Capítulo XIV
Jeremy bajó las escaleras con sigilo, la casa parecía desierta, no había ni rastro de los criados. Quién fuera el que los había descubierto no tenía intención de enfrentarlo, y eso lo tranquilizó.
Decidió salir por la biblioteca, esta contaba con una puerta que daba al jardín. Entró sin hacer ruido; todo estaba en penumbras. Se encaminó a la que sería su salida y estaba por abrir cuando una voz retumbó tras él:
—Supongo que te casarás con ella.
Jeremy se sorprendió de momento. Cuando ingresó, no se percató que Erick estaba detrás del gran escritorio de caoba con una botella en las manos, bebiendo en la oscuridad de la noche. Ahora estaba justo detrás de él y no necesitó que dijera nada más para comprender que fue él quien lo descubrió en esa situación tan comprometedora. Reconoció que le debía una buena explicación; resignado, se giró para encararlo.
—Por supuesto, ese ha sido mi propósito desde siempre —Jeremy respondió sereno.
Erick no soportó más el cinismo de ese hombre. ¿Acaso se estaba burlando de él al aceptar así como así su interés por Clarissa? Recordó la escena que presenció en la recámara de su esposa y sintió la sangre hervir, por eso, sin más, le dio con el puño en el rostro mientras furioso le gritaba:
—Habiendo tantas mujeres, ¿por qué tenía que ser ella?
Jeremy cayó al piso aturdido por el golpe, ya que no lo esperaba. Se incorporó de inmediato, confundido más por el comentario de Erick que por el golpe en sí; se limpió la sangre que salía de su labio.
—Entiendo que estés molesto, no era la forma correcta de hacer las cosas; aunque para nadie es un secreto que siempre he estado interesado en ella —intentó explicarse, pero Erick se le lanzó de nuevo a los golpes.
Esta vez, Jeremy sí se defendió, y fue así como comenzó una pelea en la cual descargaron toda la furia acumulada de tiempo atrás, por lo que se golpeaban sin tregua ni piedad.
Después de un tiempo, se sentían agotados, la rabia había disminuido, ambos estaban acostados sobre el piso. Los golpes y los moretones comenzaban a hacerse visibles a causa de la pelea. La sangre, las ropas rasgadas y la respiración agitada evidenciaban lo que había pasado.
—Si a alguien le correspondía hacerla mujer, ¡era a mí! —dijo Erick con voz dolorida y tocándose el costado derecho mientras permanecía en el piso.
Jeremy se molestó ante el comentario de su rival, pero algo no le cuadró. Erick no parecía ser el tipo de hombre que se liaba con las primas…
Recordó que los últimos días Erick había estado de viaje y solo llegó para la audiencia y se marchó casi de inmediato. Isabel estaba ocupando la habitación de Clarissa… ¿Sería posible que Erick no estuviera enterado del accidente y creyera que era Clarissa y no Isabel quien estuvo con él? Pensó en tortúralo y divertirse a costa suya, pero reconoció que Erick ya había tenido bastante con todas las intrigas tejidas sobre él y Clarissa como para agregarle más.
—¿No sabía que fueras del tipo de hombre que le gusta liarse con las primas?
—¿Qué? ¿Qué tiene que ver Isabel en todo esto? —preguntó Erick contrariado.
Jeremy comenzó a carcajearse, no podía parar de reír a pesar del dolor que esto le ocasionaba.
Erick lo miró molesto.
—¿Qué te causa tanta gracia?
Jeremy quiso incorporarse, pero la molestia en el costado se lo impidió, por lo que se resignó a permanecer en el piso un momento más.
—Míranos, somos patéticos —afirmó—. Yo creía que peleabas conmigo por defender el honor de Isabel, y tú creías que me he liado con tu mujer.
—¿Isabel?
—¿Quién más podría ser? —se burló Jeremy.
—¿Qué hace Isabel aquí y en la habitación de Clarissa? —Erick no entendía nada.
—Por tu actitud, supongo que no sabes del incidente de la maceta.
—No tengo la menor idea de lo que estás hablando.
—Una tarde, mi hermanita y tu linda mujercita se coludieron para hacer labores de cupido. Invitaron a Isabel para tomar el té y pasar la tarde o algo así. No sé bien cómo pasó, lo que sí sé es que una maceta cayó e Isabel terminó con el pie lastimado. La llevaron a la habitación de Clarissa por ser la más cercana, y el médico, después de revisarla, ordenó que en al menos una semana no se moviera de allí. El resto ya lo sabes…
Una alegría inmensa embargó a Erick, Clarissa, su Clarissa, no se había liado con Jeremías.
—¿Cuándo pasó eso? —preguntó de mejor humor.
—Hombre, tienes que estar más al pendiente de lo que sucede en tu casa —bromeó Jeremy.
—Esta ya no es mi casa —dijo Erick con amargura—. El juez falló a favor de la anulación, y esta tarde James me informó que Clarissa ya no es mi esposa.
—Eso está por verse, amigo, tú no pierdas la fe —lo alentó Jeremy—. ¿No te parece ilógico que casi nos matamos por culpa de un mal entendido? Tan fácil que era arreglar las cosas hablando.
—¡Sí, claro! Disculpe usted mis malos modales, joven Sanders, al no ordenar el servicio de té e invitarlo a charlar sobre cómo se acostó con mi prima en la que hasta esta tarde era mi casa —respondió Erick con sarcasmo, y ambos comenzaron a reír…
Clarissa no podía dormir, cansada de dar vueltas en la cama, se dirigió al balcón para respirar el aire nocturno. Pasó largo rato disfrutando de la suave calma que la brisa impregnada de jazmines producía en su cuerpo. Cuando entró a la habitación dispuesta a dormir, escuchó ruidos y golpes que parecían venir de la parte baja de la mansión, y eso la asustó. ¿Qué rayos pasaba? Se colocó de prisa la bata sobre el camisón y salió de su alcoba.
En absoluto silencio llegó al salón y ya no escuchó nada, pero sus sentidos permanecían alerta. Tomó un candelabro como arma de defensa y con cautela recorrió la salita de té, la cocina… revisó toda la mansión hasta llegar a la biblioteca y el que fuera despacho de su padre. Con sumo cuidado abrió la puerta y casi le da un infarto al ver el desorden. En el piso, los dos hombres reían y se quejaban al mismo tiempo. En un primer impulso pensó en correr junto a Erick, pero luego reflexionó que si ambos reían, era porque no estaban tan mal después de los golpes.
—¿Qué demonios pasó aquí? —los encaró molesta y con los brazos en jarras.
Ambos levantaron la cabeza y la miraron como dos niños a los cuales pillan haciendo una gran travesura.
—Creo que hemos hecho enojar a la fierecilla —dijo Jeremy burlón, pues conocía el carácter explosivo de Clarissa.
—Déjate de burradas, Jeremy, ¿qué rayos pasó aquí? —preguntó molesta.
—Jeremy me solicitó de manera amable la mano de Isabel —respondió Erick con sarcasmo.
—Y Erick me honró al concedérmela sin mayores contratiempos —agregó Jeremy de igual forma, y ambos rieron…
Clarissa puso los ojos en blanco y luego los miró con fastidio.
—¡Hombres! Son unos tarados, ¿sabían?
Se giró y salió del despacho fingiendo estar molesta, aunque la realidad era que se alegraba por Jeremy e Isabel, ellos hacían una linda pareja y se merecían ser felices.
Con bastante dificultad, Jeremy se puso de pie, se dirigió hasta donde estaba Erick y le ofreció su mano para ayudarlo a levantarse.
Erick aceptó la ayuda y se incorporó, quejándose por el dolor. Se dirigió al escritorio y tomó la botella que había estado bebiendo antes que llegara Jeremy, le dio un trago y después se la extendió a Jeremy en clara señal de paz.
—Será mejor que saques varias botellas más, amigo, porque lo que tengo que contarte es largo y tendido —dijo Jeremy acomodándose en el sillón, las rencillas habían quedado atrás y era momento de tener una velada de buen whisky y larga conversación…
Erick tenía todo dispuesto en el carruaje para marcharse de la mansión Castelló, e Isabel se iría con él.
Clarissa los miraba desde el interior del saloncito de té, su orgullo le impedía correr y suplicarles que no se marcharan. Se resignó a verlos partir, sintiéndose más sola que nunca. Recordó la promesa hecha a Isabel de ir a visitarla a la brevedad, minutos antes se habían despedido con un efusivo abrazo. En ese tiempo juntas llegaron a apreciarse, y el afecto era sincero.
Al día siguiente, Clarissa estaba muy deprimida y no quería levantarse, se sentía como un alma en pena, jamás esperó sentir ese gran vacío que ahora estaba instalado en su alma. ¿En verdad había hecho lo correcto? ¿Y si se equivocó y perdía a Erick para siempre?
Al entrar al comedor para tomar su desayuno, descubrió sobre la mesa una hermosa rosa roja, esta no venía acompañada de tarjeta y fue la primera de muchas. Todos los días, cuando bajaba a desayunar, una rosa roja estaba esperándola. Como siempre, las flores venían solas, sin tarjeta ni mensaje alguno.
Cuando preguntó sobre ellas, Lucas, su fiel mayordomo, le informó que todos los días un pequeño niño era el encargado de llevar la rosa a la puerta de la mansión.
Un día, Clarissa esperó al niño y lo cuestionó, pero, decepcionada, comprendió que el pequeño no sabía nada, recibió la rosa y aspiró el dulce aroma, deseando con todo su corazón que fuera Erick quien estuviera detrás de tan hermoso detalle.
Pasaron unas cuantas semanas y Clarissa no sabía nada de Erick, en un par de ocasiones que visitó a Isabel esperó encontrarse con él aunque fuera un momento, pero al parecer él no se encontraba en casa y eso la tenía muy triste. Lo extrañaba como una condenada y no podía dejar de cuestionarse si había hecho lo correcto.
El baile de compromiso entre Isabel y Jeremy se celebraría en un par de noches, y Clarissa dudaba en asistir o no, el asunto de la anulación de su matrimonio ya se había hecho público y, como era de esperase, fue un escándalo de proporciones bíblicas. Lo único bueno de todo ese enredo fue que Erick quedó como todo un caballero, y en cuanto a ella, su reputación estaba intacta y volvía a ser candidata para cortejo formal.
No le apetecía aparecer en público, ni mucho menos contestar a las preguntas impertinentes y curiosas de la viuda Grimaldi, pero sabía que tarde o temprano tendría que enfrentarse a las consecuencias de su decisión.
Minutos antes de partir a la mansión Raven para el baile de compromiso de Isabel y Jeremy, Clarissa se miró por última vez en el gran espejo del salón principal. Deseaba con toda el alma poder evitar asistir, pero sabía que Isabel, y sobre todo Jeremy, no se lo perdonarían.
En cuanto entró en el gran salón de la mansión Raven, se sintió extraña, todos la miraban y eso la ponía nerviosa, aún no se acostumbraba a ser el centro de atención. Se dirigió caminado con la elegancia y dignidad de una reina hacia donde estaban Isabel y Jeremy, ambos lucían radiantes y felices.
—¡Felicidades! Forman una hermosa pareja, son el uno para el otro. —Los abrazó con afecto.
—Gracias por venir, sé que esto es muy incómodo y difícil para ti —dijo Isabel mirándola con afecto.
—No podría perderme esta celebración, a fin de cuentas, yo contribuí a ello ¿Recuerdas? —Decidió irse por el camino del buen humor, no deseaba arruinarles a sus amigos la velada.
Isabel comprendió lo que Clarissa pretendía y por eso cambió el tema.
—Me encanta tu vestido, luces hermosa —comentó con una sonrisa.
Clarissa lucía espectacular, ese llamativo vestido verde esmeralda le quedaba de maravilla, pues resaltaba en demasía el color de su cabello y el de sus hermosos ojos de felino salvaje.
—Señorita Castelló, ¿me concedería esta pieza? No he podido evitar mirarla, puesto que su belleza es tan exquisita como la de una hermosa rosa roja.
Clarissa giró el rostro y se encontró con el atractivo Richard Folley que extendía su mano hacia ella, solicitándole un baile. Desconcertada, miró a Jeremy en busca de ayuda y este asintió como señal de aprobación.
Clarissa estaba confundida, la mención del joven Folley sobre la rosa roja la dejó pensativa. ¿Y si no era Erick quien las enviaba?
Pasó de los brazos de un caballero a otro, era la sensación de la temporada, estaba más cotizada que muchas jóvenes debutantes. Su elegancia y porte no tenían comparación. Era una mujer exquisita e irresistible.
Erick miraba desde un extremo del salón, con los puños apretados, como todos esos jóvenes herederos rondaban a Clarissa, y los celos lo carcomían. Suzanne se acercó a él y conversaron unos minutos. La hermana pequeña de Jeremy era una cajita de sorpresas, pues sin ser su intención le dio la idea más acertada y brillante. Se dirigió a donde estaba Jeremy y le contó el loco plan que se le acababa de ocurrir. Este estuvo de acuerdo.
Entonces Erick descubrió a Clarissa bailando con Luke Harper y sintió ganas de asesinarlo, pues notó como este la apretaba a su cuerpo más de lo necesario.
—Paciencia, amigo, pronto, muy pronto —le dijo Jeremy como leyéndole el pensamiento y le colocó la mano en el hombro con afecto…
Clarissa estaba más triste que nunca, Erick la ignoraba por completo, apenas si le dirigió un saludo cortés y después nada. Estaba hastiada de tener que sonreír y fingir que estaba bien para no arruinarle la fiesta a sus amigos. Con una amplia sonrisa se disculpó con Luke Harper y salió deprisa al jardín en busca de aire fresco.
Anette estaba que echaba chispas de la rabia que sentía, odiaba a Clarissa con todas sus fuerzas. No soportaba verla reír y bailar con esos caballeros, recibiendo tantas atenciones y siendo el centro de atención masculina, eso le hacía hervir la sangre. No había nada que deseara más que verla muerta, entonces un escalofrió la recorrió al percatarse del hombre que se dirigía hacia ella.
—¿Qué haces aquí? —preguntó angustiada—. Ya te dije que en cuanto pueda te pagaré lo que te debo.
El hombre la miró con fastidio, odiaba tener que hacer acto de presencia en los eventos sociales, pero no le quedó de otra, pues la viuda se le estaba negando desde hacía unos días, y él no era de los que dejaban pasar una deuda. Mostró una de las sonrisas malévolas de su repertorio, tenía que dejarle claro que con él nadie jugaba.
—Digamos que soy un invitado… y por tu bien espero que así sea Anette, ya esperé bastante por mi pago monetario.
—Tengo otro encargo para ti —dijo Anette mirando con odio a Clarissa, la cual, ajena a todo, bailaba con Jeremy.
El hombre observó a su alrededor y comprendió que ese no era el lugar apropiado para la conversación que estaba sosteniendo con la viuda Riopold, por lo que la llevó a una de las terrazas, se ocultó entre las sombras y, paciente, escuchó como Anette despotricaba en contra de Clarissa Castelló.
—¿Me estás pidiendo que realice otro trabajo cuando aún no terminas de liquidar el primero? —La miró con incredulidad.
—Sí, y créeme que haré lo que sea necesario para pagarte, pero, por favor, acepta ayudarme —dijo insinuante y provocativa.
—Sabes que no acostumbro dar segundas oportunidades…
—Lo sé, el implacable Fantasma nunca perdona. ¿No es así?
—En efecto, no perdono, pero contigo haré una excepción siempre y cuando sepas convencerme. —Sonrió de forma pervertida para intentar asustarla, pero el odio de Anette hacia Clarissa Castelló parecía impedir que ella cambiara de opinión respecto a querer lastimarla.
Anette se acercó a él y lo besó con pasión para provocar su deseo, sabía que gustaba de su cuerpo y mientras conservara ese poder lo aprovecharía.
El Fantasma sucumbió a las descaradas caricias de Anette, ella era una mujer bella, y en la cama era toda una zorra que aún lograba encenderlo y el tiempo que esa malsana pasión durara, se divertiría con ella.
—Me has convencido. Te escucho… —La instó a continuar con su petición, y Anette expuso sus deseos…
Clarissa no podía más, sentía unas ganas terribles de llorar, necesitaba calmarse, por lo que sin pensarlo se dirigió al jardín de la fuente y, una vez a solas, dio rienda suelta a su dolor y frustración.
Erick la siguió a discreción y la miraba con el corazón encogido, pues sabía bien el motivo de su llanto y se sentía un miserable por no poder consolarla, pero era necesario mantenerse lejos de ella.
—Tranquilo, amigo, tienes que ser fuerte, ya falta poco. No te preocupes por ella, yo iré —le dijo Jeremy al tiempo que le palmeó la espalda y se dirigió dónde estaba Clarissa.
Erick observó cómo Jeremy abrazaba y consolaba a Clarissa y por primera vez no sintió celos, al fin había comprendido que la relación inquebrantable que los unía era fraternal.
Jeremy intentó animarla, pero Clarissa le rogó que la dejara marcharse, él no se opuso más y la acompañó a despedirse de Isabel y como todo un caballero la escoltó al carruaje.
Clarissa paseaba con su doncella por las calles agitadas de la ciudad; había pasado gran parte de la mañana de compras, pero ni eso logró mitigar su tristeza. Decidió entrar a la chocolatería, hacía mucho tiempo que no comía ese delicioso majar y tenía la esperanza que esos magníficos chocolates lograran animarla un poco.
Estaba tan distraída cuando salió de la tienda que no supo en qué momento un hombre la arrastró y la metió a un carruaje. Trató de defenderse, pero no pudo, el enmascarado le cubría la nariz y la boca con un trapo impregnado de algo que olía muy desagradable. De pronto, su cuerpo dejó de responderle, y el terror se apoderó de ella.
¡Dios! ¡La habían secuestrado! Ese fue su último pensamiento coherente antes de caer en la inconsciencia…