro lema; debería bordármelo en la solapa de la chaqueta. El Gallego me ha negado cualquier otra posibilidad. Sé que no es por su confianza en mí, ni por lo que he aportado al caso (cada vez me parece más insignificante, mis descubrimientos más obvios), sino porque Pareja le ha amenazado con dejar también el caso.
Y es eso lo que no soporto: sentirme atada a él, incluso si nos hundimos juntos en el mismo mar. Yo deseo nadar. Todos los días floto sobre el caso con la ayuda de las pruebas forenses, ordeno nuevos análisis, reviso, hago gráficas y las imprimo; y de pronto, dos horas tarde y con un carajillo en el cuerpo, aparece Angel Pareja y me lleva hasta el fondo rocoso. Al mismo paso. Pero él no sigue el mío. De hecho, ni siquiera repara en que camino.
Con el descubrimiento del borceguí he recuperado de la investigación el extracto de su tarjeta, y he decidido hacer un listado de la ropa que guardaba en su armario del piso compartido.
—Me parece muy bien, diviértete con los trapos —ha dicho Pareja— y cuando quieras trabajar de verdad, me lo dices, y te mando algo para hacer.
Mentalmente, le he roto los dientes con una grapadora. El armario abierto de Noelia, la expresión impasible de Vanesa, su extraña compañera de piso, no me han levantado el ánimo. Fotografío varios conjuntos de ropa interior inverosímiles, algunos tallados en tela de araña, otros de tul barato, con aberturas para los pezones.
Encuentro varias prendas de cuero, otras de látex, arrugadas y blancas por el talco, una capa española de paño manchada de algo que podría ser semen, y una magnífica colección de zapatos y botas de tacón muy alto. Noelia no era ordenada, y los zapatos no están cuidados: los tacones, algunos de metal, otros de metacrilato, han rasgado los laterales de algunos pares. Sostengo uno en alto por la pulsera. Imposible caminar con ellos; le servían como atrezzo para sus encuentros sexuales.
Por un momento, Pablo entra en esa escena, con los ojos vendados, y Noelia, con los pechos rebosando el corsé de cuero que he fotografiado en primer lugar, le espera, en pie sobre las botas que le llegan por encima del muslo. Me aprieto la muñeca hasta que duele y alejo de mí esa imagen, no sin antes ver cómo el músico esconde algo en su mano izquierda.
Quizás debiera solicitar sus álbumes, con la excusa de conseguir más pruebas para el caso; Vanesa me los facilitaría, no creo que sepa negarse ante la autoridad. De algo debiera servirme ser policía, hurgar en las entrañas de los misterios para destriparlos y extraer la verdad. Sin embargo, no quiero saber más. Tampoco deseo ver de nuevo a Pablo. Ni cruzar el último puente que me mantiene unida a la integridad; no, no pediré unas fotos privadas para satisfacer mi curiosidad. Para castigar mi curiosidad.
—¿Cómo va el caso? —me pregunta Vanesa cuando me despide en la puerta.
Ni yo lo sé. El taxista que me lleva de vuelta tiene ganas de hablar, y yo miro por la ventanilla y contesto con monosílabos. Pido que me revelen las fotos con sello de urgencia, y al buscar los rollos me doy cuenta de que tengo el bolso abierto. Mi cuaderno de anotaciones ha desaparecido.
La sangre me afluye a la cabeza con tanta rapidez que creo marearme. Echo a correr, desando el camino, llego hasta donde el taxi me ha dejado. ¡Maldita sea! Ni siquiera me fijé en el nombre del taxista, una costumbre que tengo desde niña, mucho menos en la matrícula. Llamo a información, suplico que me informen si han encontrado un cuaderno de notas, les ruego que me lo entreguen.
Me siento ante mi mesa con un peso en el estómago, y busco en el ordenador; hay datos que me faltan por pasar a limpio, datos que actualizaría esa misma tarde, que hubiera renovado la tarde anterior, si no hubiera tenido que acompañar a Pareja en otra pista falsa.
¿Y qué digo yo ahora? ¿Con qué cara me acerco a mi compañero y le cuento que he perdido mi cuaderno de notas, los contactos, los teléfonos, los asideros en este camino resbaladizo? ¿A qué paso camino ahora?