Marco permaneció dormido cuatro días y cuatro días permaneció Estefanía a su lado. Cuidando de él como mejor supo, dado que nunca había cuidado enfermos. Pero le dedicó todo su tiempo y Morgan le iba contando cosas sobre el reino. Muchas de ellas no las entendía pero Estefanía siempre le mostraba interés; primero para no ofenderle porque se le veía tremendamente entusiasmado hablando de su mundo y segundo porque las que lograba comprender eran en verdad extraordinarias. Todavía alucinaba de saberse en un lugar mágico.
Un par de cosas que le contó llamaron en especial la atención de Estefanía. Morgan le explicó que cada raza de las que vivían bajo este cielo tenían un poder diferente. Solo la raza de los xerbuks podían abrir portales hasta el mundo humano. Entonces, pensó ella, quien había tratado de matarla debió de ser un xerbuk, un traidor.
Morgan pertenecía a la raza de los tershis. No poseían ningún poder, todos ellos eran sirvientes de otras razas más poderosas. Los acogían dándoles protección y un salario, por supuesto ellos eran fieles hasta la muerte con sus señores. La familia de Morgan había sido sirviente en palacio, hasta que la hechicera se apoderó de él, como los tershis eran leales ante todo, murieron antes de someterse a la nueva reina. Solo él pudo escapar con su señor.
Sintió una gran tristeza por ese hombre que había perdido a todas las personas a las que amaba, sus hermanos, cuñados y su esposa. Al menos no había tenido hijos a los que llorar.
Poco a poco Marco abrió los ojos, levantó la cabeza y miró a su alrededor. Vio que estaba en su refugio. También escuchaba voces de fondo, una de ellas pertenecía a su fiel sirviente, pero la otra no la reconoció en un primer momento. Respiró hondo, se incorporó en el catre y trató de aclarar la vista.
La otra voz era la de ella, la de su Fani. Su Fani, repitió él, cómo le gustaba imaginar que era suya. La vio allí sentada en la humilde mesa enfrascada en una conversación con su sirviente. Ese pensamiento le sacó una sonrisa. Se la veía tan hermosa, la luz de las velas reflejada en su cabello dorado haciéndolo brillar como oropel. Lo llevaba liso y le llegaba casi a la cintura. Tenía un perfil perfecto, su nariz de ratoncita le parecía de lo más graciosa. Su sonrisa era encantadora y contagiosa. Solo con mirarla no podía dejar de sonreír él también. Sus ojos, no podía verlos desde allí, pero sabía a la perfección de qué color eran. Verdes, un verde esmeralda intenso, era tan fácil perderse en ellos, tan hipnóticos, que una vez que los miraba le era casi imposible apartar la vista.
No supo cuánto tiempo estuvo mirándola. Le recordaba a cuando la protegía a través del espejo. Se pasaba las horas viéndola ir de aquí para allá. Uno de los sitios donde más le gustaba verla era en la escuela, era maravillosa con los niños. A veces la sacaban de quicio, pero ella siempre guardaba la compostura y trataba de ser paciente. Además, se mostraba cariñosa y comprensiva con aquellos que más lo necesitaban.
Otra cosa que le gustaba mucho era verla bailar sola. Ella siempre bailaba sola, aprovechaba los días que su familia adoptiva se marchaba para poner su música favorita y empezar a dar saltos como una loca. Cuando salía con sus amigas nunca montaba ese espectáculo, se mostraba de lo más formal. Pero él sabía que en la intimidad desahogaba su alma apasionada.
Después estaba lo que más odiaba, ver como otros hombres la miraban y la besaban, pero qué podía hacer él. No tenía ningún derecho sobre ella más que el de protegerla. Ni siquiera se podía permitir el lujo de dejar de vigilarla para no sufrir aquella agonía que lo mataba por dentro. Pero, ¿y si ese hombre intentaba más de lo que ella quería? También podría resultar un asesino o un violador. Pasase lo que pasase, debía seguir vigilando.
Y él solo suspiraba por Fani, su corazón solo latía por Fani, aun sabiendo que nunca sería suya. Incluso pensó que jamás llegaría a conocerla personalmente. Ella había crecido en el mundo humano, era muy distinta a las mujeres de su reino. Además, nunca le aceptaría, los hombres con los que había salido eran el polo opuesto a él y convencer a su padre sería otro problema.
Hasta hace un mes su padre no le había explicado el por qué la tenía que cuidar y proteger. Él simplemente obedeció. Nunca cuestionaba las órdenes de su padre pues siempre tenía una buena razón. Ahora sabía cuál era y debía dejar de pensar en ella de esa forma para no seguir torturando su alma, porque Fani era demasiado importante para Xerbuk.
—¡Ya estás despierto! —gritó Estefanía con alegría interrumpiendo las divagaciones de Marco.
Se levantó y fue hacia él para sentarse en una silla próxima al catre donde Marco descansaba y le preguntó:
—¿Cómo te encuentras?
—Muy bien y hambriento —Esto último lo dijo mirando a su sirviente insinuando que trajera algo de comer de inmediato.
—Morgan y yo preparamos el almuerzo y guardamos un poco de huevos y pasta, ¿te apetece?
—¿Lo has cocinado tú? —Una agradable sensación comenzó a recorrerle todas las venas de su cuerpo.
—Sin ánimo de ofender a Morgan, no me gusta como cocina —susurró ella acercándose a él de forma cómplice.
No quería que el sirviente lo escuchara. Morgan no la dejaba cocinar, pero después de apenas poder comer el primer día, ella se ofreció a echarle una mano. Se lo pidió con tacto y disimulo para que no sospechara.
Marco le contestó con una media sonrisa, su Fani tenía un gran corazón. De eso ya se había dado cuenta en los cinco años que estuvo junto a ella, pero en la distancia, compartiendo sus momentos más íntimos, sus victorias y sus derrotas, sin que ella supiera que él existía. Ahora estaba aquí, a su lado. Hablándole. De pronto la razón por la que ella estaba en su reino le vino a la mente. Tenían una misión que cumplir, debían salvar el Reino de Xerbuk. Cuando todo esto pasara ya decidiría qué hacer con su Fani.
—Suena muy apetecible lo que has cocinado, comeré rápido y nos pondremos en marcha, ya hemos perdido muchas horas mientras me recuperaba.
Estefanía frunció en entrecejo y miró a Morgan en un gesto que decía «¿se lo decimos?» Decidió que sí, él debía saber cuánto tiempo era el que habían perdido.
—Eh… no has dormido unas cuantas horas.
—¿Cuánto tiempo he dormido?
—Cuatro días.
—¡Qué! Eso no es posible.
—Perdiste mucha sangre, estabas muy débil.
—¡Por todos los diablos! Nos pondremos en marcha ya mismo —dijo esto mientras se levantaba del catre sin darse cuenta de que estaba desnudo.
—Sería bueno que primero te vistieses y después comieras. Luego te tranquilizarás y entonces me dirás qué vamos a hacer y a dónde piensas llevarme.
—¡No hay tiempo que perder!
—Ya has perdido cuatro días, no ocurrirá nada distinto por esperar diez minutos más. ¿No te parece? —Estefanía se mostraba de lo más tranquila mientras le daba órdenes.
Bueno así era su Fani, siempre se mostraba muy tranquila en momentos de pánico. Esa forma de ser suya le sería muy útil cuando tuviese de derrotar a la hechicera.
—Está bien —cedió él admirado.
Sin taparse su desnudez fue hasta un armario y cogió ropa limpia. Comenzó a vestirse ocultándose tras la puerta abierta del mismo armario.
Estefanía se rió para sus adentros por la tontería que estaba haciendo, ya le había visto completamente desnudo y además no se le veía muy afectado por ello. Había ido a por su ropa, desnudo, sin ninguna prisa, para después ocultarse tras una puertecilla que la verdad tampoco le tapaba mucho, desde donde estaba podía verle las musculosas nalgas, no tenía ningún sentido, volvió a reír mientras se giraba para ayudar a Morgan con el almuerzo.
Sobre las cinco de la tarde salieron del refugio. El sol todavía estaba muy alto. En Xerbuk no había cambio de estaciones, mantenían una temperatura estable durante todo el año, eso le había explicado Morgan. A ella le pareció estupendo pues no le gustaba para nada el invierno y aquí parecía siempre primavera.
Atravesaron la espesura del bosque y escondidos entre ella había cinco caballos.
—Tú montarás conmigo —le ordenó Marco a Estefanía.
—¿No tendré mi propio caballo?
—Nunca has montado a caballo, no quiero que te caigas y te rompas la cabeza.
—¿Cómo sabes que nunca he montado a…? mejor no me lo digas. —Volver a recodar que la habían espiado toda la vida la ponía enferma.
Marco montó y le tendió la mano. Con un impulso de su brazo la subió sin ningún esfuerzo y la acomodó en su regazo.
—¿A dónde vamos? —preguntó ella cuando ya llevaban un rato cabalgando.
Había pasado media hora desde que salieron del refugio y Marco todavía no le había dirigido la palabra. Así que para sorpresa de Estefanía, él le contestó inmediatamente.
—Vamos a una aldea que hay cerca. Allí cuento con hombres de mi confianza. Trazaremos un plan para entrar en Palacio.
—¿Y yo?
—Tú vendrás con nosotros. Hay que ir por mi padre. Necesitamos tu poder para ello. Después recuperaremos el cristal. Solo una zedhrik puede tocarlo. Y esa eres tú. Así que no te despegarás de mí en ningún momento.
—¿Cómo estás tan seguro que soy una zedhrik? Podríais estar todos equivocados.
—No estamos equivocados.
—Pero, ¿por qué estáis tan seguros? —insistió ella.
Bien, le contaría la historia, decidió Marco. Después de todo tenía derecho a conocerla y también entendía sus dudas. Aún tenían tiempo hasta llegar a la aldea.
—Hace unos veintitrés años, no sabemos qué o quienes dieron muerte a todos los zedhriks. Imaginamos que tendrían conocimiento sobre la profecía, pues sería el único motivo para matarlos.
»Uno de sus sirvientes llegó a Palacio y avisó de lo que estaba sucediendo. Mi padre mandó a uno de sus ejércitos para protegerlos, pero llegaron demasiado tarde. Les mataron a todos. Los hombres de mi padre rastrearon el lugar por si quedaba algún superviviente y cuando ya estaban por marcharse escucharon el llanto infantil en una de las chozas. Bajo una alfombra encontraron una trampilla y allí estabas tú. Solo tenías tres años. Mi padre para protegerte decidió esconderte en el reino humano. Se encargó de que te adoptara una buena familia y puso a hombres para cuidarte desde ese mismo día. Y nunca, jamás te hemos perdido de vista.
Así que no había error posible. Ella no era humana. No podía creer que su mente hubiese pronunciado esa frase. Necesitaría tiempo para asimilarlo. Después otra imagen ocupó sus pensamientos. La horrible muerte que tuvieron sus verdaderos padres, las lágrimas rodaron por sus mejillas imaginando las escenas de terror que vivieron. Ellos debieron haberla querido mucho, la escondieron muy bien para salvarle la vida.
Hacía años que sabía que era adoptada. Había pensado que sus verdaderos padres habrían tenido problemas financieros, o de drogas o algo así y por eso la abandonaron. Descubrir ahora la forma tan espantosa en la que habían muerto la llenaba de tristeza y angustia. Había imaginado que quizá algún día encontraría a sus padres biológicos, para verles, aunque solo fuera una vez. Poder ver sus rostros, ¿se parecería a ellos? Ahora estaba segura de que ya no podría averiguarlo. Y también murió la esperanza de tener hermanos perdidos o alguna otra clase de familia.
Era la última descendiente de toda una raza.
Marco al sentirla tan callada bajó la vista y vio como las lágrimas bañaban su rostro y brillaban con el sol como pequeños arroyos de cristal.
—No llores Fani, me pongo muy triste cuando te veo llorar. —La ternura de su voz y de sus palabras la estremeció. Además de que nadie la había llamado nunca así.
—Solo pensaba en mis verdaderos padres, nunca imaginé que hubieran sido asesinados. Pensaba que algún día les conocería… Se me pasará, no te preocupes.
Él aflojó la marcha y soltó una mano de las riendas, sacó un pañuelo blanco con un dragón bordado y se lo entregó.
—Gracias.
Él no contestó.
Pasado un rato, cuando ya había dejado de sollozar, se había secado toda la las lágrimas y estaba más tranquila, entonces quiso saber más sobre lo sucedido.
—¿Y tu padre fue el que mandó a un ejército a salvar a mi pueblo y luego se encargó de mí?
—Así es.
—¿Tu padre era un general o algo así? Me gustaría darle las gracias.
—Mi padre era el rey. Y va a estar complicado que le des las gracias.
Estefanía se atragantó con su propia saliva y le dio un ataque de tos. ¡Su padre era el rey! Un mismísimo rey se había estado encargando de ella. No podía creerlo. Y si su padre era el rey, ¿convertía eso a su guerrero en príncipe?
Oh Dios mío, había dicho que iba a estar complicado darle las gracias, ¿le habría sucedido algo malo a su padre? Antes había nombrado algo de ir a buscarle.
—¿Por qué dices que será complicado darle las gracias? —preguntó ella rogando que estuviese bien.
—Está encadenado en una mazmorra bajo Palacio.
—¡Oh Dios mío! Lo siento mucho Marco.
—No te preocupes, hasta hace un mes, pensé que estaba muerto —contestó con indiferencia.
—¿Cuánto tiempo pensaste que estaba muerto?
—Tres años. Desde que… ella se hizo hechicera, invadió el Palacio y no nos quedó de otra que huir. Se autoproclamó Reina de Xerbuk. No supe nada de mi padre hasta hace un mes. Un buen amigo mío y yo logramos entrar en las mazmorras para saber si mi padre estaba allí. Y efectivamente le encontré. Fue entonces que me habló de la profecía y de tu poder para derrotar a la hechicera.
Así que esto era ella, la única que podía derrotar a su malvada hechicera. Pues bien, si el reino dependía de ella, no les defraudaría. Sus palabras sonaron valientes en su cabeza, pero en su corazón sentía que el miedo se apoderaba de ella. Y no era miedo por su propia vida, sino el miedo de fallar. Marco confiaba plenamente en ella, él estaba seguro de que podría acabar con la reina y liberar Xerbuk. Pero, ¿qué pasaría si ella no era lo suficientemente fuerte?
—Marco, ¿estás seguro que yo podré derrotar a la reina? —La inseguridad se reflejaba en sus ojos.
—Claro que sí. Eres una mujer fuerte y valiente. También sabes estar tranquila en momentos difíciles. Estoy seguro que podrás con ella. —Le acarició el brazo con su mano—. Y además no estarás sola, yo estaré contigo y el ejército que tengo esperando también.
Con una pequeña sonrisa volvió sus ojos al camino y la mano que acariciaba su brazo a las riendas.
Dado que no tenía mucho que hacer, su mente se puso a dar vueltas a las últimas palabras de Marco.
Nunca había estado con un hombre que hablase así de ella. De pronto sintió sus mejillas arder, seguro que estaría colorada otra vez. Bajó la vista y trató de acomodarse un poquito más en su regazo. Colocó uno de sus brazos por detrás de la espalda de Marco rodeándole la cintura y apoyó la cara en su pecho. Se sentía muy bien en sus brazos. Era una lástima no haberle conocido en otras circunstancias. ¿Por qué nunca se habría presentado ante ella en el pasado? Había estado vigilándola cinco años y jamás le había visto. Estaba segura que él la conocía mejor que nadie.
Hacía años que no conseguía una segunda cita con un hombre. ¿Qué les pasaba? Con solo una cita no podían llegar a conocerse ni un poquito. Pero dado que nunca la volvían a llamar… tendría que ser ella el problema.
Pero este hombre era diferente, era un guerrero. Su guerrero particular. Solo esperaba no asustarlo como con sus otros ligues. «¿Qué estás diciendo Estefanía? Marco no es tu ligue», pensó exaltada. No obstante no estaba nada mal, había que reconocerlo. Tal vez cuando esta guerra acabase… «Definitivamente estás loca, no es humano… y al parecer tú tampoco lo eres». Estefanía agitó su cabeza para intentar dejar de discutir consigo misma. Todo lo que le estaba sucediendo era una locura y la forma en la que se sentía también.