Capítulo XVII

 

Se encontraron en un extenso patio, no había absolutamente nadie salvo ellos. Giró la cabeza en todas direcciones y de pronto se quedó clavada en el suelo. Majestuoso e impresionante, el palacio se alzaba frente a ellos. Tenía varias torres con cúpulas doradas. Era inmenso y precioso. Sentía como si estuviesen en otro reino distinto. El contraste del palacio rodeado de naturaleza viva daba una estampa increíblemente exótica. Si no fuera porque eran prisioneros podría haber disfrutado el paisaje.

Los guerreros seccionaron su grupo, a Marco y a ella los trasladaron al interior del palacio mientras que a Sebastián y al resto les llevaron en otra dirección. No tenía idea de a dónde, solo esperaba que estuviesen bien y que no les hiciesen daño.

En cuanto cruzó el umbral del palacio, la opulencia y el lujo la dejó pasmada. Los techos eran altos y de ellos colgaban enormes lámparas de araña. El suelo era de mármol blanco, y el mobiliario parecía del siglo XIX. Enormes cortinas de terciopelo rojo cubrían las ventanas. Las paredes eran blancas y doradas, decoradas con grandes tapices.

De pronto vio como a Marco le llevaban hacia un pasillo poco iluminado mientras ella permanecía allí de pie en medio de la gran sala.

—¡Marco! —gritó.

Él giró su cabeza, le guiñó un ojo y curvó sus labios formando una pequeña sonrisa.

Caminaron por aquel pasillo varios minutos, Marco ya sabía hacia dónde se dirigían. Al llegar frente a un gran tapiz que reflejaba una batalla, uno de los guerreros lo apartó  y entraron en un pasadizo oscuro y mugriento que conducía a una celda aislada. Encadenaron allí a Marco de pies y manos con unas cadenas que sobresalían de la pared. Dos de las bestias se quedaron custodiando la puerta.

Pasados unos pocos minutos entró en la celda una mujer de cabellos muy rubios y ojos azul cielo, era bellísima.

—Hola mi amor —dijo la mujer.

—Yo no soy tu amor, Lilí. —Marco pronunció su nombre como si tocase hielo.

Ella pasó la mano por el pecho de Marco. Después se apartó y se dio la vuelta.

—Hace tres años preferiste el modo difícil. Dime querido, ¿estás dispuesto a colaborar ahora? —preguntó girándose de nuevo y mirándole a los ojos.

—Ni antes, ni ahora. Jamás colaboraré contigo.

—Tu querida zedhrik lo pagará.

—Si le haces daño, te mataré Lilí. No sé cómo, ni cuándo pero lo haré. Es una promesa, tenlo presente —amenazó con furia.

—Si colaboras no hará falta. Dime querido, ¿dónde está el cristal?

—No lo sé.

—No me mientas, se que lo tienes. O… ¿lo tiene ella?

—¡Ella no sabe nada!

—Oh qué caballeroso, tratando de protegerla.

La hechicera le hizo una señal a una de las bestias que estaba frente a Marco. El monstruo levantó su lanza y con el mango le golpeó en el estómago varias veces. Después le golpeó fuertemente en la cara una vez, dos, tres... Marco comenzó a toser, un hilo de sangre asomaba por la comisura de su boca y también por la nariz.

—Mátame si quieres —jadeó.

—No mi amor, iremos todos a ver a la zedhrik, veremos si ella está más dispuesta a colaborar que tú.

—¡No la toques!

—Tú tienes mucho aguante, ¿cuánto crees que tendrá ella?

—Te mataré, te juro que te mataré.

Las carcajadas de la hechicera resonaron con un espeluznante eco en aquella pequeña celda.

 

Llevaron a Fani hasta un amplio salón que le recordó a aquellos donde se celebraban bailes dos siglos atrás. Entonces, Fani miró al frente y la vio al fin. Al fondo, sentada en un trono dorado estaba ella. Nada más verla supo quién era, la reina; la hechicera malvada. Era una mujer joven, mucho más de lo que ella había supuesto, tal vez tuviera su misma edad o menos. Llevaba una túnica azul turquesa y la cintura la ceñía un cordón plateado. Su cabello era rubio platino y rizado. Lo llevaba suelto y le llegaba hasta la cintura. Sus ojos eran de un azul pálido y sus labios rosados se curvaban en una malévola sonrisa. Se la veía satisfecha de sí misma. Se llevaría una gran sorpresa cuando descubriera que ella poseía el cristal que podía derrotarla.

Por una puerta lateral, Fani pudo ver como una de las bestias traía a Marco, andaba un poco inclinado. Conforme se fue acercando a ella, Fani pudo ver su cara. «¡Oh Marco! ¿Qué te han hecho cariño?» se dijo ella para sus adentros.

El monstruo colocó a Marco a unos metros de Fani y ambos avanzaron hasta quedar a escasa distancia de la hechicera.

La mirada de Marco reflejaba el odio y el resentimiento que sentía por aquella mujer. Tenía el entrecejo fruncido, la mandíbula apretada y estaba cubierto por su propia sangre.

Con un golpe en las piernas, la bestia le hizo arrodillarse. Después, le agachó la cabeza con un tirón del pelo para obligarlo a mostrar sus respetos.

El guerrero que custodiaba a Fani también la obligó arrodillarse, solo que con un empujón más delicado, pues ella no se estaba resistiendo, y también le agachó la cabeza para que saludase a la reina.

—Bien, así que habéis encontrado el cristal por mí. Gracias amor —dijo la bella mujer dirigiéndose a Marco.

—Te he dicho que no me llames amor. Me das asco —escupió las palabras con una voz que sonaba tan fría como el hielo.

—¿Crees que no sé lo que has estado haciendo? —Su mirada se posó ahora en Fani.

—¡A ella la dejas en paz!

—¿Sabe ella lo nuestro?

—No hay nada nuestro, bruja repugnante.

—En la intimidad del dormitorio no decías eso.

—¡Mentirosa! ¡Solo fuiste una amiga para mí, nada más!

La ira se había apoderado de él y la bestia tuvo que sujetarlo con fuerza para evitar que se abalanzara sobre la reina. Marco no iba a permitir que hiriera a su Fani con falsas palabras.

—Tranquilo mi amor, tranquilo —contestó suavemente la hechicera.

Fani pasó su mirada de Marco a esa mujer y viceversa. Estaba segura que algo había habido entre ellos dos. A él le palpitaba una vena del cuello, estaba  completamente tenso y furioso.

Trató de ignorar las palabras de la mujer que solo trataba de provocarles. Necesitaba pensar en algo. Bien, ahora ¿qué debía hacer? ¿Coger el cristal y acabar con ella ya mismo? No podía, aun tenía las manos atadas.

Antes de poder trazar un plan, la reina alzó su mano y dejó a Marco paralizado con una fuerza invisible. Se acercó a él y le acarició el rostro.

—¿Sabes querida? El príncipe y yo íbamos a casarnos, fuimos amantes. —La reina dirigía sus palabras a Fani mientras seguía acariciando a Marco—. Yo iba a apoderarme de Xerbuk con Marco a mi lado, ¡pero tú lo estropeaste! —rugió las últimas palabras.

—Yo no hice nada.

—¡Sí hiciste! ¡Sobrevivir, eso es lo que hiciste!

—¿Qué? —Ahora Estefanía estaba confusa. ¿De qué hablaba esa mujer?

—Mi madre mató a todos los de tu raza, ella conocía la profecía y se encargó de que no quedara ni un solo zedhrik para que cuando yo creciera y me convirtiera en hechicera me apoderara del reino. Pero no sé cómo tú sobreviviste y el rey te encontró y te escondió. Nunca supimos dónde estabas hasta que Marco se prendó de ti y empezó a cruzar el portal, así te localicé tiempo después. —Se colocó detrás de Marco y lo abrazó por la cintura—. ¡Me quitaste a mi rey!

La reina empujó a Marco hacia delante y cayó de bruces contra el frío mármol. Seguía inmóvil.

Así que la madre de esta bruja era la que había matado a todos los zedhriks, entre ellos sus padres. La sangre comenzó a hervirle de rabia. «Tranquilízate Fani y piensa en otra cosa», se dijo a sí misma. Marco no se movía y empezaba a asustarse de veras.

—Estás más que loca si crees que Marco hubiera estado a tu lado cuando te apoderaste de Xerbuk. Aunque yo no existiera, él jamás habría aceptado tu plan.

Fani trató de sonar tranquila mientras caminaba lentamente hacia Marco que estaba tendido en el suelo.

Dios mío, no se movía y estaba cubierto de sangre. ¿Qué le había hecho esa asquerosa bruja? La preocupación por su amado guerrero crecía cada segundo que pasaba.

—¡Quieta ahí! —gritó la reina.

Fani se detuvo al instante. No quería mostrar miedo, ni preocupación, pero le era muy difícil hacerse la indiferente cuando Marco estaba tirado sobre el frío mármol. No tenía idea de lo que le había hecho ni de si se podría recuperar. El pánico quiso apoderarse de ella, pero Fani lo desechó. Si deseaba ayudar a Marco y a su gente tendría que mantener la calma.

La reina se acercó a Marco, se inclinó y le tocó el brazo. Al momento él empezó a moverse, haciendo intento por levantarse, sin embargo, la reina no se lo permitió. Con un movimiento de su muñeca utilizó más de su poder contra él y Marco empezó a jadear y a toser. Le costaba respirar, la reina lo estaba asfixiando con su magia.

A Fani casi se le para el corazón de ver a Marco luchar por un poco de aire para sus pulmones. No obstante trató de mostrarse fría, mientras pensaba qué hacer. Pero tenía que ser rápido, muy rápido si quería salvar la vida a Marco.

La reina posó sus ojos en Fani y ordenó al guerrero que había a su lado que le desatase las manos.

—Ahora, dame el cristal o morirá.

Antes de que ella pudiera contestar, Marco hizo el esfuerzo y habló.

—No… lo tenemos.

—¡Mientes! Mis hombres te escucharon decir que lo tenías.

—Quiero decir que no lo tenemos aquí… lo escondí en el reino humano… antes de salir de la cueva.

—No te creo, mi amor. —Y se volvió a mirar a Fani—. Querida se me agota la paciencia. ¡Quiero ese cristal!

Estefanía miró a Marco que le hacía un gesto de negación con la cabeza y la confusión se hizo en su mente. Él no quería que entregara el cristal, estaba dispuesto a morir por la salvación de Xerbuk, pero ella no podía permitirlo. Los engranajes de su cerebro empezaron a funcionar a gran velocidad. Tendría que invocar el poder del cristal en ese momento, era la única solución. Acabar con la reina ahora, pero le era imposible concentrarse bajo tanta presión y si no se concentraba, no lo conseguiría.

La reina interpretó mal la expresión en el rostro de Fani y le hizo un gesto a una de sus bestias, esta salió por la puerta lateral.

—Tal vez me equivoqué al elegir mi víctima. Veo que no te importa lo que le pase a Marco, pero tal vez sí te importe lo que le pase a tu hermana.

En esos momentos, reapareció el monstruo con Laura encadenada a su lado. La niña lloraba aterrada.

—¡Laura! —gritó Fani.

—¿Y bien? Me entregarás ahora el cristal o… la mataré.

Ahora sí se estaban complicando las cosas, jamás hubiera imaginado que apresarían a su hermanita Y que Marco estuviese en el suelo luchando por respirar. Nunca se había dejado llevar por el pánico, siempre había mantenido una mente tranquila en momentos desesperados. Sin embargo, ahora mismo le costaba mucho poder pensar. Esta situación no se parecía a ninguna de las que había imaginado cuando pensaba en el momento en que se enfrentara a la reina. Marco la había convencido de que tendría un ejército a su lado cuando llegara ese momento, pero el momento había llegado y se encontraba sola. Completamente sola.

—Está bien, suéltales a los dos y te daré el cristal.

Estefanía fijo su mirada en la carita desconsolada de su hermana y trató de concentrarse para invocar el poder del cristal sin que la hechicera se diera cuenta. Era ahora o nunca.

Tras unos segundos empezó a sentir un ardor en su pantorrilla, donde lo llevaba guardado. Y un hormigueo comenzó a recorrerle todo el cuerpo.

—Primero dame el cristal, querida —replicó con desprecio.

—Al menos suelta a uno de los dos —rebatió sin dejar de mirar a su hermana para no perder la concentración.

—De acuerdo, te concedo a uno.

La reina con un gesto de su mano dejo de oprimir la garganta de Marco. Eligió liberarlo a él, ya que pensaba que a la zedhrik no le importaba la vida de Marco tanto como la de Laura.

Por fin Marco empezó a respirar con normalidad, se arrodilló trabajosamente y miró a Fani. La vio sumamente extraña, tenía el rostro inexpresivo, su vista fija en su hermana y apenas parpadeaba. Sí, lo estaba haciendo. Marco estaba seguro de que estaba invocando el poder del cristal en ese momento. No estaba seguro de si era lo acertado y esperaba que Fani hubiera pensado bien lo que estaba haciendo. No había marcha atrás, tendría que acabar lo que había empezado. Si Fani no lo conseguía, la hechicera le quitaría el cristal y la mataría.

Fani giró ligeramente la cabeza para poder ver a Marco y asegurarse de que la reina lo había soltado. Él la miró a los ojos y asintió con la cabeza. Bien, era el momento y él se prepararía para cubrirla.

Entonces, Fani se agachó lentamente, se subió la pernera del pantalón y dejó a la vista el cristal.

En cuanto la reina lo vio se puso sumamente nerviosa, el cristal emitía destellos de luz ambarina. Con cada segundo que pasaba, la luz se hacía más intensa y la hechicera se desesperaba. Sabía que el cristal podía acabar con su vida y no estaba dispuesta a morir.

—¡Entrégamelo!

Lentamente, Fani desató el cordón, pero antes de que pudiera tocar el cristal, la reina ordenó a una de sus bestias que se lo arrebatara sin dejar a Fani oportunidad de cogerlo, pues no se fiaba de ella.

La bestia se inclinó frente a ella y alargó su brazo en dirección al cristal. Pero en cuanto la bestia se apoderó de él, lo soltó de inmediato gritando de dolor mientras la piel de su manos ardía como si la hubiese metido en agua hirviendo.

El cristal cayó,  tintineando varias veces contra el suelo. Todo ocurrió en cuestión de segundos, Fani se agachó para tomarlo, al mismo tiempo, la hechicera levantó su mano para inmovilizarla y que no pudiese hacerse con él.  Marco se percató de inmediato de la intención de la reina y antes de que esta pudiese usar su poder contra Fani, se lanzó hacia ella y agarrándola por las piernas, la tiró de espaldas. Los guerreros y bestias que había presentes se arrojaron sobre él para proteger a su reina.

Fani tuvo tiempo de atrapar el cristal. En cuanto lo cogió, su luz se hizo cegadora y el color de sus ojos se volvió ámbar como el del cristal. Tanto las bestias como los guerreros tuvieron que taparse los ojos a causa del deslumbrante destello.

Entonces, un poder supremo recorrió todo el cuerpo de Fani y se sintió capaz de cualquier cosa. Se sentía omnipotente.

La reina no se atrevió a taparse los ojos, no tenía ninguna intención de dejar que ella la destruyera. Había percibido la trasformación de Fani desde que tocó el cristal. De inmediato se puso en pie, se volvió y ordenó al monstruo que sujetaba a Laura que la matara sin contemplación.

Pero apenas la bestia levantó la espada, Fani tomó el cristal fuertemente con ambas manos y lo dirigió hacia la reina. De él salió un rayo anaranjado que atravesó el pecho de la hechicera. Esta cayó de rodillas, apoyando las manos en el suelo mientras gritaba en su agonía. Poco después, su cuerpo se desvaneció quedando solo su túnica amontonada en el blanco mármol del palacio.

Los monstruos que ella había creado con su magia, cayeron muertos. Los cinco guerreros que les custodiaban huyeron despavoridos presa del terror.

La luz del cristal se apagó y quedó inerte en las manos de Fani. Sus ojos volvieron a su tonalidad verde primavera y el inmenso poder que había sentido instantes antes, se desvaneció.

Laura corrió hacia Fani mientras las lágrimas corrían por sus pequeñas y regordetas mejillas como riachuelos salados. Las dos hermanas se fundieron en un abrazo cargado de angustia y alivio a la vez. Fani le susurraba palabras tranquilizadoras en su oído mientras sus lágrimas también aparecieron en sus ojos.

A un par de metros de distancia, Marco se incorporaba tocándose las costillas y emitiendo un leve gemido. Entre las bestias y los guerreros traidores le habían dado una buena paliza.

Al oír el gruñido de Marco, Fani se volvió y sin soltar a Laura de la mano, se acercó hasta él. Llevaba el labio partido, un ojo morado y se le estaba hinchado uno de sus pómulos. Con su brazo derecho se cogía el costado.

Ella le acarició la cara con sus dedos. Sus ojos no soportaban más la intensa emoción.

—¿Cómo estás? —sollozó.

—Me recuperaré

—Estás hecho un asco —bromeó entre lágrimas.

—Y tú estás preciosa.

Entonces abriendo sus brazos recibió a Fani y a Laura en ellos. Ella desahogó su angustia en su pecho y tomó el consuelo que Marco le ofrecía.

—Shh cariño, ya todo ha terminado, vayamos a buscar a Sebastián y a los demás y os llevaré a casa.