Capítulo XXIII

CON OJOS DE VIUDA

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La Barbarella de este coche patrulla quiere encontrar a un Destripador, a un Barba Azul, y yo simplemente al culpable. Nuestro trabajo es modesto, nos pagan por hacer un informe sobre un delito. Los datos surgen tozudos, pero la suspicacia es todavía más fuerte que las propias evidencias.

Ana Izarra sabe moverse por el laberinto, asoma buenas maneras, utiliza el sistema, la lógica, pero tiene la impaciencia de la novata. Además, me da mucha caña. Me trata como a un manso y yo la soporto porque la prefiero a uno de esos follapavas que están llegando últimamente a la madera.

Tal vez he sido siempre un esclavo de la belleza tiránica, pero nunca he tenido tanta paciencia con ninguna como con la señorita dactiloscópica, esta gambita fresca, este bollito perfecto.

Aguanto con estoicismo sus nervios fuertes, sus histerias, sus suspicacias, sus desconfianzas, su taconeo colérico cuando se abre enfadada; aguanto el retrato tenebroso que hace de mí.

Vivimos un romance laboral con infidelidades, celos y broncas. Me echa plantas, le fastidia que me divierta y que me enrolle con la gente. No le gusta que ponga flamenco en el casete.

Si la soporto, e incluso la admiro, es por su inteligencia y su malicia. Ayer me dio el cante en el Vips porque llegué tarde. Me había entretenido leyendo el Marca en la Taberna de las Fuentes y discutiendo con un picoleto sobre el gol del domingo y el penalti que, según él, nunca existió.

Esta mañana quedamos en la plaza de Castilla, en un bar cercano a los juzgados donde han llevado al nazi. Golpea la lluvia en los ventanales, las Torres de Kio están envueltas en nubes bajas. Cuando aún no me he sentado en el taburete alto de madera, me dice:

—El nazi está declarando ante el juez.

—Lo sé. Nos vamos a columpiar. Creo que estamos ante un falso paquete.

—Pareja, lo van a meter en la cárcel, sin fianza.

—Sí, lo chaparán, lo meterán al banasto. Tú, el Gallego, la ministra que ha entrado en la Casa de las Siete Chimeneas y la que se ha ido, los espías de la Cuesta de las Perdices, los capullos de la Científica, los cabeza de huevo de los tubos de ensayo, los reporteros de los programas basura de televisión, los del claustro universitario, los rectores ya han encontrado al culpable: Santi, un puto nazi cuya vida está escrita en los archivos policiales de todo el mundo. En este país valen más las creencias que las pruebas.

—Hemos encontrado las pruebas.

—Hemos encontrado a un psicópata con los desvanes repletos de cruces celtas, llaveros-esvástica y botas de pisar emigrantes. ¿Eso son pruebas de su participación en el crimen de Noelia Roma?

—Es un nazi.

—Es un facha local. ¿Tienes, periquita, los testigos que le vieron entrar, salir y estar en Gaztambide?

—Hay una testigo, Vanesa. También hay ADN del acusado en el cuerpo de la víctima.

—El ADN demuestra que San ti estuvo en el lugar del crimen, incluso que la violó, pero no prueba que la asesinara.

—Hay huellas de sus botas.

—Confirmaría la idea de que se paseó por el lugar del crimen.

—Era aficionado al champán rosado y hay champán rosado.

—Todo sospechas. Ninguna evidencia, ni pruebas. Luego llega el ropón y nos echa abajo todo. Falta la confesión. Sin confesión no hay asesino. Ya te canto la sentencia, absolución por falta de pruebas.

—Insisto, Pareja, está Vanesa. Lo sabe todo.

—¿Quién es esa Vanesa que compartía con Noelia los sostenes de crespón y se rozaba los pezones con esencia de nardos y ahora afea la conducta de su difunta compañera de piso?

—Había entre ellas complicidad.

—Entre la inocente y la fuerte. Noelia y Vanesa se intercambiaban hasta la ropa interior, usaban las mismas barras de carmín. ¿Qué extraña relación era esa?

—Pareja, ¿insinúas que la víctima y su compañera de piso eran lesbianas, aunque tú dirías tortilleras? ¿Te excita la intriga lésbica?

—¡Ya estamos con el sexismo y el machismo! A pesar de mi contención verbal, siempre me estás acusando de sexista, de dinosaurio. ¿Insinúas que carezco de sensibilidad para comprender la fascinación, la complicidad de la relación entre dos amigas que dormían juntas y se bañaban juntas?

»No hago juicios morales, Izarí a, comento la fragilidad de una declaración en la que acusaría a Santi. Sabemos que lo detesta. ¿Por qué odiaba tanto a Santi? Porque no lo controlaba, porque era una relación lejana de su compañera de piso. Vanesa, la centinela de la moralidad de su amiga del alma.

Unos días antes del asesinato de Noelia Roma tuvieron las dos una fuerte bronca. Vanesa hizo las maletas para irse. El motivo de las broncas siempre era el mismo. Vanesa decía siempre las mismas palabras: «Vas con tíos poco recomendables.» He descubierto todos los demonios en la relación entre ambas: celos, dependencia, papel madre-hija.

Vanesa jura que aquella noche Noelia Roma se acostó con el nazi. ¿Esperaba a Santi cuando ella dejó a Paquetito? ¿Opina que su amiga iba de salida, de ninfómana? ¿Por qué lo sabe? ¿Por qué critica con tanta rabia la promiscuidad de su compañera de piso? ¿Por qué la llora con ojos de viuda? ¿Por qué ha pasado más tiempo con Íñigo, el novio formal de Noelia, que con la propia Noelia?

Tenemos que desenredar esa madeja de complicidades, de dependencias, de celos y venganzas. La princesa durmiente ha sido enterrada en las pavesas del 11-M. El Gallego, que es un tragón y estuvo en la banda de Interior, quiere volver a pillar. Santi responde al retrato-robot que ellos necesitan.

Ana Izarra se queda con la mirada perdida en la lluvia y en la gente que corre a los autobuses. No me lleva más la contraria. La invito a un décimo de lotería.