XI
Y bien, doctor, ¿cuánto hace que estoy aquí?
Un tiempo ya.
¿Y no va a decirme dónde estamos?
No puedo.
No en mi país.
¿Y eso cómo lo sabe?
El aire. Se percibe cierta suavidad. Transmite ese arraigado sabor dulce a tierra propio del aire primaveral. Nunca he experimentado eso en el Nuevo Mundo. Creo que esto es una campiña de montes bajos y flores silvestres y cenadores emparrados. No veo por encima de las tapias, pero en el patio de ejercicio oigo pájaros, y no son los pájaros de mi país. Además, oscurece más tarde. Creo que esto es la Europa mediterránea, aquí donde ustedes me han dejado, y no está mal —la tortura no es exquisita salvo en mi reflejo de lo que me ha ocurrido—; a excepción de mis conversaciones con usted, no tengo a nadie y no me han asignado a ningún abogado y me están reteniendo sin juicio y ya ha sido indefinidamente. Eso es tiempo celestial, ¿sabe? He sido condenado a rotar con el planeta, a contar los soles, las lunas, las estaciones... ¿Cree usted que amenacé la vida del presidente?
La verdad es que no.
Así y todo, no lo acusaré de obedecer órdenes ni de ser una nulidad. ¿Sabe por qué?
¿Por qué?
Si no lo tuviera a usted para hablar, estaría peor de lo que estoy.
No debe preocuparse.
Aun teniendo las obras completas de MT en la estantería, ¿cómo voy a impedir que se me vaya la mente? Y si a mí se me va la mente, ¿tardará mucho en irse el país?
¿Dice, pues, que hay una conexión?
Desfilan por mi mente visiones, sueños, y los actos y palabras de personas que no conozco. Oigo voces insonoras, surgen fantasmas de mi sueño y se proyectan en la pared, quedándose ahí, encogiéndose de angustia, aovillándose en visibles contorsiones de dolor y pidiéndome ayuda a gritos mudamente. ¡Qué están haciéndome!, vocifero, y vuelvo a caer en la cama. Ahí me quedo mirando el techo negro y mi habitación es una sala de cine a oscuras donde está a punto de empezar otra película muda de terror. Hablo de una integridad sacada a la luz. Solo soy capaz de sobrellevar esto con la esperanza de que haya detrás una ciencia. Quizá tengo en mi materia gris el registro neuronal de épocas anteriores. Sé que usted no ha pasado por nada como esto, acepta demasiado bien sus propias experiencias. Estas medran en usted, agotando la capacidad de su cerebro. Pero cuando uno es tan insensible como yo...
Vaya, ¿ya estamos otra vez con eso?
... puede presentarse una oportunidad para que las microtrazas genéticas de épocas anteriores se expresen en sueños.
¿Esto es ciencia cognitiva, pues?
Aún no del todo. Sigue siendo solo sufrimiento.
Dígame, doctor, ¿soy un ordenador?
¿Cómo?
¿Soy el primer ordenador dotado de conciencia? ¿Con sueños espantosos, con sentimientos, con dolor, con anhelos?
No, Andrew, es usted un ser humano.
Ya, y usted qué va a decir.
Veo que se ha dejado crecer la barba, el pelo. Ciertamente podría ser el Bufón Inocente. Pero necesita algo más.
¿Qué?
Una gorra de los Yankees. Necesita renovar el vestuario.
¿Qué edad tiene ahora Willa?
Doce años.
¿Y dónde viven todos ellos?
Ya hemos pasado por esto...
¿Dónde?
Están en New Rochelle.
¿En su antigua casa?
Sí.
Martha y el marido corpulento de Martha.
Sí.
¿Y necesitan mi consentimiento? ¿Por qué? Un juez dictaminará en favor de ellos: Martha la ha criado desde que era un bebé. Y yo soy un combatiente enemigo.
Usted no es un combatiente enemigo.
Sea lo que sea, no tengo una posición jurídica muy sólida, ¿no le parece?
Es por el bien de la niña. Aquí tiene los papeles.
Para que el padre legal de mi hija sea Boris Godunov, ese borracho, ese Simulador.
Está en Alcohólicos Anónimos. Ya no bebe.
¿Cuándo se reconciliaron, los tortolitos?
Hace unos años, creo. Tres o cuatro.
¿Y adónde se llevó ella a mi hija cuando desapareció?
Por lo que me han dicho, Martha se instaló en un pueblo del oeste de Pennsylvania. Una granja heredada de unos tíos suyos.
¿Disfrutan de la situación económica para mantener a mi hija como merece?
No les faltan recursos. Ella vuelve a dar clases de piano y él tiene una clase magistral de voz. Los dos están en la escuela Juilliard.
Aquí dice que no se hablará de mí a Willa. Dice que nunca podré acercarme a ella, presentarme ante ella como su padre...
Willa no tiene ninguna razón para pensar que Martha no es su madre. No estoy muy seguro de qué papel se atribuirá al marido ante ella.
... ni revelarle que su verdadera madre murió intentando salvar a otras personas.
¿Es eso lo que cree ahora?
Sí.
Dudo mucho que digan eso a la niña.
¡Pues al diablo con ellos!
Vamos, por Dios, ¿por qué no puede ser razonable para variar? Piense en los demás, no solo en usted.
Vamos, doctor. Ya lo hago. Pienso a todas horas en mis dos hijas. Quiero leerles como MT leía a sus niñas, inventando cuentos para ayudarlas a dormirse. Dice: «Ellas consideran que mis cuentos son mejores que el elixir paregórico, y que actúan más rápidamente».
Andrew, por favor...
Escribió ese cuento para que lo usaran otros padres. Todos los nombres, y a ser posible todas las palabras, han de incluir un gato: Gatosauqua, Gatalina, gataláctico. Y las niñas no paran de interrumpir. ¿Qué es un gatódromo, papá? Voy a mirarlo, fingiendo consultar el diccionario. Ah, es una pista de carreras. Yo pensaba que era la calle de una bolera, pero los gatos, cuando se sienten a gusto, no juegan a los bolos, sino que hacen carreras. Gracias, papá, dice la niña. Sí, dice él, y el cuento continúa.
Andrew...
MT inventa tonterías junto a la cama de sus hijas cuando ellas se van a dormir. Que él es su protector, y que el mundo es un lugar seguro y acogedor cuando ellas se van a dormir. Que cuando sean mayores recordarán ese cuento y se reirán sintiendo afecto por su padre. Que así encuentra él la redención.